jueves, 26 de diciembre de 2019

HAPPYCRACIA: CÓMO LA CIENCIA Y LA INDUSTRIA DE LA FELICIDAD CONTROLAN NUESTRAS VIDAS 😊😵

Llega la ‘happycracia’ 
o la obligación de ser feliz

El ensayo ‘Happycracia’ ataca una noción de felicidad que crea hipocondriacos emocionales


La felicidad se ejercita, se enseña y se aprende: este es el mensaje que promueve la denominada ciencia de la felicidad. Según estos científicos, bastaría con aplicar sus técnicas para ser más productivos, saludables y crecer como personas, afirmando, además, que la buena vida está al alcance de cualquiera. Algo similar ofrece una multimillonaria industria de la felicidad, que asegura tener las claves para que los individuos moldeen sus vidas a voluntad, transformen sus sentimientos negativos y saquen el mejor partido de sí mismos. Pero ¿no estaremos, quizá, ante otra forma de convencernos de que el éxito y el fracaso, la salud y la enfermedad, la dicha y el sufrimiento, son elecciones personales? ¿Y si la felicidad no fuese más que una mercancía y su búsqueda se hubiera convertido en un estilo de vida obsesivo y consumista? Más aún, ¿es posible que la felicidad, en su versión más tiránica e imperativa, actúe hoy en día como una poderosa herramienta para controlar el modo de pensar, sentir y actuar de los ciudadanos en nombre de su propio bienestar?
Edgar Cabanas y Eva Illouz describen con brillantez los orígenes, fundamentos y promesas de la ciencia y la industria de la felicidad, y exploran las implicaciones sociales y culturales de uno de los fenómenos más cautivadores e inquietantes de este principio de siglo.
"¿Me harás el favor de ser feliz?", pedía hace ya unos años una popular adivina desde su insistente anuncio televisivo de madrugada. Ella lo solicitaba con voz meliflua, pero justamente hoy que se celebra el día internacional de la Felicidad, la sociedad, más que pedirlo, parece exigirlo: la felicidad, dicen la socióloga israelí Eva Illouz y el psicólogo español Edgar Cabanas en Happycracia (Paidós) –un libro que ha sido todo un fenómeno en Francia–, se ha convertido en “una obsesión”, “un regalo envenenado”. Al servicio del sistema económico actual.

El problema
“La felicidad se ha convertido en una obsesión y en un regalo envenenado”
Sobre todo desde que, señalan, en 1998 naciera en EE.UU. la ciencia de la felicidad, la psicología positiva, que, bien financiada por fundaciones y empresas, en pocos años ha introducido la felicidad en lo más alto de las agendas académicas, políticas y económicas de muchos países. Una ciencia quizá no tan sólida, más bien endeble, ni tan nueva, dicen los autores –bebe de la psicología de la adaptación o la cultura de la autoayuda–, alrededor de la cual florece una poderosa industria con terapias positivas, servicios de coaching o aplicaciones como Happify, que promete “soluciones efectivas y basadas en la ciencia para una mejor salud emocional y mayor bienestar en el siglo XXI”. Una ciencia y una industria que venden una noción de felicidad, apuntan Illouz y Cabanas, “al servicio de los valores impuestos por la revolución cultural neoliberal”: no hay problemas sociales estructurales sino deficiencias psicológicas individuales. Riqueza y pobreza, éxito y fracaso, salud y enfermedad, son fruto de nuestros propios actos. Estamos obligados a ser felices y sentirnos culpables de no sobreponernos a las dificultades. Los autores reconocen que poner la felicidad en cuestión es hoy hasta de mal gusto. Pero señalan que no escriben contra la felicidad sino contra la visión reduccionista de la buena vida que la ciencia de la felicidad predica.

Una ciencia en cuestión
“La actual noción de felicidad está al servicio de los valores de la revolución neoliberal”
Que la felicidad es hoy omnipresente es indudable. Si en Amazon había hace unos años 300 títulos con la palabra felicidad ahora hay 2.000. La ONU instituyó en el 2012 el día internacional de la Felicidad. Incluso florece una corriente de economistas como Richard Layard que se han propuesto sustituir un parámetro tan cuestionado como el PIB por índices de felicidad. Unos índices que encabeza Finlandia, y en el que España está en el puesto 36 por debajo de Arabia Saudí. David Cameron, tras anunciar en 2007 los mayores recortes de la historia de su país, decidió que era el momento para adoptar la felicidad como índice: los británicos no debían pensar sólo en meter dinero en el bolsillo, sino en lo que les hace más felices.

