sábado, 16 de julio de 2022

LIBRO "HISTORIA DE LAS IDEAS CONTEMPORÁNEAS": «Cada generación cree que su locura no tiene precedentes, pero somos humanos y tendemos a repetirnos a nosotros mismos»


«Cada generación cree que su locura no tiene precedentes, 
pero somos humanos y tendemos a repetirnos a nosotros mismos»
G.K. CHESTERTON

MARCOS LÓPEZ HERRADOR


A lo largo de la Historia, la idea de progreso ha sido una fuente de inspiración para concebir la sociedad como comunidad que avanza y se perfecciona a través del conocimiento y el esfuerzo colectivo y en este sentido las ideas contemporáneas han puesto en pie una forma radicalmente distinta de entender el mundo. Desde Mayo de 1968, pareció que la transgresión se elevaba a la categoría de dogma y la nueva ortodoxia en rebeldía. En los últimos cincuenta años, nuestra sociedad ha sido remodelada a una velocidad y con una intensidad jamás conocidas. 

La representación de la realidad predomina sobre la realidad misma. La clave del cambio histórico se encuentra en el control de las percepciones, para imponer un relato, que permita desplazar los hechos desde lo político a lo moral, y desde la razón al sentimiento. Los tumultos de aquel Mayo francés fueron protagonizados por la generación de jóvenes más beneficiados de un sistema -implantado tras la Segunda Guerra Mundial- de paz, seguridad, prosperidad y desarrollo personal jamás conocido en la evolución de la humanidad. Sin embargo sorprendió al establishment político del momento que esa misma generación cuestionase todo el sistema del que se habían beneficiado, y lo hicieran además en favor de ideas decididamente procomunistas. No eran obreros ni campesinos los que se rebelaban, sino burgueses y pequeñoburgueses a los que nada faltaba. Las ideas que entonces se defendieron han sido adoptadas por la élite globalista, neoliberal y ultra capitalista, para imponer como dogma una ideología para el siglo XXI, que pretenden sea adoptada por todos. 

«Si abrimos una disputa entre pasado y presente, encontraremos que hemos perdido el futuro». Wisnton Churchill. 
«Las ideologías nos separan, los sueños y la angustia nos unen». Eugène Ionesco.

INTRODUCCIÓN

Nada en lo que se ha dado en llamar «progre» tiene envergadura. Su visión carece de profundidad, valor o criterio, pues no pasa de ser el resultado de asumir consig­nas o mantras impuestos por el pensamiento hegemónico de lo políticamente co­rrecto. Su valor moral es inexistente, pues se limita a hacer meras referencias sobre grandes intenciones que en la práctica cursan como excusas para montar momios económicos y fuentes de corrupción para los fieles. Su valor social queda en mera propaganda. Aquellos que se califican como progres proclaman que están en la lu­cha contra las fuerzas sociales del mal que nos oprimen y, llenos de legitimidad, crean una imagen mental sobre sí mismos de carácter épico que en realidad se re­duce a colaborar con alguna O.N.G. u otros chiringuitos gubernamentales de los que obtienen no escasos recursos, limitándose en ocasiones a asistir a manifesta­ciones en las que son cuidados por la policía, y en las que el mayor riesgo que co­rren es el de coger frío.

Lo que resulta asombroso es cómo este grupo, más o menos pintoresco, despre­ciado incluso por los verdaderos líderes del pensamiento hegemónico, ha llegado a constituir la argamasa, los cimientos sobre los que se apoya el mayor ataque, y el más destructivo, que Occidente ha conocido, considerando además que viene de una parte de los propios integrantes de quienes forman parte de la comunidad oc­cidental. Si los progres fuesen material de construcción no serían considerados más que como cascotes, pero ¡ojo! Los cascotes tradicionalmente han sido utiliza­ dos para los cimientos sobre los que construir el resto.

