EL MITO DE CORTÉS
De héroe universal a icono de la leyenda negra
PRÓLOGO
«Miren los curiosos lectores si esto que escribo si había bien que ponderar en ello: ¿qué hombres habido en el universo que tal atrevimiento tuviesen?». Esta es la pregunta que se hacía Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España [1] al relatar su entrada, junto al resto de españoles capitaneados por Hernán Cortés, en Tenochtitlán, donde, tras avanzar por la calzada que se abría paso en la laguna, fueron recibidos por Moctezuma. Con su habitual estilo, el soldado de Medina del Campo logra plasmar la inquietud y el temor que atrapaban a la hueste de Cortés al entrar en una ciudad en la que podían encontrar inmensas riquezas, pero también la muerte…
Nada de heroico tiene el autor de la obra que ahora arranca, mas acaso algo de temerario, pues: ¿puede decirse algo nuevo a propósito de Hernán Cortés?
Los años venideros, al menos los comprendidos entre 2019 y 2021, orbitarán alrededor de diversos aniversarios, aquellos que tienen que ver con el cumplimiento de los cinco siglos de una serie de hechos relacionados con Cortés: la llegada a Tierra Firme, la fundación de Veracruz, el encuentro con Moctezuma, la conquista de Tenochtitlán… motivos más que suficientes para regresar sobre su figura y volver a tratar a este personaje histórico y los hechos en los que se vio involucrado.
Por todo ello, es probable que Cortés vuelva a protagonizar trabajos de lo más variado, sin que se pueda descartar que nuevos documentos afloren de los archivos proporcionando más materiales que permitan completar o matizar muchos de los aspectos que lo envuelven. En cualquier caso, el de Medellín es ya un mito a la altura de muchos otros hombres de armas y gobierno. Esta condición mítica nos obliga a tratar en relación con eso que se conoce como «mito», razón por la cual recurriremos a la distinción ofrecida por Gustavo Bueno entre mitos oscuros y mitos luminosos. [2]
Entendemos el mito en un sentido filosófico, pues este lleva aparejado «algún tipo de logos, alguna razón de ser, en función de sus servicios prácticos (políticos, didácticos, ideológicos, gnoseológicos…)». Hecha esta primera aproximación, demos la palabra al filósofo español:
Y si el mito es ya un logos, se debe a que el mito es, ante todo, una construcción lingüística, y por tanto una construcción sometida al logos, o lógica, del lenguaje. Ésta es la razón por la cual ni los babuinos ni los chimpancés pueden fabricar mitos, es decir, la razón por la cual carecen de «fantasía mitopoyética» (aunque tengan, sin duda, alucinaciones o pseudopercepciones capaces de producirles terror). El mito es una construcción lingüística, que presupone ya un lenguaje de palabras «de primer orden», llamémosle prosaico. Un lenguaje gramaticalizado que lleva adelante funciones expresivas y apelativas en las cuales están «embebidas», sin duda, ciertas funciones representativas; invenciones protomíticas, como las que puedan atribuirse al mero hecho de expresar el movimiento con consonantes vibrantes, o señalar apelativamente a lo que es grande con palabras que contienen la vocal «a», y a lo que es pequeño con palabras que contienen la vocal «i». [3]
El mito de Quetzalcóatl, de tanta importancia en los hechos a los que habremos de enfrentarnos, parece verse aludido en esta nueva matización:
El mito compone una representación sobreañadida al campo real, al cual ha de ir referido directa o indirectamente; por ello el mito aparece con ese coeficiente de metarealidad (ya sea inferior, ya sea superior a la realidad) en virtud del cual quien cuenta el mito puede saber, aunque no siempre lo advierta, que no está moviéndose en el terreno inmediato y perentorio al que se refiere el lenguaje prosaico de primer orden. Por ello, el mito se cuenta en voz baja (con la boca pequeña, susurrante: mito está relacionado con myo, vinculado a mutus, mudo) o con voz en falsete (la voz propia de los sacerdotes en el ejercicio de su oficio, o de los políticos en el mitin). [4]
¿Cómo no evocar a Moctezuma, emperador y sumo sacerdote mexica, capaz de relacionar la llegada de Cortés con el dios aludido, al leer las siguientes palabras?
