10 enseñanzas
que nos dejó Leonardo Castellani
Conferencia dictada en la capilla
de San Juan de Luz,
Maschwitz, 9/11/2019
A pedido del Padre Javier Olivera Ravasi, SE Por supuesto que Castellani nos dejó muchísimas enseñanzas más allá de las 10 que caprichosamente elegí para exponer acá (entre otras, sobre las que me podría haber explayado también, notemos sus lecciones acerca de la superioridad de la narrativa sobre la ensayística, cómo la inteligencia es uno de los principales dones de Dios al hombre, hasta qué punto es importante la literatura anglosajona —y no sólo la católica—, sus provocadoras notas sobre las taras de la contrarreforma o sobre el celibato sacerdotal, por qué la obediencia no es la última ratio en materia moral y cómo a veces es obligatorio desobedecer, que el comunismo no es el peor de los males, y muchas muchísimas cosas más sobre psicología, sobre literatura, sobre política, sobre historia argentina, que no acabaría nunca si quisiera enumerarlas todas).
Vamos pues a las 10 que arbitrariamente elegí para ustedes.
1) La primera es que desde que reina la modernidad en el mundo, los enemigos principales de la Iglesia, son los cristianos de letrerito, los clérigos ventajeros, los obispos brutos, los cardenales venales y si me apuran, más de un Papa. Por eso, él urge que se empiece la batalla contra la modernidad “limpiando la Iglesia”, no tanto misionar, hacer apologética, sino hacer que los cristianos se vuelvan más cristianos. Así, por ejemplo, en “El ruiseñor fusilado”:
Lo que llaman la “apostasía de las masas” (que no es de las masas solamente) no se cura con “propaganda fide”. Es un fenómeno profundo, canceroso. A los que me preguntan a mí qué remedio hay, no les digo el remedio; a los que me preguntan la causa, no les digo la causa. Solamente digo: ¿Podría haber apostasía del mundo, si no hubiese porquería en la Iglesia? Si la Iglesia fuera hermosa, atraería necesariamente y no repelería. Y sería hermosa si estuviese limpia. Esto no tiene vuelta de hoja.
Claro, él libró esa batalla durante toda su vida—y ligó palos que no te digo nada, comenzando con su inicua expulsión de la Compañía de Jesús y terminando por un ninguneo sistemático de su prédica, de su obra, de sus clases, de su inteligencia toda. Y entonces, a veces le da por formular todo esto en primera persona:
Les voy a decir una cosa que más valiera callarla—que son las que hay que decir. Todos los golpes mortíferos (o "letales", como dice Avelino Herrero Mayor) los he recibido dentro de casa. Ningún judío me hizo nunca ningún mal, ningún liberal me hizo nunca ningún mal, ningún masón me hizo ningún mal, ningún mormón, ningún radical del pueblo, ningún perduelis, ningún espiritista, ningún psicanalista, ningún vendepatria, ningún estafador, ningún politiquero, ningún cipayo, ningún nazi, ningún malvinero, ningún escruchante, ninguna señora gorda, ningún “hippie”, ningún loco, ningún poeta modernista, ningún loquitor de Radio, ningún mahometano, ningún comerciante, ningún economista me han hecho nunca ningún mal. Si alguno ha tirado a matarme, como si dijéramos, ha sido un hermano no-separado; uno de los de “la estirpe electa, la gente santa, el sacerdocio reyal”, que dice San Pedro. El portero del cielo está viejo y un poco fuera de la buena información, quizás.
2) La segunda enseñanza es que la “abominación y gran despelote” dentro de la Iglesia, ciertamente no empezó con el Concilio Vaticano II ni a partir de las reformas litúrgicas de Pablo VI. Él identificó como principal problema de la Iglesia, mucho antes que el progresismo y, a osadas, antes del modernismo, al fariseísmo—un producto natural de lo que él dio en llamar la “exteriorización” de la religión católica.
El mayor mal que corroe y amenaza a la religión católica hoy día es la “exterioridad”— el mismo mal al que sucumbió la Sinagoga. El punto de disensión entre el Catolicismo y el Protestantismo en su nacimiento fue la “exterioridad”.
Los protestantes protestaron contra una Iglesia que se volvía imperialismo, contra una fe que se volvía ceremonias y obras de filantropía, contra una religión que se volvía exterioridad: y apelaron a la religión interior…
El remedio contra eso no era la rebelión y la desobediencia, por cierto; y así el Protestantismo no remedió el mal sino que lo agravó.
