domingo, 13 de noviembre de 2022

"EL LIBRO NEGRO DEL CONCILIO VATICANO II": DESVELA LAS CAUSAS DE LA "GRAN APOSTASÍA" ⛪ Y EL LIBRO NEGRO DEL VATICANO: LAS OSCURAS RELACIONES CON LA CIA



Patricio Shaw
Es una obra única en su género, un texto arrollador que despertará las conciencias dormidas de muchos católicos (y no católicos) en torno a la siniestra realidad del Concilio Vaticano II, “conciliábulo de apostasía”; sus frutos envenenados son la prueba más patente de cuanto realmente supuso, significándose como una de las maniobras más logradas del Gobierno Mundial en la Sombra por la aceleración del Nuevo Orden Mundial satánico (y los consiguientes preparativos para el advenimiento del Anticristo).
Como es bien sabido, el propio Pablo VI denunció una "autodestrucción de la Iglesia". Postularla es blasfemo.
El Concilio Vaticano II destruye el dogma católico que asegura y perpetúa a la Iglesia Católica su unidad y santidad. Reconoce derecho de existir y obrar, y reconoce presencia divina, a religiones humanas falsas, pasionales, contradictorias, e inclusive históricamente anticatólicas.
El Concilio Vaticano II niega poder coercitivo alguno a la Verdad Soberana y Salvífica de Cristo, y deja a las almas a la merced de todos sus enemigos, libradas a lo que puedan sus recursos intelectuales y devocionales personales.
“Después del Concilio Vaticano II 
no puede haber un retorno al Syllabus del Papa Pío IX”

EL LIBRO NEGRO DEL CONCILIO VATICANO II, del filósofo argentino Patricio Shaw (Buenos Aires, 1961) es una obra única en su género, un texto arrollador que despertará las conciencias dormidas de muchos católicos (y no católicos) en torno a la penosa realidad del Concilio Vaticano II: sus frutos degradados son la prueba más patente de cuanto realmente supuso, significándose como una de las maniobras más logradas del Gobierno Mundial en la Sombra por la aceleración del Nuevo Orden Mundial satánico (y los consiguientes preparativos para el advenimiento del Anticristo).
Como es bien sabido, el propio Pablo VI denunció una “autodestrucción de la Iglesia”. Postularla es blasfemo. Tal son las cosas, demuestra el autor del libro, que “el Concilio Vaticano II destruye el dogma católico que asegura y perpetúa a la Iglesia Católica su unidad y santidad. Reconoce derecho de existir y obrar, y reconoce presencia divina, a religiones humanas falsas, pasionales, contradictorias, e inclusive históricamente anticatólicas”.
Como demuestra Shaw, “el Concilio Vaticano II niega poder coercitivo alguno a la Verdad Soberana y Salvífica de Cristo, y deja a las almas a la merced de todos sus enemigos, libradas a lo que puedan sus recursos intelectuales y devocionales personales”. Tristemente así es, pues “después del Concilio Vaticano II no puede haber un retorno al Syllabus del Papa Pío IX.”

EL LIBRO NEGRO DEL CONCILIO VATICANO II es un libro anti-modernista que apuesta por la Verdad Católica, liberada de las correas heréticas del liberalismo impío.
Con razón, el gran Papa León XIII, en su exorcismo mandado publicar en 1884, incluye estos dos párrafos:
“Los astutísimos enemigos de la Iglesia, esposa del Cordero Inmaculado, la han llenado de amargura y le han dado a beber ajenjo; han puesto sus manos impías sobre todos los objetos de sus deseos.
Donde estaba establecida la Sede de San Pedro y la Cátedra de la Verdad como luz para las naciones, ellos pusieron el trono de la abominación de su impiedad, de suerte que, golpeado el Pastor, pueda dispersarse la grey. Oh invencible adalid, ayuda al pueblo de Dios contra la perversidad de los espíritus que le atacan y dale la victoria”.

