LOS MUERTOS
Y EL CAMBIO CLIMÁTICO
Aseguran los loritos sistémicos que este verano por culpa del cambio climático, se ha vuelto mortífero; y, si te atreves a fruncir el ceño en señal de extrañeza, te atizan unas cifras de mortandad que parecen un parte de batalla de Stalingrado. «¡1.047, para ser exactos!», me gritaba exasperado hace un par de días un “vacuñao”. Pero luego me enseñaron unas declaraciones del consejero de Sanidad extremeño en donde se aseguraba que en Extremadura han muerto sólo tres personas por culpa del calor. De donde se desprende que Extremadura disfruta de una temperatura propia de un balneario báltico, mientras en el resto de España el cambio climático nos tiene achicharrados.
Ciertamente, estamos pasando un verano caluroso. Pero decir en estas latitudes “verano caluroso” es como decir “gobierno corrupto”; un pleonasmo inepto y archisabido.
Sospecho. sin embargo, que ha disminuido -a la par que nuestra inteligencia crítica- nuestra resistencia a la inclemencia térmica o meteorológica; circunstancias que los loritos sistémicos aprovechan para tupirnos las meninges con la matraca del cambio climático. Nuestros antepasados vestían casi igual en diciembre y en agosto (cambiando sólo los tejidos) porque sabían –como los beduinos del desierto- que, para protegerse del calor y del frío, conviene cubrirse de ropa. Nuestra generación, en cambio, se ha ido quitando en verano prenda tras prenda, para mostrar el mundo sus mollas repugnantes (Madrid hace que Caracas, por comparación, parezca la cena de los Cavia), con el inevitable aumento de la impresión térmica. En las obras clásicas es muy difícil hallar referencias térmicas o meteorológicas: no sabemos si hacía calor o frío cuando cayó Troya, no sabemos si Cristo interrumpía sus prédicas cuando se ponía a llover, etcétera. Y esto ocurría así porque aquellas obras reflejaban un mundo de gentes sufridas que, aunque padeciesen la meteorología infinitamente más que nosotros, sabían poner al mal tiempo buena cara y dedicar sus esfuerzos a empresas que no exigieran dotes sobrehumanas.
Los loritos sistémicos que nos dan la matraca con el cambio climático saben que somos una patulea de alfeñiques y blandengues que no tienen redaños para abordar las empresas al alcance de sus fuerzas (cada vez más mermadas) y en cambio se proponen grotescamente solucionar empresas sobrehumanas. Y saben, sobre todo, que estamos invadidos por el miedo (en eso consiste ser un esclavo); y que a gentes así se las pastorea imbuyéndoles miedos sucesivos. No entramos a dirimir si el cambio climático es verídico o fantasioso; a fin de cuentas, algún día no muy lejano se derramarán las siete copas. Pero un pueblo de “vacuñaos” al que le dicen que los bosques arden o que la gente muere de un ictus por culpa del cambio climático y se lo traga es como el gusano que se encoge pensando que así no lo pisarán.
Nos están pisando, nos están despachurrando. nos están haciendo fosfatina. Y la culpa no la tiene el cambio climático.
Cambio climático
y climaterio mental
Si cualquier gobernante culpase a Satanás del incremento de los robos, o de cualquier otra forma de delincuencia, concluiríamos que, en su afán de rehuir responsabilidades, nos está tomando el pelo. Pues, aunque creamos en la existencia de Satanás, existe una larga cadena de causas inmediatas y mediatas en el incremento de los robos sobre las que el gobernante podría haber intervenido, antes de lanzarse por los cerros de Úbeda satanistas.
