POESÍAS
Toda poesía es un resquicio que se abre en el hombre y también un resquicio que el hombre abre en el mundo. Un quebradura, un falla, una ruptura de lo presente y de lo recibido. Por ella se vislumbra el adentro del hombre que la encuentra, y por ella la conciencia del hacedor, los alemanes la llaman con razón "dichter", logra mirar más allá de la puerta y del quicio que nos confinan al mundo de lo ordinario.
Acaso, por eso mismo en toda expresión poética queda un irreductible residuo de cosa inexpresable o incomprensible. Si la poesía tuviera por objeto comprender o comprenderse hace mucho tiempo que la hubieran matado sus torpes enemigas la ciencia o la lógica. Para ese hombre que de pronto, siempre es de pronto o inesperadamente, deja de lado el discurso y el método y se pone a decir lo que no estaba en el orden que tenemos espontáneamente una actitud de defensiva extrañeza. Algo se ha roto en él o se ha puesto a romper dentro de él que, por naturaleza, nos es profundamente extraño e inquietante.
Alfredo Coronil Hartmann ha vivido esas crisis inescapables de las que solamente queda esa resaca de palabras misteriosas. Lo ha llamado la poesía con esa secreta voz con la que de pronto alcanza, marca y hechiza a aquel pasajero del destino. Ya no podrá escapar más, ni lo ha de intentar. De tiempo en tiempo, en tiempos de secreta medida justa, recogerá las palabras del testimonio. Son este libro " Pan de color y barro" y los otros dos que lleva publicados.
Como hombre de su tiempo ha abandonado todo lo formal de la poesía preceptiva. Si metro ni rima, en la más espontánea y completa armonía de las palabras, busca lanzar la expresión para recoger todo el violento y vario mensaje que el mundo le dirige. A ratos reflexiona, otras veces recuerda, a veces enumera los dispersos restos que deja la vigilia, en ocasiones parece simplemente mirar, pero siempre es visible su voluntad ciega de llegar a lo que debe estar más allá de las meras palabras.
Felizmente estamos idos sin regreso posible del reino de la vieja perceptiva. En materia literaria ya no hay juez, ni tampoco norma que puede aplicarse válidamente a nadie.
No queda sino un campo abierto de intuición que identifica a algunos y que a otros los aleja irremediablemente. Para aquellos para quienes una palabra toca la misma fibra hay una respuesta semejante y esa es la comunión que pretende la poesía dentro de nuestro tiempo.
Es un tiempo de posiciones y de búsquedas en la que todo puede ser válido y valedero o en la que también, súbitamente, todo puede carecer de sentido.
Coronil Hartmann sabe el riesgo del encuentro pero no puede rehuirlo. Aquella voz que lo alcanzó un día ya no lo dejará escapar. Todo para él gira ahora en torno a esa raya de luz o de sombra de la rendija que una vez encontró entre el mundo y él. Ahora no podrá hacer otra cosa que atormentarse con las palabras en la más grande lucha que el hombre puede librar. Todos los temas le sirven porque fundamentalmente el tema del poeta es uno solo: el mundo y yo. Lo sabe y lo dice: "porque escribo como respiro, solo necesario".
Es esa necesidad que se alza siempre frente a la libertad la dura e infranqueable prueba de la poesía. Lo que sale de ella es lo que viene a a quedar en las páginas que forman este libro.
En sus tiempos finales, desengañados, sabios y encendidos de adivinación, W.H. Auden dijo que un poema debía ser un objeto verbal bien hecho que, además, dijera algo significante sobre la realidad que nos es común. Me parece una definición tan buena como la mejor de la indefinible poesía.
En la delicada, riesgosa y fascinante hechura de esos objetos se ha puesto este hombre que ahora viene desnudo ante nosotros. No es cosa para mirar con desdén. Es lo esencial de una vida lo que ahora viene en estos juegos mortales. No es pan, no es barro ni es color,
lo que buscan amasar sus manos. Sino la otra cosa que nunca tiene nombre.
La cárcel
¿Quién hizo este espacio hueco,
esta fábrica enorme sin sentido,
en laberinto frío de pilastras y arcos,
esta agobiante soledad de piedra,
esta pesada mole de soledad y sombra
que pudiera estar fuera del mundo?
¿Cuántos esclavos, cuántos años y vidas,
cuánta roca, tan fría, tan ajena,
cuántas terribles formas poderosas,
inmensos arcos, bóvedas sin término
donde la luz lejana se insinúa?
