La «Gloriosa» y respuesta a un lector
La Reina Isabel II no formó parte de la masonería (y en realidad hubiese encajado mejor, por sus ideas tradicionales y religiosas, en el bando que apoyaba a su tío, más que en el berenjenal masónico que de facto la controlaba). Esta situación derivaba de la mala gestión de su madre, al convencer a su esposo Fernando VII para que amnistiara a multitud de masones para volver a España (los pecados de los padres recaen sobre los hijos).
La revolución de Cádiz, conocida como «La Gloriosa», dio comienzo el 18 de septiembre de 1868. En esa ciudad tuvo lugar el pronunciamiento de la Armada, bajo el mando del almirante Topete. La «Gloriosa» –o “Revolución de Septiembre” o “la Septembrina”– fue una sublevación militar que se llevó a cabo en España en septiembre de 1868, que supuso el destronamiento y exilio de la Reina Isabel II y el inicio del período denominado “Sexenio Democrático” (1868-1874). Estuvo totalmente orquestada por la masonería. Los tres elementos principales de esta revolución fueron Prim, Ruiz Zorrilla y Sagasta. Los tres, alcanzaron altos grados dentro de la secta: Prim llegó a ser Soberano Gran Inspector del Gran Oriente de España; Ruiz Zorrilla alcanzó el puesto de Gran Maestre al igual que Sagasta (éste último llegó a reconocerlo de manera pública en una sesión de Cortes).
Como sello de garantía de todas las revoluciones masónicas, ya se pueden imaginar qué medidas tomaron con principal urgencia… Pues sí, la persecución religiosa es algo que no falla, es la marca de la masonería (la marca de la bestia), no pueden nunca contener ese odio visceral a la Iglesia. Alberto Bárcena, en su libro “La pérdida de España”, nos comenta lo siguiente: “Al mes de triunfar la revolución, el Supremo Consejo del Grado 33 hacía llegar a los suyos una serie de indicaciones sobre las políticas concretas que, en relación a la Iglesia, esperaban ver implantarse de inmediato: supresión de las órdenes religiosas; escuela laica; secularización de los cementerios; matrimonio civil, como base de la siempre buscada “reforma de la familia”. Se trataba también de rapiñar lo que había sobrevivido a las desamortizaciones anteriores, rematando el proceso tendente a lograr la indigencia eclesiástica de una vez por todas. Así que Ruiz Zorrilla (Ministro de Fomento), en enero de 1869, decreto que todas las bibliotecas y colecciones artísticas de catedrales, iglesias, monasterios y órdenes militares pasaran a poder del Estado. También suprimieron de las Universidades las Facultades de Teología. Dios desapareció de la Universidad española, por decreto del Supremo Consejo de Grado 33”.
Hay que darse cuenta de una cosa, de una matemática que no falla: lo primero que hacen los gobiernos masónicos (o los que se deben a la masonería) es ir a por la Iglesia, intentar eliminarla, robar sus bienes, expulsar a los sacerdotes, asesinarlos, eliminarla de las escuelas y universidades. En esta revolución todavía quisieron llegar más lejos: los jesuitas volvieron a ser expulsados. Pero la demanda más ambiciosa fue que intentaron llevar a cabo la abolición del celibato eclesiástico (que no llegaron a implementar, quizá por falta de tiempo).
En esta serie de columnas puede parecer muy reiterativo que se haga tanto hincapié en las persecuciones religiosas. No es algo no premeditado. Es premeditado, porque es signo éste y garantía de que la revolución es masónica. No son patrimonio exclusivo del comunismo (las persecuciones religiosas), son más bien «patrimonio de la masonería» (ya que el comunismo es un engendro masónico, y no podía faltarle este ingrediente tan importante). En los siguientes capítulos seguiremos viendo este patrón. Poco a poco, la masonería irá actuando en España con más libertad y con más medios. Veremos cómo estuvo tras los desmanes de la Primera República, y cómo llegaría a unos niveles de odio extremos durante la segunda.
Aprovechamos esta entrega para contestar a un lector que nos ha planteado algunas cuestiones tras leer los capítulos que aludían a Fernando VII. El lector plantea lo siguiente: “Interesándome por la verdad pregunto, ¿Fernando VII no fue el que le pidió a Napoleón ser su hijo adoptivo? Ahora no recuerdo ejemplos concretos, pero la idea que yo tenía del rey Felón era la de un rey malo: Submediocre, sin escrúpulos y sin otro interés que el suyo personal, poniendo velas a Dios o al Diablo según le conviniera a él. Un Pedro Sánchez, vamos. Y, me fastidia, pero en todos estos diagnósticos preternaturales, me parece que suele brillar por su ausencia la frecuente incapacidad de la Iglesia, con perdón, en ser competitiva en cuanto a traer desarrollo tecnológico y científico, combatir injusticias y sistemas defectuosos y obsoletos, defenderse política y propagandísticamente; y, en fin, adaptarse a las nuevas circunstancias con éxito y prontitud. Parece que muchas veces se durmiera en los laureles y solo hiciera algo interesante en épocas de crisis, como con Trento durante la Herejía Protestante. Y a la gente, que tiene muchos problemas y quiere progresar, porque ve que es posible, esa falta de avances no siempre le vale. Sin justificar a los que cogen los atajos de utopías sangrientas, que hacen muchas veces peor el remedio que la enfermedad”.
En primer lugar (ya que hace una pregunta y una aseveración), podríamos plantearle al lector una pregunta: Si le diesen a escoger, que escogería: ¿A una persona equilibrada con un mal programa o con malas intenciones que no es fiel a sus tradiciones y que esté rendida a intereses extranjeros? ¿O a una persona débil emocionalmente, pero apoyada por un buen programa y con gente dispuesta a defender su país, sus costumbres, sus tradiciones y que no se quisiera rendir a intereses extranjeros? Probablemente escogería la segunda. Los Reyes van y vienen, y cierto es que el problema de los reyes Borbones (unos más que otros) es que vivían con la preocupación constante de hacer adelantar materialmente el país. Comparaban a España con la Corte de París, como un país atrasado donde casi todo estaba por hacer. Algo parecido a lo que en España es el Partido Popular (que no tiene ningún interés en la batalla cultural). Los Borbones, a pesar de ser católicos, no tuvieron la misma fuerza en defender la Fe católica que tuvieron los Austrias, que desde Carlos I encajaron perfectamente con las tradiciones españolas fundamentadas en la Fe y que convirtieron a España en una potencia católica que salvó a Europa de las invasiones musulmanas cuando Francia y todos los demás países no movieron ni un dedo por evitarlo.
