miércoles, 1 de febrero de 2023

LIBRO "EL TERROR BOLIVARIANO" y "LOS CRÍMENES DE BOLÍVAR" y "LA OTRA CARA DE BOLÍVAR": GUERRA Y GENOCIDIO CONTRA ESPAÑA DURANTE LA INDEPENDENCIA DE COLOMBIA Y VENEZUELA EN EL SIGLO XIX por PABLO VICTORIA 💥


Revisada la Historia, hemos aprendido a desconfiar 
un poco más de ella y a amar mucho más a España: 
dedicado al pueblo español e hispanoamericano, 
para que volvamos a encontrarnos 
en las sendas comunes de nuestra historia…

EL TERROR 
BOLIVARIANO
💥
Guerra y genocidio contra España 
durante la independencia de Colombia y Venezuela 
en el siglo XIX


Esta es la historia más triste que jamás pudiera acontecer a nación alguna que hubiese entregado tanto como España entregó a América: la religión, la lengua y la cultura.
La presente obra trata los aspectos menos conocidos de la historia de la Independencia de América y, asociado a ella, la magna obra española en ese continente, retratada, principalmente, en la Nueva Granada y Venezuela, dos países claves para comprender el drama que se desarrolló en las dos orillas del Atlántico.
La narración de este drama resulta sorprendente porque no solo se refiere a las épicas batallas, sino porque también es una historia de la crueldad humana y de lo que el autor ha querido denominar el genocidio bolivariano, la carnicería fuera de combate que Simón Bolívar desencadenó contra miles de indefensos o inocentes españoles.
Pablo Victoria cuenta magistralmente la verdad de aquellos tristes acontecimientos, sin adornos y sin miramientos.


Este libro le ayuda a entener lo que pasó 
y a saber lo que nunca le contaron

El libro que presento, querido lector, constituye para mí la historia más triste que jamás pudiera acontecer a nación alguna que hubiese entregado tanto como España entregó en América: la religión, la lengua y la cultura. Pero es un libro peculiar porque trata de los aspectos menos conocidos de la historia de la Independencia de América y, asociado con esta, la magna obra española en ese continente, retratada, principalmente, en la Nueva Granada y Venezuela, dos países claves para comprender el drama que se desarrolló en las dos orillas del Atlántico. Sorprenderá la narración de este drama porque no solo se refiere a las épicas batallas sino que es también una historia de la crueldad humana y de lo que yo he querido llamar el genocidio bolivariano, la carnicería fuera de combate que Simón Bolívar desencadenó contra miles de indefensos o inocentes españoles. El Bolívar que he descubierto, debo reconocerlo aun a costa de la incomprensión de mis compatriotas, me ha llenado de espanto, congoja y vergüenza. Nunca pude imaginar que detrás de ese idealista y hombre grande, pudiera esconderse, simultáneamente, un alma tan ruin y sanguinaria. Por eso, mi libro es un cuadro de luces y de sombras: luces de lo grandioso, y sombras de lo ruin y despreciable. Me salva que no haya ley que prohíba hablar sobre este tema, indagarlo o penetrar en él y, sin exageraciones, sacar a la luz lo que muchos historiadores se han empeñado en esconder en la sombra. Era hora de que alguien se sentara a contar la verdad, sin adornos ni miramientos. Esta es la manera en que, finalmente, decidí abordar un tema que muy seguramente causará ampollas, particularmente en Colombia y Venezuela, pero que a mí me sanará las pústulas que llevaba en el alma por tanta mentira y tanta complicidad histórica. 

Este libro se inicia en los albores de la rebelión, sus causas y orígenes, hasta la independencia de Colombia y Venezuela, y culmina con la reconquista y pacificación española de ambos territorios; posteriormente, D. M., concluiré la tarea con la continuación de la guerra en el sur de Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, hasta el retorno de Bolívar a Colombia y su muerte; es decir, el trayecto vital de las guerras de Bolívar hasta su desilusión con la Independencia, el colapso de su sueño unionista y su destierro y el triste final de su vida. He aquí cómo para mí empezó todo: 

Doña Marta Jiménez Navia, prima hermana de mi suegro, don Francisco Grueso Navia, tenía ciento dos años, demasiado joven para haber visto de cerca la Independencia de América continental, o siquiera las de Cuba y Puerto Rico auxiliadas desde fuera. Noventa y seis años antes de su nacimiento, en vida de su abuela hacia 1814, habíanse confiado a la familia unas memorias que fueron perdiendo valor con el tiempo, pero que para nosotros y para quienes pudieron leerlas, cobraron gran significación. Mi mujer y yo habíamos ido a visitarla a Cali, ciudad donde residía al momento de escribir estas páginas, aunque ella era originariamente de la muy noble y leal ciudad de Buga, a donde se extendió el apellido Navia, oriundo del Gran Cauca, cuya capital era Popayán. Cuando, bajo el calor del mediodía, llegamos a casa de doña Marta, encontramos el fresco de los grandes patios y de las baldosas que en Cali invitan a caminar descalzo sobre ellas. Vi, entonces, una viejecita reducida a la cama y encorvada por los años y por el cúmulo de antigüedades, antiguallas y vejeces que reposaban sobre sus hombros. Jamás hubiera adivinado lo que en esa casa encontré. 