Patricio Shaw Mihanovich (Buenos Aires, Argentina, 1961) es traductor, filólogo y filósofo católico. Estudió Griego, Latín, Filosofía e Historia en la Universidad de Malta. Gran entusiasta de las lenguas extranjeras, domina hasta trece idiomas y tiene rudimentos sobre otros siete. Autor de media docena de libros, recientemente ha traducido del maltés los Diálogos Eucarísticos de Monseñor Luis Vella, inéditos hasta hoy en lengua española. Con EL LIBRO NEGRO DEL CONCILIO VATICANO II y tras CÓMO SOBREVIVIR A LA ERA DEL ANTICRISTOShaw firma sin duda la más necesaria de sus obras, entregada al mundo por Caridad y Amor a la Verdad.


EL LIBRO NEGRO 
DEL VATICANO:
LAS OSCURAS RELACIONES CON LA CIA

El libro negro del Vaticano recoge el punto de vista de la CIA sobre las posiciones de la Santa Sede en diversos asuntos internacionales que abarcan desde 1944 hasta nuestros días, desde el pontificado de Pío XII al de Francisco.
Esta obra demuestra claramente que, además de dirigir la doctrina católica, el Vaticano ha influído en la política de las naciones y por lo tanto se ha convertido en una importante fuerza política.
«Todos los caminos llevan a Roma» dice la tradición, y analizando los acontecimientos políticos y diplomáticos de los últimos seis papados, está cada vez más claro que todos los caminos, desde 1939, llevan al «Vaticano».
Este poder e influencia llevó a la CIA a convertir la Santa Sede, los papas, cardenales, obispos y demás funcionarios eclesiásticos, en «objetivos» susceptibles de ser espiados porque, como dijo un día el famoso cazanazis Simon Wiesenthal, «el lugar mejor informado del planeta es sin duda el Vaticano», y la Agencia Central de Inteligencia lo sabe.
El libro negro del Vaticano contiene más de 300 documentos bajo clasificación de «Secreto», «Alto Secreto» y «Restringido»: cables, mensajes e informes de la Ofi cina de Servicios Estratégicos (OSS), del Cuerpo de Contrainteligencia (CIC) del Ejército de los Estados Unidos y de la CIA, en los que se revelan por vez primera incómodos asuntos vaticanos demasiado «secretos» y que abarcan los papados de seis Sumos Pontífices, Pío XII (1939-1958), Juan XXIII (1958-1963), Pablo VI (1963-1978), Juan Pablo II (1978-2005), Benedicto XVI (2005-2013) y Francisco (2013-).

INTRODUCCIÓN

Vaticano Caput Mundi

Una historia que circula por los pasillos de la Santa Sede cuenta que la diplomacia vaticana nació una noche, en Jerusalén, cuando una prostituta señaló a Pedro y le dijo: «Tú eres un seguidor del nazareno», a lo que Pedro respondió: «¿A qué se refiere?». Esa ambigüedad es lo que marcaría desde entonces las relaciones di­ plomáticas y políticas del Vaticano durante los siglos venideros con el resto de Estados. La Santa Sede jamás rechazará una peti­ción formal pronunciando la palabra «no», pero dará respuestas escuetas, o no contestará, o sencillamente, como en el caso del apóstol Pedro, lo hará de manera ambigua y parcial.

La muerte de Juan Pablo II, la elección de Joseph Aloisius Ratzinger, la renuncia de Benedicto XVI y la elección de Francisco como nuevo sumo pontífice, atrajo a millones de personas a inte­ resarse por la historia del papado y por consiguiente del Vaticano.
Lo que está claro de la historia moderna es que la personalidad y la política papal tienen un efecto crucial en la capacidad de la Santa Sede para convencer a los creyentes de que contribuyan ge­nerosamente al mantenimiento de la estructura vaticana, y que apoyen sus políticas.

