sábado, 8 de enero de 2022

LIBRO "DE LA CRISIS DE FE A LA DESCOMPOSICIÓN DE ESPAÑA": PÉRDIDA DE REFERENCIAS Y DE IDENTIDADES 💥



Virgen de Ezquioga: 
«La pobre España que palmo a palmo ha sido conquistada 
por la Cruz se ha convertido en un pueblo de ilotas, 
que corre al precipicio y lucha por romper sus tradiciones, 
su historia y su propia manera de ser».

"TODO ERROR POLÍTICO 
ES UN ERROR TEOLÓGICO".
DONOSO CORTÉS

Al autor de este libro le duele España y le duele, sobre todo, la Iglesia. La tesis principal es que las dos agonías están conectadas porque la fidelidad al cristianismo ha sido el hilo conductor de la historia de España. El tema de este libro es una crítica valiente y dolorida a la Iglesia por haber descuidado su misión primordial en este momento histórico de autodestrucción humana. Cuando Occidente más necesitaba que le recordaran que este mundo no lo es todo, la Iglesia se rindió al mundo.
Las críticas del Padre Calvo Zarraute al estado actual de la institución a la que pertenece son muy acerbas. Nacen precisamente del amor a Cristo, a la Iglesia y a la humanidad necesitada de su verdadero mensaje. Aunque no esté de acuerdo con algunas afirmaciones de este libro, comparto esta desazón. El Padre Calvo Zarraute entregó su vida a Cristo, no a un funcionariado eclesiástico acomodaticio. Y el mundo necesita a Cristo, no sucedáneos buenistas. Francisco José Contreras Peláez. Catedrático de Filosofía del Derecho. Universidad de Sevilla.
Gabriel Calvo Zarraute no es un hombre políticamente correcto de buenismos, irenismos y entreguismos. Este es un libro de combate que revive la sentencia de Maeztu: «ser es defenderse». Lo hace desde muy abundantes lecturas que despojan el texto de cualquier aspecto de improvisación. Y de autores clásicos, modernos y actualísimos. El diagnóstico que hace me parece muy acertado. No es libro de medias tintas y componendas. Cree en unas verdades, las expone y las defiende a pecho descubierto. El complejo de inferioridad nunca se dio entre los apologistas de raza y ya he dicho que Calvo Zarraute lo es.
Estamos ante la crítica a una Iglesia abierta a todo y a todos, menos a Jesucristo, con lo que deviene una Iglesia líquida, sin solidez alguna y que está comprobando su absoluto fracaso. La lectura de este libro hará pensar sobre todo esto. Iba a añadir que los tibios se abstuvieran, pero pensándolo mejor, creo que ellos serían sus mejores destinatarios si no quieren ser expulsados de la boca del Señor. Francisco José Fernández de la Cigoña.


¿Por qué le duele España y, sobre todo, la Iglesia?

Santo Tomás de Aquino enseña (S. Th., I-II, q. 35, a. 7) que el dolor interior es superior al dolor corporal, causado por un mal presente que repugna a la razón. Razón y fe caminan juntas y divorciarlas entraña su deformación y perversión. La agudización de la actual degradación progresiva de España, paralela a la de la Iglesia, no puede dejar de producir ese profundo dolor del alma. Dolor que incluso podemos registrar en personas no practicantes o hasta no creyentes, pero que poseen el suficiente conocimiento histórico como para percibir que, el cambio de rumbo suicida tomado por la mayoría de la jerarquía de la Iglesia desde 1965, ha afectado decisivamente a la situación político-social española, conduciéndola hasta el arrasamiento del momento presente.

¿No sería bueno distinguir la Iglesia, en cuanto a cuerpo místico de Cristo y la jerarquía de la Iglesia o parte de ella, que se ha desviado de su misión, sembrando la confusión?

Es de una importancia fundamental, por eso me he esforzado para no dejar de precisarlo y distinguirlo. La primera cuestión es determinar qué es la Iglesia, porque el error consiste en considerar que las decisiones equivocadas de algunos jerarcas son constitutivas, o sea propias de la Iglesia, como si fueran dogmas de fe. Tales decisiones lo fueron de las personas que las tomaron, pero no de la Iglesia en cuanto tal, aunque haya habido funcionarios eclesiásticos que se empeñaran en envolverse en el nombre de la Iglesia, con el objetivo de promocionar ideas y prácticas contrarias a la misma fe de la Iglesia.

