Génesis
del nacionalismo separatista
Teniendo en cuenta la dificultad que existe actualmente en España para constituir un Gobierno estable, al menos mientras sean los partidos separatistas los que pueden determinar de qué lado se torcerá la balanza, y al margen de que el Rey decida o no disolver la Asamblea y convocar nuevas elecciones si el supuesto candidato no consigue los apoyos suficientes o si éstos son claramente anticonstitucionales, en este escrito me parece importante señalar algunos aspectos de la génesis del nacionalismo regional español cuya comprensión se le hace difícil a los sociólogos actuales, y ello se debe, en gran parte, al hecho de que el nacionalismo extremo que vivimos hoy en día, sobre todo en Cataluña, no ha nacido precisamente como una aspiración de identidad, sino más bien como el rechazo a la identidad común, es decir, todo lo contrario.
Paralelismos americanos y génesis del trauma español
Algo parecido a lo que pasa en España se puede observar en Hispanoamérica, pues cuando dejas caer la idea de que aquella parte del mundo es una sola Nación dividida en 20 Estados, la idea no gusta y no llega a cuajar, ya que la parte que une a todos los pueblos de Hispanoamérica es la herencia hispánica, por lo tanto, fomentar la unión es reconocer ese pasado común hispánico, lo que una gran parte de los intelectuales de inspiración marxista se niega a aceptar como premisa en sus análisis socio-políticos y lo que los movimientos indigenistas, manipulados desde el exterior, quieren enterrar como algo no propio, y por esa razón, con el apoyo y la incitación del neo evangelismo militante de EEUU, atacan a todo lo que lo identifica: cultura hispánica, mestizaje, lengua española y religión católica.
En lo que se refiere a España, el nacimiento de ese separatismo nacionalista y popular que rechaza la identidad común de todos los españoles tiene su origen principal, pero no exclusivo, en una traumática frustración nacional, generada durante el S. XIX por la pérdida de los territorios de la Nueva España, que se independizaron aprovechando la debilidad económica y militar que se produjo en España por la invasión de Napoleón, a lo que se añadiría la guerra con los EEUU, que obligó a los españoles a ceder Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Evidentemente, España estaba ya en un proceso decadente provocado por el desgaste de 300 años de imperio en constante guerra con sus principales vecinos, pero los procesos independentistas americanos se hubiesen producido paulatinamente y sin traumas ni financieros (conservándose el “Real de a Ocho”, que era la moneda mundialmente reconocida y aceptada, por encima de cualquier otra) ni comerciales (manteniendo un comercio regulado no afectado por la manipulación de Gran Bretaña y Holanda, que produjo una desarticulación progresiva de las producciones locales), si no hubiera habido la invasión de Napoleón, cuyas convulsiones fueron aprovechadas por los británicos para destruir una parte de la industria española y lanzar una campaña de desestabilización en América, constituyendo, este conjunto de circunstancias, la causa desencadenante de los abruptos y violentos procesos de las “independencias americanas”, que por cierto, no eran deseadas por una gran parte de la población hispana (mestiza e indígena), y con razón, pues una vez acabados los procesos secesionistas, esta población fue la más negativamente afectada, ya que a la mayor parte se le expropió la tierra para beneficio de los nuevos capitalistas criollos, que ya no tuvieron que rendir cuentas a la Corona de España.
Desarrollo del proceso nacionalista excluyente
Después de haber echado a Napoleón, España se encontró con un tejido industrial destruido y sin sus territorios de ultramar. La crisis tanto económica como socio-política fue brutal, generando varias guerras civiles y un progresivo conflicto identitario cuyo estallido final se produjo con la pérdida, en condiciones humillantes, de los tres últimos territorios: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Es a partir de ese momento que empiezan a aparecer los nacionalismos excluyentes y de rechazo a una identidad común en España, tal y como había ido sucediendo en América durante el S. XIX, con la identidad común hispánica. Ese nacionalismo separatista, que en España parece haber nacido de la frustración y de la vergüenza o deshonor, mostrará su aspecto más violento durante el S. XX, con las declaraciones de independencia acaecidas durante la Segunda República, entre 1934 y 1936, con la Guerra Civil y, posteriormente con el conflicto terrorista generado por ETA, que duró hasta principios del S XXI y que aún no ha desaparecido.