Este libro narra el desarrollo político de una nación -el Vati­cano-, pero también de una institución -el papado-, que hasta 1870 se reducía a un pequeño Estado territorial que solo ejercía su autoridad espiritual sobre millones de católicos fuera de Italia, pero que en el siglo siguiente prefirió despojarse de los últimos anquilosados «poderes temporales» para convertirse en un país de solo 44 hectáreas y menos de un millar de ciudadanos, pero con un alcance diplomático cada vez con mayor influencia en el mundo entero. 

Desde hace décadas, el Vaticano, o todo lo que ro­dea al mundo de los papas, es objeto de fascinación para creyentes y no creyentes, y motivo de especulación para los medios de co­ municación, porque tal y como me dijo un día un experto vatica­nista, «Para el Vaticano, todo lo que no es sagrado, es secreto», y en parte tenía razón.

Desde los inicios del pontificado de Pío IX, el papado experi­mentó un proceso de desarrollo que puede definirse como el «Sur­gimiento del papado moderno», y llegó a su punto culminante con la llegada de Pío XII a la Cátedra de Pedro, en 1939. Sin recu­rrir al dogma de la Asunción de la Santísima Virgen, como hizo Pío XII, o al dominio temporal universal, como haría Inocencia III (1198-1216) o Bonifacio VIII (1294-1303) a través de la bula Unam Sanctam (1302), los últimos seis papas modernos (sin con­tar al breve Juan Pablo I) han logrado imponer su autoridad moral y espiritual, pero también su autoridad política en decenas de conflictos políticos y diplomáticos, en casi un siglo de historia. Los papas han logrado imponer su autoridad sobre la Iglesia cató­lica romana y recomendar a creyentes y clero de todos los rincones del mundo cómo debían pensar y actuar, pero también han influido en la forma de pensar y actuar de muchos emperadores, reyes y políticos desde que en el año 1500, bajo el papado de Ale­jandro VI (1492-1503), se ordenó el establecimiento de la primera nunciatura en la República de Venecia. A esta le seguirían la nun­ciatura en la España de los Reyes Católicos; Isabel y Fernando, en 1577, y en la Francia del rey Enrique III, en 1583.

La Revolución francesa constituyó un violento toque de aten­ción político para el papa con el establecimiento de la llamada Constitución Civil del Clero, que nacionalizó la Iglesia hasta en­ tonces romana, y que llevaría a secularizar la nueva República francesa. Aunque los papas posteriores, principalmente Gregario XVI y Pío IX, decidieron presentar batalla a las nuevas doctrinas políticas que iban apareciendo a golpe de bulas y encíclicas. Con­ceptos como libertad de prensa, libertad de conciencia y mucho más, la libertad religiosa, eran anatemas para el papado. El con­cordato firmado con el emperador Napoleón, en 1804, aunque en un principio no era del todo satisfactorio para el papa, lo cierto es que proporcionó a la Santa Sede las bases del futuro intervencio­ nismo político en países extranjeros, ya que el tratado entre Roma y París, permitía al pontífice intervenir en «los asuntos locales de la Iglesia». Napoleón había abierto la caja de Pandara a los si­ guientes quince papas. La autorización al sumo pontífice para nombrar y deponer obispos sería el primer paso para el «inter­vencionismo exterior vaticano».

Uno de estos famosos intervencionismos, sería el apoyo papal al llamado «ultramontanismo», un movimiento católico francés que perseguía la instauración no solo de la monarquía, sino tam­bién del resurgimiento católico galo con obediencia ciega al papa de Roma. El ultramontanismo se extendió por toda Europa, prin­cipalmente a Prusia y norte de Italia, y la influencia del movi­miento se vio reforzada con la vuelta del papa Pío VII (1800- 1823) a Roma, en 1814. 

El papado y la Santa Sede disfrutaban de un nuevo prestigio político internacional. León XII (1823-1829) y Gregario XVI ( 1831-1846) buscaron extender las relaciones e in­fluencias políticas a lo largo de toda Europa y América, una polí­tica expansionista continuada por los papas Pío IX (1846-1878), León XIII (1878-1903), Benedicto XV (1914-1922) y Pío XI (1922-1939). Estos cuatro papas se ocuparían de extender la influencia de la Iglesia a África, Asia y Oceanía. Pío IX, por ejemplo, crearía una organización papal tan poderosa y etectiva en cinco conti­nentes que llegó a crear 206 vicariatos apostólicos y obispados, y León XIII, otros trescientos. Gracias a esto, la población católica en el mundo aumentó de forma considerable ampliando de esta forma el poder político de la Santa Sede en esos mismos rincones del mundo.