Mito es pues, sencillamente, un relato representativo que no tiene evidencia inmediata, que supone una reelaboración de las evidencias inmediatas y que, por tanto, se distancia de ellas. [5]
En efecto, sólo una reelaboración del relato del regreso de Quetzalcóatl, un hombre blanco barbado llegado desde el este, permite su encaje y su identificación en un tiempo concreto, por más que la fisonomía descrita en la narración sea borrosa. Esbozadas las líneas maestras de lo que entendemos como mito, habrá que establecer alguna clasificación dentro del género de los mitos, marcados por los denominadores comunes ya citados. En este sentido, Bueno distingue entre mitos luminosos, mitos oscurantistas y mitos ambiguos, diferenciados por sus efectos. Veamos:
1) El efecto de los mitos luminosos, esclarecedores (como pueda serlo el mito de la caverna de Platón).
2) El efecto de los mitos oscurantistas y confusionarios. Es el efecto de aquellos mitos que en lugar de contribuir a una explicación científica o filosófica del campo, o a una forma de conducta práctica viable, distorsionan el campo y estorban esa explicación o la bloquean. Como ejemplo de mito oscurantista podríamos tomar el mito de la creación de Adán a partir del barro, así como el mito de la creación de Eva a partir de la costilla de Adán. [6]
Al margen del citado, Bueno añade como ejemplo de mito oscurantista el de la torre de Babel, acompañado de otros muchos del Antiguo Testamento, así como las utopías políticas —y no hemos de olvidar que algunas de ellas crecieron al calor del descubrimiento del Nuevo Mundo— por su imposible realización.
Hecha la distinción fundamental entre mitos luminosos y oscurantistas, la clasificación se completará con los mitos ambiguos:
3) Los efectos de los mitos ambiguos o claroscuros, que son aquellos que admiten interpretaciones opuestas; lo que quiere decir que ahora los mitos dependen antes del criterio no mítico del intérprete que del relato mítico por sí mismo. El mito de los tres anillos de Nathan el Sabio, de Lessing, podría considerarse como un mito ambiguo. [7]
Como ya habrá adivinado el lector, la gran dificultad a la que habremos de enfrentarnos es la ubicación de Cortés en alguno de estos tres conjuntos de mitos. Tal propósito obliga a manejar parámetros siempre cuestionados en función del prisma ideológico propio de un ejercicio de filosofía de la historia como el que exige el tratamiento de una figura a menudo identificada con la propia idea de la España imperial. Por adelantar nuestra conclusión, la luminosidad del mito de Cortés vendrá dada por haber sido el fundador de una sociedad integrada en un imperio universal de aliento civilizador capaz de erradicar prácticas propias de la barbarie, una sociedad precursora de los actuales Estados Unidos Mexicanos.
Por otro lado, Cortés puede también ser visto, algo que ya se ha hecho en innumerables ocasiones, como un héroe que podremos insertar no sólo en la larga lista de conquistadores españoles, sino en la restringida nómina de héroes universales junto a figuras como Alejandro o César, dado su talento militar y político, desplegado a una escala similar a la de tan distinguidos personajes.
A pesar de que es con Julio César con quien más se ha comparado a Cortés, la semejanza con los hechos protagonizados por Alejandro serán de especial interés por cuanto el ortograma del macedonio, llegar a los confines del mundo, puede ponerse en consonancia con los del imperio español, que tenía como divisa El mundo no es suficiente. Para Cortés, el mundo mexica tampoco fue suficiente, pues tras el sometimiento de Tenochtitlán no se detuvo. Después de la caída definitiva de la ciudad 6 emprendió su fallida expedición a Las Hibueras, en las que trataba de encontrar un paso al Pacífico, idea que ya estaba incorporada en su primer viaje, cuando la península de Yucatán se creía una isla. La idea de encontrar un paso hacia China venía en gran medida inspirada por lo ocurrido en la expedición de Grijalva que precedió a la de Cortés. En ella, el piloto Alaminos creyó haber encontrado dicho paso en lo que llamó Boca de Términos, lo que, a su parecer, confirmaba la insularidad del Yucatán.
