Dos atentados y la semana trágica
En nuestro penúltimo artículo, rematábamos comentando muy de pasada el atentado perpetrado por estos incansables enemigos de la paz y la libertad (los masones, aunque se jactan de pacíficos y libertadores) al Rey D. Alfonso XIII. Fue un atentado completamente masónico; sus dos autores, Francisco Ferrer Guardia y Mateo Morral, pertenecían a la Masonería, y el encubridor, José Nakens, también. En este artículo, hablaremos un poco más de estos tres personajes.
El anarquismo y la masonería tuvieron un estrecho vínculo. Anteriormente al atentado cometido en la persona de Alfonso XIII, que fue llevado a cabo, el 31 de mayo de 1906, se había perpetrado el asesinato de Cánovas del Castillo. Tuvo lugar el 8 de agosto de 1897 en el balneario de santa Águeda (Guipúzcoa) donde el presidente del gobierno español pasaba unos días de descanso, y fue obra del anarquista italiano Michelle Angiolillo, que le descerrajó tres disparos a quemarropa. La conjura de la que formaba parte este “Angiolillo”, y de la cual fue simplemente el ejecutor y cabeza de turco (ya que fue el único ajusticiado), obedecía a los intereses masónicos de la independencia de Cuba. Dicha conspiración se llevó a cabo a través de un portorriqueño, “Emeterio Betances” (masón), y también en contacto con el republicano José Nakens, director de la publicación “El Motín” (semanario satírico, republicano y anticlerical), siendo Nakens, masón también, por supuesto. Este magnicidio se llevó a cabo porque Cánovas, era el único partidario de llevar a cabo la defensa de las provincias de ultramar que aún quedaban. El asesinato de Cánovas dio paso en la presidencia del gobierno al masón Sagasta, que allanó el camino para la pérdida de las provincias de ultramar. Todo esto, con la complicidad del presidente americano que declaró la guerra a España, William Mckinley.
Mckinley también pertenecía a la masonería. Vemos aquí muy claramente el peligro que encierra la secta, pues éste es un ejemplo claro de cómo los masones no se deben a sus patrias ni a sus estados: se deben y obedecerán siempre los dictados de su organización por encima de los intereses de sus propios países. En este caso, Angiolillo, Emeterio Betances, José Nakens, Sagasta y Mckinley, trabajaron todos por una misma causa común, siendo todos de nacionalidades distintas. Aunaron sus esfuerzos en pro del interés de la masonería internacional. Como ya dijimos, en 1906 se vuelve a atentar, esta vez contra Alfonso XIII el mismo día de su boda. No consiguieron asesinar al Rey, pero dejaron decenas de muertos y heridos (hombres, mujeres, niños y ancianos) que se encontraban en la calle contemplando el paso de la comitiva real. Volvemos a tener a Nakens, como colaborador y encubridor de este atentado regio, el cual llevó a cabo el anarquista y masón Mateo Morral pero que contó también con la colaboración de otro masón y anarquista: Francisco Ferrer Guardia. Gente toda esta muy distinta, pero hermanadas por el odio masónico a España. Esta conspiración pretendía propiciar un levantamiento que de nuevo instaurase la república. Sobre Ferrer Guardia, dice Alberto Bárcena en su libro “Iglesia y Masonería” lo siguiente:
“Ferrer Guardia había mantenido estrecho contacto con uno de los principales protagonistas de La Gloriosa, el que fuera Gran Maestro del Gran Oriente español, Manuel Ruiz Zorrilla. Se encontraron en París donde el antiguo ministro de Amadeo de Saboya se había exiliado poco después de la Restauración, y el otro llegaba huyendo de las consecuencias que pudiera acarrearle el haber participado en la intentona golpista republicana del general Villacampa, en septiembre de 1886.
Había ingresado en la Masonería en 1883, a la edad de 25 años, alcanzando, como sabemos, el grado 32; perteneció a la logia barcelonesa Verdad y su nombre simbólico fue Zen. Era un fiel discípulo de Bakunin y de Anselmo Lorenzo, «hermanos» suyos”, además, en cuanto a su pertenencia masónica. Y de ellos heredaba la convicción de que la «propaganda por el hecho», es decir la comisión de atentados sangrientos, cuanto más visibles mejor, resultaba necesaria para acceder a ese mundo nuevo que la secta imaginaba desde hacía más de dos siglos; tres si contamos el precedente alemán de los rosacruz. La ocasión propicia se presentó al anunciarse la boda del rey de España, que congregaría en Madrid a representantes de todas las casas reales de aquella Europa todavía mayoritariamente monárquica. Fue un atentado completamente masónico; sus dos autores Francisco Ferrer Guardia y Mateo Morral pertenecían a la Masonería, y el encubridor, José Nakens, también. El primero fue, indudablemente, el cómplice y colaborador necesario; el segundo el cerebro y ejecutor material”.
Mateo Morral lanzó un artefacto a la carroza de los novios, que milagrosamente salieron ilesos, aunque causo muchas víctimas. Tras hacerlo, salió huyendo y vino a esconderse en la redacción de “El Motín” (periódico del cual era director José Nakens). Esto lo contó el mismo Nakens en una carta a su colega el director de “La Correspondencia de España”, señor Romeo. Bárcena, relata el contenido de dicha carta:
“Después de tomar una cerveza en Cuatro Caminos, había llevado a Morral a casa de un amigo, en el Puente de Ventas, que lo escondió. Reconocía, además, haber obrado de igual manera con el anarquista Angiolillo, el asesino de Cánovas. Empezaba su carta pidiendo a Romeo que la publicara; cosa que este hizo, de modo que todo Madrid conoció inmediatamente los detalles de los encubrimientos que convertían a Nakens en cómplice de dos magnicidios; uno de ellos, el más reciente, en grado de tentativa, con los resultados que sabemos. La conexión entre «hermanos», aún sin haberse visto ellos antes, como era el caso de Morral y Nakens, funcionaba; lo asombroso era la desfachatez del periodista, que justificaba su acción”.
