CARTA AL SR. PRESIDENTE DE MÉXICO
Excmo. Sr. Don Andrés Manuel López Obrador:
Perplejo se ha quedado este humilde español cuando usted ha exigido entre jeremiadas que nuestro Rey Felipe VI y SS el Papa Francisco pidan perdón por el descubrimiento y posterior conquista de México, y de América en general. Como se sobreentiende que sólo una persona inteligente y bien informada puede llegar a ser Presidente de un país tan grande, tan importante y tan poblado, y que tanto amó Antonin Artaud, es usted un cínico y un demagogo de baja estofa, además de ejercer un masoquismo de casta, pues usted mismo es herencia de los conquistadores: sólo hay casta en donde se heredan los privilegios de padres a hijos –por eso los políticos no son casta, etimológicamente hablando-.
Como buen mexicano que es usted se supone haya leído de muchacho el libro "Conquista de México", de Bernal Díaz del Castillo, en el que queda demostrado el uso del canibalismo masivo entre las tribus hegemónicas de México. El grande Moctezuma, aunque era muy pulido y limpio, y se bañaba cada día una vez a la tarde, y estaba también limpio de sodomías, y comía chocolate antes de hacer camas redondas con sus concubinas, solía ingerir carne exquisita de muchachos de poca edad, y sólo desde que Hernán Cortés afeó su conducta degenerada a través de farautes e intérpretes por comer sabrosas carnes humanas, muy bien guisadas y aderezadas, ordenó aquel monarca caníbal que a partir de entonces no le guisasen tales manjares suculentos, apostando por las gallinas y los gallos.
El repugnante Imperio de Moctezuma no sólo secuestraba tribus enteras para tener suficientes víctimas de sacrificio (hostias) para el sol poniente, a las que todos los días sacaban su corazón, y así garantizaban la nueva salida solar, sino que esos multitudinarios secuestros eran también caza humana, con la cual proveerse su pueblo de las necesarias proteínas para la supervivencia de aquel infierno. La carne de los tristes indios que se sacrificaban en el adoratorio del ídolo Huichilóbos, en Tateluco, la gran plaza de México, previamente aserrados con unos navajones de pedernal y habiéndolos sacado un corazón que bullía aún, servía no sólo también para comer en las fiestas y banquetes los familiares y amigos de Moctezuma, colgándoles las cabezas de unas vigas, a modo de parras decorativas, techos gloriosos en los que vivaqueaban los monstruosos ídolos de México, sino que habiéndoles cortado también los muslos y brazos alimentaban asimismo a las víboras de cascabel y sus graciosos viboreznos, animales de los que los mexicanos eran muy aficionados, así como a los terribles adives o jaguares. Ochocientos cincuenta españoles del mismo Cortés y de Narváez fueron comidos por los amigos de Moctezuma, las mencionadas culebras y los aulladores adives. Yo creo, señor Presidente, novus Moctezumae ultor, que Hernán Cortés mejoró un poquillo las costumbres de aquellas latitudes que tienen a la sazón la mala suerte de tenerle a usted como Presidente. Los más nobles indígenas estaban ya pidiendo a sus dioses la venida de un salvador que les liberara de aquel horror moral, y España, la gran España, que entonces se estaba construyendo, fue la grandiosa respuesta de sus dioses.
Y colgaban a los seres humanos secuestrados como a cerdos, y con macanas y navajas de pedernal iban separando las distintas partes de los cuerpos. Carnicería imperial precolombina.
Es verdad, no obstante, Sr. Presidente, y justo es reconocerlo, que en México, por ejemplo, siglos antes del gran Moctezuma, habían florecido espléndidas civilizaciones, como la de Palenque, en donde las costumbres habían sido menos inhumanas, pero que fueron enterradas por la selva y descubiertas por primera vez por los españoles, cuyos estudios y métodos produjeron la nueva ciencia de la Arqueología, pues la arqueología nació gracias a la curiosidad intelectual del soldado y el misionero españoles. La nueva ciencia quedó completada con los descubrimientos de Herculano, Estabia y Pompeya, cerca de Nápoles, y subvencionados en su integridad por la reina española Bárbara de Braganza, esposa del hipocondríaco Fernando VI. Fruto de esta curiosidad fue precisamente las ruinas de Palenque, cubiertas por el bosque, y olvidadas ya por los nativos caníbales que encontró Hernán Cortés.