A la pregunta que hace dicho lector sobre si Fernando VII pidió ser hijo adoptivo de Napoleón, le diré que más bien Napoleón lo tuvo secuestrado (un secuestro de lujo, ciertamente, pero era eso o ser fusilado) para imponer como Rey a su hermano José. Aunque hay que reconocer que gran parte de culpa la tuvo Carlos IV (padre de Fernando VII) por entregar el poder a un hombre ambicioso y de mediano entendimiento llamado Manuel Godoy (los pecados de los padres, recaen sobre los hijos), quien, protegido sobre todo por la reina, fue el verdadero señor de España (y que además, era masón). Resumiendo: al pueblo le daba igual quien gobernara, si Godoy, si un rey o un presidente. El pueblo lo que quería era que no viniese nadie a fastidiarle su tradición y a matar curas. Por eso durante el reinado de Isabel II la mayoría de la gente se posicionó junto a Carlos María Isidro, no porque fuese más simpático, ni por ninguna cualidad personal, sino porque representaba la tradición y la Fe, ya que en torno a Isabel se había hecho fuerte la masonería. Algunos piensan, que lo de “Felón” le viene al rey por haber derogado la constitución de 1812 y eso no es cierto. Lo de «felón» le viene por haberse rendido a Napoleón. El pueblo estaba con el rey y no con la Constitución, por lo anteriormente citado. Por otro lado, destaco la frase que utiliza el lector cuando se refiere a que no justifica los desmanes revolucionarios: “Sin justificar a los que cogen los atajos de utopías sangrientas, que hacen muchas veces peor el remedio que la enfermedad”.
No es que hagan muchas veces peor el remedio que la enfermedad. Lo cierto es que existiendo enfermedad o no, siempre actúan de la misma manera: en el pasado, en el presente; y me temo mucho que en el futuro. Desde que apareció la masonería pueden haber cambiado en algo sus formas, pero nunca han dejado de practicar el rasgo que más la caracteriza: su odio a la Iglesia. En los siguientes capítulos veremos los tremendos sucesos de los que fueron promotores y nos llevaron a la sangrienta Guerra Civil. Como muestra un botón: dejo enlace a un artículo donde queda de manifiesto el odio con que los Frente-populistas manejaron la persecución religiosa (azuzados por la secta masónica), que ya detallaremos más adelante y que tienen el sello masónico, aunque muchos masones no sean conscientes de la realidad en la que viven.
En cuanto a su diagnóstico de la Iglesia, no nos queda más remedio que decirle: está usted totalmente equivocado. Parece que ha asimilado totalmente la “Leyenda Negra” que pesa sobre la Iglesia y la Edad Media. Muchos achacan a la Ilustración todos los avances científicos. La Ilustración más bien lo que trajo fue guillotina y destrucción de las tradiciones. Se le puede atribuir haber ido cambiando reyes por presidentes, pero no mucho más. La Ilustración difundió la idea errónea de que la Iglesia agrupaba a un compendio de analfabetos que no se guiaban por la razón, y que ciencia y Fe eran opuestas. Que la práctica religiosa se mantenía en el medio rural por la incultura de sus pobladores y que en la medida en que la cultura y el conocimiento fueran avanzando, la Fe iría disminuyendo. Por otro lado, difundió el mito de que la Edad Media fue una época oscurantista, lo que es algo totalmente falso. El nacimiento de las universidades en Europa tuvo lugar durante ese periodo. La Edad Media, en realidad, fue el punto de arranque del desarrollo del método científico, y la Iglesia, su artífice.
Los griegos hicieron grandes aportes en filosofía, geometría, astronomía, etcétera. Pero en física los primeros pasos se dieron en la cristiandad medieval durante el siglo XIV. El primer libro científico de categoría indiscutible es el que escribe Newton: Principia mathematica; pero Newton no parte de cero. Si uno reconstruye hacia atrás se encuentra a Copérnico (que era canónigo), Kepler y muchos otros, casi todos creyentes. Otras culturas, como la china, la egipcia, etcétera, inventaron numerosas cosas, pero no desarrollaron ningún sistema que explicara las leyes universales que fueron las que dieron pie al avance del método científico.
Todo esto fue posible porque los cristianos, partiendo de la base de que el universo es una obra divina, y llevados por la inquietud de conocer esta obra, se prestaron a indagar cómo funcionaba. Los primeros en pensar que el universo era inteligible fueron creyentes que, llevados por la idea de creación, buscaron el orden que se escondía tras ese proyecto divino.
Con la caída del Imperio romano se corría el riesgo de perder el conocimiento acumulado. La Iglesia comenzó a transcribir el saber o el conocimiento acumulado por la humanidad hasta ese momento, y esa labor la llevó a cabo en los monasterios. Los scriptoria eran esos monjes que vemos en los grabados antiguos sentados en un pupitre transcribiendo los manuscritos, también antiguos, cuando no existía la imprenta, ya que había que hacerlo porque el papiro con el pasar del tiempo se deterioraba. Manuscritos de todas las culturas: griega, árabe, incluso manuscritos del islam. No se quemaban los libros, si era saber, era válido. La medicina de origen islámico fue importada a través de esos manuscritos y después se tradujo.
Tras la recopilación de toda esa información por parte de los monjes se construye un método de enseñanza que es impartido en las escuelas monásticas a los frailes y a muchos otros. De esas escuelas monásticas, cuando se empiezan a construir las catedrales, se fundan las escuelas catedralicias, y todo esto dará lugar más tarde a la creación de las universidades a partir del siglo XI. El movimiento universitario lo funda la Iglesia Católica y se le da universalidad al conocimiento.
Galileo Galilei, escribiendo a Rafael Ocaberni, le viene a decir una frase que el mismo Juan Pablo II cita en Fides Et Ratio: “La Escritura y la ciencia son dos alas de un mismo pájaro, vuelan al unísono, no se contradicen”. Existen muchos bulos o mentiras sobre la persona de Galileo: no murió en la hoguera, se retractó de sus errores teológicos, tenía hijas monjas y murió en el seno de la Iglesia. Así mismo, la teoría heliocéntrica que defendía se la copió a Copérnico, que era un cura católico.
