miércoles, 11 de noviembre de 2020

LA VERDAD DE LA PANDEMIA. QUIÉN HA SIDO Y POR QUÉ Y LLAMAMIENTO A LA HUMANIDAD SOBRE LA PLANDEMIA Y LA NUEVA (SUB)NORMALIDAD 💥


QUIÉN HA SIDO Y POR QUÉ
El 31 de diciembre de 2019 China informó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la aparición de varios casos de neumonía de causa desconocida en Wuhan, ciudad de la provincia de Hubei. El 23 de enero se cerró Hubei. El 31 de enero la OMS decretó la emergencia sanitaria global. Después de que el máximo organismo a nivel mundial de la salud declarase la aparición de esta pandemia global y los periodistas, gobernantes y políticos —aunque no todos— la aceptaran sin rechistar, las preguntas, angustiosas, se sucedieron sin respuesta: ¿Por qué tanta insistencia en parar el mundo, en confinarnos en casa? ¿Cuál era el origen real del virus? ¿Había contado China la verdad? ¿Fue un ataque de Estados Unidos? Para Cristina Martín, después de muchos años dedicada al estudio del mundo geo-político-económico, el contexto de la crisis del covid-19 estaba claro: era una guerra, y es que los sucesos geopolíticos no ocurren aislados, todos están interconectados entre sí, y, además, suceden en unas circunstancias concretas y con unos intereses económicos y de lobbys de poder muy precisos. En este inquietante libro, estos y otros misterios encontrarán una clara y contundente respuesta.
INTRODUCCIÓN
EL PRINCIPIO DEL CAOS

El informe corrió como la pólvora. Tanto en las pantallas de los móviles como en las mentes de sus lectores, las letras sufrían una especie de desconfiguración o de metamorfosis trágica que hacía palpitar las entrañas de cada uno de los miembros del equipo médico del hospital sevillano que acababa de recibirlo.

La doctora M., mi amiga de la infancia, estaba tan impactada que nos lo relató en nuestro grupo de WhatsApp unos días después, cuando ya se había declarado el Estado de Alarma en España.

—Les mando el protocolo que el ministerio nos envió hace dos o tres semanas, cuando empezaron los primeros casos.

A nosotros nos llamó mucho la atención y por eso lo marcamos en rojo.

—¿Al llegar de una zona de riesgo, «vida normal, en familia, con amigos y en el ámbito escolar y laboral»? —exclamé, incrédula.

—¡No nos lo podíamos creer! En el hospital protestamos muchísimo, pero nadie nos hizo caso. Igual que la manifestación del 8 de marzo, con toda Europa en contra, pero se permitió.

—No fue lo único —replicó Silvia—. También se permitieron las tractoradas (protestas de agricultores españoles en sus vehículos de trabajo) del día 10 y algunos mítines políticos. Y después vinieron los partidos de fútbol, como el del Atlético de Madrid, que jugó en Liverpool.

—Y el 8M en Chile, México, Australia…

—Y aquí estamos ahora mismo —retomó la doctora M.—.

Espero que cuando todo esto pase, se asuman responsabilidades.

—Lo que es un hecho es que la gente se está muriendo, y hay muchísimos enfermos graves —apuntó la enfermera del grupo.

—Aggg…

En aquel momento, la pesadilla de los sanitarios avanzaba peligrosamente, aunque todavía quedaba por delante un viaje dantesco por los siniestros círculos del infierno. Lo llamaron «pandemia global».

—Tenemos que quedarnos en casa —dijo M.—. Es lo único que podemos hacer si queremos detener el contagio masivo.

—¿Es la única opción? —le pregunté.

—Lo que el Gobierno debería decirle a la población es que, si todos nos enfermamos, no habrá recursos suficientes. Es lo que está pasando en Italia y ahora en Madrid. Las medidas se tomaron tarde y mal. Deberían haberse adoptado mucho antes. Pero no se ha dicho la verdad.

La verdad. ¿Quién sabía la verdad?, me pregunté. Y quienes la sabían, ¿por qué iban a compartir el bien más preciado con políticos, gestores públicos, medios de comunicación y ciudadanos?

Tanto la verdad como la mentira son armas muy poderosas.

Y en un planeta en estado de guerra no hay arma más peligrosa que la verdad.

De la noche a la mañana…

Todo sucedió muy rápido. El virus comenzó atacando la salud, para seguir con la economía y, finalmente, con el armazón político y nuestro modo de organización social. Nuestros valores y nuestras costumbres peligraban. El ayer dejó de existir.

Parecía que nada volvería a la normalidad.

Era una situación extraordinaria, absolutamente nueva y desconcertante que noqueó a 7.800 millones de personas, que comenzaron a vivir pendientes de una entidad invisible pero mortal. En los medios de comunicación, el miedo sustituyó al análisis y a la investigación.

Las medidas que los Gobiernos de todas las naciones adoptaron transformaron nuestras vidas de la noche a la mañana. Primero prohibieron fiestas y celebraciones: las Fallas de Valencia, la Semana Santa, los partidos de fútbol, las misas… A renglón seguido cerraron los hoteles y los bares. Luego cayeron las compañías aeronáuticas. El sector turístico, uno de los más florecientes tras la crisis de 2008, desapareció de un plumazo y, con él, nuestro ocio y nuestra diversión.