Nos centraremos ahora, en Ferrer Guardia, conspicuo masón y anarquista rabioso. Un personaje muy peligroso, vehemente y agresivo. Responsable directo de los desmanes de la “Semana Trágica”. Ferrer fue el fundador de la llamada “Escuela Moderna” y desarrolló este proyecto (como él mismo decía) para introducir las ideas de la revolución en el cerebro de los niños, a fin de destruir las ciudades de sus fundamentos. Predicaba una revolución sangrienta, “ferozmente sangrienta” llega a decir. Porque (según él) debía salir de ahí la purificación de las conciencias y esto justificaba que corriera la sangre a torrentes. Mateo Morral trabajaba para Ferrer en dicha escuela; tras el atentado regio acabó “suicidándose”, como dijeron las noticias, al no poder escapar. Ferrer y Nakens, salieron indemnes gracias a la protección de las logias y de sus medios afines. Más tarde Ferrer sería condenado a muerte y ejecutado, pero no por el atentado a los reyes, sino por ser el responsable directo de la “SEMANA TRÁGICA”.
Don José María Pemán, en su libro “Historia de España Contada con Sencillez”, dice lo siguiente: “En Barcelona la protesta revolucionaria contra el envío de soldados a África toma carácter violentísimo y se produce la llamada Semana Sangrienta. Durante siete días son dueñas de la ciudad las turbas. Se queman muchas iglesias, y los revolucionarios llegan a bailar por las calles con los cadáveres de las monjas asesinadas. Jefe de toda aquella barbarie era el revolucionario y masón Francisco Ferrer, fundador de una «escuela moderna», donde se enseñaba que Dios no existía y la bandera de la Patria no era más que “un trapo en la punta de un palo”… El gobierno de Maura procede con energía y fusila a Ferrer. Ante este fusilamiento, el enemigo revolucionario que España tiene enfrente enseña toda su cara y aparece en toda su verdad. La masonería de todo el mundo organiza una enorme campaña de calumnias e injurias contra España. Vuelve a salir, con nueva irritación, toda la vieja «leyenda negra». En Bélgica se llega a levantar un monumento al fusilado español. Se ha visto claro que el enemigo sigue siendo el de siempre: el mundo impío –hereje ayer, masón hoy–, constante enemigo de la España defensora de la fe. Las injurias son las mismas que en los tiempos de Carlos V y de Felipe II y es que la batalla que España tiene que pelear es también la misma”.
Un escritor de la época llegó a decir que durante esa semana se quemaron 62 edificios religiosos, se satisfacen venganzas personales, se asesinan sacerdotes, se violan religiosas, y hasta algunos energúmenos bailan por las calles con cadáveres de monjas. De todo esto existe mucho material grafico. Como vemos, no podía faltar como siempre el gran ingrediente masónico en este nuevo episodio: no falla nunca. Obviamente nos referimos a la persecución religiosa en su más grave expresión. Pero como ya dijimos anteriormente, esta vez Ferrer Guardia fue sometido a consejo de guerra, condenado y ejecutado. No obstante la masonería internacional hizo todo lo posible por evitar este ajusticiamiento, pero sorprendentemente (excepcionalmente, porque suelen ser muy eficaces) no obtuvo ningún éxito. No obstante, consiguieron crear el mito heroico que persiste hasta el día de hoy sobre Ferrer Guardia. El 13 de octubre de 1990, el ayuntamiento de Barcelona inauguró en Montjuic un monumento en memoria de este personaje. Unamuno conocía perfectamente a Ferrer, y decía lo siguiente: “Se fusiló con entera justicia al mamarracho de Ferrer. Mezcla de tonto, loco y criminal cobarde. Aquel monomaniaco con delirios de grandeza y erostratismo (manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre), se llevó a cabo una campaña indecente de calumnias, embustes y mentiras para intentar salvarlo”.
Francisco Franco era un gran conocedor de la masonería, y su versión del asunto que estamos tratando coincide totalmente con las de Bárcena y Pemán. No solo eso, sino que aporta algunos datos más. En su libro “Masonería”, nos relata lo siguiente: “Ferrer había pertenecido a la Logia “La Verdad”, de Barcelona. Casado legítimamente, tuvo cinco hijos. La primera, Trinidad, fue bautizada; los otros cuatro, Paz, Luz, Sol y Riego, no lo fueron. Expatriado a Paris, ingresó con sus dos hijas mayores en la Logia de la Rué Cadet, donde ocupó altos puestos. En 1893 se separó de su esposa, haciendo amistad con la señora Meunier, que pagó sus campañas y acabó dejándole su fortuna. Su liberalidad en Las Logias le había creado entre ellas una situación preponderante. Probada su culpabilidad en los sucesos de la Semana Sangrienta, que había desencadenado con el dinero traído de Francia, fue condenado a muerte después del oportuno proceso. La prensa francesa, durante el mes de agosto, se desata en campañas derrotistas al relatar los sucesos de nuestra Patria. En los periódicos belgas y franceses, en los días anteriores a la detención de Ferrer, se fingen entrevistas con él para que parezca que se encuentra en Bruselas y Paris y no se le busque en Cataluña, donde, al fin, es aprehendido. Cartas, consignas masónicas, reuniones de izquierdas, viaje a España del barón de Bonet a ver a Moret, fueron factores importantes de la masonería en aquellos días, y cuando tiene lugar la ejecución estallan en todas las grandes poblaciones de Europa las manifestaciones y las campañas violentas de Prensa contra tal ejecución ¿Injusticia? Sí, la hubo en parte: se ejecutaba al jefe directo y a dos pequeños autores materiales de los hechos; pero quedaban en la impunidad y recogían el fruto los que le habían preparado el ambiente. Los liberales masones se unen el día 18 en las Cortes a los republicanos para combatir al Gobierno, negándole toda colaboración. El Gobierno dimite, y, en frase histórica de Maura, “queda rota la normalidad constitucional”. La masonería había ganado su primera batalla. En el suceso que Lequerica refiere ganó la segunda. La tercera se dio en la casa de aquel prócer español en 1931, cuando se reunían los políticos liberales masones para expulsar a la Monarquía (…). Por mucho que se la quiera desfigurar, la Historia clama y acusa. Entre los grandes servicios prestados a nuestra Nación por la Cruzada, tal vez el mayor es el de haber redimido a España de la masonería, y éste es el hecho que constituye la causa real de la campaña indigna de difamación que contra nuestra Nación y Régimen se ha desatado. No hay que engañarse con ella: o renunciamos a nuestra soberanía, para entregarnos a la infamia de la traición dirigida desde el extranjero, o hemos de tener como un timbre de honor el sufrir esos ataques, que con nuestra unión se desharán en la impotencia. Todo cuanto pasa en el exterior y cuanto bordeando la traición contemplamos dentro, todo obedece a las mismas consignas y propósitos. Los masones se revuelven, y hemos de celar para que no retoñen, pues con ellos penetra el estigma de la traición”.
