Contratapa de la primera edición (Ed. Problemas 1946):
"Soy un hombre de América. De niño conocí gauchos, y para entenderlos y quererlos no précisé irme lejos de mi casa. Ya mozo, trajiné caminos. Fui estudiante, péon, cronista, vagabundo. Y siempre trovero de artes olvidadas. Mi música la extraigo del pueblo. Y cuando compongo, soy pueblo, gleba. Soy mugre y sueño de peonada nómade. Estoy con la Democracia y la Libertad, y para combatir el imperialismo y las dictaduras soy tres veces soldado: con mi guitarra, con mis canciones, con mi fusil. No soy un escritor. lejos de las academias, me han pulido los vientos y las sendas.
Tal vez sea solo eso: un camino áspero que busca rumbos altos; un viento antiguo de sabor indiano...". Atahualpa Yupanqui
Técnicamente, Cerro Bayo es una novela de Yupanqui, pero en realidad, Cerro Bayo es una especie de manifiesto de los caminos y los vientos, un alarido en capítulos de cerros, un volcán de párrafos y silencios. ¿Acaso cómo explicaríamos, con argumentos prosaícos, una frase como esta?: “Cerca, el zaino se está comiendo el paisaje, poco a poco” Yupanqui nos invita en esta oración, a comprender que el paisaje es alimento, alimento de los paisajes vivientes, como los caballos, Atahualpa nos invita a una discusión de paisajes:
¿Cuál es el paisaje de quién? ¿Quién es el paisaje de qué? “Nunca conoció a su padre. Desde niño sólo vió a su lado a esa mujer callada, morena, de oscuras polleras...que le enseñó a sembrar, a arar, a conducir el rebaño, a elegir los pastos, a distinguir desde lejos los animales y los hombres, y sobre todo, le enseñó a callar” Cerro Bayo es un tratado sobre las lejanías humanas, un intento de habitar el eco de la intemperie del cerrero y el vallisto, una manera de traducir la biografía del corazón de piedra del cerro: “El cerro les ha dado fuerza para no hundirse. La piedra les prestaba dureza ante los años y el dolor. El viento les aconsejaba música, y del fondo de la sangre les calentaba el cuerpo y el alma una antigua esperanza recóndita”.
El cerro y el hombre, dialogan siglos de soledades, edades de baguala y piedras, delimitan donde comienza y acaba el río del silencio, Yupanqui media entre el canto del hombre y el eco del cerro:
“El canto es más arisco y es más libre que el hombre. El hombre vive en una cárcel de piedra y cielo, con una senda que sube, con un camino que baja. Puñal azul, el canto desbarta las nubes. El alma del arriero se preña del silencio para parir una canción en la noche. El hombre sigue siendo un pedazo de cerro que se ha echado a andar”.
Prólogo:
"Amigo lector. Estas páginas, reunidas bajo el título de Cerro Bayo, no aspiran a constituir una novela. El lugar y las personajes son auténticos, aunque, por naturales motivos de prudencia, he cambiado algunos nombres. Las costumbres y tradiciones expuestas en este libro han sido observadas y cuidadosamente fijadas. No hay en toda la obra juego alguno de imaginación. Desde el detalle de los amaneceres, los ocasos y las noches, las fiestas y las dudas y pesares de los hijos de la sierra, todo responde a la realidad de la vida en Cerro Bayo. A lo largo de los años, y andando y recorriendo las montañas del norte argentino, aprendí a conocer y querer estas gentes, mestizos e indios que pueblan la inmensidad andina. A ellos debo las mejores horas de mi vida y el tono más alto de mi emoción de artista criollo. Desde el río crecido de mi sangre, yo los saludo con mi mejor esperanza". Atahualpa Yupanqui
Tiempo del Hombre
Atahualpa Yupanqui
La partícula cósmica que navega en mi sangre
Es un mundo infinito de fuerzas siderales.
Vino a mí tras un largo camino de milenios
Cuando, tal vez, fui arena para los pies del aire.
Luego fui la madera. raíz desesperada.
Hundida en el silencio de un desierto sin agua.
Después fui caracol quién sabe dónde.
Y los mares me dieron su primera palabra.
Después la forma humana desplegó sobre el mundo
La universal bandera del músculo y la lágrima.
Y creció la blasfemia sobre la vieja tierra.
Y el azafrán, y el tilo, la copla y la plegaria.
Entonces vine a américa para nacer en hombre.
Y en mí junté la pampa, la selva y la montaña.
Si un abuelo llanero galopó hasta mi cuna,
Otro me dijo historias en su flauta de caña.
Yo no estudio las cosas ni pretendo entenderlas.
Las reconozco, es cierto, pues antes viví en ellas.
Converso con las hojas en medio de los montes
Y me dan sus mensajes las raíces secretas.
Y así voy por el mundo, sin edad ni destino.
Al amparo de un cosmos que camina conmigo.
Amo la luz, y el río, y el silencio, y la estrella.
Y florezco en guitarras porque fui la madera.
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