EL P. EDWARD JOSEPH FLANAGAN,
FUNDADOR DE LA CIUDAD DE LOS MUCHACHOS
HACE 100 AÑOS LLEGÓ A OMAHA (NEBRASKA)
UN JOVEN SACERDOTE IRLANDÉS QUE HARÍA HISTORIA
El popular fundador de la “Ciudad de los muchachos”-iniciativa a favor de los niños pobres que en 1938 una película de Hollywood con el mismo nombre inmortalizó e hizo famosa en el mundo entero-, el P. Edward J. Flanagan, nació en Leabeg, condado de Roscommon (Irlanda), el 13 de julio de 1886. Nació de un parto prematuro y se temió por su vida, pero sobrevivió, aunque su salud nunca fue buena. Octavo hijo de una familia de 11, de padres granjeros, John y Nora Flanagan, acostumbrados al trabajo duro y devotos católicos, años más tarde, él escribirá sobre su familia: “Mi padre me contaba muchas historias que me interesaban como niño, historias de aventuras o sobre las luchas del pueblo irlandés por su independencia. De él aprendí la gran ciencia de la vida, con los ejemplos de las vidas de los santos, escritores y patriotas. Es en este momento de mi vida cuando aprendí la regla fundamental del gran san Benito: Ora et labora”. Todos los días rezaban el rosario en familia, como era habitual en las familias irlandesas católicas.
De condición frágil, en cuanto creció un poco su padre le encargó del cuidado del ganado de la granja, acompañándolo por los prados circundantes, lo que le dio tiempo para pensar, leer y meditar. Sobre ello, escribía en 1942: “Ese parecía ser el trabajo más adecuado para mí, que era el más delicado de la familia y no valía para otra cosa, probablemente con menos cabeza que los otros miembros de la familia”. En realidad no era cierto, pues tenía una gran capacidad para los estudios, fue a la escuela pública de Drimatemple, cerca de su casa y después, a los 15 años, al Summerhill College, en Sligo, en donde se graduó con honores en 1904.
Ese mismo año emigró a EE. UU. con su hermana Nellie, estableciéndose en Omaha, Nebraska, donde su hermano Patrick era sacerdote. Estas emigraciones forzadas por la pobreza del campo, que fueron parte de la idiosincrasia irlandesa en el siglo XIX y primera mitad del XX -de su cultura, su música y su literatura-, como veremos al hablar del P. Patrick Peyton, afectaron a la mayor parte de las familias irlandesas. Como contraposición, sirvieron para llevar la fe católica a países lejanos que hoy deben su fuerte presencia de Iglesia a aquellos inmigrantes irlandeses.
En Norteamérica decidió el joven Edward comenzar los estudios eclesiásticos, en primer lugar en St. Mary’s University en Emmitsburg, Maryland, después en St. Joseph’s Seminary en Dunwoodie, New York, en ambos lugares demostró una vez más su valía intelectual, si bien la salud no era buena y en St. Joseph’s contrajo una neumonía doble que le obligó a interrumpir un tiempo los estudios e ir a vivir con su hermana Nellie y su hermano Patrick. Posteriormente fue enviado a estudiar en Europa, primero en la Universidad Gregoriana de Roma -donde también tuvo problemas de salud por el invierno romano, por lo que volvió a EE. UU. y estuvo trabajando una temporada como contable en una empresa de carnes- y luego en la Lopold-Frantzen Universität, de Innsbruck (Austria), donde la altura de la ciudad le vino muy bien para la salud. Al concluir sus estudios en este último centro, en 1912, fue ordenado sacerdote con un grupo de jesuitas en la iglesia de San Ignacio de aquella ciudad.
De regreso a los EE. UU., tras celebrar su primera Misa solemne en la iglesia de Holy Angels, en Omaha, comenzó a ejercer su ministerio en primer lugar como vicario de la parroquia de Saint Patrick’s en O’Neill, Nebraska, en la que años antes su hermano Patrick había tenido el mismo cargo. Seis meses después fue enviado en marzo de 1913, también como vicario parroquial, a la iglesia del mismo nombre, pero ahora en Omaha, que era la capital del estado. Se trataba de uno de los barrios más pobres y allí fue enviado el joven sacerdote por tener nociones de economía, para sacar adelante la parroquia. Desde un principio se sintió preocupado por las condiciones de vida de los rechazados e inadaptados sociales.