El historiador Filippo Mazzonis llegó a asegurar, y tenía toda la razón entonces, que «No sería exagerado afirmar que la Iglesia del siglo XX, tal como la conocemos, vio arraigar firmemente sus ci­mientos, y el surgimiento de sus estructuras institucionales ca­racterísticas, en el difícil periodo entre 1850 y 1870, en que co­menzó la era contemporánea de su historia». 

A partir de 1870, los papas asumieron cada vez más la tarea de indicar a la jerarquía eclesiástica en el extranjero las normas y reglamentos referidos no solo a las cuestiones religiosas, sino también a los temas políti­cos, sociales y económicos. Lo cierto es que con la llegada del siglo XX aparecerían otros conceptos susceptibles de ser condenados por los papas romanos, como el nacionalismo, el industrialismo, el liberalismo, la democracia, el republicanismo, el socialismo, el nacionalsocialismo, el anarquismo, el secularismo y, cómo no, el comunismo y el capitalismo. Todo era preceptivo de ser conde­nado por el sumo pontífice Romano y, por tanto, perseguido. Sin embargo, la llegada al papado de Benedicto XV (1914-1922) hizo que la Santa Sede descubriera, en plena Primera Guerra Mundial, que la política y la diplomacia iban a ser necesarias para sobrevi­vir no solo en los sangrientos tiempos que les iba a tocar vivir, sino también en las décadas siguientes.

Dos organizaciones serían la vanguardia política de la Santa Sede: la Secretaría de Estado y los Collegium. En 1487, el papa Inocencia VIII (1484-1492) crearía uno de los aparatos políticos y diplomáticos más poderosos de la Santa Sede, la Secretaría de Es­tado. Su origen se remontaba exactamente al 31 de diciembre de 1487, cuando fue instituida la Secretaría Apostólica con la figura del Secretarius domesticus, que tenía preeminencia sobre todos los demás dicasterios y departamentos pontificios. Sería el  papa León X (1513-1521) el que establecería el llamado Secretarius intimus, que se consolidó en el Concilio de Trento. 

Con la llegada del papa Inocencia X (1644-1655) se lleva a cabo una unificación de órganos, reforzando la Secretaría de Estado. Pablo VI (1963- 1978), en cumplimiento de los acuerdos establecidos en el Conci­lio Vaticano II, establece que la Secretaría de Estado tome su forma actual, pero el 28 de junio de 1988, mediante la Constitu­ ción Apostólica Pastor Bonus, establecida por Juan Pablo II (1978- 2005), se regulaba la Secretaría de Estado en dos secciones: Sec­ción de Asuntos Generales y Sección de Relaciones con los Esta­dos. La Segunda Sección sería la encargada de difundir las ideolo­gía política pontificia a otros estados.

La segunda organización utilizada para expandir la ideología política vaticana serían los Collegium. Estos comenzaron a prepa­rar al clero extranjero que lideraría las comunidades religiosas en sus respectivos países. Estos países eran objetivos políticos del Va­ticano. A través de los nuevos obispos, los papas mostraron interés en intervenir de forma más activa en la política de Canadá, Es­tados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y, especialmente, en China. La idea era capacitar políticamente en Roma al clero y des­pués enviarlos de vuelta a sus respectivos países y ascenderlos en el escalafón eclesiástico para que acabaran influyendo en el sis­tema político. La Santa Sede se convertiría así no solo en un cen­tro espiritual y religioso, sino también en un importante centro político y de influencia.
La intervención cada vez mayor del Vaticano en los países se in­tensificó con la designación de representantes papales en decenas de estados, o bien a través de nuncios (embajadores) o bien de de­ legados apostólicos, es decir, sin funciones diplomáticas oficiales, pero que actuaban como representantes del papa.