Doña Marta, a sus ciento dos años mozos para los acontecimientos de hacía dos siglos —pero suficientemente anciana y lúcida para ignorar lo que guardaba en el baúl de sus recuerdos— nos obsequió lo que inicialmente consideramos como papeles amarillentos por la pátina y carcomidos por la polilla, que no tenían otro valor que el nostálgico recuerdo del acontecer familiar: registros de nacimientos, anotaciones de recetas de cocina, pócimas para la tos, pomadas para la cura de las picaduras de mosquitos, brebajes para las fiebres de los pantanos, invocaciones milagrosas para aplacar la ira del volcán Puracé, precios de los remedios del boticario y de la canasta de compras, valor del ganado en canal, bisuterías de la plaza central de Popayán, limosnas para la Catedral, arrendamientos de propiedades varias, ingresos de los hatos lecheros de propiedad de sus antepasados, gastos del colegio de los jesuitas, viáticos de viajes interminables y, entrelazado con todo ello, unas curiosas anotaciones que nadie habría podido adivinar por la rapidez con que fueron escritas, la premura con que se despacharon las hojas y el desorden en que estas se encontraban, amén del deterioro evidente de los folios. 

«Miren», nos dijo, «aquí también se pueden encontrar viejas fotografías de familia, pétalos de rosa, una que otra hoja de un otoño inexistente en estas latitudes en las que se adivina el esqueleto en que todos seremos convertidos…». Tal vez adivinaba su próximo fallecimiento. «Tía Marta, no hable así, que a su edad usted luce más fuerte que un roble y con más carnes que esas hojas», dijo mi esposa, Cristina, que en la Semana Santa del 2006, coleccionando recuerdos familiares y fotos de viejos álbumes a punto de desaparecer, intentaba reconstruir árboles genealógicos que identificaran las 12 generaciones que con singular perseverancia la habían antecedido en llevar a hombros las pesadas imágenes de los santos, de las Dolorosas y de los Cristos, en las procesiones nocturnas de los Martes, Miércoles, Jueves y Viernes Santos que desde hacía cuatrocientos cincuenta años se practicaban en Popayán. Eran antepasados que en esos días se cubrían con túnicas moradas y paños blancos, portaban alcayatas para sostener las andas cada veinte pasos y orgullosamente lucían ciertas protuberancias en el hombro, a manera de callo, para testimonio permanente de su intención expiatoria en los siguientes diecinueve lentos y pesados pasos... 

«Ay hija —contesta la anciana— ya estoy tan vieja y encorvada que más vale que te lleves esto, lo espulgues y selecciones lo que te haya de servir... Creo que hay allí unos papeles de un pariente lejano nuestro que fue hombre importante y de letras que tuvo algo que ver con la contra independencia de este desdichado país…». «¿La contra qué?», pregunté yo casi con asombro y la tía contestó: «Sí, porque este señor, don Joaquín de Mosquera y Figueroa, se fue en tiempos de la revuelta contra España, estuvo en los tumultos de Cádiz y como que por allá murió... Era popayanejo, realista, para más señas, y le dio por anotar todo lo que veía y lo que no había visto, pero que se lo contaban los que sí lo vieron... Es conveniente que se lleven esto, porque, como bien sabes, he testado a mi criada que lleva conmigo los últimos cincuenta años y ella, que no aprecia los escritos nuevos, mucho menos habría de apreciar los viejos... A ustedes servirá más que a ella». 

Mis ojos se dirigieron hacia el vacío. Interesado por el personaje, luego averigüé con la parentela de mi esposa que don Joaquín de Mosquera y Figueroa había nacido en Popayán el 19 de enero de 1748 y hecho sus estudios en el seminario. Había ejercido su profesión de abogado en Santa Fe, aunque luego regresó a su ciudad natal, donde fue vocal del Cabildo y asesor del Gobernador de la provincia en 1774. En 1778 fue trasladado a Cartagena y en 1785 nombrado Gobernador de dicha ciudad y de la provincia. Llegó a ser Oidor de la Real Audiencia de Santa Fe, Quito y Méjico, Alcalde del Crimen y Oidor de la Real Audiencia de Méjico. Dos hechos importantes cabe destacar: 

en Santa Fe juzgó y condenó al precursor de la independencia Antonio Nariño por la investigación que se le adelantó por peculado y en Méjico actuó contra Pedro Portilla y once de sus compañeros revolucionarios e independentistas. 

Era un patriota en el sentido más amplio de la palabra. El 1 de octubre de 1804 fue en comisión de visita a la audiencia de Caracas y allí fue nombrado regente de la Audiencia. 
El 10 de julio de 1809 fue elegido diputado por Venezuela y vocal de la Junta Suprema y se le comisionó para representar la provincia en las Cortes de Cádiz. Empero, no fue admitido a ellas por no haber nacido en la provincia que representaba. Sin embargo, sus amplios conocimientos sobre América le granjearon la oportunidad de asistir a diversas comisiones que trataban sobre los más importantes acontecimientos que en aquellas tierras ocurrían. En 1810 se le nombró ministro togado del Consejo de Indias, cargo que desempeñó hasta el 22 de enero de 1812. 

