Hemos de tomar conciencia de que el conjunto de formas ideológicas de raíz profundamente anticristiana que se resumen bajo la etiqueta de “corrección política” dan lugar a un todo que aspira a conformar no sólo las leyes y las instituciones, también las vidas y las mentes de las personas, incluso éstas en primer lugar.
Ante la dictadura de la corrección política Una pandemia recorre el mundo, la pandemia de la corrección política. Hay pandemias terribles que atacan el cuerpo y que provocan dolor y muerte, como la que viene golpeándonos de un modo más o menos cercano. Pero también hay otro tipo de pandemia que ataca las ideas, las libertades y el espíritu. Esta pandemia de la corrección política (en adelante CP) también provoca el sufrimiento que resulta de la cancelación política y de la represión de las libertades, así como otros tipos de muerte: la muerte civil, o la muerte del espíritu. Estamos ante un movimiento ideológico que ha sido calificado como dictadura intolerante, o como un nuevo totalitarismo, incluso por pensadores nada sospechosos de fanatismo religioso (Eugenio Trías, Noam Chomsky, etc.).
Desde muy diversas tendencias se le han aplicado calificativos históricos tales como nazismo, fascismo, neo-comunismo, o nueva Inquisición. También encaja perfectamente en el “despotismo democrático” contra el que nos previno Tocqueville; o con el “despotismo desolador”, de Donoso Cortés. En efecto, frente a los totalitarismos del S. XX, esos totalitarismos sólidos y férreos que golpearon las libertades, las creencias y las propias vidas de millones de personas, este nuevo totalitarismo líquido o blando no golpea, pero sí ahoga o asfixia. No mata el cuerpo, de momento, pero mata el intelecto libre y el espíritu. Esta forma de pseudo-religiosidad sectaria unida al secularismo es capaz de herir el alma, sobre todo la más vulnerable, la de la infancia y juventud.
Recordemos cuando Jesús advierte: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”… (Mt 10,28).
En términos religiosos, se trata de un proceso que busca no solamente expulsar el fenómeno religioso o sus valores éticos del ámbito público, como en el viejo laicismo, sino también de lo privado, atacándolo en el fuero íntimo de las conciencias, las familias, los colegios, las iglesias, la economía, el ocio, el lenguaje, los gestos…
En términos civiles, amenaza con destruir las raíces civilizacionales de la democracia, la tolerancia, la solidaridad, la igualdad ante la ley, el imperio de la ley, así como de las libertades recogidas en las cartas de derechos humanos y, en definitiva, de los valores y creencias que vivificaron e hicieron grande nuestra tradición occidental y europea.
La CP nos empuja progresivamente hacia una sociedad distópica, en la que probablemente ya llevamos viviendo mucho más tiempo del que pensamos. Sociedad distópica que, apoyada en la ingeniería social, comienza suprimiendo la Filosofía y las Humanidades sustituidas por una omnipresencia de pantallas electrónicas, como en Fº451, prosigue subvirtiendo la familia, la sexualidad y la reproducción, como en Un mundo feliz; continúa con un vigilante “Gran Hermano” controlando el pasado histórico para dominar el futuro y creando una neolengua, como en 1984, y concluye construyendo un conglomerado ideológico-religioso buenista para sustituir a la religión tradicional, como en El relato del Anticristo, o en El Señor del Mundo.
El resultado es una Matrix en progresiva expansión, no exenta de policías y crímenes de pensamiento. Afrontar el desafío de la CP El primer paso es identificar y denunciar el problema, impidiendo así sus estrategias de enmascaramiento. Para ello es preciso rastrear su etiología. El origen último de la CP cabe rastrearlo en el marxismo histórico y cultural, de ahí que quepa identificar en ella elementos propios de la “lucha de clases”, pero complementada ahora también con una lucha de géneros y sexos, y con una lucha de razas, todas ellas estimuladas artificialmente. También se reconoce dicho marxismo en su intento por lograr una “hegemonía cultural” (Gramsci) de 3 sus postulados ideológicos, pero no venciendo en un debate cultural abierto sino controlándolo desde dentro hasta impedir cualquier disidencia.
Pero este consorcio ideológico también se ha pertrechado con ciertos elementos procedentes del liberalismo progresista, que se auto-justifica en aras de una tolerancia y respeto hacia determinadas minorías. El respeto a las minorías desfavorecidas es algo loable que está en la entraña y praxis de la historia del cristianismo, como también la idea de tolerancia -no siempre su praxis-, idea que tiene sus raíces no en Locke y Voltaire -intolerantes con el catolicismo-, sino en San Agustín y en Santo Tomás de Aquino. Por lo tanto, es urgente tomar conciencia del problema.