En los capítulos que llevamos de esta serie, queda ya muy claro (para el que tenga ojos en la cara y luz en la mente) que muchas conspiraciones han sido provocadas por los masones. Por eso no podemos estar más de acuerdo con Franco, cuando dice: “Los masones se revuelven, y hemos de celar para que no retoñen, pues con ellos penetra el estigma de la traición”.
Los masones amenazan al Rey Alfonso XIII
Terminábamos el último capítulo relatando los acontecimientos de la “Semana Trágica”, que al final concluyeron, como siempre acaban todos los disturbios masónicos, asesinando curas y monjas e incendiando edificios religiosos. Esto es siempre una ley inmutable de la física masónica. Ferrer Guardia había sorteado sin grandes dificultades a la justicia en sus dos fechorías anteriores (la conspiración de Villacampa y el atentado contra Alfonso XIII) gracias a la gestión de la masonería. Pero a la tercera fue la vencida, y no pudo escapar de ser juzgado por sus responsabilidades en los grotescos acontecimientos de la “Semana Trágica”. Fue condenado y ejecutado el 13 de octubre de 1909.
El año anterior a la ejecución de Ferrer 1908, la masonería (que no descansa en ninguna parte), llevó a cabo un atentado contra la familia real portuguesa. Nos cuenta Bárcena: “En 1908 llegó el turno de los Braganza: el 1 de febrero fue el «regicidio de Lisboa»: en la plaza del Comercio murieron asesinados Carlos I y su heredero, Luis Felipe, de 19 años de edad. Los asesinos pertenecían a “la Carbonería”, una sociedad secreta que, a pesar de su supuesta independencia, formaba parte de la estructura del Gran Oriente Lusitano Unificado 765. Solo resultó ilesa la reina Amelia, que viajaba en el mismo carruaje; la familia real no tenía la menor posibilidad de escapar con vida; 18 asesinos, organizados en tres grupos, cubrían el recorrido hasta palacio. Los primeros que tenían que actuar —Alfredo Costa (maestro) y Manuel Buiça (sargento del Ejército), ambos miembros de la Carbonería— cumplieron su cometido; aunque no lograron matar a todas las víctimas previstas; el menor de los hijos del rey, de 18 años, que también resultó herido en el atentado, sobrevivió al mismo, y días más tarde se convertía en Manuel II. Pero su reinado, como era previsible, duraría poco: en octubre de 1910 se proclamaba la República y se desataba la consabida persecución religiosa, según el modelo francés de la III República —con el mismo rigor—, mientras la masonería se hacía con los resortes del poder político a todos los niveles de la Administración. El primer ministro de la recién proclamada República, Alfonso Costa, ordenó cerrar bruscamente el sumario abierto por el regicidio, sin llegar a conclusiones definitivas y, por tanto, sin castigos”.
Es decir: matan como quieren, cuando quieren y “aquí no pasa ná”. Ya lo decía León XIII en su famosa encíclica Humanum Genus: “Pero sabemos muy bien que todos nuestros comunes esfuerzos serán insuficientes para arrancar estas perniciosas semillas del campo del Señor si desde el cielo el dueño de la viña no secunda benignamente nuestros esfuerzos. Es necesario, por tanto, implorar con vehemente deseo un auxilio tan poderoso de Dios que sea adecuado a la extrema necesidad de las circunstancias y a la grandeza del peligro. Levántase insolente y como regocijándose ya de sus triunfos, la masonería. Parece como si no pusiera ya límites a su obstinación. Sus secuaces, unidos todos con un impío consorcio y por una oculta comunidad de propósitos, se ayudan mutuamente y se excitan los unos a los otros para la realización audaz de toda clase de obras pésimas. Tan fiero asalto exige una defensa igual: es necesaria la unión de todos los buenos en una amplísima coalición de acción y de oraciones”.
Estos episodios tienen mucha analogía con los indultos del Gobierno de España a los nueve políticos condenados por el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017. El presidente Pedro Sánchez justificó la medida de gracia porque, según decía, “era el momento de la política, de pasar página”. Curiosamente, el jefe de estrategia de Pedro Sánchez en el PSOE, Antonio Hernández Espinal (Sevilla, 1973), el hombre que preparó la campaña socialista para las elecciones andaluzas de 2022, pertenece a la masonería. También llama la atención, la fijación que demuestra Sánchez por la localidad almeriense de Mojacar. En una entrevista le preguntaron: ¿Un viaje que le gustaría hacer? Y ¿Un lugar para perderse? A la primera contestó que “siempre Mojacar”, y a la segunda, insistió de nuevo en Mojacar. Mojacar es un municipio de la provincia de Almería.
Almería fue una tierra de asentamiento de la masonería a lo largo del siglo XIX. En esa provincia, se han llegado a localizar puntos álgidos en cuanto a la proliferación de organizaciones encargadas de captar a las personas para el crecimiento de la organización. Durante ese siglo se produjo un movimiento que llegó a acaparar una población elevada. Los ideales masónicos se expanden por la provincia de Almería entre 1880 y 1890. En esa época, existían alrededor de 700 masones agrupados en unas 17 logias. Estos ideales se vieron favorecidos por la llegada al poder de los liberales, bajo la presidencia de Mateo Sagasta en 1881. Estas logias almerienses estaban repartidas en dos grandes grupos, con diferentes obediencias. Cada uno tenía sus órganos directivos y constitución propia, estos eran el Gran Oriente Nacional de España y el Gran Oriente Español. Si vemos el mapa de las logias masónicas de Andalucía, es sorprendente ver que existe una logia en Mojacar, población que cuenta con tan solo 6000 habitantes. No obstante, a pesar de ser tan pequeña, en ella reside Stuart Walters, un septuagenario inglés afincado en esa localidad desde que se jubiló y que se ha convertido en uno de los miembros más activos de la masonería española.