En esa fecha las Cortes eligieron la tercera Junta de Regencia, compuesta por seis miembros, Juan María de Villavicencio, Pedro Alcántara de Toledo, duque del Infantado, Enrique José O’Donnell Anethan, conde de la Bisbal, Ignacio Rodríguez de Rivas y Juan Pérez Villamil. Don Joaquín encabezó como Presidente de la Regencia del 22 de enero de 1812 al 8 de marzo de 1813, y como tal, le correspondió promulgar, el 19 de marzo, la Constitución de 1812. Es decir, actuó como rey virtual de España en ausencia de don Fernando VII. Dicha Junta fue sustituida poco después por una cuarta integrada por el cardenal de Borbón y Pedro Agar, oriundo de Santa Fe, quien ya había pertenecido a la regencia en la segunda Junta, y Gabriel Ciscar. Restaurada la Monarquía, el Rey nombró a don Joaquín el 3 de julio de 1814 ministro del Consejo de Indias; el 15 de noviembre, secretario de la Cámara del mismo Consejo; el 31 de marzo de 1816, secretario y fiscal de la orden Isabel la Católica. Por sus servicios a España, el 23 de febrero de 1817 Fernando VII tuvo a bien condecorarlo con la Gran Cruz de Isabel la Católica, junto con el mariscal Pascual Enrile, criollo este y segundo del general Pablo Morillo, «El Pacificador» de la Nueva Granada, así como al obispo de Oaxaca. 

La revolución de Riego y Quiroga que impuso el regreso al régimen constitucional lo habría de dejar cesante en el Consejo el 15 de marzo de 1820, aunque se le continuó pagando el sueldo que pasó a cobrar en Murcia, su nuevo lugar de residencia. Una vez se restableció el absolutismo, en el año 1824 fue repuesto en la fiscalía de la orden de Isabel la Católica. Falleció en Madrid el 29 de mayo de 1830 y, aunque la sabiduría convencional afirma que sus restos reposan en el cementerio de Fuencarral, yo no pude encontrar su tumba en los registros de dicho cementerio. 

Ante mi evidente curiosidad por los anunciados escritos, la tía Marta extrajo de un viejo y mohoso baúl unos empolvados y apolillados papeles que ya ni el tiempo recordaba, pues reposaban, bajo el peso de los años, con la dignidad que les confería la pátina de sus amarillentas páginas y que, al irlas abriendo, develaron ante mis ojos las interesantes y extrañas conversaciones que don Joaquín tuvo con el rey Fernando VII y que poco antes de morir dejó apenas esbozadas en ese cartapacio que fue luego a parar a manos de sus familiares en Popayán, casi todos republicanos y revolucionarios, quienes guardaron para siempre sus Memorias en el baúl de marras. No se salvaron todas. 

Lo inexplicable era que Fernando VII hubiera dedicado tiempo a escuchar el relato de don Joaquín quien, imagino, lo cautivó con su vivacidad y el gracejo del acento payanés. Y aunque estas ocasionales entrevistas no son asunto registrado en la Historia, tales códices me dieron pie a escribir esta historia de la Independencia como el propio don Joaquín de Mosquera y Figueroa, supongo, la habría escrito en su totalidad si hubiera dispuesto del tiempo y de las ganas suficientes para hacerlo. 

En realidad, sucedió que en las postrimerías de su vida don Joaquín hizo memoria escrita de todo cuanto había dicho al Rey, entre los años 1828 y 1830, en las raras oportunidades que tuvo para entrevistarse con él. No obstante el estilo coloquial que a veces se emplea, acudo al recurso documental como sustento de lo narrado o añadido por mí, y aun por don Joaquín, quien debió emplear innumerables días oyendo y anotando historia tras historia de todos los exiliados que de América llegaban a la costa gaditana. A tales efectos se pueden consultar las reseñas bibliográficas al final del libro, pues he preferido hacerlo así para no interrumpir la narración con molestos pies de páginas; de este modo, las citas directas están entrecomilladas y en cursivas; en cambio, las que provienen de las Memorias de don Joaquín, se abren con comillas y permanecen con letra normal. Cuando se trata de algún cronista citado, o de personaje cualquiera, normalmente se puede encontrar la referencia buscando su nombre en la bibliografía, nombre que en la mayoría de los casos reseño como añadido documental del autor, la más de las veces con una breve descripción de lo consultado. En el caso de Bolívar, las cartas, proclamas, o documentos citados, pueden encontrarse en Proclamas y discursos del Libertador, o en los tres volúmenes de la Crónica razonada de las guerras de Bolívar de Vicente Lecuna, en la biografía de Bolívar de Salvador de Madariaga, en la de Indalecio Liévano Aguirre y en otras publicaciones similares que el autor ha reputado fidedignas. En todas estas referencias se han buscado diversas fuentes para contrastar no solo la referencia, sino su contexto histórico, con miras a salvaguardar siempre la esencia y el espíritu de los documentos apolillados de don Joaquín y su propia interpretación de los hechos históricos que narrara al entonces Rey, don Fernando VII. 

