“EL OESTE QUE NUNCA EXISTIÓ”
"El cine nos ha hecho como somos.
Yo no sería la que soy, no me reconocería
a mí misma si tuviera que borrar de mis ojos
las imágenes imborrables de mil horas de cine".
Josefina Aldecoa
En el western, el director o el guionista puede reflejar y concentrar mejor todos los temas y conflictos de la humanidad: la libertad, la justicia, la ley, el honor, el valor, la gesta, la unión, la traición, la codicia, el caciquismo, el deber, el derecho, la guerra, la paz, la amistad, el amor...
Seamos claros. El cine, no tiene que ser, casi nunca, una clase de historia. Más bien creo que el cine tiene la obligación de reinterpretar la historia de forma más o menos fehaciente para transmitirla a los espectadores y conseguir que prenda en ellos la chispa de la ilusión y la fantasía.
Ya lo decía Ford, “Cuando la historia se convierte en leyenda, imprime la leyenda”. Y, no creo que existan dudas, de esto el bueno de Ford sabía más que nadie.
Así ocurre con las películas del oeste. Estoy seguro de que en ellas, a través de todos estos años de existencia del cine, ha primado fundamentalmente la leyenda sobre los hechos históricos. Pues bueno. ¿Qué más da?
Lo único importante es que el llamado cine del oeste ha estado presente desde el principio y ha traspasado las fronteras geográficas y culturales de los Estados Unidos para alcanzar hasta el último rincón de este mundo multicolor en el que vivimos.
Si uno echa la vista atrás, recordando las películas que han ido marcando de forma indeleble nuestra vida, casi siempre aparecen un buen montón de westerns entre el grupo de nuestras películas favoritas.
Porque resulta, que en aquellos años gloriosos en los que el cine sí que era la más importante de las artes (y no me dejo llevar por la pasión), todos los grandes, con mayor o menor frecuencia, dedicaron sus esfuerzos a crear maravillosas películas de indios y vaqueros, de diligencias, desiertos, montañas nevadas, caravanas de mujeres, estampidas de ganado o duelos a muerte a las puertas de un "saloon".
En las películas del oeste, durante muchos años, residía casi todo. La pasión, la solidaridad, el amor por la tierra, la venganza, la hipocresía, el esfuerzo de superación, la justicia, la soledad o la camaradería más asombrosa, el sacrificio, la lucha por la libertad, el romanticismo e incluso el ecologismo o la pelea constante por llevar los derechos humanos a las praderas sin ley y a las ciudades más corrompidas.
Pero sobre todo, dejando a un lado, como ya señalaba anteriormente, la exactitud más rigurosa de los hechos históricos, lo que yo siempre encontré en estas películas del oeste, fue una forma distinta de entender la vida, una mirada distinta hacia el mundo y una poesía, en ocasiones trágica, pero casi siempre maravillosa y libre.
En mis recuerdos de cine, ocupan un lugar privilegiado, los cielos asombrosos de Ford en “Centauros del desierto”, la magnificencia de un Monument Valley convertido en el escenario fantasmagórico en el que unos hombres intentaban encontrar un sentido a su vida, perdidos en los entresijos de un mundo que pugnaba por nacer.
Ford es, por supuesto, quizás el mejor referente, pero no el único. También estaban Walsh o Hawks o Mann. Y después Leone, Eastwood, Peckinpah, Pollack o Costner.
Todos ellos y muchos otros, forjaron la leyenda de un tipo de películas que ya casi han desaparecido.
Es cierto. Ya casi no se hacen películas del oeste. Pero por suerte, nos quedan ya para siempre un número estimable de títulos maravillosos con los que mantener el espíritu pionero que forjó una forma de vivir. Una forma de entender la vida en un mundo, en ocasiones cruel, en el que la vida de un caballo era más importante que la de los propios seres humanos.