Nuevas compras de deuda, nuevos préstamos y rescates se avalarían con nuestro futuro y el de nuestros hijos. Una esclavitud sin límites amenazaba en el horizonte. Pero yo ya sabía que los sucesos geopolíticos no ocurren aislados; todos están interconectados, suceden en un contexto determinado y siguen unas fases temporales definidas. Si quería obtener un análisis certero de esta situación, no podía prescindir del contexto en el que se estaba produciendo. Después de tantos años estudiando y analizando el mundo actual —la globalización—, en mi opinión, el contexto estaba claro, y no era otro que la guerra.

Un enemigo invisible

Hay quien confía en los políticos; otros, en los mensajes que difunden los medios de comunicación; algunos, en los consejos de su cantante o actor favoritos. Yo no me fío de nadie. A lo largo de todos estos años he aprendido que detrás de lo que vemos hay otro mundo, también real, pero oculto, con sus propios intereses y sus modos de presionar a los gobernantes y a los ciudadanos para lograr sus propósitos. Ese mundo real e invisible lo forman seres con una psique distinta a la del resto de los mortales.

Colaboran entre sí para volverse cada vez más poderosos, pero también pelean los unos contra los otros por ocupar el primer lugar en su ranking particular. Me estoy refiriendo al Poder con mayúsculas, ese que va más allá de lo imaginable y que se sirve de un arma fundamental: la mentira.

Hace diez años, en el libro que titulé Los amos del mundo están al acecho, escribí acerca de la utilización de las pandemias y del miedo irracional como estrategias para forzar cambios estructurales en las sociedades de todo el planeta. Esa fue la conclusión que obtuve tras la investigación exhaustiva desarrollada durante la llamada «pandemia» de la gripe A (2009-2010).

El objetivo esencial de lo que denominé la «táctica de la pandemia», combinada con otros mecanismos de presión y manipulación, es la imposición de una especie de gobierno mundial.

¿Cómo forzarías a los habitantes del planeta a aceptar una situación que, en principio, no están dispuestos a aceptar? Asustándoles.

Atemorízales con un virus global que nos afecte a todos para conseguir que las mismas medidas se adopten en todos y cada uno de los países del mundo. Un arma invisible, imperceptible, que nos persiga en las calles, en los supermercados, en los conciertos, en los campos de fútbol y que termine forzando la instauración de determinadas medidas políticas y sociales.

Y así llegó la primera: todos los países del mundo declaran el Estado de Alarma (o Emergencia).

Entonces comienza el susurro torturador de unas extrañas sirenas que te hablan al oído las veinticuatro horas del día y te amenazan no solo con tu muerte, sino con la de tus seres queridos si te atreves a ir a sus casas, porque, según dicen, portas la muerte dentro de ti. Te prohíben pisar las calles, pararte a hablar con tu vecino, pasear por las playas de mares azules, ir al monte a coger setas, tumbarte sobre la hierba fresca, respirar profundamente y sentir el calor del sol en tu cara mientras cierras los ojos y permites que te envuelva una cálida sensación de libertad.

¿Libertad? Divino tesoro. Todo lo que suena a libertad se prohíbe en nombre de la vida. Pero no nos engañemos. ¡Nada de esto se ha hecho en nombre de la vida! Es el poder. Es el miedo, causado por un monstruo invisible, que se instala en tus entrañas.

Y entonces llegó la segunda medida: todo el mundo debe permanecer encerrado en su domicilio.

De repente, nos dimos cuenta de que lo más valioso que teníamos nos lo estaban arrebatando: las reuniones con amigos y familiares, nuestros trabajos, nuestro sustento… El negocio que Eva acaba de abrir con los ahorros que tanto le costó reunir se va al traste, e incluso la boda de Maru y la comunión de Victoria se cancelan. Juan ni siquiera pudo ir al funeral de su padre y a Marta le impidieron despedirse de su abuela. Pero ¿quién está causando tanto dolor? ¿Es necesario tomar estas medidas tan drásticas para «protegernos» de un enemigo que nadie ve?

El enemigo existe, sin duda, y es invisible. ¿Pero quién es el verdadero enemigo? Algunos hablaban de China, otros de Trump, había quien señalaba a los mercados. Pero yo me preguntaba: ¿por qué tanta insistencia en parar el mundo?

Y fue así, casi sin darnos cuenta, como nos convertimos en protagonistas de una película de terror. Y en mitad de este pánico destilado, de repente parecía que todos se habían puesto de acuerdo.

El 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró una nueva «pandemia global», y periodistas, políticos de todo signo y casi todos los gobernantes del mundo lo aceptaron. Sin embargo, nadie investigaba, y aunque algunas teorías comenzaron a circular por los móviles, la mayor parte de las preguntas se quedaban sin respuestas: ¿cuál es el origen real del virus? ¿Ha contado China la verdad? ¿Ha sido un ataque de Estados Unidos que se le ha ido de las manos? ¿Estamos todos en peligro de muerte?

Y mientras esas preguntas nos perturbaban, la modificación de nuestras costumbres avanzaba como la explosión de una tormenta eléctrica. El distanciamiento social se volvió una realidad que nadie podía cuestionar y, puesto que las reuniones estaban prohibidas, las personas empezamos a hablar en redes, a compartir en redes, a protestar en redes… El teletrabajo se impuso en numerosas empresas y el uso de las tarjetas de crédito, incluso en el autobús, se volvió habitual porque, al parecer, el virus se aferraba a los billetes y a las monedas con la firme intención de acabar con nuestras vidas. El uso de guantes y mascarillas se hizo obligatorio, pero estaban agotados en las farmacias y los ciudadanos no los podíamos adquirir. Se inició la costumbre de salir a los balcones de nuestras casas para aplaudir a los sanitarios y cantar Resistiré. Se nos permitía sacar a pasear a los perros —pero no a los niños—, y eso que al principio nos dijeron que el virus se contagiaba de animal a persona. Luego afirmaron lo contrario y que solo los pangolines y los murciélagos podían hacerlo. Todos los días nos levantábamos con un mensaje que anulaba el recibido el día anterior. Nadie sabía nada a ciencia cierta. Era el inicio del caos.

