Salvemos Venezuela
La lucha por la libertad y la paz
Prólogo de Carlos Rodríguez Braun
y Carlos Sabino
A los valientes que luchan contra la tiranía del comunismo en Venezuela. A todos aquellos que promueven una transición pacífica desde una dictadura hacia una verdadera democracia liberal, dotando a la nación histórica de un marco institucional de una sociedad abierta caracterizado por, entre otros, el respeto por los derechos individuales, la libertad, las elecciones libres multipartidistas, el principio de consentimiento, la separación de poderes, la independencia judicial, las garantías jurídicas...
Colas de hambrientos, violencia y narcotráfico a todos los niveles, terrorismo, enfermos sin medicinas básicas, en fin, miseria y muerte; esta es la realidad de Venezuela, un hermoso país caribeño que a principios de siglo era el más rico de Iberoamérica y hasta hace unos años estaba entre los mayores exportadores de petróleo del mundo. La grave crisis económica y política provocada por la tiranía del régimen comunista de Chávez y Maduro, el expolio de sus riquezas y el asesinato de sus líderes naturales han sumido a Venezuela en una situación de crisis humanitaria y escasez devastadora, la más profunda de la historia del país y una de las peores del continente.
Salvemos Venezuela, a través de 18 ensayos de intelectuales venezolanos y españoles, analiza las causas y los mecanismos que han llevado a Venezuela a ser secuestrada por una oligarquía de miserables, desenmascara su dictadura y la influencia cubana, y propone soluciones para su derrocamiento y para la restauración de la democracia liberal que toda sociedad se merece.
El propósito de los autores es apoyar al pueblo venezolano para que persista en su lucha y concienciar al resto del mundo para que les ayude. No están solos, su batalla por la libertad y la paz es la de todos.
IMPORTANTE: El beneficio neto de los autores del libro se destinará a enviar ayuda al pueblo venezolano a través de una ONG, sufragando el transporte de medicamentos y/o alimentos a Venezuela.PRÓLOGO
A primera vista, y dadas la resiliencia y la perdurabilidad de la tiranía de Nicolás
Maduro, parece difícil ser optimista sobre el futuro de la libertad en Venezuela. Y, sin
embargo, cabe serlo.
Cabe ser optimistas si miramos el pasado. No hace muchos años que en América Latina
proliferaron las dictaduras primero, y el populismo después. Ya no es así.
La democracia
rige en buena parte de los países al sur del Río Grande. Y el populismo se bate en
retirada en varios de sus bastiones de antaño. De hecho, ahora agita sus estandartes
demagógicos en el norte de América y en una Europa que presumía de ser inmune a
semejante excrecencia política.
Hablando de populismo y de retiradas, el régimen chavista de Venezuela, lejos de haber
incrementado y consolidado la influencia que en su día tuvo, está cerca de ser un
apestado en América y en el mundo. En su caída ha arrastrado también a sus amigos
populistas españoles, como se aprecia en los peores resultados electorales cosechados
recientemente en España por el partido Podemos, cuya estrella puede apagarse, o limitarse
a ser una fuerza relativamente marginal, como sus socios, los comunistas, que
siguen apoyando la cochambrosa dictadura castrista en Cuba.
También cabe ser optimistas si miramos el presente, y ante todo porque el pueblo
venezolano ha reaccionado en contra de la dictadura, en las urnas y en la calle. Hoy
resulta aventurado pronosticar que el respaldo popular al tenebroso régimen de Maduro
vaya a ir a más. En cambio, abundan las señales de que dentro y fuera de Venezuela sus
engaños y fechorías resultan cada vez más evidentes.
Esto es importante, porque el populismo, como todas las variantes del antiliberalismo,
depende críticamente del tiempo, y más concretamente del tiempo durante el cual el
pueblo crea la mentira fundamental del populismo. Esa mentira fundamental es la siguiente:
que los pésimos resultados concretos que siempre e inevitablemente cosechan
los populistas no son culpa suya sino de una colección de los habituales y pérfidos chivos
expiatorios: los oligarcas, el imperialismo, los burgueses, los empresarios, las élites, los
inversores extranjeros, las multinacionales, etc.
El opresivo gobierno de Maduro, igual que antes el de Chávez, ha hecho uso y abuso
de esta vieja treta, pero, sin embargo, todo sugiere que la mentira sigue teniendo las
patas cortas, como reza el viejo refrán, y cada vez más venezolanos perciben que no
hay otro culpable de sus desgracias que el propio régimen bolivariano.
