Crestomatía de Miguel Anxo Bastos Boubeta que recoge los 44 artículos que escribió para el Instituto Juan de Mariana bajo el título 'Algunas cuestiones disputadas sobre el anarcocapitalilsmo.
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PARA SER RESPONSABLE, HAY QUE SER LIBRE Y NO OBEDIENTE.
POR ESO, EL ESTADO SE RESPONSABILIZA
PARA QUE OBEDEZCAS Y PARA QUE SEAS ESCLAVO
El anarcocapitalismo (conocido también como anarquismo de libre mercado, anarquismo libertario, anarquismo de propiedad privada o anarcoliberalismo) es una filosofía política que promueve la anarquía — entendida como sociedad organizada sin Estado — y la protección de la soberanía del individuo por medio de la propiedad privada y el mercado libre. En una sociedad anarcocapitalista, la policía, los tribunales y todos los otros servicios de seguridad se prestarían por parte de competidores de financiación privada en lugar de a través de impuestos, y el dinero sería proporcionado privada y competitivamente en un mercado abierto. Por lo tanto, las actividades personales y económicas, en el anarcocapitalismo serían reguladas por la ley de gestión privada, en lugar de a través de la ley de gestión política
EL ANARCOCAPITALISMO NO ES LIBERALISTA.
ES LIBERTARIO SIN ESTATISMOS.
Los principios de la ética política de los anarcocapitalistas surgen, por lo general, de la idea de propiedad de uno mismo y el principio de no agresión, que significan respectivamente el derecho al dominio sobre uno mismo y sus bienes y la prohibición de la coacción o el fraude en contra de personas y sus bienes. Los anarcocapitalistas consideran que el derecho de propiedad es el único que puede viabilizar materialmente el derecho individual, y que la existencia del Estado es contradictoria con la existencia de ambos derechos. En la ética política anarcocapitalista lo importante es cómo la propiedad es adquirida y transferida; que indica que la única forma justa de adquirir una propiedad es a través de la apropiación original basada en el trabajo, el intercambio voluntario (ej. comercio), y la donación. Si bien la finalidad del anarcocapitalismo es maximizar la libertad individual y la prosperidad, esta idea reconoce la solidaridad y los acuerdos comunales como parte de la misma ética voluntaria. A partir de estas premisas, los anarcocapitalistas derivan como consecuencia lógica el rechazo al Estado —como institución que ejerce el monopolio del poder legitimado— y la adopción de la libre empresa, donde agencias privadas ofrecerían un mercado de servicios —ley y seguridad incluidos— para los individuos.
Esta corriente política aparece durante la segunda mitad del siglo xx dentro del libertarismo y a su vez es una forma de anarquismo contemporáneo poco emparentado con el anarquismo histórico pero que toma ideas del antiguo anarquismo individualista estadounidense del siglo XIX descartando su teoría del valor-trabajo que se sustituye por la teoría del valor subjetivo aportada por la revolución marginalista en la ciencia económica, usualmente desde el enfoque de la escuela austriaca cuyo teoría económica aplica la lógica filosófica a las ciencias sociales. En algunos casos también basa sus argumentos de política económica y economía política en teorías como el análisis económico del derecho o la teoría de la elección pública. En el plano filosófico moral el fundamento puede ser una defensa iusnaturalista o consecuencialista de la libertad individual y la libertad negativa, o puede recurrir a otras premisas como por ejemplo la ética de la argumentación o el contractualismo.
Las críticas al anarcocapitalismo se presentan frecuentemente en términos muy hegelianos, en el sentido de que solo lo racional es real, únicamente lo que existe puede ser y no pueden existir otras cosas. Pero sí hay una respuesta académica a cada una de las intervenciones del Estado. Críticas a la defensa, a la justicia… ¿Una por una son válidas pero si las juntamos dejan de valer? Schumpeter ya lo estableció en «La crisis del Estado fiscal»: no hay ningún servicio que no haya sido prestado de manera privada alguna vez en la historia. Es más, hubo Estados y sociedades anárquicas. Se podrá decir: “esto no me gusta”, pero no se trata de un argumento de imposibilidad. Una tribu autónoma no es que no pueda existir, es que el Estado no le permite su existencia. Es más, el Estado está legitimado para usar la violencia contra ella aunque sus miembros simplemente se dediquen a llevar a cabo su plan de vida sin agredir a nadie.
Sí existe la anarquía. Hay dos tipos: la primera es la anarquía internacional, estudiada por Hedley Bull en La sociedad anárquica. En anarquía las sociedades son capaces de llegar a acuerdos (uniones postales, competiciones de clubes de fútbol, acuerdos de extradición, etc.). A veces en la historia se dan situaciones en las que hay un hegemón y en otras tienen lugar modelos del tipo de Westfalia, con pluralidad de Estados sin preponderancia de unos sobre otros. El hegemón, eso sí, no llega a ser monopolista, sino que es un actor más fuerte que los demás, aunque la mayoría de actores juntos es más fuerte que él. Y siempre hay Estados (actualmente es el caso de Rusia o de China) que no se someten al hegemón, pero aun así se produce una convivencia entre ellos.
La segunda anarquía se refiere a cómo se organizan quienes organizan la sociedad, es decir, cómo se ordena la clase dirigente. Esta cuestión se la plantea Locke y llega a la conclusión de que la clase política está organizada de manera anárquica. ¿Y cómo convive? Por convenciones, regulaciones internas, costumbres (el hijo mayor hereda, herencia de sangre…). No hay Estado dentro del Estado. Esto se ve muy bien en la clase política actual (Zapatero fue echado abajo por la camarilla política del momento, a pesar de que era el secretario general de su partido, el presidente electo…). No hay nadie por encima de esa camarilla dirigente, sino que ella misma se autoorganiza. Los grupos de bandidos que constituyeron los primeros Estados funcionaban por convenciones o tradiciones, no había un orden externo que los dirigiese. Se trataba de una anarquía ordenada.
En definitiva, la anarquía es posible. Otra cosa es que sea deseable o no. Pero la anarquía no es prueba de desorden ni de conflicto.
Hay que explicar lo que el Estado es: un grupo existente y real de personas, como Montoro, Maduro, Kim Jong-un… ¿Son estas personas las que deben dilucidar cuestiones clave como qué es agresión y qué no lo es? ¿Son mejores, tienen más capacidad, que sus súbditos? No lo parece. Si convenimos que cada una de esas personas por separado es mala, ¿por qué insertas en el entramado estatal adquieren un estatus de respetabilidad?
La superioridad del Estado radica en las ideas, en la creencia ideológica de las sociedades sobre las que se asienta. No hay Estado moderno que no obligue a todos los niños a estudiar un mismo programa de educación de legitimación estatal (historia del Estado, geografía del Estado, ética del Estado, lengua del Estado, economía del Estado, ciencias políticas del Estado, medicina para ser médico del Estado… y siempre la matemática como engrasadora de toda la maquinaria). Si tanta superioridad tiene el Estado, ¿por qué obligar a todos a estudiar lo mismo?
No existe el contrato social. No es un contrato ni puede serlo. Si una compañía, apelando a que se trata de un contrato implícito, nos cobrara 40 euros mensuales por un servicio que no hemos consentido, montaríamos en cólera. Pero, en cambio, vemos con buenos ojos que el Estado nos quite la mitad de nuestras rentas, nos obligue a ceder parte de nuestra libertad… Además ¿quién resuelve, en caso de conflicto, sobre ese contrato? ¿Qué tercero imparcial hay? Resulta que en el estado de naturaleza, previo al Estado, la gente es salvaje… ¿pero sí dispone de la capacidad de firmar un contrato tan crucial?
