sábado, 5 de febrero de 2022

LIBRO "DISIDENCIA ACTIVA": MANUAL CONTRA LA DICTADURA PROGRE 🐑🐑🐑



La hegemonía cultural de la izquierda hace que te puedan llegar a quitar la vida por llevar unos tirantes con la bandera de tu país, que solo haya cómicos de izquierda, que no puedas decir que votas a ciertos partidos, o que yo tenga que cobijarme bajo seudónimo para no perder el trabajo. Es a lo que yo llamo “Dictadura Progre”, un statu quo de mordaza que denota que vivimos en un país ideológicamente enfermo. El pensamiento único se ha impuesto así hasta estigmatizar con insultos (fascista, ultraderecha, neoliberal, facha…) toda idea alternativa. Este manual responde a muchas cuestiones clave para entender cómo hemos llegado hasta aquí y cómo podemos revertir esta situación. 

Por ejemplo:

¿Qué es realmente la socialdemocracia y cómo ha llegado a la hegemonía?
¿Por qué está obsoleta en España?
¿Cómo nos han manipulado hasta ser el país más de izquierdas de la Unión?
¿Cuáles son sus herramientas estrella de ingeniería social?
¿Qué tres episodios clave de la historia han distorsionado a conciencia para imponer su narrativa falseada y ganar cuota poder?
¿Por qué estamos anestesiados como sociedad civil?
¿Qué es el Islam realmente, por qué está tan protegido y qué supone su presencia a largo plazo para la cultura occidental?
Por qué han prosperado tanto ideologías acientíficas como la de género, el feminismo marxista o la calentología climática y por qué son tan nocivas?
¿Cuál es la verdadera naturaleza y hoja de ruta de la Agenda 2030 y que deberíamos hacer para protegernos de ella a título colectivo y personal?
¿Por qué Occidente está en su etapa de decadencia como civilización y el nuevo Imperio de China apunta a ser el nuevo Gran Timonel del planeta?
¿Cuál es la forma más inteligente de dar la batalla cultural en tu entorno?

Conociendo la respuesta a estas cuestiones el lector podrá ampliar y consolidar su argumentario contra el pensamiento único socialista y globalista, dando la batalla cultural de una forma mucho más incisiva e inteligente.

INTRODUCCIÓN
Obedece, calla y paga. 
Nosotros nos encargamos.

Todo está cambiando muy rápido en los últimos años. El globalismo progresista se ha conver­tido en la doctrina hegemónica del siglo en curso. La mayor parte de gobiernos del ámbito internacional ya asumen como propias las directrices del programa global, ahora encarnadas en la Agenda 2030, cuyo desarrollo e implantación se ha acelerado de forma notable junto a los cambios derivados de la pandemia originada en Wuhan, azote de todas las sociedades occidentales a nivel humano y económico.

Para llevar a cabo sus objetivos globales los gobiernos de todo el mundo se han alineado sorpre­sivamente deprisa, fijando una de las mayores operaciones graduales de ingeniería social, financiera y cultural que hemos conocido desde la Revolución Cultural China. El multiculturalismo forzoso, la imposi­ción de la religión climática, el aumento de la presión fiscal para sufragar los enormes gastos estatales, la normalización de ideologías acientíficas como la de género, o el feminismo de corte marxista, son solo al­ gunos de los ítems a cumplir por las organizaciones internacionales, la mayor parte de gobiernos del mundo, el conglomerado corporativo multinacional, las grandes tecnológicas, las mayores redes sociales y los dueños de las mayores compañías de inversión global (como Vanguard o BlackRock Inc.).

En la nueva deriva organizativa, en la que tanto se modifican los equilibrios de poder, los estados nación quedan condenados a una enorme pérdida de soberanía y autogobierno, que desampara a los ciu­dadanos y los priva del poco control de sus países que les quedaba.

El mundo occidental no se rige tan solo por sus democracias obsoletas y los hombres de paja que vemos como presidentes, cuya parcela de poder cada vez es menor y más limitada. Conforme avanzan los caballos de Troya del globalismo, los políticos a menudo se revelan como meros peones intermedios en la jerarquía del poder, y acostumbran a ser una especie de delegados de la clase de los que dirigen las cosas tras bambalinas, estableciendo el statu quo del mundo y las directrices convenientes para sus ideas e intereses.

El proyecto global de las élites, gestado en distintos foros y clubes opacos para el gran público, ha sido recibido con entusiasmo por entidades y países muy diferentes, como el partido comunista de China, el narco-socialismo internacionalista de los países afines al Foro de Sao Paulo y también por el sector político demócrata de Estados Unidos y por todas las socialdemocracias del planeta. A su lado están acaudaladas élites financieras como los Rothschild, promotores anónimos y no tan anónimos, como el magnate húngaro George Soros, el príncipe de Inglaterra, el fundador de Facebook Mark Zuckerberg o el empresario "filantrópico" Bill Gates, que a través de sus astronómicos capitales y sus fundaciones son apoyo financiero y "moral" clava para que el plan se vaya consumando en las próximas décadas. 

Su meta de máximos, su ideal, pasaría por crear una autoridad internacional que centralizara mayor cuota de poder a costa de los estados soberanos, con pretextos diversos que requerirán de intervenciones drásticas y urgentes para no extinguirnos como especie o sufrir eventos catastróficos. Es bien conocido que los escenarios de crisis son los medios idóneos por los cuales los autoritarios justifican su mayor control sobre la población, y esta vez no será diferente, como ya hemos comprobado durante la pandemia. Si no los hay lo crearán, y si no adulterarán la realidad hasta conseguirlo.

Su objetivo, alcancen o no finalmente su meta, trata de concentrar más poder en el sistema financiero internacional (más todavía), con el pretexto de la "justicia social", el equilibrio económico y la ecología en peligro. Así, la calentología climática sería solo una excusa que ya cuenta con altos niveles de concienciación y sensibilización social, para hacerse con mandos de control que no están legitimados a manejar, y luego seguir configurando un nuevo orden que culminaría en la creación de una entidad supranacional por encima de todo Estado, unión de países u organización. Con esta táctica los oligarcas globalistas aspirarían al control de una entidad que no se limite a la mediación, la resolución de conflictos o el comercio, sino que ejerza un poder real en detrimento de los países actuales, los cuales pasaría a ser meras provincias sin tanto poder, supeditas y dependientes de los poderes fácticos que desde arriba actuarán.

El plan converge muy bien con el socialismo y sus derivados en muchos puntos, en cuanto a que el objetivo es demoler tradiciones nacionales, desarraigar de la nación, la familia, las costumbres, historia y valores. Uniformar a la humanidad y liderar la nueva estructura que será necesario edificar conformen avancen los derribos culturales, definiendo así mismo como nocivas y anti-democráticas todas las tendencias que pretendan sobrevivir, y como "enemigos" a todos aquellos "insensatos", "fascistas", "ultras" o "negacionistas" que se opongan al plan. Es decir, en el fondo reman hacia el viejo de crear "un hombre nuevo", una clásica aspiración socialista que para migrar del capitalismo burgués al socialismo veía como una necesaria una transformación del hombre. Había que moldearlo para convertirlo en un ser que rechazara la fe y las creencias religiosas, que adjudicara prioridad al interés del colectivo sobre el propio o el familiar, que solo obrara en el marco del igualitarismo y el materialismo histórico, y que se mantuviera crítico ante todo lo conservador. Por supuesto, los que controlen la maleable conciencia de este nuevo hombre y esta nueva política serán los líderes de los estados o el supraestado pretendido.

Este plan incluye tanto a democracias como a dictaduras. Esto se deduce del papel activo al que han arrogado a la dictadura comunista de China o al que tenía el ya fallecido dictador Robert Mugabe, que, entusiasmado, llegó a afirmar sobre la Agenda 2030 que "promete un mundo nuevo y feliz, un mundo nuevo que tenemos que construir conscientemente, un mundo nuevo que exige la creación de un nuevo ciuda­dano global y globalizado".