Ahora bien, con el correr de los tiempos los Mosqueras, es decir, los hermanos de don Joaquín que sí dejaron descendencia, se emparentaron con los Arboledas, Chaux y Gruesos y como don Francisco Grueso Navia, padre de mi esposa y primo de doña Marta y de los Arboleda Gruesos, lo une cierto parentesco con los Mosquera-Arboledas, fue lo que hizo esta tarea más interesante por lo más cercana. Mucho más cercana, también, porque una Grueso enlazó con uno de los hijos del sabio Caldas, prócer de la Independencia fusilado por Pablo Morillo, el Pacificador, por lo que de allí arranca el tronco Caldas-Grueso. 

Debo mis especiales agradecimientos al marqués de San Juan de Rivera, don Carlos Felipe Castrillón Muñoz, la dilucidación de algunos de estos parentescos y la aclaración de los vínculos familiares que unían a los señores Mosqueras. Lo conocí durante mi visita a Popayán en marzo de 2007. Es este Marqués descendiente de don Marcelino Mosquera y Figueroa, hermano del Regente. Ambos, Marcelino y Joaquín eran hermanos de José María, padre de los que fueron llamados por la Historia los «Mosquera Grandes», por haber sido tales vástagos (Tomás Cipriano, cuatro veces presidente de Colombia y ex edecán del Libertador, Manuel José, arzobispo de Bogotá, Manuel María, el diplomático, y Joaquín, primer presidente de Colombia después de haber renunciado el Libertador Simón Bolívar a la primera magistratura, pocos meses antes de su muerte) los más célebres de la familia. 

Ocurre que también don Carlos Felipe desciende de doña Beatriz O’Donnell, ex azafata de la primera esposa de Fernando VII, la reina doña María Antonia de Nápoles (sobrina de María Antonieta de Francia), y hermana de Enrique José O’Donnell Anethan, primer conde de la Bisbal y de Lucena y miembro, con don Joaquín, del Consejo de Regencia de España durante el cautiverio de Fernando VII, quien también sancionara la Constitución de Cádiz de 1812. Estuvo casada la reina María Antonia con don Fernando VII de 1802 a 1806, fechas para las que ya había contraído nupcias en 1795 doña Beatriz, en el castillo de Aranjuez, con el payanés don Manuel de Pombo Ante y Valencia, quien fuera signatario del Acta de Independencia de la Nueva Granada en 1810 y se salvara, por un pelo, de ser fusilado por Pablo Morillo. Pero sufrir esa suerte correspondió a su sobrino, Miguel de Pombo y Pombo, quien, igualmente signatario que su tío, murió fusilado. Fueron aquellos los abuelos del poeta-soldado Julio Arboleda, Presidente electo de Colombia asesinado en Berruecos (República de Colombia), y de Sergio, su hermano, casado con Marta Valencia Coz y Villar, prima de las hijas del segundo conde de Casa Valencia, Pedro Felipe, también fusilado por el Pacificador Morillo, junto con el sabio Caldas, hechos que también trataremos en este libro. 

Don Joaquín, el Regente de España, dejó tres hijas, todas monjas que profesaron en Méjico y, en consecuencia, se perdió su línea de descendencia. Como dato curioso diré que don Carlos Felipe Castrillón rescató el título nobiliario perdido en la República y re-otorgado de manos del rey don Juan Carlos I de España, mediante Real Decreto fechado el 1 de septiembre de 2005. Creo que es el primer colombiano que ha rescatado un título nobiliario. Carlos Felipe es tataranieto del mencionado Sergio Arboleda Pombo y a quien debo también agradecer haberme conseguido con Santiago Pombo Osorio, su pariente, la carta tomada del original que don Pablo Morillo enviara desde su Cuartel General en Santa Fe de Bogotá, en el efímeramente reconstituido Nuevo Reyno de Granada, a doña Beatriz O’Donnell Anethan, su sexta abuela. La persona clave en la recuperación de su título fue don Francisco López Becerra de Solé y Martín de Vargas, hoy duque de Maqueda y entonces conde de Cabra y marqués de Ayamonte, Presidente de la Fundación Conde de Cabra y esposo de doña Paloma de Casanova y Barón, duquesa de Maqueda, duquesa de Baños, Marquesa de Ayamonte y Grande de España. Agradezco también a Guillermo Rocafuerte, prometedor escritor y amigo, el haberme suministrado la carta que un antepasado suyo, Vicente Rocafuerte, enviara en 1828 a Juan de Dios Cañedo, en la que describe la desmedida ambición que movía al Libertador. Agradezco también a mi querido amigo Augusto Mantilla Serrano el haberme recordado los versos que en el colegio se recitaban para honrar la memoria de los virreyes de la Nueva Granada, hacía mucho tiempo por mí olvidados. Tampoco podría dejar por fuera de mis agradecimientos a Miguel Patiño Posse, miembro de número de la Academia de Historia de Bogotá, por haberme suministrado datos biográficos de su antepasado don Eustaquio Galavís, quien tuvo importante protagonismo contra la revolución comunera en 1781 y a favor de la corona española. 