Que la población consienta todo esto se debe a que el Estado ha conseguido que cale la idea de que su existencia resulta inevitable. Es el mismo debate que el que planteaba un ateo en la Edad Media si decía que Dios no existía. Era tachado de loco. Ahora el loco es el que desafía la legitimidad estatal.
Se nos pinta un escenario sin Estado como un mundo salvaje, un apocalipsis a lo Mad Max. Pero quien mantiene la paz es la gente, no el Estado (prueba de ello es que el Estado ni siquiera es capaz de mantener el orden en sus propias cárceles, lugares estatales por antonomasia). La gente que viviría en una sociedad anárquica es la que ahora ha logrado alcanzar unas altísimas cotas de convivencia. Es difícil una reversión hacia la época de las hordas, a tiempos anteriores caracterizados por la violencia, porque disponemos de un conocimiento acumulado (las virtudes del libre comercio como hacedor de paz y orden) que frenaría ese retroceso social. En nuestra sociedad no nos da por ir violando a las mujeres. Y eso es algo que debemos a una serie de valores que hemos interiorizado. No al Estado. Y son esos valores los que permitirían la convivencia en una sociedad anárquica.
¿Los Estados causaron más muertos o menos que la violencia privada? Rudolph J. Rummel demostró que solo en el s. XX el Estado mató a 267 millones de personas, frente a los 13 millones de muertes causados por la violencia privada. Steven Pinker, en ese sentido, no tiene razón cuando asegura que donde hay más Estado hay más paz, pues es una tesis que no puede demostrar. Sí es más plausible la idea de que es el comercio el que ha traído la paz.
La defensa no es un bien público, sino que se trata de un bien absolutamente subjetivo (unos quieren, por ejemplo, bombardear al Estado Islámico y otros prefieren rendirse ante él). La defensa es un bien geográfico: quien se halla cerca de la primera línea del frente está más desprotegido que quien se encuentra más alejado, con lo que no todas las personas valen lo mismo. Y una unidad marginal cuesta mucho (la isla de Perejil). Es un bien que unas personas desean y otras no, unos valoran mucho el riesgo y otros no.
¿Cuál es la cantidad correcta? No se puede saber. La define el gobernante de acuerdo a sus intereses y al de los grupos de presión.
La sociedad anárquica sería muy difícil de conquistar. En «Anarchism and Minarchism: A Rapprochement», Tibor R. Machan estudia la anarquía (la microarquía, para ser más exactos, esto es, el Estado como definidor de las leyes, pero no como ejecutor) polaca en el s. XVII. Los suecos invadieron Polonia pero no se encontraron a nadie: vagaban por el país porque no había a quien conquistar, no existía una cabeza gobernante que cortar. Y, mientras, la población civil, mediante una guerra de guerrillas, hostigaba sin cesar al ejército sueco. Vietnam, con un poder de fuego muy inferior, acabó provocando la salida de EEUU del patrón oro dado que le obligó a incurrir en enormes costes para sufragar la guerra. Una guerra que a EEUU finalmente no le compensó, lo que provocó su retirada. Y es que se puede derrotar a un ejército, pero no a toda la población. Una sociedad armada como la suiza, por ejemplo, es el pueblo en armas. Para aniquilarla habría que acabar con cada uno de sus miembros, casa por casa, y eso es muy complicado.
William H. McNeill constató en La búsqueda del poder que los Estados, la organización política, tienen mucho que ver con las formas de las armas: si las armas son pesadas y concentradas, el Estado sí que tiene fuerza. Pero en la actualidad están apareciendo armas ligeras, los escenarios de batallas que se plantean son enjambres de drones que aparecen por todos lados, nos encontramos con minas modernas indestructibles que pueden paralizar y bloquear a un ejército estatal, etc.
Martin van Creveld en The Transformation of War y en The Rise and Decline of the State afirma que el Estado nación tal y como lo conocemos desaparecerá porque no será capaz de afrontar las guerras modernas, las nuevas formas de violencia. El Estado está pensado para atacar a otros Estados, no para hacer frente a terroristas. ¿De qué sirven los tanques y los portaaviones ante un terrorista con un camión atropellando a una muchedumbre? Bastan 12.500 dólares (ese fue el coste de los atentados de Bataclan) para desestabilizar un país, para crear una terrible inseguridad entre la población. Los Estados no están modulados para este tipo de amenazas (esto se ve también con la piratería, con la que no se acabó hasta que los barcos pesqueros contrataron a mercenarios que adaptaron la defensa a las necesidades reales; en cambio, cuando los encargados de velar por la seguridad eran los F-16 solo se lograba bombardear alguna ciudad y causar víctimas inocentes, y mientras los piratas campaban a sus anchas). No tendría sentido que una sociedad anárquica fuera atacada por terroristas porque ¿quién se sentiría aludido? Por el contrario, si el Estado Islámico asesina a unos centenares de franceses es el Estado francés el que se siente atacado. Además ¿dónde se podría cobijar un terrorista en un escenario de barrios privados? No olvidemos que muchas de las urbes estatales son ciudades ferales que el propio Estado es incapaz de controlar.
Si se quiere ver cómo nace un Estado no hay más que fijarse en el propio Estado Islámico: violencia extrema al principio para aterrorizar a la población y lograr que acate al nuevo amo. Poco a poco, si se va consolidando, se empezará a hablar de un Estado Islámico moderado, al igual que ocurrió con los talibanes en Afganistán. Y el resto de los Estados le darán carta de naturaleza.
Robert Nozick no atina en Anarquía, estado y utopía cuando se refiere a que las agencias privadas se convertirían en un monopolio. ¿Qué monopolio? ¿Cuál es la escala correcta? ¡Claro que la agencia sería monopolística en cada territorio!, pero ¿cuál es el territorio? Es un concepto subjetivo. Un territorio puede ser un pequeño feudo. ¿Qué problema hay en que haya ahí un monopolista de la violencia?
Michael Huemer dice que el futuro de la anarquía vendrá de Estados hiperdesarrollados: un escenario de ultracivilización, no de violencia extrema. Y es que, como ya se ha señalado, tenemos conocimiento del pasado, de la época de las cavernas, y también de la paz que ha traído el comercio. No sería fácil volver a situaciones violentas. Antes éramos violentos, con y sin Estado; y ahora somos pacíficos, con y sin Estado, porque interiorizamos las virtudes del libre comercio, asumimos la dulcificación de las relaciones de los intercambios voluntarios… Y es que las guerras actuales no se producen entre Estados, sino dentro del Estado. No parece, por tanto, que el Estado sea una organización pacificadora.
El Estado basado en la seguridad puede justificarlo todo: política de gasto social que asegure la estabilidad social para que así no haya guerra de clases, seguridad alimentaria (regulación de la agricultura), etc. ¿Dónde se pone el límite a la seguridad? La defensa no es solo contra otros hombres, sino que también debería tener en cuenta el peligro de los animales (peste negra, plagas, parásitos…). El enemigo histórico del ser humano ha sido el “bicherío”, que ha causado más muertes que todas las guerras juntas. Con las inclemencias meteorológicas ocurre lo mismo. ¿A qué se restringe, por tanto, la defensa?
¿Por qué no nos dejan vivir sin Estado? ¿Por qué quienes desean el Estado no se limiten a organizarlo para ellos sin encerrarnos por la fuerza a todos en él? Algunos liberales responden que el Estado invadiría a esa sociedad anárquica. Pero habría que ver si le interesaría incurrir en tales costes (no solo económicos, sino también de imagen: ¿por qué Francia no invade Mónaco?). En cualquier caso, de darse esa situación, se corroboraría que el Estado está en manos de lo peor de la sociedad, de los más agresivos y violentos.