Dos hechos terribles habían afectado aquella ciudad dejando mucha gente sin trabajo. En primer lugar, el domingo de Pascua de aquel 1913, a las 6 de la mañana, un violento tornado arrasó la ciudad, destruyendo un tercio de los edificios y dejando 155 muertos (que el P. Edward ayudó a recoger por las calles), cientos de personas sin hogar e incontables padres de familia sin empleo. Por otro lado, la sequía del verano de 1913, año sin duda nefasto en aquella población, había dejado también a muchos inmigrantes trabajadores del campo –sobre todo irlandeses y alemanes- sin trabajo y las calles estaban llenas de hombres que no tenían nada que hacer ni dinero para pagar una vivienda. Por ello, en 1915 alquiló en Omaha el antiguo Hotel Burlington, que después trasladó a un local mayor, fundando así en 1917 una residencia para trabajadores sin empleo, el “Workingmen’s Hotel”, en la que podían encontrar una cama y comida. Pero con la declaración de guerra de Estados Unidos en aquel año, muchos de los residentes fueron reclutados y el Hotel prácticamente se vació.
Paulatinamente, viendo la situación social de aquella ciudad, el P. Edward llegó a la conclusión de que el mejor método de reforma social era la redención de la juventud inadaptada, que en aquellas circunstancias era muy abundante -hijos de los inmigrantes pobres, sobre todo- y decidió pedirle al obispo poder dedicar todo su tiempo a ese apostolado. Mons. Jeremiah Harty, entonces obispo de Omaha, le concedió el permiso y le asignó dos religiosas de la congregación de Notre Dame para que le ayudasen.
En el mismo año de 1917, con 90 dólares prestados, en una mansión de estilo victoriano que amenazaba ruina en la misma capital del estado fundó una casa para niños sin hogar; en un principio, contó sólo con cinco niños, tres de ellos procedentes de los tribunales tutelares de menores y dos recogidos en la calle. La idea central del P. Edward se resume en esta frase, que él repetía constantemente: “No existe en realidad, un solo muchacho auténticamente malo, sólo existen malos ambientes, malos ejemplos y malas influencias”. En poco tiempo el número de residentes llegó a 30 y después a 50, cabían a duras penas en la casa y hubo que rechazar a algunos por falta de espacio. Por ello, un par de años después se trasladaron a una casa mucho más grande, llamada “German American Home”, en la que cabían 150 muchachos.
Para él, la delincuencia infantil y juvenil procedía, sobre todo, de la influencia de un ambiente social desfavorable; por consiguiente -pensaba- lo esencial para prevenir o remediar esa delincuencia, era buscar un medio que satisficiese las necesidades de los sujetos. A este respecto repetía que “No hay ningún problema en la educación de los jóvenes que no pueda remediar el amor, una formación adecuada y una buena guía”.
Tal es lo que pretendía llevar a cabo en su residencia en el centro de Omaha, pero pronto se vio obligado a ampliar los locales de su fundación, para lo que en 1921 adquirió la granja “Overlook Farm” a 10 millas de Omaha y trasladó allí su residencia llamándola “Ciudad de los Muchachos”. En un primer momento iban desde la granja a la escuela más cercana en una especie de caravana de caballos, pero con el tiempo y con la ayuda de benefactores y de instituciones públicas se construyó una escuela para sus residentes, además de capilla, gimnasio, talleres, clínica y otras instalaciones para que los muchachos entre 10 y 16 años pudiesen recibir la educación necesaria.
En 1930 había ya 280 muchachos y el número seguía creciendo. El, incansable, decía: “Estos niños pobres, inocentes y desafortunados nos han sido confiados, y es nuestro problema el darles todas las oportunidades para legar a convertirse en buenos hombres y mujeres”. Para él, esto significaba, en primer lugar, preocuparse por su formación humana y espiritual: “Lo más esencial para los muchachos es una verdadera formación religiosa, si queremos que se conviertan en esos buenos hombres y mujeres, ciudadanos dignos de nuestro gran país”.
