Filmada en los estudios de Rosarito, El gran pequeño es otra muestra del alto nivel que los cineastas mexicanos están alcanzando. Su productor, el exgalán telenovelero Eduardo Verástegui, nos cuenta que fue una maestra de inglés en Miami quien lo motivó para transformar su carrera y hacer cine que no sólo transformara los estereotipos latinos, sino que también transmitiera un mensaje que pudiera servir de inspiración. Decidió, entonces, hacer equipo con el director Alejandro Monteverde y el escritor Pepe Portillo. Su arduo trabajo (que incluyó recaudar $26 MDD entre inversionistas privados de México y EE.UU) tiene hoy por resultado una cinta espectacular, de una manufactura impecable en todos aspectos, cuya mayor fuerza radica en un guión perfectamente bien logrado, que nos lleva a reflexionar en lo que realmente vale la pena de la vida, a través de una historia por demás conmovedora.
Son los años de la Segunda Guerra Mundial y el niño de ocho años Pepper Busbee –interpretado por Jack William Pelissier, un nuevo prodigio infantil al que los productores buscaron sin descanso y quien carga asombrosamente con todo el peso de la película– tiene una relación muy especial con su padre (Michael Rappaport), su único compañero y amigo, ya que él es muy corto de estatura y los niños del pequeño pueblo se burlan constantemente de él. Cuando London (Davie Henrie), su hermano mayor, es rechazado para ir a la guerra, su padre se ofrece para ir en su lugar. Pepper queda devastado con su partida y busca consuelo en el sacerdote del pueblo (Tom Wilkinson), quien le habla sobre el poder de la fe y le encomienda cumplir con una lista de acciones que, según le dice, lo ayudarán a traer de vuelta a su padre sano y salvo. Entre ellas, está la tarea de hacerse amigo del señor Hashimoto (Cary-Hiroyuki Tagawa), quien está siendo víctima de violencia y discriminación en el pueblo por ser “el enemigo”, aunque el anciano japonés tenga más de 40 años de ser norteamericano. Su relación irá enseñándoles a ellos y a los habitantes del pueblo el poder del amor incondicional, de la amistad y de la aceptación, pero sobre todo les mostrará que la fe sí es capaz de mover montañas.
La historia que presenta la película es una historia de amor. O muchas historias de amor, todas entrelazadas y formando un único amor. Amor de familia, amor al prójimo, amor al enemigo, amor a la patria; casi no queda amor por retratar en la película, y todos están refleados de un modo convincente y sólido.
• El Amor Conyugal: James y Emma se aman. Y eso no se nota en gestos grandilocuentes, ni en declaraciones pomposas: se nota en la entrega total de ambos a su cónyuge y a sus hijos. El amor de los Busbee es un amor reposado y tranquilo, maduro y serio. Fiel hasta más allá de la muerte, como se encargan de demostrar ambos. Uno de esos amores que no quitan el aliento pero que hacen historia, sobre todo la historia feliz de una familia.
• El Amor a la Patria: No como un amor por encima de los otros, sino como consecuencia inmediata del amor de familia. El que demuestra el joven Busbee que quiere ir a la guerra y su frustración por un impedimento físico menor. El que demuestra James, yendo a combatir al frente, me hizo recordar la frase de Chesterton: “El Soldado no pelea porque odia a lo que tiene delante, sino porque ama a lo que deja atrás”. Ese amor será clave al finalizar la película. Pero incluso el amor a la patria dolido y envenenado, el que sienten aquellos que han perdido un hijo en la guerra y le quieren hacer pagar la culpa a un pobre inmigrante que apenas si recuerda su tierra natal.
• El Amor al Enemigo: Es otro gran hallazgo de esta hermosa película. El “Enemigo”, tan odiado y tan temido es en el fondo otro ser humano, y otro hijo de Dios, a pesar de su incredulidad. El Señor Hashimoto, protegido primero por el Padre Oliver y luego por el Gran Pequeño, se convierte en el mentor del niño en ausencia de su Padre, y en su otro gran amigo. En el retrato de esta gran amistad es donde la película gana en profundidad y lirismo.• El Amor al Prójimo: Es el gran protagonista de la película, después de Pepper. Representado en “La lista ancestral” (que no es más que los deberes de caridad corporal) que el niño debe cumplir para aumentar su Fe. Precisamente, el Padre Crispin, cree darle una gran lección al niño imponiéndole una penitencia excesiva, y el Padre Oliver se la da realmente, ayudando al niño a comprender que la verdadera fe que mueve montañas no es una fe mágica, sino que es una fe que ama a Dios sobre todas las cosas y que se ocupa del prójimo.
• El Amor a Dios: Los otros amores son melodías, perfectamente compuestas y soberbiamente ejecutadas. Pero la Sinfonía completa se llama “Amor a Dios”. El amor al prójimo no es una filantropía descarnada, sino que es saber ver en el hermano que sufre a Otros Cristos. El amor al enemigo no significa para nada una palmada de compromiso, significa tejer lazos de amistad con aquellos que en apariencia ofendieron al país, y desarrollar una amistad profunda y sincera aun a costa de la propia honra. Y todo esto lo hace ¡Un niño de 8 años! Constantemente resonaban en mi cabeza las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 18,3). El niño pasa del pensamiento mágico de la niñez a una fe probada por el dolor, y su fe sobrevive a pesar de las dificultades.
El resultado final es una película conmovedora. Hay que tener un corazón de piedra para no dejarse llevar por la epopeya de Fe de Pepper, y la prueba son las abundantes lágrimas que se derraman en cada proyección. Y allí es donde vemos con claridad lo que decía San Francisco de Sales: al salir de la película, no pensamos tanto en la Fotografía, o en los ángulos de cámara: salimos con una lista concreta de cosas para hacer: Las obras de caridad corporal son un principio, pero también replantearnos el tiempo que dedicamos a nuestra familia, el amor que prodigamos al prójimo, y cómo convertimos nuestra Fe en actos concretos: como Dice el Apóstol Santiago: “La Fe, sin obras, está, muerta”.
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