La metodología empleada en Palenque por anticuarios como el santanderino José Antonio Calderón de Guevara y Coz, teniente de alcalde mayor del pueblo de Santo Domingo de Palenque, el arquitecto de la Gobernación de Guatemala Antonio Bernasconi y el capitán Antonio del Río asentó, sin duda, Sr. Presidente, las bases de la arqueología moderna, la arqueología como ciencia.
Uno de los primeros españoles que se internó en la misteriosa ciudad de Palenque fue Esteban Gutiérrez de la Torre, acompañado de sus amigos Nicolás de Velasco y José Ordóñez. En una de las bóvedas de los grandes edificios abrieron con picos y barretas un hoyo, y por él se descolgaron los tres hidalgos españoles hasta una sala que medía 60 varas de larga y otras 60 de ancha. En ella había mesas y camas de piedra. Aunque eran soldados valientes, el miedo se apoderó de ellos – soldados bravos que nunca lo habían conocido -, observando que andando sobre el pavimento y golpeando en él sus bastones resonaba siniestramente a hueco abajo. Al volver a salir llegaron a la fácil conclusión de que quienes habían levantado tan colosales edificios, algunos tocados de cierto modelo grecolatino, no podían ser los muy atrasados indios semicaníbales que a la sazón vivían en el lugar y que apenas conocían la técnica de levantar una pequeña choza, viviendo en un salvajismo sobrecogedor. Aquella obra, de tanta sabiduría arquitectónica –conocían perfectamente la técnica del arco y la columna, aunque sin basa y capitel-, si no era obra de romanos, tenía que ser de cartagineses, y así llegaron los tres amigos a la peregrina tesis de que la ciudad de Palenque fue fundada por cartagineses, que buenos marinos –la tradición clásica decía que habían circunnavegado el África– marcharon a América antes de ser totalmente aniquilados por Roma. Del mismo modo José Antonio Calderón dirá en su informe a José de Estachería, gobernador y capitán general de Guatemala, que los indios del lugar vivían en un período técnico muy atrasado como para llevar a cabo aquella proeza constructora que hubiese alabado el mismo Vitrubio, y lanza la misma leyenda que empezaba a circular, que grandes familias de la ciudad de Cartago vinieron a América. Entonces, ¿cómo explicar la desaparición física de sus fundadores y verdaderos habitantes? Estachería entonces manda a Palenque a su arquitecto Antonio Bernasconi con minuciosas “instrucciones” para el reconocimiento de las ruinas de la ciudad, en las que pide al arquitecto que inquiera por la antigüedad de las ruinas, por las causas de su destrucción y “exterminio de sus habitantes” –sin duda piensa en Herculano, Pompeya y Estabia-, o cuáles eran sus medios de subsistencia, sus vestidos, inscripciones, etc.
El informe de Bernasconi engrandece más a Palenque que el de Calderón, pues en él no sólo habla de la belleza de los grandes palacios y templos, sino también de las alcantarillas o canales, cubiertos con bóveda, espléndidas cloacas que recuerdan la Cloaca Máxima de Roma, construida “manu militari” por Tarquinio el Soberbio, el último rey de la monarquía romana que llegó a crucificar a los ciudadanos que no cooperaron en la construcción de dicha cloaca. También señala que hay murallas mucho mejores a las de algunas ciudades de España y que las bóvedas de los edificios están cerradas a lo gótico. Aunque aquella ciudad civilizada contrastaba poderosamente con “lo indio” o no civilizado, que habían dejado de comer carne humana gracias a los misioneros españoles, Bernasconi es el primero que ve cierta semejanza física entre los indios reales y las imágenes de los relieves. ¿Y cómo explicar entonces “la degradación” de los indios a la sazón, que ni siquiera entendían aquella cultura tan superior a ellos? Respecto a las causas de la desaparición de sus habitantes, Bernasconi escribe a Estachería que la zona no es volcánica, que no hay huellas de asedio o destrucción bélica, sino que sus habitantes abandonaron la ciudad sin más, como si se los hubiera tragado la selva. Años más tarde, Juan Bautista Muñoz, atribuiría el hundimiento de la cultura de Palenque a la invasión de otros pueblos poderosos y brutales como podían ser los toltecas. El siguiente informe arqueológico –aún más completo– es el de Antonio del Río, que aún pone más de relieve la contradicción que existe entre el nivel cultural que tienen los habitantes del entorno y la sabiduría técnica que tuvieron que tener quienes levantaron aquella misteriosa e inquietante ciudad. Y se aventura para explicar “este imposible” con que quizás los griegos llegaron también a América. Posteriores anticuarios o arqueólogos pondrán al Indostán como la fuente cultural de Palenque. Parecería que cualquier gran civilización podía haber levantado aquellos edificios, salvo los indios, antiguos caníbales, que vivían cerca del lugar. Esto no se puede achacar al eurocentrismo de los españoles sino al inexplicable atraso mismo de aquellos indios. De hecho si observamos con la lupa los dibujos de Ricardo Almendáriz, el dibujante que acompañó a Antonio del Río, copiados por Joseph de Sierra, utilizando la aguada como técnica para el sombreado, podemos llegar a la conclusión de que los indios que representan estos dibujos, vestidos con indumentaria fastuosa y delirantes gorros, tan parecidos a las calánticas iberas o los claf egipcios, son seres casi perfectos –y no mamarrachos, como diría el arqueólogo Antonio Pineda-, de medidas policleteas y gestos aristocráticos y muy elegantes, y muy distintos a los autóctonos que vivían a la sazón. Pero lo que nos lleva a vincular la etnia de los indios conquistados a los que levantaron tan maravillosas ciudades es la religión:
cuando los españoles descubrían grandes piedras o esculturas que representaban algún ídolo solían colocarlas como adorno en las grandes plazas de las ciudades coloniales, pero tuvieron que dejar de hacerlo y enterrarlas porque los indios iban en masa a adorarlos, porque los sentían familiares y propios de sus milenarias religiones, tal como ocurrió con la gran piedra que representaba a la diosa Teoyaomiqui, “monstruoso ídolo” en palabras de Humboldt.
Tampoco es ningún absurdo, Sr. Presidente, que los primeros arqueólogos españoles relacionasen algunas ruinas precolombinas con el Mundo Clásico. Así, alguna pirámide azteca se nos parece muchísimo a la pirámide-tumba del pretor y tribuno de la plebe Cayo Cestio en Roma.
América tuvo también su Edad Media, más bárbara, salvaje, cruel y degradante que la Edad Media europea –menos brutal y feroz gracias al vínculo que tenía la Iglesia con el Mundo Clásico -, una época de antropofagia sistemática, en la que el hombre americano involucionó culturalmente de tal modo que olvidó totalmente la organización política y la tecnología requeridas para trazar y levantar ciudades como la maravillosa ciudad de Palenque. La humanidad no tiene por qué necesariamente evolucionar hacia el bien. También la Historia nos enseña que más de una vez hemos involucionado hacia el mal. Que no nos engañe la digitalización de este mundo hodierno. Y, mientras, no descuidemos los pocos monumentos históricos que quedan de nuestros padres. Ese cuidado es el mayor antídoto contra la involución humana, Sr. Presidente de la gran República Mexicana.
España, finalmente, Sr. Presidente, no fue más que la salvación de una civilización terrorífica y absolutamente degradada, y gracias sólo a España hoy existe una historia precolombina que honra a los actuales mexicanos, como la de Palenque. Sólo la hispanización de México y de las otras grandes naciones hispanoamericanas explica la grandiosa altura que en literatura, artes, filosofía, ciencias y carácter humanitario tienen todas las naciones hijas de la monarquía española. La sensibilidad del indio mexicano hispanizado dio en seguida grandes frutos a los pocos años de la conquista, así pintores como los indios Marcos de Aquino, Juan de la Cruz y el Crespillo fueron comparados con Apeles, Miguel Ángel y Berruguete. No haga responsable a España, Sr. Presidente, de la codicia criminal de los criollos. España jamás cortó el pulgar de todas las indias de una gran nación para que éstas no compitieran con la industria textil de Manchester y alrededores. Y habiendo cometido grandes crímenes muchos de nuestros capitanes y adelantados, hemos sido el Imperio más humanitario que en la Historia de los Imperios ha existido. Ahí está la Escuela de Salamanca en la época de nuestra mayor expansión conquistadora. Aún hoy las Naciones Unidas reverencian como textos sagrados de humanidad las obras de Francisco de Vitoria, el Padre Suárez y compañeros.
Su s. s. q. e. s. m.
(se despide de ustedes, su afectísimo seguro servidor que estrecha su mano)
(se despide de ustedes, su afectísimo seguro servidor que estrecha su mano)
VER+:
El 2 de febrero de 1848 se firmó el Tratado de Guadalupe Hidalgo, con el que México perdió los actuales estados de California, Arizona, Nevada y Utah
Hispanoamérica 1800
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