Cómo afrontar la venidera dictadura
Son muchos los factores que pueden incidir en la división de una sociedad. De hecho, las sociedades siempre están fraccionadas de múltiples formas: por clases sociales (aunque dicho concepto no se corresponda con el marxista), por categorías laborales, algunas claramente favorecidas (como el funcionariado), por rupturas generacionales, pues las nuevas generaciones siempre suponen un cierto grado de quiebro con las anteriores, por intensas diferencias culturales, por motivos religiosos, etc.
Pero dichas divisiones, habitualmente, suponen una interacción provechosa y una evolución, más que una ruptura en bloques antagónicos. Así, los cambios tecnológicos provocan una irrupción brutal que incrementa los saltos generacionales, como estamos viendo con la revolución digital. Nuestro mundo no tiene nada que ver con el de la generación anterior y ni siquiera con lo que era nuestra propia vida hace treinta o cuarenta años. Pero sería difícil decir que la vida ahora es peor que antes, salvo para los nostálgicos eternos que se niegan a avanzar.
Se nos aterroriza con los cambios en el mercado laboral que abren la globalización y la revolución tecnológica, pero quienes lo hacen obvian la historia, que demuestra que tales avances, aunque acaben con muchos trabajos que se quedan obsoletos, siempre producen muchos más nuevos trabajos y para más gente, como ocurrió durante la revolución industrial o como se puede comprobar cuando se estudia el mercado laboral de hace sólo cien años y se comprueba que más del 95% de los trabajos que había en 1920 han desaparecido, pero que no sólo ahora hay muchos más trabajos distintos sino que hay trabajo para muchos más millones de personas.
Éstas, por el contrario, casi siempre obedecen a otra causa, siempre muy presente y bien definida, y es la política. Quienes más politizan, más quiebran las sociedades. Cuando toda vivencia de la sociedad civil es tratada como una forma de política, se quiebra la sociedad. Cuando la política incide en las formas de organización social como la familia y en espacios que deberían ser privados, como la educación, se quiebran las sociedades.
Es difícil culpar a la parte sociológicamente denominada de derechas de quebrar la sociedad, puesto que si analizamos lo que normalmente es considerado de derechas podremos comprobar que los conservadores generalmente intentan mantener sus formas de vida y de educación, pero suelen ser tolerantes con las diferencias ajenas, del mismo modo que los demócrata-cristianos y, por supuesto, los liberales, cuya ideología no sólo les permite ser los más tolerantes sino que deben ser intolerantes con la intolerancia y se acercan mucho en sentido sociológico al libertarismo de permitir que cada cual viva según sus propias creencias, siendo el único límite el respeto a los demás. En cambio, si uno analiza los programas de izquierdas puede comprobar que éstos siempre intentan imponer sus creencias a los demás, por cualquier medio.
La imposición es lo que quiebra las sociedades. La izquierda es la única responsable de la quiebra de las sociedades. Y si te opones a sus imposiciones te acusarán a ti de quebrar la sociedad. Ellos, por supuesto, son inocentes porque lo único que pretenden es crear una sociedad mejor según su único y excluyente credo y cualquiera que se oponga a sus propósitos debe ser mal considerado y, por supuesto, lo suficientemente odiado por encarnar el mal del mundo.
Este marco mental sólo es posible desde el totalitarismo que encarnan hoy, en Occidente, la izquierda y el islam político. No por casualidad son aliados en contra del mundo libre. Durante la guerra fría los bloques se denominaban con propiedad el mundo libre y el bloque soviético. Hoy, tendríamos que denominar también mundo libre al que pueda escapar de la acaparación totalitaria de la izquierda que se apropia de todos los ámbitos de la sociedad mediante las prácticas dictatoriales más descarnadas y que, es de temer, nos lleven a nuevas luchas fraticidas en Europa en pocas décadas. El artículo de hace unos días de este periódico referido a las presiones sufridas por Decatlhon por parte de la extrema izquierda francesa para no anunciarse en una determinada cadena de televisión que se niega a plegarse al pensamiento políticamente correcto no es más un síntoma menor de una gangrena que se extiende por Europa y EE.UU. de una forma acelerada y que amenaza con un éxito sin precedentes: acabar con la civilización occidental en muy poco tiempo.