El Espíritu Santo ilumina progresivamente a la Iglesia, donde a lo largo de su historia se han producido una serie de decisiones en el orden práctico, especialmente en medidas concretas, que pudieran ser oportunas para un determinado momento y que posteriormente ya no resultaban adecuadas y otras que nunca fueron coherentes con el Evangelio. La Iglesia es instrumento de santificación, sin embargo, en este mundo su santidad no es perfecta y no es capaz de evitar que todos sus hijos, también los constituidos en jerarquía, cometan pecados que dañan el testimonio y actuación de la Iglesia. Conceder valor absoluto a las decisiones de los jerarcas de la Iglesia implica un grave error teológico, al divinizar voluntades humanas falibles, elevando cualquier decisión eclesiástica a la categoría ex cathedra, infalible, sustituyendo la verdad por la autoridad entendida en clave nominalista y fideísta, y reemplazando el Derecho por el positivismo jurídico.

¿Era por tanto necesario un libro para denunciar esta triste realidad, que usted llama estado de descomposición?

En la Iglesia en España, nadie hasta la fecha había trabajado a fin de elaborar una obra de conjunto acerca del recorrido histórico (los documentos), pero también teológico-filosófico y jurídico (las ideas) que aúne todos los planos que se entrecruzan e intervienen en el proceso de descristianización, y por extensión, de desespañolización y deshumanización al que hemos llegado como sociedad civil y como sociedad eclesial. Se trata del mayor fracaso colectivo de país, que, persiguiendo copiar al resto de la Europa secularizada se contagió del izquierdismo mas sectario, liberticida y depredador de Occidente. Resulta demasiado desagradable aceptar la realidad del papel desempeñado por tantos, desde el tardofranquismo y la Transición, en la destrucción de la sociedad católica que existía en España, y, además, salpica a demasiados altos clérigos, sus cobardías y bastardos intereses. Ningún sacerdote se había atrevido a investigarlo en profundidad y a ponerlo por escrito de forma divulgativa, denunciándolo, por miedo a las represalias episcopales, que, con su habitual doble vara de medir, sólo castigan, ensañándose con odio, a quienes se adhieren a la más elemental lógica y a la Tradición católica. No he hecho más que componer un puzle a base de un estudio unitario.

Usted sostiene que la agonía de España y de la Iglesia están conectadas, puesto que el catolicismo ha sido la razón de ser de España.

Es una evidencia tan obvia que cada vez resulta más difícil de negar. Mi querido y admirado Pío Moa no piensa del mismo modo. Según su visión, España se habría mantenido católica independientemente de su decadencia, luego el catolicismo no juega ningún papel relevante al respecto. Yo disiento de esta apreciación. Un estudio pormenorizado de la historia de la Iglesia en España revela lo acertado de los juicios de los grandes pensadores tradicionalistas del siglo XIX: Menéndez Pelayo, Jaime Balmes y Donoso Cortés. Es cierto que la decadencia de España durante los siglos XVIII y XIX tiene un gran componente de agotamiento, no sólo por el extraordinario esfuerzo realizado en el periodo anterior, en planos como el político, diplomático-administrativo, militar, demográfico, científico, económico o el artístico y literario. Sino también por las continuas guerras civiles. Aunque el Imperio francés, el alemán o el británico no fueron más longevos que el español, y también terminaron por agotarse sumidos en guerras de enorme envergadura.

No obstante, el componente religioso no puede reducirse únicamente al ámbito de las masas populares. El pueblo español siguió siendo fervientemente católico, como pudo comprobarse durante la guerra contra los franceses (1808-1814). Pero durante los siglos XVIII y XIX, además de la deficiente pastoral de la Iglesia, las élites gobernantes e intelectuales de la nación iniciaron un progresivo camino de descristianización debido al peso de reducidas pero influyentes logias masónicas y, especialmente, de la ideología anticristiana de la Ilustración francesa. Uno de cuyos ejes principales fue la Leyenda negra hispanófoba y por extensión anticatólica, debido a la gran difusión que había acumulado la propaganda protestante desde el siglo XVI en Alemania, los Países Bajos e Inglaterra, junto con la lucha nacionalista por la hegemonía europea. La Constitución liberal de 1812 y las tres guerras carlistas contra la implantación del liberalismo corroboran este análisis. Y otro tanto puede decirse de la guerra de 1936, una contienda en la que el bando del Frente Popular o rojo, tenía como elemento aglutinador el anticatolicismo, mientras que en el bando nacional o franquista, era constitutiva la defensa de la religión.

Igualmente denuncia que la Iglesia ha descuidado su misión primordial en este momento histórico de autodestrucción humana. Incluso va más allá afirmando claramente que la Iglesia se ha rendido al mundo.