Pronto me temí que esta nueva crisis preparada en los laboratorios del gran poder financiero, y que claramente ha desbordado las propias previsiones del mal, nos dejara como en 2018: en la más absoluta soledad y, desgraciadamente, con miles de víctimas.

Como era de esperar, algunos incumplieron las normas impuestas y salieron a hurtadillas a la calle. Yo nunca entendí por qué durante el confinamiento podía dormir abrazada a mi marido pero no nos permitían ir juntos al supermercado. Quizá porque amar en sociedad siempre es un peligro. Tal vez porque los tiranos de todos los tiempos, incapacitados siempre para amar, se obsesionan con prohibir el amor de los demás.

Y mientras unos pocos perfeccionaban su guerra contra la libertad de sentimientos, comenzaron a aparecer unos modelos matemáticos que, según nos decían, lo explicaban todo. Nadie conocía el verdadero origen de esos «patrones», pero iban de móvil en móvil como una falsa bitcoin. ¿Quiénes eran los magos que se sacaban tantos modelos «científicos» de la chistera? Llegó un momento en el que el hartazgo me llevó a abandonar los grupos de chat y comencé a investigar por mi cuenta…

***
Yo era una joven estudiante de Periodismo en la Universidad de Salamanca cuando sentí la llamada de la Verdad. Todo comenzó cuando me di cuenta de que los políticos manipulaban constantemente las palabras. De pronto me vi a mí misma abriendo el diccionario para buscar términos esenciales de nuestra civilización, palabras y conceptos como «justicia», «libertad» o «libre albedrío», que de pronto parecían significar lo contrario de lo que yo había aprendido. Así comenzó mi larga y compleja odisea en busca del conocimiento: Kafka, Sartre, Nietzsche, Schopenhauer, Kant, Sócrates, Platón, Jesús de Nazaret, Lao- Tsé Un largo camino que desembocó en el Club Bilderberg y en el estudio de las élites que nos gobiernan en la sombra. Así comencé a analizar el origen, las causas y las consecuencias de la ideología de los más poderosos, de los amos del mundo, que se mantienen ocultos porque de ese modo les resulta más fácil alcanzar su objetivo, que no es otro que el dominio mundial. Mi decisión de ir más allá de las apariencias hizo que en 2010 descubriera que uno de sus últimos mecanismos de control total era la «táctica de la pandemia». Por eso, cuando en los medios de comunicación empezaron a hablar de la COVID-19, supe que habían vuelto a activar el plan. En dos ocasiones distintas, en 2015 y en 2019 (septiembre), Bill Gates afirmó que «el mundo tiene que prepararse para la próxima gran pandemia letal».

Un comité de expertos entrega a la ONU un análisis sobre el riesgo de una emergencia sanitaria global y qué hay que hacer para prevenirla. La mayor amenaza? Una gripe masiva y mortal. El documento se presentó en Nueva York la última semana de septiembre coincidiendo con la cumbre de la ONU de cobertura sanitaria global. Otra de las recomendaciones del informe comienza con la preocupante advertencia de que «hay que prepararse para lo peor» 3. Enseguida comprendí que algo muy grave estaba a punto de suceder. Que ya estaba sucediendo. Acababan de poner en marcha una operación de guerra psicológica; una acción secreta, conocida por un número muy reducido de personas, en la que, según comencé a observar, participaban funcionarios del Estado, presidentes de Gobierno, periodistas, científicos e intelectuales que, aun sin conocer del todo el plan maestro, sabían que para sobrevivir debían subir al barco y dejarse arrastrar por la corriente. Los métodos de guerra han cambiado. Las antiguas bombas de metralla han sido sustituidas por las bombas de datos, que se disfrazan de información pero que no son más que propaganda. Mensajes homogéneos, cuidadosamente elaborados, para dar en la diana de las emociones y los sentimientos de la masa. Mensajes cómodos en apariencia pero terroríficos en su fondo. Como a los indígenas de Alaska, que, engatusados por los franceses, cambiaron sus tierras por bisutería barata, nos intentaban convencer de que debíamos ceder nuestra libertad a cambio de «seguridad»

Como veremos en las páginas siguientes, se trata de una operación de guerra psicológica híbrida, porque se sirven de diferentes armas y tácticas, como el control de las libertades físicas arresto domiciliario y el cese del derecho a la manifestación y mentales manejo de la opinión mediante la censura. Es una operación psicológica de guerra secreta y encubierta, mediante la cual una crisis planificada dará lugar a un cambio planificado y a una «nueva normalidad». Me pregunto cuántos de nosotros somos capaces de ver más allá de las mentiras y el mal, y comprender el terrible trance por el que nos están obligando a pasar a costa de nuestras vidas, nuestros destinos y nuestra libertad. 

