sábado, 11 de septiembre de 2021

ENTENDER LA DIFERENCIA SIN IDEOLOGÍAS


ENTENDER LA DIFERENCIA 
SIN IDEOLOGÍAS
"Cuando el relativismo moral se absolutiza en nombre de la tolerancia, los derechos básicos se relativizan y se abre la puerta al totalitarismo" Cardenal Ratzinger
"La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad". Thomas Mann
"Benevolencia no quiere decir tolerancia de lo ruin, o conformidad con lo inepto, sino voluntad de bien". Antonio Machado
El año 1940 el teólogo, filósofo y escritor norteamericano, Reinhold Niebuhr escribió lo que se conoce como la “Plegaria de la serenidad”. Los tres primeros versos del poema dicen:

“Señor, concédeme serenidad para aceptar 
todo aquello que no puedo cambiar,
valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar
y sabiduría para entender la diferencia”.

He de reconocer que me cuesta captar la diferencia con personas con actitudes irracionales. Siempre me llevé mejor con mis alumnos contestatarios, inquisidores, analíticos, capaces de reflexionar y dispuestos a aprender y a cambiar de idea, si lo que le presentan es suficientemente racional. Sin embargo, con personas dogmáticas, poco razonables, apegadas a estereotipos, incapaces de razonar, llenas de prejuicios, y no dispuestas ni a aprender ni a discutir razonablemente, con argumentos lógicos y sin considerar que quien se opone a su idea es un enemigo, me resulta difícil interactuar, porque, para empezar, tengo poca tolerancia a la terquedad y el dogmatismo. En este punto me encantaría que Niebuhr me diera alguna lección de cómo entender la diferencia, entre gente que no va a cambiar, porque sus creencias no se lo permiten, y personas que sí están dispuestas a examinar su pensamiento.

En el mismo año 1940, en que Niebuhr escribió su poema, uno de mis filósofos preferidos, José Ortega y Gasset, publicó el libro Ideas y creencias. En dicho texto, Ortega analiza la manera en que formamos nuestras creencias y como recibimos las de nuestros antepasados.
Ideas y creencias no se distinguen entre ellas, según Ortega, sino por la relación que las personas establecen con ellas. Las ideas son pensamientos que se vienen a la cabeza y las creencias conceptos que se adquieren, fundamentalmente, a partir de los conceptos que heredamos de nuestro entorno social, que son asumidos de tal modo, que estamos inmersos en creencias, sin reparar siquiera que estamos en ellas. Como diría su famosa frase al inicio de su libro: “Las ideas se tienen, en las creencias se está”.
Toda creencia en algún momento solo fue una idea rondando en la cabeza de alguien, pero luego se instaló y se quedó en el inconsciente colectivo (como diría Jung), de tal manera, que apenas discernimos qué creencias tenemos y cuán acendradas están en nosotros.

Una creencia habitual es actuar como si nada fuera a cambiar, caminar sin pensar, como diría Ortega que la tierra se puede mover o que el cielo se nos puede caer encima, ni siquiera nos planteamos que la realidad pueda cambiar, sin embargo, lo cierto es que todo es permanente cambio, razón tenía Heráclito con eso de que “nadie se baña dos veces en el mismo río” que es lo mismo que decir, lo único constante es el cambio.
Las ideas surgen, no desde un ente ideal como pensaba Platón, sino de la mente de seres humanos que, confrontados con situaciones nuevas, generan ideas que los llevan a replantearse lo que tienen por delante. La creencia, en cambio, no duda, no ve bifurcaciones en el camino, ni siquiera se plantea la posibilidad de que algo distinto pudiera ocurrir, como cuando le enseñé en mi época de adolescente a un campesino en Los Barriales, cerca del colegio donde estudiaba en Chillán, Chile que “el hombre había llegado a la luna”, y aquel labriego se levantó indignado y me expulsó de su casa diciendo:
-No soporto a la gente mentirosa, váyase y no vuelva.
Aún sonrío cuando pienso en el incidente, pero que es similar a los muchos que he vivido a lo largo de mi vida, con personas que por no haber escuchado nunca una idea nueva, que la saca de su zona de confort, simplemente, se enojan, y se paran indignadas creyendo que están siendo engañadas.

