San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, nos presenta el mundo como un gran campo de batalla donde se enfrentan dos ejércitos… el cristiano no puede permanecer indiferente ante esta lucha… sino que tiene que saber escoger cuál es su lugar… y bajo qué bandera combatirá… bajo la bandera de Cristo o bajo la bandera de Satanás…
Era un gran valle al pie de una montaña… yo me encontraba en una pequeña meseta, a uno de los extremos, desde donde podía divisar toda la llanura… la noche estaba muy oscura… y la única claridad provenía de una enorme columna de fuego que se alzaba desde el tope de la montaña y que parecía alcanzar el cielo…
En el valle había dos grupos, uno a cada extremo… no sé que hora era, pero me parecía que aún faltaban unas horas para el amanecer… el ambiente se sentía cargado de adrenalina… uno de los grupos, el más cercano a mí, esperaba en silencio… había una cierta calma en el aire, como quien ha logrado dominar la pasión para actuar de acuerdo a una Voluntad Superior…
Mientras tanto, en el otro grupo se escuchaba movimiento… bulla… confusión… estaban juntos, pero desarticulados… todos querían mandar y ninguno quería dejarse dirigir… pero apareció una figura, más grande e imponente que las demás, que lanzándoles una mirada fulminante, gritó y les mandó a callar… poco a poco comenzaron a organizarse por grupos… de un lado, la soberbia… de otro, la lujuria… más allá, la envidia… la avaricia… la pereza… la gula… y la ira… era claro que no obedecía por gusto, sino por el miedo que aquella figura les inspiraba…
De repente, la figura alzó la vista y clavó su mirada en mí… fue sólo un instante, pero sentí un frío que me helaba los huesos… no podía distinguirle bien desde donde me encontraba, pero sus ojos rojizos estaban llenos de maldad… y brillaban con un odio indescriptible… “Ese es Satanás”, dijo una voz a mi lado, “pero no te preocupes, no podrá tocarte mientras estés conmigo”… miré y vi a Jesús, parado junto a mí… y por primera vez me di cuenta que no me encontraba solo…
Mientras hablábamos, vimos como Satanás comenzó a moverse desde su lado del valle, hacia las almas que estaban cerca de nosotros… “Va a aprovechar la oscuridad de la noche y el cansancio de la espera para tentar a mis guerreros”, dijo Jesús… “Mi Padre ha permitido que seas testigo de lo que ellos vean y escuchen para que entiendas la lucha interior que enfrentan”, añadió…
Jesús me llevó junto a su ejército y observé como Satanás se acercaba a sus guerreros, uno por uno… escuchaba las cosas que les susurraba al oído… y los sueños que iba vendiéndole a sus corazones… muchos permanecían firmes, fieles al llamado del Señor… pero algunos se dejaban seducir por las palabras del Engañador… fama… dinero… pasiones… poder… eran las cosas con las que iba tentando a unos y a otros… y veía cómo comenzaban a caminar por el valle, alejándose de nosotros y acercándose al ejercito enemigo…
Hubo algo que me llamó la atención… tan pronto una de estas almas escuchaba a Satanás y sucumbía a sus engaños, parecía como si una puerta se abriera en su corazón… entonces aparecían varios demonios que comenzaban darle vueltas… entraban y salía de ella como les placía, empujándola cada vez más… mientras tanto, Satanás dibujaba una sonrisa en sus labios y nos miraba a Jesús y a mí…
“No es una sonrisa”, dijo Jesús conociendo mis pensamientos, “ese es incapaz de sonreír o de sentir alegría o de cualquier sentimiento bueno y digno… al contrario, su sonrisa es una mueca, se burla de nosotros porque sabe que cada alma que me roba me causa un dolor indescriptible… fíjate, él no seduce las almas por el daño que les hace, en realidad desprecia a todo el género humano… pero vuelca en los hombres todo el odio que siente por mí y por mi Padre…”