Como muy bien escribe en el prólogo de mi obra el catedrático y diputado de VOX, Francisco José Contreras: «Cuando Occidente más necesitaba que le recordaran que este mundo no lo es todo, la Iglesia se rindió al mundo». Pablo VI habló de la «autodemolición de la Iglesia» (7-XII-1968); también de que «el humo negro de Satanás se ha introducido en el templo santo de Dios» (29-VI-1972) o de la «invasión del pensamiento mundano» (23-XI-1973). Juan Pablo II en Ecclesia in Europa, habló de una «apostasía silenciosa», pero ya hace 17 años de su muerte y el fenómeno se ha acelerado en extensión y profundidad, por lo que dicha apostasía es cada vez más clamorosa. La secularización interna de la Iglesia, su mundanización y seguidismo del mundo moderno también fueron denunciados en numerosas ocasiones por Benedicto XVI. Las afirmaciones de estos tres pontífices al respecto darían para llenar decenas de páginas.

Usted precisamente hace esta denuncia por amor a Cristo, a la Iglesia y a la humanidad. ¿Es consciente al ser sacerdote la de problemas que le puede ocasionar este libro, especialmente con la jerarquía de la Iglesia?

Estamos en «la Iglesia de la ternura y la misericordia», como afirma reiteradamente el Santo Padre. «Una Iglesia sinodal que quiere escuchar a todos y no dejar a nadie fuera». Tomar medidas contra mí por esta obra sería un ejercicio de «clericalismo» que Francisco ha denunciado tan a menudo como una «perversión». He escrito estas páginas movido únicamente por amor a lo más sagrado que custodia la Iglesia: la verdad divina. En este estudio apoyo mis afirmaciones y conclusiones citando más de 400 obras y documentos de diversa índole: eclesiásticos (que no han sido derogados), filosóficos, históricos y jurídicos. Sería ridículo que surgieran neoinquisidores «rígidos» «pelagianos», y «adoradores de la ley» que pretendiendo llevar a cabo el «proselitismo» condenado por el Papa, juzgaran toda la carga documental que aporto. Fuentes antiguas y modernas, autores de las más diversas tendencias que convierten la obra en un «libro de libros». Aunque debido a su carácter divulgativo, más que un tratado sistemático compuesto para su utilización exclusiva en ámbitos académicos eruditos, según la ciencia jurídica, he realizado un alegato en el que expongo una serie de razones (ideas) y pruebas (historia) para impugnar las falacias de los adversarios.

De ello se hace eco mi gran y admirado amigo Francisco José Fernández de la Cigoña en su prólogo a la obra: «El diagnóstico me parece muy acertado. Lo hace desde abundantes lecturas que despojan el texto de cualquier aspecto de improvisación». Mis críticas son «doloridas y acervas», como el profesor Contreras afirma en el prólogo, pero en modo alguno gratuitas y sin fundamento en la realidad.

Por otra parte, no puede olvidarse que el gran Dante, en la Divina Comedia (Infierno, canto 19), no duda en ubicar en los círculos infernales a varios papas como Anastasio II, Nicolás III, Bonifacio VIII y Clemente V, acusados por Dios de venderse al mundo. No entraremos a enumerar a los obispos y cardenales a los que el poeta florentino también condena al fuego eterno, sin que en la cristianísima Edad Media nadie se rasgara las vestiduras por ello y le acusara de hereje o cismático. Al contrario, un elevado número de pontífices han escrito bellos documentos recomendando vivamente la lectura de este gran clásico medieval, Francisco ha sido el último de ellos con Candor lucis aeternae en el VII centenario de su muerte.

Tras el diagnóstico del problema, ¿Cuáles serían las soluciones que propone?

Hago mías las palabras del cardenal Pie en Intolerancia doctrinal: «Se ha ensayado todo: ¿no habrá llegado la hora de ensayar la Verdad?». La rendición y adaptación de la Iglesia a la sociología del mundo moderno se ha comprobado como un rotundo fracaso sin paliativos, por más que los funcionarios eclesiásticos perseveren en su ocultación, el rey está desnudo. Las premisas axiológicas del mundo moderno, derivadas del nominalismo del siglo XIII, debido a su exacerbación se han descompuesto en la Posmodernidad actual. La Iglesia sólo podrá salvar la civilización si se convierte en una alternativa a la cosmovisión mundana, como lo fue en el Imperio romano, y eso implica la oposición y distanciamiento de los planteamientos de la cosmovisión moderna, no su copia. En un mundo desarraigado, líquido, que proclama que todo fluye, que nada es fijo, la permanencia y estabilidad de la Tradición y su cultivo en todas las facetas (familiar-educativa, filosófico-teológica, político-jurídica, litúrgico-cultural, literaria, artístico-estética), es el único elemento que podrá salvar al hombre del derrumbe de un mundo edificado al margen o contra Dios.

