Bajo el yugo de la mentira
La mentira se ha constituido diabólicamente en régimen de vida
Nos advertía Pemán en una de sus deliciosas terceritas que «el mundo se ha vuelto tan falso, tan artificioso y falto de lógica que todo él viene a ser como una decoración de teatro que, por delante, representa un panorama decidido mentalmente y, por detrás, es un andamiaje de maderas». Pero a Pemán le tocó vivir en una época en la que la mentira era todavía un trampantojo reconocible que quedaba desvelado con tan sólo rodearlo y asomarse al andamiaje que lo sostenía. En esta época tenebrosa y desquiciada, la mentira es un ‘metaverso’ que a todos nos abraza. Hay épocas entregadas al culto monomaníaco del dinero, de la carne, del odio contra Dios o contra el hombre; pero la nuestra ha instaurado el culto totalitario de la mentira, que comprende todos esos cultos protervos y ampara bajo su yugo todos los crímenes. Y así, bajo el yugo de la mentira, se subvierte el orden de las cosas, quedando el mundo convertido en un penoso manicomio.
La mentira se ha constituido diabólicamente en régimen de vida, en fuerza cósmica o poder universal. Se miente por oficio, por sistema, con un satisfecho orgullo que sólo admite una explicación preternatural. Siempre los medios de comunicación habían sido partidistas, sectarios y arrimadizos de tal o cual bando. Pero nunca como en nuestra época se habían convertido en recipientes de las propagandas más burdas, de los infundios más clamorosos, de las incitaciones mendaces más abusivas y grotescas. Nunca como en nuestra época se habían dedicado con tan entusiástico frenesí a sembrar la confusión babélica en el mundo. Y nunca como en nuestra época quienes cultivan la mentira con tesón científico habían obtenido tanto rédito.
Las intoxicaciones más burdas, los montajes más maniqueos, los bulos más rocambolescos, fabricados y puestos en circulación por los gabinetes de guerra psicológica son divulgados con unánime fervor y aplaudidos con entusiasmo por las masas cretinizadas, que así exorcizan sus miedos, que así olvidan que las están saqueando materialmente y corrompiendo espiritualmente. Y, para imponer su yugo, la mentira se sirve lo mismo del embuste despepitado que de la sensiblería buenista, según le convenga. Ya no se trata de divulgar mentiras como recurso defensivo o como subterfugio; ahora la mentira se pavonea presumida, teoriza, sienta cátedra, sabedora de que ha logrado imponer ese ofuscamiento de las conciencias al que se refería Isaías: «¡Ay de quienes llaman bien al mal y mal al bien, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!».
Es la mentira hegemónica instaurada por doquier, maciza e inexpugnable, convertida en salvoconducto para cruzar las aduanas de la aceptación social. Y quienes se atreven a desenmascarar sus artes o no se resignan a ser víctimas de sus industrias son de inmediato censurados y señalados como réprobos. ¡Ay de la época que se abraza a la mentira y silencia a sus profetas! Acabará encadenada sin remisión a las tinieblas.
“Lo que quiere el sistema es que no tengamos hijos y así seguir pagándonos sueldos bajos, que no llegan para mantener a nadie. Hay marxistas que entendieron eso, por ejemplo Pasolini, que explicaba que la promoción de la libertad sexual era una forma de evitar que se formasen familias fuertes. También lo comprendió Herbert Marcuse, cuyo ‘Eros y civilización’ (1955) habla de la desublimación represiva, que consiste en que el sistema te mete mucho sexo en la cabeza y además lo banaliza, logrando que tu creatividad disminuya. Saturarnos con estímulos sexuales y evitar la fertilidad es la religión del capitalismo. Muchas veces me pregunto por qué la izquierda no es capaz de rebelarse contra eso. Pienso que, sin darse cuenta, se han dejado domesticar”.
LA CIENCIA SIN MÉTODO CIENTÍFICO
Aunque Gramsci pretendía que el hombre moderno «puede y debe vivir sin religión», lo cierto es que al hombre moderno le sucede lo mismo que al hombre antiguo: su vocación hacia el misterio es irrefrenable, porque forma parte de su naturaleza; y cuando la naturaleza se reprime o amputa, esa vocación natural recurre a sucedáneos que alivien la amputación. Entre los sucedáneos que el hombre moderno abraza para suplantar la religión se cuenta, desde luego, la ideología, a través de la cual trata de instaurar un quimérico Paraíso en la Tierra (con los resultados de todos conocidos); y también la ciencia sin método científico, la ciencia convertida en superstición.
