Adiós a la Patria
Tierra del Sol amada,
Donde inundado de su luz fecunda,
En hora malhadada
Y con la faz airada
Me vio el lago nacer que te circunda.
Campo alegre y ameno,
De mi primer amor fácil testigo,
Cuando virgen, sereno,
De traiciones ajeno,
Era mi amor de la esperanza amigo,
Adiós, adiós te queda.
Ya tu mar no veré cuando amorosa
Mansa te ciñe y leda,
Como joyante seda
Talle opulento de mujer hermosa.
Ni tu cielo esplendente
De purísimo azul y oro vestido,
Do sospecha la mente
Si en mar de luz candente
La gran mole de sol se ha convertido.
Ni tus campos herbosos,
Do en perfumado ambiente me embriagaba,
Y en juegos amorosos,
De nardos olorosos
La frente de mi madre coronaba
Ni la altiva palmera,
Cuando en tus apartados horizontes
Con majestad severa
Sacude su cimera,
Gigante de la selva y los montes.
Ni tus montes erguidos
Que en impío reto hasta los cielos subes,
En vano combatidos
Del rayo, y circuidos
De canas nieves y sulfúreas nubes.
Adiós. El dulce acento
De tus hijas hermosas: la armonía
Y suave concento
De la mar y el viento,
Que el eco de tus bosques repetía;
De la fuente el ruido,
Del hilo de agua el plácido murmullo,
Muy más grato a mi oído
Que en su cuna mecido
Es grato al niño el maternal arrullo;
Y el mugido horroroso
Del huracán, cuando a los pies postrado
Del ande poderoso,
Se detiene sañoso
Y a la mar de Colón revuelve airado;
Y del cóndor el vuelo,
Cuando desde las nubes señorea
Tu frutecido suelo,
Y en el campo del cielo
Con los rayos de sol se colorea;
Y de mi dulce hermano,
Y de mi tierra hermana las caricias,
Y las que vuestra mano
En el albor temprano
De mi vida sembró, gratas delicias,
¡O h madre, oh padre mío!
Y aquella en que pedisteis, mansión santa,
Con alborozo pío
El celestial roció
Para mi débil niño, frágil planta
Y tantos, aymé, tanto, Marcan a mis quebrantos
Breve tregua tal vez con mi memoria;
Presentes a la mía
En el vasto palacio o la cabaña,
Hasta el postrero día
Será mi compañía,
Consuelo y solo amor en tierra extraña.
Puedas grande y dichosa
Subir, ¡oh patria!, del saber al templo,
Y en carrera gloriosa
Al orbe, majestosa,
Dar de valor y de virtud ejemplo
Yo a los cielos en tanto
Mi oración llevaré por ti devota,
Como eleva su llanto
El esclavo, y su canto,
Por la patria perdida, en triste nota
Duélete de mi suerte;
No maldigas mi nombre, no me olvides;
Que aun cercano a la muerte
Pediré con voz fuerte
Victoria a Dios en tus fatales lides.
¡Dichoso yo si un día
A ti me vuelve compasivo el cielo;
Dulce muerte me envía,
Y me da, patria mía,
Digno sepulcro en tu sagrado suelo.
Lejos de mi lar
La historia brillo en su pluma
Fraguada debajo del lago
Su tierra preñada en halagos
Le dio la luz a la bruma
Un sol para el universo
Y una luna que lo circunda
En su cálida tierra fecunda
La belleza de sus versos
Arraigada en la costumbre
De un pueblo verdadero
Con palmeras y luceros
Que abrazan las bellas cumbres
Ser escritor no fue suficiente
Ni ingeniero extraordinario
Plasmo en el diccionario
La luz del sueño naciente
Tu nombre no está en el olvido
Ni en un epitafio en la hiedra
En las aguas sobre las piedras
Donde un águila cuida su nido
Está en el corazón de la gente
En el pueblo venezolano
En el gentilicio zuliano
Cuando llego y cruzo mi puente
Tu presencia sigue en la región
En tu teatro, en el liceo
En la cordillera, en Timoteo
Y en la plaza frente al malecón.
El último adiós a la patria
Y En las entrañas de la poesía
Con tu clara sabiduría
Iluminaste la tierra mía
A ti no te hemos olvidado
Rafael María Baralt
Cuando estoy lejos de mi lar
Tú siempre estas a mi lado
Al sol
Mares de luz, ¡oh sol!, en la alta esfera
derrama triunfador tu carro de oro
y la vencida luna con desdoro
su antorcha apaga ante su inmensa hoguera.