Tengamos siempre presente, en definitiva, que la fuerza del Estado reside en que la gente cree en él. El Estado se disolverá como un azucarillo cuando pierda a sus creyentes.
Quién forma parte del Estado
y cómo se organiza este
“Es el verdugo, no el Estado,
quien materialmente ejecuta al criminal.
Sólo el significado atribuido al acto transforma
la actuación del verdugo en una acción estatal”.
Ludwig Von Mises, La acción humana,
Unión Editorial, Madrid, 1995, p. 51.
Parafraseando el título ("SOBRE LA LIBERTAD") de la que, a mi entender, es la mejor obra de Stuart Mill, quisiera discutir en este y otros artículos algunas cuestiones que merecen mayor aclaración sobre el funcionamiento del Estado y la doctrina del anarquismo de libre mercado. Lo primero que cabría discutir es qué personas componen el ente que llamamos Estado. Uno de los rasgos principales de la Escuela austriaca, aunque no sólo de ella, pues autores como Max Weber, James Buchanan o John Rawls también suscriben la tesis, es el llamado individualismo metodológico, esto es, que solo los individuos actúan consciente y propositivamente. Solo los hechos referidos a los individuos pueden explicar los fenómenos sociales y económicos. Es un rasgo definitorio de la Escuela austríaca y común a todos sus autores, ya sean liberales clásicos, conservadores, minarquistas o anarquistas. Asumir lo contrario implicaría entender que los colectivos (clases, naciones, empresas, iglesias....) tienen voluntad independiente de los individuos que se identifican con ellas. También querría decir que estos colectivos pueden tener intereses propios distintos de los individuos que los componen. Si esto fuera así, los colectivos tendrían también necesidades materiales o espirituales distintas de las de sus miembros, lo cual me resulta difícil de creer. Cuando Fidel Castro visitó Galicia llegó en representación de la República de Cuba, pero quien comió buen marisco, bebió buen vino y durmió en buen hotel fue el cuerpo físico de Fidel, no el cuerpo del Estado cubano.
La idea de que el colectivo tiene intereses distintos a los de los individuos se denomina colectivismo y, normalmente, supone que el interés del colectivo está por encima del interés individual. La cuestión, tal como la plantea Von Bertalanffy, Rappoport y otros teóricos de la llamada Teoría general de sistemas, es que en determinados casos el todo es más que la suma de las partes, y se usa el cuerpo humano y sus células como metáfora. No considero que sea una buena analogía.
Primero, las células no saben que lo son y no pueden cambiar su condición, no son agentes conscientes, esto es, las células que componen una neurona no pueden decidir un buen día que están aburridas de estar en el cerebro y buscar aventuras transformándose en espermatozoides.
El ser humano sí sabe que lo es y sí puede cambiar de condición o intentarlo.
En segundo lugar, es una analogía potencialmente peligrosa porque el cuerpo humano sí puede sacrificar algunas células por interés del colectivo, pero el cuerpo político no, sin incurrir en grave injusticia (aunque eso sí ha sucedido de hecho y se ha justificado en regímenes colectivistas). Y es que esta analogía, como las analogías de las colmenas y hormigueros, fue siempre muy usada en todo tipo de regímenes totalitarios (el primer capítulo de Utopía y revolución, de Melvin Lasky, ofrece muchos ejemplos).
En tercer lugar, el todo es más que las partes. Es decir, el todo es más guapo, más alto, más inteligente que las partes... Pero es algo que nunca se define ni se explicita. Supongo que se refiere a que los seres humanos coordinados pueden hacer cosas que no pueden hacer por separado. Esto obviamente es correcto, por ejemplo, para hacer aeropuertos, pirámides, etc. Lo que todavía no se ha podido demostrar es por qué esa coordinación tiene que hacerse por la fuerza y el castigo y por qué esa coordinación estatal para hacer cosas es mejor que la coordinación del mercado o la coordinación voluntaria a través de las ideas. Ni tampoco las razones que implican que la coordinación a escala de Estado (los Estados tienen una lógica política, no económica, y los hay de muchos tamaños y formas) sea la mejor de las posibles. Otro problema es quién define el interés del colectivo, y aquí me temo que no todos los integrantes del mismo disfrutan de un peso equivalente. Normalmente, la expresión de la voluntad del colectivo se corresponde con la de los individuos dominantes en él.
La voluntad de Cuba, por ejemplo, acaba siendo la voluntad de Raúl Castro; y la de España, la de Rajoy, suponiendo que estos dos políticos sean los actores clave. Lo que puede llevar a confusión es que a veces la voluntad expresada no sea la de quienes nominalmente detentan posiciones de poder, sino de actores ocultos entre bambalinas, como sucedía en China con Deng Xiaoping: mandaba él aunque nominalmente no era nada, pero, en cualquier caso, se trataba de la decisión de personas, no de las fuerzas de la historia o del interés de China. El interés de China era lo que él decía que era. Otro ejemplo: la guerra de Irak fue vendida en el interés de España y su retirada también. ¿Cambió de opinión España o fueron sus dirigentes quienes cambiaron? Desde luego no escuché la voz de ese ser tan superior que es España quejándose. El razonamiento anterior no sólo se aplica a los Estados, sino también a corporaciones, clases, a la humanidad (como hacen los cosmopolitas) o, incluso, a la naturaleza, que también parece estar dotada de estos atributos según algunos pensadores ecologistas.
Cuando estudiaba el marxismo en la facultad me decían que el interés de la clase obrera radicaba en la propiedad social de los medios de producción. Y yo pensaba que cuándo se había consultado a los obreros si ese era su interés o lo era el cooperativismo o, incluso, el capitalismo. Y descubrí que nunca se les había consultado, sino que había sido una decisión de Karl Marx. Hablar en nombre de un colectivo o un ser que no tiene existencia ontológica (y, por tanto, no puede desmentirnos) es un viejo truco ya usado en tiempos de los asirios y los faraones y que observo que aún disfruta de muchos seguidores incondicionales.
Este preámbulo viene a cuento de que lo que llamamos Estados no son más que grupos de personas organizadas que obtienen rentas, poder y estatus a costa de extraérselas al resto de la sociedad. No es el sitio aquí de referirse al origen del poder político, que nace básicamente de la conquista por parte de algún grupo violento de una población ya asentada. Es la famosa teoría de la superestratificación. Este colectivo violento decide explotar económicamente al grupo dominado y elabora algún tipo de justificación teórica para legitimar su dominio. Este proceso está mejor explicado en libros como El despotismo oriental de Karl Wittfogel, en Freedom and Domination; A Historical Critique of Civilization de Alexander Rustow o en El estado de Frank Oppenheimer, entre otras muchas decenas de obras, por lo que no me voy a detener en ello.
La pregunta que cabe plantear es cómo se coordinan las originarias partidas de salteadores de bandidos o sus descendientes (muchos de los monarcas actuales provienen de esos primitivos salteadores, como la Reina de Inglaterra, que desciende de Guillermo el Conquistador) para conseguir ese dominio sobre las poblaciones subyugadas. Un hecho no fácil de detectar es que estos grupos de salteadores o conquistadores funcionan entre sí de forma anárquica, al igual que lo hacen con otras bandas semejantes a las suyas. En efecto, la anarquía se da dentro de lo que Gaetano Mosca llamaba clase política y entre ellas. Hay anarquía dentro del Estado y anarquía entre los Estados, y ambas son razonablemente estables, al estilo del equilibrio de Nash. Es más, muy probablemente si no fuesen anárquicas no podrían funcionar, por falta de información, y el sistema de Estados colapsaría. De la misma forma que los Estados socialistas podían existir porque disponían de sistemas de precios no socialistas en el interior y en el exterior, los sistemas de Estados pueden existir porque internamente no lo son.