Tras este inciso, retomamos la línea histórica de nuestro artículo, y saltamos a 1911. Del 25 al 30 de junio de 1911 se celebró en Madrid el XXII Congreso Eucarístico Internacional convocado por el Papa para dar culto a la Eucaristía y orientar la misión de la Iglesia Católica en el mundo. En él se realizaron concentraciones y procesiones multitudinarias en la calle de Alcalá y la entrada de la Gran Vía. Ni qué decir que el frente anticlerical formado por los liberales, socialistas y masones trató de boicotearlo. El 29 de junio Alfonso XIII dispuso que se llevara a cabo en palacio una ceremonia de gran trascendencia: la entronización de Jesús Sacramentado en el Salón del Trono, con toda la carga simbólica que tal cosa conllevaba, y la consagración de España al Sagrado Corazón. Terminado el acto, el legado del Papa, desde el balcón, bendijo con la custodia al pueblo congregado en la Plaza de la Armería, mientras sonaba la Marcha Real.
Una demostración de la Corona, y una mayoría del pueblo, del fervor a esa devoción, viva en España desde los tiempos de Bernardo de Hoyos (presbítero jesuita, primer y principal apóstol en España de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, beatificado por la Iglesia católica el 18 de abril de 2010), e impulsada por León XIII. Los sectarios y fanáticos militantes del anticlericalismo, cegados por sus arraigados prejuicios, lo vieron, tal como ya habían anunciado previamente, como un acto de agresión clerical. Comenta Bárcena: “Pero la “provocación” más fuerte estaba por llegar: ya antes de 1911 habían surgido varias iniciativas de sacerdotes, como el padre Francisco Belda (en 1900), y laicos, tendentes a construir un gran monumento nacional, en el centro de España, en el Cerro de los Ángeles concretamente, al Corazón de Jesús. En 1916 llega a España una figura de importancia decisiva en la cuestión de las consagraciones, a las que dedicó gran parte de su vida, talentos y energías: el padre Mateo Crawley-Boevey. Era un sacerdote peruano, de la Orden de los Sagrados Corazones, que había asumido la misión de consagrar el mayor número posible de fieles al Corazón de Jesús. En su biografía hay una visita a Paray-le-Monial —el monasterio donde Santa Margarita María de Alacoque recibe las revelaciones del Rey de Reyes: «He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres»— que le confirmó en ese designio. Fue allí donde se consagró totalmente al Corazón de Cristo. De regreso en América, sigue predicando y publica libros y folletos; en 1912 había logrado que ciento veinte mil familias entronizaran al Sagrado Corazón en sus hogares. También un buen número de colegios, fábricas, hospitales y empresas hicieron lo mismo. En España fundó treinta y ocho centros de entronización, y naturalmente se implicó en el proyecto del Cerro, «estableciéndose el secretariado en el colegio de las Madres de los Sagrados Corazones. Se sufragaron los gastos por suscripción popular», a la que contribuyeron el papa Benedicto XV, y la familia real, «abonando el Conde [de] Guaqui, el coste íntegro de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, que ascendió a 50.000 pesetas y el 30 de junio de 1916, precisamente fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, se procedió a la bendición y colocación de la primera piedra llevando esto último a cabo la duquesa de la Conquista, camarera mayor de la reina María Cristina». No llegó a tres años el tiempo transcurrido en culminar el proyecto; la fecha fijada para la consagración fue el 30 de mayo de 1919”.
Alfonso XIII asumió el protagonismo que le correspondía en el solemnísimo acto. Al preguntársele si asistiría, contestó: «No hay dificultad», y cuando se le volvió a preguntar si leería la fórmula respondió: «Sí, por cierto».
Podemos imaginar, la reacción de la masonería ante tamaña “desvergüenza” del rey. Los jefes masónicos, que reinaban sobre los partidos de izquierdas, no podían dejar de manifestarse: En un mitin electoral celebrado aquellos días, Miguel Morayta calificó de “bochornoso” el espectáculo de Madrid; Julián Besteiro afirmó que era un acto bochornoso y peligroso, y Pablo Iglesias terminó su diatriba contra el Cerro de los Ángeles diciendo: “La locura ha hecho presa en la cabeza de nuestros gobernantes”.
Tras estos acontecimientos, el rey recibió la visita de una delegación de la masonería, y esto lo relata el propio Mateo Crawley: “Una semana después de este memorable acontecimiento (la consagración hecha en el Cerro de los Ángeles), me recibió S.M. en audiencia privada. Después de agradecerle expresivamente su participación en el acto del Cerro, el rey me respondió: «Padre, he tenido un gran gusto en cumplir en el Cerro de los Ángeles un deber de rey católico, pues el enemigo de nuestra fe está ya dentro de la ciudadela. Y le doy una prueba: en este mismo salón me vi obligado a recibir una delegación de la francmasonería internacional. Unos doce señores. He aquí lo que me dijeron: Tenemos el honor de hacerle ciertas proposiciones y garantizar con ellas que Vuestra Majestad conservará la corona, servirá fielmente a la monarquía, a pesar de las crisis tremendas que la amenazan y reinará en un ambiente de paz. Y al preguntar qué proposiciones eran aquellas, dicho señor me presentó un rico pergamino diciéndome: Con su firma, pedimos a Su Majestad, dé su adhesión a las siguientes proposiciones: 1ª, su adhesión a la masonería; 2ª, decretar que España será un Estado laico; 3ª, para la reforma de la familia, decretar el divorcio y 4ª, instrucción pública y laica. Sin titubear un instante, respondí: —Esto, ¡jamás! No lo puedo hacer como creyente. Personalmente, soy católico, apostólico y romano. Y como quisieran insistir, les despedí con una venia. Al salir, me dijo el mismo señor: —Lo sentimos, pues Vuestra Majestad acaba de firmar su abdicación como rey de España y su destierro. —Prefiero morir desterrado, repliqué con viveza, que conservar el trono y la corona al precio de la traición y la perfidia que me propone»”.
No hace falta mucha imaginación, para entender aunque sea a toro pasado, cómo y por qué se llegó más tarde a la Guerra Civil. Y darse cuenta de quiénes fueron los responsables de ese evento trágico de nuestra historia. Seguiremos contándolo en próximos capítulos.