Y un poco más adelante:
Dondequiera hay un exceso de “reglamentismo”, una proliferación de mandatos, reglas, costumbres, glosas, formalidades y trámites, no solamente hay peligro de olvidar el espíritu y el fin de la ley, sino señal clara de que ese espíritu ha claudicado.
3) La tercera enseñanza de Castellani fue enseñarnos a identificar al fariseísmo en todas sus modalidades, en todos los tiempos—y en el nuestro advertir que este paradigma fariseoscristianos de verdad es infinitamente más importante que el de progresistas versus tradicionalistas (que en todas partes se cuecen habas). Es un problema de “vitalidad”.
Es el problema que Agustín Cochon llamó de “socialización de una sociedad”: de absorción de lo personal por lo social, de lo característico por lo colectivo, de lo vivo por lo automático, del gesto por la máquina y la savia por la corteza.
Él, por su parte, combatió a los fariseos de su tiempo con todas sus fuerzas y con toda su inteligencia y llegó a conocerlos a la perfección:
Todo fariseo es fanático pero no todo fanático es fariseo.
¿Qué es el fanatismo? El fanatismo consiste en poner arriba de todo a los valores religiosos -lo cual está bien- y después suprimir o despreciar todos los otros valores, lo cual está mal.
Los valores religiosos son ciertamente los más altos de todos, son la cúspide de la pirámide de los valores, pero la pirámide no es pura cúspide; la cúspide tiene que estar sustentada por la falda. Si Ud. se sube a la cúspide y después retira la falda, se cae Ud. y la cúspide; y ésta deja de ser cúspide.
El fanático es muy religioso o cree serlo; pero da en despreciar todo el resto, la ciencia, el arte, la nobleza e incluso las virtudes naturales, el talento, el genio, el espíritu de empresa. Su religión se desboca, como si dijéramos. Hay religiosos que son buenos religiosos (o lo creen) y desprecian a medio mundo; desprecian por ejemplo, a las otra Órdenes religiosas o a los casados, desprecian el Matrimonio. Son fanáticos.
Alguna vez los retrató con saña, a estos malditos fanáticos:
Cautelosos como gatos, fríos como culebras, reservados como crustáceos, incapaces de efusión cordial y de verdadera amistad, acomodaticios, hinchados de una ciencia egoísta, duros, incomprensivos, preocupados de su salud y de sus ventajas, calculadores, insensibles, poco humanos, gazmoños, enemigos de la grandeza, amargos, antipáticos, temerosos del hombre y de lo humano, racionalistas, ingenerosos, replegados sobre sí mismos, infecundos, desmadrados, estériles, gélidos, autómatas, censuradores del prójimo, entristecidos, retrancados, negativistas, prudentes al exceso, susceptibles, reptores, maestros helados que muestran al mundo una imagen repelente del Divino Maestro.
¿Y quién no ha conocido clérigos, por no decir monjas también, así? Ahora, él nunca se llamó a engaño: sabía que ese combate contra los fariseos lo haría seguir la suerte de Cristo, porque es un combate a muerte... ¿con quién? Pues, en primer lugar con los magnates eclesiásticos.
Un obispo estaba almorzando en el Jockey y predicando que el Cristianismo era la sumisión a las autoridades constituídas; y un chico que estaba al frente le preguntó: «¿Qué es eso que tiene Su Excelencia colgado al pecho?» Tenía un crucifijo de oro.
«Es el fundador de nuestra Religión» «¿Y quién lo clavó en la cruz?» «Las autoridades constituídas».
En esto, nadie más cristiano que Castellani, y por eso también, entiende tan bien a Cristo: [Jesucristo] vino a luchar contra todos los vicios, maldades y pecados; pero él personalmente luchó contra el fariseísmo. Lo tomó por su cuenta. Ver los santos evangelios.