Me explicaré. En el ámbito internacional no me detendré mucho, porque ya autores como Hedley Bull (La sociedad anárquica) explicaron muy bien cómo en un sistema anárquico los actores estatales son capaces de coordinarse y llegar a acuerdos, tratados, sistemas de cooperación e, incluso, crear un cuerpo de derecho internacional. Que existan o no jerarquías entre los Estados o, incluso, hegemones no elimina el principio, pues nadie dijo que en una sociedad anárquica todo el mundo fuese a tener la misma fuerza. Los más débiles establecen alianzas y coaliciones para protegerse, bien aliándose entre sí, bien con un Estado fuerte. En eso consistió el equilibrio de Westfalia durante varios siglos. ¿Qué pasa si alguien incumple su parte? Habitualmente nada. En realidad, son varios los Estados que las incumplen y su penalización principal es la de ser apartados o excluidos del resto, igual que en una sociedad de mercado. ¿Puede en este sistema el más fuerte o belicoso agredir al más débil o pacífico? Sí, no hay nada que lo impida. Pero a día de hoy el sistema anárquico internacional parece ser bastante estable (no sé si llegará a equilibrio de Nash, pero se le parece).
De hecho, la inmensa mayoría de guerras en nuestro tiempo son conflictos dentro de los Estados por conseguir el poder en su interior. Y esto nos lleva a la cuestión menos conocida y estudiada, la que se refiere a la anarquía dentro de la clase políticamente dominante en un país. Tomemos, por ejemplo, a una banda de atracadores o una terrorista. Son grupos de personas que se juntan para realizar una acción, generalmente violenta, con el fin de obtener algún provecho, sea económico, ideológico o de conquista del poder. ¿Alguien puede garantizar que al jefe de la banda de atracadores no lo van a matar sus compinches una vez obtenido el botín? Nadie, el cine de Tarantino o de Kubrick nos muestra buenos ejemplos. Lo mismo acontece con el terrorista, que puede ser liquidado por sus compinches. Y lo mismo acontece dentro de los gobiernos. ¿Pudo alguien garantizar a los emperadores chinos, romanos o a los reyes godos que gente de su propia camarilla no los fuese a asesinar? No, nadie pudo y, de hecho, pasó en innumerables ocasiones. ¿A día de hoy puede alguien garantizar a un presidente electo con todas las garantías como Dilma Rousseff no ser traicionado y depuesto por su camarilla de confianza o al líder de un partido político no ser devorado por sus barones al poco tempo de ser refrendado en primarias? Nadie puede.
La clase política opera en anarquía desde el principio de los tiempos, eso sí, coordinada de forma muy sutil por precios o por normas tácitas. Los gobernantes, que aquí identificamos con el Estado, requieren de un aparato para implementar sus decisiones compuesto de otras personas (policías, ejércitos, profesores, burócratas, agentes fiscales) y de bienes materiales (palacios, prisiones, cuarteles, escuelas...). Estas personas y bienes son adquiridos de forma no coercitiva, bien sea a través de salarios, precios, ideologías o de pequeños privilegios. Incluso aquí no se hace uso de medios políticos o estatales para adquirirlos (bien es cierto que se pueden reclutar soldados por conscripción o requisar bienes, pero en cualquier caso precisan de un aparato anterior para poder llevarlo a cabo). Este aparato no constituye el Estado propiamente dicho, sino que es una herramienta del mismo.
Tiene cierto carácter de permanencia y, en general, obedece o sirve a aquellos que detentan el poder político en cada momento (incluso en casos de guerra u ocupación estos aparatos continúan funcionando, por lo menos durante un tiempo, al servicio de la nueva clase gobernante). ¿Cómo opera la anarquía dentro de la clase gobernante? En primer lugar, no es fácil distinguir a la clase gobernante de su aparato, pues muchas veces la imbricación es muy profunda y los miembros de dicha clase se reclutan dentro del propio aparato. Pero podríamos afirmar que dicha clase opera con cierta conciencia de serlo, esto es, muestra cierto interés en seguir formando parte de ella. Cuando se ve amenazada por alguna actuación política (revolución, secesión, etc.) tiende a actuar de forma cohesionada. Opera también con reglas tácitas, con fórmulas políticas propias que varían según el momento histórico.
Creencia en la divinidad del gobernante, principios de herencia de sangre, reglas de sucesión, principios como el de elección… son establecidos y más o menos aceptados como normas por los miembros de la clase. Sólo que a veces, como ocurría en China o el Antiguo Egipto, alguien no se creía el cuento de la divinidad del faraón o emperador y lo derrocaba, y esa persona y su camarilla usurpaban el puesto. Lo mismo ocurre en las democracias. Normalmente gobierna el que tiene más votos, salvo que alguien no se crea el principio democrático y derroque al electo. Ya pasó muchas veces. Las normas elevan el coste de la usurpación, no la eliminan. También operan trucos prácticos (al estilo de los narrados en el Manual del dictador de Bruce Bueno de Mesquita) para mantener el orden: colocar parientes en el poder de manera que caigan contigo, colocar gente incompetente en los puestos, repartir beneficios con la camarilla, o usar estratégicamente la corrupción (permitir que los de tu alrededor se corrompan para hacerlos cómplices y poder también deshacerse de ellos fácilmente). Asimismo, se introducen ideologías como la del servicio público o principios éticos como los códigos de honor (es famoso bushido japonés).
El llamado arte de gobernar consiste en eso, en ser capaces de suscitar alianzas y mantenerse en puestos de poder en una situación de anarquía política. También el arte del golpe de estado tiene su técnica, como bien explican Naudé, Malaparte o Luttwak, y requiere de tanta como la que se necesita para mantenerse en el poder, y si cabe más aún pues tiene que burlar todas las convenciones establecidas e instaurar unas nuevas. El análisis de la tecnología para mantenerse en el poder ha sido durante mucho tiempo el centro de estudio de las ciencias políticas. Y, aunque no expresado en la forma en que aquí lo hago, es algo bien conocido por los teóricos (y no hemos realizado más que un resumen muy simple). Con todo esto lo que pretendo decir es que la anarquía ya existe en el ámbito político. Que esa anarquía es razonablemente estable, es lo que permite subsistir a los gobiernos y, por tanto, no es una utopía o una cosa rara y fanática. Que esta anarquía ha evolucionado con el tiempo, en paralelo a la sociedad, y se ha hecho muy sofisticada en sus métodos de dominio. Por tanto, quienes nos gobiernan y extraen rentas (por la fuerza y con sofisticados argumentos teóricos) son personas como nosotros, autogobernadas en anarquía.
Así, ¿qué tiene de radical o fanático preguntar cuáles son los títulos o derechos de esas personas para gobernarnos, para librarnos supuestamente de esa anarquía en la que ellos mismos ya viven y florecen?
MURRAY N. ROTHBARD
PRÓLOGO
PODER Y MERCADO:
LA TEORÍA DE LA POLÍTICA PÚBLICA
DE MURRAY ROTHBARD
Miguel Anxo Bastos Boubeta
Departamento de Ciencia Política
y de la Administración
Universidade de Santiago de Compostela
1. La teoría austriaca sobre intervencionismo, regulación yolítica pública
Los estudios de políticas públicas, de teoría de la regulación e intervencionismo son los hermanos menores de la teoría austriaca. Esta, desde siempre, ha preferido habitar los territorios de la alta teoría y ha relegado desde sus inicios los estudios aplicados a problemas concretos a los márgenes. Al ser una escuela metodológicamente teórico-deductiva, y rechazar por consiguiente el empirismo, sus estudios más acabados se centran en cuestiones de método, sobre fundamentos de teoría económica como capital, precios, cálculo económico y dinero o sobre grandes problemas de organización social como el capitalismo o el socialismo. Los relativamente escasos libros que los austriacos dedican a problemas de política pública e intervención se cuentan entre las obras menores de la escuela, y muchos de los grandes autores, en especial los fundadores casi ni se dignan a tratarlos.