Artistas de la guerra
Tras la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús, y recibir Alfonso XIII, una representación de la masonería Internacional encabezada por el Doctor Simarro (gran maestro del Gran Oriente Español, el mismo que había reivindicado la figura de Ferrer Guardia), el mismo Rey dio un giro de tuerca más a la cuestión y al año siguiente (1920) llevó a cabo un acto similar; de menor trascendencia, desde luego, pero no menos propio del hombre de fe que fue siempre: la consagración de España a nuestro Santo Ángel Custodio. La imagen fue traída precisamente del Cerro de los Ángeles, y la ceremonia se celebró en la madrileña iglesia de San José, donde continúa entronizado.
Pero no crean que la masonería no actuaba en el exterior de España (hay que recordar que es internacional), ya que sus tentáculos se mueven a nivel mundial. Hagamos un pequeño paréntesis llegado a esta altura. Veamos por la ventana de España lo que acontecía en Europa, y cómo la masonería prendía pequeños fuegos en distintos sitios, enredándolo todo para llevar al mundo a la Primera Guerra Mundial, y cómo evito que la guerra acabase dos años antes.
La Primera Guerra Mundial cambió Europa para siempre. El poder de Europa en esta etapa era enorme, ya que tenía un desarrollo económico, comercial y militar muy superior al resto del mundo, siendo la razón por la que las potencias europeas controlaban a la mayor parte de éste. Existía una especie de acuerdo no escrito para no entrar en ningún tipo de guerra entre las naciones. Para que la paz fuera más duradera, los países europeos se unieron en grandes alianzas como la Triple Entente o la Triple Alianza, para con ello ser grandes poderes y que la entrada en una guerra atrajera a muchos países al mismo tiempo, siendo una especie de método para que nadie se atreviera a comenzar una guerra a gran escala.
Pero… ¿quién aprovechó esta tesitura para prender la mecha? Obviamente la masonería. Evidentemente, lo estamos explicando de manera muy rápida, pero no podemos hacer milagros. Todo el mundo sabe que el detonante de la Primera Guerra Mundial fue el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona del Imperio Austrohúngaro, y de su esposa, la condesa Sofía Chotek, en Sarajevo, llevado a cabo el 28 de junio de 1914 por el nacionalista serbobosnio Gavrilo Princip. Comenta Bárcena: “El asesinato del archiduque Francisco Fernando, que no se debió solamente a las tensiones balcánicas, sino que buscaba eliminar a un hombre que mantendría católicos y unidos los Estados danubianos. Al Archiduque se le sabía condenado; él mismo lo sabía, y se lo dijo al sobrino que tendría que sucederle en el Trono a la muerte de Francisco José. El asesinado era el heredero de un Imperio que, tampoco por casualidad, acabó su trayectoria histórica gobernado por un beato, a quien el papa Benedicto XV animaba a recuperar, lo antes posible, el trono de Hungría. Naturalmente, para los diseñadores de la nueva Europa, aquella construcción política multisecular tenía que desaparecer; lo sabían de antemano. En su lugar crearon débiles repúblicas que nada contaban en el conjunto de las naciones”.
Solve et coagula. Es una frase en latín relacionada con la alquimia y que se ha convertido en un eslogan de la masonería. Significa “disolver” y “coagular” o “separar” y “unir”. Separar los grandes imperios o disolverlos, para después, poco a poco, conformar una unidad al estilo de la masonería (Naciones Unidas). Un ejemplo reciente de esto fue la disolución de Yugoslavia entre el 25 de junio de 1991 y el 27 de abril de 1992, que condujo a la formación de seis nuevas repúblicas soberanas (Eslovenia, Croacia, Bosnia Herzegovina, Montenegro, Macedonia del Norte y Serbia). No les quepa duda, que tras esta guerra se encuentran los intereses de las elites masónicas. De la misma manera que tras el auge del separatismo en España, también. Véase, si no, el libro de Juan Antonio de Castro “Soros Rompiendo España” o “La Red Secreta de Soros en España” de Joaquín Abad.
El Archiduque Francisco Fenando visitaba Bosnia con su mujer, a fin de estabilizar una zona de gran presencia eslava, en la que se temía una revuelta apoyada por Rusia. Muchos jóvenes que querían ser serbios habían pasado a colaborar con “la Mano Negra”, organización dirigida desde Belgrado por el jefe de los servicios secretos de Serbia, cuyo nombre en clave era Coronel Apis, que alentaba las acciones terroristas de sus agentes en Viena. Apis organizó un grupo de siete jóvenes, de ascendencia serbia, pertenecientes a la Mano Negra, y entrenados en Belgrado, para atentar contra el heredero del Imperio, el 28 de junio, aprovechando su visita a Sarajevo. La trama masónica ciertamente existió: en primer lugar, la Mano Negra fue una sociedad secreta y Gavrilo Princep, el instrumento de Apis para la comisión del magnicidio, era anarquista y masón; como Mateo Morral y Ferrer Guardia. Y segundo: el archiduque era un obstáculo para los planes de la Masonería, tanto de la europea como de la americana. Él lo supo; y supo también que iba a morir muy pronto, como hizo saber a sus sobrinos Carlos y Zita.
En su libro sobre Carlos, Herbert Vivien, historiador inglés, cuenta que, a lo largo del año 1913, Francisco Fernando había asegurado al conde Czemin que se sabía objeto del odio implacable de los masones, que le habían condenado a muerte. Según Michel Dugast Rouillé (biógrafo del último emperador), la destrucción de la católica monarquía austro-húngara era un objetivo reconocido de la Masonería; la guerra había sido vaticinada, y deseada, por la Revue International des Sociétés Sécrétes (Revista internacional de sociedades secretas), como el medio de conseguir la desaparición del Estado danubiano; la misma publicación, en su número de 15 de septiembre de 1912, anunciaba la muerte de Francisco Fernando, revelando, al parecer, conclusiones de la Convención masónica.
Manuel Guerra, a su vez, resume así la Gran Guerra: “La Primera Guerra Mundial se inició tras un atentado contra el archiduque Francisco Fernando y su asesinato en Sarajevo; terminó con la desintegración del imperio austrohúngaro de signo católico. Este crimen fue decretado, anunciado en los dos años anteriores, y ejecutado por la Masonería. Los principales culpables fueron en su totalidad masones. Esto no es suposición, sino hechos judicialmente comprobados, que se silencian intencionadamente”.