Lo cierto es que la aparición de los nuncios no fue bien vista en muchos países, ni siquiera por la propia jerarquía eclesiástica lo­cal. Los obispos veían a estos enviados de Roma como una clara «interferencia»  en  los  asuntos  nacionales, principalmente  en aquellos países donde el clero defendía su derecho a negociar sus propios acuerdos con los gobiernos hostiles, sin interferencias va­ticanas. El establecimiento de relaciones diplomáticas fue para los primeros papas del siglo XX, más que un deber, una necesidad dentro de una gran estrategia para asegurar el nuevo estatus internacional de la Santa Sede tras las pérdidas territoriales sufri­das con el fin de los Estados Pontificios en 1870. Una figura muy utilizada por los papas Pío XI, Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI fue la del «enviado especial» y el papa Juan Pablo II la utilizaría casi de forma constante.

En 1978, la Santa Sede mantenía relaciones diplomáticas con 84 estados. Hoy son ya 176 los países con los que el Vaticano tiene relaciones diplomáticas formales. Con la Unión Europea, la Federación Rusa, la Soberana Orden Militar de Malta y la OLP mantiene relaciones de forma especial. Solo 16 estados soberanos no mantienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede; 8 de ellos son estados musulmanes: Afganistán, Arabia Saudí, Brunei, Comores, Maldivas, Mauritania, Omán y Somalia; 4 son estados comunistas: China, Corea del Norte, Laos y Vietnam, y los otros 4 son Bután, Botswana, Birmania y Tuvalu.

Los papas de cuyos pontificados se habla en este libro (Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) es­tuvieron convencidos de que, en su calidad de maestros supremos de la Iglesia, Dios los protegía no solo de sus errores espirituales, sino también de sus errores políticos y diplomáticos. Al fin y al cabo, la «infalibilidad» vendría dada por una larga tradición en el seno de la Iglesia católica, que tiene sus orígenes en la obstinación de la Santa Sede por dirigir la teología cristiana, pero también la política de aquellos países en los que los fieles católicos tenían una amplia presencia y, por tanto, se habían convertido en una importante fuerza política y de voto. 

«Si quieres el voto (o el apoyo) católico en tu país, tendrás que acercarte antes a Roma», solía decir el que fuera secretario de Estado de Juan XXIII, el car­denal Domenico Tardini. Sin duda, el cardenal tenía razón. Tanto políticos (Lech Walesa o Vaclav Havel) que buscaban la democra­cia en sus países de la Europa del Este como dictadores (Ante Pavelice, Francisco Franco, Leónidas Trujillo, Anastasia Somoza, Augusto Pinochet, Jorge Videla o Alfredo Stroessner) tuvieron que pasar antes por el Vaticano y besar el Anillo del Pescador si que­ rían recibir el apoyo católico a sus políticas. 

«Todos los caminos llevan a Roma», dice la tradición, y analizando los últimos 75 años de acontecimientos políticos y diplomáticos de los últimos seis papas, está cada vez más claro que todos los caminos desde 1939 ... «llevan al Vaticano».

Este poder e influencia en el mundo llevó a la CIA a convertir la Santa Sede, los papas, cardenales, obispos y demás funcionarios eclesiásticos en «objetivos» susceptibles de ser vigilados y espia­dos, porque, como dijo un día el famoso cazanazis Simon Wie­senthal, «El lugar mejor informado del planeta es sin duda el Vati­cano», y la Agencia Central de Inteligencia, desde su fundación en 1947, lo sabía.

Desde antes incluso, las organizaciones de inteligencia estadou­nidenses como la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), como después el Grupo Central de Inteligencia (CIG), la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), supieron que el Vaticano y su Secretaría de Estado serían unas de las mayores y mejores fuentes de información sobre lo que estaba sucediendo en un mundo en constante cambio. Pero las relaciones entre los sucesivos directo­res de la Central de Inteligencia (DCI's), desde Roscoe H. Hillen­ koetter (1947-1950) a Porter J. Goss (2004-2006), con los sucesi­vos papas, fueron bastantes estrechas, así como entre Washing­ton y Roma, como demuestran los más de 300 documentos secre­tos que he podido leer para documentar esta obra.