Mientras Jesús me hablaba, Satanás seducía a otra de las almas en su ejercito… ¡y cuál fue mi sorpresa cuando vi que tenía un cuello clerical en su camisa: era un sacerdote!!! Le pedí a Jesús que no lo permitiera y me respondió: “Pídeselo a mi Padre y Él te lo concederá”… dirigí mi vista a la gran columna de fuego que subía de la montaña hasta el cielo y dije: “Padre, no permitas que esta alma consagrada a Ti se pierda… protégelo y dale la fortaleza para vencer la tentación”… entonces un rayo de gracia alcanzó el corazón del sacerdote, inundándole del Amor de Dios… abrió los ojos y, aterrado, pudo ver como Satanás trataba de abalanzarse sobre él con rabia… pero San Miguel apareció de repente, interponiéndose entre ambos, protegiéndole… mientras tanto, María Santísima lo cubría con su manto y lo acompañaba de vuelta a su lugar…
Mientras Satanás se retorcía de la rabia al ver como se le escapaba de las garras el alma del sacerdote, Jesús siguió diciéndome:
“La batalla entre el bien y el mal no es una batalla entre iguales… eso es lo que él quiere hacer creer… pero él siempre será un criatura… y si existe, es porque mi Padre así lo permite… eso incrementa el odio en él… saber que su sola existencia se la debe a Aquel a quien tanto aborrece… y saber que siempre estará separado de su Creador porque su ser es incapaz de amar o de sentir agradecimiento… más aún, se odia a sí mismo porque sabe que él es el único culpable de su condena…”
“Ahora mismo está impaciente y rabioso… él quisiera lanzarse contra mi ejercito con toda su furia, pero no puede… así que trata de arrastrar tras de sí a tantas almas como le es posible, porque sabe que la batalla final ya se luchó… y él fue el perdedor…”
Comenzaba a amanecer y el primer rayo de luz cayó sobre el valle… Satanás y sus demonios se retiraron a toda prisa a su campamento, pues la luz dejaba ver su verdadero rostro y ponía al descubierto sus engaños… su apariencia era horrible y quedaba revelada a todos… ya no trataban de seducir con mentiras… sino que maldecían e injuriaban, gritando amenazantes desde su lado del valle…
De pronto, nos encontramos de nuevo en la meseta y Jesús me mostraba su ejercito… éramos un pequeño grupo de guerreros… montábamos sobre caballos blancos y por primera vez noté que llevábamos puesta la Armadura de Dios… el Cinturón de la Verdad… la Coraza de la Justicia… los pies calzados con el Celo por el Evangelio de la Paz… el Yelmo de la Salvación… en una mano el Escudo de la Fe… y en la otra, la Espada del Espíritu…
Miré a Jesús sorprendido por lo pocos que éramos… pero Jesús me invitó a mirar de nuevo… y vi que detrás venía una gran multitud que se perdía en el horizonte… de un lado, los santos y los mártires, que junto a nuestra Señor y a las almas del Purgatorio, unían sus oraciones a las de toda la Iglesia… por el otro, todas las legiones angélicas que capitaneados por San Miguel entonaban alabanzas a Dios…
Jesús abrió su pecho y tomando una pequeña chispa del fuego inmenso que ardía en su Corazón, extendió su mano y la puso en el mío, como había hecho con los demás guerreros… era un fuego abrasador que crecía y crecía, según las oraciones de la Iglesia aumentaban y las alabanzas de los ángeles alcanzaban el Trono de Dios…
Jesús me miró y me dijo: “Ha llegado el momento”… entonces el Padre, desde lo alto de la Columna de Fuego, dio la orden y la batalla final comenzó…
San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, nos presenta el mundo como un gran campo de batalla donde se enfrentan dos ejércitos… el cristiano no puede permanecer indiferente ante esta lucha… sino que tiene que saber escoger cuál es su lugar… y bajo qué bandera combatirá… bajo la bandera de Cristo o bajo la bandera de Satanás…
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