Occidente está viendo socavados todos los principios sobre los que sustenta su existencia. Precisamente aquellos que han procurado a la humanidad los mayores logros, los mayores avances y el mayor bienestar que esta ha conocido.
Merece la pena profundizar, por tanto, en el análisis de cómo hemos podido llegar a esta situación.
Si la denominación progre viene de progresista, y progresista viene de progreso, creo que merece la pena conocer cómo se ha formado la idea de progreso en los últi­mos dos mil quinientos años porque esto nos dice mucho sobre lo que significa Oc­cidente y, también, de cuál ha sido su proceso de construcción. Ello nos dará, ade­ más, una idea de qué es lo que se pretende destruir.

Ocurre lo mismo con el concepto de progresista, término que encuentra sus oríge­ nes en la Ilustración y que toma cuerpo durante la Revolución francesa.
Y, por último, encuentro que no está de más conocer los antecedentes inmediatos, que se han producido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Es entonces cuando pienso que procede analizar el fenómeno en la actualidad por­que, desaparecido el bloque comunista, solo quedan algunos países testimoniales con ese régimen político. Podría decirse que en China sigue en pie, pero este país ha optado por desarrollar una economía capitalista basada en el neoliberalismo y se ha convertido en el principal actor del globalismo mundial. Ya no tiene interés en la revolución y mucho menos en exportarla. El comunismo se mantiene solo como una forma de dictadura que garantiza el orden en el actual régimen, del que depen­den mil doscientos millones de personas.

Entiendo que merece mucho la pena detenerse a analizar las consecuencias de la desaparición del comunismo en los países que formaban el bloque del Pacto de Var­sovia. Porque, a partir de entonces, el capitalismo, en lugar de mostrar la bondad de su sistema de producción como instrumento para dotar a la humanidad de cuantos bienes, productos y servicios pudiese demandar para satisfacer sus necesidades y hacer buena la idea de que la libertad económica da lugar a la libertad política y a la implantación generalizada de la democracia, en lugar de eso, repito, mostró su ros­tro más siniestro, desatando una voracidad insaciable para hacerse con toda la ri­queza disponible del planeta, condenando a la desigualdad y la miseria a amplias masas de la población, prefiriendo enriquecer a la única potencia comunista que quedaba en pie, antes de contener su inclinación a depredarlo todo.

Digo que merece la pena detenerse a analizarlo porque la desigualdad y la injusti­cia generadas con ese proceso son la causa inmediata de los actuales populismos de extrema izquierda que tan lesivos están resultando para Occidente.
Porque, aunque el comunismo haya desaparecido, la fuerza destructiva del mismo se ha conservado por las élites globalistas para utilizarla como un instrumento más en sus manos para alcanzar sus fines. Hoy, derecha o izquierda no son más que términos convencionales aplicados a la política para designar a fuerzas que se han convertido en instrumentos de la élite dominante para obtener el poder y, desde el mismo, destruir lo que conocemos e imponer un nuevo régimen que responda a sus intereses globalistas.
Si ponemos atención en lo que ocurre en nuestro país, podrá observarse con facilidad que no es descabellada la anterior afirmación. Cualquiera que lo medite podrá caer en la cuenta de cómo derecha e izquierda se comportan como pies de un mismo cuerpo. Cuando la izquierda da un paso imponiendo leyes ideológicas, la de­recha ni las toca cuando gobierna y, del mismo modo, cuando gobierna la derecha imponiendo reformas sociales, laborales y económicas que deterioran el estado del bienestar, resulta que si la izquierda llega al gobierno, ahí se quedan. Ambos res­ponden a los mismos intereses de la élite mundial globalista y neoliberal. Todos si­guen estrictamente las directrices de lo políticamente correcto, y los bobos de la de­recha se matan por demostrar que se puede ser más progre, todavía, sin ser de izquierdas.