La Iglesia ha tenido mucho que ver con los avances científicos que disfrutamos hoy en día. Es gran falsedad decir que la Edad Media y la Iglesia fueron un obstáculo para el desarrollo de la razón y la ciencia; más cierto sería catalogarla como responsable directa de ese desarrollo. Pero no solo está en el origen de este desarrollo. A lo largo de la historia, destacados miembros de la Iglesia han llevado este conocimiento desde entonces hasta hoy. Uno de los descubrimientos más innovadores es la teoría del Big-Bang, obra de Georges Lemaître (cura católico), que es la mejor explicación científica que tenemos de cómo se creó el Universo. También podríamos hablar del padre Carreira, jesuita fallecido hace poco tiempo y astrofísico de renombre mundial. Sorprende la cantidad de creyentes que se han dedicado con éxito al estudio de la ciencia. Terminamos este artículo con una relación de científicos católicos:Louis Pasteur (1822 – 1895). Químico y bacteriólogo francés. Católico. Fue el pionero de la microbiología moderna y desarrolló la vacuna contra la rabia.Gregor Mendel (1822 – 1844). Naturalista austriaco. Sacerdote católico. Es considerado el padre de la Genética. En 1865 formuló las Leyes de Mendel sobre la transmisión de la herencia genética.Santiago Ramón y Cajal (1852 – 1934). Médico español. Católico. Premio Nobel de Medicina en 1906 por sus estudios sobre el sistema nervioso.Henri Becquerel (1852 – 1908). Físico francés. Católico. Premio Nobel de Física en 1903 junto al matrimonio Curie “…en reconocimiento de sus extraordinarios servicios por el descubrimiento de la radioactividad espontánea”.Nikola Tesla (1856 – 1943). Ingeniero y físico serbio, nacionalizado estadounidense. Cristiano ortodoxo. Fue el inventor del uso actual de la energía eléctrica por corriente alterna.Karl Landsteiner (1868 – 1943). Patólogo y biólogo austriaco. Católico. Premio Nobel de Medicina en 1930 por descubrir y tipificar los grupos sanguíneos.Alexis Carrel (1873 – 1944). Médico francés. Católico. Premio Nobel de Medicina en 1912 en reconocimiento a su trabajo acerca de sutura vascular y trasplante de vasos sanguíneos y de órganos.Guillermo Marconi (1874 – 1937). Ingeniero eléctrico italiano. Católico. Fue uno de los grandes impulsores de la radiotransmisión a larga distancia.Alexander Fleming (1881 – 1955). Científico británico. Católico. Premio Nobel de Medicina en 1945 por descubrir la penicilina.Victor Francis Hess (1883 – 1964). Físico austriaco. Católico. Premio Nobel de Física en 1936 por sus estudios sobre los rayos cósmicos.Erwin Schrödinger (1887 – 1961). Físico austriaco. Católico. Premio Nobel de Física en 1933 por desarrollar su ecuación sobre mecánica cuántica.Georges Lemaître (1894 – 1966). Físico y astrónomo belga. Sacerdote católico. Propuso la teoría de la expansión del universo y la teoría del Big Bang sobre el origen del universo.Gerty Cori (1896 – 1957). Bioquímica estadounidense. Católica. Premio Nobel de Medicina en 1947 por descubrir el mecanismo por el que el glucógeno se convierte en ácido láctico en el tejido muscular. Fue la primera mujer que recibió este premio.Clyde Cowan (1919 – 1974). Físico estadounidense. Católico. Codescubridor del neutrino en 1956 junto a Frederick Reines. Premio Nobel de Física en 1995 por sus estudios sobre las partículas subatómicas.Jérôme Lejeune (1926 – 1994). Médico francés. Católico, está en proceso de beatificación. Es considerado el padre de la genética moderna.Peter Grünberg (1939). Físico alemán. Católico. Premio Nobel de Física en 2007 por su descubrimiento de la magnetorresistencia gigante.Eric Wieschaus (1947). Biólogo estadounidense. Católico. Premio Nobel de Medicina en 1995 por sus descubrimientos sobre el control genético del desarrollo embrionario.
Primera República y Cantonalismo
En el capítulo anterior analizamos por encima la llamada «Revolución Gloriosa» (que de “gloriosa” tuvo muy poco). Pocos episodios de nuestra historia han recibido un nombre menos apropiado. Los que la trajeron no fueron personas de orden; más bien lo que pretendían era cambiar el orden, un orden amasado a fuerza de siglos y que el pueblo había interiorizado de manera libre y sencilla a través del tiempo y que había sintetizado en tradiciones y costumbres. Como todas las revoluciones masónicas, ésta no fue diferente, lo que trajo fue caos, muerte y destrucción, sello indeleble de todo lo que promueve la masonería. En la actualidad estamos viviendo un proceso parecido, no obstante, con una puesta en escena diferente. Ya no lo hacen destituyendo reyes por la fuerza, ahora lo hacen dominándolos o amedrentándolos e incluso haciéndolos adeptos a la secta:
CONVIRTIÉNDOLOS. Con técnicas muy elaboradas manipulan al pueblo (Ventana de Oberton), con la connivencia de políticos afines, medios de comunicación comprados e infiltrando todos los estamentos, incluida la Iglesia.
La Guerra Carlista se podía haber evitado. Hay un momento al principio del reinado de Isabel II en que pareció que se podía solucionar el problema de la lucha por el trono de España en una forma pacífica de taponar la brecha que la revolución logró abrir (el secuestro del trono): se habló de casar a la reina con el heredero del pretendiente Don Carlos, uniendo los derechos de las dos ramas combatientes, y de esa manera, terminar con la guerra civil. Y sobre todo, recobrar así la defensa de la tradición, poniendo freno a los revolucionarios masones. Algo que no estaban dispuestos a tolerar y no se pudo llevar a cabo. Esta postura la defendió con tesón el gran escritor católico Jaime Balmes.
El lema triádico del carlismo fue siempre “Dios, Patria y Rey”. El que escribe este artículo comulga con los dos primeros enunciados. En cuanto al tercero, dará igual si hay un Presidente, un Rey o una Limpiadora, siempre y cuando respeten a Dios, la Patria, y gobiernen de manera eficiente, teniendo como norte la verdad, la belleza y el bien. La historia nos demuestra que ni todos los Reyes fueron buenos ni todos los presidentes fueron malos (véase como ejemplo el caso del Presidente de Ecuador, Gabriel García Moreno). Cualquier sistema donde la masonería campe a sus anchas, será susceptible de ser envilecido, ya sea una Monarquía, una Democracia, una República o un bar de camioneros. Entendamos que el Carlismo no ponía su énfasis en el rey, ya que éste lo que representaba era la tradición católica del pueblo español. Por eso apoyaban a Don Carlos y no a Isabel II. Y no a Isabel porque fuese mujer, sino porque estaba atenazada por la masonería. Los españoles nunca tuvieron problemas porque reinase una mujer (esa fue una costumbre implantada por los reyes Borbones).
Tras la «Revolución Gloriosa», se planteaba el problema de qué hacer con España, si instaurar la República, o buscar un nuevo rey. Al final, se decantaron por un nuevo rey. Los protagonistas de “La Gloriosa” no tardaron en enfrentarse por las personas que debían ocupar el trono: Prim consiguió traer a España un rey de ascendencia masónica, que pudo iniciarse en la Masonería en España. Se trataba de Amadeo de Saboya. Alberto Bárcena dice lo siguiente en su libro “Iglesia y Masonería”: “Serrano, sin embargo, apoyaba a Montpensier (Antonio de Orleans, duque de Montpensier, hijo del rey Luis Felipe de Francia, marido de Luisa Fernanda, hermana de Isabel II) en sus pretensiones. El resultado fue un crimen entre «hermanos» (masones); el asesinato de Prim, en la madrileña calle del Turco, parece claramente urdido por ellos; el Orleans, frustrado en su ambición (Montpensier), y su agente, el general duque de la Torre, que alcanzaba la jefatura del Estado –provisional, pero jefatura al fin– gracias a la revolución. Le encargarían la ejecución del magnicidio a otro masón. Entre las piezas principales del engranaje estaban el secretario de Montpensier, Felipe Solís Campuzano, y el jefe de la escolta de Serrano, José María Pastor, como han publicado los estudiosos del sumario. Otro crimen impune de la Masonería, cuya víctima, en este caso, era también masón (Prim). Pero el caso es que Amadeo de Saboya se quedó solo; muerto Prim, las logias se desentendieron de él por mucho que procediera de tan masónica familia; incluso aunque fuese él mismo masón. Había otros intereses en juego, defendidos por otros masones; los mismos, sin duda, que estaban detrás de la muerte de su valedor (Prim). Sobre el magnicidio echaron tierra hasta lograr la definitiva impunidad de sus autores. Un sumario de 18.000 folios, instruido por trece jueces y varios fiscales, durante diez años, y lleno de pruebas incriminatorias, quedó en nada. No hubo juicio, ni culpables, ni castigos. Con razón, diez años más tarde, hablando de crímenes masónicos, decía León XIII: «el asesino burla muy a menudo las pesquisas de la policía y el castigo de la justicia»”.