Asimismo, no está claro hasta qué punto la Agenda cree en su capacidad para "democratizar" las naciones más totalitarias y criminales con su población, como las islámicas y comunistas, pero parece muy confiada en que de alguna forma esos países cambiarán necesariamente hacia algo mejor conforme adopten sus planes. Pretende así pasar por la neutralización de China como la superpotencia totalitaria más peligrosa sobre la faz de la tierra, mostrándoles que otra forma de proceder más abierta es posible. Es obvio que pecan de una ingenuidad y una ignorancia absolutas de lo que es el Partido Comunista Chino. No comprenden la fuerza verdadera de este país, que lejos de cambiar y caer en su planes engañosos, está ganando, tal y como es, más poder en todos los organismos internacionales, desde Naciones Unidas a la ONU. Está creando su propio ecosistema organizativo en Asia. Se extiende mediante la compra de secto­res estratégicos al continente africano y a hispanoamérica, cuyos países, cada vez más unificados bajo la bandera socialista del Foro de Sao Paulo, caen en trampas de deuda nefastas a largo plazo.

Por otro lado, la mayor potencia económico-militar del planeta vive una etapa nueva, donde el establishment, que no pudo consentir que el odiado Trump volviera a repetir mandato en la Casa Blanca, ejecutó un plan de cambio valiéndose de una vulnerabilidad del sistema electoral a través del voto por co­rreo. Cierta élite del sistema estadounidense de poder no pudo permitir que gobernara cuatro años más un outsider díscolo que no cumplía los contratos con Wall Street y que resultaba tan poco sumiso y ma­nejable, razón por la cual hicieron lo que tenían que hacer para que los resultados de las elecciones coinci­dieran con sus deseos.

En todo caso, ahora está el peón Joe Biden como su secretario en la Presidencia, un anciano de sonrisa postiza, sin liderazgo, inteligencia estratégica ni carisma, pero mucho más manejable por los que lo colocaron en su posición de poder. Y también tenemos a su probable sucesora, Kamala Harris, una mu­jer de piel oscura, feminista, y de ascendencia asiática, reunión de "minorías" idónea para representar a las élites siniestras del país, seguidoras de la Escuela de Frankfurt, que no pretende destruir el capitalismo, sino legislar desde los mandos de poder para que se piense y actúe ya como si se viviera en el socia­lismo (sin el trauma del fin del capitalismo).

Trump, que fue un fenómeno revulsivo irrepetible contra el globalismo y la cultura socialista en auge, baluarte del patriotismo, las tradiciones y la cultura de la libertad, fue finalmente asesinado socialmente, suspendidas todas sus redes de comunicación a través de las grandes tecnológicas, y enterrado entre infamias e impeachments falsos tras cuatro años de durísima campaña propagandística contra él (quizás la más violenta e inmoral que se haya hecho jamás contra un Presidente de los Estados Unidos).
Ha tenido suerte no obstante, ya que otros Presidentes inconvenientes para los designios de las élites han acabado incluso abatidos por un francotirador mientras circulaban en la parte trasera de un Lincoln Continental.

Mientras el socialismo se extiende y cohesiona en los países emergentes por todo el mundo y EEUU vive su restablecimiento de la deriva hacia donde quieren las élites globalistas y los simpatizantes de la distopía marxista, la Unión Europea está sumida en su propia forma de socialismo avanzado: la so­cialdemocracia. Se trata de aplicar la vieja estrategia del socialismo fabiano, centralizar el control por eta­pas graduales de aplicación, o en otras palabras, hervir lentamente la rana en la olla para que no se dé cuenta de lo que está sucediendo hasta que no pueda saltar al exterior.

En la UE la mayor parte de países ya han renunciando al derecho de control directo sobre su po­lítica monetaria mediante la cesión de este al Banco Central Europeo, lo cual no es una pérdida baladí, y han perdido asimismo parte de su soberanía legislativa en pro de la Unión, encarnada en el Europarlamento, la Comisión Europea y el Consejo de la UE. Unión liderada por las socialdemocracias de Alemania y Francia que, recordemos, cuenta con una implicación ciudadana verdaderamente escasa (la participación de voto es inferior al 50% en 18 de los 27 Estados miembros).

Lejos de animar al pluralismo, la Unión ha resultado ser una entidad al servicio de la estructura socialdemócrata, de carácter marcadamente burocrático, que intenta pasar el rodillo progresista a cualquier país o inclinación ideológica que disienta o se aleje de sus mantras y dogmas. A los países de ten­dencias más liberales como Reino Unido los ha terminado por cercar, mostrándose impermeable a sus sensibilidades, hasta que se han marchado, al Grupo de Visegrado, más reticente a las leyes ideológicas y políticas progresistas, lo margina y ataca con su propaganda; y abraza encantada los planes de las élites globalistas, que pretenden planificar nuestro futuro mediante la implementación de su Agenda.

Por otro lado, España vive un momento todavía peor, con males crónicos que no es capaz de re­solver. Como analizaremos más tarde, el nuestro es un país donde no ha llegado la tercera vía socialdemó­crata, más moderada, y donde las posiciones ideológicas están muy extremadas hacia el lado izquierdo. El 11 de marzo de 2004, con unos extraños atentados que nunca se resolvieron y que beneficiaron al PSOE (ninguna encuesta lo daba por ganador hasta la manipulación mediática que le ofreció tan oportuna­mente el evento terrorista), llegó José Luis Rodríguez Zapatero, un socialista radical ahora asesor del Foro de Sao Paulo y de los peores dictadores hispanoamericanos. Fue entonces cuando cambiamos de etapa política y de régimen.

Zapatero fue el que distanció al PSOE de la socialdemocracia y creó escuela en la izquierda. Enarboló el talante para agradar a todos, vinculó la democracia con el gasto social, recuperóla parte más intestina del discurso izquierdista a través de Franco, del guerracivilismo y el anticlericalismo, marginó al PP, cambió nuestra alineación internacional de Washington-Londres a La Habana-Caracas, y nos sumi­mos en la decadencia e irrelevancia tras su incompetencia a nivel europeo y la nefasta gestión de la crisis de 2008, que de la mano de Solbes derivó en el mayor recorte público de la historia democrática del país en 2010 (unos 15.000 millones de euros). Nos enfrentó así con sus leyes ideológicas y cainitas, nos llevó a "Planes E" fracasados de gasto estatal desmesurado, hizo alianzas de civilizaciones estrafalarias con el mundo islámico, y sembró las semillas ideológicas para que Podemos, el tentáculo del Foro de Sao Paulo en Europa, se extendiera con efectividad años después aprovechando la legítima coyuntura de descontento social ciudadano tras tantos años de bipartidismo estancado y corrupto.

Zapatero marcó un antes y un después en nuestro país. Y ahora la continuación de su linea polí­tica es llevada a cabo por una coalición de socialistas y comunistas apoyadas por nacionalismos periféri­cos. un frente aue muv bien podría presidir el propio ZP sin cambiar nada. Nuestro país transita ahora una deriva cada vez más autodestructiva en lo territorial y empobrecedora en lo económico. Con el comunismo dentro de los gobiernos, una anomalía dentro de la Unión Europea, somos un país donde la iz­quierda domina de forma férrea la mayor parte de los medios de comunicación, las universidades públi­cas, las calles, los sindicatos y la buena parte de la escasa sociedad civil.