Cabanas, profesor de la Universidad Camilo José Cela, señala que se propone una felicidad que es “un estilo de vida que apunta hacia la construcción de un ciudadano muy concreto, individualista, que entiende que no le debe nada a nadie, sino que lo que tiene se lo merece. Sus éxitos y fracasos, su salud, su satisfacción, no dependen de cuestiones sociales, sino de él y la correcta gestión de sus emociones, pensamientos y actitudes”.
Lo personal es político
“Se afirma que el 90% de la felicidad son factores personales, como si lo social no importara”
Y advierte que “la psicología positiva lleva 20 años diciendo que han descubierto las claves de la felicidad, pero están por ver. Incluso dijeron que habían descubierto la fórmula de la felicidad como si fuera una ecuación. Afirmaban que la felicidad en casi el 90% se debe a factores personales y las circunstancias no importan. Clase, nivel de ingresos o educativo, género, cultura, no importan. Las circunstancias no nos hacen felices, somos nosotros, es psicológico. Muchos se han desdicho de esa idea”.

Y el psicólogo señala que en esta nueva ciencia “no es suficiente con no estar mal o estar bien, hay que estar lo mejor posible, y por eso no sólo el que lo pasa mal necesita un experto, sino cualquiera para sacarse el máximo rendimiento, aprender nuevas técnicas de gestión de sí mismo y obtener nuevos consejos para conocerse mejor, ser más productivo y tener más éxito. La felicidad así es una meta en constante movimiento, nos hace correr detrás de forma obsesiva. Y tiene que ver siempre con una mirada hacia dentro, nos hace estar muy ensimismados, muy controlados por nosotros mismos, en constante vigilancia. Eso aumenta la ansiedad y la depresión. Nos proponen ser atletas de alto rendimiento de nuestras emociones. Vigorexia emocional. En vez de generar seres satisfechos y completos genera happycondriacos”.

En el trabajo
“Los trabajadores con estrés constante no lo tienen por no gestionar bien sus emociones”
Luego, en el terreno ideológico, es una psicología conservadora. “Propone que las soluciones a problemas estructurales tienen soluciones individuales. Pero los trabajadores que viven en un estrés constante no lo tienen porque no gestionen bien sus emociones, es que la situación laboral es precaria, insegura y muy competitiva”. Justamente por eso esta psicología positiva ha entrado con fuerza en la empresa y la educación. “En las empresas obligan a pasar cursos de resiliencia y mindfulness para aprender que eres tú el que ha de encontrar la forma de estar mejor en el trabajo, de eso depende la productividad. Y en la educación se dice que el objetivo es hacer que los alumnos sean felices. Habría que ver qué tipo de ciudadano queremos construir. Crítico y centrado en el conocimiento del mundo o un alumno emocional centrado en el conocimiento de sí mismo. Es complicado que la psicología en vez de ser una herramienta pase a dictar lo que debe ser la educación”.

Mirar afuera
“De esta noción de felicidad se sale; la buena vida es justa, solidaria, íntegra”
Además, desactiva el cambio social. “Admiten que las circunstancias algo influyen pero es muy costoso cambiarlas y no merece la pena. Debes cambiarte a ti mismo. Abogan poco porque la idea de buena vida esté relacionada con una buena vida colectiva”, dice Cabanas, y explica qué pasa cuando la psicología positiva ataca emociones como la ira. “Las emociones no son positivas o negativas. Tienen diferentes funciones según la circunstancia. Y son siempre políticas. La ira puede ser mala a veces y buena para luchar por reparar injusticias. Cuando dices que es tóxica, desactivas una emoción política muy importante. Cuando estamos indignados, nos ponemos las pilas.”.

En ese sentido concluye que “hoy declarar que no eres feliz es vergonzoso, como si hubiéramos perdido el tiempo, hubiéramos hecho algo mal, podríamos hacer algo y no lo hacemos, somos personas negativas. Pero el concepto de felicidad no ha sido igual en la historia. El actual tiene raíces norteamericanas. Y no tiene las claves para la buena vida. La única buena noticia es que de esta noción de felicidad se sale. Y hay valores más importantes:la buena vida es justa, solidaria, íntegra, comprometida con la verdad. No es estar preocupados por nosotros mismos todo el tiempo”.

La industria de la felicidad, que mueve miles de millones de euros, afirma que puede moldear a los individuos y hacer de ellos criaturas capaces de oponer resistencia a los sentimientos negativos, de sacar el mejor partido de sí mismos controlando totalmente sus deseos improductivos y sus pensamientos derrotistas. Pero ¿no estaremos acaso ante una nueva argucia destinada a convencernos, una vez más, de que la riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso, la salud y la enfermedad son únicamente responsabilidad nuestra?