Recientemente, el doctor Sánchez culpó de la trágica ola de incendios que han calcinado nuestros montes al ‘cambio climático’, que es tanto como culpar a Satanás, si no fuera porque el ‘cambio climático’ se ha convertido en un dogma que ya casi nadie se atreve a cuestionar (siquiera públicamente). En realidad, la mayoría de la gente no cree en los dogmas establecidos, sean religiosos o cientifistas, por convicción, sino por conveniencia pastueña; es decir, porque permiten ‘mimetizarse’ con los paradigmas culturales establecidos, sin peligros de señalamiento ni condenas al ostracismo. Y esto vale lo mismo para Satanás que para el ‘cambio climático’.
La mayoría de la gente no cree en los dogmas establecidos, sean religiosos o cientifistas, por convicción, sino por conveniencia pastueña
Independientemente de que creamos o no en su existencia, el ‘cambio climático’ sólo podría ser, en el mejor los casos, una causa concurrente y mediata, muy alejada de las causas inmediatas que provocan los incendios. La causa inmediata de los incendios es casi siempre una acción humana concreta, realizada con negligencia o con dolo, por razones muy diversas que se mueven entre el descuido y la pura maldad, con estaciones en la avaricia o en la patología clínica. Y, tras esa causa inmediata, hay causas mediatas que contribuyen a que los incendios se propaguen devoradoramente: el estado de abandono de nuestros montes, el despoblamiento rural (en los pueblos apenas hay jóvenes que puedan apagar los fuegos cuando se declaran), el ocaso de la ganadería (que ya no pasta ni ramonea, con la consiguiente proliferación de malezas), etcétera. De muchas de estas causas mediatas, y en cierto modo también de las causas inmediatas, se puede hacer responsables a nuestros gobernantes, siquiera parcialmente. De ahí que el doctor Sánchez, con su cuajo característico, prefiriera hacer culpable al cambio climático; de este modo, a la vez que espantaba la porción de culpa que les corresponde, culpabilizaba de forma difusa a la sociedad entera. Se trata, evidentemente, de una salida de pícaro; pero lo más llamativo es que la gente no se encrespe ni soliviante ante tamaña tomadura de pelo, sino que lo acepte como si tal cosa. Prueba inequívoca de que nuestra época está inmersa en un penoso climaterio mental.
Cualquier persona no cretinizada puede creer en el ‘cambio climático’ y, sin embargo, advertir que el doctor Sánchez, al invocarlo como causa de los incendios, se está llamando a andana. Por lo demás, el clima está cambiando naturalmente de forma cíclica desde hace muchos miles de años, en los que se han sucedido (amén de las sempiternas estaciones) períodos de mayor y menor temperatura. Mucho más discutible se nos antoja que esos cambios cíclicos hayan ocurrido por intervención humana, como proclama el dogma entronizado en nuestra época. En contra de lo que suele alegarse, no existe un ‘amplio consenso’ científico al respecto; lo que existe, más bien, es una dictadura cientifista que condena al ostracismo a los disidentes y los priva de patrocinios y fondos de investigación. Pero entre quienes niegan o cuestionan el dogma del ‘cambio climático’ provocado por la acción humana se cuentan –tal vez porque ya no dependen de esos patrocinios– premios Nobel de Física como Ivar Giaever o Robert Laughlin, así como eminencias de la meteorología como Richard Lindzen, que nos advierten que el dogma del ‘cambio climático’, aparte de no encontrar refrendo significativo en la ciencia empírica, forma parte de una agenda global que pretende impulsar nuevos negocios que favorecen a las élites y dependen de subvenciones públicas millonarias, entre ellos la industria de las ‘energías renovables’.
Resulta, en verdad, desquiciante que, so pretexto de un dogma ‘discutido y discutible’, se pretendan sustituir alegremente unas fuentes de energía eficientes y fácilmente accesibles por unas energías guadianescas, ineficientes y caras que no harán sino extender la pobreza entre vastas capas de la población, mientras se enriquecen unos pocos. Casi tan desquiciante como echar la culpa de los incendios al ‘cambio climático’. Pero cualquier delirio es posible, en una época castigada por la plaga del climaterio mental.
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