¿Cómo podríamos explicar que tantas tensiones hayan acabado por transformarse en un continuo derramamiento de sangre y en una incubadora de odio como el que constatamos actualmente en Cataluña y País Vasco? Solo una frustración socio-nacional equivalente a la que nos inunda el espíritu cuando hemos perdido a un ser querido, puede explicar la extrema violencia, convulsiva e irracional, que los nacionalistas radicales aplican a aquellos que consideran responsables de su frustración. Por eso es tan importante preguntarse a quién hacen responsables de su frustración los nacionalistas-separatistas españoles. Cuando Españaperdió la totalidad de los territorios americanos, el orgullo nacional quedó tan profundamente afectado, que nuestro país parecía un barco a la deriva. En un breve lapso de tiempo pasamos de ser los más poderosos y temibles del mundo a ser desposeídos de todo: territorio, dinero y honra. Hasta el más débil de nuestros antiguos enemigos nos había perdido el respeto. La fuerza destructora de este sentimiento de impotencia y de vergüenza nos fue transmitida, de manera involuntaria, por casi todos los autores de la generación del 98, anclando en el subconsciente colectivo español la Leyenda Negra que la propaganda inglesa, holandesa y francesa, destilaba, tanto en su literatura como en sus tratados científicos.
El peso de la humillación se había vuelto tan insoportable que era necesario deshacerse de él y a cualquier precio, para poder caminar con la cabeza alta, pero ¿cómo hacer? En ese momento crucial para la historia de España, y sobre todo, de la España ex imperial, el reino de Castilla aún se identificaba con España y España con Castilla. Y precisamente esta identificación que seguía estando muy presente en el espíritu de los intelectuales españoles de las regiones “periféricas”, les hizo comprender que la única manera de deshacerse de la vergüenza y de la humillación de sentirse los perdedores, era deshacerse de la piel de castellano/españoles, es decir, rechazar esa parte de su identidad común y reivindicar una identidad mítica, regional no-castellana y por lo tanto, lo más alejada posible de lo español, esencia que empezaron a describir como opuesta a la propia y a menudo denigrada, con el n de hacer desaparecer de sus conciencias la responsabilidad de la derrota española y salvar así, el honor perdido.
Aquí se pueden encontrar algunos de los elementos que orientan el rechazo de lo hispano entre los indigenistas americanos, manipulados por las corrientes evangelistas y los intelectuales de inspiración marxista. En estos elementos, inspirados en parte en la Leyenda Negra, se observa la marca tanto del rechazo al perdedor y a la pobreza por él generada, como del rechazo del invasor acusado de ladrón, violador y genocida. Lo que habitualmente produce una extensión de odio violento hacia lo católico y un intento de marginalización de la lengua española.
La búsqueda de una legitimidad científica
Volviendo al caso de España, este paso de lo español a lo anti-español es un proceso que se desarrolla paralelamente a los movimientos literarios románticos entre el fin del S. XIX y la primera mitad del S. XX, movimientos que han tenido guras de gran genio, no exentas de imaginación y una gran creatividad, capaces de crear y de exaltar valores y elementos culturales diferenciadores, hasta la fecha desconocidos, de las regiones de cultura no castellana. Estos movimientos folclórico-culturales fueron acompañados de innumerables trabajos de investigación antropológica tendente a demostrar “científicamente” las enormes diferencias existentes entre las etnias de culturas periféricas y las etnias castellano-españolas, con el fin de asentar los nuevos movimientos nacionalistas/indigenistas, a veces culturales, otras raciales, en un halo de racionalidad científica que les permitiría generar el mito de naciones sojuzgadas por el yugo de Castilla (léase de España), lo que – alargo plazo– traería, inevitablemente, la reivindicación del derecho a la autodeterminación.
El injerto del nacionalismo en el subconsciente colectivo se fue generando como consecuencia de este proceso. Así, las oposiciones Euskadi-España, Cataluña-España o Galicia-España, empezaron a consolidarse y a generar una vida propia con un carácter marcadamente político, donde, poco a poco, Castilla/España, la humillada perdedora, se convierte en el enemigo natural de las regiones periféricas, pues, como su estatuto de perdedora deja entender, es incapaz de generar valor por si-misma, convirtiéndose en un depredador de las extraordinarias riquezas de las regiones históricas. En América, este aspecto se nota en el rechazo irracional a los términos España o Hispanidad, para definir su cultura, siendo suplantados por latinos - Latinoamericanos.