Edgar Cabanas: 
"La felicidad hoy 
es un producto que se compra"
Edgar Cabanas. (Madrid, 1985). Doctor en Psicología e investigador en la Universidad Camilo José Cela y en el Centro para el Estudio de las Emociones del Instituto Max Planck de Berlín. Junto con la socióloga Eva Illouz firma Happycracia (Ed. Paidós), un interesante ensayo que ha tenido gran éxito en Francia y en el que denuncian cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas. 
La felicidad hoy se ha convertido en algo omnipresente, en el motor fundamental de nuestras vidas. Pero no siempre fue así, ¿verdad? 
No, en absoluto. El concepto actual de la felicidad es bastante reciente. En inglés, por ejemplo, la palabra happiness (felicidad) viene de hap, un verbo que significa tener suerte. Y, sin embargo, hoy la felicidad no se concibe como algo que tenga que ver con la suerte, con la buena fortuna o con las circunstancias. 

¿Qué se entiende hoy por felicidad?
La felicidad hoy se concibe como algo personal, como algo que cada uno elige. Es una idea extremadamente simplista y reduccionista que responsabiliza al individuo injustamente de sus éxitos y de sus fracasos. Está muy asociada a la idea de reinvención personal, de que uno puede llevar el timón de su vida porque ésta le pertenece sólo a él, de que cada uno puede elegir cómo quiere que sea su vida a través del poder de la voluntad. Los individuos, según esta concepción de la felicidad, tienen el poder de auto-confeccionarse, de auto-dirigirse.

Según ese razonamiento, entonces el que es infeliz lo es porque se lo merece, porque no ha trabajado lo suficiente para lograr la felicidad
Eso es. Igual que la felicidad es una cuestión de elección y de fuerza de voluntad, el sufrimiento acaba convirtiéndose del mismo modo en una cuestión de elección personal. Si alguien sufre es porque quiere, porque se lo merece, porque no hace lo suficiente para estar bien. Se supone que hay una ciencia de la felicidad que da las claves para ser feliz y si uno no las aplica es porque es negligente, porque es un dejado, porque no se cuida lo suficiente. Siempre es una cuestión de responsabilidad personal.

¿No cuentan los condicionamientos sociales y económicos a la hora de valorar si alguien es o no feliz?
En el concepto actual de felicidad no, y ésa es una de las críticas que le hacemos. La idea actual de felicidad es muy individualista, no sólo porque le da al individuo una entidad autónoma que con frecuencia no tiene sino porque además es muy poco sensible a lo social. De hecho los defensores de este concepto de felicidad sostienen que las circunstancias no importan mucho, que depende más la actitud del individuo ante las circunstancias que las circunstancias en sí mismas. El dinero, el estatus social o la educación nada tienen que ver con este concepto de felicidad, un concepto que no valora las circunstancias de cada cual, el contexto cultural, la biografía de cada persona... La idea es que cada uno se puede confeccionar su biografía a su gusto.

Ese concepto de felicidad incluso considera el fracaso como una oportunidad para crecer, ¿no? 
Sí. Está muy integrada la idea de que las adversidades pueden ser una ocasión de crecimiento personal. La idea de resiliencia, por ejemplo, tiene una resonancia muy fuerte con ese discurso. Todo el mundo entiende que cuando uno tiene problemas es normal, saludable y razonable enfrentarlo, no darse por vencido a la primera, tratar de enfocar la situación de otra manera. Pero eso con frecuencia se convierte en un discurso tiránico que estigmatiza a la persona que verdaderamente no puede resolver sus problemas. Y esa persona sufre entonces dos veces: sufre por los problemas que tiene y sufre por la responsabilidad de no poder sobreponerse a esas circunstancias, porque se supone que debería poder.

Barbara Ehrenreich, conocida por sus críticas al pensamiento positivo, se quejaba de que cuando tuvo cáncer todos los mensajes que recibía insistían en que debía ser positiva, que si tenía una buena actitud se curaría... Pero el cáncer, como dice ella, no se cura con positivismo.
La idea de que todo es una oportunidad para crecer está efectivamente muy extendida en el ámbito de la salud, y también en el del trabajo. Si te despiden, si te va mal, cualquier fracaso se debe ver como una oportunidad para crecer. El mundo de la autoayuda, del coaching, predica eso. Las palabras de ánimo nunca están de más, pero de lo que nos quejamos es de que esto se esté convirtiendo en una especie de ideología que hace que todo el mundo tenga que entender de la misma forma los problemas, la vida y la felicidad.

¿Hay ideología política detrás de este concepto felicidad?
Sí. Esta idea viene de un contexto muy determinado: es muy norteamericana, procede de un contexto protestante, individualista, muy liberal, que tiende a focalizar en el individuo todo el peso, toda la explicación de las dinámicas sociales, y que concibe al individuo como un ser autónomo y autosuficiente. El concepto de felicidad tiene ideología porque parte de unas asunciones básicas, unos supuestos. Y esos supuestos no son científicos, son ideológicos, culturales, etc.