Empezó a quebrantar el farisaico Sábado, a olvidarse de las cuartas o quintas abluciones, a tratar con los publicanos, perdonar a las prostitutas arrepentidas; a curar en día de fiesta, a decir que escuchasen a los maestros legales pero no los imitasen, a distinguir entre preceptos de Dios y preceptos de hombres de Dios, a poner la misericordia y la justicia por encima de las ceremonias, aun de las ceremonias de culto, y no del culto samaritano, sino del verdadero; empezó a describir en parábolas más hermosas que la aurora el hondo corazón vivo de la religiosidad, del reino de Dios que está dentro de nosotros, y es espíritu, verdad y vida. Lo contradijeron, por supuesto; lo denigraron, calumniaron, acusaron, tergiversaron, persiguieron, espiaron, reprendieron. Y entonces el sereno recitador y magnífico poeta se irguió, y vieron que era todo un hombre. Recusó las acusaciones, respondió a los reproches, confundió a los sofisticantes con cinglantes réplicas. Y haciéndose la polémica más viva cada vez, con unos enemigos que contra él lo podían todo, se agigantó el joven Rabbí magníficamente hasta el cuerpo-a-cuerpo, la imprecación y la fusta.
4) Claro, la otra enseñanza que nos dejó Castellani es que nunca hemos de dejar de centrarnos en el hecho de que Cristo fue asesinado, cosa que hoy en día se escamotea tan a menudo.
Todas las biografías de Cristo que recuerdo (Luis Veuillot, Grandmaison, Ricciotti, Lebreton, Papini) construyen su vida sobre otra fórmula: Fue el Hijo de Dios, predicó el Reino de Dios, y confirmó su prédica con milagros y profecías. Sí, pero ¿y su muerte? Esta fórmula amputa su muerte, que fue el acto más importante de su vida.
Y claro, está muy bien contemplar la Cruz con devociones sensibles, gratitud (“a gran precio habéis sido salvados”) y amor. Pero una cosa es una cosa y otra, otra, como lo explica Santo Tomás:
Si el origen de un gozo es bueno, hay que alegrarse del efecto y de la causa... Mas si la causa es mala, hay que alegrarse del efecto, no de la causa... así como nos alegramos de la redención de Cristo, no obstante que su causa fue el deicidio de Judas y de los Judíos.
Y por no hacer esta clase de distinciones, ahora les da a los teólogos, a los cardenales y a los Papas por decir que a Cristo no lo mataron los judíos…
Estos días me leyeron un párrafo del Cardenal Bea acerca de los que mataron a Cristo; dice que no el pueblo judío, sino algunos funcionarios judíos mataron a Cristo; pero esos mismos no pueden llamarse “deicidas” porque no sabían que Cristo era Dios. Con todo respeto, podemos advertir que no sabían lo que era Cristo, pero debían saber; otra cosa sería hacer agravio a Cristo; o sea, pensar que todo un Dios se hizo hombre con el fin de revelarse a los hombres; y no fue capaz de probar que era Dios, ni siquiera a los que lo rodeaban y eran los jefes religiosos de la religión verdadera.
No: lo que siempre ha creído y enseñado la Iglesia es que los fariseos, y sus secuaces— una parte del pueblo judío—asesinaron al Mesías; y si ignoraron que lo era, esa fue “ignorancia culpable” y por tanto, el delito es imputable. “No saben lo que están haciendo”—dijo Cristo en la cruz. Sí, pero antes dijo: “Padre perdónalos”; y si se pide un perdón, hay un delito; y por cierto un delito enorme. El Cardenal se queda con el “No saben lo que hacen”; y se deja el “Perdónalos” porque para él no hay nada que perdonar. Los judíos todavía no lo han crucificado. Je.
5) La quinta enseñanza que nos dejó Castellani, fue la de estar en todo tiempo atentos a la Parusía, que siempre estuviésemos expectantes ante la Segunda Venida de Cristo. Porque además, eso es lo que nos distingue de los herejes, esa es la nota distintiva de la vera ortodoxia. Una vez lo puso en verso y no le salió del todo mal…
Ojo al Cristo que es de cobre
Le conozco la receta
Hoy día al falso profeta
Que el mundo loa y acata—
Para hacerlo hablar en plata
Les enseñaré una treta.
Al que venga con grandezas
Terrenales discursiando
Y los venga emborrachando
Con un silbo de serpiente
Pegúntelén solamente
Si volverá Cristo—y cuándo.
Les dirán que Cristo es Dios
Y el Credo y la Letanía—
Hay un punto todavía
Que a un hereje lo resuelve—
Pregunten si Cristo vuelve—
“¡Qué va a volver! ¡Volvería!”
Y eso de su Segunda Venida, precedida claro está, por el fin del mundo, idea que, desde luego, especialmente aborrecen los progres.
