Josep Otón
A finales de la Edad Media, un inquisidor recorre Europa en busca de indicios de una nueva herejía en un lejano monasterio femenino, dirigido por una abadesa poco convencional. El inquisidor tendrá que asumir el desafío de resolver complicados enigmas y afrontar acontecimientos inesperados, que conducen a la historia de un famoso laberinto. Ahora en edición de bolsillo con una guía de personajes.
"El que solo busca la salida no entiende el laberinto, y, aunque la encuentre, saldrá sin haberlo entendido". José Bergamín
Digamos de entrada que Laberintia es una novela muy recomendable desde el punto de vista de la didáctica de las ciencias sociales por varios motivos. Se trata de una novela histórica situada y ambientada en los últimos años de la Edad Media. En síntesis nos narra las peripecias de un inquisidor que llega a un monasterio femenino del centro de Italia. Lleva años investigando una presunta herejía: la proliferación de laberintos en las iglesias y catedrales. El papa de Aviñón le ha encomendado la misión de encontrar pruebas que justifiquen la condena de esta costumbre. En opinión de los jerarcas eclesiásticos se trata de un resurgimiento de cultos paganos, vinculados al mito de Teseo y del Minotauro, que ponen en peligro a la Cristiandad.
En dicho monasterio, Santa Maria degli Angeli, el inquisidor fray Diego de Alcántara se encuentra con un recio personaje femenino: la abadesa Angélica de Portofino, que le discute la validez de la sabiduría de los antiguos y le ofrece al inquisidor una lectura más flexible de los principios del cristianismo. A través del diálogo de estos dos personajes, el autor presenta diversas interpretaciones sobre el significado del laberinto y del mito griego hasta que la trama de la novela se convierte en un recorrido laberíntico con sus propios Teseos, Ariadnas y Minotauros.
Desde el principio al lector no se le escapan los paralelismos con El Nombre de la Rosa de Umberto Eco. Y el autor tampoco lo oculta. Es más, lo explicita en un Post Scriptum final donde rinde homenaje a la obra de Eco y desvela sus fuentes de inspiración. Aun así, Laberintia no es, ni mucho menos, un remake de la novela del autor italiano. Es muchas cosas a la vez. De hecho el lector se encuentra en una especie de laberinto de significados, técnica narrativa que seguramente se inspira en el concepto de "obra abierta" del propio Eco. Vayamos por partes.
Para un profesor de ciencias sociales de secundaria, Laberintia puede ser un recurso didáctico muy útil. El estilo es cuidado y ameno. El argumento engancha desde el primer momento. Aparecen personajes jóvenes con los que los lectores adolescentes se pueden sentir fácilmente identificados. Por otra parte es un texto corto, tal vez de una brevedad excesiva que limita sus aspiraciones, pero que en todo caso facilita la posible lectura de nuestros adolescentes.
Por otra parte, presenta temas del currículum académico como la vida en los monasterios (horario, estancias, actividades), así como notas de la vida cotidiana (alimentación, hierbas medicinales…). También incluye referencias a temas medievales que suelen despertar gran curiosidad: la inquisición, los cátaros, los templarios…
Asimismo sirve de introducción a contenidos de la cultura clásica, tanto por sus constantes referencias a la mitología griega como por el uso de citas en latín. Además presenta un gran número de enigmas y curiosidades que hacen atractiva su lectura: la historia de los laberintos, los palíndromos, el cuadrado Sator, los cuadrados numéricos… Toda la obra es un anuncio –y una reivindicación- del humanismo renacentista: la apelación constante a la razón, el valor del ser humano, la recuperación de la cultura clásica…
En este sentido cabe señalar que los valores son una cuestión fundamental para el autor, Josep Otón, que sin ser especialista en narrativa juvenil ya ha hecho algunas incursiones en este campo (El chamán del Pequeño Valle, Relatos con vivencia) guiado por su interés en la educación en valores.
Todo el texto de Laberintia está sazonado de frases que invitan a la reflexión. Algunas son cosecha del autor y otras las ha pedido prestadas a autores de mayor renombre, tal como reconoce en el Post Scriptum. Aunque la utilización de este recurso corre el riesgo de caer en anacronismos. Finalmente, el libro conduce a una propuesta ética que solo es posible alcanzar tras haber recorrido el laberinto argumental.