¿Qué diría a los que afirmen que este libro puede crear división y es mejor no hablar de estos temas, rezar y callar?

Santa Catalina de Siena les responde en su obra El Diálogo sobre la Providencia: «¿Por qué guardáis silencio? Este silencio es la perdición del mundo. Obrad de modo que el día en que la Suprema Verdad os juzgue no tenga que deciros estas duras palabras: “Maldito seas tú, que no has dicho nada”. ¡Basta de silencio!, clamad con cien mil lenguas. La Iglesia de Cristo ha perdido su color, porque hay quien chupa su sangre, que es la Sangre de Cristo, que, dada gratuitamente, es robada por los que, negando el honor debido a Dios, se lo dan a los hombres».

La filosofía política de la Navidad


Función pedagógica o envilecedora de la ley

Las investigaciones llevadas a cabo por los especialistas demuestran que existen razones históricas, de calendario, astronómicas y científicas, perfectamente válidas, para ubicar la fecha de la Navidad al final del invierno del año primero antes de Cristo. La razón fundamental por la que se escribieron los Evangelios no era la reconstrucción histórica de los hechos ocurridos en la vida de Nuestro Señor Jesucristo al modo de la crónica periodística. Ahora bien, contienen una información cronológica vinculante. En cuanto al año del nacimiento del Hijo de Dios, existe una larga tradición patrística que converge hacia la datación convencional del inicio de la era cristiana. Lamentablemente, los historiadores contemporáneos, a pesar de tener un mayor acceso que sus colegas del pasado a los descubrimientos de otras disciplinas científicas auxiliares, no suelen acudir a estos estudios. Por lo tanto, permanecen anclados en las conclusiones ya superadas, que se remontan más de un siglo y que, a día de hoy, pueden considerarse obsoletas.

El nacimiento del Hijo de Dios tiene repercusiones jurídicas y políticas. «He aquí mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, para que dicte el derecho a las naciones» (Is 42, 1). Una sana antropología reconoce la dimensión religiosa como la más profunda y definitoria de la persona humana, por lo que la celebración de la Navidad (festividad religiosa ya muy secularizada), alcanza así un significado que trasciende los planos litúrgico y cultural para entrar de lleno en el comunitario. Es decir, en el ámbito jurídico-político que pasamos a desarrollar.

Quienes propugnan que las leyes habrían de poseer un carácter aséptico y neutral, bajo pretexto de objetividad, en realidad propugnan una indiferencia o equidistancia respecto al bien y al mal. Actitud basada en el nihilismo para el que el bien y el mal no existen, lo único que tendría una existencia real sería el poder. Es la conducta seguida por la izquierda cuando los asesinatos, violaciones o delitos varios son cometidos por etarras, inmigrantes, mujeres u otros camaradas de ideología. Es decir, la subversión del Derecho.

Aristóteles comenta en Política cómo las leyes tienen un carácter pedagógico y precisamente por ello, la capacidad de originar costumbres que dan lugar a nuevos códigos morales. Si las leyes van dirigidas al bien de la comunidad pueden lograr que rectos principios morales arraiguen en la vida de los miembros de la comunidad, sin embargo, en el caso contrario sus efectos son gravemente funestos no sólo para la paz y el bienestar de la comunidad, sino también para la vida moral y religiosa de todos aquellos que están obligados a cumplirlas. Esta situación era calificada por los autores clásicos como característica de un gobierno tiránico. De ahí que Donoso Cortés afirmara en su Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo una constante histórica: «todo error político entraña un error teológico». Retenga esta verdad amable lector.

El trasfondo de los problemas políticos, o de cualquier otro orden, tiene una raíz religiosa, puesto que los planos natural y sobrenatural no se pueden desligar como pretenden las ideologías modernas. Todo lo humano es inseparable de lo divino, de una manera especial desde que el Hijo de Dios se hizo hombre. Por eso tras la separación del orden político de la verdad religiosa resulta imposible rechazar las fuerzas que desintegran la sociedad permaneciendo al margen de la fe. El principio unificador de la sociedad no es el consenso político de una constitución, el contractualismo liberal, el consumismo o las demenciales políticas de género, sino un principio social que se encuentre por encima de la sociedad. Esto es, la religión revelada, que reconoce y manifiesta la integridad de la vida del hombre: alma y cuerpo. Sólo la verdadera religión aporta al hombre la integridad consigo mismo, con la comunidad de sus semejantes, con la creación y con Dios. La virtud moral de la religión, que es la justicia para con Dios (S. Th., II-II, q. 81, a. 1), describe las obligaciones hacia la verdad.