Pero después de ello no hay que limitarse a protegerse o replegarse, como dice el Papa Francisco hay que ser una Iglesia en salida. El Evangelio es más válido y necesario que nunca por lo que hay que poner los valores evangélicos en diálogo con el resto de la sociedad, sin caer en los mismos errores contrarios a la libertad y a la caridad que comete el adversario. Es necesario ser activos o proactivos tanto en la defensa, como en la construcción de una “civilización del amor” (San Pablo VI) que supere por elevación estas situaciones. A tal efecto, desde la esperanza y un sano optimismo y apelando los católicos y a toda persona de buena voluntad, manifestamos: Sí a las libertades civiles.
La necesidad ineludible de defender las libertades civiles, contando para ello con el apoyo de una parte creciente de la sociedad, que está percibiendo cada vez con más intensidad y hartazgo la asfixia de libertades que supone la CP. Es fundamental defender las principales libertades en juego: la libertad religiosa e ideológica, la libertad de expresión, la libertad de cátedra y de enseñanza, así como también las demás libertades civiles en peligro. Sí a la libertad religiosa y de pensamiento. Como afirmó San Juan Pablo II, la libertad religiosa es una exigencia ineludible de la dignidad de cada hombre, constituyendo una piedra angular del edificio de los derechos humanos. El entorpecimiento del libre ejercicio y manifestación de la fe en el ámbito público (a través de símbolos, fiestas, etc.) bajo capa de protección de otras minorías religiosas o de la no confesionalidad, atenta contra el derecho humano y fundamental a la libertad religiosa. Sí a la libertad de expresión. Es esencial respetar la libre expresión de ideas y creencias siempre que no suponga un ataque directo a la dignidad, como también respetar el propio lenguaje, sin imposición de eufemismos o de neo-lenguas que, como “cartas marcadas”, vician el debate público.
La imposición total o parcial de un lenguaje inclusivo o de fórmulas lingüísticas políticamente correctas, implica una exclusión hacia aquellos que, defendiendo la dignidad de toda persona, no están obligados a asumir determinadas expresiones lingüísticas o la ideología que hay detrás. Sí a la libertad de enseñanza y de cátedra. La primera instancia educativa son los padres, que tienen el derecho y patria potestad sobre la educación de sus hijos, siendo el Estado un agente subsidiario en dicha educación que no puede anteponerse a los padres, muy especialmente en materia de educación afectivo-sexual. Es necesario que las instituciones educativas sean coherentes con la búsqueda y transmisión del conocimiento, la ciencia y la verdad desde la libertad. Las instituciones educativas religiosas pueden y deben respetar con coherencia el ideario católico que profesan y que han escogido los padres, sin diluirlo y sin doblegarse ante exigencias ideológicas que atenten contra sus principios. Para ello es fundamental que las instituciones educativas protejan visiblemente a sus profesores frente a coacciones y cancelaciones injustas.
La universidad es el ámbito del diálogo científico y de la crítica de ideas pero este debate de ideas no lo puede sentenciar el Estado -como pedía Hobbes en su Leviatán absolutista-, ni determinados grupos de poder o de presión mediática o económica. El debate sobre cualquier idea científica tiene su lugar en el aula, en el laboratorio, en textos científicos bien fundamentados, pero no pueden coartarse por comités de una pretendida verdad oficial. Así, es fundamental que haya universidades de financiación no estatal que puedan ejercer libremente su vocación de búsqueda y transmisión de la verdad.
La cultura de la cancelación supone una cancelación de la cultura. La visión católica ha defendido siempre el valor de la razón en la clarificación de la verdad y del bien común, pero sin caer en el racionalismo abstracto que la divorcia de la tradición y la pone al servicio del poder o la ideología. Igualmente, el cristianismo valora el papel del sentimiento y de la voluntad, vinculados al corazón humano, pero el emotivismo y el voluntarismo políticos descentran la política de su fundamento en la recta razón y en un bien objetivo.
Reivindicamos la historia y tradición de Occidente, de Europa y de España como una historia que ha realizado grandes logros cuando se ha mantenido fiel a sus raíces en el logos griego, el ius romano y la caritas cristiana. Ello no implica obviar las sombras o errores de su historia, pero ante ellos preferimos perdonar a condenar, preferimos aprender de dichos errores sin incurrir en absurdos anacronismos.
Afirmamos la verdad con minúsculas, que es accesible por la razón a través de las ciencias, las Humanidades y la Filosofía, y la Verdad con mayúsculas, que está en Dios, igualmente accesible por la razón, y que tiene su encarnación en Cristo. Una variante de la CP extiende sus tentáculos hasta el campo de la belleza artística, estableciendo una dictadura de lo “estéticamente correcto”. Aquellos artistas que optan por defender la belleza real de la Creación, o que continúan la gran tradición del arte sacro, corren serios riesgos de ser cancelados como artistas. Contra esta situación apoyamos a aquellos artistas de valía que continúan en la tradición que aúna la Belleza con la Verdad y el Bien. Dios lo ve.