El P. Edward estaba convencido de que la fórmula más adecuada para readaptar a sus jóvenes inquilinos era fomentar en ellos el espíritu de responsabilidad; para ello, desde un principio, trató de implantar la educación en régimen de autogobierno. En 1926 realizó ya un primer intento de organización de la Ciudad de los Muchachos en régimen autónomo, con autoridades nombradas por los propios jóvenes. Aquel intento, sin embargo, no cuajó hasta que, en 1935, el gobierno de EE. UU. reconoció a la Ciudad de los Muchachos como un municipio con todos los pronunciamientos jurídicos. Entonces, y previa una campaña electoral en toda regla, se nombraron los correspondientes cargos en régimen democrático, como en cualquier ayuntamiento. El gobierno, así designado periódicamente, se ocupa, desde entonces, de todo lo referente al régimen interno de la Ciudad de los Muchachos; el P. Edward se limitaba a intervenir en los casos más graves.
De lo que sí se encargó directamente hasta el final de su vida, con la ayuda de las religiosas, fue de la formación y vida espiritual de los muchachos. Les conocía uno por uno y les guiaba espiritualmente, y algunos llegaron a ser sacerdotes. En el plan de cada día en la Ciudad, se incluía el rezo del rosario en la capilla y él inculcaba a aquellos jóvenes la oración diaria. El ejemplo lo daba él mismo, al que se podía ver en la capilla rezando cada mañana, mucho antes de empezar las actividades diarias. Una de las religiosas que colaboró con él contaba que nadie conseguía llegar a la capilla antes que él, siempre se lo encontraban allí rezando.
Los éxitos educativos logrados en la Ciudad de los Muchachos fueron enormes; un gran número de jóvenes educados en ella pasaron a ocupar más tarde puestos honorables en la sociedad norteamericana. En 1938 la Ciudad de los Muchachos se hizo mundialmente famosa a través del film del mismo título -en español se tradujo por “Forja de hombres”-, interpretado por Spencer Tracy, que encarnó al fundador, y Mickey Rooney, que interpretaba a uno de los residentes. El primero consiguió un Oscar por esa película y todo su discurso al recibirlo fue sobre el P. Edward. La Academia del Cine de Hollywood decidió hacer una copia de la estatuilla conseguida por Tracy y mandársela al sacerdote, en ella el actor quiso poner la siguiente inscripción:
“Al P. Flanagan, cuya gran humanidad, amable sencillez y valentía, fueron suficientemente fuertes para brillar a través de mi modesto esfuerzo”. Algunas escenas de la película se rodaron en la Ciudad de los Muchachos y el mismo fundador revisó el guión antes de la filmación. A causa del éxito obtenido, en 1941 se estrenó la segunda parte de la película.
El P. Edward se convirtió en una de las figuras más prestigiosas en los EE.UU. en el campo de la educación de los jóvenes y la prevención de la criminalidad juvenil, lo que le llevó a dar conferencias y debates por todo el país, y recibir innumerables premios. Pero, según atestiguan los que conocieron, él siguió siendo un sacerdote sencillo, sin pretensiones, al que los honores dejaban indiferente En muchas ocasiones el gobierno del país acudió a él para resolver casos difíciles, incluso a nivel internacional. Visitó 31 estados de los EE. UU. y otros países e inspiró instituciones similares a las suyas, se calcula que directamente ayudó a más de 6.000 jóvenes durante su vida y que colaboró en 89 proyectos distintos en distintos lugares.
En 1946 viajó por última vez a su querida Irlanda, visitando cárceles de menores, orfanatos y otras instituciones juveniles, y ayudando a los religiosos irlandeses encargados de ellas a mejorar sus programas de educación y prevención. En dicha ocasión criticó duramente los métodos educativos que se usaban en los internados y en los colegios irlandeses, famosos por su rigidez -como después se ha reflejado en libros y películas sobre aquellas instituciones- y que de hecho desde el punto de vista de la formación religiosa parecían útiles entonces, pero que como se ha podido ver, no resistieron al empuje de la sociedad secularizada una vez que Irlanda se abrió al resto de Europa.
