Si falla la educación
(Simonne Nicolas: Para comprender La Filosofía)
"La tarea del educador moderno no es cortar selvas, sino regar los desiertos". Clive Staples Lewis
“Si la educación cojea, si es mala, si va contra la persona humana, contra la naturaleza espiritual del hombre, si es negligente y hasta inexistente, debido a las carencias, a la pereza, a la ligereza psicológica o, peor aún, a la ligereza moral, a la ausencia física, a la falta de atención cordial, el hombre que emerge de allí es un ser inacabado, mutilado, herido, a veces mortalmente. No será más que el actor de una vida que no es suya, que puede quedar satisfecho quizá del papel que representa y forjarse ilusiones sobre él. Pero muchas veces ni siquiera será posible la ilusión. Representará una mala pieza, en la que le tocará recibir los golpes. En los casos más graves, el hombre no podrá escaparse de esta pieza ridícula y morirá aplastado por la vida.
Aunque le haya sonreído la suerte, aun cuando haya sido rico y “honrado”, ese hombre que se haya “aprovechado” de la vida no habrá sabido querer ni amar de veras a los demás seres, ni los valores humanos esenciales. Quizá lo haya intentado al principio, e incluso con tenacidad; pero con tantas ignorancias, con tantas inexperiencias, que fracasará en la empresa, decepcionará a los demás con su egoísmo, en este caso inconsciente, y por su materialismo, en este caso involuntario. Peor todavía, se decepcionará a sí mismo.
¡Qué tragedia representa una carencia educativa, sobre todo si es grave, en los puntos esenciales del hombre, cuando uno piensa en todo lo que depende de ella!
Sin embargo, para llegar a eso, es preciso que todas las condiciones hayan sido malas. A menudo, un corazón de madre suple carencias muy serias. Pero también, puesto que es la persona humana la que educa a la persona humana, hay otras personas que pueden ocupar el lugar de los padres. A lo largo de la infancia, de la adolescencia, somos y podemos ser ayudados, renovados por hombres, por mujeres, por amigos que nos proporcionen lo que pudo habernos faltado. Por poco atentos que estemos a ello y con un poco de “buena voluntad”, nuestro ser profundo puede despertarse y emprender entonces su evolución verdadera. Para muchas vidas que al principio tuvieron carencias o semicarencias se produjo luego un verdadero cambio.
Hasta un adulto, hasta un anciano, hasta un moribundo pueden finalmente despertarse y recobrarse gracias a alguien que les “eduque” o “reeduque” en los momentos finales. ¡Qué maravilloso regalo! No es la “vida” quien lo ofrece, sino “alguien”.
Siempre se puede comenzar de nuevo
Tal es el privilegio del espíritu y de sus poderes, de su dignidad: después de haber abdicado, incluso por su propia culpa, puede finalmente uno llegar a ser sí mismo. Hasta el último instante, es posible tener éxito en la vida, aprender finalmente a amar, a querer, escogiendo aunque sólo sea el sentido de la propia muerte, recobrando la existencia entera y el propio ser dentro de ese sentido.
Pero ¿no es evidente que hay que educar el alma, el cuerpo, las facultades, a fin de no hacer correr a la persona humana el riesgo de perderse? La esperanza que la sabiduría nos permite mantener siempre ante un ser humano, no puede dispensarnos a todos nosotros, educadores de nuestros hermanos, de ayudarles a su debido tiempo. Los padres, los maestros, cada hombre para cada hombre y cada hombre para sí mismo, todos tenemos que educar.
Entre las grandes instancias educativas está la filosofía verdadera. En la edad ideal de la adolescencia, resulta infinitamente decisiva y puede enderezar muchas situaciones psicológicas y morales que comprometieron gravemente el destino de la persona.
Este es también, sobre todo, el papel de la fe verdadera, al menos de la fe en un Dios amigo del hombre. El verdadero Dios, si se ocupa del hombre, es el educador por excelencia. Una religión de ese Dios verdadero, una institución responsable de esa religión –llámese cristianismo e iglesia o judaísmo y sinagoga-, no pueden menos de ser magistralmente educativas.
Por el contrario, ninguna sociedad como tal, quiero decir la colectividad, con sus fines estrictamente colectivos, puede ser educadora. Es precisamente lo contrario lo que se produce. Educar “sólo en la sociedad”, ser educado “por sólo la sociedad”, son unas proposiciones sin sentido. La educación es espiritual, personal, lo mismo que todos sus fines. Más vale decir que la sociedad no se ocupa de esas cosas.
La educación pertenece a las familias, a cada educador y finalmente a cada persona. Hay que velar por la educación como si fuera la niña de nuestros ojos, sin dejar nunca su preocupación y naturaleza en mano de quienes puedan ejercerlas mal o no ejercerlas.
Es preciso prestar exquisita atención a todo esto
Educar es permitir, por medio de actos concertados que un ser humano llegue a ser finalmente “lo que es”. Educar es personalizar, y es humanizar.
Educar es, por consiguiente conducir a un ser consciente, libre, responsable, al mayor grado posible de lucidez y de verdad, de autonomía y de voluntad, para “llenar” finalmente su vida de unos bienes que son los bienes propios de las personas, los bienes espirituales, valores ideales; todo ello por medio de unos actos que elijan esos bienes, que lo inscriban en la existencia de cada día. Educar, por tanto, es hacer a uno capaz de crear su vida como una obra eminentemente original, tan única como es única la persona.
La personalidad y la vida personal son los primeros objetivos de la educación pero no son sus fines verdaderos. La vocación de la persona a entregarse a los bienes espirituales le lleva a consagrarse a sí misma al la vida que ha creado en aras de los mismos. Entre esos bienes ocupa el primer lugar la persona del otro, es decir el amor.
La educación es una obra de amor. Su resultado se alcanza cuando la vida creada se consagra al amor.
Para obtener los fines de la educación, habrá que desplegar entonces un genio maravilloso. El mismo que el que se necesita para crear la propia vida. Cada ser requiere una manera especial de ser tratado, puesto que es único. Y hay que pensar en todo lo que es preciso educar: la inteligencia y la sensibilidad, el sentido de los valores espirituales y de la responsabilidad personal, la voluntad, la libertad misma. Por eso son muchas las cosas –todo, en cierta manera- que depende de la educación.
El ser humano, debidamente educado no es prisionero de sus opiniones ni de las de los demás. Es apto para adquirir una profunda conciencia de la verdad esencial sobre sí mismo, sobre la vida que lleva, sobre los sucesos que vive y sobre las ideas que se le proponen...”
Me parece no sólo oportuno, sino urgente reflexionar y tomar postura ante las contundentes aportaciones de Simonne Nicolas en las circunstancias que hoy nos toca vivir. No podemos fallar en la educación, fallar representa el mayor crimen que se puede cometer en contra de la humanidad.
SIN FILOSOFÍA NO HAY LIBERTAD
ALUMNOS MILENIALS O MILÉNICOS
LO QUE CALLAMOS LOS PROFESORES
VER+:
EL ELOGIO DE LA LOCURA:
SENTIRNOS HUMANOS - HUMANISMO
DE LAS CIENCIAS: QUEDA HUÉRFANA,
SIN SABIDURÍA, SIN FILOSOFÍA,
SIN PENSAMIENTO, SIN LIBERTAD
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