Yo no he venido para predicar la proximidad del fin del mundo como hizo San Vicente Ferrer en el s. XIV, y se equivocó. Vengo solamente a traer a los males actuales la consolación del Hno. Bartfield, el cual en El Salvador pidió permiso para ir a la enfermería a visitar a un enfermo y le dijeron,
-Sí, pero no lo aflija más, dígale palabras de consuelo.
-Osté deja eso por cuenta mía- dijo el alemán. Y en efecto, al llegar al moribundo le dijo:
-No hay que desafligirse ni tomar poca pena porque todo lo que está pasando no pasará, y cosas peores vendrán. Telón.
6) La sexta enseñanza de Castellani consiste en que en todo tiempo y lugar, siempre hay que amar a la Patria, por enferma que esté, por mucho que parece que desaparece. Ahora, el amor a la Patria en Castellani, es un amor específico, no el típico del nacionalista chauvinista. Al contrario, uno diría, como cuando hizo una suerte de balance en oportunidad de aquel homenaje que le hicieron en el Champagnat, a sus 70 años:
Ustedes tendrán sus propias experiencias, pero mi propia experiencia es que la Patria me ha puesto al margen de sus movimientos, me ha hecho ciudadano de segundo orden, me ha cargado como escritor con la conspiración del silencio, me ha exonerado de mi trabajo cinco veces, y en algunos lapsos no me ha dejado ejercitar ninguno de los tres oficios que sé, o sea: sacerdote, profesor y escritor. Son oficios que estudié bien; y ha habido trancos en mi vida en que no podía ejercitar ninguno. Podría haberme agregado a la «emigración de los técnicos»; pero no lo hice. Me quedé aquí. Incluso lo juré.
Y hay más:
Siempre se puede amar a la patria, por fea, sucia y enferma que ande; y así amó Cristo a su nación, que era "una cosa de Dios" literalmente, y por por propia culpa estaba por dejar de serlo; de modo que su amor era compasión; y así la obra de ese amor fue conminación y consejo, antes que fuera demasiado tarde: no le dijo requiebros sino amenazas, desde el borde abrupto que domina por el Norte la ciudad de Jerusalén. Y lloró sobre ella.
Y en otro lugar:
¿Cómo va a ser la Patria esta inmensa laguna en que andamos braceando con desesperación, nadando contra corriente y empantanándonos sin poder ir ni atrás ni adelante; esa casona derruída donde respiramos aire gastado, comemos pan duro, estamos inundados de mentiras y pamplinas, leemos o vemos cada día cosas que nos dan en rostro, ¡estamos vejados por el cretinismo ambiente y creciente, soportamos vergüenzas nacionales!
Pero luego, termina aclarándole a sus amigos que lo homenajean, pese a todo:
La Patria son ustedes. ¿Entonces la Patria real es muy chica? No lo sé, puede que sí, puede que no. Pero la Patria son ustedes.
Es que, siguiendo a Simone Weil, Castellani sabía cómo había que amar a la Patria y hay una única manera posible… y es al modo cristiano.
En el Evangelio no hay rastro alguno de que Cristo sintiera por Jerusalén y Judea otro amor que el que nace de la compasión. Nunca mostró por su país otro tipo de afecto. Sin embargo mostró compasión más de una vez. Al prever la destrucción que pronto se abatiría sobre su ciudad, lloró por ella. O le habló como a una persona: “Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise...”
7) La séptima enseñanza que nos dejó Castellani fue su loco amor a la verdad. Digo “loco” porque es un amor apasionado, sin reservas, sin la posibilidad de negociaciones espúreas, sin límites. Y eso procede, me parece, de haberse enganchado con una gran verdad tradicional que el catolicismo moderno ha olvidado por completo.
San Agustín decía que el peor mal del hombre es el error. ¿No es el pecado el peor mal de la tierra para el cristiano? San Agustín decía esta cosa enorme, que es el error. Pero Cristo también lo dijo en cierto modo: porque Él no dijo “Yo soy la moral”—dijo: “Yo soy la Verdad.”
Y un poco más adelante:
El error es el peor mal del hombre: “Todo pecado es un error”, enseñó Sócrates; lo cual es exacto en cierto sentido, en el sentido que todo delito depende de algún modo y últimamente de un error. Así pudo decir San Agustín que error es el mayor mal del hombre; porque de todo error brotan numerosos pecados. Pongamos un ejemplo de la gravedad de este mal: la gente ordinariamente no lo ve: ve el mal del pecado; no ve el mal del error.
