lunes, 7 de noviembre de 2022

LIBRO "YO SOY ELLOS": RELATOS BREVES DE TERROR Y FANTASÍA por CARLOS X. BLANCO 👥🎃💀

YO SOY ELLOS

RELATOS BREVES DE TERROR Y FANTASÍA

CARLOS X. BLANCO

Para Libros del Alcaudón es un orgullo abrir su catálogo literario dedicado a la ciencia-ficción, al terror y a la fantasía con esta magnífica antología de relatos cortos de Carlos X. Blanco, un escritor con una sólida formación intelectual que le permite adentrarse con habilidad en el complejo mapa de todo aquello que produce horror a los seres humanos. Por los cuentos de Carlos X. Blanco se pasean Henry James, H. P. Lovecraft y Bram Stoker, entre otros muchos espíritus, pero, sobre todo, hay misterio, hay fantasmas, hay monstruos y hay todo tipo de criaturas pavorosas que vienen de la inmensidad del tiempo y del espacio, que llegan desde las ruinas de civilizaciones en descomposición, para lanzarnos un único mensaje: estáis solos, habéis pérdido y nunca sabréis ni cuándo ni dónde os llegará el final. Carlos X. Blanco, con una escritura sencilla, elegante y poderosa como pocas, es, sin duda, uno de los escritores revelación españoles en el ámbito del espanto y el pavor. ¿No lo creen? Una recomendación: lean estos relatos con la luz encendida.

Se trata de una magnífica antología de relatos cortos de Carlos X. Blanco, un escritor con una sólida formación intelectual que le permite adentrarse con habilidad en el complejo mapa de todo aquello que produce horror a los seres humanos. Por los cuentos de Carlos X. Blanco agrupados en Yo soy ellos se pasean Henry James, H. P. Lovecraft y Bram Stoker, entre otros muchos espíritus, pero, sobre todo, hay misterio, hay fantasmas, hay monstruos y hay todo tipo de criaturas pavorosas que vienen de la inmensidad del tiempo y del espacio, o que llegan desde las ruinas de civilizaciones en descomposición, para lanzarnos un único mensaje: estáis solos, habéis perdido y nunca sabréis ni cuándo ni dónde os llegará el final. Carlos X. Blanco, con una escritura sencilla, elegante y poderosa como pocas, es, sin duda, uno de los escritores revelación españoles en el ámbito del espanto y el pavor. ¿No lo creen? Una recomendación: lean estos relatos con la luz encendida. Y, para muestra, un botón. La Tribuna del País Vasco publica íntegramente Ganancia, una de las narraciones que forman parte de este espectacular début editorial que supone Yo soy ellos.

GANANCIA
I.

Tras la invasión, se dieron órdenes estrictas. Había que abandonar las ciudades. Los guardianes dispusieron largas hileras que se prolongaban hasta el campo. Había que “limpiar”, “ordenar”, “clasificar”. Una primera clasificación fue por sexos. Después, por edades. Todos debíamos poner las manos sobre el hombro de los que teníamos delante. Los guardianes eran altos, muy fornidos. Su cabeza parecía una especie de pimiento arrugado y largo, tan ancha como un cuerpo humano, aunque disminuía el diámetro a medida que avanzaba hacia la cabeza, culminando en una especie de esfera ocular que recordaba bastante a la de los camaleones. Sus armas de control y castigo eran eficaces. Nos imprimían fuertes marcas en la carne. Habíamos dejado nuestras ropas abandonadas en las áreas de internamiento. Como el ganado, los humanos nos enfilábamos desnudos hacia un destino incierto, mientras los látigos y tentáculos de las criaturas no cesaban de restallar. Los intérpretes, unos humanos fuertemente esposados, caminaban a nuestro lado con unos carteles atados al cuello donde se habían escrito extraños símbolos en los que se debía resaltar su condición de colaboradores. Era curioso ver cómo otros animales humanos nos insultaban y vejaban mientras ellos mismos no parecían disfrutar de mejores condiciones ni de un trato especialmente favorable. También maniatados y desnudos, gritaban las consignas que los guardianes les transmitían. Nadie sabía cómo podían haber descifrado el lenguaje de los invasores. El misterio rodeaba todo cuanto concernía a la invasión.

