RENUNCIAS
Leo un interesantísimo reportaje en el diario digital Religión en libertad sobre el crecimiento exponencial de la comunidad en los Estados Unidos, que discurre paralelo a las deserciones que sufren las religiones establecidas. En medio de una debacle religiosa generalizada, los amish duplican cada quince o veinte años su número de fieles, que hacia 1920 eran apenas cinco mil y hoy superan los trescientos cincuenta mil. Si mantuvieren este ritmo de crecimiento, podrían convertirse en la confesión mayoritaria de los Estados Unidos en un par de siglos, cuando muchas de las religiones establecidas hayan desaparecido por completo, o su presencia sea testimonial.
Pero esta pujanza de los amish, en medio de un mundo en el que la fe religiosa se apaga lentamente, resulta sumamente interpeladora, sobre todo si consideramos que los amish no practican el proselitismo y son constantemente caricaturizados en películas y series de televisión. Para explicar el fenómeno se aduce que los amish tienen un índice de natalidad muy alto; pero, por ejemplo, en el ámbito católico se procreaba hasta hace poco con alegría, lo cual no detuvo el proceso de secularización. También se resalta que los amish conforman comunidades cerradas, sin apenas contacto con el mundo exterior y por lo tanto impermeables a sus cantos de sirena. Pero, como puede comprobarse en cualquier serie televisiva dedicada a ridiculizarlos, los amish conocen de sobra tales cantos de sirena, que rechazan con orgullo de forma abrumadoramente mayoritaria.
Los ‘amish’ han entendido que la tecnología no es un instrumento neutro, sino que naturaliza en nuestras conciencias conductas destructivas
Desde luego, la solución extrema de los amish, que se aferra al bien particular y se desentiende del bien común, no nos parece loable. En la Carta a Diogneto, uno de los textos más hermosos del cristianismo primitivo, leemos que los cristianos vivían «en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte», sabiendo que, aunque no ‘eran’ del mundo, tenían que ‘estar’ en él: «Habitan en su propia patria —leemos en la Carta—, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña; […] se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero son los que mantienen la trabazón del mundo». Pero ¿cómo se puede ‘estar’ en el mundo (y aspirar a transformarlo) sin pertenecer a él? Los cristianos primitivos, desde luego, fueron capaces de mantener tal tensión fecunda, logrando además que su ejemplo fuese altamente contagioso; algo que, evidentemente, los cristianos de nuestra época no son capaces de hacer.
Y aquí los amish nos brindan una lección sumamente instructiva. Aparte del cumplimiento escrupuloso de unas normas religiosas, cuentan con un ‘código’ de renuncias que, lejos de resultar disuasorias, actúa como estímulo para la comunidad. Así, por ejemplo, no permiten teléfonos en sus casas; no porque piensen que los teléfonos son intrínsecamente malos (de hecho, suelen tener cabinas en las calles y teléfonos en sus centros de trabajo), sino porque consideran que el teléfono estorba la paz de su hogar, erosiona las relaciones familiares e impide los gozos compartidos; porque consideran que el teléfono destruye la vida comunitaria y ensimisma a los hombres, haciéndolos además más permeables a la infiltración de multitud de hábitos perniciosos. Y el mismo ‘código’ que exhorta a los amish a renunciar al teléfono (o a usarlo sólo en casos de estricta necesidad) lo aplican a otros muchos ‘adelantos’ tecnológicos que infestan la vida moderna, inundándola de tentaciones que desestructuran la vida moral y destruyen las almas, desde el chismorreo a la pornografía, pasando por la vana agitación política.
Los amish, en fin, han entendido que la tecnología no es un instrumento neutro, sino que naturaliza en nuestras conciencias conductas destructivas o puramente ‘nerviosas’ y desnortadas, abreviando y banalizando nuestras decisiones morales, protegiendo con su falsa asepsia y su tentadora ‘inmediatez’ nuestras pulsiones más sombrías. La tecnología, con la golosina de ‘estar’ en el mundo, nos acaba obligando —en un suave deslizamiento del que ni siquiera somos conscientes— a ‘ser’ del mundo. Y, luego, dejar de ‘serlo’ se convierte en una misión sobrehumana, tan inasumible como ‘estar’ fuera del mundo. Tal vez adoptar ‘códigos’ que nos permitan ‘estar’ en el mundo renunciando a ‘ser’ suyos sea la única manera de evitar el aislamiento de los amish. Pero para ello hay que aprender a vivir en el mundo como en una tierra extraña; hay que aceptar un código de renuncias que el mundo nos presenta como inasumibles.
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Películas y series de TV ha hecho de ellos una caricatura de su estilo de vida, pero pocos conocen realmente su vida y su fe
Los Amish son un grupo etno-religioso protestante, que surgió dentro de la llamada “reforma radical” (Anabaptistas, Menonitas, Hutteritas, etc). Rompieron con sus raíces menonitas por cuestiones de disciplina y se mantienen en régimen congregacionalista puro, habitando exclusivamente en áreas rurales y viviendo totalmente apartados de la sociedad. Rechazan cualquier progreso que se aparte de su ideal de vida sencilla.
Por diversas películas y series de TV se ha hecho de ellos una caricatura de su estilo de vida, pero pocos conocen realmente su vida y su fe.
Las raíces: la Reforma Radical
Normalmente cuando pensamos en la Reforma Protestante la identificamos con el movimiento originado por Martín Lutero y continuado por J. Calvino y U. Zwinglio, de donde surgen las dos grandes tradiciones protestantes: la luterana y la reformada (calvinista). Pero en el mismo siglo XVI surgieron por toda Europa central, movimientos de reforma con grandes diferencias respecto de Luteranos y Reformados.