Después de la Segunda Guerra mundial, el presidente Truman llamó con frecuencia al P. Edward para viajar a Europa y a Asia a diferentes países para estudiar y organizar la redención social de los niños y jóvenes afectados por la contienda. Realizó importantes trabajos en Japón, Corea y Filipinas, adonde fue llamado por el general Mac Arthur. Hallándose en Berlín, donde, por encargo del ejército de EE. UU., se ocupaba de planear organizaciones educativas similares a su Ciudad de los Muchachos, falleció de un ataque al corazón el 15 de mayo de 1948. A su funeral, celebrado en la capilla de su querida Ciudad, acudieron miles de personas, residentes, antiguos residentes y gente de todo tipo que quería rendir su último homenaje al que todos llamaban “padre de los jóvenes” y que hoy camina hacia los altares.
Ahora, la diócesis de Omaha ha anunciado que empezará el proceso para beatificar al padre Flanagan. Su cuerpo descansa en un santuario en la Ciudad de los Muchachos desde 1948. Ese año sufrió un infarto en el Berlín de postguerra mientras visitaba orfanatos.
El milagro de sanar a niños heridos
La Liga Sociedad de Devoción Padre Flanagan (FFLSD, por sus siglas en inglés, fundada en 1999), que es la promotora de la causa, asegura que el sacerdote cuenta con fieles devotos en 9 países y 36 estados norteamericanos. El padre Steven Boes, actual director de la Ciudad de los Muchachos, asegura que "aunque el proceso investigará milagros probados asociados al padre Flanagan, sabemos que cada día ocurren milagros en su trabajo para curar a los niños en mente, cuerpo y espíritu".
El proceso empieza formalmente el 17 de marzo con una oración en la iglesia de la Ciudad de los Muchachos en la que Flanagan recibirá el título de "Siervo de Dios", previo a los títulos de "Venerable" (cuando queden aprobadas sus virtudes "en grado heroico"), beato (para lo que hace falta un milagro) y santo (que requiere un segundo milagro sucedido tras la beatificación).
"No hay chicos malos", decía Flanagan
Edward Flanagan nació en 1886 en Irlanda, llegó a Estados Unidos en 1904 y se ordenó sacerdote en 1912, sirviendo en la diócesis de Omaha. En las afueras de la ciudad fundó un hogar formativo para muchachos de la calle, donde los chicos aprendían a ser protagonistas de su formación. Fue creciendo, incluyendo una escuela, dormitorios, edificios administrativos... y los chicos elegían quién gobernaba la comunidad, que llegó a ser un pueblo reconocido por el estado en 1936. Con la película de 1938 su obra se hizo internacionalmente famosa.
Uno de los lemas más famosos de Flanagan era: "no hay chicos malos; sólo hay malos ambientes, mala formación, malos ejemplos y mal pensamiento".
Denunció los abusos en Irlanda... lo ignoraron
En 1946, recién acabada la Segunda Guerra Mundial, Flanagan acudió a Europa por petición del presidente norteamericano Harry S. Truman, que le había pedido que le orientase sobre la atención a huérfanos de la guerra. Se detuvo unos días en su Irlanda natal, entre el entusiasmo orgulloso de sus paisanos, y allí visitó los centros de los Hermanos Cristianos, unos correccionales donde la violencia contra los chicos internos era cotidiana.
Flanagan no calló. Ante un auditorio numerosísimo en el Cine Savoy de Cork, habló a los irlandeses: "sois el pueblo que permite que vuestros hijos y los niños de vuestras comunidades vayan a esas instituciones de castigo. Podéis hacer algo contra eso". Dijo que las instituciones penales de Irlanda eran "una desgracia para la nación", y añadió: "no creo que un niño pueda ser reformado con cerraduras y llaves y barrotes, o que el miedo pueda desarrollar el carácter del niño".