Los criterios para el reconocimiento de un autor en el canon de grandes obras literarias, artísticas o cinematográficas, o para la concesión de premios, también se han visto injustamente sometidos a los embates de la CP, cancelando o introduciendo autores por criterios que no se deben al valor intrínseco de la obra, sino a aspectos extrínsecos (raza, sexo…), o de sumisión a la CP. La cancelación de grandes autores clásicos constituye una aberración anacrónica. Combatir la CP por la paz social y el auténtico progreso. Lo políticamente correcto en los medios y las redes sociales se formula a través del desprestigio del pensamiento racional, del relativismo, del emotivismo y del pragmatismo. Todo ello es caldo de cultivo de las fake news, de la comsmovisión progresista dominante en los medios, o del secuestro u oscurecimiento de la verdad. Es necesario reivindicar el valor constitutivo de la verdad en los medios y su referencia al bien común, más allá de la CP e ideología woke.
Los medios de comunicación son parte del problema de la CP pero también pueden ser parte de la solución. En este sentido, valoramos muy positivamente la aparición de medios que hagan frente a la CP -como El Debate-, y sean punta de lanza para una propuesta de batalla cultural necesaria y urgente, tanto en información como en entretenimiento. A menudo la empresa, especialmente la gran multinacional, se ve presionada desde diversas instancias públicas o internacionales para internalizar la CP, actuando así como correo de transmisión en su expansión. Frente a ello hay que defender la libertad del empresario y del trabajador a la hora de ejercer sus convicciones y sus creencias, apoyando especialmente a las empresas de ideario cristiano, o que hagan frente con valentía a las imposiciones de CP.
Consideramos que la ideologización y la incursión de la CP en instituciones de la UE, o de organismos internacionales como la ONU, suponen un grave riesgo que socava sus principios constitutivos haciéndolas caer en un dirigismo cultural y en una manipulación al servicio de intereses espurios. La actual crisis de la UE y de otros organismos internacionales debe mucho a esta situación. Es necesario emprender una batalla cultural bien entendida desde la parresía, la libertad de expresarse con respeto pero con valentía y con una sana rebeldía ante lo injusto o lo falso. “No tengáis miedo” (San Juan Pablo II).
Asumir el desafío desde la fe y la esperanza. Como cristianos defendemos la tolerancia, así como el respeto, apoyo y defensa a la mujer y a todas las personas que se encuentren oprimidas o maltratadas por cualquier razón, pero no asumimos la ideologización e instrumentalización que se hace de cualquier minoría desde determinadas posiciones ideológicas constructivistas. Confiamos con esperanza en la participación de la sociedad civil para hacer frente con valentía e iniciativas audaces a estos desafíos, así como de los movimientos eclesiales, los cuales tienen una especial contribución que hacer en esta materia, especialmente si logran actuar con la necesaria coordinación, sin detrimento de la diversidad de sus carismas particulares. En este sentido, es importante la defensa pública de la Iglesia y de sus ministros desde la caridad y la verdad. Defendemos la Doctrina Social de la Iglesia plenamente, desde sus tratados de Economía, Derecho y Política, que defienden la auténtica Justicia Social, así como a los excluidos y a los pobres –amados con predilección por Dios y por la Iglesia-, hasta los tratados más controvertidos hoy, que defienden la Vida y la Familia.
Una parte importante de la DSI se ha vuelto políticamente incorrecta hoy día, motivo por el que se hace especialmente necesaria su enseñanza y promoción. Defendemos el humanismo cristiano que está en la raíz de la tradición occidental y que parte de una correcta visión antropológica del individuo y de la sociedad. Las Humanidades y la Filosofía clásicas, así como la DSI, son los mejores antídotos formativos contra la CP. El perjuicio de la CP es especialmente sangrante en materia de defensa de la vida -aborto y eutanasia- y de defensa de la familia, que han de ser consideradas cuestiones prioritarias.
La abolición de Dios que viene promulgando el secularismo y que está en la raíz de la corrección política, provoca la abolición de lo humano, así como de su dignidad, de su libertad y de su desarrollo moral. El siglo XX que se conoció como el “Siglo de las Ideologías” y a la vez el “Siglo sin Dios” ha sido el siglo en el que más millones de muertes se han producido por violencia, guerras y genocidios de toda la historia. Ha sido igualmente, el siglo de los mártires, pues se han contado por millones.
Por tanto, defendemos una visión de la sociedad y de la política abierta a la trascendencia y que tiene como referente último a Dios. Esto se encuentra en las raíces de la tradición occidental, incluso en sus etapas paganas, griegas y romanas.
El cristiano está llamado a afrontar la CP y sus efectos desde lo que San Juan Pablo II llamó el “martirio de la coherencia”, siguiendo el ejemplo de los beatos y santos mártires del S. XX, así como de aquellos que tuvieron la valentía de defender la fe ante situaciones de persecución y laicismo. En definitiva, llamamos a ejercer la fascinante defensa de la Verdad, de la Bondad y de la Belleza.
Madrid, a 14 de noviembre de 2021
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Juan Carlos (Yanka)