lunes, 12 de noviembre de 2012

VERSOS DE LA SABIDURÍA HUMILDE (VIII)






“Sí, la sabiduría se extiende de un extremo al otro de la tierra, y en todas partes pone orden. La amé y la deseé desde mi juventud; traté de tomarla por esposa, porque estaba enamorado de su belleza. El hecho de que esté cerca de Dios hace resaltar su noble origen:
 
el Dueño de todas las cosas la amó. 4 Fue iniciada en el conocimiento mismo de Dios, y ella decide qué obras hay que realizar. Si lo que se desea en el mundo es la riqueza, ¿acaso hay riqueza más grande que la Sabiduría, que todo lo realiza? Y si la inteligencia precede a las obras, ¿quién entre los vivos hace las cosas mejor que ella? ¿Aman ustedes la rectitud?
 
Sepan que todas las virtudes son fruto de su trabajo; ella enseña la prudencia y la inteligencia, la justicia y el valor; nada hay en la vida que sea más útil a los hombres. ¿Busca alguien vastos conocimientos? La Sabiduría conoce las cosas del pasado y prevé el porvenir; sabe interpretar los discursos y resolver los enigmas, anuncia de antemano las señales de la naturaleza y los prodigios, el fin de las épocas y de los tiempos. Por eso decidí tomarla como compañera de mi vida:
 
sabía que me aconsejaría en los momentos felices y me sostendría en las preocupaciones y en las penas. «Gracias a la Sabiduría, me decía, seré honrado por las muchedumbres y, a pesar de mi juventud, respetado por los ancianos. Reconocerán en mí un discernimiento penetrante, y los poderosos me admirarán. Si me callo, me esperarán; si hablo, estarán atentos; y aunque se prolongue mi discurso, seguirán escuchándome.
 
Gracias a la Sabiduría obtendré la inmortalidad, y dejaré un recuerdo eterno a los que vendrán después de mí. Gobernaré a los pueblos, y se me someterán las naciones. Soberanos temibles se llenarán de temor al oír hablar de mí; seré bueno con mi gente y valiente en el combate. De vuelta a casa, descansaré a su lado, porque su compañía no es amarga; vivir con ella no cuesta nada, sino que, al contrario, trae alegría y felicidad». Así razonaba conmigo mismo.
 
Comprendí que uno encuentra la vida inmortal en la unión con la Sabiduría, se adquiere una alegría superior gracias a su amistad, una riqueza perdurable gracias a sus desvelos, la inteligencia cuando se ejercita en entenderla, y la fama en las conversaciones con ella. Salí pues en su busca para traerla a mi casa. Había nacido como niño bien dotado, había recibido como herencia un alma buena; o más bien, siendo bueno, había llegado con un cuerpo sin defectos. Pero también comprendía que el único medio para tenerla era que Dios me la diera, y ya era una señal de inteligencia el haberlo comprendido”.
 
Sab 8,1-21

 
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