PRIMERA PARTE
HECHOS

«Todo está bajo control» 

Y dijo el Señor a Satán: ¿De dónde vienes tú? 
Y respondió Satán: De dar una vuelta por la Tierra y andar sobre ella. 
(Job 1: 7; 2: 2) 

En diciembre de 2019 fue presentada al mundo la COVID-19. El nuevo «virus», supuestamente desconocido hasta entonces, había aparecido en la ciudad china de Wuhan, causando la muerte a miles de personas en apenas tres meses, según nos contaban las fuentes oficiales. La Organización Mundial de la Salud (OMS) la declaró «pandemia global» el 11 de marzo de 2020. A finales de abril, esta organización ya aseguró que se habían registrado más de 2,5 millones de enfermos en más de 210 países, áreas y territorios, y cerca de 200.000 muertes. Estas cifras oficiales despertaron muchas dudas y críticas por parte de ciudadanos, periodistas y científicos independientes, que fuimos silenciados, atacados y ridiculizados por la «verdad oficial». Los medios de comunicación orgánicos señalaron que los diez países con mayor número de infectados eran Estados Unidos, España, Italia, Francia, Alemania, Reino Unido, Turquía, Irán, China y Rusia. Yo me preguntaba por la intencionalidad. ¿Por qué los habían elegido a ellos y les habían cosido la letra escarlata? 

Aún hoy, algunas naciones del mundo están en cuarentena y los daños de todo tipo que este brutal ataque a nuestra salud y a nuestro modo de vida están causando son inconmensurables. Pero lo grave es que nos han amenazado con que el peligro persistirá. Como una espada de Damocles, el virus seguirá entre nosotros durante mucho tiempo, mutando hasta la eternidad. Y aún más: los líderes globalistas aseguran que vendrán más. Los «expertos» estiman que se producirá una pandemia cada diez años. 

La presión contra todos los habitantes de la Tierra que están ejerciendo los Estados y organismos supranacionales está desembocando en revueltas sociales. Pero la pregunta más importante es: ¿nos rebelamos en la dirección correcta? 

The Economist dixit 

En su número de marzo de 2020, la revista The Economist, «órgano financiero de la aristocracia financiera», en palabras de Karl Marx (1846), publicó una llamativa e inquietante portada en la que aparece una mano gigante sujetando con una correa a un pequeño hombre, como si lo sacara a pasear y a hacer sus necesidades. Lo mismo que él hace con el perro que sostiene de su correa. Sobre sus cabezas, un contundente titular: «Everything’s under control» («Todo está bajo control»). Al que sigue el no menos sugerente subtítulo Big government, liberty and the virus («El gran gobierno, la libertad y el virus»). Recordemos que hablamos de un semanario que no es como los demás. The Economist es propiedad de las élites que dominan el mundo. Forma parte del Grupo The Economist, una compañía de medios de comunicación multinacional, con sede en Londres, especializada en la información financiera y en asuntos internacionales. El grupo es en un 50 % propiedad de Pearson PLC a través de The Financial Times Limited, y la mayor parte de las acciones restantes están en manos de accionistas individuales, como los magnates Cadbury, Rothschild, Schroder y Agnelli, que son miembros de ese famoso Club Bilderberg del que todo el mundo ha oído hablar pero del que apenas nadie sabe nada. Sus editores jefes asisten a las reuniones anuales de esta entidad, como ya demostré en mi tesis doctoral1. 

En efecto, me refiero a los miembros del clan de los amos del mundo. Pero ¿qué significa una portada como la de The Economist? ¿Qué nos quieren decir los «amos» con este escalofriante «todo está bajo control», que insinúa —y no hay que ser muy listo para darse cuenta— que los que estamos «bajo control» somos todos nosotros? Ni siquiera tratan de ocultarlo. Es inevitable pensar que se están riendo en nuestras caras… ¿Existe una élite (personas con nombres y apellidos) que nos está matando mientras algunos ciudadanos salen a aplaudir en los balcones cada tarde a las ocho? ¿Y por qué a las ocho y no a las siete o a las nueve? 

Pero empecemos por el principio. Y el principio fue Wuhan… 

Wuhan: un suceso local de alcance global 

La megalópolis de Wuhan, con 11 millones de habitantes, es la capital de la provincia de Hubei y la urbe más importante de la zona central de la República Popular China. Hasta hace poco más de seis meses, no eran muchos los occidentales que habían oído hablar de este centro político, económico, financiero y cultural del gigante asiático. Wuhan tiene cuatro parques de desarrollo científico y tecnológico, más de 350 institutos de investigación, 1.656 empresas de alta tecnología, numerosas incubadoras de empresas e inversiones de 230 empresas que forman parte de Fortune Global 500 (las primeras 500 empresas del mundo). Debido a su importancia en la economía del país, a Wuhan se la conoce como «el Chicago de China», circunstancia que no deja de resultar llamativa si tenemos en cuenta que hasta antes de ayer casi nadie en Europa habría sabido situarla en el mapa 

Pero Wuhan es, además, el centro desde el que irradió, hace casi sesenta y dos años, una persecución religiosa. Allí, los católicos sumisos al régimen comunista rompieron con Roma y constituyeron la Asociación Patriótica Católica China, una nueva religión al servicio del partido único2, que instigó con mayor énfasis a los católicos romanos. Este dato de Wuhan como foco de varias tipologías de «virus» no es en absoluto baladí en el contexto de la imposición de un nuevo orden mundial en el que las élites globalistas también tienen diseñada su nueva «religión mundial». En China, como en otras partes del mundo, «todo está bajo control». O así lo creen firmemente. ¿Se equivocan? 