Penetración de la Leyenda Negra
La creación de esta realidad mítica, inconscientemente admitida por los ciudadanos y por un gran número de intelectuales, consolida una ideología de diferenciación compensatoria donde el español periférico, no castellano, que rechaza su hispanidad, está obligado a atacar, a excluir, a denigrar y a negar al otro: el denominado español/castellano, que representa hoy el Poder Central, origen de todos sus males. La leyenda negra internacional encuentra aquí la llave para introducirse en el inconsciente colectivo español, debido, como hemos dicho, a esta imperiosa necesidad de superar el agravio de una derrota, que todos los españoles consideraron injusta y, sobre todo, vergonzosa. Estos sentimientos, no explicitados, pero ya inscritos en el ADN político-social español, surgirán con fuerza en ciertos momentos de la historia de España, así por ejemplo, durante la segunda República, hubo una fuerte recrudescencia de la violencia política y nacionalista, la oposición España/Periferia, llegó al paroxismo, desencadenándose – con la ayuda evidente de múltiples factores exógenos – la cruenta guerra civil española y un gran paréntesis que solo se cerrará con la desaparición del General Franco, el 20 de noviembre de 1975 y con la aprobación consensuada de la nueva Constitución, el 5 de diciembre de 1978.
Ataque a la Constitución del 78 y a la Monarquía Parlamentaria
Fue, precisamente, la Constitución de 1978, la que en su liberalidad y en su ausencia de memoria histórica, reactivó el ADN nacionalista, al crear las regiones autónomas y autorizar la transferencia de importantes competencias, como por ejemplo la Educación, a las regiones llamadas históricas. Hoy en día, 40 años después, existen varias generaciones formateadas por una enseñanza de oposición: España-Periferia y que han integrado los nuevos mitos fundadores como realidades indiscutibles que justifican las demandas basadas en el rechazo del otro y de nuestra historia común, inimaginables hace tan solo 20 años, de autodeterminación y de plurinacionalidad. Y esto está ocurriendo en una España que, aun siéndolo, no se siente solidaria. Como decíamos antes, consciente o inconscientemente, el camino para el cambio, tal y como lo imagina un partido como Podemos, ha sido preparado con antelación, pero el resultado final depende, como siempre, de las estrategias y la capacidad de anticipación a las mismas por las fuerzas políticas que, en estos momentos, empiezan a ver más claramente quienes son sus enemigos, su determinación y las armas de que disponen.
Las exigencias catalanas de independencia han dejado al descubierto toda una trama que busca cambiar el modelo de Estado, reformando por las buenas o por las malas la Constitución, destituyendo la Monarquía e instaurando una, la tercera República, que en esta ocasión se pretende que sea federal y plurinacional, es decir, compuesta por Estados asociados, pero no solidarios. Si el ideario de Podemos se llevase a cabo, España dejaría de ser una nación para convertirse en un territorio estatal compartido y nuestro pasado, así como nuestro patrimonio, dejarían de pertenecemos.
¿Existen soluciones?
Es evidente que esta situación ya no puede ser mantenida oculta por más tiempo. Debemos encontrar una solución de fondo y desarrollar una estrategia a corto, medio y largo plazo que pueda corregir las distorsiones históricas y sus nefastas consecuencias sobre el comportamiento social de nuestras poblaciones, solo así podríamos generar una comunicación serena y no distorsionada por las fuerzas políticas separatistas. De hecho, desde un punto de vista interno, España necesita construir una cultura de tolerancia - lo que no quiere decir de debilidad - gracias a una política educativa unicadora que, reconociendo las diferencias, trabaje sobre las convergencias y complementariedades con el fin de devolver a España un espíritu creativo, de cooperación y solidario, así como una identidad común en la que todos podamos vernos reejados con orgullo. Para que se consiga esto, tiene que ser el Estado, y no las regiones, el que dirija y controle la política educativa en todo el territorio, favoreciendo la movilidad, con una buena política de becas estilo Erasmus, pero dentro del territorio nacional, con movilidad interregional, y que esta movilidad se base, prioritariamente, en el mérito.
Asimismo, debe establecerse una política clara de defensa y de promoción de la lengua española, que no solo vertebra la identidad nacional, sino que además, con 570 millones de personas que la hablan, es hoy una de las más importantes joyas de nuestro patrimonio y, por último, facilitando el intercambio de experiencias y la transversalidad de competencias profesionales entre territorios Lo dicho anteriormente, exige – para ser realista – armonizar las competencias enseñadas y la creación de certicaciones nacionales reconocidas en todo el territorio nacional y si ello fuese posible, en todos los territorios de la Hispanidad. Solo de esta manera se podrán eliminar las diferencias en el acceso a la cultura, a la formación y al trabajo, de todos los españoles e hispanos. Al mismo tiempo que se trabaja sobre la educación, es necesario recuperar una buena imagen de España y el honor perdido de los españoles en un espejo no deformado de nuestra historia, sobre todo y de manera muy especial, la que parte de la pérdida de los territorios americanos y que nos ha ocultado la excelencia de los 300 años precedentes durante los cuales España creó una nueva cultura de impacto mundial.