Mises, autor central en la escuela, si bien aborda el tema en "La acción humana" no redacta un tratado sistemático sobre el tema, pues su "Crítica del intervencionismo" o su "Planning for Freedom" en los que se aborda el tema no son más que compilaciones de trabajos sobre este tema. Hayek tampoco dedica mucho espacio en su obra a temas de política pública, hay que ir bien a la prehistoria de la escuela en autores como Bastiat y sus "Sofismas económicos", a divulgadores como Hazlitt o bien a autores situados en sus fronteras como Randall Holcombe, George Reisman o Pascal Salin o bien a trabajos sobre teoría de la planificación para encontrar tratados que aborden de forma sistemática estos temas. Y eso que los austriacos son una escuela prolija en la redacción de libros sistemáticos y de gran volumen.
Tampoco se caracterizan los textos existentes por elaborar una teoría general de la intervención, que a nuestro entender tiene que venir del desarrollo de un caso particular de la teoría de la imposibilidad del cálculo económico en el socialismo, del mismo tipo que explica la imposibilidad del cálculo económico dentro de una organización a partir de un determinado tamaño o la que pudiese, pues aun está sin desarrollar como tal, explicar la imposibilidad teórica de un imperio a escala mundial. Porque en efecto el problema del intervencionismo es también un problema de cálculo económico, algo que solo en esbozo está tratado por la escuela austriaca, al ser un tipo particular de socialismo y en el que se dan fenómenos de umbral en cuanto al tratamiento de información lo que impediría la formulación de una política correcta, de poderse definir en que consiste esta, claro está.
La diferencia entre el socialismo total y el intervencionismo es un problema de escala pero no de esencia, peor en cualquier caso el planificador no dispone de la información vía precios necesaria para poder realizar correctamente sus cálculos y de ahí que no sea capaz de acertar en la determinación de la cantidad y calidad de los bienes o servicios ofertados ni que conozca la forma más correcta económicamente de producirlos. Esto es agravado por el hecho de que muchas de las políticas diseñadas e implementadas por las agencias estatales se sitúan en ámbitos no catalácticos de la vida social, esto es sectores de la vida social como la determinación oficial de una lengua, la determinación de leyes matrimoniales o la implantación de códigos de justicia en la que no hay precios monetarios, bien porque no hay posibilidad praxeológica de determinarlos, bien porque en el momento histórico de la intervención no hay mercados establecidos para los mismos, y por lo tanto la información que pudiese venir de otros lugares o tiempos (que es lo que evita que el intervencionismo termine en caos, como ocurrió en el caso de las experiencias comunistas del siglo XX) no existe en lacantidad necesaria como para servir de marco de referencia, de forma que los daños de la intervención se agravan aun más que en el caso de una intervención de orden cataláctico.
El problema aquí no es solo el de desviar la acción social de sus guías, que son los precios de mercado y que de alguna forma pueden servir como referente, sino intervenir en lugares donde no hay ni puede haber precios que sirvan de referencia, por lo que la descoordinación causada por la intervención estatal puede hacer un daño aun mayor al noexistir ningún patrón de medida. Buena parte de la política pública si bien tiene aspectos catalácticos tiene muchos otros que no lo son y muchas veces unos y otros se encuentran mezclados entre sí. La educación pública, por ejemplo, tiene un elemento cataláctico, sus costes económicos, y uno no cataláctico, el adoctrinamiento del cual es imposible determinar cuáles son sus costes y sobre todo cual hubiera sido el tipo de educación escogido, en contenido, cantidad y calidad, en ausencia de una política pública educativa.
La escuela pública juega con el referente de precios de las escuelas privadas existentes y en ese aspecto puede orientarse, pero no pude conocer cuáles serían los costes no catalácticos de la intervención educativa, pues los contenidos y la calidad de la educación vienen determinados por el obligación de enseñar un mismo currículo, un mismo número de horas, bajo la amenaza de no conceder validez formal a dichos títulos.
La educación pública descoordina las actuaciones de padres y alumnos obligándolos a aprender unos contenidos no solo que no desean sino que en muchos casos agreden los valores de padres y estudiante. El nivel académico, la calidad de la enseñanza, y la cantidad de la misma, esto es el número de horas semanales y de años que los estudiantes deben asistir obligatoriamente, son ambos fijados por los planificadores educativos. Estos no conocen ni la capacidad intelectual de sus consumidores ni sus preferencias presentes y futuras en lo que respecta al precio a pagar o a su valoración relativa del tiempo de estudio frente a otras alternativas como trabajo u ocio, ni tienen la información que deriva de los precios para guiarse, por lo que necesariamente tienen que suministrar un producto que no satisface ya sea por exceso o por defecto a sus obligados consumidores. Lo mismo ocurre con los demás servicios públicos, o bien son producidos en mayor cantidad o bien en menor de lo que los consumidores realmente desean, por lo que en cualquiera de los casos hay descoordinación social.
Son estos espinosos asuntos los que pudieran haber alejado a los grandes autores austríacos de los temas de política pública en general, pues su falta de precisión les lleva a no estar tan cómodos en sus conclusiones y recomendaciones y les obligaría a adoptar una postura sobre la política pública no cataláctica muy semejante a la que adoptan sobre la política cataláctica, esto es, demostrar su imposibilidad y las consecuencias negativas no previstas, y derivar por tanto en posturas anarquistas no solo en el ámbito económico sino en otros ámbitos de la sociedad, algo que no todos estarían dispuestos a hacer, pues excepto Rothbard ninguno de los teóricos clásicos de la escuela fue anarquista. En cualquier caso es una contradicción por su parte limitar el análisis teórico del intervencionismo al ámbito económico y no extenderlo a otros ámbitos de la intervención pública.
La teoría austriaca del intervencionismo tiene otras carencias, y es que no se ha preocupado mucho hasta el presente de meditar sobre las complejas causas de la intervención, que no siempre lo son por motivos de lucro en sentido estricto pues pueden influir factores ideológico o imperativos de corte político, y volveríamos a entrar en el problema presentado antes de dilucidar el peso relativo de todas y cada una de las causas que conducen a la intervención. Tampoco se ha interesado mucho, salvo los trabajos de Ikeda y Bradley, en ofrecer una visión dinámica del proceso de intervención, algo contradictorio en una escuela que enfatiza los análisis dinámicos sobre los estáticos. Esto es, falta aun explicar cómo se determinan en cada momento los límites a la intervención, porque en las modernas economías capitalistas no se alcanza nunca a intervenir completamente todos los sectores del mercado ni se llega nunca a la desintervención total.