El trabajo no dejó de tener inconvenientes. Uno de los problemas al que me enfrentaba era mostrar descarnadamente a unos próceres muy queridos de nuestra nacionalidad y dar a conocer sus aspectos más oscuros, algunas veces resaltados por los mismos calificativos que don Joaquín empleó en sus garrapateadas Memorias de la Independencia dichas al oído del Rey. Me planteé varios problemas: uno era cómo habría de ser recibido todo esto por aquellos para quienes el Libertador y el resto de Próceres tienen el halo de la santidad por haber sido colocados en el altar imaginario de la Patria. Otro era que las Memorias de don Joaquín que me dio la tía Marta estaban incompletas y, por lo tanto, no tenían una secuencia uniforme, por lo que tenía que hacer la mar de peripecias para completar y dar a todo aquello contexto y coherencia. 

Así, mi profundización sobre la vida de Simón Bolívar, desde su periplo que arranca en Venezuela, pasa por la Nueva Granada, sigue hacia el Ecuador, Perú y Bolivia, amén de intensas lecturas de diversos autores sobre los movimientos independentistas de América, me dieron el panorama buscado para recomponer una historia que ha sido, mayormente, falsificada y enmascarada por muchos autores a quienes el genio de Bolívar ha seducido hasta la complicidad. También me llevaron a la convicción de que, en efecto, las biografías del Libertador, de los hombres que lo acompañaron y de los precursores de la Independencia han tenido más de novela romántica que de historia verdadera. Han sido escritas al desgaire de las conveniencias políticas, de los odios o de las preferencias partidistas y han omitido las verdaderas causas, sucesos y vidas de los protagonistas de aquellas gestas secesionistas. 

Entonces, si para algo sirven los documentos originales, los manuscritos, cartas y testimonios de las personas que vivieron el drama americano, forzosamente nos llevarán a concluir que la «Guerra a Muerte» decretada por Bolívar y los asesinatos cometidos por orden o aprobación suya fue otro de esos holocaustos ignorados por la Historia. Tal vez por eso decidí escribir acerca de lo que muy pocos conocen y sacar a la luz lo que don Joaquín sí conocía y lo que yo aprendí a conocer: el genocidio de españoles cometido por Bolívar y sus secuaces en la América. 

El resultado de estas pesquisas no es otro que el que presento, amable lector, fruto de un arduo trabajo de milimetría interpretativa y producto de otras intensas lecturas, cotejos y hasta experiencias personales en devenires políticos y académicos con gentes diversas. Esto me permitió concatenar eventos y buscar significados allí donde las hieráticas mentes de los muy doctos y sabios historiadores apenas han columbrado inocentes escritos y sentencias que, para despecho de ellos, develan la miseria humana y las psicopatologías con que el ansia de poder enloquece a los hombres. 

Por mi parte, escribo este libro, amable lector, en tiempos en que España ya perdió su sentido de la grandeza y en los que los regionalismos (ahora llamados nacionalismos) amenazan con desvertebrarla aún más y reducirla a la más absoluta insignificancia mundial. Tiempos en que, perdido ya el Imperio y perdidos todos nosotros con él, nuestro «destino manifiesto» parece haber sido la involución y la reducción de las fronteras físicas, económicas y espirituales, justamente lo contrario de lo que aconteció con el gran imperio angloamericano que se extendió sobre los despojos del hispánico. Tiempos, en fin, en que la patria chica se impone sobre la patria grande, lo local sobre lo universal, el ilusionismo sobre el realismo y, sobre todo, la vergüenza sobre el sano orgullo. Quiera Dios que algún día todos, españoles de ultramar y peninsulares, recuperemos, en una mancomunidad hispánica, la unidad perdida y el poder dilapidado. Y que la Monarquía perdure. 

Aquí comienza, aunque todavía no termina, la Historia de la rebelión americana, la reconquista española de los territorios escindidos, la ruina del Imperio y la ruina de América. En un futuro volumen se narrará la continuación de la guerra, el avance bolivariano hacia el sur, su llegada al Ecuador, su paso por el Perú y Bolivia, así como el regreso de Bolívar a Colombia y su muerte, hasta que se comprenda toda la magnitud del desastre, la crueldad y la locura en que se sumió un continente. 

Principiado el 17 de julio de 2006, día de San Alejo, 
y terminado el 29 de junio de 2007, 
fiesta de San Pedro y San Pablo. 
Estos dos primeros libros fueron condensados 
y revisados en un solo volumen en 2019.


LOS CRÍMENES DE BOLÍVAR:

En este libro se describen los crímenes que cometió Bolívar durante la guerra de independencia de Colombia y Venezuela. En particular, se puede constatar la crueldad con que los hizo o mandó a hacer. El lector quedará perfectamente asombrado de lo que leerá, sobre todo si lo contrasta con la idea que le han vendido de un personaje que se hizo llamar "Libertador" cuando lo único que ejerció durante toda su vida fue la dictadura.

