Unamuno: los nacionalistas
"no serán nunca hombres de la patria.
Es que patriotismo y nacionalismo
se oponen como la virtud al vicio".
El nacionalismo se esfuerza por confundirse con el patriotismo, de tal manera que para un nacionalista todo el mundo lo es, de un color u otro. Exactamente así lo dijo Artur Mas hace unos meses. El rasgo distintivo del nacionalista es precisamente este: sus gafas ideológicas le obligan a verlo todo bajo esa óptica.
Pero es fundamental distinguir entre nacionalismo y patriotismo para preservar la riqueza intelectual. Lukacs nos recordaba que el patriotismo es un sentimiento natural, mientras el nacionalismo es una ideología construida sobre mitos; Elie Kedourie nos explicaba que el patriotismo se basa en el amor, y el nacionalismo intenta apropiarse de él para lograr sus metas ideológicas; y Juan Pablo II pedía evitar a toda costa la degeneración del patriotismo en nacionalismo.
También nuestros pensadores más libres lo tienen claro. Como Juan Manuel de Prada, en un precioso diálogo de su penúltima novela. O Miguel de Unamuno. No se pierdan lo que dice del nacionalismo:
“Esta mano tendida al mar poniente que es la tierra de España. (…) Y algunos de estos pobres hombres pobres no son capaces de imaginar la geografía y la geología, la biografía y la biología de la mano española. Y se les ha atiborrado el magín, que no la imaginación, con una sociología sin alma ni espíritu, sin fe, sin razón y sin arte.
¡Hay que ver la antropología, la etnografía, la filología que se les empapiza a esas frívolas juventudes de los nacionalismos regionales! ¡Cómo las están poniendo con los deportes folklóricos, los bailes dialectales y las liturgias orfeónicas! ¡Qué paisanaje están haciéndole al paisaje!
Aunque…¿paisanaje? No, ésos no serán nunca paisanos, hombres del país, del pago, de la patria que en el paisaje se revela y simboliza; no serán paisanos o si se quiere aldeanos. Y sin ser aldeano, paisano, no cabe llegar a ciudadano. (…) Ésos, los de la diferenciación, suelen ser señoritos de aldea, que no aldeanos, cuando no algo peor, y esos señoritos rabaleros de gran urbe, rabaleros aunque vivan en el centro de la populosa aldea. Son los que han inventado lo del meteco, el maqueto, el forastero, o sea el marrano. Ellos se creen, a su manera, arios. No verdaderos aldeanos, paisanos, hombres del país -y del paisaje-, no cabreros o Sanchos, sino Bachilleres Carrascos. En el fondo resentidos; resentidos por fracaso nativo.
Les conozco a esos pobres diablos; les tuve que sufrir antaño. Querían convencerme de que eran una especie de arios, de una raza superior y aristocrática.(…) Su modo de querer afirmarse, más aún, de querer distinguirse, era chapurrar la lengua que les había hecho el espíritu.
Y luego decir que se les oprime, que se les desprecia, que se les veja, y falsificar la Historia, y calumniar. Y dar gritos los que no pueden dar palabras. (…)
¿A dónde he venido a parar desde la contemplación, desde la imaginación del paisaje y del país de esta mano de tierra que es España? Mano y lengua. Lengua de tierra en el extremo occidente de Eurasia, en vecindad del África. Mano que cogió a América y lengua que le habló en su lengua. Y desde arriba otra mano le señaló su misión, su historia. Por encima de regímenes”. (Ahora, Madrid 22 de agosto de 1933)
Pues eso: el nacionalismo impide ser auténtico aldeano, enraizado en la tierra. Su alpiste es el resentimiento, utiliza ideológicamente la lengua y croa ensvolenaixafar mientras se inventa la historia. Fugim-ne!
Y està Espanya, els espanyols que teníem quelcom a dir i fruíem de la nostra missió universal. Porque a lo universal, como nos enseñó Dostoyevski, se llega sólo desde lo próximo y particular, alimentándose de la propia tierra; y no desde espectrofias de chichinabo ideadas en pupitres de ideólogos o bachilleres.
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