Habría que integrar una teoría del poder político y de las ideas e intereses que lo influyen para determinar cómo se establecen estos límites y en qué medida la imitación y competencia entre países influyen en esta dinámica. Por último tendría que explicar las alternativas que brindan los mercados a la intervención estatal, en especial el funcionamiento de los mercados negros de bienes intervenidos, sobre el que existen muy pocos trabajos y las dinámicas de corrupción que engendra la intervención, que son un rasgo característico de la intervención estatal en la vida social. De ahí la importancia que cobra la publicación de la traducción de uno de los pocos libros teóricos que la escuela ha dedicado al tratamiento sistemático de la política pública, no solo por ser un bien escaso dentro de la tradición austriaca, sino porque tampoco las traducciones que se han hecho al español de los clásicos de esta escuela se prodigan mucho en el interés por estos temas. Si ya son relativamente pocos los libros sobre políticas públicas en la escuela austriaca, los editores españoles han optado también por preferir estos temas y no han optado a la hora de decidir sus publicaciones por libros de esta temática, y eso a pesar de que en España existe una muy rica tradición en materia de política social e intervencionismo, casi toda ella elaborada desde un punto de vista favorable al intervencionismo, y por lo tanto la necesidad de bibliografía crítica con esta tradición se hace especialmente acuciante.
2. La teoría de la política pública y el intervencionismo de Murray Rothbard
La visión que Murray Rothbard (1926-1995) alumno y discípulo de Mises en Nueva York nos ofrece sobre la política pública es similar en la forma a lade su maestro y a la del resto de la escuela, pero en el fondo es muy distintadado que su rechazo a la intervención pública es total y no parcial, y su fundamentación es moral y no utilitaria como la de su maestro. Esto es, si Mises, por ejemplo, critica una regulación laboral lo hará argumentando que aumenta el desempleo o distorsiona la estructura productiva. Rothbard, encambio, lo hará afirmando que es inmoral que una tercera parte, el Estado, impida por la fuerza un acto económico entre dos adultos consintientes.
Para Rothbard lo que hace intrínsecamente perversa la intervención estatal encualquier ámbito es que implica, directa o indirectamente, el uso de la fuerza física y, por tanto obligar a las personas a actuar de una forma que no se llevaría a cabo en ausencia de violencia. La política pública es para Rothbard violencia pura y dura enmascarada y justificada con argumentos de orden teórico elaborados por intelectuales camarlengos al servicio del poder político. La teoría de la política pública de Rothbard es pues coherente con su teoría del poder político, pues su visión es la propia de un anarquista que ve alestado como un ente criminal y agresor que impone sus decisiones por la fuerza y en beneficio de una casta dominante.
La educación pública yobligatoria se encargaría de inculcar en los ciudadanos la idea de la necesidadde la existencia del Estado y de su intervención en aspectos concretos de lavida social para corregir las “injusticias” y los “fallos” del mercado.
La labor de Rothbard a la hora de explicar la política pública parte de una situación en la cual la mayor parte de la población y la inmensa mayoría del establishment académico no solo apoya y justifica la intervención estatal sinoen que en muchos casos la reclama aun en más cantidad. De ahí se deriva quela primera tarea que hay que llevar a cabo para revertir esta situación sea la de deslegitimar la intervención estatal. Así Rothbard dedicará un trabajo acriticar la economía del bienestar, la idea de que los gobernantes pueden realizar comparaciones intersubjetivas de utilidad y escoger por consiguienteuna alternativa de política que maximice el bienestar social.
En otras obras criticará conceptos que forman parte de la retórica estatista como el de eficiencia o el de igualdad y por último pasará a desmontar la retórica de los bienes públicos y a cuestionar la pertinencia de su gestión por parte delos actores estatales. El objetivo no declarado pero implícito en su obra es formular un sistema teórico de oposición al Estado, y por ello el segundo escalón de su obra sería el de establecer una crítica sistemática a todas y cada una de las intervenciones del Estado en la vida social y, cuando decimos todas es todas, incluyendo sanidad, educación, defensa, justicia y obras públicas y a ello dedica un libro, "Hacia una nueva libertad", que pretende ser un manifiesto libertario pero que queda configurado como un magnífico manual de (anti) políticas públicas.
En este libro además de exponer las críticas al funcionamiento gubernamental en todos sus ámbitos se establece también una estrategia de salida para todas y cada una de las políticas, alternativas de mercado a la prestación del servicio público cuestionado y una estrategia global de actuación política para aproximarse a una sociedad anarcocapitalista.
El libro que estamos presentando pertenecería este nivel decrítica, si bien se centra exclusivamente en la crítica de políticas catalácticas.
El tercer nivel de crítica de Rothbard es el que se refiere a la críticasistemática del Estado como institución que él define como criminal yagresora, labor que realiza en un libro de carácter filosófico, "La ética de la libertad", en el que estudia en profundidad la naturaleza del Estado. Para Rothbard el Estado es un ente intrínsecamente perverso, dado que a diferencia de las relaciones de mercado que son de índole voluntario, el Estado es siempre una relación basada en la fuerza lo que implica que ya sea en su directa actuación, ya en la forma en que se financia, se impide a los ciudadanos hacer uso de su libertad bajo amenaza de ser sancionados e implica en mayor o menor grado una agresión por parte de las instituciones que lo conforman.
Conviene apuntar aquí, que la visión rothbardiana del poder es muy restringida y que poder para él es toda relación humana en que una de las partes cede a las pretensiones de la otra bajo amenaza de algún malo de ser privada de un bien al que legítimamente tiene derecho. Rothbard distingue así implícitamente el poder político, que implica fuerza o amenaza de daño de otras categorías de acción humana como la autoridad o la influencia, que son relaciones humanas también desiguales, pero en las que no existe coerción. De esta forma todo poder es político, lo cual no es sinónimo de estatal pues el Estado es una de las múltiples formas de poder político que pueden existir, y todo poder es ejercido por personas concretas con intereses concretos, lo que no es más que una derivación lógica de lindividualismo metodológico que propugna la escuela austriaca.
Siguiendo este razonamiento no hay tal cosa como poder económico desde que una delas partes tiene que dar algo a cambio para obtener obediencia y desde que la relación puede ser terminada libremente por cualquiera de las partes sin sufrir estas ningún daño o sin perder algo a lo que se tuviese legítimo derecho. La conclusión de Rothbard es que el Estado no solo es criminal, sino que considera criminales a quienes se comportan de la misma forma que élbuscando detentar el monopolio del mismo, y por tanto cualquier acción que el emprenda viene viciada de origen, incluso las de defender el territorio o elaborar leyes. En su sistema construido sobre los tres pilares aquí expuestos pretende no dejar ni un solo espacio de legitimación teórico a las instituciones estatales, dejando la carga de la prueba de la necesidad el Estado a sus rivales que son quienes han de demostrar primero que es lo que diferencia en esencia a determinadas funciones sociales para que no puedan ser prestadas por el mercado y segundo, cuáles deben ser estas y con qué criterio pueden ser determinadas.
3. Génesis e importancia de Poder y mercado
Al igual que otro gran libro de política como "El príncipe de Maquiavelo", "Poder y mercado" no fue concebido como un libro separado sino como partede una obra más grande, y al igual que aquel fueron circunstancias de coyuntura las que decidieron su edición separada. Ganar el favor de un príncipe, el primero, y el favor de un editor el segundo. A comienzos de los 50 Rothbard colaboraba con una fundación libertaria (en el sentido norteamericano de la palabra) el Volker Fund, que había financiado también las posiciones docentes de Mises y Hayek, y le fue encargado la redacción deun libro de texto introductorio de economía, que supliese las deficiencias tanto de los textos próximos a la escuela austriaca existentes en la época comolos manuales de Taussig o Fetter como presumiblemente los errores de otros textos populares en la época como las primeras ediciones del manual de Samuelson, auténtico propagador de valores intervencionistas desde 1948 hasta hoy.