La izquierda posmoderna ya nada tiene que ver con el pensamiento de Marx, entre otras cosas porque intelectualmente no dan la talla. La actual izquierda no es una izquierda roja, es una izquierda progre. Es la izquierda de la corrección política que, más que estar cercana al marxismo cultural, se ha convertido en un instrumento de legitimación indirecta del globalismo y el neoliberalismo.
La derecha, ya de por sí defensora de un neoliberalismo a ultranza, está asumiendo (la socialdemocracia) y cada vez más el discurso de lo políticamente correcto, y pierde los papeles por ser homologada entre lo progre.
A la narración de este planteamiento responde la estructura de la exposición de este libro que el lector tiene en sus manos.

l.
Un asunto no menor

Debo admitir que resulta muy fácil, al acercarse al estudio de la cuestión tratada en este libro, caer en la trampa de considerarlo como un tema menor. No son pocas las aproximaciones a su análisis que lo plantean desde un punto de vista un tanto jo­coso, con un tono casi divertido, como si se tratase de una frivolidad.
Una vez más, nos encontramos ante el poder que el lenguaje tiene cuando es dies­tramente utilizado para ponerlo al servicio de la ideología militante.
Progre es una forma coloquial de referirse a un progresista que, según la R.A.E., es una persona de ideas avanzadas. Cáigase en la cuenta de que no damos el primer paso y ya nos encontramos con el poder ideológico del lenguaje, asumido sin pudor por la propia Real Academia de la Lengua, ya que definir progresista como «persona de ideas avanzadas» genera inmediatamente la imagen mental de que hay personas de «ideas atrasadas», o sea, aquellos que no son progresistas. Y para cerrar el círculo vemos que si nos preguntamos qué es una persona de ideas avanzadas, inmediata­mente se nos responderá que un progresista. Perfecto.

Desde un punto de vista estricto, un progresista debería ser considerado como aquel que es partidario y defiende la idea de progreso, por lo que resulta fundamen­tal conocer en qué consiste esta idea, su evolución histórica y su concepción actual. Nótese que todas las palabras utilizadas en relación con el concepto de progresista tienen un contenido positivo, sin discusión. En este caso, y no contentos con ello, además; para referirse a esas «personas de ideas avanzadas» se ha generalizado el uso del término progre. Esta palabra, que no es sino una abreviación, un apócope, de la que procede, produce el efecto de convertir el término en un concepto verdaderamente simpático, ligero y casi frívolo.

A lo largo de esta obra podremos comprobar que un progresista no es precisa­ mente un defensor de la idea de progreso, tal y como se ha entendido a lo largo de la historia. El uso ideológico del lenguaje lo pervierte, y este es uno de los ejemplos en el que tal perversión se hace evidente, pues, si algo representa hoy un progresista es al pensamiento posmoderno, que es lo contrario justamente al progreso. Veremos también que el término progre no tiene nada de simpático o frívolo, y que se ha convertido en uno de los mayores peligros para la supervivencia de la cultura occi­dental europea.

Las más remotas producciones literarias de los pueblos indoeuropeos, primeras manifestaciones de nuestra cultura occidental, aparecen en la India, en sánscrito, allá por el año 2.500 a. C. Resulta evidente, para quien quiera verlo, que la cultura occidental, desarrollada en Europa en los últimos dos mil quinientos años, desde el siglo V a. C. hasta nuestros días, difundida a lo ancho del mundo en los últimos qui­ nientos, está sufriendo el ataque más letal que ha conocido a lo largo de su historia. Si bien este ataque ha alcanzado su forma más virulenta a partir del final de la Se­gunda Guerra Mundial, forma parte de un plan que tiene su origen en el siglo XVIII, conocido como el Siglo de las Luces, que desató la era de los procesos revoluciona­rios cuya etapa está por concluir.

Una lectura que explica cómo hemos llegado 
a la situación en que el mundo se encuentra, 
inmerso en una revolución mundial como no se ha conocido.