El libro negro del Vaticano es una extensa obra de divulgación en la que se narran los grandes asuntos de la política de la Santa Sede analizados por la Agencia Central de Inteligencia de Estados Uni­dos. Para escribirlo he consultado durante meses cables, mensajes e informes con la clasificación de «oficial», «confidencial», «Se­creto», «ultrasecreto» y «restringido», de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), el Cuerpo de Contrainteligencia (CIC) de las Fuerzas Aliadas en Europa, la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA), el Departamento de Estado, Departamento de Defensa, Departamento del Tesoro y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en los que se revelan por primera vez incómodos asuntos vatica­nos demasiado secretos y ocultos hasta hoy. 

El libro negro del Vati­cano demuestra claramente la intervención política de la Santa Sede en los asuntos internos de 28 países, entre los que se en­cuentran Argentina, Irlanda, Irán, Cuba, Vietnam, Estados Uni­dos, Italia, Irak, Israel, Palestina, Honduras, México, Ruanda, Kur­distán, Guatemala, El Salvador, Chile, la Unión Soviética, Líbano, Brasil, Polonia, España, China, Colombia, Checoslovaquia, Yugos­lavia, República Dominicana y Hungría. El libro abarca desde el pontificado de Pío XII hasta el inicio del pontificado del papa Francisco.

Entre los diferentes temas tratados en los documentos de las agencias de inteligencia estadounidenses sobre el Vaticano están el espionaje de la NSA al Cónclave de 2013, la campaña de Néstor Kirchner y su esposa, Cristina Fernández de Kirchner, contra el arzobispo Bergoglio, los abusos sexuales en Irlanda, el desarrollo nuclear iraní, Hugo Chávez, el presidente Barack Obama, la ne­fasta política informativa de la Santa Sede, Al Qaeda, la mafia, el diálogo interreligioso, el mundo musulmán, la invasión de Irak, el conflicto árabe-israelí, el Opus Dei, la revuelta zapatista, la polí­tica centroamericana y el apoyo a los gobiernos militares y gru­pos de extrema derecha, la Guerra del Golfo, Mijaíl Gorbachov y la Perestroika, las dictaduras en Argentina, Chile, República Domini­cana y Brasil, los rehenes del Líbano, la Teología de la Liberación, el atentado a Juan Pablo II, el asesinato de monseñor Romero, el asesinato de los jesuitas en San Salvador, la Democracia Cristiana italiana, la Ostpolitik, el Partido Comunista Italiano, el concordato con Franco, el golpe de Estado contra Salvador Allende, China, el divorcio en Italia, el comunismo y la Iglesia perseguida en Che­coslovaquia, Yugoslavia o Hungría, la Guerra Civil en España, la excomunión a Fidel Castro, la Iglesia y el peronismo, la Tercera Guerra Mundial, la participación vaticana para evitar el ascenso del comunismo en Italia, o la ayuda vaticana a los criminales de guerra nazis, entre otros.

Los más de 300 documentos originales, redactados por los ope­rativos y analistas de la OSS, el CIC, la DIA, la Estación CIA Roma, la División Europa de la Agencia Central de Inteligencia, del Con­ sejo de Seguridad Nacional (NSC) de la Casa Blanca, y de la Divi­ sión de Inteligencia del Departamento de Estado, y que abarcan los pontificados de seis Sumos Pontífices, Pío XII (1939-19 58), Juan XXIII  (1958-1963), Pablo VI (1963-19 78), Juan Pablo II (1978-2005), Benedicto XVI (2005-2013) y Francisco (2013-), pretenden únicamente demostrar el intervencionismo político llevado a cabo por la Santa Sede en diversos países durante las úl­timas ocho décadas, y cómo muchas veces ese intervencionismo papal pudo haber cambiado el curso de la historia.