El resultado de lo que pretendía ser un manual introductorio de breve extensión se convirtió en una gigantesca obra de cerca de 1,500 páginas, que hubo que dividir en dos libros para que el editor aceptase su publicación. La primera parte de la obra, Man, Economy, and State, que cubre los aspectos más generales de la teoría económica fue publicada en 1962, mientras que Power and Market tuvo que esperar hasta 1970 para ser publicado. Si bien no era intención del autor dividir el libro en dos partes, la división no alteró sustancialmente la naturaleza de ambos libros e incluso en algunos aspectos puede haber tenido alguna ventaja, porque al leerlos separadamente se eliminan algunas redundancias que existen en el texto conjunto y además se hace posible la existencia de un texto teórico sobre políticas públicas que puede ser leído separadamente y ser usado como texto introductorio a esta disciplina.
Este tratado hace aportaciones de extraordinario interés en muchas áreas de política gracias al uso de métodos praxeológicos para abordarlas y visto en perspectiva abre el debate con posturas propias sobre temas hoy en día muy relativos, pero que en el momento de la publicación del libro no lo eran tanto. Por ejemplo es coherente desde su punto de vista anarquista en su crítica, eso sí matizada, a los derechos de propiedad intelectual, o a las restricciones a la inmigración, o a la oposición a la subordinación del desarrollo económico a los principios de la economía sostenible reabriendo en cada caso, y ahora a la luz de la teoría austriaca, viejos debates de política pública y dándoles un enfoque singularmente nuevo.
En segundo lugar es el primer tratado sobre intervencionismo que realiza una tipología sistemática de los tipos de intervención en la que se los considera a todos ilegítimos siendo el criterio de clasificación la forma en que el Estado se relaciona con los ciudadanos a él sujetos, autista, cuando el Estado impide el uso del propio cuerpo, binaria cuando el Estado impone a un individuo o grupo una prestación, ya sea personal o pecuniaria y triangular cuando el Estado prohíbe por la fuerza interacciones llevadas a cabo entre sí por terceras personas consintientes. Es también políticamente incorrecto su tratamiento del soborno y la corrupción. Para nuestro autor esta responde en buena medida a la intervención estatal y hacer uso de ellos es en muchos casos un arma de defensa del ciudadano contra el abuso de poder estatal y en muchos otros una forma de usar el poder político en servicio propio, pero encualquiera de los casos se minimizarían con una radical reducción de lintervencionismo público.
Otra de las principales aportaciones del libro es su extenso y novedoso tratamiento de la fiscalidad y las consecuencias que los tributos tienen no solo sobre la actividad económica inmediata, sino sobre la estructura productiva y la acumulación de capital. Rothbard afirma que no hay tributo neutro, no hay un tributo mejor que otro y que lo que importa es el monto total del tributo no la forma que este adopte.
El libro está escrito no solo en perspectiva económica, como la mayoría de los tratados al uso, sino que incorpora sutiles reflexiones sobre ciencia política y en ningún momento desliga la intervención del fenómeno del poder político. Por desgracia no desarrolla lo suficiente alguna de sus afirmaciones, como cuando afirma, refiriéndose al postulado de Hayek de que en política los peores se sitúan siempre a la cabeza, que constituye una ley praxeológica el hecho de que los más capaces en cada actividad se colocan siempre a la cabeza de la misma y dado que la política requiere de ciertas habilidades, entre las que destacan la capacidad de manipulación y engaño, los más capaces en estas serán los que triunfen.
Un libro reciente de Bryan Caplan, al referirse a la política en las democracias contemporáneas explica, desarrollando las intuiciones de Rothbard, como en democracia el político electo es aquel que es más hábil en ofrecer a los votantes lo que estos quieren en cada momento y en argumentar las ofertas electorales de tal forma que seadapten a las ideas de la mayoría de los ciudadanos. Triunfa aquel que es más hábil en camuflar sus ideas y en adaptarlas al gusto de la mayoría de los consumidores, no aquel que promueva las medidas más eficaces para alcanzar los fines propuestos.
En democracia, es la conclusión a que llega Caplan y a la que apunta Rothbard, el ciudadano obtiene lo que quiere y tiene lo que merece.
Un ciudadano educado necesita, por tanto, conocer cuáles serán las consecuencias previsibles de las políticas que anhela. Pocos libros hay mejores que este, para comprender a qué nos llevaría guiar las políticas públicas por tópicos y propuestas presentadas como de “sentido común”, que en muchos casos a lo que conducen es al desastre económico y social.
PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN
Instrucciones de uso: Si odia el Estado, lea este libro. Si ama el Estado, ¡lea este libro! Estudiantes, personas con cierta educación y académicos, todos pueden sacar provecho de "Poder y mercado". En este libro, Murray N. Rothbard usa la economía positiva para analizar varias ideas y propuestas que alteran los resultados del mercado. Allá donde los defensores del gobierno ven numerosas razones por las que el gobierno “necesita” hacer esto o lo otro, Rothbard pone restricciones a las fantasías políticas de la gente. Demuestra cómo el Estado no es una entidad benigna que pueda resolver fácilmente los problemas del mundo. Más bien, el Estado sería un aparato imperfecto e inherentemente coactivo.
"Poder y mercado", treinta y cinco años después de su publicación original, sigue siendo uno de los análisis económicos más sistemáticos del intervencionismo gubernamental. El tratado de los principios de Rothbard Man, Economy, and State (Hombre, Economía y Estado) describe la economía de los intercambios del mercado, "Poder y mercado" describe la economía de la intervención gubernamental. Rothbard deja claro que la economía es una ciencia libre de valores que no ofrece juicios éticos definitivos, pero asimismo apunta que la economía puede usarse para criticar ciertas posiciones: “Si puede demostrarse que un objetivo ético es contradictorio y conceptualmente imposible de cumplir, este es claramente absurdo y debería abandonarse completamente”.
En cierto modo, el libro puede considerarse como un ejemplo temprano de economía de la elección pública, porque utiliza la economía para analizar al gobierno y ciertamente quita a la política todo encanto. Pero Rothbard difería de los economistas de la elección pública como James Buchanan y Gordon Tullock (y, en realidad, de todos sus contemporáneos, en que consideraba consecuentemente al Estado como una institución coactiva, una institución que no se creó para que todos mejoraran.
Los capítulos centrales de "Poder y mercado" ofrecen una tipología y exposición de los distintos tipos de intervención estatal. Una intervención binaria se produce cuando el Estado interfiere directamente con una parte privada (p. ej., impuestos o gastos público) y una intervención triangular, cuando este interfiere en la interacción entre dos partes (p. ej., controles de precios o regulaciones sobre productos). ¿Mejora la gente cuando el Estado les quita su dinero contra su deseo? ¿Mejora la gente cuando el Estado gasta su dinero en algo que no habrían comprado? ¿Mejoran las partes cuando se les impide realizar un intercambio que ambas consideran beneficioso? Una pista: ¡La respuesta correcta es no! Lea los capítulos 3, 4 y 5 para ver las explicaciones de Rothbard.
A lo largo del libro, Rothbard describe cómo el gobierno no es una fuerza benigna, como asumen muchos partidarios de este. El gobierno es una institución coercitiva que interfiere en las relaciones voluntarias del mercado. En caso de que haya quien no quiera esperar para descubrir lo lejos que llega la lógica de Rothbard, este empieza en su capítulo 1 ¡nada menos que con una explicación de por qué es innecesario el gobierno!
"Poder y mercado" es notable porque “es el primer análisis de la economía del gobierno que argumenta que ninguna provisión de bienes o servicios requiere la existencia del gobierno”.