No es casual que Carlos (sobrino del asesinado Francisco Fernando) recibiera proposiciones idénticas a las recibidas por su primo (Alfonso XIII) en Madrid: entrar en la masonería para asegurar su posición: si aceptaba, le aseguraban la salvación de su Imperio y la de su familia. La situación era desesperada pero el emperador rehusó. Posteriormente llegaron a proponerle algo todavía más difícil: recuperar el trono; pero si consentía en introducir en sus Estados la escuela laica y el matrimonio civil, a lo que se había negado categóricamente. Todo ello era como un calco de lo vivido por Alfonso XIII, casi en las mismas fechas
Todo esto en cuanto al inicio de la Guerra. Pero hay un dato mucho más curioso que nos puede aclarar un poco más la complejidad del pensamiento masónico, y cómo en esa gran partida de ajedrez que siempre juegan, son expertos en conseguir más de un resultado favorable a la vez para sus intereses espurios. La Primera Guerra Mundial pudo terminar en 1916, pero la secta se encargó de que eso no ocurriese: ¿Por qué?: ahora lo veremos, pero antes tenemos que retroceder algunos años, para ponernos en situación.
La “colonización” del Estado de Palestina por el pueblo judío no fue una iniciativa de personas individuales y religiosas que quisieron volver a su tierra ancestral (algo que, de ser así, no hubiese sido posible porque fueron necesarios mucho dinero y muchos recursos políticos para conseguirlo). A partir de 1882, Edmond James de Rothschild empezó a comprar tierras en la Palestina otomana con el objetivo a largo plazo de crear un país de propiedad Rothschild. En 1897, los Rothschild organizan el primer Congreso Sionista (movimiento político nacionalista que propuso desde sus inicios el establecimiento de un Estado para el pueblo judío). Este primer congreso se tendría que haber celebrado en Múnich, pero debido a la oposición de los judíos locales que estaban bien establecidos y no quisieron que se les relacionara con esta organización, tuvo que ser trasladado a Basilea (Suiza). Dicha reunión fue presidida por un personaje llamado Theodor Herzl, judío asimilado (aquellos que, aun siendo judíos, según las leyes religiosas, han abandonado todas sus señas de identidad: ni religión, ni idioma, ni cultura, ni empatía grupal), quien afirmaría en uno de sus diarios:
“Es esencial que los sufrimientos de los judíos empeoren, esto ayudará a la realización de nuestros planes. Tengo una excelente idea: voy a inducir a los antisemitas a liquidar la riqueza judía. Los antisemitas nos ayudarán, y con el propósito de apropiarse de sus riquezas reforzarán la persecución y la opresión de los judíos. Los antisemitas serán nuestros mejores amigos”.
Dicho proyecto consistía en fundar el Estado de Israel, pero en vista de que los judíos estaban asentados en sus respectivos países y no colaboraban con la idea de dejarlo todo y mudarse a Palestina… se le ocurrió que, si eran perseguidos, la idea de trasladarse no les parecería tan mala. Como así fue. Herzl fue elegido presidente de la Organización Sionista, adoptando dicha organización, como símbolo, el hexagrama rojo (símbolo de la casa Rothschild), que años más tarde terminaría formando parte de la bandera de Israel.
Los judíos que se habían instalado en Palestina empezaron a darse cuenta de que no había ningún altruismo patriótico ni religioso tras la intención de los Rothschild de crear un Estado judío, y es en 1901 cuando los colonos judíos que ya estaban establecidos envían una delegación para solicitarle a Edmond James de Rothschild lo siguiente: “Si quiere que se mantenga el Yishub (judíos que comenzaron a asentarse en el territorio desde 1882 hasta el establecimiento del Estado de Israel en 1948), en primer lugar, saque sus manos de allí y permita a los colonos corregir por sí mismos lo que sea necesario corregir”.
A lo que Edmond James de Rothschild contestó: “Yo creé el Yishub, solo yo. Por lo tanto, ningún hombre, ni colonos, ni las organizaciones, tienen derecho a interferir en mis planes”.
Tras la primera guerra mundial, Mosul, Palestina y Transjordania, pasaron a manos británicas (este fue otro objetivo, además de destruir el gran imperio católico austrohúngaro), algo que podemos conectar con un episodio bastante curioso que ocurrió en 1916. En ese año, Alemania estaba ganando la guerra y ofreció el armisticio (acuerdo que firman dos o más países en guerra cuando deciden dejar de combatir durante cierto tiempo con el fin de discutir una posible paz) a Gran Bretaña sin exigir reparaciones de guerra, cosa que los británicos estaban considerando.
Pero es entonces cuando los Rothschild entran en acción y, a través de un agente suyo, Louis Brandeis (miembro activo del movimiento sionista), envían una delegación sionista desde Estados Unidos a Inglaterra con la promesa de involucrar a los americanos en la guerra en apoyo de los británicos, si estos se comprometían a darles la tierra de Palestina a los Rothschild. Si unimos este detalle al hecho de que Edmond James de Rothschild empezó en 1882 comprando tierras en esa zona y posteriormente al comentario de Theodor Herzl en su diario, y sumamos el ofrecimiento de paz de los alemanes a los ingleses… podríamos plantearnos como hipótesis que, sin la interferencia de los Rothschild, la Primera Guerra mundial podía haberse parado dos años después de su comienzo. Eso sin contar, que también maquinaron su inicio.
Los que controlan la secta
En el último capítulo veíamos cómo la masonería actuaba en España y fuera de España. La destrucción del Imperio Austro-húngaro fue obra de la secta (porque son una secta luciferina, lo sepan la mayoría de sus miembros o no lo sepan, expertos en conseguir más de un resultado favorable a la vez para sus intereses espurios). Con la Primera Guerra Mundial consiguieron dos objetivos muy importantes: La desmembración de un imperio católico, por antonomasia, y hacerse con los territorios de Israel. También se apuntaron otro tanto no menos valioso patrocinando la Revolución Rusa, que acabó con el asesinato del Zar y su familia, con lo que asestaron un golpe mortal a la cristiandad.