Desde la Revolución francesa (1789), el proceso secularizador que han sufrido los países de tradición cristiana, es decir, aquellos territorios que habían conformado la Cristiandad medieval, han tenido como uno de sus principales y eficaces instrumentos las leyes de los nuevos Estados. En su labor de gobierno, dichos Estados se inspiraban en las ideologías que desde el siglo XVIII se encuentran en los tratados de filosofía política de autores como Hobbes y Spinoza.

Continua Aristóteles afirmando en Política que: «El Derecho es la determinación de lo que es justo, no la protección de la casuística de las opiniones». Postura diametralmente opuesta al individualismo de origen protestante, propio de la Modernidad anticristiana y de su exasperación en la Posmodernidad nihilista. La aprobación de leyes que promueven la destrucción de la familia, la cultura de la muerte, y, por consiguiente, la disolución de Occidente, son impulsadas por minorías extremadamente sectarizadas pero muy influyentes entre la clase política, los medios de manipulación de masas y el sistema educativo. Una vez aprobadas y llevadas a la práctica durante un periodo de tiempo, producen paulatinamente, aunque cada vez con mayor rapidez, un hondo cambio de la mentalidad en la mayor parte de la población.

La racionalidad propia del ser humano le permite discernir entre el bien y el mal, es decir, la capacidad para calificar y enjuiciar sus acciones. Modificado el paradigma religioso y moral de la mayor parte de la población, muta también su concepción de la ley, del derecho, abominando de la definición clásica de Santo Tomás de Aquino: «El derecho es el objeto de la justicia» (S. Th. II-II, q. 57, a. 1),

El paradigmático caso español de la perversión del derecho

Las leyes inicuas existentes en España fueron promulgándose de una forma progresiva. Inicialmente con cierta lentitud, ante el silencio y la inoperancia eclesial, que supone la colaboración al mal por un grave pecado de omisión en su deber de pastores. Como escribe Plutarco en Moralia: «La omisión del bien no es menos reprensible que la comisión del mal». Salvo con honrosas excepciones, como son el caso del cardenal D. Marcelo en Toledo y de Mons. Guerra Campos en Cuenca. Sin embargo, cada vez con mayor intensidad y celeridad, dichas leyes, todas emanadas por el PSOE, y todas mantenidas y asentadas por el PP, se han desplegado e implantado en toda su profundidad descristianizadora.

Se empezó con la ley del divorcio en 1981, justificada previamente por el cardenal Tarancón (18-6-1978), y ésta sí promulgada por la derecha de la UCD de Adolfo Suárez, enterrado en la catedral de Ávila como premio episcopal a su carrera política. Continuó con una ley del aborto falsamente restrictiva del PSOE en 1985. De este modo se ha desembocado en las aberrantes leyes de género, aborto y eutanasia, en las que desaparece legalmente la misma antropología del matrimonio como raíz y fundamento natural de la familia, y la desprotección absoluta de la vida de los más débiles de la sociedad:

a) Legitimando el asesinato de los más inocentes, los niños no nacidos con el aborto, un «crimen abominable» (Gaudium et spes 51, 3).
b) Glorificando el suicidio para los enfermos y ancianos con la ley de eutanasia, que conlleva destruir, previamente, su integridad psíquica.

Se está culminando el proceso jurídico-político del borrado de las características originarias, es decir biológicas, del ser humano en su realidad de división sexual como hombre y mujer. El objetivo es claro: hacer desaparecer del horizonte del pensamiento y de la vida cotidiana la huella del Dios Creador, sustituyéndolo por la fuerza de la voluntad humana autodeterminada, a fin de vivir bajo la férula del actual Leviatán o Estado moderno, omnipresente y omnipotente. La idea falsa de la libertad como autodeterminación necesita transformar la naturaleza humana. Sin embargo, lo que anhela la naturaleza humana es la quietud, la estabilidad, es decir, el ser. Mientras que los ingenieros sociales intentan continuamente cambiar la naturaleza humana, a fin de que no se conciba como algo estable sino como un puro devenir.

Cuando la propaganda consigue que la sociedad sustituya el raciocinio por el sentimentalismo, las emociones y efusiones, se la puede manipular a capricho por quien concentre el poder. El individuo queda tiranizado por la parte volitiva de su personalidad frente a la parte intelectiva.