Tras un breve reinado marcado por la inestabilidad política, Amadeo de Saboya abdicó del trono español el 11 de febrero de 1873, cansado de la lucha constante que convertía el país en ingobernable. Al abandonar el país con sus hijos, el rey impidió la sucesión, dando paso así a la Primera República, un período convulso en el que numerosas facciones pugnaron por reformar las leyes e instituciones de una España en decadencia. Las elecciones que siguieron a la abdicación las ganó el Partido Federalista, el cual pretendía dar una mayor autonomía a las diferentes regiones del país, con el fin de crear un estado federal según el modelo americano.
El histórico republicano Emilio Castelar subiría a la tribuna para proclamarla solemnemente con un discurso histórico: “Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra Patria” (vaya, como si la república no hubiese sido hija de las intrigas masónicas…).
Durante el mandato del federalista Pi i Margall (del 11 de junio de 1873 al 18 de julio del mismo año 1873), se redactó la nueva “nonata” constitución federalista, que no se llegó a aprobar. El proyecto decía que las regiones eran estados soberanos. Pi y Margall defendía una república federal proclamada por ambas cámaras de las Cortes Constituyentes. Después de esta proclamación, la España Federal se enfrentó al caos total y estuvo a punto de su desintegración. Toda España se divide en «cantones» o pedacitos de tierra que se declaran independientes.
En Cádiz, el ayuntamiento, convertido en Gobierno, saquea conventos e iglesias. En Cartagena, con ayuda de unos barcos sublevados, se hace frente durante meses al Gobierno de Madrid. Cataluña habla de declarar como libre e independiente el “Estado Catalán”. En Andalucía el cantonalismo se inicia el 19 de julio; además del de Cádiz, se constituye el cantón de Sevilla y un día después, el 20, se proclama el cantón de Granada, el 21 el de Málaga y el 22 se declaran los cantones de Bailén, Andújar, Tarifa y Algeciras, y así por toda España. El populacho ha perdido el respeto a todo, y por las calles hace burla de los uniformes militares y sigue a los oficiales gritando con sonsonete de mofa: «¡Que baile!». Pasan por la Presidencia del Estado todos los republicanos más ilustres (Figueras, Pi y Margall y Salmerón), sin que ninguno logre atajar el mal. Estanislao Figueras, en un acto sublime de sinceridad, pronunció la siguiente frase: «Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros».
La pronunció momentos antes de dimitir, coger los bártulos y exiliarse en Francia. Hay momentos en que el Gobierno de Madrid apenas manda más allá de las tapias de La Moncloa o de Chamartín. Por cierto: rescatamos una noticia del periódico “El País” que se hizo eco del homenaje llevado a cabo por la masonería en 2010 a estos tres presidentes: “El cementerio civil de Madrid fue escenario ayer de un homenaje cívico y masónico a Estanislao Figueras, Nicolás Salmerón y Francisco Pi i Margall, tres de los presidentes de la Primera República Española (1873-1874) allí enterrados, en el 127º aniversario de la proclamación republicana. Los tres Jefes de Estado reposan en sendos panteones pétreos de estilo decimonónico, ornamentados con profusión de simbología masónica. Su memoria se ha visto dañada por el olvido, la desidia histórica y la inquina de sus enemigos ideológicos, señaladamente el franquismo”.
Eso, por si tenían alguna duda de a qué confesión religiosa o secta pertenecían los tres presidentes. Como buena república hija de la masonería, no faltó el ingrediente que siempre llevan todos los guisos masónicos. Una sopa de tomate puede cocinarse con unos ingredientes o con otros, pero el que no puede faltar es el tomate. En toda revolución cocinada por la masonería, el ingrediente por antonomasia es siempre la persecución religiosa, y ésta no fue menos. Dice Bárcena: “Naturalmente, todo aquel lamentable periodo vino acompañado de persecución religiosa: a pesar de que la Iglesia, en general, trató de adoptar en los primeros momentos una actitud posibilista ante el nuevo régimen. La toma de Berga, sin ir más lejos, motivó que en Barcelona se asaltaran los templos. Hubo reacciones más explícitamente anticristianas, como el asesinato de sacerdotes en varios puntos de Cataluña o la prohibición de llevar el viático a los moribundos en la misma región. En Orihuela, a mediados de noviembre, a la una de la madrugada, el alcalde, acompañado de la Guardia Civil, se presentó en el colegio de los jesuitas, los detuvo y les dio “doce minutos para marchar”. En Málaga, fueron derribados los conventos de los capuchinos y la Merced. En Cádiz, ante los atropellos planeados por el alcalde, Fermín Salvoechea, se produjo una reacción ciudadana que trató de impedirlos sin éxito”.
Bárcena muestra con pelos y señales muchas más tropelías contra la Iglesia, que no podemos reflejar en este artículo. Se quejan los defensores de esta república de la cantidad de problemas a los que se enfrentaron (la Guerra Carlista, el movimiento cantonal, etcétera), pero no dicen que todos los causaron ellos mismos. No se nos olvide la frase de Figueras: «Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros». Nunca temen al caos los masones, ya que uno de sus eslóganes dice (debidamente traducido del latín): “al orden por el caos”. Crearon un caos tan grande que fueron ellos mismos los que hundieron la Primera República, cosa que les volvió a ocurrir durante la Segunda República, solo que ésta fue aún peor y tuvo consecuencias catastróficas. Durante dicha república y la Guerra Civil Española, tuvieron el “privilegio” de llevar a cabo la mayor persecución religiosa de la historia de la cristiandad.
En nuestros días, el panorama no es muy distinto al que estamos reflejando en este artículo. Tenemos a la masonería introducida en el gobierno, tenemos a la masonería introducida en el sistema judicial, tenemos a la masonería controlando los medios de comunicación. Tenemos la constancia de que José Luis Rodríguez Zapatero es masón. Tenemos la constancia de que Mariano Rajoy también perteneció o sigue perteneciendo a la masonería. Tenemos la constancia de que sometieron a Franco a un ritual masónico cuando exhumaron sus restos. El aborto, la ideología de género, la destrucción de nuestra industria y el auge que tienen en estos momentos los independentismos… No les quepa ninguna duda que, de manera directa o indirecta, son la consecuencia de la acción masónica.
Pavía salva España
Quien haya seguido esta serie desde el principio, se puede dar cuenta a estas alturas de cómo hay una constante que se repite una y otra vez en el ABC masónico. Una fórmula cuasi matemática, que podríamos definir bajo tres principios que se repiten de manera continua:
1) el odio a la Iglesia (y persecución religiosa); 2) la mentira, el asesinato y el engaño como fórmula principal para conseguir sus fines sin ningún tipo de límites; y 3) la infiltración como táctica de guerra para cambiar los sistemas.
En el capítulo anterior veíamos cómo la secta masónica, tras conseguir hacerse con el poder llevando a cabo el asesinato de Prim (también masón) y haber conseguido la renuncia de Amadeo de Saboya, toma las riendas de la Nación española. Había presentado a los ciudadanos en 1873 a cuatro presidentes del poder ejecutivo, todos ellos de corte federalista y masones: Estanislao Figueras –el que dijo: “estoy hasta los cojones de todos nosotros”– (cuatro meses), Francisco Pi y Margall (cinco semanas), Nicolás Salmerón (siete semanas) y Emilio Castelar (cuatro meses). Si a esto añadimos la proclamación sucesiva y simultánea de “cantones” –ciudades que se erigían cuasi independientes del poder central– desde julio (primero Cartagena; después Valencia, Castellón, Alicante, Sevilla, Córdoba, Málaga, Cádiz y Granada), la idea del “federalismo” no resultaba a finales de 1873 muy bien parada. Un récord en devastación y destrucción, ya que históricamente han demostrado que son grandes expertos en demolición, pero no saben construir y además no quieren.