En mi libro titulado "La Rebelión de los Amos" tuve ocasión de exponer una visión de qué es la cultura occidental. Entre otras cuestiones, exponía:

La cultura occidental encuentra su fundamento en las aportaciones realizadas por Gre­cia, Roma, el cristianismo y la cultura germánica. Pero el Occidente que conocemos hoy es el resultado de las transformaciones y revoluciones que, desde las Cruzadas, cambian Europa. Entre 1095 y 1291, lideradas por Francia, el Sacro Imperio Romano Germánico y el papado, tienen lugar una serie de largas campañas militares para conquistar Tierra Santa. Una de las consecuencias de estas feroces guerras fue el aumento de los inter­cambios comerciales entre los cristianos y el islam. A pesar de la prohibición expresa del Papa, que pronto se vio atemperada mediante la venta de las correspondientes bulas, los burgueses de las ciudades-estado italianas como Venecia, Génova, Pisa, o la francesa Marsella, vieron aumentar considerablemente su tráfico mercantil con Oriente. 
En con­creto, Génova se enriqueció vendiendo a los musulmanes las armas, materiales de cons­trucción naval y otras mercancías relacionadas con la guerra, como los esclavos recluta­ dos en el Mar Negro para las tropas de élite musulmanas (mamelucos), con las que las dinastías musulmanas de Egipto lograron finalmente expulsar a los cruzados cristianos de las costas de Siria y Palestina.

Durante las Cruzadas, no solo hubo intercambios comerciales, sino culturales. La transmisión de ideas y tecnologías fue más provechosa para la Europa occiidental, que importó notables avances intelectuales como:

- La numeración arábiga.
- El conocimiento de los textos de los autores clásicos griegos.
- Innovaciones económicas y contables.
- Las letras de cambio, que venían siendo utilizadas en el mundo islámico desde el siglo VIII.
- Las matemáticas y el cálculo mercantil.
- Las técnicas financieras.
- Se produjo además el hecho de que las relaciones de los reinos cristianos de Occidente mejorasen por la unión que resultó necesaria para combatir a los infieles.
- La autoridad de los monarcas quedó fortalecida al no tener que luchar contra los gran­ des señores feudales en sus reinos.
- El sacrificio y la lucha por un ideal de orden superior al material elevó el nivel moral de los reinos cristianos.
- Las Cruzadas impidieron que árabes y turcos se apoderaran de Europa, retrasando la conquista de Constantinopla en cuatro siglos.
- Los señores feudales, al ausentarse de sus dominios y someterse a normas para la consecución de un fin, se acostumbraron a obedecer.
- Las Cruzadas perfeccionaron las técnicas de la guerra.
- En el siglo XII, se tradujo a Aristóteles del árabe al latín.
- Los fieros y brutales señores feudales se convirtieron en caballeros y surgió el espíritu caballeresco, inspirado en sus enemigos musulmanes y cuyo modelo, paradójica ­mente, no era otro que el gran Saladino.
-Trajeron nuevos sabores y especias como la pimienta, tan decisivas más tarde para im­pulsar la era de los descubrimientos tras la caída de Constantinopla en 1453.
- La arquitectura encontró un nuevo impulso y nuevos modelos.
- Se fomentó el estudio de la geografía.
- Se fomentó el arte de navegar.
- Se dio un paso enorme en el conocimiento de la medicina.
- Se desarrolló la literatura con el relato de proezas heroicas y aventuras de los cruzados.

No es fácil determinar qué otras influencias nos llegaron a través de poderosos focos como Palermo, Córdoba y Toledo, pero de lo que no cabe la menor duda es que las Cruza­ das están en la base del espíritu imperialista europeo.