Esta socialdemocracia obsoleta, tan afín a los planes de las élites planificadoras y tan hostil con posiciones contrarias a sus tesis (por poco está prohibido manifestarse como liberal oconservador), no da respuesta a los crecientes problemas que ellos mismos generan con sus políticas. Vemos por ejemplo como la inmigración ilegal aumenta sin control (y es poco menos que tabú hablar de ella), como el Islam, una religión y sistema político totalitario cuya naturaleza no alcanza a comprender el occidental medio, también gana espacio, poder y relevancia (especialmente en los países más socialdemócratas como Suecia, Bélgica o Francia). Vemos como los desequilibrios económicos de gasto insaciable e impuestos en niveles de infierno fiscal son un lastre serio para el crecimiento y la prosperidad de las empresas. Vemos respuestas políticas ineficaces que enquistan unos niveles de desempleo altísimos, que se ceban en espe­cial con los más jóvenes. Vemos como se hipertrofia el gasto de la industria política. Vemos el avance de la ideología neofeminista y de género, que pretenden adentrarse en la mente de los niños en las escuelas, y de las leyes de adoctrinamiento histórico, para asegurarsede que su narrativa falseada del pasado se consolide en las futuras generaciones. Vemos una ingeniería social y estructura mediática destinadas a fortalecer un marco de realidad consensuado y único impuesto por el socialismo. Vemos como su maquina­ria de ingeniería social ha hecho que la sociedad sea incapaz de reaccionar a estos problemas. Vemos como han convertido al europeo, con su sermón buenista, en un ser infantilizado y alejado de la realidad más cruda que predomina fuera de los fortines occidentales. Y vemos como resultado de ello una socie­dad muy intolerante a nivel ideológico, que estigmatiza toda postura que se salga de la linea editorial dominante.

En esta España de hoy, donde discrepar es molesto, donde ser conservador es sinónimo de ser un fascista, donde ser liberal está tan estigmatizado, hay que preguntarse como hemos llegado hasta aquí. Urge una concienciación colectiva de donde estamos, de cuales son las enfermedades que nos afligen y que amenazan nuestra existencia como país. Debemos tomar conciencia y dar la batalla cultural contra la socialdemocracia, empeñada en caminar de espaldas a la realidad al precio que sea con tal de medrar y prosperar. Y debemos empezar pronto, porque llevamos décadas de desventaja. La disidencia ha de moverse rápido, con las ideas muy claras y de forma más inteligente que el adversario si quiere no aca­ bar derrotada por la despiadada maquinaia de la mentira, la manipulación y el empobrecimiento. Y esto empieza en cada uno de nosotros. Todo cambio empieza siempre por conciencias individuales despiertas y movilizadas.

En el presente libro profundizaremos en todas las problemáticas clave, desde los orígenes y na­turaleza del régimen socialdemócrata hasta las respuestas que podemos dar a título personal y asociativo para combatirla y denotarla en la batalla cultural. Hacerlo apremia y es más necesario que nunca, porque las consecuencias de sus ideas aplicadas, por desgracia demasiado desconocidas por la sociedad, no nos llevan a buen puerto.

La Europa del futuro se dirige a la pérdida de poder frente a las potencias de China (el nuevo im­perio en expansión), de Rusia y de Estados Unidos, a la profundización en la crisis moral, social y al de­clive económico derivado de unos Estados abusivos con los creadores de riqueza. Se aboca asimismo a ser receptora obligatoria de olas migratorias sin precedentes (1.000 millones según adelanta la Agenda 2030) que resultarán en un desconocido magma de culturas inmiscuibles, con cosmovisiones absoluta­mente contrarias y en conflicto. Y en España nada de esto nos será ajeno, sino acaso más crudo por nues­tra debilidad económica enquistada. Hará falta una reacción frente al escenario de cambios nocivos para nuestra sociedad. Será necesaria conciencia del problema, valentía y una buena estrategia para articular una respuesta de forma inteligente. Se viven tiempos difíciles y decadentes, pero siempre hay esperanza de resurgir y prosperar en orden y en libertad, de deshacernos de los yugos que nos han puesto tras casi medio siglo de socialdemocracia, corrupción y clientelismo. Hay esperanza de cambio, faltaría más, por­ que nunca medraron los bueyes en los páramos de España.

1.

La Socialdemocracia:
el Modelo Cultural Único

-Bloque 1-

"La cultura de la modernidad líquida 
ya no tiene un po­pulacho que ilustrar 
y ennoblecer, sino clientes que seducir". 
ZYGMUNY BAUMAN

1. La Socialdemocracia: una Nueva Religión

"Los hombres nunca hacen el mal 
de forma tan com­pleta y entusiasta 
como cuando lo hacen por convenci­miento religioso o ideológico".
UMBERTO ECO

Vivimos un tiempo de cambios enormes. Un tiempo en el que se están derrumbando unas estructuras que llevaban siglos en pie y emergiendo otras en su lugar. Es un tiempo líquido, posmodemo, donde la razón y la verdad se difuminan y la información histórica se reemplaza por la narrativa ideologizada que nos venden desde arriba ciertos grupos de poder. Ciertos valores y prácticas tradicionales, como las relativas a la religión cristiana, están colapsando en la mayor parte de Occidente, y en su lugar se asientan ideas vacías y estructuras ideológicas inconsistentes dispuestas a llenar rápidamente ese vacío en la conciencia de la gente.

La élite, como estructura de control que nos dirige e intenta organizar nuestra vida y cosmovi­sión, sabe de esta realidad de desmoronamiento y cambio de paradigmas, y comprende mejor que nadie que las realidades culturales de fondo tienen mucho más sedimento y son mucho más perdurables en el tiempo que las realidades políticas, muy cambiantes y efímeras en las democracias (cuatro años es muy poco tiempo). De forma que llevan décadas construyendo un trasfondo cultural de ideas comunes que les permita obtener mayores cuotas de poder y un mejor control sobre las masas de población, partícipes inconscientes y pasivas de su estrategia.

Para manipular y conducir a la masa es mucho mejor la relatividad a la solidez, la distorsión de los hechos objetivos de una manera emocional a los datos y cifras, la dominación torticera de la narrativa sobre el presente y el pasado frente a los hechos históricos y su debate profesional, la caída de otros orga­nizadores sociales y competidores (como pueda ser el catolicismo) o la cancelación de organizaciones que no pueden controlar (socavando la red asociativa de la sociedad civil). Para imponer su doctrina cultural es mucho mejor la filosofía posmodema porque hace a los individuos más acuosos moralmente, flexibles en susprincipios (si es que los tienen) y más moldeables en general.

Esta nueva forma de concebir el mundo se refleja en un gran abanico de cosas, entre ellas el len­guaje (una de las más importantes). Sin duda habrás escuchado en multitud de ocasiones clichés y peli­grosos lugares comunes como por ejemplo "es muy relativo", "nadie es más que nadie", "no debemos juzgar a nadie", "es su cultura y hay que respetarla", "condenamos la violencia venga de donde venga", "todas las opiniones son respetables", o "hay que democratizar más todo". Estos tópicos buenistas tan conocidos y transitados por muchos, denotan una forma de pensar de aceptación común que surge como forma de ocultarse en la muchedumbre, de huir de la disputa o de evitar el conflicto que con frecuencia supone de­cir la cruda verdad de las cosas.

Así pues, recibimos mejor noticias, eslóganes o propaganda relativa a la contaminación atmos­férica que a la intoxicación que sufre nuestra forma de interpretar y de consumir la información, de pen­sar sobre el entorno y de afrontar la realidad de las cosas. Una forma de pensar, por cierto, unificada, homogénea, muy favorable al gregarismo (mejor participar del grupo aunque esté equivocado), muy favorable a la cobardía (mejor no discrepar ni tener conflictos) y muy favorable para ser normales y aceptados por los demás (aunque serlo suponga ir contra los valores morales y contra la verdad).