Dicho régimen mantiene dos características típicas del antiliberalismo de todos los
partidos: por un lado, el autoritarismo en el plano político, y, por otro lado, la miseria
en el plano económico.
Venezuela es la última dentro de una larga sucesión de pruebas
que ratifican que las instituciones liberales no solo amparan los derechos civiles y
políticos de los ciudadanos, sino que además garantizan la prosperidad de los pueblos.
En la medida en que dichas instituciones han sido y son sacrificadas por los sátrapas de
cualquier pelaje, los resultados se invierten, como lo prueba el caso venezolano, con
la pérdida de derechos y libertades, y con la patente pobreza que el intervencionismo
de cualquier laya siempre deja como funesto desenlace.
Por fin, hay otro motivo por el cual podemos confiar en la recuperación de las libertades
en Venezuela, y es la solidaridad que la resistencia venezolana está encontrando en todas
las latitudes. Personas e instituciones de diferentes adscripciones ideológicas están
uniendo sus fuerzas para denunciar los atropellos del régimen. Los notables ensayos
que incluye el presente volumen lo confirman, y nos convocan a todos los amigos de
la libertad a no cejar en el empeño y a no bajar la guardia en nuestro apoyo al pueblo
venezolano para que pueda dejar atrás la tiranía.
Carlos Rodríguez Braun Economista, periodista y profesor hispano-argentino.
Nadie pensaba, hace un cuarto de siglo, que Venezuela podría caer —como Rusia, Cuba
y otras naciones— en la oscuridad de una tiranía comunista. Su democracia, aunque
imperfecta como todas, dejaba gozar a sus habitantes de muchas libertades. Existía
corrupción, sin duda alguna, y todos los partidos políticos se inclinaban hacia la izquierda,
pero nada hacía suponer que en pocos años su sistema democrático pudiera
desaparecer.
El ascenso del golpista Hugo Chávez al poder, por obra de una ciudadanía ingenua y
desorientada, acabó con la democracia venezolana y con las ilusiones de quienes lo
llevaron a la presidencia: ni se combatió la corrupción, como se había prometido, ni
se repartió mejor la riqueza ni se permitió que la ciudadanía pudiera ya expresarse
libremente.
El golpe, para Venezuela y para América Latina, ha sido tremendo. Ha destruido ilusiones,
esperanzas y hasta ese optimismo esencial con que muchos juzgábamos la realidad
política. Pero ha traído también una indirecta consecuencia positiva: Nos ha obligado
otra vez a pensar en profundidad, a revisar la historia, las teorías económicas y las
posiciones políticas. Mientras el país se hunde en un precipicio de tiranía y de miseria,
una nueva generación ha comenzado a sostener fructíferas ideas, a luchar —desde la
diáspora o desde la cruel realidad que allí se vive— por recuperar la libertad perdida.
Este libro es nítido testimonio de esa búsqueda intelectual y de esa lucha incesante.
Reúne 17 ensayos que abarcan diferentes temas, pero que coinciden en enlazarse con
la tradición de las ideas liberales o libertarias, con los pensamientos que, en diversas
épocas y hacia diferentes problemas, han formulado quienes tuvieron que oponerse al
despotismo y la opresión; con los valores permanentes de la defensa de la libertad individual
frente a la omnipotencia del Estado. Aparece también, en sus páginas finales,
un manifiesto que marca una definición ideológica importante: Una defensa de la democracia
liberal frente a un socialismo que, identificándose como democrático o como
revolucionario, lleva siempre hacia el mismo punto terminal, la sumisión del individuo
ante el poder, la pérdida de la autonomía personal, el crecimiento gigantesco del Estado
y de todo lo que es político frente a la libre acción del ser humano.
Desde Guatemala, yo que viví más de treinta años en esa querida Venezuela, saludo
esta iniciativa y apoyo la vocación de lucha de quienes han escrito estos valiosos trabajos.
Destaco especialmente que el combate contra el totalitarismo no puede ser eficaz
ni consistente si se hace desde el punto de vista de una socialdemocracia que comparte
con el comunismo muchas de sus ideas esenciales, como así queda perfectamente
claro al leer estos ensayos, las reflexiones y las propuestas de quienes se comprometen
en la lucha por el retorno de Venezuela hacia el ámbito de la libertad.
Ojalá pueda destronarse el poder de esos nuevos amos que, como en tiempos pasados,
gobiernan sin respeto a quienes oprimen y gozan de completa impunidad. Esfuerzos
como la elaboración y el lanzamiento de este libro contribuirán, sin duda alguna, al
acercamiento de esta deseada meta.