En cuanto a los parecidos entre Cortés y Julio César, podemos citar un ejemplo también ligado a la susodicha expedición. En ella encontramos un detalle interesante que relaciona el quehacer hispano con el de uno de sus modelos, el romano. Se trata de la ejecución de un gran puente realizado a base de troncos hincados en una ciénaga: el puente de Ziguatecpan. El paralelismo con el puente construido sobre el Rhin del que habla Julio César es evidente no sólo por el tono narrativo empleado por el militar romano sino también por la similar técnica usada por el de Medellín, lector del romano.
Tales paralelismos con Alejandro o Julio César tienen además una común característica: el ánimo civilizador que en el caso del español tendrá una realización física y normativa, con la fundación de ciudades y la redacción de ordenanzas urbanísticas, apoyadas en el trabajo del «jumétrico» Alonso García Bravo. Todo ello venía a culminar el modo hispánico que se completó, por ejemplo, con la introducción de la escribanía en 1524, la de la imprenta en 1539 y la de la universidad en 1553. Esta actitud civilizatoria cortesiana podemos observarla desde el mismo inicio de su presencia en el continente, como prueba la fundación de la villa Rica de Veracruz al constituirse allí el primer cabildo continental. Tal fundación supone, por un lado, un corte con Diego Velázquez e incluso con el virrey Diego Colón, y por otro, la vinculación directa con la Corte, a la que se da cuenta de lo acaecido con la mayor celeridad posible. Mientras sus emisarios viajan a España con los documentos, Cortés trabará contacto con diversos caciques y tratará de entrevistarse con Moctezuma, hecho que tuvo lugar el 8 de noviembre de 1519 en Tenochtitlán. Ello ocurrirá tres días antes de que lleguen a Sevilla Portocarrero y Montejo con el presente y las cartas para el Emperador Carlos, que se llevará a Bruselas los tesoros enviados, dando a conocer a Cortés en Europa gracias a unos fabulosos objetos que sirvieron para alimentar la imaginación de quienes los contemplaron.
En estas circunstancias, la posibilidad de que el emperador Carlos hiciera realidad el proyecto de Universitas Cristiana, acariciado por el obispo de Badajoz, Pedro Ruíz de Mota (¿?-1522), parecía al alcance con la ampliación de sus dominios en ese Nuevo Mundo del que comenzaban a llegar deslumbrantes presentes y en el que se adivinaba la existencia de una multitud de nuevos súbditos del poder terrenal y aun del celestial, por cuanto era de prever que abandonaran sus bárbaros credos para abrazar la fe católica por 7 la que batallaba Carlos I de España.
En este objetivo evangélico, Cortés es la principal herramienta, a veces vista como mero instrumento de la providencia, para introducir tal modelo civilizatorio. Un modelo cuyo modo de implantación fue objeto de una enorme polémica suscitada precisamente en los tiempos inmediatamente posteriores a la conquista. La importancia de Cortés, el momento en que su figura comienza a agigantarse, tiene que ver con su profundo despliegue continental, dado que nada más llegar a las costas quedará confirmado el superior grado civilizatorio de las sociedades que allí se asentaban. Ello obligará al español a ir modificando su manera de actuar en función de las sociedades con las que tomó contacto. Modificaciones que también tendrán eco en el ámbito cortesano español con la aprobación de sucesivas legislaciones que trataban de ir ordenando la presencia española en América y la compleja relación con sus naturales. Leyes, pensemos en las de Burgos de 1512, que resultaban de la conjugación de objetivos políticos y religiosos, cuya meta era tratar de imponer un orden que evitara excesos y violencias como los denunciados por fray Antonio de Montesinos en su sermón de diciembre de 1511. En cuanto a la acción de Cortés, dejando al margen por un momento su énfasis en cuanto a la implantación de la fe católica, se observa en ella una continua incorporación de rectificaciones estratégicas que tendrán como cimentación una política de pactos que nos remiten a lo ocurrido en la Península durante la Reconquista. El propio Cortés lo explicita en su Segunda relación (1520) al decir que a los indios se les requiere ser fieles y súbditos en la medida por protegerse de sus enemigos los mexicas.