Estamos sumidos sin saberlo en cierta forma de pensar dominante, en ciertos prejuicios colecti­vos, y en cierta sumisión frente a la sutil presión del entorno. Pocos son los que se dan cuenta de ello, los que cuestionan el dogma, los que piensan por si mismos u osan desafiar los clichés y los lugares comunes, a menudo llenos de ideología barata y miseria moral irreflexiva, que emergen de nuestra cultura, mol­deada por casi medio siglo de socialdemocracia.

No es fácil ir contra el signo de tu cultura política y de tu tiempo. Todo un engranaje social, me­ diático y político transmiten una forma de pensar y unas ideas en la que creer, y hasta el más bobo de la muchedumbre lo aprueba y reproduce creyéndose que se le ha ocurrido a él mismo, que es "lo correcto", o simplemente pretende encontrarse así con la masa, que se regocija en la ignorancia colectiva. Pero el librepensador, el disidente, la persona crítica, la élite intelectual que acompaña a sus compatriotas por el mejor camino, no puede permitirse reproducir sin más estos tópicos, dogmas y sitios comunes. Debe de detenerlos en el pensamiento propio y en el de los demás, siempre que pueda.

Es justo advertir que hacerlo ni es fácil ni tiene un precio barato a pagar. Desde el momento en el que te conviertes en disidente político-cultural y empiezas a zarandear y desbaratar los agarraderos más a mano de la gente, esto puede llegar a perjudicarte a nivel personal. Las mentes más condicionadas y convencionales pueden considerarte un peligro que los incomoda. Aunque también es verdad que algu­nas otras personas empezarán a verte como un modelo a imitar, oa seguirte en tus ideas, o a aprender de ti. Posiblemente empezarás a cambiar algunas conciencias, y por tanto a modificar la interpretación de la realidad de tu entorno más cercano. Si pagas algún precio por ello recuerda que todos los grandes hom­bres y mujeres han sido cuestionados por ir en contra de la masa o querer iluminarla en algún sentido, o simplemente por alterar el modelo de sociedad imperante.

En cualquier caso, más que por cambiar a los demás, hazlo por ti mismo. No queremos ser parte de la masa aldeana. Ni aparentar algo que no somos, ni pensamos, ni sentimos. Los grandes personajes de la historia, como Sócrates que bebió la cicuta por defender una nueva concepción de la existencia, o Galileo, que contradijo la tesis oficial según la cual la Tierra y el hombre eran el centro del universo, o como Jesús de Galilea, que desafió a las autoridades religiosas al cuestionar la Ley del Dios de Israel. Todos hicieron lo que tenían que hacer y pagaron el precio que tocaba siendo fieles a su conciencia.

Ir contra el signo de los tiempos a día de hoy es sin duda ir contra el modelo hegemónico que todo lo aplasta con su rodillo homogeneizador. Basta preguntarse un momento qué ideologías o partidos políticos es más popular atacar en tu país para descubrir quienes llevan las varas de mando realmente. Si eres español probablemente hayas descubierto que es mucho más fácil atacar a los partidos que no son de la izquierda del arco parlamentario, que aun conservan inmaculada su perspectiva de superioridad moral pese a todas las tropelías cometidas a lo largo de su historia. Por el contrario, te será mucho más difícil de­cir que votas a los partidos que más odio reciben, por si acaso se te estigmatiza o pierdes algo valioso por el camino.

En España, para descubrir como se fraguó todo en nuestro país, hay que volver al menos 45 años atrás. A partir de la Transición, y con los esteroides que la élite socialdemócrata alemana le dio al PSOE, se empezó a reconfigurar en España el funcionamiento del nuevo sistema de poder. Para empezar tuvieron 14 largos años de poder ininterrumpido, gobernando a una sociedad sedienta de cambios y con mucho apoyo del exterior, lo cual cristalizaría en un sistema estatal estructuralmente socialdemócrata. A través de la actuación de sus núcleos de poder y de la ingenieria social llevada a cabo, capitalizando política­mente fenómenos como el de la movida, se elaboraría una mentalidad nueva para la sociedad tras déca­das de dictadura.

En este nuevo sistema, el PSOE, como partido dominante, se imbricaría en los medios y se haría con las instituciones, desarticulando o colonizando cada posible agente de la sociedad civil existente. Aparte de la hegemonía social de este tipo de socialismo renuente a las violentas y totalitarias ideas mar­xistas, uno de los ítems clave fue el fortalecimiento de la asociación entre franquismo, derecha y catoli­cismo, para socavar poderes inconvenientes, dando comienzo así a la progresiva demolición de la estruc­tura de ordenamiento moral de nuestros antepasados: el cristianismo.

El resultado ha sido espectacular. España es el tercer país con un mayor abandono del cristia­nismo de Europa. La diferencia entre quienes fueron cristianos de niños y lo son de mayores supera los 12 millones de personas. La mayor de Europa en térmnos absolutos. Ni en los mejores sueños del comunismo se habrían imaginado unos resultados tan aplastantes. En paralelo a ese alejamiento de la creencia católica, avanzó el ateísmo (un 31% de los españoles no cree en Dios y otro 38% cree pero con dudas).

Con el decaimiento en ciernes de la religión de nuestros ancestros, que nos guste o no estructu­raba y ordenaba la moralidad de la gente, la psicología de la masa necesita llenar espacios psicológicos como los de insatisfacción e inseguridad, que previamente llenaba el sistema moral cristiano. La vulnerabilidad hace a los seres humanos necesitados de experiencias de seguridad, objetivos vitales y certezas que la estructura de las ideologías pueden llenar casi por completo.

Es por esto que para muchos la socialdemocracia y sus diferentes derivados (como el neofemi­nismo, el activismo climático, el tercermundismo, el pacifismo, el animalismo, el indigenismo, el antira­cismo...) se han convertiden sustitutos aceptables que llenan el vacío dejado por la experiencia de segu­ridad que antes llenaba el cristianismo. Son todos caminos por recorrer con amplia validación social, que te reafirman como persona buena, te otorgan objetivos vitales presuntamente loables y un sentimiento de utilidad social al recorrerlo. A lo largo de ellos muchas personas pueden encontrar el sentido a sus vi­das en una sociedad donde las certezas y propósitos vitales parecen desvanecerse.

Ante este escenario de dominio cultural y de pensamiento a contracorriente, el disidente ideológico que ve todo esto con rechazo, tiene varias alternativas.
  1. La primera es la disolución en la masa, abandonando toda discrepancia con las ideas e incluso adoptándolas para que su vida sea más fácil y menos conflictiva.
  2. La segunda es seguir pensando como piensa, pero callarse o ceder, cuando qui­zás el espíritu le animaría a expresar su opinión.
  3. La tercera es ser consecuente con sus ideas y decir lo que opina, sea o no popular, sea o no aceptado por los demás, gane o pierda con ello. Convertirse en un ele­mento de cambio del entorno, como todos los grandes hombres y mujeres que han hecho que las sociedades avancen, sean más libres y mejores.
Cada cual debe elegir su opción.