Ahora, cuando uno alcanza a ver una verdad (y, como decía Newman, “la verdad se esconde de quien no la busca”) tiene la obligación de aferrarse a ella como a una tabla de salvación y no hacer caso, nunca de quienes no te quieren dar la razón (que es lo que suele suceder, en estos descastados tiempos). Pero en esto, Castellani, era inflexible y supo decírselo a un cardenal, a un “magnate eclesiástico” como los llamaba él.
Todo el mundo sabe que tengo razón, incluso Vuestra Eminencia. Y todo el mundo sabe que nadie me la va a dar, incluso yo.
8) Castellani nos dejó una enseñanza muy de notar al explicarnos el paradigma de “lo paródico” esa sutil falsificación de todas las mejores cosas y que caracteriza tan perfectamente a la mediocridad argentina.
Lo Paródico es la imitación de lo Serio; cuanto más parecido a lo Serio sin serlo, es más eficaz en el arte de la comedia. No es lo mismo que lo Cómico, no es lo mismo que lo Falso, aunque participa de esas dos categorías.
Y en efecto, la Argentina parece ser un país en donde domina esta falsificación de todo, incluso de las cosas más encumbradas.
La vida religiosa no es para todos. Y así como uno se puede equivocar no entrando en religión como Dios lo llamaba, que es lo más frecuente, así también se puede equivocar al revés…
El dejar los bienes exteriores por alcanzar los interiores, o como reza la fórmula consagrada "los bienes terrenos por los divinos" y "todas las cosas por Dios", es aprobado por la Iglesia y es la más grande sapiencia: allí se verifica la parábola del tesoro escondido y de la perla sin precio. Pero el dejar las cosas nobles y bellas de la creación por nada, eso no es negocio: es fakirismo o estupidez. En ese sentido algunos conventos actuales le dan la razón, por lo menos en parte, a Nietzsche. En ellos, la pobreza desemboca en envilecimiento o suciedad, la obediencia en servilismo, la castidad en misoginia y dureza de corazón, la oración en aburrimiento, la abnegación en mutilación; y el "abandono de todas las cosas" hecho no en la caridad ni dentro de la contemplación, convierte a los hombres en bueyes, o en carneros o en plantas.
Y, claro, es muy difícil pegarle a lo paródico sin lastimar lo parodiado…
De ahí que lo paródico no se puede atacar directamente sin peligro de lastimar lo que está detrás de esa corteza o ese tejido adiposo. Hay que usar las emanaciones radiactivas del humorismo.
Cosa, a veces, muy difícil de hacer (y porque, más que nada, no todos tienen ese sentido del humor inteligentísimo del P. Castellani—pero de él nos podemos aprovechar, no vayan a creer. Por eso, recomiendo que lean y relean su famoso artículo sobre “Lo Paródico” (que hallarán reproducido en las dos ediciones de "Seis ensayos y tres cartas": la primera, en el primer tomo de la Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino (Buenos Aires, 1973, Dictio, pp. 316-321); la segunda como libro independiente (Buenos Aires, 1978, Dictio, pp. 83-88). Aunque, claro, los casos de parodia que él menciona se han vuelto más… paródicos que nunca.
Fíjense si quieren; el habla
de La parodia de la cultura, triunfante por ejemplo en el "suplemento" de "La Nación"…
Sí, bueno, ahora fue reemplazado por ADN que es infinitamente más pobre… Después habla de otra parodia, peor todavía:
La parodia de la filosofía en hombres de algún talento que cayeron en la tentación de la rana que quiso hacerse buey, y estallaron…
Seguramente está pensando en Quiles, Pita o quizás incluso en Mandrioni. Pero después aparecieron tipos infinitamente peores, Ari Paluch, Bucay y Stamateas. Luego habla de otra más…
La parodia de la política que es una especie de borrachera y un verdadero alcoholismo en el país…
Sí bueno, pero qué no daríamos por tener de presidente a un tipo como Frondizi... …y no quiero hablar de lo paródico en religión.
