lunes, 11 de abril de 2016

EVANGELIZAR LA CULTURA. INCULTURAR EL EVANGELIO




«La primera palabra de Jesús en el Evangelio
fue "VEN"; la última palabra de Jesús fue "ID"»
Arzobispo Fulton J. Sheen


La cultura es una dimensión fundamental en la vida de cada uno. En ella recibimos nuestra educación, formamos nuestros valores, aprendemos a conocer, a amar, a apreciar lo verdadero, lo bueno y lo bello. Por otro lado, al relacionarnos con los demás, al compartir nuestra propia experiencia, al transformar el mundo que nos rodea, podemos proyectar nuestra propia humanidad, nuestros valores, el bien y la verdad que vivimos, podemos desplegar nuestro ser, podemos “ser” más. La cultura tiene, pues, un lugar fundamental en el Plan de Dios como escuela de humanidad y ámbito de despliegue humano.

Cultura es aquello que permite al hombre ser más hombre, crecer en su propia humanidad. Se siguen de aquí dos importantes consideraciones. Ante todo, que la cultura dice relación de medio, y no de fin. Es decir, que la cultura no es un fin en sí misma, por cuanto noble y elevada, sino un medio para llegar a aquel humanismo integral propuesto por el Papa Pablo VI: el bien de todo el hombre y de todos los hombres. Mas con ello se introduce, contemporáneamente, un criterio de valoración de la cultura y las culturas, que nos permite afirmar decididamente: toda expresión cultural que no contribuye a la plena humanidad de la persona, no es auténticamente cultura.
Estas consideraciones nos llevan directamente a la cuestión del fundamento de la cultura. Si la cultura se sitúa en relación al hombre y al ser, necesariamente han de estar ligada a la cuestión de la verdad.

EVANGELIZAR LA CULTURA
INCULTURAR EL EVANGELIO
Evangelizar la cultura 
no es culturizar el evangelio

Cuando la cultura no es más que una proyección de las rupturas del ser humano, cuando en vez de promover la vida, la verdad y el amor abre puertas a la muerte, a la multiplicidad de “verdades”, a los conflictos y las caricaturas del amor, atentando contra la dignidad y el despliegue de las personas, no es ya una cultura, sino una “anticultura” signada por la muerte.


Aculturación

En una sociedad con relaciones sociales asimétricas, todo proceso de aculturación entre Evangelio y cultura (que de hecho se produce) es siempre también un proceso asimétrico, y, por tanto, incompatible con la propuesta de fraternidad del Evangelio y con el imperativo del seguimiento de Jesús.
La aculturación sería una «asunción» que se queda a medio camino. La cultura del otro, sin embargo, no puede ser asumida a medias a base de concesiones reales o folklóricas: plumas y flechas indígenas en las liturgias romanas son sólo señal de una aculturación vertical y folklórica, y no de una evangelización inculturada.

Inculturación

La inculturación tiene como objetivo una aproximación radical y crítica entre Evangelio y culturas, como presupuesto para la comunicación de la Buena Noticia del amor de Dios y la celebración de los misterios de salvación den las diferentes culturas. En la inculturación se entrelaza la meta con el método, el universal de la salvación con el particular de la presencia. La meta de la inculturación es la liberación (generadora de relaciones sociales estructuralmente simétricas) y el camino de la liberación es la inculturación.
En la evangelización inculturada («asunción» cultural que no se queda a medio camino y busca la redención integral) la Iglesia manifiesta que el «diferente no le es indiferente», sino consagrado por la encarnación del Verbo y por la animación del Espíritu.

¿Cuál es la proximidad posible y la necesaria entre Evangelio y cultura? Dada la autonomía e identidad que uno y otra reivindican para sí, la proximidad posible ha de quedar bien señalada. La proximidad necesaria ha de tener en cuenta las condiciones de comunicación entre ambos. Entre lenguas y sistemas de comunicación totalmente diferentes -lo que significaría la ruptura entre Evangelio y culturas- no hay comunicación. Por tanto, si el Evangelio quiere ser Buena Noticia en los distintos lenguajes humanos necesita aproximarse a ellos y expresarse en ellos. Por otro lado, para ser Buena Noticia específica, el Evangelio no puede identificarse con las culturas. 