· IDEAS CLAVE
1. Vivimos un cambio de época, donde el cristianismo está en las últimas etapas de su derrumbe y en su lugar se configuran nuevas estructuras ideológicas inconsistentes que reemplazan su orden moral y cultural.
2. La élites aprovechan la liquidez de la época actual para erigir una estructura propia en todos los ámbitos, donde poder prosperar, medrar y retener el máximo poder posible.
3. Para conseguirlo es más fácil domeñar un colectivo relativista, desarraigado, gregario, consumidor de su propaganda, de espíritu maleable, que enfrentarse a la prolifera­ción de individuos críticos, cultos, sólidos, valientes e impermeables a su propaganda.
4. La cultura que han llevado a la hegemonía es la socialdemócrata, una "nueva reli­gión" ampliamente aceptada y seguida donde el Estado toma el control en gran medida del dinero público y la organización social.
5. Salir de sus dogmas es muy dificil y te convierte en un disidente, a menudo enfrentado a la mayoria, lo cual nunca es fácil. Pero sin esa valentía rebelde la sociedad acaba degenerando, la riqueza individual disminuye y las libertades del individuo retroceden.
2. El Sermón de la Iglesia Socialdemócrata

"El progreso, en resumen, 
ha dejado de ser un discurso 
que habla de mejorar la vida de todos 
para convertirse en un discurso 
de supervivencia personal". 
ZYGMUNT BAUMAN

En el libro "El opio de los intelectuales", un ensayo crítico del sociólogo y politólogo francés Raymond Aron se crítica el apoyo que acostumbran a mostrar los círculos intelectuales con el socialismo en general. El contenido hace referencias a la indiferencia que estos tienen con los crímenes cometidos por la izquierda política, realizando una analogía con la frase marxista de que la religión es el opio del pueblo, y señalando que el marxismo se ha convertido en una especie de conjunto de dogmas mesiánicos negligente en los intelectuales y la sociedad.

Aron describió cómo el marxismo sirve como una religión y el partido comunista como una iglesia sustituta. Para aquellos que abrazaban la teología marxista, la causa era todo lo que importaba y cualquier cantidad de violencia o engaño podía ser justificado para lograr la utopía. También señala que los intelectuales occidentales conservan un afecto por el marxismo a pesar de su historial de régimen totalitario, violencia masiva, sometimiento, terror, supresión de la libertad y miseria desenfrenada. Y ya no digamos con el socialismo y sus derivados como la socialdemocracia, que están convenientemente ma­quilladas con la moderación y las políticas del "bien común".

Ahora bien, ¿cual es el nuevo sermón que desde sus púlpitos y sacristías nos intenta inocular este hijo del socialismo que es la socialdemocracia posmoderna? Sin duda, el nuevo sermón conlleva un mensaje moralista, buenista, superficial, con cierto puritanismo. Un mensaje para estructurar social­mente la conducta de la gente, moldearla, hacerla obediente e inofensiva para las élites que las dirigen.

Ahora que la mayoría es "progresista" en alguna medida, todo conflicto complejo lo soluciona con una receta de buenismo simplista, y todo el mundo es ultra-tolerante (excepto con los que defienden ideas contrarias a la socialdemocracia). Todo el mundo alineado, participa del pensamiento único de lo política­mente correcto. Una amalgama de ideas, clichés, tópicos y dogmas que debemos aceptar y creer si no queremos que caiga sobre nosotros la etiqueta estigmatizadora de fascista, racista, homófobo, negacionista o machista.

Sin embargo, si analizamos con detenimiento la ideología y sus posturas, encontramos que no solo no responden a los crudos problemas que amenazan las sociedades, sino que las contradicciones son tan numerosas y de consecuencias tan desviadas de lo deseable que resulta increíble que todavía cuente con tanto apoyo popular. Veamos algunos ejemplos.

Determina que todas las culturas son respetables, que "son sus costumbres y hay que respetar­las", pero la civilización occidental resulta ser un monstruo colonizador y despiadado, culpable del hambre y de todos los males que existen en el mundo. Merecemos así todo lo malo que nos suceda, y debemos permanecer en el remordimiento de conciencia dejándonos aniquilar e invadir por el resto del mundo. Porque claro, Europa saqueó un mundo feliz y pacífico,y fue brutal con los indígenas que se dedicaban a bailar en la selva y a regalarse flores entre ellos, y ahora debe purgar sus errores. Obvian aquí que Europa era la civilización menos brutal, la más pulida moralmente y la más eficiente de todos los pueblos a lo largo y ancho del mundo e historia recientes. La brutalidad, la tiranía y la explotación eran la regla en todo el mundo, nadie vino a imponerla.

Pontifica también que todos los valores son subjetivos y relativos en función de como se mire, pero los valores conservadores (familia, patriotismo, orden...) son descalificados, y los liberales (la libertad individual, propiedad privada, iniciativa emprendedora...) son maltratados, despreciados y discutidos según la situación.

Atribuye a los Estados abuso de poder y malas prácticas, pero demanda más poder económico y más impuestos para incrementar el margen de gasto del insaciable ente estatal, hipertrofiado y voraz con sus financiadores forzosos... lo cual redunda en un mayor poder para este mismo Estado que tanto señalan como abusador.

Defiende que el individuo es autónomo y la mujer debe estar emancipada, pero al mismo tiempo no cesa en su obsesión compulsiva de fragmentar en géneros (la ONU dice que hay 112 géneros por el momento) colectivizando y haciendo dependientes a los individuos de todas las minorías que puede, con el fin de rentabilizar su presunta defensa con votos. Sobra decir que en el colectivo no está la respuesta nunca. El colectivo es torpe, anula la esencia de la persona, homogeneiza en un magma impersonal y te otorga una identidad falsa que no puede encontrarse en algo tan limitado como es el tener vulva o sen­tirse atraído por ciertas personas.

Radicaliza con su feminismo marxista mal entendido a muchas mujeres, promocionando una promiscuidad sexual sin límites, pero acaban derivando en puritanismos, reducción de libertades repro­ductivas y sexuales, como abolir la prostitución voluntaria o la gestación subrogada.

Abomina, dado su anticlericalismo, de la religión católica, tachándola de retrógrada, y la intenta expulsar de cualquier lugar público que puede. Pero a su vez recibe con las manos abiertas al Islam, ata­cando cualquier crítica legítima al mismo con palabras como "islamofobia", e incluso intrnduciendo la asignatura islámica en los colegios públicos. Es llamativo el sentimiento de protección de la socialdemo­cracia con el islam, al que defiende con uñas y dientes ante cualquier cuestionamiento, y etiqueta de isla­mófobo al que ose criticar a esta ideología religiosa ultraconservadora, contraria a la libertad y la demo­cracia. Al cristianismo podemos humillarlo, criticarlo, asociar curas con pederastia, odiar sin límites a la Iglesia, magnificar los momentos más oscuros de su historia. Pero cuidado. Nada contra el Islam, islamó­fobo intolerante. Eso está prohibido por la Santa Inquisición progre.

Dice que las razas son una entelequia, una construcción social irreal, pero a su vez apoya el mes­tizaje... ¿Qué semestiza entonces?

Apoya la democracia, pero si lo que llaman "el pueblo" no les vota dicen que han sido manipula­dos y que el nuevo poder no es legítimo, por lo que hay que salir a la calle.

Dice que el feminismo es algo obligatorio que debe instalarse en todas las instituciones, pero a su vez pide respeto por las costumbres musulmanas (a menudo machistas, brutales y opresoras con mu­jeres y niñas -ablación, lapidación, matrimonios forzados...-).

Dice apoyar la diversidad, pero al mismo tiempo se alinea con el globalismo, que hace homogé­neas las sociedades al pretender acabar con los estados nación.

Dice apostar por la unidad de la humanidad entera, y no creen en las fronteras, que ven como algo con lo que se debería acabar. Así que piensan que los ciudadanos del mundo deberían poder ir de un lugar a otro a voluntad y sin restricciones fronterizas. Pero apoyan movimientos separatistas intrana­cionales que conllevarían más fronteras en los mapas.

Dice ser tolerante con el que piensa distinto, pero se enfada y etiqueta con insultos a los que osan contradecir sus dogmas o se salen de la corrección política vacua que la caracteriza.

Dicen estar a favor de que los países y que sus espacios públicos sean seguros, pero rechazan a los militares y tienden a pensar que es mejor recortar gastos del ejército. Por no hablar de su política de inmigración, que a menudo supone un aumento en la inseguridad ciudadana.