Todos los procesos revolucionarios que se desarrollan a partir de las Cruzadas llevan en sí, de forma implícita o explícita, una idea que resulta común y que no es otra que la idea de progreso. El hombre puede avanzar y mejorar sus condiciones de vida materia­ les mediante el desarrollo del conocimiento del mundo y de la naturaleza, así como me­ diante su esfuerzo y pericia. Se establece una especie de línea del tiempo, con un origen y un fin, en la que el hombre es capaz de progresar, mejorando de forma continuada su condición en la tierra. Este planteamiento es diametralmente opuesto a la concepción oriental, que tiene del tiempo una visión circular cuyo paso no lleva hacia ningún obje­ tivo en concreto, ya que la vida es un eterno retorno, un devenir que puede interpretarse en función de la voluntad divina, dentro de sociedades estamentales y muy jerarquiza­ das, con unas élites que se perpetúan por derecho divino en el poder. Para esta forma de ver las cosas, la sociedad y el mundo son así porque Dios lo quiere.

Las Cruzadas pusieron las bases para la gran revolución cultural que fue el Renaci­miento, que se desarrolla entre los siglos XV y XVI con la recuperación de la cultura gre­colatina, dando lugar a un espectacular avance y desarrollo de todas las artes, así como de las ciencias en general y humanas en particular, pues produjo la superación de la concepción teocéntrica de la Edad Media para dar lugar al nacimiento del humanismo, en el que el hombre se constituye en centro y medida de todas las cosas.

El Renacimiento se desarrolla casi a la par que la gran revolución comercial que su­ pone abrir rutas hacia el Extremo Oriente y el descubrimiento de América, que sentarán las bases de una nueva cosmovisión del mundo y del papel de liderazgo mundial que desde entonces Occidente se atribuye. La acumulación de capitales que esta dinámica económica trajo consigo, sentó a su vez las bases del nacimiento del capitalismo y con él, el de la burguesía.
No menor importancia tuvo la revolución religiosa del siglo XVI, con la aparición del protestantismo, que encontró el instrumento perfecto para la difusión de sus ideas en la imprenta, que ya se había introducido entre 1460 y 1480. La Reforma Protestante aportó la ética que forjó el espíritu del primer capitalismo.

Todo este proceso desembocó en lo que conocemos como la Ilustración del siglo XVIII, que fue un poderoso movimiento intelectual y cultural que se produjo principalmente en Francia e Inglaterra desde finales del siglo XVII hasta la Revolución francesa. La Ilus­ tración es así llamada por su manifiesta intención de disipar las tinieblas de la mente humana mediante las luces de la razón. Es por esto por lo que el siglo XVIII fue llamado el Siglo de las Luces, en el que todo se discutió, analizó y agitó, desde las ciencias profa­nas a los fundamentos de la revelación, desde la metafísica a las materias del gusto, desde la música hasta la moral, desde las disputas escolásticas de los teólogos hasta los objetos del comercio, desde los derechos de los príncipes a los de los pueblos, desde la ley natural hasta las leyes arbitrarias de las naciones.

La Ilustración culmina con la Revolución americana de 1776 y la Revolución francesa de 1789, que acaba violentamente con la monarquía absoluta y el Antiguo Régimen, dando paso en lo económico al liberalismo, y dejando atrás el mercantilismo que caracterizó a los siglos anteriores.
Pocas veces un movimiento intelectual ha reunido a pensadores de la talla de Montes­ quieu, Voltaire, Benjamín Franklin, Juan Jacobo Rousseau, Diderot, D 'Alembert, Adam Smith, Emmanuel Kant y Thomas Jefferson, por mencionar a algunos de los más relevantes.

Con la Revolución francesa comienza el periodo histórico en el que hemos vivido y que se ha dado en llamar Edad Contemporánea, en la que hemos visto cómo el Imperio Na­ poleónico extendía irreversiblemente por toda Europa las ideas de la revolución; cómo el liderazgo europeo se extendía al mundo a través de sus imperios coloniales, dos revo­luciones industriales, el desarrollo de sistemas democráticos y de libertades individua­les, la Primera Guerra Mundial, la revolución comunista, la ascensión y desaparición de los fascismos y el nacionalsocialismo, la Segunda Guerra Mundial, la posguerra con el periodo de mayor desarrollo humano, el fin de los imperios coloniales, la Guerra Fría, la revolución tecnológica, el nacimiento del teléfono, cine, radio, televisión, el automóvil, los electrodomésticos, la revolución nuclear, la revolución genética, la revolución espa­ cial, la revolución informática, internet y las nuevas tecnologías d.e la comunicación y la información, la caída del comunismo y el despertar del gigante chino.