No, padre, nosotros tampoco—aunque hay que decir que, unos meses después de escribir este artículo, en su Diario hace un inventario de los componentes del catolicismo argentino de aquellos años que dan ganas de llorar:
El partido democristiano, Monseñor de Andrea, el "apóstol", los "nuevos" obispados, los versos devotos, la "filosofía" de Mons. Franceschi, los sermones del P. Filippo, los libros de los salesianos, la predicación sin el Evangelio o con el Evangelio mutilado, el diario "El Pueblo" y la revista "Criterio", devoción al Papa fingida y basada sobre mentiras ("es un sabio, es un santo, es un gran hombre", etc., rifas y colectas, colectas y rifas, multiplicar colegios "religiosos" sin elevar en ellos la religión, los "pastores" despreciadores y aun perseguidores del doctor y del profeta, etcétera.
Pero en su artículo, Castellani continúa, inflexible. El "figurón", parodia del hombre prócer; el "pedagogo" parodia del maestro; el cura relumbroso y meterete, parodia del sacerdote docto. El pretoriano (o sea "el gorila") parodia del honor militar; el demagogo, parodia del tribuno; el sabihondo, parodia del modesto estudioso; el politiquero, parodia del estadista; el macaneador, parodia del orador; el chiripitifláutico, parodia del poeta; el compadrito, parodia del coraje; el guarango, parodia del hombre libre… con la parodia de la "Constitución", la parodia del gobierno y la parodia de la revolución. ¿Y detrás? Y detrás la falta de moral pública y una manga de "vivos" y de mentirosos… y los bienes del país recogidos sigilosamente por el extranjero, por el que es "extranjero" en todas parte, el supercapitalismo internacional. Castigo de Dios a los pueblos que no aman bastante la verdad.
Todo eso se cifra en la frase que pronunció Clemenceau al visitar la Argentina, y que a medio siglo de distancia vibra todavía en la mente de muchos con más actualidad que nunca:
"El drama de los argentinos es que tienen que tener Institutos Pasteur… y no tienen Pasteur." La solución que daba Sarmiento era que había que tomar un mal Pasteur, y ayudarlo a volverse Pasteur. "Hay que hacer las cosas aunque sea mal—decía el sanjuanino—después habrá tiempo para enderezarlas." Pero la fórmula degeneró por el camino de la mayor facilidad: ahora simplemente se inventa un Pasteur. Se inventa un Pasteur espantapájaros, y después se lo aplasta para que no estorbe a los Pasteur pichones.
Sí, claro, un país pasteurizado… Por no hablar de sus universidades. Por entonces rugía el debate de la educación "laica o libre" La Universidad Libre… es necesaria. Pero si se fabrica una "universidad católica" por el camino que ahora parece se ha tomado (y que opinamos nosotros de todos modos no va a resultar) la Iglesia se manchará en la Argentina con una Universidad paródica. Ciertamente que sí, pero no sólo la UCA…
El tal camino falso consiste simplemente en hacer una gran fachada con adentro hombres que no son profesores universitarios, es decir, sabios (puesto que ser "católico", es decir, amigo del Obispo, lo suple todo) y encomendar su dirección a un hombre que no sólo no tiene adentro una Universidad, pero ni siquiera un universitario. Nadie da lo que no tiene. Claro, después nos atacan por pesimistas, por no querer a nadies, por enfatizar siempre lo que está mal…
Dicen que uno "destruye"… ¡que Dios los escuche! Y no caen en la cuenta de que lo destruible y destruendo es una cosa roñosa; y que uno trata de destruirla desde lo que está detrás de ella, que es "lo Auténtico"—Auténtico modesto quizá, "como cuadra a nuestra tierra", pero al fin Auténtico.
9) Otra enseñanza muy importante que nos dejó el cura, es que teníamos que aprender a pensar y hablar honestamente. Y nunca decir algo si antes uno no ha pasado por ahí, como esos que hablan de “confiar en la providencia” o de “aprovecharse de sus sufrimientos” a pobres cristianos que están en la mala, padeciendo un cáncer de huesos, por ejemplo, librando gratis cheques de este tipo. Esa “honestidad” tan particular en él, fue desarrollada durante largos años de una especie de ascesis, pensar y hablar francamente, y si no, callarse.
Como él mismo dijo muchas veces, No creía en nada que no hubiese pasado por él. Y esa idea, junto con la de la “subjetividad” en Kierkegaard, va a dar frutos muy particulares. Nosotros podríamos aprender algo de eso, eso que San Pablo llama “parrehesía”. Como la que él despliega en carta al Nuncio, carta escrita más o menos cuando yo nacía, esto es, hace 65 años…
No pedimos a los Obispos que sean todo varones santos; les pedimos solamente que parezcan varones. No pedimos a los Curiales que tengan la santidad; les pedimos solamente que perciban y no persigan la santidad. No pedimos a los sacerdotes que crean en el Evangelio; les pedimos solamente que enseñen el Evangelio: todo el Evangelio.
