Francisco Massiani (Caracas, 1944). Dibujante, músico y escritor. Vivió parte de su niñez en Santiago de Chile y residió durante un año en París, becado por el INCIBA. En 1968 Monte Ávila Editores publica su primera novela, "Piedra de mar", considerada un clásico de la literatura venezolana. En 1970 publicó la colección de cuentos "Las primeras hojas de la noche"; en 1976 publica "Los tres mandamientos de Misterdoc Fonegal" y en 1998 publica "Con agua en la piel", ambas editadas por Monte Ávila Editores. Obtuvo el Premio Municipal de Prosa en el año 1998. En el año 2005 resulta ganador del V Concurso anual de la Fundación para La Cultura Urbana, con su libro de relatos Florencio y los pajaritos de Angelina, su mujer. Fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura (2010-2012) como reconocimiento a su trayectoria literaria.
En el prólogo de la antología Del dulce mal/ Poesía amorosa de Venezuela, el compilador Harry Almela afirma que El amor puede salvarnos de lo fútil y vano de la vida y de la voracidad del tiempo. Hay quienes aún creen en esa posibilidad. Por suerte, según otros, es una enfermedad que tiene remedio. La certeza de esta afirmación nos lleva a la fuente viva de este texto de Massiani: Nada que no venga del dolor/ puede darse al miedo o a la ternura/ nada/ que mida mejor/ el tiempo/ que la des dicha// La ternura es la mirada de Dios. He aquí que el autor define ternura: es la mirada de Dios. De esta forma tiene remedio el amor, toda vez que Dios es el fundamento de todos los milagros. Un poco más atrás en el poemario, Pancho Massiani se mira en la hija, a quien le dice: Que estás en la arena/ en los caracoles de mar/ en el mar/ en el cielo cuando se despeja/ y las estrellas se multiplican/ y la luna es más entera.// Que estás en los ojos cuando me miran/ y en la boca cuando yo te beso amor/ No me dejes solo amor/ y que siempre sea la dicha (Amor nuestro). Este padre nuestro filial lo dice todo sobre la ternura.
Como si fueran seres reales, personas de carne y hueso con las que podemos tropezar cualquier día en una esquina, el 23 de noviembre de 2008 Corcho y sus amigos, todos personajes de la imprescindible novela de Francisco Massiani, Piedra de mar, cumplieron cuarenta años, y a pesar del tiempo transcurrido mantienen la misma vitalidad y frescura de cuando aparecieron por primera vez en la escena literaria en 1968.
“Espontánea, fresca, natural, es esta novela de Francisco Massiani, uno de los narradores más jóvenes con que cuenta la narrativa venezolana actual”, de esta manera entusiasta presenta el crítico Armando Navarro la aparición a finales de la década de los sesenta de Piedra de mar.
Hasta ese momento la narrativa venezolana había desembocado hacia dos vertientes bastante definidas. En primer término, y a raíz de la creciente violencia política desarrollada durante esos años, existe una fase testimonial que intenta dar fe de las experiencias vividas por la juventud de la época en las diferentes acciones de orden subversivo, y cómo esa misma lucha por cambiar el orden establecido fue degenerando hasta llegar al fracaso que sumió a esa misma juventud en un mar de frustraciones. La otra opción narrativa es la de la introspección psíquica evidenciada por una experimentación del lenguaje, muchas veces hueca y banal. En medio de estas dos aguas surge la novela de Massiani.
Orlando Araujo, en su libro Narrativa venezolana contemporánea, incluye a Piedra de mar dentro del grupo de novelas que el crítico denomina “de confesión y crónicas del hastío”, términos que sirven muy bien para comenzar a definir el contenido de la obra: Corcho, aprendiz de escritor, nos va contando las peripecias por las que tiene que pasar en el lapso de unas horas durante un periodo de vacaciones estudiantiles. La narración comienza en la playa donde Corcho consigue una pequeña piedra que será el motivo e hilo conductor de la trama. Araujo la define de la siguiente manera: “La piedra, guardada en un bolsillo, es la esperanza frustrada, el amor sin respuesta, el dolor de ser joven, la vida sin sentido, la inocencia, la búsqueda y el llanto”. Pero la piedra es también el móvil que permite a Corcho seguir adelante y enfrentar el vacío del mundo que lo rodea y, lo que es mejor, hacernos una descripción de él.
Al escribir su novela, que es casualmente la que estamos leyendo, Corcho nos confiesa su hastío ante una situación de vacío existencial que se le impone sin él desearlo; Corcho es víctima de las circunstancias que lo rodean, pero a diferencia de sus amigos está consciente de esa abulia, lo que lo coloca en la posición de ser testigo del malestar que lo absorbe y, por supuesto, su fiel relator.
Para llevar a cabo este relato Corcho pone en uso dos poderosas armas: su capacidad de observación y una gran sinceridad a la hora de narrar los acontecimientos que suceden. A medida que describe algún episodio nuestro personaje va imponiendo su particular punto de vista, no puede en ningún momento dejar de involucrarse en lo narrado. Oswaldo Larrazábal ve este asunto de la siguiente forma: “Quizás una de las consecuencias más importantes de esta obra esté en el hecho de que la prosa quiere acompañar el ritmo mental del autor. Como van sucediendo las cosas, así son narradas. Con la misma profundidad que van adquiriendo, así se desarrollan en la expresión escrita”.