En el anterior artículo dejamos constancia del homenaje recibido por los tres primeros presidentes de esta república, ofrecido por la masonería y la gran simbología masónica que hay en sus tumbas. En este, dejaremos enlace a un artículo que nos explica muy bien toda la simbología masónica que contiene el monumento a Castelar, ubicado en el Paseo de la Castellana en Madrid.
En estas condiciones se iniciaba 1874, porque en el segundo día del año, el presidente Castelar solicitó al Congreso de los Diputados un voto de confianza, que le fue rechazado. El caos estaba servido y la locura campaba a sus anchas dentro del mundo parlamentario. Es entonces cuando El General Pavía, viendo la que se avecinaba (aún peor que lo que ese año republicano ya había demostrado), tomó la decisión de acabar con todos los desmanes republicanos y cantonalistas, viéndose obligado a dar un golpe de estado. Stanley Payne (historiador e hispanista, uno de los más reconocidos a nivel mundial), dice lo siguiente en su libro “365 momentos clave en la historia de España”: “El general Pavía, que había tomado parte en el destronamiento de Isabel II y colaborado en el triunfo de la revolución de 1868; sin embargo acabaría con el tipo de república que se había impuesto como «revolucionaria» en 1873, que apuntaba al federalismo. Las intenciones de Pavía, en la misma línea que las del malogrado Juan Prim de instaurar una monarquía parlamentaria distinta a la de los Borbones como un mal menor, ya no eran tan parlamentarias. Aunque había compartido con el presidente recién depuesto la idea de que España debía solucionar sus problemas por medio del orden y la disciplina, pero dentro de los límites constitucionales, ahora iba a demostrar a Castelar que los problemas del Estado «debían solucionarse» por cualquier medio”.
El general Pavía había enviado primero una nota al presidente del Congreso, Nicolás Salmerón (no confundir con presidente de la república, ya que éste era Castelar), para que desalojase el edificio. No es cierto que Pavía entrara en el hemiciclo con un caballo, tal como cuenta la leyenda, sino que contempló la salida de los diputados a lomos de su animal desde la calle. Gracias a él, se evitó que saliese un presidente cantonalista (que hubiese convertido a España en un régimen de taifas). Pavía había salvado a España in extremis. Nunca tuvo la intención de permanecer en el poder, solo fue un patriota que paró en seco a la mafia masónica que quería devorar España. Tras hacerlo, no asumió el poder, ahora quedaba la tremenda labor de organizar un nuevo gobierno.
Tras el golpe de Estado, Pavía convocó a todos los partidos políticos –excepto cantonalistas, federalistas y carlistas– para formar un gobierno de concentración nacional, que daría el poder al general Serrano, comenzando así una suerte de “dictadura republicana” que culminaría con la restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII.
Serrano perteneció, como Sagasta y Prim, al “Supremo Consejo de la Masonería española”. Aunque cometió multitud de errores, era distinto a toda esa pléyade de masones que conspiraba contra la nación y contra la Fe y que obedecían ciegamente a intereses extranjeros. Siendo ya regente, tras el golpe de Pavía, fue elevado en ceremonia masónica a caballero Kadosh (grado 30 de la masonería del Rito Escocés Antiguo y Aceptado). Alberto Bárcena, en su libro “La Pérdida de España”, comenta lo siguiente: “Pero Serrano, con todos sus fallos –que fueron de bulto– era distinto. Mariano Tirado Rojas recogió un suceso que viene a demostrarlo: Los miembros del Areópago quisieron llevar las cosas hasta el fin; más al presentar al general Serrano el crucifijo para que lo escupiera y pisoteara, según acostumbraban a verificarlo en sus reuniones secretas los Templarios, el Duque de la Torre (Serrano) se negó a ello resueltamente, y declaró que si era necesario perdería la vida antes de prestarse a semejante profanación”.
En el caso de cualquier otro, con suprimirle (como a Prim) hubiesen tenido bastante (por cierto que fue Serrano uno de los inductores del asesinato de Prim). Pero eliminar a todo un regente no era cosa fácil, ya que tenía medios a su disposición para acabar con todos ellos. Bárcena, nos refiere lo siguiente en cuanto a la resolución que tomaron los masones ante la negativa de Serrano a llevar a cabo tamaña profanación: “Se convino después de maduras reflexiones (de los masones), en hacer creer al Duque de la Torre que lo del Crucifijo era solamente una prueba para aquilatar su valor y serenidad, y después de felicitarle, por ambas cualidades, conferirle el grado 30, suprimiendo las demás formalidades como así se verificó”.
El golpe de Estado de Pavía mató la República. El Gobierno nacional que se había formado, presidido por el general Serrano, trató inútilmente de mantenerla todavía (porque, aunque no quiso escupir y pisar el Crucifijo, hay que tener en cuenta que seguía siendo masón). Mientras tanto, un político inteligente y habilidoso, don Antonio Cánovas del Castillo, trabajaba por otro camino en favor de Don Alfonso, el hijo de Doña Isabel II. Cánovas quería traer al rey de otro modo: no en lucha a campo abierto, sino contando con todos, mediante la habilidad y la intriga política. Pero ni aun así pudo evitar que el último empujón de su obra fuese de carácter violento y militar. El general Martínez Campos, al frente de una sola brigada, se sublevó en Sagunto y proclamó Rey a Don Alfonso XII.
De esta manera entraba en España un rey joven e inteligente, pero entraba rodeado de masones (como le ocurrió a su madre). Desde el primer momento, Cánovas incorporó a su Gobierno y a su obra muchos de los hombres de la República revolucionaria (masones), y algunos de estos, como Sagasta, pudieron permitirse el lujo de decir que servían a la Monarquía sin renunciar a una sola de las ideas que llevaron a la Revolución (ideas masónicas).
El poco de orden que impuso Pavía no tardaría en desaparecer por completo, dando paso a un caos mucho peor que el que evitó. Cánovas, a pesar de ser católico y conservador, no tuvo más remedio que entenderse con Práxedes Mateo Sagasta, un personaje con un pedigrí totalmente masónico, al que llamaban “el petrolero” (a causa de las iglesias que, al parecer, incendió en su juventud). Muchos reprochan a Franco (que hizo exactamente lo mismo que Pavía: parar el desastre) que tras ganar la guerra no abandonara el poder. Tenía la experiencia de Pavía y de Primo de Rivera, y sabía que la solución de España pasaba por acabar con la masonería, el verdadero problema de España, antes y ahora.
Pío Moa comenta lo siguiente: “No hay duda de que las dos experiencias republicanas en España han sido desastrosas. La primera llegó a amenazar la subsistencia de España como nación, hasta que la disolvió el general Pavía, él mismo republicano. La segunda comenzó por un pronunciamiento militar fallido, cuyo 70 aniversario se ha festejado estos días con un concienzudo olvido, y siguió con una enorme pira de iglesias, bibliotecas, escuelas y obras de arte; luego vinieron varias sangrientas insurrecciones anarquistas, el golpe de Sanjurjo y la insurrección de octubre del 34, primera batalla de la guerra civil, organizada por el PSOE y la Esquerra catalana”.
