viernes, 12 de febrero de 2021

LIBRO "DEMOLICIÓN": LA GRAN TRAICIÓN DE PEDRO SÁNCHEZ (PSOE) A LA DEMOCRACIA POR ROSA DÍEZ 💥


LA DEMOLICIÓN
La gran traición de Sánchez a la democracia

PRÓLOGO 

Este libro es una llamada de alarma dirigida a todos los ciudadanos. Mientras los españoles debatimos sobre el número real de muertos, el número de parados, el número de nuevos contagiados por el virus Covid-19, el puesto que ocupa España en el ranking de los países que peor han gestionado la pandemia de la Covid-19, Pedro Sánchez está demoliendo la democracia y nos está robando nuestros derechos de ciudadanía. 
Y por eso de que «la democracia no es el silencio», ojalá este libro pueda convertirse también en un alegato contra la indiferencia y en una apelación a favor de la resistencia y de la acción en defensa de lo común. 
Los lectores encontrarán en estas páginas una relación fidedigna y verificable de los hechos acaecidos en España desde que Sánchez decidió traicionar a la democracia y sobre las consecuencias que tienen sus actos para la vida y el futuro de los españoles. Dado que el objetivo principal del trabajo que tienen en sus manos va más allá de desenmascarar al impostor, se impone que analicemos cómo hemos llegado hasta aquí y que repasemos la historia de una saga de socialistas que, borrachos de ambición y cargados de un resentimiento alimentado por su mediocridad, han traicionado los valores democráticos y han tirado por la borda la historia más decente de su propio partido. 

Pero hasta aquí no hemos llegado por casualidad ni como consecuencia de una catástrofe de la naturaleza. Antes de que José Luis Rodríguez Zapatero se hiciera con las riendas del PSOE ya resultaba patente que España necesitaba abordar de forma urgente reformas estructurales, imprescindibles para adaptarse con éxito a un mundo abierto y en constante transformación. Pero los gobiernos que le precedieron —ayunos de sentido de Estado y de ambición de país y acomodados en el turnismo PSOE/PP, en el que la cómoda alternancia sustituía a la democrática alternativa—, desperdiciaron un clima político proclive y unos años claves para anticiparse a las necesidades y demandas de la nueva sociedad; y así se fue creando el caldo de cultivo para que Zapatero pusiera en marcha su estrategia de desmantelamiento del Estado y Sánchez la rematara. 

Y mientras los dos grandes partidos esperaban su turno para dirigir el Gobierno de la Nación se fueron organizando los reinos de taifas a nivel autonómico. Y en ese proceso comenzaron a dejar de ser efectivos algunos de los artículos más sagrados de nuestra Constitución, aquellos que proclaman los derechos de ciudadanía en igualdad de condiciones en todo el territorio nacional. Y mientras los ciudadanos nos descuidábamos… empezaron a robarnos la democracia.  


El inicio de la traición. Año 2000: 
José Luis Rodríguez Zapatero 
es elegido secretario general del PSOE 

La democracia tiene al menos un mérito, 
y es que un miembro del Parlamento 
no puede ser más incompetente 
que aquellos que le han votado. 
Elbert Hubbard 

La España que importa, la que proclama derechos iguales para todos los españoles, se puso en riesgo desde el mismo momento en el que Zapatero llegó a la Secretaría General del PSOE y decidió impugnar el sistema del 78 e impulsar una «segunda Transición». José Luis Rodríguez Zapatero fue un secretario general accidental que ganó el congreso del PSOE como consecuencia del pacto contra Bono y que se selló in extremis entre los emisarios/delegados de Felipe González y Alfonso Guerra, pues ellos dos ya llevaban años sin hablarse.  

Desde ese mismo momento, y a pesar de que José María Aznar gobernaba en España, la obsesión de Zapatero fue establecer diferencias con sus predecesores socialistas Felipe González y Joaquín Almunia. 

Lo primero que hizo desde la sede federal del PSOE fue elaborar y difundir la teoría de que los principios y valores que nos permitieron hacer la Transición y construir la democracia se habían quedado obsoletos. Por lo tanto, era preciso impulsar una segunda Transición en la que los protagonistas habrían de ser quienes no habían querido participar en la primera, esto es, los nacionalistas. 