El banco de virus más grande de Asia 

En Wuhan se encuentra el Centro de China para la Colección de Cultivos de Virus (CCVCC), en el Instituto de Virología de Wuhan (WIV), considerado el «centro más importante de colección de cultivos a nivel nacional». El Partido Comunista Chino (PCCh) considera a las especies y muestras de microorganismos patógenos recursos estratégicos esenciales para garantizar su seguridad, tanto social como económica y biológica. Así, el centro está orientado a las necesidades estratégicas y desempeña un papel clave en los campos de la seguridad nacional y de la investigación en ciencias de la salud pública. Es decir, un centro biológico al servicio de la defensa nacional, de la guerra y del statu quo. 

El CCVCC se estableció en 1979 y, diez años después, pasó a formar parte de la Federación Mundial de Colecciones de Cultivos (WFCC). En 2015 se unió al proyecto European Virus Archive be global (EVAg), sufragado por Horizon 2020, el Programa de Financiación de Investigación e Innovación de la Unión Europea (UE) y, en octubre de 2017, obtuvo la calificación más alta por su sistema de gestión de calidad. O sea, que China y la UE colaboran en el campo científico. 

Se trata del banco de virus más grande de Asia, sustentado, apoyado y financiado por los organismos oficiales que controlan y promueven la investigación a nivel mundial. Interesante dato a tener en cuenta para comprender lo que está pasando. 

Según nos contaron más tarde, el CCVCC de Wuhan habría comunicado a la OMS la detección de la COVID-19 el 31 de diciembre de 2019, pero las informaciones aún hoy siguen siendo confusas. En un primer momento, el virus se vinculó principalmente a un grupo de trabajadores de un mercado mayorista al aire libre de la ciudad. Ese último día de diciembre, las autoridades chinas notificaron 27 casos de neumonía de origen desconocido, siete de ellos graves. La causa de la dolencia fue identificada el 7 de enero como COVID-19 y, unos días más tarde, China comunicó que el virus, que procedía de un murciélago, podía transmitirse de persona a persona. El número de afectados no dejó de crecer desde entonces, pero los gobernantes de muchos países del mundo, como España, Estados Unidos, México, Colombia, Francia o Italia, entre otros, aseguraban que los «expertos» que les estaban asesorando afirmaban que el virus no era en absoluto peligroso. 

Recordemos que el protocolo que recibieron los médicos españoles por parte del Ministerio de Sanidad insistía en que si se llegaba «de un viaje desde una zona de riesgo» se hiciera «vida normal en familia, con amigos y en el ámbito escolar y laboral». ¿Había una intención de aniquilar cualquier tipo de defensa? ¿Acaso alguien pretendía que se propagara el «virus»? 

Fue a partir del 31 de diciembre de 2019, cuando en China se instalaron termómetros infrarrojos en aeropuertos, estaciones de ferrocarril y de autobuses, y las personas con fiebre fueron trasladadas a centros médicos. A finales de enero y principios de febrero, se ordenó a la población de las zonas más afectadas, como Wuhan y Huanggang, que se encerrasen en sus casas. Solo estaba permitido salir de ellas cada dos días y, únicamente, para comprar alimentos y medicinas. 

Comenzó entonces una campaña publicitaria y propagandística en los medios de comunicación globales en los que China aparecía como una auténtica heroína. Su inteligente modo de tratar el gravísimo problema, que le había sobrevenido de forma natural y del todo imprevista, provocaba las loas y alabanzas de intelectuales, periodistas, políticos y científicos oficiales. De un caos incontrolable en sus hospitales pasó a disponer de centros sanitarios en solo una semana. Las imágenes se repetían en los informativos de todo el mundo. Sin duda, China era el ejemplo que todos debíamos copiar, porque el virus amenazaba con alcanzar cada rincón del planeta e iba a matarnos a todos si no hacíamos lo que el gigante asiático nos enseñaba. 

Cifras y muertes que no cuadran… 

En la primera semana de marzo, tras más de 3.000 muertos (cifras oficiales), el Gobierno chino anunció que lo peor de la epidemia ya había pasado. El 19 de marzo aseguró que no se había registrado ningún caso en la población y, durante la semana siguiente, la provincia de Hubei reportó un solo caso al día. Entonces el Gobierno declaró el final del periodo de crisis. 

Sin embargo, los datos ofrecidos por las autoridades chinas despertaban inquietantes dudas en ciertos gobernantes, ciudadanos y periodistas internacionales independientes. Las cifras eran, como poco, sorprendentes: 82.692 personas contagiadas y 4.632 fallecidos. ¿Cómo era posible? En el momento en el que escribo este capítulo del libro (finales de mayo), en España se han registrado más de 20.000 muertos por coronavirus, mientras que el número de infectados supera los 200.000, según datos oficiales (a los que muchos pronto dejaron de darle credibilidad). En Italia, cerca de 190.000 contagiados y 25.000 fallecidos. En Francia, 160.000 personas contagiadas y más de 20.000 muertos… Estas cifras no reflejan el impacto de una pandemia. En caso de que esta sea real. 

Las cifras de personas infectadas y fallecidas en China siguen siendo un misterio. La censura innata del Gobierno comunista chino sobre los medios de comunicación nos impide conocer el alcance de lo ocurrido. ¿Hay más infectados y muertos de los que ofrecen sus comunicaciones oficiales? 