Las filas de humanos fueron dirigidas hacia un gran descampado. Desde allí se podían ver las enormes columnas de humo como resultado de la invasión. Las ciudades próximas habían sido reducidas a polvo, humo, ceniza. Era el fin de la historia humana. Era el comienzo de nuestra animalización. Desde un primer momento, los seres del Espacio Lejano nos dispensaron el trato más brutal. Nos obligaron a copular ante ellos. Después, nos obligaron a practicar el canibalismo y a darnos muerte unos a otros, tal y como se cuenta de los circos romanos: aparentemente por puro y simple entretenimiento. También nos utilizaron como juguetes, y cometieron con nuestros cuerpos las más aberrantes carnicerías. Los cadáveres humanos se amontonaban por doquier. Nunca hubo infierno, hasta que yo lo pude ver.

Cerca de la fila de las mujeres, tramé un plan. Pude observar que los guardianes desenganchaban a algunas de ellas, quizá para practicar sus juegos y deportes favoritos. También se disponían a hacer lo propio con algunos hombres. Me hice notar ante el guardián para que me eligiera a mí. La mirada, quizás lasciva, del único ojo alienígeno del invasor enfocó hacia donde yo me encontraba. Y por fin me desenganchó, llevándome hasta el grupo de las muchachas a empujones y a golpes de látigo y tentáculo. Fue entonces cuando les dije a ellas: “¡Corred!, ¡Vamos, hacia el soto!”. Y ellas, rápidas de reflejos, me siguieron. Los guardianes no tardaron en hacer sonar sus tubos de alarma general. Se formó un buen escándalo, pero el hecho cierto es que un hombre y tres muchachas habían decidido escaparse de la zona de confinamiento de esclavos. Con nosotros iban a tener otro tipo de diversión: darnos caza.

Nos internamos en aquel bosquecillo, entre zarzas y espinos que nos hicieron sangrar por todo el cuerpo. Los germogs, es decir, una especie de perros extraterrestres, salieron detrás nuestro para darnos caza. Las seis patas articuladas de cada uno de ellos eran más veloces que nuestras pobres piernas humanas. En plena carrera horrible, me fijé en una especie de cueva que se abría al fondo, en una loma llena de arbustos. Grité a las mujeres que corrieran hacia allí.

Sin pensar en nada más, pues el agotamiento se había apoderado de nosotros, creo que nos forjamos la ilusión de que allí habría un laberinto de galerías por donde los germogs no podrían entrar. Había que apostar, tener fe en la cueva.

Y entramos. Corrimos hacia el oscuro interior con los gemidos ansiosos y los jadeos horribles de las criaturas perseguidoras detrás. Pronto vimos que la abertura se estrechaba y que la dificultad de un avance para nuestros cuerpos delgados se transformaba en imposibilidad absoluta para los germogs o para sus mismos amos, los invasores.

Y, ¿qué fue lo que vimos en el interior de la tierra? En cuanto la abertura se ensanchó un poco, como si se tratase de un embudo, vimos una amplia estancia interior e iluminada.

¡Humanos! Humanos vestidos decentemente, con ordenadores, lámparas, sistemas de calefacción. Al vernos entrar, a tres muchachas y un hombre, desnudos, sangrando y con aspecto más propio de los muertos que de los vivos, se sorprendieron no poco. Algunos nos encañonaron con armas.

Irritado, un hombrecillo con bata blanca se dirigió al que parecía el jefe de todos ellos. Un tipo gordo y trajeado:

- Señor Silmour. Creo que el experimento presenta sus fallos. Decía usted que con las nuevas criaturas salidas del laboratorio de la Corporación las fuentes de ganancia iban a estar seguras al cien por cien.

