martes, 6 de octubre de 2015

DEFENSA DE LA VERDAD PARA SER LIBRES - JULIÁN MARÍAS


DEFENSA DE LA VERDAD
JULIÁN MARÍAS 

“Como nada es más hermoso que conocer la verdad, 
nada es más vergonzoso que aprobar la mentira 
y tomarla por verdad”. Cicerón 

"La mentira produce flores, pero no frutos". 

Proverbio chino

"La verdad existe. Solo se inventa la mentir". 
Braque Georges


"No hay nada más seductor que la peligrosa mentira". 
Yanka

La verdad es el fundamento de la vida humana, el elemento en que se mueve cuando no olvida su condición; por eso es el fundamento de la convivencia, lo que la hace posible y asegura su carácter humano; si le falta, se produce su degeneración hacia una u otra de estas dos posibilidades: la cosa o el rebaño.

Por esto, la exigencia primaria, irrenunciable, es la escrupulosa fidelidad a la verdad: el esfuerzo constante por evitar el error, el implacable rechazo de su perversión, la mentira. Pero esto no basta, porque está en curso una amplísima ofensiva contra la verdad. Esto no es nuevo; la novedad consiste en sus recursos, en sus posibilidades, multiplicadas en esta época.

Esto exige, ante todo, una escrupulosa vigilancia para utilizar todos los medios disponibles para descubrir, formular, comunicar la verdad; su utilización está habitualmente muy por debajo de lo posible. Casi todo lo que se oye o lee se resiente de insuficiencia, falta de atención, de rigor, de cautela; se deja que el error se deslice, se parta de él, se lo dé por válido, se articule así con otros errores que van tendiendo una red que nos aleja de la verdad, nos conduce a esa situación que puede y debe llamarse "estado de error".


Todo esto es en alguna medida "involuntario", puede parecer "inocente" aunque sea culpable el no resistir a ello, su aceptación pasiva. Lo más grave es otra cosa: la hostilidad a la verdad, el sentirla como la enemiga, su voluntaria y deliberada persecución, su suplantación, no ya por el error, sino por la mentira. Esto es lo que obliga a organizar la defensa activa de la verdad, la atención al error ajeno, su descubrimiento y filiación, no digamos de la mentira expresa, que intenta desplazar y destruir la verdad.

Esto obliga a un esfuerzo de atención considerable, que en otras situaciones no era necesario, pero que en la nuestra es inexcusable. La falsedad es peligrosa, insidiosa, tiene que ser reconocida, probada, mostrada como tal. Si es involuntaria debe ser corregida, superada, mediante el restablecimiento de la verdad, acompañada de su justificación hasta donde sea posible.

Pero si se trata de la mentira, de la falsedad querida y buscada por sí misma, esto debe llevar a la descalificación, a la exclusión de la convivencia.

Ante innumerables afirmaciones que se oyen o leen mi pregunta es: ¿Cómo lo sabe? Si no hay respuesta o ésta no es convincente, no se justifica, lo adecuado es el rechazo; hay que exhibir los títulos de legitimidad de lo que se dice, sobre todo si se trata de materia grave.

No digamos si lo que se puede probar directamente es la falsedad de lo dicho. Se dirá con toda razón que esto impone un esfuerzo particularmente penoso -y no sin riesgos, por supuesto-, pero es absolutamente necesario. Se está tejiendo una espesa red de mentiras que hacen irrespirable el mundo. Cada vez son más, se apoyan mutuamente, invaden muchos libros, por supuesto medios de comunicación, diarios, revistas, emisoras, canales de televisión. Si esto no consta, no se pone de manifiesto, no se ataja, se vive en la falsedad, en ese funesto estado de error, que lleva al fracaso, por el carácter incoherente de la falsedad, sobre la cual no se puede construir nada.

Vivir al margen de la verdad y vivir contra la verdad con mi mentira partidista. Porque hay Miedo a la verdad: Porque la verdad destruye su propia realidad, su propia comodidad, su propia mentira. Tener miedo a la libertad. Porque la mentira esclaviza, destruye, deshumaniza...

Cuando una figura pública, un escritor, un gobernante, un político, que aspira a serlo, enuncia falsedades que no puede probar -o cuya falsedad se puede probar- tiene que quedar descalificado, y si la opinión pública lo reconoce, fuera de juego. A veces pierdo la confianza cuando advierto el peso que adquiere en la vida pública alguien de quien he comprobado muchas veces su habitual desprecio por la verdad. Esto me lleva a una desconfianza que puede ser salvadora, a una cautela ante todo lo que tenga esa procedencia. Por el contrario, la veracidad probada y comprobada muchas veces es una presunción de verdad, que no exime de su comprobación en cada caso, pero permite una aceptación "provisional" como punto de partida.


De una publicación o una emisora o un programa de televisión es relativamente fácil hacer pruebas de veracidad. Es frecuente la variación de los resultados. En varios países he comprobado que periódicos normalmente fiables han dejado de serlo desde cierto momento -un cambio de dirección, o de propiedad, el paso a otra esfera de influencia-. Hay que renunciar a algo con lo que se contaba, en lo que se podía confiar. En los Estados Unidos, en la Argentina, más dolorosamente en España, he tenido que renunciar en los últimos años a instrumentos que he admirado, acaso durante medio siglo, que me habían ayudado a entender el mundo, pero entregados desde cierta fecha a la operación de confundirlo. A veces, durante cierto tiempo, se conservan las apariencias, y se tarda en advertir la transformación, que puede llegar a ser la total inversión del proyecto originario. A veces la he advertido apenas iniciada, por la prisa o la torpeza de los realizadores; en otros casos es un proceso lento, que requiere mucho tiempo y es difícil de descubrir.

En medios de comunicación nuevos, o con los que no estoy familiarizado, uso un recurso que suele ser eficaz. No estoy enterado y bien informado de la mayor parte de los asuntos tratados, pero acaso estoy enterado de una de las cuestiones debatidas. Si lo que se dice coincide con mi información, presto alguna atención y un crédito sujeto a confirmación. Si aquello de que entiendo está desfigurado, temo que lo mismo ocurrirá con las cuestiones que me son ajenas, y suspendo la confianza.

Este método me ha librado de no pocos errores, y lo aplico siempre que es posible. Pero, por desgracia, es imprudente prolongar ligeramente la confianza. Estamos en una época de gran inestabilidad, y los cambios, muchas veces decisivos, son con frecuencia disimulados.

Un hecho sobremanera inquietante es el descenso de calidad de muchas cosas que la habían conservado muy alta durante largos años; es inquietante, y penoso, ver cómo se dilapida sin reparo un alto prestigio; tal vez una editorial, revista o diario, admirable durante medio siglo o más de un siglo, que había ejercido una difícil y admirable función orientadora, abandona súbitamente todo eso y se pone en fila con los instrumentos más despreciables que vuelven la espalda a la verdad y buscan oscuras ventajas de las que deberían avergonzarse, de las que probablemente tendrán pronto que avergonzarse, tal vez al precio de su propia existencia


JULIÁN MARÍAS - LA VERDAD


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