Hernán Cortés, como muchos estudiosos han señalado, bebe de fuentes medievales [8], lo que se traduce en su ofrecimiento de una protección que incluirá la implantación de la fe católica y la erradicación de prácticas tales como la antropofagia, los sacrificios humanos o la sodomía. Mediante la política de pactos, los indios se incorporarán en diferentes grados de homologación al imperio español, en el que se conservaron muchas estructuras, lo que es tanto como decir, y somos conscientes de lo polémico de la afirmación, que estas sociedades se incorporaron a la Historia. [9]
Esta protección jurídica otorgada por Cortés tendrá importantes consecuencias. En efecto, el Derecho Internacional deberá mucho al conquistador español, quien veinte años antes de que Francisco de Vitoria expusiera sus tesis en su Relectio de Indis, ya había establecido alianzas con los indios de Cempoala y Tlaxcala. El propio Vitoria así lo dice el concluir su primer título, diciendo que: «este es el primer título, por el que los españoles pudieron ocupar las provincias y principados de los barbaros». En definitiva, los materiales extraídos de la experiencia de Cortés son los que nutrirán a los teólogos de la Escuela de Salamanca, cuyos debates cristalizarán finalmente en las Ordenanzas para nuevos descubrimientos y poblaciones dictadas por Felipe II en 1573. 8
Todo lo expuesto da suficientes muestras de la formación humanística, de raíces hispanas y clásicas, de muchos de los conquistadores, entre ellos singularmente Cortés. Atributos que trazan un rostro muy diferente al que les otorga la Leyenda Negra. Ello no ha impedido que Cortés sea presentado como un sujeto en el que concurren muchos de los principales componentes negrolegendarios: avaricia, lascivia, violencia, crueldad, fanatismo religioso. Una imagen e identificación propiciada por el propio Cortés, quien insistió en exhibir su condición de español así como la de sus compañeros, como bien ha observado Hugh Thomas, quien subraya su empleo de la palabra «españoles» en vez de «castellanos» o «cristianos». El de Medellín no introduce distinciones entre castellanos, extremeños o vizcaínos en sus Cartas de relación, dándoles a todos el denominador común de españoles.
Hernán Cortés será el símbolo de España, lo que le acarreará el odio de muchos de los cultivadores de la Leyenda Negra. Sirva como prueba de ello el poema debido al alemán Heine (1797-1856), para el cual Cortés era un «capitán de bandidos», que así es calificado el español en su poema Vitzliputzli, publicado en 1851:
En su cabeza llevaba el laurel
y en sus botas brillaban espuelas de oro.
Y sin embargo, no era el héroe,
ni era tampoco un caballero.
No era más que un capitán de bandoleros,
que con su insolente mano
inscribió en el libro de la fama
su nombre insolente: ¡Cortés!
Mas si esta es la visión más generalizada, la de Cortés como paradigma de la Leyenda Negra [10], diversos aspectos de su vida han servido para construir una serie de mitos de los que nos ocuparemos en esta obra.
Por citar algunos, reiteraremos su vinculación a la leyenda del regreso de Quetzalcóatl, a menudo citada para menoscabar su obra conquistadora.
Mitos que han envuelto a Cortés afectando a figuras indígenas como la de doña Marina, denostada por representar una suerte de entreguismo que todavía afectará al México soberanamente político y secularmente afectado, a decir de algunos, de malinchismo. Contrafigura de doña Marina será el irreductible Cuauhtémoc, siendo así que el trío Cortés-doña Marina-Cuauhtémoc ha dado gran juego en el terreno dramático que tanto contribuyó a consolidar los perfiles míticos de esta terna.
Por otra parte, muchos de los episodios de la conquista, cuya culminación marca el cénit heroico de Hernán Cortés, han sido mitificados. Prueba de ello es el episodio de la «quema de las naves», al que le dedicaremos un capítulo específico. No obstante, más allá de una cuestión tan puntual como la ocurrida en las costas de Veracruz, Cortés constituye una verdadera encrucijada, la resultante de la conflictiva situación que se vivió en la transición entre la conquista y la implantación del virreinato. Estas circunstancias contribuirán a su uso, y aún deformación, por parte de afines y detractores, pero también por parte de gentes de la política y de la iglesia, pues en él se cruzarán ambas perspectivas. A ello hemos de sumar la distinta percepción que de él se tuvo en función de si era visto desde la perspectiva novohispana, luego mexicana, o de la de la España peninsular.