El discurso sobre evangelización inculturada es un discurso sobre «el cuerpo a cuerpo» de la evangelización en sus culturas. 
«Evangelio» y «culturas» son dos cuerpos diferentes que se comunican e intercambian energía, como amantes que tienen un objetivo en común: la vida colectiva de un grupo social o de un pueblo. Los amantes no se comunican a larga distancia o por fax, sino en el abrazo, en la caricia, en el diálogo, en el intercambio, en el compartir.

El término inculturación sugiere una analogía con el término encarnación. Desde el punto de vista de la evangelización, la inculturación indica el esfuerzo de hacer penetrar el mensaje de Cristo en un ambiente socio-cultural, buscándose que éste crezca, según todos sus propios valores, en la medida en que son conciliables con el Evangelio. La inculturación mira a la encarnación de la Iglesia en todo pueblo, región o sector social, en el pleno respeto al carácter y genio de toda colectividad humana; el término incluye la idea de enriquecimiento recíproco de las personas y de los grupos implicados en el encuentro del Evangelio con un ambiente social.

Una vez más cabe enfatizar que comprendiendo mejor lo que es la cultura comprenderemos más la importancia de la evangelización de la cultura o inculturación. Juan Pablo II afirmaba en 1985 en Lovaina: "La cultura no es un asunto exclusivamente de científicos, y mucho menos ha de encerrarce en los museos: yo diría que es el hogar habitual del hombre, el rasgo que caracteriza todo su comportamiento y su forma de vivir, de cobijarse y de vestirse, la belleza que descubre, sus representaciones de la vida y de la muerte, del amor, de la familia y del compromiso, de la naturaleza, de su propia existencia, de la vida común, de los hombres y de Dios".

Cabe señalar, desde el principio, que existe una distinción fundamental entre mensaje evangélico y cultura. La fe no es producto de ninguna cultura: surge de la revelación de Dios; no se identifica exclusivamente con alguna cultura determinada. La fe, sin embargo, se enraíza de tal manera que el mensaje cristiano es asimilado por una cultura determinada, de modo que no solamente se expresa con los elementos propios de dicha cultura, sino que se constituye en el principio más profundo de inspiración que transforma y recrea esa cultura.

Por eso, como testigos de Cristo y del Amor de Dios, tenemos la urgente responsabilidad de evangelizar el mundo de la cultura, de obrar un fecundo encuentro de las culturas con la Buena Nueva de la Reconciliación que nos ha traído el Señor Jesús, Señor de la Historia y plenitud del ser humano. En efecto, si «Jesús no sólo reconcilia al hombre con Dios, sino que lo reconcilia también consigo mismo, revelándole su propia naturaleza», esa reconciliación es capaz de sanar y vivificar profundamente todo el mundo de lo humano: «lo que importa es evangelizar —no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces— la cultura y las culturas del hombre»

La Iglesia debe convertirse cada vez más en una comunión de personas que han encontrado a Cristo y, por eso, con la fuerza de la gracia de Dios, se ofrecen para pagar el precio de ser sus discípulos. La llamada universal a la santidad debe convertirse en una conciencia fundamental para todos los fieles cristianos.

Un cristiano está entonces invitado a un compromiso que hace visible la presencia transformadora de Dios.

La fe puede generar la inquietud del corazón que intuye encontrarse ante la verdad y el bien largamente buscados; pero puede también provocar oposición al Evangelio cuando la verdad proclamada es percibida como obstáculo para la propia libertad y la propia idea de felicidad. Jesús es salvador del hombre y al mismo tiempo “piedra de tropiezo y contradicción”. El hombre puede rechazar el mensaje de la Iglesia porque con la buena nueva del perdón divino el Evangelio pide la conversión y renunciar a construir un mundo “sin Dios y sin Cristo”… La nueva evangelización nos urge a mostrar al hombre de hoy que el mensaje de la Iglesia es la buena noticia de Cristo, que ha venido a salvamos y ofrecernos la felicidad completa.

Mostrar: esa es la clave, que vean las obras de los cristianos, subrayadas por la sonrisa en sus labios. Encuentro a personas que anhelan la plenitud, el amor, la belleza y la armonía, buscándolos en distintos lugares. Por desgracia pocas veces en la Iglesia.