Todo esto lo percibimos como un proceso continuo, como ese proceso lineal, antes mencionado, en que parece a todas luces evidente que la humanidad sigue un camino de desarrollo y progreso constante e ilimitado.

Resulta evidente que el largo proceso histórico que forja lo que conocemos como cultura occidental no solo es extenso en el tiempo, sino extraordinariamente com­ plejo, profundo, original, irrepetible y singular. Es el resultado de veinticinco siglos en los que el grupo humano que los ha protagonizado ha volcado, a través de incontables generaciones, lo mejor de sus mejores hombres, sus esfuerzos, sus vivencias, sus sufrimientos y sacrificios, para ir mejorando paulatina, pero sistemáticamente, el nivel de su cultura, su civilización y la concepción ética y moral de la percepción del mundo y de sí mismo, obteniendo con ello las mayores cuotas de prosperidad, bienestar y seguridad que jamás se han conocido en la historia de la humanidad. Este es un patrimonio valiosísimo que no solo nos hace ser lo que somos, sino que nos hace fuertes porque nos proporciona los recursos intelectuales necesarios para superar cualquier adversidad, tanto material como humana.

Pues bien, por razones que a lo largo de las siguientes páginas trataremos de en­tender y analizar, los progres pretenden destruir todo ese patrimonio al entender que, lejos de apoyarse en ese caudal infinito de conocimientos y experiencias acu­mulados, es mucho mejor construir un mundo nuevo partiendo de cero, preten­diendo con ello superar lo que ya conocemos. De no estar viviendo en el mundo ac­tual, y de no tener la experiencia que tenemos de la fortaleza de este planteamiento y de cómo ha llegado a convertirse en el pensamiento hegemónico en nuestra socie­dad, resultaría imposible de creer.



UNA LECTURA DEL PROCESO DE SECULARIZACIÓN
de Mariano Fazio Fernández

El hilo conductor de este recorrido por la historia contemporánea es el proceso de secularización, característico de nuestra cultura, tratado desde una visión cristiana del hombre y de la historia. Tras exponer las claves de la época moderna (siglos XVI-XVII), el autor analiza las principales ideologías contemporáneas -liberalismo, nacionalismo, marxismo, cientificismo- y subraya su papel de religiones sustitutivas. Una tercera parte trata la crisis de la cultura de la Modernidad en el siglo XX, y examina con detalle el nihilismo, la sociedad permisiva y los movimientos culturales de mayor actualidad: feminismo, ecologismo y los nuevos movimientos religiosos. Concluye con un profundo análisis de la relación entre la Iglesia Católica y el mundo contemporáneo.

«Este libro de Mariano Fazio, pretende ser un manual; de ahí que predomine un estilo didáctico y cercano, sin menoscabo de su calidad ensayística». Josemaría Carabante, Aceprensa
«Nos encontramos ante una nueva historia de las ideas, expuesta en forma de manualpara estudiantes de las Facultades de Comunicación, estructurada como «una espe-cie de orientación cultural para un futuro comunicador institucional» (16) y llevadaa término, finalmente y para más señas, «desde la perspectiva cristiana del hombre,de la historia y de la sociedad». Alfredo Verdoy, Estudios Eclesiásticos para Revista Comillas

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por Comunicarnos, por Compartir:

Gracias a ello, nos enriquecemos desde la pluralidad y desde la diversidad de puntos de vista dentro del respeto a la libre y peculiar forma de expresión.

La Comunicación más alta posee la gracia de despertar en otro lo que es y contribuir a que se reconozca.

Gracias amig@ de la palabra amiga.

"Nos co-municanos, luego, co-existimos".

Juan Carlos (Yanka)