Y podríamos seguir con la larga lista de contradicciones, como la incoherencia de sus líderes. En España por ejemplo el antiguo líder de Podemos, Pablo Iglesias, adalid del progresismo populista que considera a su partido como "la verdadera socialdemocracia" y por supuesto defensor del pueblo y los traba­jadores, criticaba en Twitter a cierto político que se había comprado un ático de 600.000 euros... para acabar poco más tarde viviendo él mismo en un chalet, con jardín y piscina, de unos 2300 m2 de esa misma cantidad de dinero (inaccesible para la mayor parte de trabajadores que dice representar). Y su expa­reja, Irene Montero, decía en un mitin que "el capitalismo es incompatible con la vida" pero su vida parece ir viento en popa con un sueldo de 6.238 € al mes, una multiplicación de patrimonio de x92 veces el ini­cial, escolta que le calienta el coche a las 6 de la mañana para que no pase frío al ir al Congreso, personal que cuida su jardín con piscina, la posesión de tres inmuebles, dos fincas y un almacén, y cientos de miles de euros ahorrados en la cuenta corriente.

No parece un estilo de vida muy revolucionario. No intenta romper moldes, sinotodo lo contra­rio. Se amolda bien a la realidad para sacarle el máximo provecho. Su objetivo de hecho es crear más y más moldes en las nuevas generaciones. Es un discurso conformista el que se promueve. Se trata de una serie de ítems ideológicos con los que todo el sistema parece estar satisfecho. No solo hablo de los sindica­tos o los diversos chiringuitos de colocación, que no son sino componentes extra del engranaje socialdemócrata, ni de otros supuestos contra-poderes del mismo corte. Hablo de todos: bancos, CEOE y sector empresarial incluidos.

Prueba de ello es que incluso el poder político y bancario se siente a gustocon esta ideología es­ tructural. Solo es necesario comprobar que lo promueve Ana Patricia Botín, paradigma de la élite banca­ria española, a la que se podiia presuponer con ideas más cercanas a la libertad económica. Vemos asi­ mismo como buena parte del mundo empresarial también participa del consenso socialdemócrata, ven­diéndose siempre como empresas enemigas de lo tradicional, progresistas, novedosas, y revolucionarias. Y la CEOE, por su parte, es un sindicato sometido, que está en absoluta y continua relación con el Gobierno y cobra de él, sea este del color que sea. Así pues, son entes y representantes instalados en la co­modidad de sus lujos, caprichos y sedentarismo ideológico. Muy poco se puede esperar de ellos. En un país con una sociedad civil más dinámica y fuerte serían los principales impulsores de las ideas de la libertad y la iniciativa privada, conceptos sin los cuales el progreso no puede existir. En España son lo que son. Piezas de un mismo puzzle sin capacidad de cambio por sus dependencias.

Cuando se ha establecido con tal fuerza un ideario hasta convertirse en el sostén doctrinal del sistema de poder y sus supuestos contrapoderes, ese ideario está incapacitado para ser una dinamo de cambio real. ¿Cuándo el poder se ha sentido tan cómodo con las ideas que presuntamente emergen de la sociedad? ¿Cuándo ha promocionado el poder tales ideas y participa de ellas con tanta satisfacción? Cabe deducir que ha sido el poder el que ha creado el Sistema, y por tanto le conviene la permanencia del mismo, se lucra de su modode funcionar y prefiere que se mantengan sus equilibrios para seguir haciéndolo. En caso contrario su actitud sería un poco más beligerante, o intentaría promocionar otro tipo de ideas. De todo esto se desprende que es impotente para el sistema se reforme o cambie.

Como consecuencia de esto, muchos movimientos de izquierda se descubren como una fuerza impotente respecto al cambio a mejor. No cambiará nada sistémico. Como mucho puede aspirar a ser una especie de Pepito Grillo, cuya lejana voz recuerde (siempre que no esté en el Gobierno) todos aquellos ob­jetivos sociales que aun no se han conseguido. O también hacer de policía política, persiguiendo con su pana a todo aquel que se salga de su discurso políticamente correcto, señalando al disidente y corriendo detrás de él para hacerlo entrar en razón, aunque tenga que recurrir para ello a métodos fascistoides con su sección de antifascistas (el nuevo fascismo, como diría Winston Churchill).

En definitiva, el credo socialdemócrata se ha fortalecido en las últimas décadas y se ha enrai­zado en el marco ideológico de la sociedad. Ha sustituido al cristianismo como religión que estructura moralmente a la sociedad. Su credo en realidad es dogmático y restrictivo. Colectiviza, por lo que sustrae la libertad del individuo. No fomenta la introspección ni la libertad de ideas y ataca toda discrepancia que ose cuestionar o dudar. Se vende como tolerante pero en el fondo es intransigente y rígido. Sus manda­mientos son sectarios, tienden al buenismo simplista y se desvía de la realidad de forma constante. Además, lejos de ser revolucionarios, se acercan al sostén doctrinal de la élite española que conforma el sistema de poder. Élite sin nada que ofrecer, sin proyecto propio, que lejos de intentar que la sociedad cambie a mejor prefiere adherirse a la Agenda globalista 2030 para continuar lucrándose y ganar en la medida de lo posible cuota de poder. Baste decir que el Plan de Acción para la Implementación de la Agenda 2030 lo llevó el fundador de Podemos, Pablo Iglesias, y ahora lo dirige como Secretario General Enrique Santiago, líder del Partido Comunista de España (PCE). Mas pistas para hacernos una idea más ajustada de la Agenda 2030 que tanto abrazan, de la que hablaremos en profundidad más adelante.

· IDEAS CLAVE

1. Desde mucho tiempo atrás élite social e intelectual es muy benévola con el comu­nismo y el socialismo, pese a todas las situaciones de pobreza, horror y muerte que han generado a lo largo de la historia. Y mucho más con sus variantes suavizadas como la socialdemocracia.
2. La socialdemocracia, hegemónica en Occidente, es una ideología llena de contradic­ciones que todo lo soluciona con más gasto público y con recetas buenistas que cronifi­can los problemas. Distorsiona el pasado pervirtiendo la realidad. Desacredita con vio­lencia toda alternativa liberal o conservadora. Fragmenta y divide la sociedad en "mino­rías" más manejables para sus propósitos. Desprecia y ataca al cristianismo, base moral de Occidente, mientras es proteccionista con el Islam (una ideología peligrosa que des­conoce). No es dinamo de cambio del sistema como pudo serlo en el pasado, sino que es el propio sistema operando en su provecho, por lo que la regeneración y las reformas no son de su interés. Y en su carrera para dominarlo todo e imponer su hegemonía, tiende a fagocitar y desarticular todo contrapoder democrático, tal como hace el socialismo, convirtiéndose en una ideología de tendencias peligrosas para la libertad individual.
3. La socialdemocracia ya no responde a los problemas actuales con eficacia. Aparte de un presunto interés por "lo público", no tiene más contenido que ofrecer que el de la Agenda 2030, diseñada por una élites globalistas alejadas de la masa y la realidad social de a pie, no elegidas por nadie en absoluto, que responden a sus propios intereses y se erigen como los nuevos "grandes timoneles" del mundo. Cabe añadir que el socialismo, en cuanto a que es más afín a la intervención y el dirigismo en todos los aspectos huma­nos, es más conveniente para ellos que otras formas de estructuración social donde prima el individuo y sus libertades sociales y económicas.

