Lagarza, el lugar que vio partir a Balbina Fernández hace más de seis décadas,
es el punto de encuentro de dos generaciones.
Venezolano boligurgués,
hijo de emigrantes gallegos
revive aldea materna, (ahora abandonada)
en Lugo, Galicia, España
hijo de emigrantes gallegos
revive aldea materna, (ahora abandonada)
en Lugo, Galicia, España
Cuando Balbina Fernández se enamoró por primera vez lo hizo para siempre. Lo suyo fue un amor a prueba de ampollas. Su novio, un joven de una aldea vecina tan remota como la suya en Galicia, España, no lo tuvo fácil para cortejarla. Pero el kilómetro y medio que separaba sus casas no fue un obstáculo para ellos. Tampoco las normas de la futura suegra, quien restringía las visitas a jueves y domingos, y marcaba el punto de encuentro: una escalinata de piedra a pocos metros de la casa de ella, en Lagarza.
La historia terminó en boda y poco tiempo después emprendían rumbo a Venezuela. Corría el año 1955, cuando vivir en España tras la Guerra Civil y bajo la dictadura del General Francisco Franco, se había convertido en cuestión de supervivencia. Como Balbina y su esposo, miles de gallegos emigraron a Venezuela durante los años cincuenta en busca de oportunidades, sueños y libertades.
Más de medio siglo después son sus descendientes, que cuentan con pasaporte español, quienes emprenden el camino inverso tras las huellas de sus ancestros.
Según datos del Instituto Gallego de Estadística, la crisis económica, social y política que atraviesa Venezuela ha convertido al país sudamericano en el que genera los más altos niveles de emigración hacia otras naciones de la región. Un éxodo en el que tienen un papel primordial los lazos de la emigración gallega. Hasta 2.517 de ellos retornaron en 2018, último año del que hay registros, en busca de la estabilidad perdida.
Una cifra que podría aumentar a un ritmo exponencial en los próximos años, según el mismo Instituto. Sólo en la provincia de Lugo, una de las cuatro que conforman Galicia y en la que se ubica la aldea de Balbina, 70.610 de sus oriundos o descendientes, viven fuera de España. Entre ellos, 3.862 tenían su residencia oficial en Venezuela a principios de 2018, según el Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero.
Y es Lagarza, el lugar que vio partir a Balbina hace más de seis décadas, el punto de encuentro de dos generaciones. La de una madre y su hijo, ella gallega y el caraqueño, quienes retornan a sus orígenes. Hoy en día vuelven a una aldea abandonada, sin más habitantes que los insectos que cubren los vestigios de lo que en otra época fueron un puñado de hogares, a los que el hijo de Balbina quiere darles una segunda vida.
Lagarza, el lugar que vio partir a Balbina hace más de seis décadas, es el punto de encuentro de dos generaciones.
“En este momento estoy remodelando la casa de mi madre. La idea es comprarlas una a una y hacer un pueblo realmente turístico. Darle vida al campo que se está quedando solo porqué la juventud está emigrando, y a la vez, darle la posibilidad de ayudar a tanta gente venezolana que está emigrando hoy por hoy a Galicia, y poder ser una fuente de trabajo y de inversión para Galicia y España”, aseguró el boliburgués Ricardo Javier González Fernández a Venezuela 360.
Ubicada en la Ribeira Sacra, Lagarza (Lugo), es una de las muchas aldeas gallegas que ha sufrido los estragos del tiempo, fruto de la despoblación, un fenómeno que a fecha de hoy ha vaciado la mitad de la superficie de Galicia. Una reducción demográfica que se manifiesta sobretodo en el interior. Una de las medidas del impacto es el hecho de que en la zona existen 575 parroquias, y a ellas, en promedio, sólo residen 10 o menos habitantes. Este panorama sólo les da 2 opciones a las autoridades y a los lugareños: O se repueblan o desaparecen.
Aldeas enteras a la venta
En medio de estas condiciones, ha proliferado el negocio de las páginas web que ofrecen aldeas enteras a la venta. Empresas que buscan a los herederos de casas semi destruidas en Venezuela, Argentina y México. A veces, con un poco de suerte, los encuentran en otras regiones de España. Los compradores, en su mayoría residentes del norte de Europa, con unos buenos ahorros y ganas de ser propietarios, pueden convertirse en amos y señores de su propia aldea, algunas a la venta por 80.000 €s.
Pero no todos los pueblos abandonados están a la venta ni todos los potenciales compradores acuden a páginas especializadas. Para Ricardo, el protagonista de nuestra historia, es un sentimiento personal el que lo motiva: Comprar para “revivir” el pueblo de sus padres. “Es donde nacieron ellos. Por eso, la idea es comprar este, no comprar cualquiera”, concluye.
Antes, sin embargo, deberá localizar y convencer a los cerca de 35 descendientes de quienes un día tuvieron en propiedad las 9 casas, que junto a la de Balbina, conforman lo que hoy queda de la aldea de Lagarza.
Mientras tanto, en historias como la de Balbina y Ricardo, se tejen posibilidades de un nuevo futuro, para dos generaciones, para dos realidades separadas por décadas y un océano, que al final de cuentas retornan con ilusiones.
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