Balcones, puentes, pasadizos, troneras,
que entran y salen de los gruesos muros,
de los que penden cordajes y cadenas,
argollas, trapos, hierros retorcidos.
Máquinas de dolor cubren el piso,
cepos, carlancas, ruedas de tortura,
tenazas, torno, garrucha y caballeja
y rejas y más rejas y otras rejas,
puestas exactas sobre puertas ciegas.
¿Para quiénes se hizo cárcel tan sobrehumana?
Locura de Babel, domo de Qubla Qan,
roído en ruina,
juego cruel de los cíclopes de un ojo,
maravilla de horror y desvarío.
No más grandes que púas y eslabones
sombras sin rostro perdidas se vislumbran
vagas figuras quietas, asombradas,
diminutas y solas en el ámbito
de lienzos de muralla y puentos rotos,
¿a quién vigilan y acechan?,
¿quién está encadenado entre los muros y las rejas?,
¿qué alumbra sin mirada la lámpara profunda
cuya cuerda se pierde en las alturas?
¿De dónde sacó Piranesi esta invención,
este capricho de cárceles oscuras?
Coliseo y Panteón de las angustias,
más imponente y cierto
que los que el tiempo deshacía en Roma.
Todo era cárcel, lo supo de repente,
todo era una inmensa cárcel desmedida,
el hombre estaba preso, solo, en algún lugar
de una inmensa mazmorra,
todo era rejas, cadenas y tormentos,
nunca terminaba de sufrir la tortura,
potro, charniego, palo,
rueda quebrantahuesos, cepo y fuego,
para el castigo de una culpa incierta.
La estructura inmensa,
las bóvedas rotas y los arcos,
las cadenas, los puentes sin destino
no tenían otro irrisorio objeto
que encerrar, supliciar y castigar
un ser humano,
un cautivo, un preso,
un tembloroso espectro de pavura,
dos piernas y dos brazos
quebrados en los hierros y los golpes,
pies entre grillos,
y una cabeza ya sin voz, ya sin vista,
a ciegas, solo,
en la cuestión y al ansia sin sentido.
No hay verdugo ni alcaide,
sólo presos,
sólo dolidos, condenados todos,
en la mole ciclópea de tortura.
Eso vio Piranesi,
en el gran teatro del destino del hombre,
verdugo y carcelero de sí mismo,
todo cuanto alcanzaba era una cárcel
y en ella, en soledad, estaban todos.
Arturo Uslar Pietri, “El hombre que voy siendo“.
Monte Ávila Editores, Caracas (1986)
Festín de cementerio
En este festín de cementerio
que a veces celebro en silencio,
entre túmulos de aire y cipreses de ecos,
se renueva sin cambios
en su escena de sombras.
No hay convidado de piedra,
todos son de grato recuerdo.
El eco de sus voces resuena
con viejos sentidos de palabras.
Ni empieza ni termina el banquete,
está siempre en su presente puro
donde nos encontramos sin preguntas
para volver a oír cosas ya oídas
que ahora significan otras cosas.
La eternidad es esta permanencia
de ayeres sin mañana en la memoria.
Un banco en el Parque
Árboles, bancos y setos de flores,
pálidos matices llenan la hora quieta,
el viento sin prisa y el sol de la tarde
alargan las sombras.
Irrumpe un alboroto de gritos infantiles,
Cruje acompasada la arena bajo el pie.
Extrañas mujeres y hombres sin rumbo
Cruzan los senderos sin mirarse apenas.
Llama una voz lejana, un perro ladra,
En un banco de sombra un viejo se
adormece
Oculto por los pliegos de su diario,
Sordo le llega el eco de las calles,
Pájaros limpios cruzan el espacio.
Qué sueños sueña el hombre solo y
Triste?
Sade, Aretino, Kama Sutra, Ovidio?
El son de una campaña tañe el
Eclesiastés.
Último poema de Arturo Uslar Pietri
Dios: tengo necesidad de hablarte,
de gritar tu viejo nombre remoto,
y de decirte las torpes palabras
del hijo al padre,
que todos han dicho,
para pedir amparo y misericordia,
ante la fría sombra que se avecina,
ante la soledad y el miedo,
ante la adivinada noche de la nada.
Como si encendiera una lámpara
para que el viento la apagara
Arturo Uslar Pietri (Caracas 1906-2001). Uno de los más respetados intelectuales de la Hispanoamérica contemporáneo. Premio Príncipe de Asturias, Premio Alfonso Reyes. La poesía se hace presente en su múltiple y valiosa obra en “Manoa” y “El hombre que voy siendo”.
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