3. Así Nació el Modelo Unico Socialdemócrata

"No hay diferencia entre 
comunismo y socialismo, 
ex­cepto en la manera de conseguir 
el mismo objetivo final: 
el comunismo propone esclavizar 
al hombre mediante la fuerza, 
el socialismo mediante el voto. 
Es la misma di­ferencia 
que hay entre asesinato y suicidio". 
AYN RAND

Imagina. Hay 30 alumnos en una clase: ocho de ellos sacan un 9 trabajando duro y asistiendo a clase. Diez de ellos sacan un 5 saltándose clases y copiándose preguntas en el examen. Y doce sacan un 2 por no haber estudiado. Ante el enfado colectivo deciden votar una Ley de Justicia Social para equilibrar las notas. Veintidós votan sí, y ocho votan no. Todos obtienen una nota de 4,86. ¿Te parece esto justo? Pues este es un pequeño ejemplo de como funciona la socialdemocracia.

Probablemente si eres de los estudiosos, es decir de los trabajadores y emprendedores, ante esta situación te sentirías enfadado, utilizado y engañado (y con razón). Si es así deberías sentirte de la misma manera sobre la filosofía socialista que llevan décadas implantando. Si crees que aprovecharse de los de­ más es injusto, no deberías ser socialista ni estar de acuerdo con esta forma tan grotesca de utilizar la Ley para robarle a unos y dárselo a otros que quizás no lo merecen.

Mucha gente estará de acuerdo con el ejemplo anterior. Sin embargo, pensar u opinar contra la socialdemocracia y sus dogmas es ir a contracorriente en España y en buena parte de Occidente. Esta ideología ha ido calando en las sociedades por diferentes motivos que analizaremos más adelante, hasta establecerse como la ideología hegemónica, el modelo estándar, la forma de pensar adecuada y normal del ciudadano solidario, bueno y sensible.

En algunos lugares como nuestro país las élites han conseguido establecerla con tal fuerza y arraigo cultural que actualmente toda amenaza del modelo o cualquier cuestionamiento de sus dogmas son inmediatamente vinculados a etiquetas del todo desacertadas y falsas que actúan como estigmas de descrédito y motivos de vergüenza personal si osas contrariarlos (fascista, ultraderechista, negacionista...).

¿Pero de dónde sale esta ideología y por qué ha tenido tantísimo impacto en España y otros paí­ses hermanos? Para entenderla es necesario remontarnos a sus orígenes.

Los orígenes más remotos del modelo único los encontramos a finales del s. XVIII, cuando el obrerismo se fusionó con el republicanismo. Por aquel entonces, en plena industrialización, los trabajadores se fueron organizando en asociaciones para reaccionar contra el progreso, que sentían como una amenaza de sus formas de vida. Lo cierto es que aunque ahora hayan deformado la narrativa y la historia para figurar como los que ondean la bandera del progresismo y alejarse de términos como "socialismo" o "izquierda" (que se han devaluado tras tanto fracaso y colapso económico), el socialismo siempre ha sido reacio al avance de las nuevas tecnologías.

En sus principios, de hecho, los obreros añoraban la vida de la aldea y se dedicaban a destrozar las máquinas del empleador porque deducían que eso les quitaba trabajo. Entendían el progreso como una disrupción en el modus vivendi tradicional que siempre habían conocido, y lo convirtieron en un enemigo. Una lógica simplista enfrentada a la productividad nacional y al progreso económico, que toda­ vía a día de hoy día sostienen y defienden algunas de sus vertientes más radicales, y que vemos por ejem­plo en sus reticencias a promover y aceptar la robótica y la automatización de tareas.

Así pues, se fue gestando una cultura obrera socialista de corte paternalista, reaccionaria contra el progreso tecnológico, con valores como el trabajo y la solidaridad mutua, donde todos debían ser iguales.

Las dos vías de actuación de estas asociaciones eran remar contra la caída de la burguesía (es de­cir, de todo aquel que sobresalía o que tenía más capital o propiedades que la mayoría de ellos) y reivindi­car mejoras salariales y laborales (aunque para ello se tomara el camino de la revolución violenta y la dictadura).

Mas tarde este fenómeno asociativo fue creciendo y evolucionando hasta que nacería la social­democracia. Marx y Engels sitúan en su Manifiesto Comunista el nacimiento de esta nueva rama en 1848 y la definen como una coalición de pequeña burguesía y obreros que pretendían de forma ilusa armoni­zar capitalismo y obrerismo.

Sin embargo, de todas las facciones socialistas, la socialdemocracia ha sido una de las que mayor trayectoria y aceptación han tenido hasta nuestros días. Algo posible gracias a su capacidad de camuflaje ideológico, trilerismo y una mayor capacidad de ajuste, ya que, aunque su programa de máximos incluía la dictadura del proletariado y otras ideas radicales del marxismo (como la eliminación total de la vida cultural, política y económicas en libertad) se supo servir para adaptarse de la idea de democracia y de ciertas tesis liberales como las que proponían Stuart Mili, Green y Hobhouse o Michael Chevalier.

Así pues, la opción socialdemócrata se basaba en la construcción de la sociedad sobre valores de igualdad, justicia social y solidaridad, con un programa de mínimos sobre la mesa que aglutinara votan­tes diversos. La estrategia radicaba en obtener una mayoría suficiente sirviéndose de la herramienta de­mocrática para más tarde poder conseguir los fines tradicionales del socialismo. Hay que subrayar por tanto que la democracia solo era un peldaño más que había que transitar por razones tácticas para subir de forma más eficiente la escalera que llevaba hacia el dominio absoluto del socialismo en la sociedad y la abolición de las libertades individuales.

El referente filosófico socialista Ferdinand Lassalle (1825-1864) abogaba por la eliminación de todo privilegio, por el igualitarismo forzoso, por la homogeneidad social y el sufragio universal en exclu­siva, eso sí, para el género masculino. De forma que la votación, al haber una mayoría obrera, serviría para materializar sus aspiraciones sin necesidad de utilizar la violencia e imponer por la vía dura la dicta­dura del trabajador. También era partidario del intervencionismo estatal para beneficiar más al obrero frente al empresario y de que la cúpula dominante del Estado socialista redistribuyera la riqueza como mejor le pareciera.

De forma que participar del "régimen burgués" democrático era simplemente un mero trámite para establecer su otro modelo: el puramente socialista. En primer lugar creando un partido socialista fuerte y operativo, que pudiera sitiar al capitalismo, estrangularlo, explotar sus vulnerabilidades, y con un potente sistema de propaganda manipuladora para poder arrastrar a las masas, pudiendo dar, en cuanto fuera posible, el salto necesario en el momento oportuno hacia el socialismo real.

Así pues, la socialdemocracia era marxista. Ni respetaba la libertad individual, ni la separación de poderes, ni la representación plural de la sociedad. La democracia para ellos era en realidad el Estado Social. Tan cerca estaban del comunismo que el propio Lenin fue el líder del partido socialdemócrata ruso hasta que se creara el comunista en 1918.

La devastación derivada de la primera y segunda guerra mundial del siglo pasado hicieron que el Estado fuera el gran administrador de la economía nacional de los países en la reconstrucción. En la crisis de 1929 los socialdemócratas aplicaron las políticas kenesianas: más gasto público, creación de em­pleo público, subvenciones agrícolas y fiscalidad progresiva. Impulsaron el sector público en los sectores estratégicos como ferrocarriles, radio o energía, y comenzaron las políticas sociales. El estatismo salió particularmente fortalecido en 1945, al establecerse el consenso socialdemócrata. Los socialistas occi­ dentales aceptaron la democracia a cambio de una economía mixta donde coexistían propiedad privada con función social y el control público de la actividad económica a través de la planificación.

El Estado se convirtió así a partir de mediados de siglo pasado en el padre protector que asumía todos los aspectos vitales de la sociedad. Se instauró el pacto socialdemocrático de posguerra, que cada país adaptaría política y socialmente estableciendo su propia variante del modelo. Si bien, todos compar­tían la tesis de que la economía de mercado genera desigualdad y la acumulación de la iiqueza en muy pocas manos, lo que es incompatible con la Justicia Social y la paz. Así pues, el Estado debía intervenir para asegurar la competencia, evitar monopolios, y redistribuir la riqueza para mitigar los efectos del mercado. Había por tanto que planificarlo todo y alterar el equilibro del mercado a criterio de los líderes de los gobiernos de turno.