Dicho todo lo precedente, hemos de reiterar que la presente obra no pretende ser una biografía de Hernán Cortés. Tampoco hemos sometido a análisis la totalidad de la vasta bibliografía relacionada con Cortés, propósito prácticamente inabarcable, razón por la cual nos hemos servido de una serie de obras que entendemos suficientemente representativas como para reconstruir una serie de líneas punteadas que trazan diferentes retratos de la obra y el hombre —Hernán, Fernán, Hernando, Fernando— que gustaba de ser llamado Cortés. En concreto aquellas que tienen que ver con la imagen que de él se tiene así como de los mitos que gravitan sobre la figura del de Medellín.
No podemos cerrar este preámbulo sin mostrar nuestro agradecimiento a los españoles: Gustavo Bueno Sánchez, Alberto Esteban Muñoz, Carlos Madrid Casado, Emmanuel Martínez Alcocer, Daniel Muñoz de Cuerva, Íñigo Ongay de Felipe, Tomás Pérez Vejo, Juan Rodríguez Cuéllar, la Fundación Zuloaga y la Fundación Indalecio Prieto; los mexicanos: Karla de Alba, Ismael Carvallo Robledo, Juan Chiva Beltrán, Juan Antonio García Ramírez, Arturo Herrera Melo, Manuel Llanes García, Rodrigo Martínez Baracs, María del Carmen Máximo, comunicadora de la Parroquia de la Inmaculada Concepción de Ozumba y el Instituto Sudcaliforniano de Cultura; la rusa Natalia K. Denisova; y el ecuatoriano David Carpio Herrera.
Epílogo
CORTÉS HOY. ACASO MAÑANA…
Al finalizar el capítulo dedicado a Cortés en el siglo XX, dejábamos al conquistador subsumido en la ideología del encuentro entre dos mundos mediante la cual se intentaban atenuar las más graves acusaciones lanzadas desde el bando indigenista. Cuando estas palabras se escriben, apenas se han consumido dieciséis años del siglo XXI, razón por la cual no podemos aventurar si la imagen del conquistador podrá tomar algún rumbo nuevo que pueda sumarse a las que ha ido adoptando en función de los intereses de los diversos grupos —políticos, raciales, religiosos— que han visto en el de Medellín el símbolo de sus reivindicaciones o el cercenador de las mismas. No obstante, en esta centuria recién comenzada podemos ya destacar algunos hitos relacionados con Cortés:
Probablemente el libro que mayor revuelo ha ocasionado en estos años es Crónica de la eternidad, ¿quién escribió la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España? (México 2012), del historiador francés Christian Duverger, quien otorga la autoría de la Historia verdadera de la conquista de Nueva España nada menos que al mismísimo Hernán Cortés. Las principales objeciones lanzadas sobre Bernal para negar su autoría son dos:
la primera es su pretendida falta de cualificación para escribir un libro de tal magnitud; y la segunda, la imposibilidad de que un soldado que dice haber estado siempre tan próximo al conquistador no haya dejado su huella en la documentación de la época. Duverger no niega la existencia de Bernal Díaz del Castillo, si bien afirma que el primer documento que tenemos sobre él está fechado en Guatemala en 1544, cuatro años antes de su muerte, sin que haya rastro del mismo entre los soldados con los que Cortés emprendió la conquista. Sostiene también que no hay pruebas documentales de que supiera escribir, algo normal en la época. Da también el francés la cifra de tan sólo 12 individuos que supieran hacerlo de entre los primeros que pasaron al continente con Cortés.
En cuanto al conquistador, Duverger da una opinión positiva antes de desarrollar su teoría que, a grandes rasgos, es esta: Cortés, sobre cuyas cartas pesó la prohibición real desde 1527, decidió inventar un personaje de soldado raso, testigo permanente de la acción, que es quien narra sus acciones desde un punto diferente al que lo hizo López de Gómara. La peculiar teoría de Duverger ha encontrado respuesta en muchos ámbitos historiográficos, si bien cabe decir, por dar una simple pincelada, que cualquiera que haya leído la Historia verdadera sabe que el autor lanza algunas críticas hacia Cortés que son difícilmente compatibles con la teoría duvergueriana.