Desde el primer día que estuvo al frente del PSOE Zapatero mostró su profundo desprecio por todo aquello que él —«los de mi generación», solía decir— no había protagonizado. Su adanismo le llevó a cuestionar el proceso de reconciliación nacional, lo mejor que habíamos hecho en la historia reciente de España; su frivolidad le llevó a diseñar una estrategia para fomentar el nacimiento de un partido de ultraderecha que llegara a tener representación institucional —al modo de Mitterrand, años atrás en Francia, que impulsó bajo cuerda a Jean Marie Le Pen— para fragmentar el centro derecha (aglutinado en torno al PP) y posibilitar que el PSOE tuviera cómodas mayorías durante largo tiempo. Como ven la estrategia de utilizar las instituciones y los poderes del Estado para romper la unión entre españoles y liquidar a la oposición no es una idea original de Sánchez, aunque no se le puede negar empeño en reforzarla y llevarla a cabo. 

Mientras Zapatero estuvo en la oposición, se dedicó a trabajar a las bases del partido y a los prescriptores de opinión cercanos al Partido Socialista para convencerles de que era necesario «superar» la Transición. En esa etapa España vio cómo renacía al perversión del lenguaje, un fenómeno que no ha dejado de prosperar desde entonces. 

A la tarea de romper los pactos de Estado en todas las cuestiones de interés general se le empezó a llamar «agrandar el consenso»; a reconocer a ETA como interlocutor e iniciar con ella una negociación sobre cuestiones políticas fue calificado como «dar una oportunidad a la paz»; a poner a la Fiscalía al servicio de los delincuentes se le denominó «manchar las togas con el polvo del camino»; a cambiar la Constitución por la puerta de atrás lo llamaron «estatutos de segunda generación»… 

Cuando Zapatero se convirtió en presidente accidental —ganando tras la matanza del 11 de marzo de 2004 unas elecciones a las que llegaba como claro perdedor— se trasladó a La Moncloa la sede de la política para deslegitimar la Transición e implementar la ruptura con los principios y valores del sistema del 78. 

Y mientras la clase económica, mediática y sindical le reía las gracias al presidente del cambio tranquilo, este fue rompiendo todos los acuerdos de Estado que habían hecho progresar a España. Y mientras los barones del Partido Socialista se las prometían muy felices tras un resultado electoral inesperado y calculaban los réditos que obtendrían a nivel local o autonómico, Zapatero cavaba una zanja entre españoles y resucitaba la idea de las dos Españas

Fue durante su primera legislatura cuando Zapatero comenzó a traicionar el espíritu de la Constitución y a burlar la soberanía nacional al impulsar nuevos estatutos de autonomía que tenían cuerpo de estatuto, pero alma de Constitución, y que fueron, de facto, reformas de la carta magna que se llevaron a cabo sustrayendo la decisión al conjunto de los españoles. Recuerden la promesa de Zapatero de «respetar el Estatuto que salga de Cataluña», un compromiso expreso de robar la soberanía al Parlamento nacional. 

El PSOE de aquellos años fue el que alimentó el victimismo de los nacionalistas frente a la exigencia de respetar y aplicar la ley en todos los rincones de España; y fue un miembro del PSOE —nada menos que José Montilla, el socialista que entonces presidía la Generalidad de Cataluña— quien encabezó una manifestación en contra de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el estatuto. Fue Zapatero quien metió elaborar leyes orgánicas para «superar» los artículos del estatuto que habían sido declarados inconstitucionales. 

Zapatero plantó la semilla del golpe contra la democracia que años después se dio desde Cataluña, si bien Sánchez se ha revelado desde el primer momento como un alumno aventajado en el arte de cultivar la cizaña. 