El nuevo secretario de Estado, Pietro Parolin, describía en una entrevista reciente cómo debía ser la diplomacia vaticana en el siglo XXI:

[...] la razón de ser de una diplomacia de la Santa Sede es la búsqueda de la paz. Y si la diplomacia de la Santa Sede tuvo tanto renombre y tanta aceptación en todo el mundo, en el pasado y en el presente, es precisamente porque se pone más allá de los intereses nacionales, que a veces son intereses muy particulares. Ella se pone en esta visión del bien común de la humanidad. [...) Creo que hoy, obviamente, el obje­tivo fundamental es lograr la paz en medio de la diversidad que tene­mos en un mundo multipolar. Ya no están los bloques como antes. Esto es un análisis de geopolítica común... Hay distintos poderes. Han surgido poderes diferentes, con todos los problemas que estos conlle­van. Porque nosotros pensábamos en nuestros deseos de paz y de feli­cidad, que la caída de los muros tradicionales: el muro de Berlín, el del bloque entre países comunistas y Occidente, iba a traer paz y felicidad al mundo. Y no fue así. Se desató todo el problema del terrorismo. En­tonces, yo creo que el muro que se debe derribar es el identificar cómo lograr que todas estas diferentes realidades logren acordarse y trabajar juntos para el bien de todos. Poner juntas las diferencias para que no sean divisiones, sino que se vuelvan colaboraciones en pro de toda la humanidad.

Sobre el papel que la Secretaría de Estado del Vaticano debe ju­gar, Parolin afirmó: «Creo que (la Secretaría de Estado) debe rein­ventar su presencia porque los escenarios son diferentes. Tene­mos las grandes actuaciones históricas del cardenal (Agostino) Casaroli en tiempos de los grandes bloques y todo el tema de la Ostpolitik , pero también todo lo relacionado con la defensa de los derechos humanos. Ahora me parece que las cosas se han compli­cado un poco. [...] Lo que quiero decir es que se tiene que reinven­tar la forma de la presencia, pero el objetivo siempre es el mismo. Y hablando de los grandes desafíos, superando este relativismo ¡que es una plaga! porque yo lo vería dentro del discurso que le es­taba haciendo: de componer las diferencias. Si no hay un piso co­ mún que se puede pisar; es decir, si no hay una verdad objetiva en la que todos nos reconocemos, ya será mucho más difícil buscar puntos comunes. Y este piso común es la dignidad del ser humano en todas sus dimensiones, donde no se excluye la dimen­sión trascendente; no es solo la dimensión personal, la social, la política, la económica, sino también la trascendente, por la cual se reconoce que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, y que Dios es su fuente».

Dentro de pocas semanas, Francisco cumplirá tres años en la Si­lla de Pedro y sus políticas están siendo duramente criticadas. Mientras su entorno alaba su imagen en el mundo, los «liberales» y «aperturistas» critican su inmovilidad en lo referente a materia religiosa. Mientras afirma: 
«¿Quién soy yo para condenar a los ho­mosexuales?», continúan las expulsiones de la Iglesia por este motivo; mientras alaba la necesidad del regreso al seno de la Igle­sia de los divorciados o católicos casados con divorciados, el Vati­cano sigue sin aprobar leyes que lo permitan; o cuando pide un mayor papel de la mujer en la Iglesia, pero no mueve un solo dedo a favor de ello. Tanto sus defensores como sus detractores alegan que Francisco tiene las manos atadas por un aparato curial an­clado aún en el inmovilismo. 

«Su Santidad está más preocupada por ganar el Nobel de la Paz que por ganarse un lugar en el cielo», me dijo un obispo cercano al antiguo secretario de Estado, Tarci­ sio Bertone. Y puede que tenga razón.