Así nació el "Estado de Bienestar". Algo que casi todo el mundo defiende hoy en día. El individuo pasaba a segundo plano, delegando por completo la responsabilidad de su progreso y el de la nación. El rico pasaba a ser sospechoso de explotación, y pasó a ser objeto de crítica social (y de envidias). El pobre lo era debido al injusto y malvado mercado, que con sus desequilibrios generaba bolsas de pobreza y margi­nalidad. Los países tercermundistas eran pobres por la riqueza de Occidente, que para ser rico se aprove­chaba de ellos. Se relegó el cristianismo y se fomentaron el ateísmo, el paganismo y el misticismo. Se plantaron las semillas del anti-americanismo, el igualitarismo feminista o el multiculturalismo buenista, sin valorar consecuencias ni efectos indeseables. Y se estableció la concepción de que el Estado debía pro­veer a la sociedad de sanidad gratuita, trabajo, vivienda y seguridad social.

Esto fue posible mediante un gran trabajo de ingeniería social, mucho más profundo de lo que se pueda pincelar en solo un párrafo. Pero la ambiciosa idea era crear una sociedad nueva y un hombre nuevo mediante una transformación sin precedentes del orden social. El marxismo siempre tuvo claro el objetivo. Gramsci recomendaba no tomar el aparato del Estado de forma violenta, sino infiltrarse en las trincheras de la sociedad civil (escuelas, universidades, medios de comunicación, iglesias, asociaciones...) que es donde se forma la opinión pública. Tenía claro que la hegemonía y el dominio de la sociedad pasa por la previa adhesión ideológica de la población, y eso se consigue a través de una propaganda manipu­ladora y moldeadora del criterio, a favor de las ideas del grupo que aspirara a controlar la sociedad. Y así se hizo a los dos lados del muro de Berlín.

Se profundizó de esta forma en la lucha por la hegemonía cultural que dura hasta nuestros días. Nos enseñó que es más rentable infiltrarse en las universidades, el mundo de la cultura, medios de comunicación, colegios, en los medios, sindicatos y organizaciones de la sociedad civil que dar un Golpe de Estado revolucionario. Se consigue más y con menos esfuerzo sometiendo ideológicamente a la sociedad de forma sutil y planificada.

Esta lucha la lleva librando con éxito la izquierda desde hace décadas al haber conseguido impo­ner de forma rotunda un marco cultural de mentalidad progresista y socialista, su narrativa de como funciona el mundo, su interpretación de que ellos son los moralmente superiores, su creencia de que ellos y sus postulados son los buenos en cualquier momento de la historia que elijas, y de que cualquier discrepancia es motivo de ataque, vergüenza y marginación.

Pero démonos cuenta de algo. La socialdemocracia ha tenido casi 80 años entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el día de hoy para cumplir con sus promesas. Han sido años, debido al macro­ciclo económico, de enorme expansión (después de una gran guerra viene una fase de gran expansión), lo que ha permitido que se dieran subsidios masivos, la deuda siguiera creciendo de forma aberrante creando hambre para mañana y se hiperregulara la economía sin un impacto excesivo. Pero esta situa­ción empezó a desmoronarse a finales de la década de los 2000 y su crisis.

Uno de sus efectos ha sido que una parte de la sociedad, que previamente se había beneficiado del crecimiento económico y la "generosidad" socialdemócrata, comenzase a dudar del sistema y a ser más reticente a la hora de aceptar los altos impuestos, la burocracia desmedida y el parasitismo de enti­dades que lejos de aportar al conjunto de la sociedad la desangran en favor de ciertas facciones ideológicas.

Y así han nacido partidos, movimientos y activistas incómodos para el establishment que se niegan a seguir participando de una farsa abocada al colapso de la economía y el debilitamiento de los pi­lares fundamentales de la civilización occidental. En realidad se trata de un principio de desquebrajamiento de la hegemonía socialista, la corrección política y de la dictadura del catecismo progre. Es una reacción que ha desconcertado a los intelectuales del régimen, que solo saben contestar con etiquetas fal­sas y vacías como fascista o ultraderecha a todo aquello que los contradice en sus dogmas y viejas verda­des oficiales. Una reacción a la izquierda pija, que domina el relato y censura el lenguaje, que se victimiza y excluye lo que no acepta. Que persigue e insulta.

Ahora la rebeldía y a contracultura ha cambiado de signo. Es heterogénea, protestona, inconfor­mista, sin complejos, individualista y reaccionaria a la hegemonía indiscutible de la socialdemocracia obligatoria. Es un despertar, un salir de la Matrix en la que nos habían metido. Una rebelión incipiente de la opresión del totalitarismo progresista, que entiende que la guerra cultural es imprescindible. Un movi­miento que necesita de más organización, unión y estrategia. Solo así se abrirá camino la libertad.

· IDEAS CLAVE

1. La socialdemocracia no cree en el mérito y la excelencia para prosperar en la socie­dad, sino en el igualitarismo. En el fondo es el regreso moderno al fracasado comu­nismo. Se convierte así en una amenaza a la hora de establecer un justo reparto de bie­nes comunes, que es una de las funciones más importantes del Estado.
2. Sus orígenes se remontan a finales del s. XVIII, cuando republicanismo y obrerismo se fusionan en plena industrialización. Reaccionaban contra el progreso y llegaban a destrozar las máquinas del empleador porque creían que les robaba el trabajo. Pese a su propaganda, que atribuye "el progreso" a sus viejas ideas, en realidad siguen detestando el progreso real, fundamentado en una economía libre, sólida y equilibrada.
3. La culura obrerista socialista se caracterizaba por su paternalismo estatal, por el igualitarismo forzoso, la justicia social entendida desde su prisma, y se oponía a los ricos, a la burguesía, al que tenía más. Tenían afinidad con los procesos revolucionarios para conseguir su modelo totalitario, y entendían la democracia como una herramienta más para alcanzarlo de una forma menos violenta.
4. Tras la II Guerra Mundial el estatismo sale reforzado y se establece el consenso social­ demócrata. Proliferan las economías mixtas donde conviven la propiedad e iniciativas privadas con la planificación estatal y el control público de la economía. El Estado se convierte en el padre protector que todo lo controla, encargado de proveer a toda la so­ciedad de sanidad, educación, trabajo y vivienda.
5. La cultura socialdemócrata se erige como el nuevo sistema hegemónico mediante un gran trabajo de ingeniería social e imposición de relato que apunta a crear un hombre nuevo y una sociedad nueva. El individuo queda supeditado al "bien común". El rico pasa a ser sospechoso de explotación y objeto de crítica social; el pobre, pasa a ser víc­tima del capitalismo y sus desequilibrios. El cristianismo comienza su derrumbe en fa­vor del ateísmo y las religiones de nuevo cuño (feminismo, multiculturalismo, cambio climático, ecología...).
6. Tras décadas de imposición cultural empiezan a tomar fuerza reacciones de corte liberal y conservador que son contrarios al establishment y sus viejas verdades y formas de proceder. Al ver como su relato se pone en duda la socialdemocracia responde con el insulto, el estigma, la censura y la cultura de la cancelación ante la disidencia (ma­chista, fascista, ultraderecha, negacionista...). La incipiente disidencia, todavía muy poco organizada, requiere de pautas, estrategias y unión para enfrentarse al mastodón­tico sistema de poder y propaganda socialdemócrata (razón por la cual existe este libro).

Miguel Anxo Bastos sobre Gramsci

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Justin Trudeau afirmando que está imponiendo una dictadura ilegal en Canadá




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