De la primera república hemos hablado en los dos últimos capítulos, de la segunda hablaremos en los posteriores. Pero no les quepa ninguna duda que lo que tienen en común ambas es haber contenido en su formación o desarrollo una cantidad ingente de masones, por eso acabaron de tan mala manera.
Restauración y atentado regio
En el capítulo anterior vimos cómo Pavía ponía fin a la locura de la Primera República. Tras la gobernanza de cuatro presidentes masones, España llegó casi a disolverse, la locura campaba a sus anchas en toda la península y los movimientos cantonales estuvieron a punto de conseguir el desmembramiento de España. Se volvió a instaurar la monarquía, y desde ese mismo momento la masonería, no habiendo aprendido nada de la experiencia republicana, se puso manos a la obra para llevar al país al próximo desastre: la Segunda República.
La monarquía fue restaurada (en la persona de D. Alfonso XII, hijo de Isabel II) tras este episodio caótico de nuestra historia. Pero la revolución no había sido vencida. El único periodo donde estuvo sometida fue durante la dictadura de Franco. José María Pemán dice lo siguiente: “El país recibe con júbilo la noticia y el Gobierno del general Serrano agacha la cabeza y cede. La Monarquía ha sido restaurada. Pero, ¿ha sido vencida la revolución? Entraba en España un rey joven, animoso, inteligente, pero entraba, desde el primer momento, en pacto con parte de la idea liberal y revolucionaria (masónica). Cánovas había entendido la restauración como una cuestión de gobierno, no como una cuestión más profunda, de victoria, a fondo, de toda aquella revolución política y social.
Don Alfonso XII alcanzó el bello nombre del «Pacificador». Al que añadió muchas pruebas de simpatía y buen corazón con su incansable afán de acudir en socorro de cuantas calamidades y miserias ocurrían en su reino. Así, con motivo de la terrible epidemia de cólera que afligió a Aranjuez, el rey, sin decir nada a sus ministros, se escapó una tarde, y se fue solo a visitar a los contagiosos enfermos que llenaban los hospitales. Pero el rey estaba herido de muerte. Una terrible enfermedad, la tisis, minaba su naturaleza. Era todavía muy joven cuando murió en El Pardo”.
Después de los seis años de caos que habían transcurrido desde la caída de Isabel II hasta el fracaso definitivo de la Primera República, Alfonso XII murió, víctima de sus excesos y de su grave tuberculosis, en 1885. Le sucedió como regente su segunda esposa, María Cristina de Austria, que estaba encinta de un niño que nacería rey, D. Alfonso XIII –serían sus padrinos el Papa León XIII (algo muy significativo) y la infanta Isabel, su tía–.
Poco antes de morir Alfonso XII, Cánovas había pactado con Sagasta una política convenida y artificial por la que disfrutarían del poder, uno tras otro, sus dos partidos: los conservadores y los liberales. Uno y otro subían y bajaban, como cunitas de feria, sin que el verdadero pueblo español interviniera para nada en aquel juego ni se interesase por él (cualquier parecido con la actualidad es para pensarlo).
Lo primero que hizo Sagasta, cuando tuvo el poder, fue devolver sus cátedras a quienes habían sido cesados por sus ataques a la religión. Tengamos en cuenta, que Sagasta fue durante cinco años claves (1876-1880) Gran Maestre y Soberano Gran Comendador del Gran Oriente de España. De hecho, Sagasta fue uno de los diez jefes de Gobierno español perteneciente a la masonería entre 1868 y 1936. Los catedráticos rehabilitados por Sagasta trajeron a las Universidades el krausismo con todo su ideario masónico.
Esta filosofía propugnaba un nuevo humanismo, sin dogmatismos y con un espíritu panteísta. Uno de sus representantes fue Karl Christian Friedrich Krause, cuyas obras fueron traducidas al español por un jurista, Julián Sanz del Río. A partir de este momento, el pensamiento de Krause se introdujo en los ambientes universitarios de Madrid. Entendamos que el panteísmo es una filosofía que piensa que el mundo es la única realidad verdadera: Dios, en este caso, queda reducido al mundo. Así también es el culto a la Pachamama, porque se le identifica como una representación de la madre naturaleza, pero no es solamente eso. La Pachamama es todo lo creado y es un ser personal con el que se puede dialogar, negociar, pedir protección, etcétera. El espíritu Krausista se lanzó desde ese momento a colonizar las universidades, afianzando el peso de la masonería en el mundo académico, que ya no abandonaría hasta nuestros días.
Para hacernos una idea de cómo Alfonso XIII estuvo rodeado de masones desde su nacimiento (cosa que, a la postre, le costaría el exilio y casi la vida, por no sucumbir a los deseos de la secta), como anécdota curiosa, pero muy ilustrativa, transcribimos unas palabras de Barcena de su libro “La Pérdida de España”: “El 17 de mayo de 1886, al sonar la salva número 16 en el Campo del Moro, la Plaza de Oriente era un clamor jubiloso de adhesión a la dinastía, y, concretamente, al recién nacido: eran l5 salvas para una infanta, luego acababa de nacer un rey. Poco después, Sagasta, como Jefe del Gobierno, presentaba, sobre un almohadón, al nuevo rey católico, que sería bautizado con los nombres de Alfonso, León (por su padrino, el papa), Fernando (nombre de su antepasado, el rey santo), Santiago, por el Patrón de España, e Isidro, por el de Madrid. Todo conforme a la tradición, salvo que quien traía en sus brazos al continuador de la dinastía histórica era un grado 33 ¡Y no cualquiera!”.
Otro ejemplo claro, que ilustra muy bien la farragosa acción de la masonería y cómo, por muy adepto que parezca un gobernante masón al régimen establecido (como es el caso de Sagasta, portando al rey recién nacido) es el siguiente: Ruiz Zorrilla, antiguo camarada de Sagasta en conspiraciones anti borbónicas, exiliado en Francia y creador de una consistente red de antimonárquicos masones, desde París, conspiraba y creó también una secreta Asociación Militar Republicana, contando para ello con la ayuda de Manuel de Villacampa, un militar que había participado en la Gloriosa (la revolución tras la que fue desposeída del trono Isabel II). Villacampa también era masón. En la noche del 19 de septiembre de 1886, cuando Alfonso XIII contaba solo con cuatro meses, el General, marioneta de Ruiz Zorrilla (Villacampa), al frente de dos compañías, tomaba la estación de Mediodía. Esta acción la llevo a cabo a instancias del masón Ruiz Zorrilla, para evitar que se afianzara la regencia de María Cristina (madre de Alfonso XIII). Los sublevados fusilaron en plena calle de Alfonso XII a un coronel y a un general. El levantamiento fue sofocado por el general Pavía (el mismo que dio el golpe incruento que acabó con la nefasta I República), Villacampa huyó y fue apresado, y, tras ser juzgado, fue condenado a muerte. Pero “sorpresa”: Sagasta lo indultó. Había prometido al gobierno que se cumpliría la sentencia, pero acto seguido, le concedió el indulto.
Este indulto fue claramente una exigencia de la masonería a Sagasta. Prueba de ello, es el homenaje que la logia “Comuneros de Castilla, nº 289”, le otorgó a Sagasta por causa de ese acontecimiento:
1. “Que habéis sabido cumplir dignamente como masón, con los deberes que os imponen vuestros juramentos al ingresar en la Orden.2. Consignar en acta vuestro nombre como digno miembro de la masonería española, juntamente con el de nuestro querido hermano Moret”.