Ya en 1917 daban muestras públicas de sus inclinaciones anticristianas y satánicas. El mismo Maximiliano Kolbe fue testigo de una manifestación de la masonería en Roma. Nos narra que vio en persona una procesión formada por masones anticlericales que ensalzaban a Giordano Bruno, enarbolando un estandarte negro en el que Lucifer aparecía venciendo a San Miguel Arcángel. En la plaza de San Pedro distribuyeron octavillas donde se afirmaba que “Satanás debe reinar en el Vaticano y el papa será su siervo”. Esto fue una declaración en toda regla de sus oscuros fines.
Maximiliano Kolbe, clérigo franciscano conventual polaco, era un gran propagador de la devoción al Inmaculado Corazón de María y un acérrimo combatiente contra el modernismo, el sionismo y otros peligros que acechaban a la Iglesia en el siglo XX. Nos hacemos eco de un artículo del “Español Digital”, que resalta un escrito suyo titulado “Pobrecillos”, donde Kolbe dice lo siguiente:
“El hombre ha sido redimido. Cristo ha fundado su Iglesia sobre la roca. Una parte del pueblo hebreo reconoció en Él al Mesías; los otros, sobre todo los fariseos soberbios, no quisieron reconocerlo, persiguieron a sus seguidores y dieron curso a un gran número de leyes que obligaban a los hebreos a perseguir a los cristianos. Estas leyes, junto a narraciones y a apéndices, hacia el año 500, formaron un libro sagrado, el «Talmud». En este libro, los cristianos son llamados: idólatras, peores que los turcos, homicidas, libertinos, impuros, estiércol, animales de forma humana, peores que los animales, hijos del diablo, etc. Los sacerdotes son llamados adivinos y cabezas peladas (…) a la Iglesia se la llama casa de estulticia y suciedad. Las imágenes sagradas, las medallas, los rosarios, son llamados ídolos. En el «Talmud», los domingos y las fiestas son considerados días de perdición. En este libro se enseña, entre otras cosas, que a un hebreo le está permitido engañar y robar a un cristiano, pues todos los bienes de los cristianos –está escrito– “son como el desierto: el primero que los toma se hace dueño”.
Esta obra, que recoge doce volúmenes y que respira odio contra Cristo y los cristianos, es considerada por estos fariseos un libro sagrado, más importante que la Sagrada Escritura».
Llegados a este punto, habría que distinguir entre «Torá» y «Talmud». Si bien ambos son textos religiosos y fundacionales del pueblo hebreo, son obras muy distintas. Tanto la Torá como el Talmud son entendidos por la religión judía como transcripciones fieles de la cultura oral antigua del pueblo de Israel. Pero a diferencia de la Torá, que se asume dictada por Dios al profeta Moisés, la escritura del Talmud se atribuye a antiguos estudiosos rabínicos, por lo que no es de extrañar que la Torá sea un libro compartido por las tres grandes religiones monoteístas y el Talmud, como dice Kolbe, arranca como una obra de “los fariseos soberbios”, mientras que los judíos ortodoxos se apegan a la Torá. No todos los judíos son iguales. Existen judíos, que están en contra del sionismo, por lo que cuando hablamos que tras la masonería se esconden judíos sionistas, no nos referimos a todos los judíos.
Mucha controversia existe sobre si el Talmud se expresa en esos términos peyorativos hacia los cristianos o es una falsedad. El que escribe ha podido leer algunos de estos preceptos en un Talmud en la red. También se podría objetar que existen copias del Talmud adulteradas, pero entonces habría que fundamentarlo en el testimonio de santos como Maximiliano Kolbe o el padre Menvielle, del cual reproducimos un párrafo de su libro “El judío en el misterio de la historia”:
“Los cristianos deben ser destruidos. A los discípulos de «aquel hombre», cuyo mismo nombre entre los judíos suena a «bórrese su nombre y su memoria», no se les puede desear otra cosa, sino que perezcan todos, romanos, tiranos, los que llevan en cautiverio a los hijos de Israel, de suerte que los judíos puedan librarse de esta su cuarta cautividad. Está obligado, por tanto, todo israelita a combatir con todas sus fuerzas aquel impío reino de Idumea, propagado por el orbe. Pero como no siempre y en todas partes y a todos es posible este exterminio de cristianos, manda el Talmud combatirlos al menos indirectamente, haciéndoles daño de todas las maneras y así disminuyendo su poder y preparando su ruina. Donde sea posible, puede el judío matar a los cristianos y debe hacerlo sin ninguna misericordia. Vamos a detenernos en este último punto trayendo los textos de la obra de Pranaitis”.
También podemos poner como prueba de todo esto, al padre Lustinos Bonaventura Pranaitis, al que Menvielle cita en su libro. Pranaitis tiene una obra, “El Talmud enmascarado”.
Hay que tener en cuenta que los fariseos son los fundadores del judaísmo rabínico y, por lo tanto, sus ancestros espirituales. Esto es indudable, ya que después de las guerras judías contra el Imperio Romano, el partido fariseo dominó todo el pueblo judío. En efecto, como enseña Mons. Gustavo Podestá (antiguo cura de la parroquia Mater Admirabilis, de Buenos Aires, que ha estudiado en profundidad la obra del padre Menvielle), después de la Caída de Jerusalén, profetizada por nuestro Señor, liderada por Tito, todo el judaísmo se volvió íntegramente farisaico porque al caer Jerusalén en el 70 d. C., murió o fue esclavizada casi toda la nobleza judía –que combatió hasta el final– pero algunos fariseos se fugaron oportunamente del interior de las murallas encabezados por el rabino Ben Zakkai Yochanan, que escapó escondido en un féretro. Los fariseos fugados celebraron el Concilio de Jamnia, conformando el nuevo Sanedrín, que desde entonces, hasta el día de hoy, es exclusivamente fariseo, el cual condenó y quemó toda la literatura religiosa no-farisea. El fariseísmo entonces codificó su moral y este código se llamó «Talmud».