Condenó además todo el sistema de "escuelas industriales" (lavanderías, talleres, etc...) en el que trabajaban niños de la calle, abandonados o pequeños delincuentes juveniles, bajo la supervisión a menudo de religiosos legos o religiosas. Dijo que el sistema era "un escándalo, anticristiano y erróneo", y que la orden de los Hermanos Cristianos, especializada en esos centros, había perdido su sentido.
Las autoridades irlandesas, civiles, religiosas y mediáticas, se mostraron muy ofendidas y enfadadas. El país era muy pobre, hacía sólo unos 20 años que se había independizado del Reino Unido y no podía admitir que un "forastero" viniera a decir que no sabían cuidar ni de sus niños.
El ministro de Justicia, desdeñoso
Incluso se realizó un debate en el Senado (el Dáil Éireann) el 23 de julio de 1946 en el que se interpeló al ministro Boland, de Justicia, para que respondiese a las acusaciones que Flanagan había hecho desde Nueva York. (El debate puede leerse aquí íntegro en inglés, en el diario de sesiones).
- ¿El ministro dirá si han atraído su atención las afirmaciones de monseñor Flanagan publicadas en la prensa americana, de que en las escuelas reformatorio aquí y en Irlanda del Norte, se usa el castigo físico, incluyendo el gato de nueve colas [látigo victoriano acabado en 9 cuerdas con bolitas de hierro, usado en la marina contra los indisciplinados], el bastón y el puño? - preguntaron miembros de la oposición.
- No quise darme por enterado de lo que decía monseñor Flanagan mientras estaba en nuestro país porque sus afirmaciones eran tan exageradas que no pensé que la gente les daría ninguna importancia. Pero cuando al volver a América ha continuado insistiendo en ellas, creo que es hora de que alguien le responda - respondió el ministro. Además, añadió que " esas escuelas están bajo la gestión de órdenes religiosas, que funcionan por sí mismas y no requieren ninguna recomendación mía".
Si el ministro hubiera hecho caso al futuro Siervo de Dios que asesoraba al mismísimo presidente Truman, el mundo se habría ahorrado los horrores de los años 50, 60, 70 y 80 en esos centros supuestamente reformatorios, un horror estudiado a conciencia en el "Informe Ryan" que se presentó públicamente en mayo de 2009 y sacudió el catolicismo irlandés.
La verdad se supo en 2009
En el informe, hablaron 1.090 personas que habían estado internas en esos centros y habían sido golpeadas, humilladas o agredidas sexualmente, entre 1930 y 1990. De los 216 centros analizados, el 70% eran de entidades eclesiales. El informe localizaba a 800 agresores distintos: 241 eran mujeres, religiosas en las lavandereías, escuelas y centros reformatorios. Había 16 instituciones que acumulaban menciones por parte de 20 personas distintas cada una. Cuatro centros masculinos y tres centros femeninos concentraban la mitad de los casos de violencia registrados en el informe por los testigos. Pero todos los demás registraban algún caso.
En realidad, las agresiones sexuales no fue lo más común en estos reformatorios. Pasaron por ellos 25.000 niños y niñas por ellos en 60 años, de los que 253 chicos y 128 chicas sufrieron abusos sexuales, casi todos ya como adolescentes. Casi ningún abusador era sacerdote, pero sí podían ser religiosos, hermanos legos no sacerdotes, o -en los centros de religiosas- trabajadores laicos que pasaban por allí buscando chicas vulnerables.
Pero sí eran mucho más frecuentes las palizas, los golpes, la violencia. Se trataba de cárceles encubiertas, donde religiosos sin apenas ninguna formación humana o religiosa, no sacerdotes, mantenían la disciplina de la única forma que habían conocido en sus casas, de padres a menudo alcoholizados: a golpes. También entrenaban a algunos "chicos de confianza" para que pegasen a otros, para mantener el orden. Algunos de éstos se mantenían trabajando en esos centros, ejerciendo la violencia que habían conocido siempre.
Mucho de esto se habría evitado, si Irlanda hubiese escuchado al padre Flanagan y hubiese realizado una reforma profunda de esas instituciones siguiendo el modelo de la Ciudad de los Muchachos.
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