Todo esto es posible porque Josep Otón es catedrático de secundaria de Geografía e Historia. En el texto se nota su interés por transmitir conocimientos, valores y también procedimientos a sus alumnos. Ahora bien, seríamos injustos con el libro, y también con el autor, si solo tuviéramos presente esta perspectiva del libro. En Laberintia, a imagen de su hermana mayor El Nombre de la Rosa, se combinan, como suele decirse, diversos niveles de lectura. Es una novela de misterio, con un argumento bien trabado, que capta la atención de un lector que no se siente defraudado con los sucesivos desenlaces.
Es también una novela de erudición que presenta temas como los que hemos descrito antes. En este nivel puede servir como complemento didáctico para las asignaturas de ciencias sociales, aunque el autor también aporta datos que desafían a un lector más adulto.
Con todo, el aspecto más remarcable de Laberintia lo intuimos al entenderla como una novela de ideas, el tercer nivel que propone Umberto Eco en su narrativa. Se trata de una novela amena pero no por ello superficial. Muchos lectores pueden disfrutar con los dos primeros niveles sin imaginar la existencia de este tercero. Por este motivo, el Post Scriptum resulta crucial para entender el libro en su conjunto.
El autor es doctor en didáctica de las ciencias sociales con una tesis sobre las implicaciones educativas de la filosofía de la historia de Simone Weil. Esta pensadora francesa sufrió el peso de los totalitarismos y en su análisis descubrimos que una de las claves de este fenómeno estriba en una concepción unidireccional de la historia. La fuerza del totalitarismo radica en su capacidad para presentar una historia total en la que el individuo se ve arrastrado por una corriente colectiva que le conduce inexorablemente hacia una hipotética plenitud dibujada de manera diferente por las diversas variedades de regímenes totalitarios (nacionalistas, revolucionarios o religiosos).
Esta idea no está explicitada en Laberintia, pero a quien haya leído los ensayos correspondientes de Josep Otón no le resultará extraña. Es más, el autor lo insinúa en el Post Scriptum. Dicho con otras palabras: el laberinto es una metáfora de la interioridad y de la búsqueda de sentido y uno de sus elementos clave en este proceso es el orden. Por una parte es necesario descubrir el orden que articula el laberinto/cosmos, pero por otra, la capacidad de construir orden es una de las características propias del ser humano. Hay que partir del orden dado sin someterse a él de forma irremediable. Es posible construir el camino de salida del laberinto, escapando de este modo tanto de los Minotauros que nunca mueren como de la rigidez de un orden predeterminado, impuesto por los inquisidores de turno.
Me atrevería a decir que, y no lo digo sin fundamento, el autor pretende transmitirnos este mensaje con Laberintia; un mensaje inscrito en la propia esencia de la enseñanza de las ciencias sociales pero que rebasa el ámbito de lo puramente escolar.
¿Qué es un laberinto? Un lugar del que es difícil salir, y por el que no es fácil moverse. Un espacio plagado de encrucijadas, giros confusos, rincones absurdos o callejones sin salida. Un camino enrevesado.
El laberinto ha estado presente en muchas novelas y películas, casi siempre convirtiéndose en una prueba que hay que superar. Quizás el más famoso sea el laberinto de setos nevados por el que Jack Torrance (Jack Nicholson) persigue a su hijo Danny al final de la película El resplandor. Pero tras él ha habido más. En la tercera prueba del Torneo de los Tres Magos, Harry Potter tiene que llegar al centro de un laberinto para tocar la Copa de los Tres Magos. El laberinto se convierte en un espacio de violencia, duelos, muerte y victoria. También El corredor del laberinto juega con la idea de ese espacio amenazador y cambiante en el que cada recodo puede esconder un peligro.
Encontrar la salida. Esa es la meta. Dejar atrás la confusión, la incertidumbre, la sensación de pérdida. Eso es lo que motiva a los caminantes extraviados entre los recovecos, la convicción de que tiene que haber una salida, un espacio donde el horizonte se vuelva amplio y se puedan mover con libertad y sin la presión de este lugar del centro.
Pues bien, también tenemos dentro laberintos. Son distintos para cada persona. Dinámicas complejas, angustias, memorias, miedos, valores mal gestionados, vivencias que se nos atascan… A veces son tan invasivos que ni nos damos cuenta de andar perdidos. Pero están ahí. Y necesitamos encontrar la salida. Porque hay salida.
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