No obstante, tenemos que aclarar, otra vez, que no se trata de todos los judíos, existen judíos que están en contra del sionismo y, por lo tanto, no tienen relación con estas leyes del Talmud (y las prácticas cabalísticas, que trataremos en otro capítulo) ni con la masonería. Podríamos resumir diciendo que los que están al frente de la masonería: son judíos sionistas, que, apoyados en prácticas cabalísticas y herederos de las consignas del Talmud, son los que manejan el cotarro masónico. Como sería el caso de Rockefeller. Comenta Alberto Bárcena en su libro “Iglesia y Masonería”:
“La Gran Logia Rockefeller, apoyo fundamental de las organizaciones pantalla de la Masonería, es una orden secreta del iluminismo, de signo luciferino, con sede central en Nueva York […] muy cerca del Rockefeller Center con la figura del mítico Prometeo en el suelo en actitud de rebeldía un tanto orgiástica contra Zeus, el dios supremo del panteón griego, y símbolo de la irreligiosidad en cualquier época. En lo alto del rascacielos Tishman, de 116 metros de altura, figuraba el 666 de brillante color rojo de día, iluminado de noche. Este número fue retirado en 1992, pero el edificio es ahora el “666 Quinta Avenida”.
Este tipo de judíos cabalísticos (que gobiernan la masonería) y que absorben del Talmud esa indiferencia y odio hacia los demás grupos humanos, se suelen refugiar en el común de los judíos, para que cuando se les señala como inductores de males y calamidades; a través de la ADL (La liga de Anti-difamación, que fue fundada en 1913 y tipificada como masónica), que hace labor de lobby en el Congreso de EE,UU. y lleva adelante actividades referidas a su denominación…, lucha continuamente por castigar a quien se atreva a señalarlos, acusando falsamente de antisemitismo a todo aquel que los denuncie.
Volviendo al texto de Kolbe, ojo, a la aseveración: “todos los bienes de los cristianos –está escrito– son como el desierto: el primero que los toma se hace dueño”. Este es un concepto del Talmud, que el protestantismo inglés hizo suyo con una nueva terminología terra nullius, es decir, sin habitantes humanos (entendiendo que hay razas no humanas), y así justificaron el despojo de las tierras indígenas de Australia y el saqueo del continente. Arrebataron las tierras fértiles y arrojaron a los aborígenes a las zonas áridas del interior (mientras, de manera descarada, acusan al Imperio Español, falsamente, de actuar como ellos actúan). Los aborígenes llevaban en Australia aproximadamente 60.000 años cuando los primeros ingleses desembarcaron en 1770. De 300.000 a 750.000 aborígenes habitaban el continente, pero en 1911 (123 años después de los primeros asentamientos ingleses), solo quedaban 31.000 aborígenes. Lo mismo que hicieron con los indios de América del Norte y que Hollywood ha blanqueado tan magníficamente a través de todas las películas, haciendo parecer a los indios como malos, malísimos.
Vemos en todo esto la raíz talmúdica, que más tarde adopta el protestantismo, sobre todo calvinista. La teoría de Darwin se vio favorecida gracias a ese contexto histórico. El título completo de su primer libro es:
“El origen de las especies por medio de la selección natural, o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”. La segunda parte de este título agradó mucho a las élites anglosajonas. Eso justificó el éxito que tuvo este libro entre las clases acomodadas inglesas calvinistas y por eso se difundieron las teorías de Darwin antes que las de Lamarck. “La vida es competencia y los más aptos triunfan”.
En el siglo XVI el francés Juan Calvino (1483-1564) enuncia su doctrina de la predestinación, según la cual el ser humano está predestinado de antemano a condenarse o salvarse; ¿cómo saber de antemano el final de cada persona? Calvino es claro: Si a uno le “va bien” en la vida, si sus negocios son prósperos, es virtuoso y vive con austeridad, es seguro que se salva. En cambio si uno solo tiene desgracias en esta vida, seguro que está condenado.
Con ocasión del Congreso Internacional de la Masonería, celebrado en Bucarest en 1926, el Padre Kolbe, escribió un artículo: “Estos señores (es decir, los masones) creen que son ellos quienes han de gobernar”.
Escribió también el Santo, aludiendo a los Protocolos de los Sabios de Sion (libro que consideraba fundacional para la masonería):
“El protocolo número 11 afirma: «Crearemos y pondremos en vigencia las leyes y los gobiernos (…) y, en el momento oportuno, (…) bajo la forma de una revuelta nacional, (…) Es necesario que las poblaciones, desconcertadas por la revuelta, puestas todavía bajo la influencia del terror y de la incertidumbre, comprendan que somos de tal modo intocables, de tal modo llenos de poder que en ningún caso tendremos en cuenta sus opiniones y sus deseos sino, antes bien, que estamos en grado de aplastar sus manifestaciones en cualquier momento y en cualquier lugar (…) Entonces, por temor, cerrarán los ojos y permanecerán a la espera de las consecuencias (…) ¿Con qué objeto hemos ideado e impuesto a los masones toda esta política, sin darles a ellos la posibilidad de examinar el contenido? Esto ha servido de fundamento para nuestra organización masónica secreta (…) cuya existencia ni siquiera sospechan estas bestias engatusadas por nosotros en las logias masónicas”.
Resumiendo:
El control de la masonería, está en manos de un grupo de judíos (no todos), que tienen como fuente de inspiración el Talmud y la Cábala. A lo largo de la historia han dado muchas muestras de su inclinación luciferina, prueba de ello es la manifestación de 1917, de la que fue testigo el padre Kolbe. Los enemigos naturales de la masonería son los cristianos (y muy en particular los católicos), ya que consideran que Cristo es su Dios, y el Dios de la masonería es Lucifer.
Terminamos con un resumen de Don Gil de la Pisa (autor del libro “La Piedra Roseta de las Ciencias Políticas”), que haciendo suyas unas declaraciones de Monseñor Ernest Jouin (1844-1933, sacerdote católico francés, que publicó la primera edición francesa de “Los Protocolos de los Sabios de Sión”) dice lo siguiente:
“He combatido (combato y combatiré mientras viva), contra los “judíos perversos” que buscan destruir el Reino de Dios. Estos “judíos perversos” (así los llama monseñor Jouin), no son muy numerosos, pero son ¡eso sí!, todopoderosos, ¡omnipotentes!, pues tienen ya en sus manos, por un lado, las riendas de todos los “poderes fácticos”: riquezas (bolsa, bancos, sociedades de inversión, oro), materias primas y, por otro controlan los gobiernos de los pueblos, los tribunales de justicia, los organismos internacionales, y son dueños absolutos de los medios de comunicación y de las nuevas tecnologías. Y podríamos alargar la lista”.
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Juan Carlos (Yanka)