La duda, evidentemente, desestabiliza las creencias, porque les quita el piso, y deja a las personas “sin saber a qué atenerse” (Ortega), y se ven de pronto, hundidos en una situación existencial sin saber qué creer, y en vez de replantearse, lo que hacen, habitualmente, es aferrarse a las creencias, porque de un modo u otro, les da un cierto grado de estabilidad.
Karl Jaspers, el médico y filósofo alemán, hablaba de “las situaciones límites”, esos momentos en que nos vemos confrontados con todo lo que hemos creído y tenemos que volver la mirada a lo que sabemos, y tenemos que determinar si lo que consideramos cierto lo es verdaderamente. En dichos instantes surgen ideas fenomenales, conceptos que nos llevan a nuevos horizontes, y se nos abren puertas de conocimientos que hasta ese momento no creíamos posible, no obstante, y en contraste, muchos se aferran a lo que saben. La creencia, siempre es una zona cómoda, produce seguridad, pero en general, no ayuda a enfrentar situaciones difíciles.

Cuando estamos abiertos a dudar, cuando nos planteamos la posibilidad de que no tengamos toda la verdad, en nada, sino que estemos permanentemente dispuestos a examinar nuestras creencias, entonces, podemos crecer, aprender, desarrollarnos y remodelar lo que creemos. La alternativa es el Talibán, el extremista, el fanático, el tragacionista, el que no está dispuesto a incorporar en su vida nada nuevo o que lo obligue a salir de su zona de confort o de lo conocido, satanizando todo lo novedoso, o lo que se percibe como tal, porque algunas ideas no son nuevas, sino solo vienen en un momento diferente a la vida de una persona.
El otro día alguien me escribió una frase ridícula, como muchas que recibo donde me decía: -Por favor, no recomiende libros, no confunda a la gente. Basta con lo que ya saben, no están los tiempos para estar leyendo.

Mi primera reacción fue reírme. Luego, como habitualmente me ocurre, sentí tristeza, porque ese ser anodino y sin más visión que lo que conoce, que es como el anciano que me expulsó de su casa porque le había dicho una idea que no entraba en su entramado de creencias.
Ortega decía que el hacer ideas, replantearse permanentemente frente al mundo es una tarea infinita que nunca acaba, porque la vida es problemática, porque nada nos es dado, todo lo tenemos que hacer, porque es preciso construir cada día nuestro modo de estar en el mundo. Fabricar ideas y caminar sobre creencias, es una constante que no acaba. Cada época obliga a replantearse las creencias, pero, solo un grupo, está en condiciones de hacerlo, aquellos que no viven en el dogma, que no se fosilizan en las creencias, que no se estancan en una realidad que ingenuamente creen que no cambia.
Ortega solía decir que el ser humano para vivir de manera digna necesita entender que el problema siempre es una oportunidad de crecimiento, que los desafíos de la cotidianeidad, lejos de asustarnos, deben obligarnos a replantear la vida, para seguir en una visión optimista de la existencia, y no en el derrotismo que termina siendo la creencia inamovible.

A mí me entusiasma aprender. Vivo en constante aprendizaje. Cuestiono permanentemente mis propias ideas. No me aferro a nada, porque sé que todo es una certeza que es permanente mientras no surja algo que nos haga replantearnos todo. Leo, todas las semanas al menos un libro, esta semana estoy con “Jesús y las mujeres” de Antonio Piñero, y en la esquina de mi escritorio un alto de los libros que leeré en las próximas semanas: “De la estupidez a la locura”, el último libro que escribió Umberto Eco; “Homo Deus” del escritor israelí Yuval Noah Harari; “Aporofobia” de Adela Cortina; una novela de Ken Follett, mi novelista preferido; “Madres narcisistas” de Caroline Foster; los tres tomos de “Vida y misterio de Jesús de Nazareth”, del extraordinario José Luis Martín Descalzo; y muchos más… ¿Cómo pueden algunos tener ideas sino leen? ¿Cómo generar ideas si no se dan el trabajo de exponerse a ideas?

La creencia, que no se examina, es peligrosa. Deriva y muta en dogmatismo, extremismo y todo su séquito de oscurantismo, terror, tragacionismo y oposición al pensar. Prefiero mil veces las ideas, y no caminar por los oscuros pasadizos de las creencias no revisables, por mucho que a algunos eso les parezca estar ante una luz roja que les señala zona de peligro.

Dr. Miguel Ángel Núñez

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