Miramos hacia atrás y descubrimos asombrados que también nosotros, a través de la magia de aquellas películas, estuvimos allí. En las praderas y en los salones. Guardando las espaldas a Wayne o a Cooper, cuando nadie más que nosotros quería ayudarles.
Cuántas veces, al anochecer, al calor de una hoguera, saboreamos aquel café negro y espeso que nos preparaba Walter Brennan al tiempo que nos sorprendía con sus increíbles historias de apaches y comanches.
Acompañamos a Custer en todas sus cargas. Y cuando nuestra diligencia estaba a punto de ser apresada por los sioux, apareció casi siempre el 7º de Caballería, tocando sus trompetas, para salvarnos las cabelleras cuando ya las dábamos por perdidas.
Y ya sé que los indios, en muy pocas ocasiones salían bien parados. Pero, eran otros tiempos.
De todas formas, aunque bien es cierto que en contadas oportunidades, el cine también se acercó a ellos con la verdad por delante, como pidiéndoles perdón. En un gesto que no podía hacer olvidar las matanzas y el exterminio al que casi fueron sometidos en la realidad, pero que les hacía aparecer ante nuestros ojos como las gentes sencillas, honestas, valientes y leales que debieron ser.
Un pueblo condenado a una lucha sin esperanza contra la llamada “civilización”. Una civilización que no tuvo reparos en acabar con ellos para así poder seguir extendiendo sus dominios.
De todas formas, y repitiéndome una vez más, no creo que la principal misión del cine sea la de convertirse en un libro de historia.
Para eso, lógicamente, están los historiadores y existen otras tribunas y otros medios desde los que contar las cosas tal y como realmente fueron.
Ya, ya sé que el General Custer, no se parecía demasiado al personaje que Errol Flynn interpretaba en la pantalla. ¿Y qué?
Yo, personalmente, me quedo con las películas. Porque en ellas, aprendí todo lo que un chico tímido del este necesita saber para lograr sobrevivir en Texas, o en Carlson City o en las Montañas Rocosas.
Las películas del oeste, marcaron el camino a seguir. Fueron las pioneras. Las que consiguieron, fotograma a fotograma, que este maravilloso invento llamado cine calara ya para siempre en lo más hondo de los espectadores, de forma que ya nunca concibamos la vida sin el cine.
No sé si ustedes compartirán mi opinión, pero yo, sin dudarlo, no me arrepiento en absoluto de haber estado al lado de Wyatt en el OK Corral. De haber cabalgado con Cooper o con Mitchum o con Stewart o con Glenn Ford.
Ellos y muchos otros, me enseñaron a manejar el revólver, a lanzar el lazo, a sortear ríos caudalosos y a buscar un paso entre las montañas para alcanzar la “tierra prometida”.
Sí, eran otros tiempos. Pero yo estuve allí. Gracias al cine. El resto, es historia.
VER+:
EL GÉNERO CLÁSICO AMERICANO POR EXCELENCIA
El western es, sin lugar a dudas, el género clásico americano por excelencia y su marco histórico se sitúa en el Oeste Norteamericano del siglo XIX, con todas las connotaciones humanas, sociales y políticas de la época. Como género, su esplendor se ha mantenido a lo largo de la Edad de Oro del cine, pero su prominencia como tal ha decaído desde fines de la década de los ’70, si bien ha logrado en la década de los ’90 un reconocido, pero fugaz resurgir. El Western es el género que probablemente mejor defina a la industria cinematográfica de los Estados Unidos y con nostalgia se adentra en los años de expansión de la civilización por sobre las fronteras de los nativos en la conquista del territorio virgen. Las películas de este género se desarrollan en los estados del Oste norteamericano durante el periodo que abarca desde el comienzo de la Guerra Civil en 1860 hasta el final de las llamadas Guerras Indias en 1890, sin embargo, este periodo cronológico presenta sus alternativas. Algunos westerns incorporan la Guerra Civil, un conflicto esencialmente ligado al este del Río Mississippi, e incluso han cruzado la frontera norteamericana, frecuentemente en México.
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