Pero en los últimos años se ha desarrollado enormemente una supuesta ciencia de la felicidad...
Lo primero es desmontar que eso sea científico. Los científicos de la felicidad sostienen que ellos hacen ciencia pura y dura, como si fuera Física, Biología o Química. Pero son científicos sociales, y todos los científicos sociales parten inevitablemente de asunciones y de prejuicios. Para ser riguroso, que es lo que tiene que ser un científico, debe de que reconocer que muchos de los argumentos que desarrolla parten de asunciones culturales, morales...

Este concepto tan individualista de la felicidad, ¿hace que se olviden las metas o reivindicaciones colectivas en aras de las conquistas individuales?
Sí. Cuando se focaliza mucho en el individuo, se desdibujan las cuestiones sociopolíticas. Sin parecerlo, porque siempre tiene el argumento neutralizador de la ciencia, el de la felicidad es un discurso muy ideológico y político. Y el que no lo parezca ya es peligroso, porque uno tiene que saber de dónde parte, en qué universo de significados funciona lo que nos cuentan sobre la felicidad. El argumento científico tiende a ser convincente, y desmontarlo lleva mucho más tiempo y esfuerzo que construirlo. No sólo hay que deconstruir ese juego, dejar claro que eso no es ciencia, sino demostrar también que detrás hay mucha política.

En su libro cuentan que este concepto de felicidad ligado al pensamiento positivo se lo inventó fundamentalmente Martin Seligman, presidente de la Asociación Estadounidense de Psicología, ¿no? 
Sí. Seligman es un personaje muy interesante y muy, muy listo. Fue él quien acuñó el término de "indefensión aprendida". Uno de sus experimentos consistía en crear eso, indefensión aprendida. Ponía a varios perros en una jaula electrificada y les daba descargas eléctricas al azar, para ver si seguían intentando acercarse a la verja o no. Pues no: no lo seguían intentando, habían aprendido que estaban indefensos. Seligman cogió ese experimento y lo convirtió en una explicación del optimismo, concluyó que había perros que no se daban por vencidos y que esos, los que no se rendían, eran los que valían. Comenzó a escribir libros de autoayuda muy divulgativos y se hizo muy famoso. A mí sin embargo lo que me parecía interesante de ese experimento es que cuando de verdad se crean condiciones de impotencia absoluta, de vulnerabilidad objetiva, uno aprende a resignarse.

La felicidad ha calado en todos los campos, incluso en el de la política. Ya hay países, como Bután, que tiene indicadores como el de Felicidad Nacional Bruta, y muchos políticos han introducido la felicidad en sus discursos...
Sí, como si la política se redujera a hacer feliz a la gente. 

Pero, ¿usted no quiere ser feliz, no quiere que la gente sea feliz?
Que la gente esté bien obviamente me parece un objetivo estupendo. Pero yo no sé qué es ser feliz. Lo que sé es que la definición de felicidad que se ha extendido no me vale.

¿Y cuál es su definición personal de felicidad?
La verdad es que me interesan más otros valores. Parto de una posición filosófica en la que a veces la felicidad está reñida con la justicia, con la idea del deber, de lo que uno debe de hacer por los demás. La felicidad sin embargo, busca el bien de uno mismo o de la suma de los individuos. Pero lo que es justo no siempre es lo mejor para uno. A mí más que la felicidad me interesa el concepto de justicia, de solidaridad. Prefiero centrarme en otros valores.

La felicidad se ha convertido en una industria global de dimensiones colosales.
La industria de la felicidad es muy poderosa, muy lucrativa, está muy extendida y tiene cada vez más ese argumento científico detrás. Porque vender algo que tiene detrás una supuesta legitimidad científica hace que sea un producto muy potente. La felicidad es un producto que se compra a través de terapias, servicios, guías, consejos, coaching, mindfulness... Un producto extremadamente barato de producir y que genera unos beneficios enormes. 

Y que no se alcanza jamás, ¿no?
Una de las claves del mercado de la felicidad es que crea insatisfacción permanente. La felicidad tiene un componente insaciable que se basa en la idea de que a uno siempre le falta algo, que siempre puede mejorar, que siempre le queda una dieta más que seguir, una terapia que probar. Nunca se acaba, siempre se está en proceso, en continua búsqueda. De hecho ningún psicólogo positivo, ningún científico de la felicidad, ha definido nunca en qué consiste el estado final. Pero el que nunca acabe hace que funcione muy bien como producto. Un día te vas a un curso de mindfulness y cuando lo acabas pruebas otra cosa, y otra y otra y otra.

Las claves para vender la felicidad | Edgar Cabanas | TEDxMadrid

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