Debe ser por eso que nos parece que cualquier cambio en la actitud del narrador influye en el tono de la narración; por ejemplo al hablar de Jania hay un alto despliegue de ternura: “Jania está unida a mí por las primeras noticias de la piel. Por placeres que antes soñaba solamente. En todo caso por un montón de días felices por los que siento una profunda gratitud”. Muy contrario es el caso al referirse a Marcos, su principal antagonista, donde el tono es irónico y un poco cruel: “Es realmente un tipo mezquino. Y está convencido que si deja de ser el mezquinito que es, perderá dos o más centímetros de estatura. No sé si dije que Marcos es un enano. O casi un enano. Y los enanos se sienten más chiquitos cuando hacen un favor”. De esta manera nos presenta a sus amigos, distinguiendo en cada uno los rasgos que sólo él puede detectar.
Otro aspecto que resalta en el relato del que Corcho nos hace partícipes es el de la autoconmiseración por la situación en que se vive: la vida, como dijimos, es para Corcho y el resto de sus compinches banal. “Nosotros no somos personajes extraordinarios”, dice en una oportunidad, y es por eso que prefiere evadirse dentro de sus propias fantasías: “Por cierto, a propósito de la librería, siempre que entro, confieso, José, que me veo retratado en millones de periódicos y las muchachas alocadas por las calles con mi novela, mi monstruosa novela de mil páginas bajo el brazo”.
Una línea que asciende por entre el relato de Piedra de mar es el momento en que Corcho, el escritor, se mira escribir y reflexiona sobre los alcances de la escritura y sus dificultades: “A propósito de escribir, debe ser dificilísimo para esos pobres infelices hacer una novela. Ahora me doy cuenta. Lo digo a propósito de lo que debe contarse y lo que debe olvidar un escritor”. Detrás de las aseveraciones de Corcho subyace toda una teorización del relato.
Existe la necesidad de que lo narrado tenga vida, es decir, que soporte su materialización en palabras sin que por ello pierda su verdadera esencia: “Yo creo que se debe a que tú quieres meterte dentro de la palabra. O sea que necesitas recordar el árbol tan bien, que pueda imprimirse el sabor del árbol, y para lograrlo debes meterte a ti dentro de la palabra”. Para Corcho la escritura debería ser ante todo transparente y comprensible. Una manera de volver al sentido primario del narrador, que es el de contar una historia para que ésta llegue al mayor número de personas posible, sin caer en los malabarismos estructurales que terminan por confundir evitando así que el vínculo comunicacional que debe existir entre el autor y el lector se realice.
Finalmente hay que señalar que Piedra de mar es también el espejo de la ciudad, sobre todo del este de Caracas, periplo por donde hacen su recorrido los personajes: “Siempre que llego a Sabana Grande camino como un desgraciado desde Chacaíto hasta el cine Radio City”. En ese espacio físico-sentimental aparecen referencias a muchos lugares que fueron tragados por la vorágine de una ciudad siempre cambiante: el Castellino, el Piccollo Café, la Cervecería Alemana, el cine Las Palmas, el bar Páprika, la antigua calle Lincoln, hoy convertida en boulevard, aparecen en estas páginas con el esplendor de los tiempos idos.
Para dar con el amor
Para dar con el amor
es preciso conversar con el silencio.
es preciso conversar con el silencio.
Caminar sobre las palabras
con zapatillas de seda.
Trepar por los peldaños
del tiempo
y llegar hasta el final de la escalera
caer al abismo:
La arena más sólida y pura.
Para dar con el amor
con zapatillas de seda.
Trepar por los peldaños
del tiempo
y llegar hasta el final de la escalera
caer al abismo:
La arena más sólida y pura.
Para dar con el amor
Para dar con el amor
es preciso conversar con el silencio.
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Caminar sobre las palabras
con zapatillas de seda.
Trepar por los peldaños
del tiempo
y llegar hasta el final de la escalera
caer al abismo:
La arena más sólida y pura.
La figura central del documental es el escritor venezolano Francisco Massiani, autor de varios libros como la novela Piedra de Mar (1968), y los libros de relatos Las primeras hojas de la noche (1970) y El llanero solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes (1975) que son referencia dentro de la literatura venezolana.
El director del film, Manuel Guzmán Kizer, quien obtuvo en el 2010 el primer premio del Festival Caracas Filminuto por Locura, un corto sobre la vida del poeta Armando Rojas Guardia, comenzó el proyecto de Massiani como tesis de grado de la escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, pero la empresa creció y llegó a ser un fascinante relato a través de la vida de gran autor que es Pancho Massiani.
Massiani contrajo nupcias con Norma Olivares, con quien tuvo una hija, Alejandra Massiani Olivares. Al tiempo conoció en la librería Suma, en Sabana Grande (Caracas), a Belén Huizi, con quien vivió en Macuto (Vargas) hasta que ella murió de cáncer, pocos meses antes de la muerte de los padres del escritor.
La película “revela en un viaje corto, pero íntimo, los altos y bajos de su carrera literaria; desnuda a Belén, la mujer con la que fue ‘intensamente feliz’; y habla sobre el accidente que hace 17 años marcó la etapa más oscura y triste de su existencia”. El director confiesa que sintió un dilema moral muy fuerte al someter a Massiani a ciertas experiencias emocionales que tenían que ser revividas para que la película cobrase fuerza. “Por fortuna, finalmente la cinta le gustó a él y a su hija y a mí me quedó la satisfacción de haber realizado un trabajo con corazón”.
Guzmán Kizer apunta que a Massiani le gusta contar su vida, “pero más le gusta que lo inviten a vivir cosas, y mis piernas y mi juventud fueron un vehículo para eso. Mi primer contacto con él es con su segunda etapa de publicación, que está casi toda dedicada a una mujer, y esa mujer está en una foto donde él la abraza, y es la única imagen con la que decora su cuarto. Eso me disparó la película inmediatamente”.
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