Con usted, sin usted, o contra usted, nosotros trataremos de salvar a la Argentina; y si fracasamos, salvaremos nuestra alma, que es lo que en definitiva importa. Disculpe que use mi lengua franca, que es la lengua de la región en que nacía… ahora que soy viejo vuelvo a la lengua de mi niñez.
Como ven ustedes, en esa honestidad que digo, se conjugaba una cierta franqueza, con un coraje notable, más una cierta candidez de niño. Eso nos enseñó él: a pensar, a hablar y a actuar honestamente. Y no sólo eso, a rezar honestamente, también. Como lo cuenta en su “Evangelio de Jesucristo”.
Recuerdo que una vez, hace mucho, me preguntó el entonces (y siempre) jesuita P. Benítez:
"¿Vos creés que esa promesa de Cristo del ciento por uno se cumple en esta vida?".
-Yo sí, le dije.
-Yo no creo, me dijo—Se cumplirá si acaso en la otra vida.
La verdad es que esa promesa en mí no se ha cumplido hasta ahora; y le queda poco tiempo y ninguna probabilidad.
Esa es mi experiencia interna contra la cual no vale ningún razonamiento ni esfuerzo alguno de la "voluntad de creer".
El "camino espiritual" emprendido con tanto entusiasmo hace 40 años ha terminado en el desierto, en el vacío, en la nada. La Santa Iglesia no me ha salvado, el sacerdocio me ha arruinado y ha sido para mí una trampa mortífera. El famoso celibato o castidad ha sido causa de una enfermedad crónica del hígado que es una tortura continuada de cuerpo y alma.
El "camino de las virtudes" me ha llevado al resentimiento y al tedio, a la tristeza y la irritación continuas, a la imposibilidad de vivir y de morir. Mi oración no ha sido oída, y mi buena voluntad burlada continuamente. Todas las ilusiones han muerto. ¿El ciento por uno? El cero por uno.
Digan si no hay honestidad en eso. O como cuando le escribe a un comunista:
Yo elegí el ideal cristiano. Hoy día comporta riesgos de muerte. Siempre los comportó.
"Y decidí ponerme de parte de los astros", es decir, de los Santos. Pobres santos de hoy, que ya no son astros; son estrellas perdidas en medio de la tempestad de las tinieblas, que vertió la Quinta Fiala; que van como pueden, dando mugidos y topetazos de toros ciegos, aletazos al sesgo de águilas en la tormenta.
Los santos antiguos, fueron lucientes y luminosos; algunas veces milagrosamente fuertes: Bernardo de Claraval, que escribe como un igual a todos los señores feudales de Europa, y los levanta en mesnadas que arroja contra el Turco; Ignacio de Loyola, que organiza batallones espirituales para luchar contra la Reforma; Teresa de Jesús, que recorre España fundando "palomarcitos de la Virgen", refugios de la penitencia y la contemplación, cenáculos de gozo doliente de la fe; Isidro Labrador, a quien un ángel le ara el campo cuando concurre a las manifestaciones peronistas; Vicente Ferrer, que hace temblar a los pecadores y corrige a media Europa con el anuncio del próximo Fin del Mundo, que después no se verificó; Francisco de Paula, que hace tiritar a Luis Onceno; Juana de Arco, que manda batallones, gana batallas y desafía llorando a la hoguera; Domingo de Guzmán, que inventó la que debajo de él solamente fue Santa Inquisición; el pobrecito de Asís, poeta llagado; Luis Gonzaga, tronchado lirio de caridad; Antonio de Padua, dotador de doncellas y milagrero jefe... La lista sería interminable.
Esos santos de antes ya no hacen fe en el mundo. Es que ya no hay más tampoco, visiblemente al menos. Son historias, son imágenes de yeso, y son biografías untuosas en latín. O son vistas en el cine, entre una "de cow-boys" y otra "de amores". Delante de ellos, yo me quedo boquiabierto, pero no puedo hablar; no puedo hablar con ellos como con hermanos. Pasan sobre mí envueltos en sus armaduras, hopalandas o aureolas.