Y el águila de rayos altanera
hasta el cielo a buscar va su tesoro;
y esparce al viento su cantar sonoro
del umbroso pensil ave parlera.
Y la tierra y el mar y el claro cielo
penetrados por ti hierven de amores
cual de su esposo al fecundante anhelo.
¿Quién la lumbre te da? ¿Quién los ardores?
El ser a quien tu luz, que nos asombra,
es fuego sin calor, es mancha, es sombra.
El mar
Te admiro, ¡oh mar!, si la movible arena
besas rendida al pie de tu muralla,
o si bramas furioso cuando estalla
la ronca tempestad que al mundo atruena.
¡Cuán majestuosa y grande si serena!
¡Cuán terrible si agitas en batalla,
pugnando por romper la eterna valla,
con cólera de esclavo tu cadena!
Tienes, mar, como el cielo, tempestades;
de mundos escogidos, prodigiosa
suma infinita que tu mole oprime.
Y son tu abismo y vastas soledades,
como imagen de Dios, la más grandiosa;
como hechura de Dios, la más sublime.
Rafael María Baralt
Académico de número
Maracaibo (Venezuela),
1810-Madrid, 1860
letra R
TOMA DE POSESIÓN
27 de noviembre de 1853
FALLECIMIENTO
4 de enero de 1860
El 27 de noviembre de 1853 ocupaba su asiento en la RAE el primer miembro americano de la institución, el periodista y poeta venezolano Rafael María Baralt, que dedicó su discurso de ingreso a su antecesor en la silla, Don Juan Donoso Cortés, marqués de Valdegamas, sus obras y su estilo; y consideraciones sobre «los que so color de ilustrar y enriquecer el habla miserablemente la profanan y empobrecen»: «Mi veneración á la Academia Española data de los primeros años de mi existencia, y vive unida en mí á los recuerdos de aquella edad en que el ánimo y la inteligencia reciben, á modo de tierra vírgen, la semilla de los afectos que difícilmente se borran, de las pasiones que tarde se apagan, y de las ideas que jamás se olvidan» (p. 5). El académico Joaquín Francisco Pacheco fue el encargado de darle la bienvenida a la casa de las palabras.
Nacido en Maracaibo (Venezuela) el 3 de julio de 1810, Baralt vivió en América hasta 1841. De raíces españolas por parte de abuelo paterno, la infancia de Baralt transcurrió en la República Dominicana. En 1823 regresó a Venezuela, se alistó en el ejército y participó en la batalla de Maracaibo. Tras estudiar Latín y Filosofía en Bogotá, volvió a Venezuela, donde fue nombrado oficial la oficina de correos del departamento de Zulia, oficial del Estado Mayor (1830) y secretario del general Santiago Mariño, a quien acompañó en la Revolución de 1835. En Caracas, Baralt formó parte de la vida intelectual y cultural de la ciudad; participó en la Sociedad Económica de Amigos del País y colaboró en distintas revistas y periódicos, como "El Correo de Caracas", donde publicó artículos costumbristas.
En 1841 se trasladó a París con el fin de elaborar y publicar la obra Resumen de la Historia de Venezuela, y a su regreso a Venezuela le fueron encomendados otros proyectos que le llevaron de a Londres y a Sevilla. En 1846 llegó a Madrid, donde pronto se convirtió en uno de los periodistas políticos más destacados de su tiempo; comenzó a colaborar en El Tiempo, donde publicó su "Oda a España" (1846), y se incorporó después en "El Espectador" y en "El Siglo", donde publicó una serie de artículos sobre la libertad de imprenta que hicieron que fuera detenido y encarcelado. En 1849 Baralt obtuvo el primer premio del Liceo de Madrid por su Oda a Cristóbal Colón, y en 1852 fue nombrado vocal de la Junta consultiva de teatros del Reino. Después fue director de la "Gaceta de Madrid" y de la Imprenta Nacional, y fue nombrado comendador de la Real Orden de Carlos III.
Pero la fama de Baralt se vio consolidada con la publicación del Diccionario Matriz de la lengua castellana (1850), del que solo se publicó el plan general, y, sobre todo, con la publicación del Diccionario de galicismos (1855), con prólogo del académico Hartzenbusch. A pesar de los errores de la obra, comentados por Juan Mir en su Prontuario de hispanismos y galicismos (1908), el Diccionario de galicismos aportó una valiosa información sobre un tema que preocupaba mucho en los círculos intelectuales de entonces, la rápida penetración del francés en los medios culturales. La labor filológica de Baralt fue exaltada por el gramático venezolano Andrés Bello y por el filólogo Milá y Fontanals.