Funcionarios eclesiásticos colaboradores con el mal

Consecuencia de esta laminación antropológica, a la Iglesia como signo visible, sensible (sacramento) de la presencia de Cristo entre los hombres, se la hunde en la total irrelevancia. Máxime cuando buen número de sus jerarquías colaboran en esta dirección, publicitando una Iglesia nueva que profesa la religión de la izquierda:

a) Culto al líder supremo, sacralizando todo lo que tenga que ver con él.
b) Ecologismo panteísta y catastrofista, unido al indigenismo marxista.
c) Promoción del inmigracionismo, reeditado como nueva lucha de clases.
d) Feminismo destructor de la institución matrimonial y familiar.
e) Asamblearismo de los años setenta, denominado ahora sinodalidad.

La secularización interna de la Iglesia ha quebrado la correa de transmisión de la fe entre las generaciones, dando paso a una religión prostituida por su mundanización. Completamente distinta a la que había sido transmitida hasta hace pocas décadas y cuyos rasgos principales eran:

a) La fe de los Apóstoles, transmitida por la Tradición y el Magisterio. Pero ha de tenerse muy presente en este punto, que no cualquier declaración de los pastores es Magisterio de la Iglesia, por mucho membrete oficial y títulos que ostente. Su función es definir y confirmar no opinar. Conservar no inventar.
b) La sacralidad de la liturgia romana tradicional. No artificiales sucedáneos fabricados en un laboratorio por modernistas que buscaban desesperadamente la complacencia del protestantismo, debido a su complejo de inferioridad.
c) La doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, junto con la memoria de los santos, los mártires y misioneros. O sea, la Iglesia histórica tan políticamente incorrecta, y de la que hoy tanto se avergüenzan los funcionarios eclesiásticos.

La caída del Imperio romano y el suicidio de la Europa apóstata

El proceso deletéreo arriba descrito, supone la subversión de todos y cada uno de los logros civilizatorios obtenidos por la Iglesia Católica a lo largo de la historia. Traerlos a la memoria evidenciará, por analogía, el caos y gravedad única de la época actual, contraponiéndolos con la cosmovisión del cristianismo plasmada en la Navidad y que se ha materializado en una filosofía política que impregnó Occidente durante más de un milenio de Cristiandad.

De no haberse producido el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo y la cristianización de Occidente, viviríamos en una verdadera jungla humana, con la que la situación actual tiene cada vez más similitudes. La cultura clásica grecolatina podía levantar monumentales construcciones como los acueductos, teatros y circos, compilar la sabiduría jurídica en el derecho romano y unir Europa con la lengua latina y un excepcional sistema viario de calzadas. No obstante, al mismo tiempo mantenía una institución tan inhumana como la esclavitud, desaparecida durante la Cristiandad medieval y resucitada durante la Ilustración. Disculpaba la mentalidad eugenésica con el abandono de los niños recién nacidos, y un antinatalismo u odio a la procreación en constante aumento, que acabaría conduciendo al hundimiento demográfico del Imperio. Dicho invierno demográfico facilitó sobremanera las invasiones bárbaras.

Ser hombre libre y sano en el Imperio romano podía implicar una vida más o menos cómoda y dichosa. Pero en Roma era rara la familia que tenía más de una hija y de las criaturas que lanzaban a las cloacas como hijos no deseados, la mayoría eran hembras. Por añadidura, cuando se declaraba una epidemia, como la peste antonina (165-180) en tiempos del emperador Marco Aurelio, los primeros en huir de las ciudades eran los médicos, mientras que los familiares de los contagiados se esforzaban en arrojarlos de sus propios hogares, abandonándolos en las cunetas para evitar que los contagiaran.

Fue la fuerza sobrenatural de la religión católica, única verdadera, la que cambió una sociedad en la que no había fútbol y subvenciones, pero sí pan y circo. Donde el estadista Quinto, hermano de Cicerón, llegó a escribir un manual electoral inigualable donde se explicaba cómo llegar a ser nominado candidato por el propio partido y cómo engañar a los votantes para ser elegido. Como puede comprobarse, los pecados son viejos, muy viejos, los sociatas y peperos, los comunistas y separatistas no han inventado la corrupción política institucionalizada, viene de lejos. En la actualidad solamente se ha perfeccionado, gracias al continuo lavado de cerebro efectuado en la población por los medios de manipulación de masas, financiados por el poder ideológico de los nacionalistas y la izquierda. Poder basado en la autoatribuida «superioridad moral» de dicha izquierda, asumida acríticamente por la mayor parte de la derecha y la misma Iglesia, que de esta forma ayudan a sustentar el relato dominante que se ha impuesto.

