martes, 12 de octubre de 2021

DESCUBRIMIENTO Y ESPAÑOL por ANTONIO PÉREZ HENARES

Descubrimiento y español


Comienzan negando la palabra para después enterrar, preferentemente en lodo, el hecho y su raíz. Se niega Descubrimiento, como se niega España (estepais), Lengua Española, Reconquista o Vuelta al Mundo. Es el rayo que no cesa de quienes quieren, con cada vez más inquina, negar nuestro, histórico y presente, existir y ser. El suyo y el de sus abuelos, por cierto, también. Un pasado común del que reniegan, sobre el que escupen y al que como implacables y flamígeros jueces se lanzan a condenar, milenios o siglos después, con absoluta y atrevida ignorancia pero con la sentencia ya escrita de que nuestro crimen es universal y nuestra pena, la de ser por siempre reos de la ignominia mundial.

Esta es, la de pretender juzgar el pasado, no ya sólo con baremos y valores del presente sino con dogmas extremos y sectarios, la gran y memorable estupidez de nuestros tiempos mostrencos. La de convertirse en la Nueva Inquisición de todo el devenir de la humanidad y el de España en particular. La que se ha apoderado de lo que por ellos considerado «progresismo» y que resulta ser en verdad una liberticida «progrecracia» totalitaria, opresiva, censora, discriminatoria y sembradora infatigable del odio y la confrontación.

Toca hoy hablar del Descubrimiento de América, que descubrimiento fue, pues no hubo hecho ni más relevante, trascendente y ajustado a esa expresión que aquel acaecido el 12 de octubre de 1492. Cierto es que ni Colón, ni ninguno de los españoles que con él iban, sabían que aquellas tierras existían. En realidad andaban buscando otras pero toparon con ellas y al cabo, aunque algo costó, comprendieron que habían llegado a otro lugar.

Los españoles, pues ya era tal Nación y en nombre de las coronas de Castilla, Isabel, y de Aragón, Fernando se reclamaba «posesión» de lo descubierto, intentaban llegar por occidente al Moluco, a la especiería y no tenían ni la menor idea de que en medio existía tal continente. Como no se tenía tampoco en parte alguna del mundo entonces conectado: Europa, Asia y África. Por su lado, los habitantes de aquel lugar igualmente y tampoco tenían ni la más remota impresión de que hubiera tales tierras y tales gentes al otro lado de sus dos océanos y ni siquiera de qué tales mares fueran dos. O sea que descubrimiento fue y por partida doble. Ni nosotros sabíamos que existían ellos y aquellas tierras ni ellos que existieran las nuestras ni nosotros.

¿Puede ser por tanto llamado el Descubrimiento de otra manera? Pues no. Pero antes de hacerlo hay quienes prefieren tragarse su propia lengua y hasta el idioma con el que con ella se expresa, el español. Castellano en España, si se quiere así, pero español en el mundo. Porque fue la lengua llevada, la que se expandió, la que le dio por vez primera la vuelta al mundo y se convirtió en la primera franca de todo el globo terráqueo.

Descubrimiento, exploración y conquista. Las cosas por su nombre. Pues conquista, como la musulmana de Hispania, ocho siglos atrás, fue y a eso fueron unos y otros, sin duda ni rubor. Para extender los dominios de su rey, para expandir la fe que profesaban y para conseguir gloria y fortuna personal. Claro que fue conquista y que eran también aquellas las pasiones, el oro y la ambición, quienes les empujaron a unas epopeyas inauditas y hasta sobrehumanas donde también son innegables, ni siquiera contempladas con las pautas de comportamiento propias de aquel tiempo, hechos de enorme crueldad. Canallas y crímenes hubo. Que fueron, recordemos, antes que por nadie denunciados, juzgados y, en no pocas ocasiones, condenados por no pocos de los que fueron con ellos, la justicia y las leyes de la Corona. Pero condenar esta Conquista en particular por el propio hecho de serlo y considerarla una atrocidad universal sin paragón es simplemente propia de mermados neuronales o de abducidos y sectarios ignorantes.

¿Qué ha hecho el homo sapiens desde que se puso a caminar, al menos hasta es día de hoy y sin trazas excesivas de cambiar? De primeras, el entonces recién llegado de África desplazó y exterminó a la otra especie plenamente humana, el neandertal y, ¡que cosas!, precisamente a los últimos aquí, en nuestra península. ¿Y qué es lo que han hecho, que sepamos, los diferentes pueblos desde hace 10.000 años? ¿Qué han hecho sumerios, acadios, egipcios, jonios, griegos, fenicios, romanos, sajones, normandos, godos, mongoles, árabes, portugueses, españoles, holandeses, franceses, ingleses y norteamericanos? ¿Decretamos la condena al fuego eterno y a la destrucción de la memoria de los imperios y civilizaciones mesopotámicas, egipcias, griegas, romanas, árabes, hispanas, francesas, inglesas o norteamericanas? ¿Decapitamos la momia de Tutankamón? ¿Nos hemos vuelto imbéciles?

La respuesta al ver lo que se pregona por las universidades de Estados Unidos, se enarbola en Hispanoamérica como gran bandera, se compra en Europa y se asume como propio en la autoconsiderada como «única y buena» intelectualidad española, es que sí. Que nos hemos vuelto gilipollas, vamos. Dicho en román paladino de la mejor sonoridad.

No es ni siquiera preciso, para una comprensión normal, añadir que el Imperio español no fue para nada, sino más bien al contrario, el prototipo del genocidio exterminador, como otros y más recientes que sí han sido. Compruébese el mestizaje masivo y mayoritario al sur del río Grande y la ausencia casi absoluta de un indígena vivo al norte de aquel. Léanse las Leyes de Indias y la prohibición, tras el repudio por ello al propio Colón de la reina Isabel (1504), de esclavizar a los indios o la invitación a los matrimonios con los nativos y su regularización y plenos derechos de cónyuges y herederos (1514) . Y compárense con cuando estos se permitieron legal y finalmente en Estados Unidos (1967).

Sobre ello y sobre tanto más hay mucho que decir y explicar. Pero, al menos, quede esto en claro. Que fue Descubrimiento y fue -cambiando el mundo, ensanchándolo, globalizándolo- español y en español.






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