El control del Partido Comunista Chino no conoce límites. Entre los primeros médicos chinos que alertaron de la presencia de la COVID-19 se encontraba Li Wenliang, de treinta y cuatro años, un oftalmólogo de la ciudad de Wuhan que fue detenido a principios de enero por difundir información sobre el coronavirus. El joven médico había enviado un mensaje a sus amigos para alertarles sobre la presencia del virus. La Comisión de Salud Municipal de Wuhan emitió una alerta informando a las instituciones médicas de la ciudad de que una serie de personas padecían una «neumonía desconocida» y prohibían a los facultativos divulgar información sin autorización oficial. Wenliang fue citado en una comisaría y amonestado por difundir aquellos mensajes. Fue obligado a reconocer que había cometido «un delito menor» y a asegurar que no volvería a incurrir en «actos ilegales». El 6 de febrero, Li Wenliang murió de un fallo cardíaco, provocado por el virus, en el Hospital Central de Wuhan. Eso fue lo que afirmaron los medios del régimen. Oficialmente, fue una muerte normal. 

La «orden»: confinamiento de la población 

El 11 de marzo de 2020, el día que la OMS declaró la pandemia global por el coronavirus, esta organización pidió a los Gobiernos de los Estados del planeta que adoptasen medidas de «distanciamiento social» por el riesgo de propagación. En España comenzó la suspensión de fiestas, eventos deportivos y el cierre de comercios, centros de ocio y religiosos. Empezó a generalizarse el teletrabajo y las colas en los supermercados se convirtieron en las imágenes más destacadas de los informativos, junto al caos hospitalario, que, casualmente, era similar que el que mostró China. El Gobierno español decretó el estado de alarma y el confinamiento de todo el país para los quince días siguientes. En Italia, país en el que tanto el número de casos detectados como el de fallecidos era, en ese momento, considerablemente superior al de España, estas medidas llevaban ya una semana en funcionamiento. 

La OMS alertó de que «su pandemia» se aceleraba y respaldó los confinamientos de la población como «la forma de parar el contagio del virus». Además, pidió «tácticas agresivas», como «testar todos los casos sospechosos, cuidar a los confirmados y asegurar la cuarentena de los contaminados». El 26 de marzo, en España se registraban ya más de 57.000 casos de infectados y más de 4.000 muertos, según la oficialidad. El 4 de abril, el estado de alarma se prorrogó, hasta el 26 de abril, mientras el número de contagiados y de fallecidos, según alertaban los expertos oficiales (cuya identidad desconocíamos), seguía en aumento, y otro tanto sucedió el 22 de abril, ampliándose el confinamiento de la población hasta el 9 de mayo. Nos iban administrando el confinamiento en una suerte de fases; así contenían nuestra rebeldía. El objetivo, para los expertos, era «aplanar la curva» de contagios para evitar que el sistema sanitario se colapsara. Y las curvas se hicieron muy populares. Era un ardid del poder, una forma muy sencilla de hacer creer a los incautos que todos podían comprender la complejidad del asunto. Era como convertir en sabios a los inocentes. Y así fue como, poco a poco, según nos decían, fue produciéndose la ralentización paulatina del número de personas afectadas. 

La decisión de confinar a la población en sus casas ha traído numerosas consecuencias. Y no solo económicas, que serán inconmensurables, sino psicológicas. De repente, todo lo que dábamos por hecho, hasta lo que parecía más insignificante, como dar un paseo o ir a tomar algo con los amigos, pasó a ser algo imposible. Fue prohibido. Y, por supuesto, a esta traba se añadieron el dolor provocado por la gravedad de la crisis sanitaria, la preocupación por nuestros familiares y amigos, y la angustia causada por las dramáticas cifras de fallecidos, las mayores registradas en tiempos de paz. Morían los ancianos y a sus familiares les prohibían velarlos. ¿Qué estaba pasando realmente? 

Era una situación inédita, muy difícil de sobrellevar. Los niños dejaron de ir al colegio y se pasaban las horas metidos en casa, sin que pudieran realizar juegos al aire libre. La actividad económica desapareció o, en el mejor de los casos, se ralentizó, y en España ni siquiera se permitía (sí lo hacían en otros países europeos) salir una hora al día a hacer un poco de ejercicio. Nuestra cotidianidad se dio la vuelta y nos aseguraban que la vida no volvería a ser la que conocíamos.

Por si fuera poco, las dudas que creaban los datos oficiales de contagiados y fallecidos hacían que la situación se volviese aún más difícil de sobrellevar. A finales de abril de 2020, según datos oficiales, cerca de 2,5 millones de personas habían sido confirmadas como casos de coronavirus en todo el planeta. Estados Unidos era el país con la mayor cifra de contagios, con más de 600.000 casos y 31.000 muertes. España ocupaba el segundo lugar, con cerca de 185.000 contagios, seguida por Italia, con 168.000. Tras estos dos países se encontraban Francia y Alemania, con 147.000 y 137.000, respectivamente. Reino Unido se situaba alrededor de los 103.000. Sorprendentemente, China, epicentro de la crisis unos meses atrás, reportaba 83.000 casos3. ¿Todos esos datos eran reales o se estaban inflando de manera interesada para contribuir a algún fin que se ocultaba a la ciudadanía global?