Gracias al nacimiento del Hijo de Dios en Belén y a la Iglesia que lo comunicó y expandió en el espacio y en el tiempo, la moral se convirtió en el sustento del Imperio y la mujer fue respetada y dignificada. Con el paso de los siglos, entre otros muchos elementos sobresalientes, la Iglesia Católica daría lugar a:

a- La salvación de la cultura clásica, y el nacimiento de la universidad, institución única que ha determinado la cosmovisión e historia posterior occidental.
b- La fundación de los hospitales y de la escuela, orientadas ambas al cuidado y la promoción de las clases populares.
c- El cultivo del arte en todas sus facetas, como el románico, gótico y barroco, propios del catolicismo, el gregoriano y la polifonía, todo al servicio de la venerable liturgia milenaria o rito tradicional. Así como el desarrollo científico y geográfico, y la doctrina del derecho de gentes, embrión del derecho natural.

Sin el nacimiento del Verbo encarnado y la Iglesia que Él fundó para perpetuar su misión redentora, Europa habría perecido a manos de los bárbaros paganos que procedían del norte y el este (hoy vienen del sur), o habría sido triturada por los secuaces de la secta de aquel camellero violento y pederasta llamado Mahoma. Y esto no es un simplismo impropio y descalificador, sino que está basado en la constatación de los documentos históricos de las propias fuentes mahometanas.

Con la fe revelada por Nuestro Señor Jesucristo nacido en Belén, las naciones católicas de Europa pudieron persistir pujantes, religiosa y culturalmente durante siglos, resistiendo una y otra vez a todas las amenazas:

a- Del Estado moderno, por medio del despotismo ilustrado y el absolutismo monárquico durante los siglos XVII-XIX, consecuencia política del nacionalismo promovido por la revolución protestante de Lutero, Calvino, Zuinglio y Enrique VIII. Protestantismo triunfante con la Paz de Westfalia en 1648 y teorizado políticamente por Hobbes, Spinoza y Kant.
b- Del totalitarismo comunista y nacional-socialista en el siglo XX, consecuencia política de toda la filosofía del derecho de matriz protestante de autores como Hegel, Marx, Nietzsche y Heidegger.

En La masa enfurecida, obra de notable interés, escribe Douglas Murray: «Vivimos en tiempos de locura colectiva. Tanto en lo público como en lo privado, tanto en el mundo digital como en el analógico, las personas se comportan de un modo cada vez más irracional, frenético, borreguil, en definitiva, desagradable. Las consecuencias pueden constatarse a diario, pero, por más que veamos los síntomas, no alcanzamos a descubrir las causas». Murray no acierta a ver el sentido último de la crisis civilizatoria actual, que no es otro que el derrumbamiento del orden moral que había gobernado Occidente.

La civilización cristiana, que comenzó en el siglo IV con la legalización del cristianismo por emperador Constantino en el Edicto de Milán (313), puede considerarse terminada. Esto no significa la desaparición del cristianismo, pero su irrelevancia por sustitución es un hecho. El paganismo contemporáneo es esencialmente «cosmoteísta» y la sacralización del cosmos ha suplantado definitivamente a cualquier otro tipo de sacralización. La teología posconciliar del cristianismo implícito (Rahner), como proyección de los valores antropológicos (Feurbach), ha desembocado en la «cosmolatría» ecologista-catastrofista (Laudato si y la adoración de la Pachamama).

La democracia conduce al materialismo y éste al panteísmo ecologista

En estos tiempos de apoteosis del régimen democrático, la lectura de La democracia en América (segunda parte, cap. VII, 1840), de Alexis de Tocqueville, no deja de sorprender por su carácter profético. Sostiene que el panteísmo corresponde al futuro de la democracia, cuando ésta haya caído en su exceso pervertido. Los tiempos democráticos son portadores de tres derivas potenciales:

El materialismo puro y duro, el de la muerte de Dios y de lo sagrado.
El panteísmo vago, que sería una deriva de la filosofía de Spinoza.
Las prácticas de las sectas.

Si los pueblos democráticos carecen de una religión para indicarles los límites de la libertad, necesitarán un déspota. El panteísmo se convertirá en la religión de las sociedades democráticas degeneradas en despotismo. Dicho panteísmo coincidirá con la omnipotencia del Estado, entendida como el futuro desolador de la democracia, la eliminación de los cuerpos intermedios y, paralelamente, el aumento del poder del Estado centralista y de su administración, pasando los individuos a ser iguales en su debilidad. La democracia lleva al materialismo y la supresión de la trascendencia lleva al panteísmo. No a la desacralización, como se suele creer, sino a la sacralización de todo. La democracia está destinada a privilegiar la igualdad sobre la libertad, y por lo tanto a engendrar una forma de despotismo que corresponde al panteísmo.