INTRODUCCIÓN

Querido lector: Muy seguramente su asombro no conocerá límites cuando Ud. recorra las páginas de este libro; muy seguramente, sin embargo, también le suscitarán hacer una reflexión: si nuestros males contemporáneos de violencia y corrupción no provienen del legado de nuestros «libertadores», que pongo entre comillas, pues fue así como se hicieron llamar cuando ejercían la dictadura más extrema, proferían órdenes de fusilar a quienes no participaran en la guerra de secesión contra España, robaban haciendas y bienes privados, saqueaban iglesias y asesinaban inocentes. En contraste, la guerra de independencia de los Estados Unidos no tuvo esas desastrosas consecuencias sobre ese país, ni orígenes tan brutales porque, en medio del horror que toda guerra impone, se obró con más prudencia y obedeciendo los principios universales que la civilización impone. 

De allí el respeto que sobrevino; la ley que se impuso sobre el nuevo orden; la lealtad con las nuevas formas de democracia; la estabilidad y, sobre todo, el reconocimiento de que el progreso es sólo traído por el respeto a la justicia y a la propiedad. 

En la América hispana, en cambio, las constituciones sólo sirvieron para ensayar las nuevas y los tiranos sólo ejercieron para dar paso a nuevas tiranías y golpes de mano, nuevos populismos y nuevas fuentes de conupción y depredaciones. No encontrará, por supuesto, el lector un recuento de tales desmanes en este libro, ya que todo ello se encuentra descrito en mis tres volúmenes de «Al oído del Rey», donde sí encontrará un recuento de buena parte de las tropelías de aquellos que pretendieron darnos «libertad» en la dictadura y orden en la desolación. En este libro, solamente he querido describir algunos de los más notables crímenes y asesinatos perpetrados y ordenados por Simón Bolívar, sus agentes y sus rivales, el mayor de los cuales ha sido, a mi juicio, querer entregar la América a Inglaterra y a los Estados Unidos.

Espero, pues, que esta lectura le sirva para darse cabal cuenta de que, como dice el aforismo español, «estos polvos proceden de aquellos lodos».
Buena suerte.

Principiado en Madrid el 18 de diciembre de 2015, 
día de Nuestra Señora de la Esperanza, 
y terminado en Bogotá el 12 de octubre de 2016, 
día de Nuestra Señora del Pilar.



LA OTRA CARA 
DE BOLÍVAR
LA GUERRA CONTRA ESPAÑA
Esta es una nueva mirada a la Independencia de Colombia y Venezuela y, en cierta forma, a la Independencia de América, pues estos dos países comparten las mismas motivaciones con los demás. Este libro es, en el fondo, un alegato contra la historia oficialista de la causa independentista, por cuanto desmiente muchos hechos tomados por ciertos, entre ellos, la falta de libertad, de ciencia, de ilustración bajo España. En "La otra cara de Bolívar" se comprenderán las verdaderas causas de la Independencia, la dictadura y la crueldad que acompañó al Libertador durante buena parte de su gesta.
INTRODUCCIÓN 

Entrego este segundo volumen de Grandes mitos de la Historia de Colombia centrándome en dos etapas de la Guerra de Independencia: aquella que trata de Bolívar y la que concierte, principalmente, al Pacificador Morillo y al entorno del procerato criollo. La idea fundamental es establecer las diferencias sicológicas y humanas de los dos grandes protagonistas de esta historia y su comportamiento dispar en el campo de batalla y en la vida civil y administrativa. Estos dos personajes no podían ser más distintos: el uno, Bolívar, procedía de una importante familia mantuana y el otro, Morillo, de una humilde familia de labradores españoles. El primero había crecido con todos los privilegios de su cuna, en tanto que el segundo había padecido la adversidad y la pobreza, pero ambos habían conquistado la cima de sus carreras mediante el esfuerzo titánico de los hombres que intuyen su destino. Por su noble cuna y cultura, sin embargo, atribuyo a Bolívar mayor responsabilidad moral por los crímenes y excesos cometidos durante el desarrollo de la contienda y guerra civil americana. Digo “guerra civil”, o de secesión, porque considero que lo fue, antes que una guerra de independencia. A mi juicio, las guerras de independencia están referidas a un invasor foráneo de un territorio y a los españoles no se les podía considerar foráneos. Me explico: los independentistas criollos eran hijos o nietos de españoles y, en este sentido fue una guerra de hijos contra padres. En este sentido también, el levantamiento no fue de indios contra españoles y sus hijos, los criollos, sino de criollos contra españoles, ambos grupos con prácticamente la misma sangre, cultura, costumbres, lengua y religión. La Independencia es, pues, otro de esos grandes mitos de nuestra Historia y sobre lo cual no me detengo dentro del texto del libro, aunque queda ampliamente sugerido a lo largo del volumen. 