A estas alturas y a la vista de la deriva totalitaria del PSOE en España y del Partido Demócrata en EE.UU. no es una alarma gratuita ni exagerada y quienes se nieguen a verlo serán la misma clase de ingenuos que se negaron a ver que se avecinaban las guerras mundiales del siglo pasado, los inocentes optimistas de siempre que son atacados y que no quieren verlo. Se dice que han caído los grandes relatos que integraban nuestras sociedades hace tan sólo unas décadas, como la religión cristiana, y que han dejado un gran vacío espiritual. Es cierto. Pero también lo es que hay quienes están construyendo relatos para llenar ese vacío y tales relatos que, como todo relato siempre es una ficción y nunca es la verdad, están teniendo éxito. Los ejemplos de dos dirigentes de empresas importantes en el mercado español diciendo que el capitalismo no funciona es un síntoma, y afirmaciones que sólo podrían producirnos hace algún tiempo la conmiseración de considerar simplemente estúpidos a quienes las dicen, ahora han de verse no sólo como tonterías puntuales sino como un síntoma de algo mucho más profundo: el descrédito del sistema que ha hecho posible las más altas cotas de libertad y prosperidad de la historia.
Aunque algunos lo nieguen, hay quien dirige para influir en los demás e implantar una nueva metafísica. A muchos que no caemos en esa tentación se nos hace difícil comprender que haya gente así. Tendemos a pensar que se trata de movimientos espontáneos, ofuscaciones puntuales, reacciones desmesuradas. Pero basta rascar un poco para comprender que movimientos como Metoo, Black Lives Matter o Antifa no son casualidad, ni manifestaciones espontáneas, sino que están dirigidos desde un lugar concreto, desde una ideología concreta, y con unos fines muy determinados. No verlo supone no estar alerta ante el peligro. No comprender que la vocación mesiánica de muchos es un peligro para los demás, es vivir en la más peligrosa de las ignorancias. Estos movimientos, como muchos otros, todos alentados por la izquierda, por el progresismo, se ocultan bajo la máscara de grandes causas, como la igualdad o la justicia social. Y su apariencia provoca que, incluso quienes miran con desconfianza tales movimientos, sean tímidos en su oposición pues, piensan, nadie puede oponerse a principio justos como la igualdad o la justicia social. Es difícil manifestar que uno está en contra de la justicia social. Por eso es necesario hacer un ejercicio serio de proselitismo, pues hay que tener convicciones profundas y ser muy firme en los principios y oponerse a esos movimientos, a los cuales basta quitarles la careta para descubrir lo que esconden: el socialismo del siglo XXI, esto es, el totalitarismo, la dictadura.
La avalancha de propaganda en contra de los principios contrarios a la imposición del socialismo es brutal: apenas unos pocos medios, tanto en EEUU como en España, mientras que la inmensa mayoría, con un prestigio falso creado por sí mismos para sí mismos, nos sumergen en océanos de falsedades, medias verdades y manipulaciones: desde The New York Times, cuya verdadera historia es la vergüenza del periodismo, y casi todas las televisiones menos la Fox, además de Twitter y Facebook están patrocinando la creación del Frío Monstruo en Estados Unidos. En España, este activismo informativo está patrocinado, como siempre, por el grupo Prisa y El País y la SER, además de todos los medios de comunicación públicos y casi todas, con una sola excepción, de las televisiones privadas. Contener tal maremoto de información es muy difícil. Defenderse de la mentira ante tal ofensiva, casi imposible. Aunque lo que se intente imponer atente contra la realidad y contra los sentimientos más básicos de la mayoría de las personas. Es muy difícil resistir psicológicamente ante la mentira repetida constantemente, mucho más cuando dicha mentira se nos hace tragar envuelta en emociones de lo más diverso, especialmente la victimización de grupos e identidades mediante los cuales se exacerban las diferencias entre los miembros de la sociedad hasta el punto de intentar hacernos creer que es imposible la convivencia de modo que no quepa otra opción que estar con quienes precisamente imponen esas diferencias.
Estos mensajes de locura generalizada no cesan ni un minuto y tampoco esto es casualidad sino una estrategia de manual que puso por escrito Saul Alinsky y cuyos efectos estamos viendo actualmente con una fuerza que parece insalvable. En EE.UU. se han celebrado unas elecciones sobre las que penden sombras serias de fraude. Esto no es lo peor. Lo peor es que la mitad del país acepta como bueno que se practique dicho fraude con tal de expulsar del poder a quien se opone a las políticas del pensamiento políticamente correcto patrocinado por la izquierda. Esto supone que la mitad del país acepta que es moralmente admisible el fraude con tal de que gobiernen los suyos. Independientemente de que realmente se haya producido o no el fraude, aceptar dicho principio supone que la mitad de la población de EE.UU. está preparada para el socialismo, para la dictadura. El pensamiento de la izquierda, sobre el que se pontifica mucho, no existe: no es pensamiento, es mentira, emoción y odio. Recientemente he leído un tuit que dice: "Por un pluralismo sin gente de derechas". Esto es la izquierda. Esto es el ejemplo perfecto de lo que busca y consigue el pensamiento de izquierdas: pluralismo, porque hay que llamarlo así en el mundo de la izquierda donde la mentira es la verdad, pero donde se niega la misma esencia del pluralismo.