Y otros honores más que no mencionamos. De Moret, hablaremos más adelante.
Damos un gran salto (por no alargarnos más), aunque dejamos atrás multitud de enredos y manejos de la masonería en este periodo histórico, y pasaremos a comentar el atentado perpetrado por estos incansables enemigos de la paz y la libertad (aunque se jactan de pacíficos y libertadores) al Rey D. Alfonso XIII. Comenta Barcena: “Fue un atentado completamente masónico; sus dos autores, Francisco Ferrer Guardia y Mateo Morral, pertenecían a la Masonería, y el encubridor, José Nakens, también. El primero fue, indudablemente, el cómplice y colaborador necesario; el segundo, el cerebro y ejecutor material. Y el resultado, veintitrés muertos y sesenta heridos ensangrentando la calle Mayor de Madrid el día de la boda de los reyes; 31 de mayo de 1906.
El proceso contra Morral, Francisco Ferrer y José Nakens empezó a sufrir sospechosas demoras en medio de ocultas y crecientes presiones. En los debates parlamentarios sobre el regicidio quedó demostrada la culpabilidad de Ferrer y de Nakens. […] La sentencia absolvía increíblemente a Ferrer pese a reconocer su culpabilidad en los considerandos […]”.
Un diputado radical, muy próximo a la Masonería, reconocía que el desenlace del proceso por el atentado se debió a «presiones de todos conocidas». Presiones de la masonería, que no permitía el castigo de un indudable crimen masónico. Se pueden comparar estas circunstancias con las acaecidas últimamente en España y los indultos a los golpistas catalanes: ¿Por qué? Porque la masonería gobierna hoy como nunca en nuestro país. Nada nuevo bajo el sol.
En el siguiente capítulo veremos cómo la masonería le propone al Rey su adhesión a la misma, y al no aceptar se desencadenó todo un proceso de erosión que terminó con la salida de Alfonso XIII de España. Tras instaurarse la Segunda República, que fue aceptada por todo el mundo, ellos mismos la demolieron para intentar implantar en España el comunismo. Fueron los responsables de la Guerra Civil.
Un «spoiler»
En algunos países, el spoiler se conoce como “destripe”. Puede entenderse este concepto como el dato que anticipa el final de una obra o que, al menos, brinda información muy relevante acerca del desarrollo de la historia, al punto de atentar contra el impacto que sus creadores esperaban causar en el público.
En este artículo hacemos un parón dentro de la serie que viene explicando la acción de la masonería en España (en los siguientes retomaremos el ritmo que traíamos), porque antes de continuar, vamos a «auto-destriparnos», revelando las intenciones que desde un principio tuvo la secta masónica y descubriendo el que sería el último capítulo de esta serie. Estos propósitos son desconocidos por la mayoría de los miembros de la secta, ya que muchos se integran en ella para obtener beneficios, sin importarles mucho el fin último de la misma.
El pequeño porcentaje de masones que gobiernan por encima de todos los demás son de corte luciferino, y, como buenos seguidores de su patrón, tienen las mismas intenciones que éste. El mandato de Dios a Noé tras el diluvio fue: “Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra” (Génesis 9-1). Por eso no es de extrañar que las intenciones del demonio sean las contrarias:
“No seáis fecundos, disminuid y vaciad la tierra”
En todo lo diabólico se percibe siempre una forma de copiar al revés. Si lo cristiano se caracteriza por enaltecer la Cruz, lo diabólico lo asume pero lo invierte. Si para el católico la Misa es el máximo acto sagrado, lo diabólico la adopta y la agravia (las llamadas «misas negras»). Si la historia sagrada se considera descendiente de Set, ellos inventan una cronología que los lleva hasta Caín. Y así, de manera progresiva, lo satánico va adoptando toda la sacralidad y simbología cristiana e intenta invertirla. Por lo tanto, no es casual que en estos últimos tiempos, la masonería luciferina (que es la que controla a toda la masonería), que goza de gran poder mundial, haya decidido dar el gran paso de darle la vuelta o subvertir el mandato divino de “sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra”, algo que venía pergeñando desde tiempos pretéritos.
Desde siglos atrás se vienen implementando teorías, filosofías e ideologías para despoblar el planeta, actividad ésta que, curiosamente, siempre fue llevada a cabo por miembros de la masonería pertenecientes a todas las disciplinas. Thomas Malthus era un cura anglicano, miembro destacado de la masonería británica y uno de los impulsores históricos del liberalismo económico en tiempos de la revolución industrial. Fue miembro, desde 1819, de la Royal Society, una organización secreta que aun hoy, con la reina Isabel II como su máxima autoridad (como sabemos, acaba de fallecer), cultiva los principios de la masonería en Inglaterra y en el mundo occidental. Este miembro de la masonería pensaba que la tierra no tenía capacidad para alimentar a tanta gente. Y ya en el siglo XIX teorizaba de la siguiente manera:
“Un hombre nacido en un mundo que ya es propiedad de otros, si no logra obtener subsistencia de sus padres, a quienes puede en justicia demandar, y si la sociedad no requiere su trabajo, no puede pretender el derecho a la menor porción de alimentos y, de hecho, no tiene nada que hacer allí donde está. En el ingente banquete de la Naturaleza no hay para él un puesto vacío. Ella le ordena salir, y pronto ejecutaría ella misma sus órdenes si él no logra despertar la compasión de algunos de sus invitados. Si estos invitados se levantan y le hacen un hueco, otros intrusos aparecerán inmediatamente en demanda del mismo favor. La noticia de una provisión para todo el que acuda llena la sala con numerosos pretendientes”.
En 1931, Giovanni Papini publica una novela muy curiosa: “Los diarios del GOG”, donde relata un episodio muy clarificador sobre algo que hoy entenderíamos perfectamente:
“Esta mañana, mientras me hallaba preparando tranquilamente mi itinerario asiático, se me ha presentado un hombre de unos cincuenta años, amable y casi obsequioso, quien me ha manifestado que debía hablarme a solas de cosas muy importantes. Hice salir a mi secretario y me dispuse a escucharle. —¿Conoce usted la Fom? —me ha preguntado en voz baja el visitante. He tenido que admitir que no había oído hablar nunca de ella. Me lo imaginaba. Y es mejor que sea así. Se trata, como le explicaré, de una Liga secreta. Mis jefes creen que la adhesión de usted sería infinitamente de desear. He creído que se trataba de una especie de Ku-Klux-Klan y he manifestado que en manera alguna quería mezclarme en sociedades secretas. Cuando le habré dicho lo que es la Fom estoy seguro de que cambiará de manera de pensar".
El nombre, como ya debe imaginarse, es una sigla de iniciales. Nuestra Liga se llama: Friends of Mankind y sus fines son completamente desinteresados. Los fundadores, cuyos nombres me es imposible revelarle, han partido del siguiente principio: el aumento continuo de la Humanidad es contrario al bienestar de la Humanidad misma. Por medio de la industria, la agricultura y la política colonial, se intenta suplir el déficit, pero está claro que dentro de algún tiempo habrá un balance demasiado desigual entre el banquete y el número de los que al banquete asisten. Malthus tenía razón, pero se equivocó al creer demasiado cercano el desastre. En realidad, la Naturaleza, en forma de terremotos, erupciones, epidemias, carestía y guerras, viene a diezmar de un modo periódico al género humano. También el tráfico automovilístico, el comercio de estupefacientes y los progresos del suicidio contribuyen, desde hace algún tiempo, a la reducción de los habitantes del planeta. Pero todas estas, llamémoslas providencias, no consiguen compensar el aumento de nacimientos, sin contar que son, para las víctimas, formas dolorosas de supresión.