Silmour se arrellanó en el butacón giratorio. Después de una calada al cigarrillo, contestó:

- Es lo que tiene la especie humana. Hacen falta generaciones para que interiorice su condición de mercancía. Desde que se agotó el petróleo, la gente se resiste a la esclavitud. No hay manera de metérselo en la cabeza. Ni siquiera simulando una invasión extraterrestre. En fin, habrá que diseñar nuevos guardianes. A estos, dádselos a los perros. Ya tendrán hambre.

- Sí, jefe.

II.

Fue milagroso. En un descuido, golpeé a uno de los científicos de bata blanca que me bloqueaba el paso. Con una señal, avisé a las chicas, que me siguieron al instante. Bajamos rápido por unos escalones angostos. A nuestras espaldas se agitaban, confusos, nuestros amos. Los ladridos de las fieras caninas también se hicieron presentes. Eran terribles, feroces. Las alimañas parecíamos nosotros. Tres seres humanos desnudos, desarmados, huyendo como ratas bajo la tierra, perseguidos por bestias entrenadas en la caza humana.

Pero fuimos más veloces que los amos y los perros. Descendimos sin parar hasta un laberinto de criptas inexplicable. Tomé al azar una de las galerías, y las dos chicas también lo hicieron. Confiaban en mí. Allí, el túnel se hizo muy oscuro y soporífero. El calor aumentaba por momentos, y ya no se percibía el eco de las voces ni los ladridos de los perros. Nada venía de nuestras espaldas. El mundo, allá arriba, había dejado de existir. Al menos el mundo en el sentido humano. Las Grandes Corporaciones habían decretado el fin de la Humanidad. La esclavitud universal era la decisión final para la salvación del Sistema. El Sistema y su perpetuación; eso lo justificaba todo. No sabía por qué huía. Ignoraba cómo gente tan poderosa nos había permitido escapar. Pero las preguntas cesaron. Había más enigmas.

Al llegar a la cripta más abierta pudimos contemplar el Horror mismo.

Allí yacían, reptaban, se arremolinaban miles de seres humanos como nosotros. Gritos, llantos, aullidos llenos de histeria. La locura generalizada habitaba entre ellos. Sus cuerpos desnudos y desnutridos se postraban en torno a una mole inmensa. Una especie de esfera con una superficie oscura y ondulante, llena de burbujas y ojos, palpos y tentáculos… ella era la divinidad de todas aquellas gentes.

Tratando de asimilar toda aquella aberración, los tres nos quedamos como paralizados ante la escena. No fue sino al cabo de un tiempo incalculable cuando vimos, ya sin esperanza alguna, a los guardianes y sus perros a nuestras espaldas. El Doctor Silmour y otros jefes también habían bajado. Se rieron a carcajadas y nos sometieron a un trato humillante y obsceno. Después señalaron a la Entidad que, por momentos, parecía succionar a seres humanos, cuando no los aplastaba o devoraba como si fueran gusanos.

-Es vuestro turno. La Deidad tiene hambre y deseo. La historia del Sistema desde hace siglos se explica por Ella. Accedamos.

Y nos empujaron hacia la masa humana. Seríamos parte del Ser Divino. Sus fauces nos aniquilarán pronto.

Carlos X. Blanco nació en Gijón en 1966. Es Doctor en Filosofía por la Universidad de Oviedo (1994) y lleva a sus espaldas una larga trayectoria en la docencia filosófica, tanto en la universitaria como en enseñanzas medias. Es autor de numerosas publicaciones académicas, pero también ha cultivado la ficción. En el campo narrativo ha publicado una colección de relatos de terror de estilo lovecraftiano, así como dos novelas: "La Luz del Norte" y "El Horror en la Selva". En el género ensayístico es un autor prolífico. Podemos destacar sus obras De Covadonga a la nación Española, La Insubordinación de España y Ensayos Antimaterialistas, entre otras muchas. Como introductor en España de lo más granado del pensamiento crítico europeo, destacan sus recopilaciones de ensayos de David Engels [El Último Occidental, Ediciones La Tribuna del País Vasco], así como de Diego Fusaro y Denis Collin. Es columnista habitual en publicaciones como La Tribuna del País Vasco, Naves en Llamas y Adáraga.


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