Sin embargo, nos interesa especialmente la afirmación que hace el francés de que Bernal Díaz del Castillo era analfabeto. Este extremo, que invalidaría al de Medina del Campo como autor de cualquier obra escrita es desmontada con facilidad al acudir a la ya citada obra de María del Carmen Martínez Martínez, Veracruz 1519; los hombres de Cortés. En tal libro, modelo de rigor y prudencia, hallamos la firma de Bernal Díaz del Castillo reproducida [286] y realizada por una mano familiarizada con la pluma.
Al margen de estas disputas académicas, la figura de Cortés sigue siendo objeto de controversia popular en México. En la tierra que pisara por primera vez en 1519, hoy convertida en la gran nación de la Hispanidad, el conquistador, pese a su práctica desaparición iconográfica pública, mantiene cierta presencia al menos puntualmente. Por poner un ejemplo, nombraremos casos como el de la escenificación anual, con el propio Cortés como participante, que tiene lugar en La Paz, California del Sur. Allí, desde 2009, se representa el 3 de mayo la obra El desembarco de Cortés, gracias a las labores organizativas del Instituto Sudcaliforniano de Cultura y el Ayuntamiento de las tierras a las que el de Medellín dio nombre.
También dentro del ámbito de la dramaturgia, en 2015 se ha escenificado, en el Centro Cultural Tlatelolco de Ciudad de México, la obra teatral Águila Real, del veracruzano Hugo Argüelles (1932-2003). El texto pertenece a una trilogía sobre la conquista y la época virreinal en la que su autor buscaba desentrañar las claves de la «mexicanidad». La obra muestra la confrontación de Isabel de Moctezuma y Hernán Cortés, a quien revela el verdadero tesoro de su padre: el orgullo, la valentía y el conocimiento, al tiempo que le reprocha su irrespetuosa actitud para con la cultura mexica, acusación que Cortés trata de refutar apelando a la idéntica violencia con que se habrían conducido otros conquistadores. El trasfondo de los personajes apunta a un Cortés machista y depredador al que se le opone una delicada mujer indígena, crítica que sin duda puede tener un amplio recorrido futuro.
Otras perspectivas pueden, sin embargo, tratar con mayor benevolencia a Cortés. Una de ellas es deudora de los hallazgos arqueológicos. Recientemente se ha descubierto el tzompantli [287] en el centro de la Ciudad de México del que hablan las crónicas. También se han hallado los restos de los españoles sacrificados, alrededor de 550 individuos, en Zultépec-Tecoaque. Estas reliquias son buena prueba de la barbarie con la que se condujeron los mexicas, evidencias que los alejan de la pretendida imagen idílica con la que a menudo se presentan los pueblos a los que el de Medellín sometió.
La vía patrimonial, vinculada al turismo cultural también puede servir para rehabilitar a Cortés. Esta es una línea que tiene como punto de partida la Villa Rica de la Veracruz, hoy conocida como La Antigua. Allí Cortés ordenó la construcción de la primera iglesia y ayuntamiento, logrando el escudo de armas en 1523. El gobierno federal, junto con las administraciones de Puebla, Veracruz, Tlaxcala, Estado de México y el Distrito Federal, trabaja para redimensionar la Ruta de Cortés con el objetivo de identificar nuevos atractivos turísticos, culturales, históricos y gastronómicos.
Otra alternativa puede venir de la mano de la Iglesia católica, y ello no sólo por el hecho de que los restos del conquistador reposen en un templo que acaso pudiera convertirse en un reclamo para visitantes de cualquier credo, sino porque Cortés fue quien permitió la implantación del catolicismo en unas tierras que empiezan a notar el acoso del evangelismo e incluso, en algunos focos, precisamente aquellos lugares marcados por la influencia de Las Casas, del Islam.
Por último, iniciativas como la mentada exposición Itinerario Cortés, muestra que posiblemente pueda verse en México, pueden contribuir a introducir equilibrio en el juicio sobre Cortés, propósito que también parece hallarse tras el documental Hernán Cortes, un hombre entre Dios y el Diablo, recientemente estrenado.
Finalicemos. A las posibilidades comentadas hemos de unir las visiones que se proyecten sobre la imagen de Hernán Cortés en los fastos conmemorativos que, previsiblemente, se organizarán en los próximos años a ambos lados del Océano. Mientras llega ese momento, sirva nuestra obra para contribuir al debate que sin duda se abrirá en torno al luminoso mito de Cortés.