Antes que Rothbard, incluso los principales teóricos del libre mercado, como Ludwig von Mises, Henry Hazlitt, Ayn Rand y Friedrich Hayek, habían asumido que sencillamente el Estado debe proveer servicios como la aplicación de la ley. Rothbard cree que la aplicación de la ley debe analizarse en términos de unidades marginales e, igual que otros bienes, estas unidades marginales pueden proveerse privadamente. Menciona brevemente algunos ejemplos de aplicación privada de la ley para luego especular acerca de cómo podría funcionar un sistema puramente privado. ¿Ha sido demasiado utópico? Rothbard responde:
Esta idea es, con mucho, más aceptable que la verdaderamente utópica de un gobierno estrictamente limitado, idea que no ha funcionado nunca históricamente. Y eso es comprensible, pues el monopolio estatal de la agresión unido a la consecuente ausencia de control del libre mercado le ha permitido superar fácilmente cualquier restricción que personas bienintencionadas han tratado de colocarle.
El anarquismo libertario influenció a muchos pensadores posteriores, quienes han escrito desde entonces múltiples artículos y libros basados en la idea de que el gobierno es innecesario.
Además de romper moldes en su momento, el libro es extraordinariamente importante para la economía política actual. Por ejemplo, el último capítulo de "Poder y mercado" es una dura crítica a la ética antimercado, que mantiene e incluso aumenta en popularidad en estos momentos. Tomemos la opinión de muchos economistas del comportamiento modernos que argumentan que la sociedad no debería confiar en el libre mercado, porque la gente no siempre sabe lo que es mejor para ellos. Rothbard está de acuerdo en que la gente a menudo comete errores, pero no lo está en que eso justifique el paternalismo. Si la gente no sabe qué es mejor para ellos, ¿cómo pueden estar capacitados para elegir a los líderes que lo hagan?. O tomemos la opinión popular de muchos economistas de la elección pública a favor de la aplicación de la ley por el gobierno, porque la naturaleza humana es imperfecta. Rothbard está de acuerdo en que los hombres no son ángeles, pero eso no justifica que les gobiernen. Si los humanos son tan malos, ¿cómo podemos esperar que un gobierno coercitivo compuesto por humanos mejore la situación? Rothbard contesta estos argumentos y muchos más.
En "Poder y mercado" no se descuida ningún aspecto de la intervención gubernamental. Los argumentos de Rothbard deberían hacer que quien quiera resolver problemas utilizando medios políticos lo piense dos veces. Para Rothbard, el Estado no es perfecto, deseable o necesario: ¡es más bien lo contrario! El Estado, en todas sus formas, es dañino para la sociedad civil y si realmente queremos mejorar el mundo debemos mirar más allá del gobierno. Las soluciones reales no están en el poder, sino en el mercado.
EDWARD STRINGHAM
VER+:
La democracia según John Stuart Mill
Hay que controlar los poderes del estado y colocarlos solo en el ámbito de la vida publica. John Stuat Mill valora como un bien precioso la libertad en el ámbito privado: la libertad de pensamiento elementos de máxima importancia en su pensamiento.El estado puede intervenir y castigar aquellos hombres que hayan cometido infracciones las cuales perjudiquen a mas personas, teniendo presente que el estado solo puede legislar en lo publico mas no en lo privado.
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Guerra y Construcción Del Estado Como Crimen Organizado -
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En el lenguaje americano contemporáneo, la palabra “protección” tiene dos acepciones contrapuestas. Una conforta; la otra, inquieta. Por un lado, “protección” evoca las imágenes de refugio contra el peligro que ofrece un amigo poderoso, una amplia póliza de seguros o un tejado robusto. Por otro, evoca el negocio mediante el cual el cacique local obliga a los comerciantes a pagar un impuesto para evitar peligros con los que el propio cacique les amenaza. La diferencia es un problema de grado: un sacerdote que sermonea sobre el infierno y la perdición recibirá colectas de sus feligreses sólo en la medida en que éstos crean sus predicciones. El gángster del barrio puede realmente ser, como él mismo afirma, la mejor garantía de un burdel frente a la intervención policial. Cuál de estas imágenes evocadoras de la “protección” viene a la mente depende principalmente de nuestra evaluación de la realidad y de la externalidad de la amenaza: el que ejecuta al mismo tiempo tanto el peligro como, por un precio, la protección ante el mismo, es un chantajista; aquel que facilita una protección necesaria pero tiene un escaso grado de control sobre la aparición del peligro se legitima como protector, especialmente si su precio no es mayor que el de sus competidores; y finalmente, el que ofrece una protección fiable y barata tanto ante los chantajistas locales como ante los intrusos de fuera hace la mejor oferta de todas.
Los defensores de determinados gobiernos o del gobierno en general, argumentan, precisamente, que éstos ofrecen protección frente a la violencia local y la externa. Afirman que los precios que cobran apenas cubren los costes de la protección. Califican a las personas que se quejan de sus precios de “anarquistas”, “subversivos” o ambas cosas. Sin embargo, definen como chantajista a la persona que crea la amenaza y después cobra por su eliminación. La provisión de protección por parte del gobierno, partiendo de esta definición, puede entonces calificarse con frecuencia como chantaje, en la medida en que las amenazas frente a las que un gobierno determinado defiende a sus ciudadanos son imaginarias o son consecuencia de sus propias actividades, el gobierno ha establecido un negocio de protección. Desde el momento en que los propios gobiernos con frecuencia simulan, favorecen o incluso inventan amenazas o guerras externas y desde el instante en el que las actividades de represión de los gobiernos a menudo constituyen las amenazas más importantes para sus propios ciudadanos, muchos gobiernos actúan, en esencia, del mismo modo que los chantajistas. Existe, por supuesto, una diferencia: los chantajistas, según la definición convencional, actúan sin el beneplácito de los gobernantes. ¿Cómo obtienen su autoridad los gobiernos chantajistas? Desde el punto de vista práctico y ético, éste constituye uno de los enigmas más antiguos del análisis político. De acuerdo con Maquiavelo o Hobbes, los observadores políticos han reconocido que, hagan lo que hagan, los gobiernos organizan y, si es posible, monopolizan la violencia. Poco importa si consideramos la violencia en un sentido limitado, como el daño a personas o cosas, o en un sentido amplio, como la vulneración de los deseos e intereses de la gente. Desde cualquier punto de vista, los gobiernos se diferencian de otras organizaciones por su tendencia a monopolizar las formas de violencia. La distinción entre fuerza “legítima” e “ilegítima”, además, importa poco en la práctica. Si consideramos que la legitimidad se deriva de la conformidad con un principio abstracto o del consentimiento del gobernado (o de ambas a la vez), estas condiciones pueden servir para justificar, quizás incluso para explicar, la tendencia a monopolizar la fuerza. No contradicen por tanto la realidad, los hechos.
La delgada y difusa línea que separa la violencia “legítima” e “ilegítima” apareció en los escalafones más altos del poder. En los primeros momentos del proceso de construcción del estado muchos de los implicados defendieron el derecho a utilizar la violencia, su empleo propiamente dicho o ambos a la vez. La prolongada relación amor-odio entre los potenciales constructores del estado y los piratas y bandidos ilustra esta división. “Detrás de la piratería en el mar actuaban las ciudades y las ciudades-estado”, escribe Fernand Braudel respecto al siglo XVI. “Detrás del bandolerismo, esa piratería terrestre, estaba la ayuda constante de los señores”3. De hecho, en tiempos de guerra los dirigentes de estados plenamente constituidos, a menudo encargaban a corsarios o contrataban a bandidos para que atacasen a sus enemigos, y animaban a sus tropas regulares a conseguir botín. En el servicio real, se esperaba de los soldados y marineros que se proveyesen por sí mismos a costa de la población civil: requisando, violando, saqueando... Cuando se desmovilizaban, continuaban con las mismas prácticas, aunque sin la protección real: los buques desmovilizados se convertían en barcos pirata; las tropas desmovilizadas, en bandidos.
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