Los anabaptistas insistían en bautizar solo a quienes en forma adulta se arrepienten de su vida pasada y asumen una vida nueva de fe, aceptando la Sagrada Escritura como única regla de vida, en una total separación de la Iglesia y el Estado.
Los primeros aparecieron en Suiza (1523) y en el sur de Alemania. Vivían en comunidad de bienes, rechazando las leyes civiles y eclesiásticas. Su concepción de una “iglesia libre” le costó la vida a la mayoría de ellos. Algunos tenían un talante milenarista y revolucionario, pero otros fueron más pacíficos y moderados. Casi con los mismos acentos teológicos, espirituales y sociales, aparecen los Hutteritas en Moravia y los Menonitas en Holanda.
El movimiento Menonita, descendiente directo de los anabaptistas en los Países Bajos, es la tendencia más conservadora dentro de la llamada “reforma radical”. Conrad Grebel (1498-1526) discípulo de Zwinglio será el fundador de este movimiento, aunque será el ex sacerdote, Menno Simons (1496-1561) quien da el nombre al movimiento que se introducirá en Danzig y luego en Rusia. Durante el siglo XVII fueron cruelmente perseguidos por autoridades civiles y eclesiásticas de todas las confesiones (5.000 mártires).
Los Amish son una rama más radical y puritana que surge dentro de los Menonitas, con quienes rompieron en 1693, liderados por el anabaptista Jakob Ammann.
Al igual que los Menonitas y otros movimientos de la llamada “reforma radical”, huyendo de las persecuciones en Europa, se instalan en las colonias inglesas de América del Norte. Los menonitas se instalan en 1640 cerca de Filadelfia y se expandieron por Pennsylvania, Virginia y Ohio. A finales del siglo XIX menonitas rusos llegarán también a Canadá y a Kansas.
Los primeros Amish llegan a Pennsylvania en 1707, con una oleada que duró hasta 1756. Una segunda oleada de Amish se asentará en Kansas entre 1815 y 1860 y desde Pennsylvania llegaron a Ohio, Indiana, Illinois y Michigan.Mientras tanto, en Europa, los pocos Amish que quedaron, se unieron a sus hermanos menonitas.
Creencias y prácticas
Las creencias y las prácticas de los Amish son cristianas, una radicalización de la doctrina menonita, la cual no acepta el bautismo de niños, es pacifista y buscan una iglesia libre de ataduras de leyes humanas y del Estado.
Sus miembros buscan una vida de oración y santidad, de sencillez y humildad, evitando cualquier “contaminación” con la sociedad, con las “tentaciones del mundo”.La vida de oración en familia, el culto dominical, el amor a la Palabra de Dios, la vida y el trabajo comunitario, junto a la búsqueda de la santidad de vida, son el motor de su piedad cotidiana.
Tienen su propio código de conducta, Ordnung, y en casos de delitos, prefieren resolverlo internamente con sus propios tribunales. En algunas comunidades, antes de ser bautizados, cuando cumplen 16 años, se les da un permiso (rumspringa) para salir de la comunidad si lo desean y “explorar el mundo”, para luego decidir si quieren bautizarse y seguir a Cristo dentro de la comunidad.
A diferencia de lo que se puede ver en películas y series, muy pocos deciden dejar la comunidad y las cosas que exploran del mundo son muy inocentes, como el uso de tecnologías modernas o ver una película.
Tienen una estructura patriarcal, donde las mujeres no tienen los mismos derechos que los hombres. Ellas deben priorizar a la Iglesia, a la comunidad y a la familia antes que cualquier interés personal. Mientras son solteras obedecen a su padre, y si se casan deben ser sumisas a su esposo.
En su culto se comparte una predicación sencilla y algunos himnos cantados sin música. La participación en la comunión se realiza dos veces al año, una en primavera y otra en otoño. No utilizan la electricidad, se visten como en el siglo XVIII, rechazan las fotografías como una forma de vanidad y tienen prohibido ser filmados.
Rechazan ver televisión o escuchar radio, o manejar cualquier tecnología moderna. Rechazan toda forma de orgullo o arrogancia y tienen una gran estima por la humildad, el trabajo comunitario y la paz, evitando toda autopromoción o destaque personal. Se someten a la “voluntad de Jesús” expresada en el Evangelio y en las normas de la comunidad, oponiéndose a toda forma de individualismo.
La interpretación bíblica está a cargo de los ancianos de la congregación y se usan versiones de la Biblia en un alemán antiguo, lo que dificulta su lectura por parte de las nuevas generaciones. Se destacan por la ayuda mutua y la prioridad de la vida comunitaria por encima de sus intereses personales.
La población más grande de Amish está en Estados Unidos, especialmente en Ohio y en Pensilvania, siendo unos 228.000 y cerca de 1500 en Canadá. Tienen un alto porcentaje de deserción ya que algunos son excomulgados por la comunidad y se pasan a otras confesiones cristianas.
La mayoría de ellos habla el dialecto alemán (Dutch), que trajeron sus antepasados de Suiza, aunque en muchas comunidades se habla inglés. Según varios autores protestantes, su aspecto anticuado contrasta con la vitalidad y el crecimiento de sus comunidades.
Además de su presencia en Estados Unidos, hay comunidades Amish en México, Argentina y Paraguay, donde además del campo, se dedican a la fabricación de muebles y quesos, entre otras tareas artesanales.
Bibliografía:
Bosch, Juan. (2002). Nuestras iglesias hermanas. Madrid: PPC.
Bosch, Juan. (1998). Diccionario de Ecumenismo. Navarra: Verbo Divino
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