La Secretaría de Estado al mando de Pietro Parolin ha desarro­llado una labor diplomática ingente. En diciembre del 2013, los principales diarios y revistas internacionales nombraban a Fran­cisco «Personaje del Año». La revista Forbes y otras biblias del ca­ pitalismo le incluían entre las personas más influyentes del planeta.
El papa ha criticado con dureza el capitalismo descontrolado y el intervencionismo militar de Estados Unidos. Aun así, el presi­dente Obama le invitó a visitar el país en septiembre de 2015. Y el Congreso le invitó a tomar la palabra ante las dos cámaras en se­sión conjunta. Juan Pablo II fue el primer papa recibido en el Par­ lamento Europeo. Benedicto XVI, el primero en hablar ante el Par­lamento Británico medio milenio después de la ruptura con la Iglesia católica. 

Francisco es el primer papa invitado a dirigirse al Congreso estadounidense. En solo dos años, por su propio peso y por el peso de su diplomacia, Francisco se ha ganado el apodo de «papa del mundo». 
A él y a su aparato diplomático se debe el se­creto «acercamiento» con el gobierno de Pekín, el fin del embargo estadounidense a Cuba o el encuentro en el Vaticano, en junio de 2014, entre el presidente de Israel Simon Peres y el presidente pa­lestino Abu Mazen. Muchos en el aparato vaticano afirman ya que no sería imposible poder ver al papa Francisco visitando a los lí­deres comunistas de Pekín o incluso al de Pyongyang. Lo cierto es que todo es posible en el Vaticano de Francisco, y a pesar de las buenas palabras, acciones mediáticas y demás, por ahora muchos siguen esperando ese gran Big Bang que la curia necesita y que los creyentes piden.

La mejor definición de lo que este nuevo papado quiere en cuanto a política exterior, a diferencia de la llevada a cabo por Pío XII (anticomunismo), Juan XXIII (de acercamiento), Pablo VI (de pacifismo) y, por supuesto, Juan Pablo II (de centralismo, inter­vencionismo y anticomunismo), la dio el propio secretario Paro­lin al asegurar: «[...] yo no quisiera la diplomacia de los grandes ti­tulares, pero sí una diplomacia que sea efectiva. Nosotros no buscamos, yo creo, la popularidad. Sinceramente, ninguno de noso­ tros lo quiere, sino el efecto. Y tenemos que tomar en cuenta lo que dice el Evangelio: que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha». 

Frente a los críticos que defienden el «Roma lo está haciendo muy mal; Roma no tiene norte; Roma es de izquier­das», los defensores del argentino afirman que «el papa es un hombre de acción; un jesuita, los marines de la Iglesia y, por tanto, sabrá cómo ganar cada pequeña batalla. Está entrenado para ello».

No cabe la menor duda de que "El libro negro del Vaticano" es una larga, interesante y pormenorizada crónica sobre la visión que de la política exterior vaticana tienen la Agencia Central de Inteligencia y sus directores, agentes y analistas. Leyendo esta obra puede pensarse que en los próximos años tal vez veamos cómo el lema, que según dicen rezaba la inscripción en la corona del emperador Diocleciano (244-311), Roma Caput Mundi (Roma Cabeza del Mundo) se convierte diecisiete siglos después, y gracias a un papa que llegó del fin del mundo, en Vaticano Caput Mundi, al menos desde el punto de vista político y diplomático. Ya veremos…

Eric Frattini es autor de más de treinta ensayos, traducidos a dieciséis idiomas y publicados en cuarenta y dos países, entre los que destacan: Osama bin Laden, la espada de Alá (2001); Mafia S.A. 100 Años de Cosa Nostra (2002); La Santa Alianza, cinco siglos de espionaje vaticano (2004); ONU, historia de la corrupción (2005); CIA, Joyas de Familia (2008); Mossad, Los verdugos del Kidon (2009), Los cuervos del Vaticano (2012), ¿Murió Hitler en el búnker? (2015) o La huida de las ratas (2018), Su libro The Entity. Five Centuries of Secret Vatican Espionage (St. Martin's Press, New York, 2008) entró a formar parte de la biblioteca de estudios de inteligencia de la CIA en Langley.

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