En el debate de investidura de 2005 Zapatero anunció su decisión de iniciar un proceso de negociación con ETA, al que llamó «proceso de paz» (otro ejemplo de perversión del lenguaje), para que «el fin de ETA» se produjera como consecuencia de un «final dialogado» entre la democracia y el terror. Esa proclamación en sede parlamentaria constituyó una afrenta a la democracia y rompió el Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo suscrito entre el PSOE y el Partido Popular en diciembre del año 2000. 

A partir de ese momento (si bien, y como después se ha confirmado, los socialistas ya llevaban tiempo negociando con la banda terrorista) ETA dejó de ser para el PSOE una organización terrorista a la que el Estado de Derecho tiene la obligación de derrotar y adquirió oficialmente la consideración de interlocutor político con el que el gobierno debía negociar en términos de igualdad. Así empezaron los socialistas a robarnos la democracia. 

Para satisfacer las pretensiones de ETA y continuando con su estrategia de legitimación de la organización terrorista, en 2006 Zapatero llevó al Parlamento Europeo el debate sobre su negociación con la banda, lo que provocó una votación en la que el Parlamento se partió por la mitad ante el regocijo de los testaferros de los terroristas, que, invitados por el PSOE, observaron el espectáculo desde la tribuna. Los socialistas dieron en Bruselas el primer paso oficial para que ETA lograra su ansiado objetivo de «internacionalizar el conflicto». 

De aquellos polvos (la primera gran victoria política de ETA servida en bandeja por el PSOE) vendrían los lodos. En octubre de 2011 y auspiciados por el Gobierno de España y por el Gobierno del País Vasco, llegaría a Euskadi un grupo de personajes que se ganaban la vida haciendo de «mediadores»; como si las víctimas y sus verdugos fueran contendientes homologables; como si el déficit que sufrimos en Euskadi desde que se aprobó la Constitución hubiera sido la falta de paz y no la ausencia de libertad provocada por la existencia de ETA, la única secuela viva del franquismo. 

La sangre de los centenares de víctimas inocentes regó el camino en el que los socialistas dejaron de considerar a ETA un enemigo de la democracia y la convirtieron en un interlocutor del Gobierno de España. Esa «conferencia de paz» (otra perversión del lenguaje) organizada por Zapatero en sus últimos meses como presidente del Gobierno para escenificar un empate entre democracia y totalitarismo (como si tal supuesto fuera éticamente aceptable o la historia de la humanidad no hubiera demostrado que tal aspiración conduce indefectiblemente al fracaso)  fue un paso más en la estrategia de deslegitimación de nuestra democracia. Aunque la demostración más sangrante —nunca mejor dicho— de que el PSOE estaba traicionando la democracia se produjo cuando el 30 de diciembre de 2006 ETA explotó un coche bomba en Barajas, causando dos víctimas mortales, y Zapatero, que estaba en plena negociación con la banda terrorista, lo calificó como un «accidente». Y siguió negociando. 

Zapatero traicionó los principios democráticos más elementales cambiando la Constitución por la puerta de atrás, rompiendo todos los pactos de Estado y colocando a un fiscal general del Estado que se convirtió en el abogado defensor de los terroristas (para no olvidar las palabras de Conde Pumpido proponiendo a los jueces que se apuntaran al «tiempo nuevo» y mancharan sus togas «con el polvo del camino»). También rompió el Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo, acabando con el consenso de la Transición y cavando una zanja para dividir a los españoles. 

Y si pudo hacer todo eso fue porque no hubo una respuesta democrática que se lo impidiera. Una sociedad que se respete a sí misma no hubiera consentido que siguieran al frente de las instituciones unos tipos que renunciaron a defender los valores democráticos más elementales; el silencio de la sociedad hizo más daño a nuestra democracia que la traición del Partido Socialista. 

Hasta la llegada de Sánchez al Gobierno de España lo más grave para la salud democrática de nuestro país ocurrió durante la primera legislatura de Rodríguez Zapatero, pues en esos cuatro años se perpetró la voladura de todos los puentes, la ruptura de todos los lazos entre españoles. Y eso ocurrió sin que apenas nadie cuestionara —ni desde la política, ni desde los sectores económicos más influyentes, ni desde los medios de comunicación— las decisiones estratégicas del jefe del Ejecutivo. 