Por lo tanto, para luchar contra la leyenda negra, debemos mejorar el conocimiento de nuestra historia, abordándola desde múltiples disciplinas, y debemos sentirnos orgullosos de ella y, globalmente, de lo que España e Hispanoamérica – cuando esta última también era España – han aportado al mundo. Solo de esta manera conseguiremos abrir las puertas a la razón y rencontrar la solidaridad latente en todos los españoles. Para completar estas ideas de fondo, realicé una encuesta a mí alrededor, con el fin de saber qué otras cosas se deberían emprender en España, y entre las sugerencias recibidas, he registrado que: Se necesita comunicar más y mejor tanto en el interior como en el exterior del país. Además, las comunicaciones, al margen de los objetivos concretos de las mismas, debieran ayudar a difundir el conocimiento de las grandes gestas, de las invenciones científicas, técnicas y sociológicas, y de los personajes que han hecho de España un país de referencia y de peso en la historia universal.
Estos temas son complejos y deben ser abordados de manera pluridisciplinar. Por ejemplo, en lo que concierne al nacionalismo y a la presencia cada vez más importante del islam, ciertos intelectuales actuales, como Karen Amstrong, consideran que los nacionalismos, así como los movimientos yihadistas, están substituyendo la fe religiosa en nuestras sociedades burguesas y secularizadas, y lo explica diciendo que quizás sea porque el yihadismo introduce una cierta épica en la lucha contra lo que ellos denominan “el opresor”, épica que el cristianismo no puede ofrecer actualmente sin regresar a los inicios de su historia y a la cultura del "Libro", sin intermediarios jerárquicos, como ya hacen actualmente las sectas evangelistas.
Sin embargo, el nacionalismo separatista español, tal y como lo he presentado, obedece fundamentalmente a una frustración que fue sublimada por la exclusión y rechazo del culpable, asociado a la creación de mitos fundadores, excluyentes de la iglesia católica. Por supuesto, esto quiere decir que dichos mitos han generado su propia épica, pero que ésta transcurre por caminos paralelos a la épica católica, con poca probabilidad de colusión, salvo la excepción, digna de estudio, del País Vasco. En este sentido, una épica antinacionalista, que no sea ni religiosa, ni yihadista, es por lo tanto posible, puesto que el catolicismo primario de la vieja España, gracias a las aportaciones de la Escuela de Salamanca, se ha convertido en el "humanismo" de la nueva Europa y, aunque muchos de nuestros conciudadanos no sean conscientes de ello, dicha transformación debiéramos apropiárnosla y no dejarla en manos de un protestantismo excluyente y manipulador, como está sucediendo en América y como ya ha sucedido, en parte, en Europa, donde algunos intelectuales repiten sin asomo vergüenza que nuestra moderna social-democracia, defensora de los Derechos Humanos, tiene como principales pilares el “liberalismo británico”, la “filosofía alemana” y la “Revolución francesa”. Por supuesto las medidas educativas y de comunicación socio-histórica a las que hemos hecho referencia, deben ir acompañadas, a corto plazo, de otras medidas de carácter jurídico-político como por ejemplo:
Destituir, manu militari, toda persona acusada y condenada o con sospechas fundadas de corrupción. Bloquear el aparato de comunicación separatista y anticonstitucional de manera legal y firme. Aplicar la ley existente con toda su fuerza moral, legítima y legal, en los casos de intentos de sedición, rebelión y obstrucción separatista.
Y a medio y Largo plazo, podrían implementarse otras medidas como la que a continuación explico:
Creo que sería una medida útil la ampliación de la posibilidad de que los americanos de origen hispano puedan adquirir la nacionalidad española hasta los tataranietos como mínimo, pues, sin que ello suponga una llegada importante de flujos migratorios, si nos daría mayor representación en las instituciones europeas y nos devolvería el derecho de veto que tienen Alemania, Francia e Italia, por un lado, y por el otro, esta vuelta a la unidad hispana también nos permitiría frenar los ímpetus secesionistas y revalorizaría el uso del español como lengua obligatoria de todas las instituciones internacionales, diplomáticas, financieras, universitarias, científicas y arbitrales, con todas las ventajas que esto supondría para nuestra economía y para nuestra representatividad política. No obstante, insisto, es mi opinión y nadie está obligado a compartirla, aunque tiene el mérito de buscar una alternativa a lo que hoy está sucediendo. Gracias por haberme leído.
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Juan Carlos (Yanka)