Hay quienes hoy no quieren hablar con el cristiano. La Nueva Evangelización necesita encontrar a los cristianos que se han alejado y dialogar con la cultura actual del mundo. Pero el mundo muchas veces no tiene ningunas ganas de dialogar con nosotros, y si lo hace es sólo en contiendas fijadas por él según el espíritu del tiempo.

También al principio de la Evangelización nadie tenía interés en dialogar con los cristianos, con ese pequeño grupo de hombres extraños que creían que un hombre crucificado había resucitado. Pero era precisamente a este mundo al que se dirigían, mostrando a quienes los ignoraban o los perseguían la experiencia de una vida cambiada y la propuesta de la salvación. A ese mundo no se respondía con un discurso, sino con el milagro de una humanidad transformada.

Hay poco interés por la religión, y menos aún por el tema de la “verdadera religión”; lo que cuenta, al parecer, son más bien las experiencias religiosas. La gente busca modalidades diferentes de religión, que cada uno selecciona, dedicándose a lo que considera agradable porque le asegura la experiencia religiosa más satisfactoria de acuerdo a sus intereses o a las necesidades que tiene en ese momento… Debemos tomar conciencia del gran compromiso que la fe requiere.

Modelos creíbles y comprensibles, cercanos y dialogantes, en los que se ve la cercanía con quien se entregó por todos: No puede ser una comunidad de hermenéuticas cerradas e interesadas, sino una comunidad que se deja interpelar por la Palabra de Dios, la que escucha con un silencio fecundo. No puede ser una comunidad poderosa que “im-pone”, sino la que se “ex-pone”, porque tiene plena conciencia de que es depositaria de la Verdad y la Vida. No puede ser la comunidad ritualista, sino la que resignifica la vida y la pone en horizonte de trascendencia por su mediación sacramental. Jamás podemos olvidar que nuestro origen es Jesús de Nazaret, el Mesías que fue despreciado y crucificado y que, por lo mismo, somos discípulos de quien fue un marginado y estigmatizado por su sociedad. Desde esta convicción, tenemos que empeñarnos en la Nueva Evangelización.

Por último, la nueva evangelización debe ser una llamada a una nueva caridad. Seremos portadores creíbles de la alegría del Evangelio si la proclamación va acompañada de su hermana gemela: la caridad. La caridad de Jesús coincide con el don de sí mismo. La caridad de la nueva evangelización debe ser el don de Jesús.

Ex-poner es hablar: Desde luego, el éxito en la evangelización no es posible hoy día sin la utilización de todas las posibilidades tecnológicas modernas (radio, televisión, internet, etc.), pero no debe olvidarse que nada puede reemplazar la palabra viva y el testimonio directo de nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor…La evangelización es moverse en dos direcciones paralelas: ad intra y ad extra. La primera, interna, dirigida a los cristianos, es la condición previa y el requisito previo para tener éxito en la segunda, externa, orientada hacia los futuros cristianos potenciales.

Como dijo don Giussani durante el Sínodo de 1987: “lo que falta no es tanto la repetición verbal o cultural del anuncio cristiano. El hombre de hoy espera, quizás inconscientemente, la experiencia de un encuentro con personas para las que Cristo es una realidad tan presente que ha cambiado su vida”. Un lugar donde cada uno pueda ser invitado a hacer la misma verificación que hicieron los dos primeros discípulos a orillas del Jordán: “Venid y lo veréis”, porque “una fe que no pudiera percibirse y encontrarse en la experiencia presente, que no pudiera verse confirmada por ella, que no pudiera ser útil para responder a sus exigencias, no podía ser una fe en condiciones de resistir en un mundo donde todo, todo, decía y dice lo opuesto a ella”.

El encuentro con Cristo reviste un caráter profundamente personal en firma de amistad. Los amigos son los destinatarios de la entrega redentora del Señor (Cf Jn 15,18), a quienes Jesús revela al Padre (Cf Jn, 15,15). Jesús dedicó tiempo y apertura de corazón para cultivar fecundas amistades, con Juan y Andrés, con Marta, María y Lázaro, etc. Sorprenden los frutos del diálogo apostólico personal y amistoso del Señor con personajes como Zaqueo, Nicodemo o la samaritana. Se comprende que los discipulos buscaran entre sus amistades previas a quienes proponer el descubrimiento del Mesías. Así lo experimentaron Natanael, Santiago de Zebedeo y el mismo Pedro.