¿Cómo remediarlo? Aunque no hayamos llegado al hambre, está cercano el momento en que nuestras raciones se verán reducidas. Y entonces es cuando interviene la Fom. Esta se propone acelerar racionalmente la desaparición de los que sean menos dignos de vivir. La nuestra podría llamarse –en su primera fase– la Liga para la eutanasia inadvertida. El inconveniente de las calamidades naturales –como las epidemias y las guerras– es que provocan la desaparición de los jóvenes, de los inocentes, de los fuertes. Pero si es necesario hacer un expurgo sobre la tierra, es justo, ante todo, eliminar a los inútiles, a los peligrosos o a aquellos que han vivido ya bastante. El terremoto y la cólera son ciegos; nosotros tenemos ojos y muy buena vista. Nuestra Liga se propone, pues, apresurar de un modo dulce y discreto, y en el secreto más absoluto, la extinción de los débiles, de los enfermos incurables, de los viejos, dé los inmorales y de los delincuentes; de todos esos seres que no merecen vivir, o que viven para sufrir, o que imponen gastos considerables a la sociedad. Los medios de que nos servimos son los más perfeccionados:
venenos que no dejan rastro, inyecciones a altas dosis, inhalaciones de gases anestésicos y tóxicos. A nuestra Liga pertenecen muchos médicos, enfermeros y criados, los que se hallan en las condiciones más favorables para esos actos humanitarios, y los resultados son excelentes. Pero forman también parte de ella numerosos particulares que se prestan, con toda la cautela necesaria, a suprimir a un amigo, a un pariente y también a simples desconocidos. La moral pública, ofuscada por las viejas supersticiones, no ha llegado todavía a reconocer, o al menos a tolerar, nuestras operaciones benéficas, y por eso nos vemos obligados a obrar con el más profundo secreto. Ninguno de los nuestros, hasta ahora, ha sido descubierto, y, a despecho de los obstáculos, las estadísticas de mortalidad, desde que se constituyó la Fom, demuestran que nuestro trabajo filantrópico no ha sido inútil”.
A nadie se le escapa que es un relato (aunque novelado) muy llamativo, y pareciera que Papini supiese bastantes cosas de las sociedades secretas. Pero más aún: en la novela “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, publicada en 1932, nos presenta un mundo nada deseable, donde a través del control de la natalidad, el adoctrinamiento desde la niñez, las drogas y la tecnología, se consigue cambiar radicalmente la sociedad. Las élites consiguen un cambio radical de paradigma social a través de estos y otros medios. Un mundo homogéneo, ecologista, hipersexualizado, polígamo. Donde han desaparecido la familia, la libertad, la propiedad privada, la privacidad, la diversidad cultural, la literatura, la religión, la filosofía y el amor.
En el caso de Huxley, habría que dar un pequeño repaso a su historial familiar. Aldous Huxley era hermano de Julian Sorell Huxley, biólogo evolutivo, escritor, humanista y eugenista (ciencia del buen nacer). Los mecanismos para conseguirla pueden ser “positivos” –por el fomento de la reproducción de los más aptos– o “negativos” –por las trabas o la incapacitación a los “menos aptos” para que no se reproduzcan–. También fue el primer director de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). Además, era nieto de Thomas Henry Huxley, que también tenía ideas eugenésicas.
El abuelo y el hermano de Aldous Huxley eran miembros reconocidos de la masonería, luego, podríamos inferir, que la novela no era algo ficticio, sino una manera de avisar sin ser tomado por loco.
Más aún: en 1974, Henry Kissinger, Secretario de Estado en el gobierno de Nixon elevó un informe cuyo título era el siguiente: “Implicancias del Crecimiento Poblacional, para la Seguridad de los Estados Unidos y sus Intereses de Ultramar” (también conocido como “Informe Kissinger”). En ese informe decía que en el siglo XXI Estados Unidos tendría necesidad de recursos que se encontraban yacientes en los países pobres. Apuntaba después que si esos países alcanzaban un crecimiento poblacional importante, sería inevitable su desarrollo industrial. Desarrollo que debían evitar a toda costa, y que había que eliminar el talento de los individuos jóvenes de esos países que pudiesen oponerse a la explotación extranjera. La manera que proponía para evitar ese auge era promover el aborto en dichas poblaciones. Remataba textualmente diciendo: “Lógicamente, para que los países anfitriones de nuestras políticas no sospechen (…) debemos ocultar nuestros objetivos demográficos, detrás de planes sanitarios”.
Ni mencionar, tan siquiera, la relación estrecha de Kissinger con la masonería.
Más aún: el Presidente de Argentina, Alberto Fernández, en una entrevista dirigida por Jorge Fontevecchia llego a decir lo siguiente:
“Mantener una persona con vida, cuesta mucha plata, con toda la aparatología la medicación. Yo lo que quiero es una política más racional. Eso que dije antes, una política más racional y menos emocional”.
Dejaremos el enlace a esta entrevista porque, ciertamente, puede parecer que sacamos esta frase de contexto. Es cierto que la sacamos de contexto, pero para el que escribe, no deja lugar a dudas la mala intencionalidad de esas palabras. No obstante, cada quien saque sus propias conclusiones. Alberto Fernández fue iniciado en la masonería y es un ejemplo de tantos otros que podríamos traer a colación.
Estas teorías eugenésicas empiezan a calar en la población. Una concejala de juventud del ayuntamiento de Arrecife (Las Palmas de Gran Canaria), Elizabeth Merino, llegó a decir lo siguiente:
“Yo pienso que este virus que ha mutado ya dos veces, en aras de poder matar a las personas mayores, es un aviso de la naturaleza de que estamos llenando la tierra de ancianos”.
Alguien podría preguntarse: ¿Cómo, puede existir algún grupo humano que se decante por seguir a Lucifer? Una pregunta muy lógica, pero hay que tener en cuenta que la idea que tienen estos personajes sobre Lucifer es muy particular. Nos lo aclara muy bien el ex masón Gabriel López de Rojas, en una entrevista que concedió a Jiménez del Oso y que aún circula por la red:
“¿Qué es la orden Illuminati? La orden Illuminati es una orden masónica, ocultista y luciferina, que se dedica a dar una iniciación a las personas que se acercan a sus puertas.
¿Qué pinta Lucifer en una orden así? Para los no iniciados, Lucifer es el maligno, ya que tienen una formación cristiana y prioritariamente católica. Para nosotros (en los grados inferiores) Lucifer es un ángel de luz, que ilumina las tinieblas interiores y conduce a la unión con Dios. Y en los grados superiores, enseñamos que Lucifer es el propio Dios.
El Dios cristiano es dogma, limitación, amputación, castración, muerte. Lucifer está más unido a la libertad, libre albedrío y unos planteamientos totalmente contrarios. Nosotros consideramos mucho más maligno al dios de los cristianos que a Lucifer”.
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