El confinamiento de Wuhan…

El 23 de enero, las autoridades chinas decretaron el «cierre» de la ciudad de Wuhan. Llamativamente, un día antes habían salido los dos primeros infectados chinos por coronavirus hacia Italia.  La pregunta es inmediata: ¿cómo es posible que, conociendo la velocidad de propagación del virus, se permitieran vuelos internacionales desde el epicentro de la pandemia? ¿Por qué no se cerraron las fronteras en cuanto las autoridades sanitarias supieron lo que estaba en juego? Algunos países sí lo hicieron, como Corea del Norte o Rusia. Dato sorprendente… Cabe preguntarse: ¿quizá porque son países que conocen y utilizan los mismos mecanismos de control y sabían que no debían permitir la entrada de ningún ciudadano chino sospechoso de haber contraído el virus? Y lo que era aún más grave: ¿podrían ser los líderes y gobernantes de determinados países del mundo cómplices, en mayor o menor medida, del perverso ataque que estábamos padeciendo al aplicar ciertas políticas aconsejadas por «expertos»? Las llamadas a la calma que presidentes y ministros, periodistas, celebrities y científicos hicieron en un primer momento y la posterior lentitud y la supuesta ineptitud a la hora de tomar soluciones evidencian que lo ocurrido, como poco, es un juego muy sucio. 

Y una última cuestión: ¿cómo y por qué la OMS ha permitido que se produzca semejante atentado contra la salud pública del planeta? De momento, aporto un dato ofrecido por el periodista chino independiente Yuan Lee: el actual director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, tras su visita a China para valorar la situación de la pandemia, recibió 20 millones de dólares por parte del Partido Comunista Chino. 

… Y China tiene el control 

Y, mientras tanto, China se hizo con el control absoluto de los materiales sanitarios imprescindibles para hacer frente a la pandemia. Ellos eran los principales proveedores tanto de test como de equipos de tratamiento y protección para los sanitarios, y se ignoró, de forma sospechosa, a los empresarios nacionales especializados en el sector. ¿Por qué? Fueron cientos las empresas chinas sin licencia las encargadas de vender al resto del mundo productos que en ese momento todos necesitábamos. Hablamos de un país en el que la corrupción y la falta de transparencia son «marca de la casa». Y España, como otros países, lo está aceptando. ¿Cuál era la moneda de cambio? Las vidas de todos nosotros. ¿Cuál era el objetivo? Un nuevo orden mundial, «una nueva normalidad». 

El papel de la OMS 

Durante la segunda quincena de enero de 2020 se registraron casos de coronavirus en Tailandia, Japón, Corea del Sur, Vietnam, Estados Unidos, Francia, Italia, España…, todos ellos en personas provenientes de Wuhan o de alguna otra ciudad china. Estados Unidos fue calificado como el país con más casos de coronavirus. El presidente estadounidense, Donald Trump, culpó a la OMS como responsable del desastre por titubear en su gestión y cometer errores que han costado la vida a centenares de miles de personas en el mundo. Además, la acusó de privilegiar a China en la crisis y de minimizar la amenaza del coronavirus durante las primeras semanas de su expansión. 

El epidemiólogo Bruce Aylward, que lideró la misión de la OMS a China en febrero para analizar los efectos de la pandemia, se defendió de estas acusaciones alegando que «China es un socio muy importante de la crisis. Su experiencia era absolutamente esencial y por ello trabajamos codo con codo con ellos [las cursivas son mías]». 

Las denuncias contra la OMS no cesaban, pero los medios de comunicación masivos no las difundían, no nos daban voz. Somos muchos los periodistas y científicos que hemos criticado a la OMS por negligencia, inacción y corrupción. ¿Por qué la OMS y el PCCh no alertaron antes de la situación? Si eran conocedores de la rapidez de la propagación del virus, ¿por qué no compartieron con el mundo lo que sabían acerca de la pandemia hasta el mes de marzo, cuando ya había casos de coronavirus en más de cien países? ¿Y existe el virus realmente? Sin duda, tenían una estrategia oculta. 

Un espejo para comprender: Taiwán 

Taiwán, una pequeña isla a mil kilómetros de Wuhan, es uno de los pocos lugares del mundo que ha logrado contener el coronavirus, reportando en seis meses tan solo siete muertes y 443 casos de COVID-19, en la mayor parte contagios «importados». 

Lo más llamativo es que ni siquiera fue necesario adoptar las drásticas medidas que sí se impusieron en el resto del planeta, como el encierro en casa. 

1. Test, test y más test… 

Los «expertos oficiales» aseguraban que la detección de los casos ha sido el factor fundamental para contener la extensión de la pandemia. Taiwán fue por libre desde el primer momento, sin esperar ni hacer caso de las instrucciones de la OMS. Krys Johnson, profesora de Epidemiología de la Universidad de Temple (Estados Unidos), asegura que los test han marcado la diferencia entre las naciones que han demostrado mejores resultados en su batalla contra el virus y otras donde el número de casos aumentó rápidamente: «Corea del Sur ha estado analizando a unas 10.000 personas por día, lo que significa que evalúan a más personas en dos días que los que ha analizado Estados Unidos en más de un mes». 

La OMS criticaba que muchos Gobiernos solo hacían pruebas a los pacientes más graves, lo que falseaba las estadísticas y propiciaba que personas con síntomas leves o los asintomáticos continuasen propagando el virus. Parece que a la OMS le importaban más las estadísticas que las vidas. Es paradójico que el principal problema fue que nunca hubo test a disposición de la población. 

¿Qué pretendía exactamente la OMS? ¿Le interesaba sembrar el caos y el pánico en las personas? Y los gobernantes nacionales, ¿a qué se debía su torpeza para conseguir test? 

2. Aislar a los contagiados 

Decía la oficialidad que la realización de pruebas permitía aislar a los enfermos y evitar que se propagase el virus. Esto abriría la posibilidad de detectar posibles contagios que todavía no habían desarrollado síntomas y aislarlos, como hicieron en Taiwán desde el primer momento. Pero no había instrumentos para realizar tales pruebas. 