He querido detenerme un tanto en la familia Bolívar-Palacios para intentar explicar, si es que existe explicación alguna, del odio creciente que Simón Bolívar fue desarrollando hacia los españoles, más allá de las manidas explicaciones de sus deseos de “libertad” e “igualdad”, pues nunca fue el adalid de lo uno ni de lo otro; al contrario, siempre ejerció la dictadura y el cesarismo como un modelo de administración pública. Tal ejercicio nos sirve para explicarnos los arrebatos de crueldad que marcaron la vida de este hombre. También nos sirve para dar a conocer su verdadera fisonomía, pues la iconografía más habitual nos lo ha dado a conocer como el prototipo del patricio romano. 

En este primer mito incluyo la evidencia existente sobre los hijos que irresponsablemente fue dejando Bolívar a todo lo ancho y largo de los territorios por los que pasó y a quienes dejó en el abandono. Mi Bolívar es, pues, algo bien distinto a los Bolívares descritos con mayor o menor idealización por otros investigadores y escritores comprometidos en dar una semblanza irreal de este personaje que para bien o para mal, y más para mal que para bien, dejó su impronta en América, impronta de la que hoy hace gala el pictórico dictador-electo de Venezuela, Hugo Chávez. 

Debo también mencionar al lector que mis pesquisas en torno a la vida de Don Pablo Morillo, llamado el Pacificador por su relevante papel en la reconquista y pacificación de esta parte del suelo americano, me condujeron a las memorias que dejó sobre la guerra fratricida de la cual él fue principal protagonista. Este hallazgo me permitió intimar más profundamente en la semblanza de este otro desconocido protagonista de la historia de España, héroe de la guerra contra Napoleón y de quien se sirvió Fernando VII para llevar a cabo la expedición pacificadora al Nuevo Mundo. Tal vez no exista otra persona que en esta parte del orbe peor encarne la Leyenda Negra tejida en torno a España que el general Pablo Morillo, ni quien tenga una peor imagen de crueldad, ni contra quien se dirijan las peores miradas de odio, rechazo y desprecio que contra este guerrero, quien, para mi sorpresa, tenía un noble corazón y unos sinceros sentimientos de reconciliación. Sus Memorias, fueron originalmente publicadas en Francia en 1826 por Chez P. Dufart, Libraire, Quai Voltaire, número 19, París. Aparentemente, no fue Morillo quien quiso que este documento se publicara, pero tampoco lo desautorizó, según dijo el prologuista. Aunque parte de tales memorias fueron publicadas en Caracas en 1820 bajo el título ‹‹Manifiesto que hace a la nación española el general Don Pablo Morillo, Conde de Cartagena, Marqués de la Puerta y General en Jefe del Ejército Expedicionario de Costa Firme, con motivo de las calumnias e imputaciones, atroces y falsas, publicadas contra su persona en 21 y 28 de abril del mes último en la Gaceta de la Isla de León bajo el nombre de Enrique Somayar››, la versión francesa incluye unos anexos adicionales que hacen más completa su versión. Las aludidas calumnias e imputaciones fueron publicadas en periódicos revolucionarios bajo el título ‹‹Cartas de un americano a uno de sus amigos››, donde, con evidente mala fe, se le acusa de ser ‹‹el único obstáculo para la reconciliación de los españoles de los dos hemisferios››. 

El aludido Enrique Somayar no era otro que Antonio Nariño, el Precursor de la Independencia de la Nueva Granada, quien ya preso en la cárcel de la Carraca de Cádiz, se había convertido en secretario del insurrecto Quiroga, que con Rafael del Riego, pretendiera golpe de Estado contra Fernando VII y a quien se debe que la independencia de América hubiera prosperado. En efecto, la invasión de Francia a España en 1822, ordenada por la Santa Alianza en el Congreso de Verona, fue el cataclismo que metió el último clavo en el ataúd del Imperio, no sólo por la restauración absolutista, sino por las conmociones internas que suscitó. 

La editorial española Cosme Martínez, actuando por órdenes impartidas por elPacificadorMorillo, publicó sus descargos e hizo amplia distribución de ellos a distintos funcionarios públicos. Obran en mis manos, pues, dos diferentes escritos del general Morillo: las mencionadas Memorias, publicadas en París, que es, más que todo, un recuento de sus proclamas con algunas notas introductorias y comentarios suyos, y el Manifiesto, que constituye un recuento personal de sus experiencias e impresiones de la campaña pacificadora. Este Manifiesto que pasa por los años 1815 a 1821, fue localizado por el Dr. Horacio López Guédez en el Archivo General de Indias de Sevilla, en tanto que las Memorias son traducción del francés por el senador colombiano Arturo Gómez Jaramillo. Ambas, Manifiesto y Memorias fueron halladas por mí en la biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá y pusieron bajo nueva luz y perspectiva la propia imagen que yo tenía de este personaje, víctima como fui, junto con millones de otros colombianos, de una historiografía que unánimemente lo condena como un monstruo de maldad y de sevicia. Esto se debe a que el estudio de la Independencia americana cuenta casi exclusivamente con el material de los sectores republicanos que hacen que su análisis origine una versión oficial de sólo una de las partes en pugna. No se encuentran, por tanto, libros de historia de la Independencia que contengan una cita o recuerdo alguno de la obra de Pablo Morillo en América. Es por ello que me di a la tarea de también reivindicarlo para la historia y para que colombianos y venezolanos dejen de creer en las patrañas tejidas en torno a su nombre por la historiografía comprometida. 