Iván Vélez
Madrid, 12 de junio de 2016
BIBLIOGRAFÍA
1 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, cap. LXXXVIII, p. 310. Tomamos la cita, como haremos en el resto del libro, de la edición elaborada por la Real Academia Española, Ed. Galaxia Gutenberg, Madrid 2011.
2 Gustavo Bueno, El mito de la izquierda, Ediciones B, Barcelona 2003.
3 Op. cit., p. 123.
4 Op. cit., p. 14.
5 Op. cit., p. 14.
6 Op. cit., p. 15.
7 Op. cit., p. 16.
8 Véanse, por ejemplo: Víctor Frankl, «Hernán Cortés y la tradición de las Siete Partidas», Revista de Historia de América, n. 53/54, jun.-dic. 1962, pp. 9-74, o Demetrio Ramos, Hernán Cortés, mentalidad y propósitos, Ed. Rialp, Madrid 1992.
9 Así lo afirma Juan Ortiz Escamilla en la Presentación del libro El Veracruz de Hernán Cortés, Universidad Veracruzana, Veracruz 2015, por él coordinado y del que son autores, él mismo, Solange Alberro, Rosío Córdova Plaza, Rodrigo Martínez Baracs, Hipólito Rodríguez Herrero.
10 Véase nuestro Sobre la Leyenda Negra, Ed. Encuentro, Madrid 2014.
286 Op. cit., p. 174.
287 Estructuras de madera en las que se insertaban los cráneos de los sacrificados.
DE RAFAEL GARCÍA SERRANO,
PUBLICADO POR HOMO LEGENS
Cuando los dioses
nacían en Extremadura
Rafael García Serrano, en una de sus novelas, Plaza del Castillo, y también publicada por la editorial Homo Legens como esta historia novelada de la conquista de México, clasificaba a los individuos de le especie humana en cuatro categorías. Escribía el genial navarro: “Hay hombres, hombrines, hominicacos y cagurrines”. Pues bien, Hernán Cortés, el hombre que se rigió por la disyuntiva de “O comer con trompetas o morir ahorcado”, el protagonista de esta biografía novelada que comentamos…
A García Serrano se le escapa de su original clasificación y por eso le sitúa en aquellos tiempos en que “los dioses nacían en Extremadura”. En efecto, Hernán Cortés nació en Medellín (Badajoz) el año 1485, hijo único de un hidalgo extremeño, casado con Catalina Pizarro, por lo que era primo segundo del conquistador del imperio inca. Su padre le envió a Salamanca a estudiar Leyes, donde permaneció durante dos años, pero abandonó la carrera en su afán de embarcarse para las Indias o participar en las campañas de Gonzalo Fernández de Córdoba en Italia. Y en esos tiempos en que su madre Catalina no sabe a ciencia cierta por donde anda su hijo, uno de sus parientes trata de tranquilizarle diciéndole que la falta de noticias es la mejor prueba de que nada le pasa. Con este motivo García Serrano comenta que Hernán Cortés no podía estar muerto sin que se supiera porque “aquel hijo valía más que una muerte ignorada” (Pág. 36).
Y nosotros los españoles… Los que amamos a nuestra patria y leemos por encima de la media nacional… ¿Qué sabemos de Hernán Cortés? ¿No le habremos condenado a una muerte ignorada en nuestro recuerdo histórico? Pues si es así, esta es la ocasión de rectificar y conocer a uno de nuestros grandes conquistadores, de nuestros benéficos civilizadores, gracias a la maestría de García Serrano, que respetando la verdad histórica, que siempre es más apasionante que la ficción, agrega a la información de Bernal Díaz o de Madariaga la magia de su forma de describir caracteres y lugares, para que una vez empezada la lectura de este libro no se pueda dejar hasta el final, porque si la novela histórica se adereza con la verdad de lo que pasó y la belleza de la literatura, hay que conceder a Cuando los dioses nacían en Extremadura la categoría de una obra maestra, porque contiene estos dos ingredientes en grado sumo, verdad y belleza, en la descripción novelada de la biografía de Hernán Cortés y de la conquista de México.
Iván Vélez "El mito de Cortés"
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