Si estoy triste no me consuelan, porque ellos no fueron tristes. Si estoy alegre no se congratulan, porque mi alegría de perro cansado no es el éxtasis de ellos. Ellos eran vigiles y madrugadores, y yo lo que quiero es dormir. Mis dificultades, ellos no las tuvieron ni las entienden.
¿Qué le diría yo si lo viera a mi padre San Ignacio de Loyola? Me callaría como un muerto. Lo mismo que delante de su sucesor Juan Bautista Jannssens. A Santa Teresa cuando una monja le iba con tentaciones sexuales, se le fruncía el entrecejo y decía: "Vaya a la madre Tal y Cual, porque yo de esas cosas nada entiendo".
Así todos esos santos fuertes, no entenderían nada de mis impotencias; todos esos luminosos, de mis oscuridades.
"¡Cantad al Señor, hermano!—me dirían—. ¡Exultad en el Señor Dios fuerte, tañed la lira y la cítara y dad saltos de alegría como el recental al ver la ubre; porque grande es el Señor y abundosa su misericordia! ¡Alegráos en el Señor siempre! ¡De nuevo os digo: alegraos!''. Un cuerno.
Como ya he dicho, Castellani nos enseñó muchas, muchísimas cosas más que las diez que caprichosamente elegí poner aquí. Pero quizás una de las más importantes de todas fue enseñarnos que la batalla modernistas vs. Tradicionalistas, o de conservadores vs. progresistas, depende cosas más altas, depende de una espiritualidad, de un modo de concebir la religión toda.
Por eso peleó con toda su alma contra toda suerte de pelagianismo, contra todo tipo de moralismo. Así, explica clarísimamente el papel de la preceptiva en nuestra vida religiosa:
La vida devota no es un conjunto de prácticas y reglas fastidiosas, que fraccionan la vida, pero son ineludibles; una lucha contra los deseos permitidos que es necesario trabar para vencerse; en fin, la ejecución de lo más molesto para salir victorioso de sí mismo (Y, sin confesarlo, ¡se saborea la victoria!). Pues bien, ¡no, no y no!
Todo esto es estar en el abecé de la vida espiritual; es no haber comprendido el esplendor de Dios y del hombre. La verdadera piedad, el amor verdadero, es una vida: una vida transformada, una vida apacible, llena de confianza en Dios; una vida gozosa, porque es libre, una vida amante, porque se ha dado, una vida de maravillosa dilatación del alma… ¡una novedad de vida! Una de las cosas más sorprendentes del Cristianismo, para el que lo mirase como una mera regla moral, sin espiritualidad, es ver cuántas veces los reprobados por Dios son precisamente los que quieren multiplicar los preceptos, como los fariseos de austera y honorable apariencia; mientras en la Epístola a los Gálatas San Pablo lucha por quitar preceptos en vez de ponerlos, con gran escándalos del beaterío de su época.
10) Y en esta misma línea, yo creo que su principal enseñanza fue que debíamos ser santos, pero esto entendido en términos muy precisos, como los que estampó en su “Ruiseñor Fusilado”:
Santo es el que habitualmente y en todas sus acciones consulta y sigue la voz del Espíritu de Dios que habita su conciencia.
Nada más (y nada menos).
Bella Vista, 25 de octubre de 2019.
¿Qué es el fraude?
- Elecciones aseguradas.
¿Qué son las elecciones aseguradas?
- Felicidad de la democracia.
¿Qué es la democracia?
- El reinado de los mercaderes por medio del lucro, soborno y fraude.
¿Qué es un partido?
- Es la liga de los que quieren vivir sin trabajar, comer sin producir, ocupar empleos sin estar preparados y gozar honores sin merecerlos (LA CASTA FEUDAL).
¿Qué es el sufragio universal?
- La manivela del hacer opinar al pueblo de lo que no entiende para no darle mano en lo que no entiende.
¿Qué es el liberalismo¿
- El enemigo de Dios y el amigo interesado del pueblo.
¿Qué es el Estado?
- La burocracia erigida en dios.
¿Qué es la defensa de las instituciones liberales?
- Un judío detrás.
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Gracias por Comunicarnos, por Compartir:
Gracias a ello, nos enriquecemos desde la pluralidad y desde la diversidad de puntos de vista dentro del respeto a la libre y peculiar forma de expresión.
La Comunicación más alta posee la gracia de despertar en otro lo que es y contribuir a que se reconozca.
Gracias amig@ de la palabra amiga.
"Nos co-municanos, luego, co-existimos".
Juan Carlos (Yanka)