Morillo, inicialmente llevado a la reconciliación por una generosidad casi sin límites, fue conducido por la fuerza de las circunstancias y la tozudez de la resistencia anti-española a hacer cumplir fielmente la ley a él encomendada. No se apartó un milímetro de ella y nunca condenó a pena de muerte a quien no mereciera sufrirla, de acuerdo con las disposiciones legales entonces vigentes. Todo lo contrario; si alguien fue magnánimo con el enemigo fue este hombre odiado, calumniado y vilipendiado por quienes querían encarnar en él los sentimientos más crueles y las pasiones más bajas y ruines que España pudiera arrojar sobre las costas americanas. 

En Pablo Morillo sólo encontré desde 1815 hasta 1816, período de este segundo volumen, un error y tres faltas; el error, no haber fusilado a Juan Bautista Arismendi en isla Margarita, el peor, más cruel y sanguinario de los seguidores de Bolívar que haya pisado jamás tierra venezolana. Las tres faltas: haber conmutado la sentencia de muerte que pesaba sobre Manuel de Pombo Ante y Valencia, por pura debilidad, y no haber dispuesto la s que de bieron pesar sobre José Fernández Madrid y Don José María del Castillo y Rada , por pura compasión. Por todo esto me siento reconciliado con la Historia, y un poco más feliz por haber desentrañado los verdaderos hechos de esta desgarradora contienda entre hermanos, hijos todos de una sola y misma Patria. Aspiro, pues, a entrar, siquiera de puntillas, al peculiar y honroso círculo de escritores espabilados. Este segundo volumen abarca, grosso modo, el período histórico que va de la instauración de la llamada “Patria Boba” hasta la reconquista española, m{s concretamente de 1812 a 1816, cuatro años de devastación, ruina y muerte, cuyos efectos retardatarios aún se sienten en América. 

Bogotá, 23 de marzo de 2010, día de Santo Toribio, 
uno de los más valiosos regalos que España envió a la América.

VER+:


DE LA RECONQUISTA DE AMÉRICA 
AL DERRUMBE DEL IMPERIO 1816-1824

El reconocido hispanista Pablo Victoria narra magistralmente episodios clave en las independencias de las naciones de América del Sur, desde el momento de la reconquista del continente por parte de las tropas realistas hasta el derrumbre definitivo del Imperio español en la América continental.

El historiador desarrolla los conflictos que asolaron el suelo americano, iniciados en la Nueva Granada y Venezuela y concluidos con las batallas del Puente de Boyacá (1819) y Carabobo (1821). Tras estos triunfos revolucionarios, la guerra continuará extendiéndose al sur del continente, hacia los futuros Ecuador, Perú y Bolivia. Victoria acompaña en su periplo vital a Simón Bolívar, figura central de esta feroz contienda que duró 15 años y en la que españoles peninsulares y americanos se desangraron y se destruyeron mutuamente. Una lamentable guerra civil que terminó debilitando gravemente la España imperial, ya de por sí herida tras la guerra contra Napoleón, el vacío de poder que sobrevino y las luchas intestinas que se originaron tras la Constitución de 1812.

De la reconquista de América al derrumbe del Imperio sigue la estela del éxito editorial El terror bolivariano (2019). Victoria narra los devenires del proceso de independencia y los terribles abusos cometidos por el «libertador» Simón Bolívar y desarrolla —con profundidad pero con ritmo ligero— los acontecimientos vividos hasta la culminación de la tragedia en 1824, con el derrumbe definitivo del Imperio español en tierra firme.

De lectura imprescindible para el interesado en conocer las causas de la desmoralización, decadencia y ruina suscitadas a ambos lados del Atlántico, la presente obra trata con claridad uno de los episodios más oscuros de esta tragedia secular iniciada en Trafalgar y que tuvo su traumático desenlace en la pérdida de los últimos dominios españoles en Filipinas, Cuba y Puerto Rico.




Pablo Victoria: El auténtico Simón Bolívar

Simón Bolívar, el falso héroe | Pablo Victoria /

Canción «Traidor, Bolívar, traidor»

☠️¡La Gran MENTIRA De Simón BOLÍVAR! | Guerra y GENOCIDIO Contra España: Entrevista a Pablo VICTORIA


Simón Bolívar Pablo Victoria

Simón Bolivar, masón y asesino, con Pablo Victoria - El pasado que no pasa 35


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por Comunicarnos, por Compartir:

Gracias a ello, nos enriquecemos desde la pluralidad y desde la diversidad de puntos de vista dentro del respeto a la libre y peculiar forma de expresión.

La Comunicación más alta posee la gracia de despertar en otro lo que es y contribuir a que se reconozca.

Gracias amig@ de la palabra amiga.

"Nos co-municanos, luego, co-existimos".

Juan Carlos (Yanka)