En contra de lo que algunos pretenden, la ciencia y la religión no se hallan en 'planos diversos', sino que ambas se hallan en el plano de la verdad (de ahí que no puedan contradecirse, cuando no son imposturas científicas o religiosas). Ocurre, sin embargo, que la ciencia y la religión difieren radicalmente en sus métodos. El método de la ciencia, en concreto, es el método empírico, que exige la observación y el estudio de la naturaleza; y cuando falta el método empírico, cuando se sortea mediante añagazas diversas, cuando se abrevia mediante atajos o falsea para obtener un rédito crematístico, la ciencia deja de ser tal cosa para convertirse en sucedáneo religioso. Por supuesto, ese sucedáneo se puede luego embellecer cuanto se quiera, se puede incluso imponer como dogma religioso inatacable; mas no por ello dejará de ser filfa e impostura.
Recientemente, se concedía el premio instituido por un célebre dinamitero a los creadores de las vacunas con 'ARN mensajero'. Desde que se descubriera en los años sesenta del pasado siglo el ARN mensajero, pasaron treinta años hasta que se contemplara la posibilidad de inyectarlo en el cuerpo humano; y otros diez más para que se realizaran los primeros ensayos clínicos, que durarían veinte años más. Después de todo este largo período de tiempo quedó demostrado que las vacunas de ARN mensajero eran un estrepitoso fracaso. Primeramente, allá por el año 2000, se quiso curar el cáncer de próstata con estas vacunas; y tras quince años de experimentación, se probó un fiasco. Posteriormente se intentó curar con vacunas de ARN mensajero el cáncer de piel, el cáncer de pulmón y el cáncer intestinal, se pretendió erradicar el sida y la rabia, se quiso lograr la inmunidad ante la gripe aviar y el zika; y una y otra vez, las vacunas de ARN mensajero se probaron ineficaces, o causantes de efectos secundarios muy variados y peligrosos. El método empírico había demostrado, una y otra vez, que aquella técnica tan promisoria se revelaba a la postre inadecuada. Todos estos experimentos fracasados se detallan en el libro Los aprendices de brujo, de la genetista francesa Alexandra Henrion Caude, publicado por La Esfera de los Libros.
Si la ciencia no hubiese degenerado en sucedáneo religioso, después de cosechar fracasos en el intento de fabricar vacunas con ARN mensajero, se habría descartado esta técnica. Pero los grandes laboratorios farmacéuticos habían invertido ingentes cantidades de dinero en ella; y los inversores deseaban recuperar su dinero (y hasta multiplicarlo ávidamente). Así que, cuando se declaró el coronavirus, volvieron a recurrir a esta técnica que tantas veces el método empírico había desacreditado. Sólo que esta vez decidieron comercializarla sin completar la fase de prueba; es decir, decidieron saltarse el método empírico, abreviarlo o falsearlo. No se estudió debidamente si estas vacunas tenían efectos cancerígenos o producían interacciones peligrosas con otros medicamentos; ni siquiera se explicó debidamente la reacción que podían producir en nuestro organismo. Porque las vacunas habían consistido siempre en inyectar un virus atenuado o una porción de proteína de un virus inactivo que, reconocidos por el sistema inmunitario, provocaban que nuestro organismo empezara a producir anticuerpos. En las vacunas de ARN mensajero, en cambio, se inyecta una sustancia sintética que no provoca esa reacción, sino que se fusiona con nuestras células y las reprograma, incorporándose a nuestro patrimonio genético. Que esto se haya hecho sin respetar el método científico nos sumerge, como a la genetista Alexandra Henrion Caude, en una 'vertiginosa perplejidad'.
También que se estén ocultando la infinidad de efectos secundarios que esas vacunas han generado en una porción nada desdeñable de la población. Pero las falsas religiones son siempre esotéricas y secretistas; y necesitan elevar a los altares a falsos santos. Por eso, no contentas con saltarse el método empírico, conceden a sus taumaturgos el premio instituido por un célebre dinamitero.
Las MENTIRAS del SISTEMA | Juan Manuel de Prada en A la de TRES #55
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