Además de su faceta periodística y filológica, Baralt escribió numerosas odas y poemas, Oda a España (1846), Oda a Colón (1850), Odas a S. M. la Reina Doña Isabel II (1851), etc. Su obra completa fue editada por la Universidad de Zulia entre 1960 y 1970, coordinada por Pedro Grases, y sobre su personalidad es de imprescindible manejo el libro de Agustín Millares Carlo, Rafael María Baralt (1810-1860). Estudio biográfico, crítico y bibliográfico (1969).
Rafael María Baralt, el primer académico americano de la RAE, murió en Madrid el 4 de enero de 1860. En 1982 fue creada en su honor la Universidad Nacional Experimental Rafael María Baralt en Cabimas, (Venezuela). El venezolano fue retratado, con guasa y en verso, en el libro Cabezas y calabazas (Salvador María Granés, 1880, p. 148):
«Cuando joven, era un crítico
ilustrado e indulgente:
hoy la edad le ha hecho gruñón
y, cuando critica, muerde».
La Real Academia Española, 1999, Alonso Zamora Vicente (pp. 203-204).
Discurso de ingreso de Rafael María Baralt en la RAE, 1853.
(...) Si el espíritu moderno tiene, como creo, un sentido exacto y susceptible de aplicación á la vida real, el problema que cada pueblo de por sí debe resolver consiste en apropiarse la civilización universal sin salir de su propio carácter y límites morales: más claro, en ser cosmopolita, sin dejar de ser indígena y patriota. Una lengua artificial aplicada á la literatura de todos los pueblos es, en efecto, una ilusión tan absurda y desvariada como la de una poesía general de convención. Poesía y lengua de tal especie contradicen la eterna ley que, sin menoscabo de la unidad del género humano, une con lazo indisoluble los idiomas y las razas á los climas y á la configuracion de los lugares: ni, á ser posible, darían otro resultado que el de destruir por siempre la energía intelectual de las naciones. De aquí la necesidad de contar con lo pasado para las reformas de lo presente; porque en política como en religión, en religión como en costumbres, en costumbres como en artes y literatura, la sociedad que se desjioja de las antiguas formas pierde su natural fisonomía, renuncia á su carácter, se priva de la más sólida garantía de independencia, y dificulta todo progreso fecundo y estable en la carrera de su civilización y vida nacional. Familia sin memorias ni recuerdos, borra sus fastos, mancilla sus blasones, y se entrega sin prevision ni recaudo á las azarosas experiencias de lo desconocido y contingente. La tradición, por el contrario, es nervio al par que nobleza de las naciones; porque, al modo que una fortaleza murada y guarnecida, mantiene el órden interior, conserva el legítimo dominio, é impide que poderes extraños, violentos é invasores penetren de sobresalto, y mano poderosa en el país.
Salvo que para ser útil entiendo yo que debe la tradición acoger en su seno de buen grado los verdaderos y sanos adelantamientos de la civilización humana; que el culto intolerante y fanático de lo pasado, encerrando el espíritu y la acción del pueblo en un círculo de ideas y de movimientos estrechísimo, termina siempre por envilecerle y degradarle. Lo pasado es la semilla, no el fruto del árbol de la ciencia: y como hasta ahora ninguna generación ha poseído la verdad, el trabajo del hombre es inquirirla, con el sudor de su frente, y bajo la dirección de la Providencia, en el trascurso de los siglos. Detenerse en el camino, tanto vale como negarse á llevar la carga impuesta por Dios á nuestra vida, en la cual nada se alcanza sin dolor, esfuerzo ni pelea.
La sensata tradición que nada legítimo excluye: la tradición liberal y generosa que únicamente rechaza lo que perturba y desconcierta: la tradición que liga con cadenas de oro y flores lo pasado á lo presente, y lo presente á lo porvenir: en suma, la tradición civilizadora y expansiva, y por lo tanto cristiana, es la sola que este docto Cuerpo está encargado de conservar.
¡Objeto nobilísimo de su instituto que satisface una necesidad real y durable de la nación; y explica cómo, de cada vez más amada y respetada, ha podido subsistir y prosperar la ACADEMIA ESPAÑOLA. A en medio de las ruinas con que, desde su creación hasta el día, han sembrado la tierra en derredor de su recinto venerando la injuria de los tiempos y la venenosa acritud de las pasiones! (...)
RAFAEL MARÍA BARALT- COMPIL... by Yanka
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La Comunicación más alta posee la gracia de despertar en otro lo que es y contribuir a que se reconozca.
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"Nos co-municanos, luego, co-existimos".
Juan Carlos (Yanka)