Los ciudadanos son semejantes. En democracia son iguales y libres a la vez. La democracia se caracteriza por el vínculo entre ambos, y especialmente por el amor a la igualdad de condiciones. En todos los tiempos, los hombres prefieren la igualdad a la libertad, porque las perversiones de la libertad se ven inmediatamente, pero las de la igualdad, que se despliegan disimuladamente, no. Además, los planos de la igualdad se sienten más rápidamente y con mayor intensidad que los de la libertad. Así, los iguales pueden perder su libertad sin percatarse de ello. Los hombres de la democracia aman tanto la igualdad que están dispuestos a perder la libertad para mantenerla.

Entre iguales la envidia es natural y ardiente. Los ciudadanos de la democracia buscan destruir la singularidad. Son similares y también lo son sus acciones, creen que todas las inteligencias son iguales, sólo se interesan por ellos mismos y no se escuchan más que a sí mismos, o bien la opinión de la masa. Sin embargo, en el panteísmo no hay elegidos, ni personas virtuosas a la espera de una recompensa ultraterrena. No existe el yo ni la individualidad. El panteísmo deshace la verdadera grandeza del hombre, y esto es exactamente lo que busca la democracia.

En la teología política de Tocqueville se teje un vínculo entre el gobierno centralizado sobre los iguales y el panteísmo. El uniformismo de los hombres en democracia produce entre ellos una empatía secreta. No aman a los gobernantes, pero sí al poder central, pues les gusta la parte anónima del poder. En el panteísmo no hay un poder con nombre propio, pero todos son iguales y están en empatía universal inmersos en un todo innominado. Este capítulo de Tocqueville sobre el panteísmo es a la vez breve y abrumador, inquietante por el enorme parecido que guarda con la actualidad. A principios del siglo XXI, la ecología se ha convertido en la nueva religión, y esta religión es panteísta.


DECADENCIA y PODREDUMBRE SOCIAL | Miguel Ayuso y J. Manuel de Prada

La secularización. El hombre moderno es un conjunto de creencias absurdas y pseudosaberes, que lo condicionan a un actuar desquiciado que sólo puede tener como consecuencia la destrucción del orden, la belleza y la justicia. Además, de las raíces filosóficas que son causa de la cosmovisión depravada y moderna que alimenta un conjunto de ideologías absurdas, que atentan contra lo SAGRADO Y VERDADERO. Una explicación sucinta de qué es la secularización y como se ha ejecutado en nuestras sociedades, degradándonos a una vida vergonzosa.

LAS RELIGIONES SON LAS QUE FUNDAN LAS CIVILIZACIONES: 
Ante la crisis cierta de la civilización occidental, presa de altas dosis de relativismo moral e ideologización de las instituciones, es necesario rescatar la obra de uno de los grandes historiadores de la edad contemporánea, el erudito británico Arnold Joseph Toynbee [1889- 1975]. Desde una maestra filosofía de la historia, Toynbee nos ha dejado para los anales de la ciencia histórica una teoría fundamental no ajena a polémicas y críticas, tanto en las comparaciones realizadas como en las conclusiones obtenidas. Su teoría “cícilica” sobre la Historia, esencia de su pensamiento, partía del desarrollo de las civilizaciones como resultado de la respuesta de un grupo humano a los desafíos que sufría, ya fueran naturales o sociales. No existía una “historia universal” (propia de un Universo extra-histórico), sino una historia humana centrada en las creaciones y relaciones de las civilizaciones. Así lo propuso en dos de sus grandes libros. En Estudio de la Historia (A Study of History,) compuesto por doce volúmenes (escritos entre 1934 y 1961) principió esta teorización sobre “el concepto de desarrollo de las civilizaciones”. Toda civilización crecía y evolucionaba sí su respuesta a un desafío estimulaba una nueva serie de desafíos (especialmente en función de factores religiosos), mientras que decaía y llegaba a desaparece cuando la misma se mostraba impotente para enfrentarse a los desafíos que se le presentaban. En este texto desarrolló, pues, la idea de “unidad del Estudio Histórico”, al presentar una visión sistemática y unificadora de la historia de la humanidad comprendida en el estudio de sus diversas civilizaciones.

Un Estado católico y social - Alberto Bárcena

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