3. Preparación y reacción rápida 

Según el doctor Tolbert Nyenswah, principal responsable de la OMS en el combate contra el Ébola en África Occidental, uno de los elementos básicos para la contención de un virus es reaccionar rápidamente antes de que los contagios se diseminen por la población. Pero los Gobiernos no reaccionaban. Todos estaban confundidos con informaciones contradictorias y con sus propias ambiciones de poder. 

Un artículo publicado en el Journal of the American Medical Association sobre la respuesta de Taiwán sugería que la contención que logró la isla respondía parcialmente a la preparación que habían desarrollado para eventuales situaciones de este tipo desde que en 2003 crearon un comando central para el control de epidemias. «En Europa y Estados Unidos hemos visto que no solo faltaba preparación, sino que se ha reaccionado tarde», señaló el doctor Nyenswah. Sin duda, Taiwán conoce el juego del poder globalista y del PCCh. 

De este modo, antes de que se confirmara la transmisión del virus de persona a persona a mediados de enero, Taiwán examinaba a todos los pasajeros provenientes de Wuhan. Y cada médico recibió instrucciones de reportar los datos de cualquier paciente con fiebre o síntomas respiratorios agudos y antecedentes de viajes recientes a Wuhan. Pero eso mismo estaba haciendo Italia. Yo pasé el fin de semana de San Valentín (13, 14 y 15 de febrero) en Milán y a la entrada al país, en el aeropuerto, había médicos tomando la temperatura a todos los viajeros. E Italia ha sido después uno de los países más perjudicados. Está claro que las fuentes que narran esta historia son interesadas y atacan a los más ingenuos y a los que desconocen el mecanismo de sus mentiras. A Taiwán no lo han engañado esta vez. Tiene sobrada experiencia en tratar con las mentiras del PCCh. 

4. Promover medidas de higiene 

Realmente, todo parecía un timo. Un virus gravísimo al que, según la OMS, se combatía lavándose las manos. El doctor Nyenswah señaló: «Muchos países asiáticos aprendieron con la experiencia del SARS en 2003, y son naciones donde existe una conciencia de practicar medidas de higiene no solo para no enfermar, sino para no contagiar a los demás, lo que es fundamental en estos casos». 

Las calles también se desinfectaron y limpiaron, algo que debería ser la norma, y no solo en tiempos pandémicos. 

En Singapur y Taiwán, las estaciones con gel antibacterial en las calles son una constante y el uso de mascarillas estaba extendido incluso antes del coronavirus. Yo estuve en China hace veinte años y ya había quienes llevaban mascarillas, por la contaminación de las fábricas, me explicaron. En cambio, otros no las usaban. Pero qué fácil ha sido grabar imágenes de chinos con mascarillas, atribuirlas a la alarma de la COVID-19 y difundirlas por todo el planeta. A esto se le llama manipulación. 

Teniendo en cuenta todos estos factores y el hecho de que Taiwán tomó las precauciones correctas, la pregunta resulta inevitable: ¿cómo es posible que la todopoderosa OMS no alertara al planeta de lo que podía suceder si no se tomaban medidas inmediatas? 

Al principio, la OMS alabó a Taiwán, pero después de que el Gobierno chino llevara a cabo determinadas maniobras y de que el presidente de Estados Unidos intercediera a favor de la soberanía de la isla, todo cambió. ¿Estábamos asistiendo a una grave enfermedad o a una guerra global?

1 Cristina Martín Jiménez, «Interrelación entre el poder socio-político-mercantil y el poder mediático mercantil: el “Club Bilderberg” (1954- 2016)», Sevilla, 2017. Sin publicar.
3 En el momento de cierre de este libro (segunda semana de junio), según datos oficiales, hay ya cerca de 7 millones de personas contagiadas de COVID-19 en todo el mundo y más de 400.000 fallecidos. Estados Unidos lidera el ranking tanto de contagios (casi 2 millones) como de muertes (110.000). España ocupa el sexto lugar, con más de 27.000 muertos y 240.000 personas contagiadas. Por su parte, el Gobierno chino ha reportado 83.000 contagios y 4.634 fallecidos.

DRA. PATRICIA FERNÁNDEZ: 
TODOS DEBEMOS SABER LA VERDAD

LLAMAMIENTO A LA HUMANIDAD 
SOBRE LA PLANDEMIA

Excelente corto de la serie Plandemic, 
para entender los mecanismos de control y manipulación 
que han hecho posible la actual Plandemia.
No deje de verlo hasta el final.




 
LA NUEVA NORMALIDAD PARA CONTROLARNOS Y SOMETERNOS.
EL VIDEO MÁS CENSURADO POR LOS MEDIOS GLOBALISTAS


Para todo aquel que quiera comprender la realidad oculta tras la insistencia del "filántropo" Gates por vacunar a toda la población, solo tiene que ver este documental en el que se narran los hechos históricos que nos han traído hasta la nefasta situación actual causada por la "pandemia" de COVID-19, prefabricada por la propia élite globalista, de la que Gates forma parte.
Las vacunas no solo son un tremendo negocio, son la herramienta con la que ejecutar su agenda de reducción de la población, como el mismo ha dicho en múltiples ocasiones sin pestañear. Un psicópata, un genocida en potencia ante el que Hitler o Stalin pueden quedarse en una broma en comparación si logra su objetivo de reducción de, al menos, un 10 o un 15% de la población mundial.

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