Hay una palabra que atraviesa todo el sínodo con su fuerza interpelante, y llega hasta nosotros: conversión. Hay mucho que cambiar, que reformar… Pero nos hemos ocupado mucho en reformar estructuras, sistemas, instituciones y a la gente más que a nosotros mismos. Sí, esto es bueno. Pero la respuesta a la pregunta: “¿Qué es lo que va mal en el mundo?” no es la política, la economía, el secularismo, la contaminación, el calentamiento global… no. Como escribió Chesterton: ‘La respuesta a la pregunta ‘¿Qué es lo que va mal en el mundo? son dos palabras: Soy yo’”. ¡Soy yo! Admitir esto lleva a la conversión de nuestro corazón y al arrepentimiento, el centro de la invitación del Evangelio. Esto sucede en el Sacramento de la Penitencia. Este es el sacramento de la Nueva Evangelización. San Bernardo dijo: “Si quieres ser un canal, antes debes ser un embalse”.

Conversión: Las vías de la fe necesitan contenidos de fe. Nace de esta manera un examen de la fe que modela una identidad de la fe. Por ello, biografía y mensaje no se oponen entre sí; en la fe, de hecho, se trata de aprender una vida que sea digna y capaz de existir siempre…Es la vocación de los individuos la que lleva a la comunidad a la segunda conversión, es decir, a una nueva evangelización.

Hay un proverbio oriental que dice: si tienes necesidad de correr, debes saber dos cosas: adónde debes correr y por qué debes correr. Pero ¿quién es el evangelista? ¿Por qué debe evangelizar y qué quiere lograr? San Juan Bautista, el Precursor, que preparó al pueblo para el encuentro con el Mesías, nos hace ver que este encuentro sólo se puede producir en una situación de Verdad, la única que nos hace comprender quién es el hombre sin Dios, quién es el pueblo que abandona a Dios y sus mandamientos: ¡una generación perversa! Y a la pregunta: ¿qué debemos hacer? Juan responde: arrepentíos y convertíos. Por tanto, el Señor se revela en una comunidad que se arrepiente y que trata de convertirse.

Decía San Pedro, hemos de dar razón de nuestra fe: dar razón de fe comienza con la credibilidad de vivir como creyentes y con la convicción de que la gracia actúa y transforma hasta el punto de llegar a convertir el corazón. Es un camino que, incluso después de dos mil años de historia, tiene que encontrar a Cristianos comprometidos. Lo que deseo y lo que me gustaría escuchar aquí hoy es que, en respuesta a la pregunta: “¿Qué estás haciendo tú, mi amigo?”, cada uno de nosotros pudiera responder “Yo estoy creciendo visiblemente en la fe”.

A la luz del Concilio Vaticano II se comprenden mejor las diferentes formas que reviste la acción evangelizadora de la Iglesia, pues hay una pluralidad de ministerios y de funciones. Si, por una parte, la misión de la Iglesia se realiza por el testimonio de la fe en Jesucristo, por la oración, la contemplación, la liturgia, la predicación y la catequesis, esta misión toma también la forma de un diálogo con todos los hombres para caminar juntos en la búsqueda de la verdad y para colaborar en obras de interés común.

Así mismo la misión también se encarna en un compromiso por la defensa y el progreso del hombre individual y social; es decir, el compromiso efectivo de servicio a los hombres por su promoción, por la lucha contra la pobreza y por la colaboración para cambiar las estructuras que la propician.

Es necesario considerar este punto como importante: la acción evangelizadora de la Iglesia -la inculturación del Evangelio- se ejerce también por una decidida defensa y promoción del ser humano, quienquiera que sea, y de sus derechos inalienables.

Nosotros cristianos -unidos con los hombres de buena voluntad- nos debemos sentir responsables de la edificación de una sociedad fundada sobre estos valores éticos de la fraternidad, de la dignidad humana y de la justicia para todos.

Cuando los cristianos se asocian a otros creyentes o personas de buena voluntad para servir al hombre y dinamizar los valores de su cultura con el germen del Evangelio, se ejerce realmente una acción evangelizadora.

Esta dimensión de la inculturación tiene, sin duda, una importancia considerable en el mundo cada día más diversificada y pluralista.




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