Fue entre el año 2004 y el año 2008 cuando se escribió la historia más negra de esta época presidencialista, del culto al personaje. Tiene baraka, se decía, como si los atentados del 11-M que habían provocado que ganara las elecciones fueran una cuestión de buena suerte. Fue en esa época cuando el PSOE puso los cimientos para que años más tarde un impostor como Pedro Sánchez pudiera hacerse con las riendas del Partido Socialista y de España

En esos años el PSOE comenzó a promover leyes que tenían como objetivo fundamental romper cualquier tipo de consenso con quienes representaban la mitad ideológica y sociológica de la sociedad española. Esa fue la época en la que el Partido Socialista comenzó a trabar complicidades con los partidos políticos que no creen en España como Nación y cuestionan el sistema democrático del 78. 

Fue en esa época cuando se comenzó a teorizar el todo vale o el como sea para conseguir ganar una votación. Fue Zapatero quien promovió el Pacto del Tinell en 2003, un acuerdo que se mantiene tácitamente y que impulsó una nueva política de bloques para «superar» los acuerdos transversales entre demócratas que hicieron posible nuestra Transición. 

Esa fue la herencia que recogió Sánchez: un Partido Socialista sectarizado y envenenado de odio hacia «la derecha» española (la única opción con quien compite a nivel nacional) y preparado para justificar que se traspasaran todas las líneas rojas para conseguir el poder. Del todo vale o el como sea de Zapatero Sánchez ha llegado al con quien sea. Aunque sean los enemigos jurados de la democracia. 

La cuesta abajo para nuestro país comenzó durante la primera legislatura de Zapatero. Fue en esa etapa cuando tiramos a la basura la mayor parte de lo logrado desde la muerte de Franco. Nos perdimos el respeto entre españoles y nos empezaron a perder el respeto como país. Ahí empezó el Partido Socialista a negar el valor de la Transición, de la Constitución, del reencuentro entre españoles, de lo que nos unió para transitar de forma ejemplar desde la dictadura a la democracia. Y hoy seguimos pagando las consecuencias de esa traición a la comunidad democrática que supuso el inicio de la liquidación de la incipiente ciudadanía española. 

Nadie está a salvo de que llegue al poder un gobernante iluminado y sin escrúpulos; pero las democracias serias tienen contrapoderes que actúan en defensa del interés general si los responsables de defender los valores comunes pierden la cabeza. Imagínense que llega a la Jefatura del Estado en Francia un tipo dispuesto a romper con los valores del republicanismo; o que alcanza la Jefatura del Gobierno de Alemania alguien que pretende romper con la cultura política del federalismo corresponsable y leal con el Estado… Ni con mayorías absolutas en las Cámaras le hubieran dejado hacerlo. 
Solo en las democracias débiles se siguen considerando meritorios la piratería y el aventurerismo. Para ejemplo, Pedro Sánchez, glosado a diestra y siniestra por su capacidad para engañar a todos.  
Solo en un país que carezca de una sociedad vertebrada es posible que quienes mandan sin presentarse a las elecciones, jubilados de lujo o nuevas y rutilantes estrellas, periodistas u opinadores, permanezcan mudos ante tanta locura. Es verdad que mientras Zapatero rompía todo lo construido desde la Transición los silentes o aduladores ingresaban jugosos dividendos; y que una buena parte de todos esos protagonistas mudos sabían que vivíamos en una burbuja política que iba a estallar más bien pronto que tarde. Pero nada de eso les importó mientras no llegó a afectarles a su cuenta de resultados o a la cuantía del bonus con el que pensaban retirarse. 

Es desolador recordar que Zapatero no perdió las elecciones por su traición a los principios democráticos —que protagonizó de forma voluntaria—, sino por una crisis económica internacional que no supo enfrentar. 

A la vista de lo que ocurre hoy en España se puede afirmar que Sánchez es un alumno aventajado de Zapatero y que los españoles no hemos aprendido la lección. Nos descuidamos… y pasó.


Rosa Díez presenta el libro 'La Demolición'

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