Por supuesto, la culpa es de la derecha, por mucho que ésta sea constitucionalista y respete el Estado de Derecho y la Ley. De este modo no abrazar sus principios políticos es la causa del conflicto. No dejarte someter es la culpa de la polarización política. No aceptar el vasallaje y la esclavitud es la causa de la ruptura de la sociedad.
Conclusión: no dejarte someter al progresismo y a la izquierda te convierte en culpable de la polarización de la sociedad. En cualquier caso, el culpable eres tú por no aceptar la sumisión. Como si el esclavo fuera el culpable de la esclavitud. Nada nuevo en la izquierda. Si bien es algo nuevo en EE.UU., donde el Partido Demócrata jamás ha estado tan radicalizado, no lo es en España: ya lo vimos en el PSOE de la II República, del cual el de Pedro Sánchez no es sino una réplica aún algo deslucida. Desde la liquidación de la libertad de enseñanza, las amenazas a la oposición en el Parlamento, el cambio de leyes para favorecer a los socios golpistas, la amenaza a la libertad de expresión, el control de los medios, el apuñalamiento de la propiedad privada, el ataque al idioma de la nación, el golpe de Estado judicial intentado y que volverá, el proceso constituyente, las leyes habilitantes y la sociedad subsidiada junto al Frente Popular con comunistas, separatistas y golpistas y herederos del terrorismo configuran un cuadro que no es casual, sino una estrategia determinada para obtener un resultado final deliberado que no puede ser otro que la imposición del socialismo del siglo XXI en un país europeo. Sus mitos han cambiado de nombre, pero no de cara:
multuculturalismo, feminismo, ideología de género, radicalismo ecológico, animalismo, identitarismo, exclusión... Se impone todo ello hasta que la sociedad no tenga otra opción que una sola política: la socialista, que se presenta como solución cuando es la causa. Ingeniería social al alcance de cualquier observador con un mínimo de sentido crítico y que guarde algún resquicio de sentido común y de sentido de la realidad. Alguien dijo que en cada generación hay un selecto grupo de idiotas convencidos de que el fracaso del colectivismo se debió a que no lo dirigieron ellos. Habría que añadir que en cada generación hay ingentes masas de aún más idiotas convencidos de la bondad y veracidad del mensaje. Este acelerado adoctrinamiento para zombis obedece a un plan evidente para cambiar la sociedad desde su raíz. No pudieron cambiar las sociedades occidentales por la lucha de clases y sólo pudieron imponerlo a base del terror donde lo lograron por lo que comprendieron que en Occidente sólo se podría imponer pudriendo las sociedades desde dentro. Y si hace treinta años, cuando cayó el muro de Berlín, cualquiera daba por finiquitado el socialismo, ahora nos lo encontramos como un muro infranqueable. Se hace muy difícil imaginar una reversión de esta situación que no implique un uso intensivo de la violencia, pues los que se oponen realmente son muy pocos.
En EE.UU. lo ha hecho Trump y por eso es tan odiado (no comparte su lucha todo el partido Republicano), y en España sólo un partido, con más o menos fortuna, se opone a esa agenda. La violencia con que la izquierda y el progresismo se oponen a la libertad no puede ser opuesta con pasividad. El órdago ha llegado a tal extremo que actualmente defender la libertad, la propiedad privada y la libertad de expresión son principios sospechosos, casi una nueva contracultura, y nos convierte a quienes lo hacemos en revolucionarios frente al poder políticamente correcto de casi todo el arco político.
En Francia, su presidente, Macron, se apresta a la lucha contra el islamismo radical: "El combate de nuestra generación en Europa será un combate por nuestras libertades". Se le olvida incluir a la izquierda y al progresismo entre los enemigos, tal vez porque él también es parte del ‘establisment’ de lo políticamente correcto, pero al menos llama a la lucha contra una forma de totalitarismo.
En cambio, en España, nuestro presidente no sólo no llama a lucha alguna por nuestras libertades, sino que nos las está robando a manos llenas día a día, a una velocidad inconcebible. Y sus socios no esconden sus intenciones: una España rota. Esta fractura de la sociedad y este totalitarismo que ya sufrimos supone un viaje de vuelta desde la civilización a la barbarie. A las mismas ideas fallidas del pasado que entones llamaban comunismo y que ahora ocultan bajo otros nombres. Sólo buscan implantar un progresismo, una metafísica, que no es nueva, que es en realidad el socialismo del pasado, el mismo que ha fracasado tantas veces como se ha intentado.
La agenda de la izquierda y del progresismo no es ni más ni menos que el viejo socialismo disfrazado. Cómo afrontar la venidera dictadura es la única pregunta razonable a estas alturas.
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Juan Carlos (Yanka)