El declive de la Navidad
Esta crisis de fe se manifiesta de muchas maneras, incluso entre quienes se confiesan cristianos
Hace sólo unos días, en su discurso a la Curia romana previo a la Navidad, el papa Francisco ha reconocido el desplome de la Cristiandad como realidad no ya política o social, también cultural:
"No estamos ya en un régimen de cristianismo porque la fe -especialmente en Europa, pero incluso en gran parte de Occidente- ya no constituye un presupuesto obvio de la vida común; de hecho, frecuentemente es incluso negada, burlada, marginada y ridiculizada". Esta situación debería provocar un profundo desgarro entre los cristianos; sin embargo, sorprendéntemente no es así.
En el seno de la Iglesia se ha instalado una mentalidad que asume la inevitabilidad de ese proceso, la imposibilidad de revertirlo, un espíritu que prepara la rendición ante el paganismo triunfante. Me parece que la innegable decadencia de la Navidad como fiesta cristiana es un buen exponente de este increíble declive, sobre todo si se compara con la forma en que no hace tantos años se celebraba entre nosotros el nacimiento del Niño Dios. Detrás de todo esto hay una crisis de fe, como en 2012 escribía Benedicto XVI:
"Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ámpliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas".
Esta crisis de fe se manifiesta de muchas maneras, incluso entre quienes se confiesan cristianos. Una de ellas, que quizá se observa claramente en la Navidad, es la incapacidad para extraer consecuencias de los principios que se afirman.
¿Por qué ha desaparecido la vieja alegría de la Navidad, incluso en las celebraciones litúrgicas?
Posiblemente porque el nacimiento de Jesús no es concebido ya por muchos como el inicio de la salvación, la fuente primera de toda esperanza. Cuando decimos Niño Dios, todos vemos fácilmente al niño, pero no a Dios.
Desde hace mucho tiempo, la Iglesia que camina hacia la plena condición de ONG habla mucho del hombre y cada vez menos de Dios.
En los primeros tiempos cristianos escandalizaba que Dios todopoderoso se hubiera podido encarnar en un niño inerme y desamparado, hoy no somos capaces de reconocer a Dios en un niño porque hemos borrado la impronta de Dios en el hombre. Y la creación que antes saltaba de gozo, hoy enmudece en la noche de Navidad.
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