Dr. Carlos Sabino Sociólogo, historiador y escritor argentino
Indignación. Sí, indignación. Ese es el sentimiento que invade el corazón de los ciudadanos
de las democracias liberales, cuando observan cómo la tiranía atropella los
derechos civiles y la libertad para imponer una dictadura comunista en Venezuela.
Los ensayos de este libro han sido escritos por ciudadanos indignados con el proceso
de involución institucional de Venezuela porque, desgraciadamente, año a año, hemos
observado cómo se ha ido deteriorando la democracia para implantar un régimen
colectivista al servicio de una oligarquía extractiva de los recursos de la población y
destructiva del marco institucional que permitía una convivencia pacífica.
El beneficio obtenido por los derechos de los autores será cedido íntegramente a una
entidad u organización no gubernamental que ayuda a la población de Venezuela mediante
el envío de suministros de productos como medicamentos o alimentos.
También queremos ayudar a las personas de bien que quieren una verdadera democracia
liberal para Venezuela en lugar de una democracia secuestrada por oligarquías
intervencionistas que guían un país hacia la pobreza, el hambre y la miseria. Las dictaduras
comunistas, no por casualidad, sitúan a los países bajo el yugo colectivista en
los peores puestos de desarrollo sociocultural y económico y dejan a los ciudadanos
oprimidos, sin derechos civiles y sin libertad, padeciendo las rentas per cápita más
bajas del planeta.
Como observará el lector en algunos de los ensayos, el drama de Venezuela puede
deberse a que el arco político ha sido mayoritariamente ocupado por partidos políticos
de izquierdas. La oposición intentó recuperar la democracia desde posiciones de
izquierda democrática, es decir, desde partidos socialista democráticos o, a lo sumo, socialdemócratas. Sin embargo, como ocurre siempre en las revoluciones, triunfan los
más radicales. Desde la izquierda radical, Chávez y Maduro deterioraron la democracia
multipartidista con cambios en la Constitución y con leyes que destruían las instituciones
que sustentan un orden pacífico de convivencia, transformando Venezuela en una
dictadura comunista.
Este libro trata de denunciar el Camino de servidumbre (1944) que describió el sabio
Friedrich Hayek, pero en la versión populista del siglo XXI. Sigue siendo válida su célebre
dedicatoria: «a los socialistas de todos los partidos». Hayek no diferenciaba entre
partidos de izquierdas o de derechas. Identifica como socialistas a todos aquellos que
quieren intervenir sobre el mercado y la sociedad por medio de regulaciones y mandatos
coactivos. De hecho, explicó los pasos que dan los revolucionarios para guiar hacia
el totalitarismo: el control de los medios de comunicación, la propaganda y las movilizaciones
para el control de las calles, los cambios en la Constitución y las leyes, los
fraudes electorales, el encarcelamiento de opositores, los asesinatos…
Hayek observó
correctamente cómo en las épocas de crisis económica y financiera, que también son
crisis morales y políticas, se puede observar cómo la sociedad involuciona rápidamente
desde el socialismo democrático o socialdemocracia, por medio de revoluciones que
imponen las ideologías colectivistas más radicales.
Como resultado de la Gran Depresión del año 1929, arraigaron en Europa las propuestas
populistas y revolucionarias en forma de ideologías totalitarias como el socialismo
real (comunismo), el nacionalsocialismo y el fascismo que, curiosamente, pueden
estudiarse como religiones políticas y son empleadas por grupos organizados para
tomar el poder en un territorio. Sin embargo, los errores se repiten una y otra vez en
la historia de la humanidad, porque la psicología de algunos seres humanos les lleva
a abrazar utopías en lugar de respetar las instituciones que son responsables de una
sociedad abierta. Aun así, no deja de sorprender que, hoy en día, como consecuencia
de la Gran Recesión del año 2007, perduren y comiencen a triunfar de nuevo las propuestas
revolucionarias del comunismo tanto en Europa como en América.
Los venezolanos han estado escuchando durante décadas un discurso monocorde, estatista
y «políticamente correcto», que se basa en regalar los oídos a los votantes mediante
el aumento de las prebendas de un Estado benefactor que proveyese de bienes
y servicios a los electores desde la cuna y hasta la tumba. Los venezolanos escucharon y
apoyaron durante décadas las propuestas socialistas que han mantenido a los ciudadanos
anestesiados frente a los revolucionarios comunistas, que ha inculcado el culto
al mito de un «papá» Estado que cuidase de los súbditos, hasta el infinito y más allá,
haciendo que muchas personas olvidasen la importancia del ejercicio de la responsabilidad,
el esfuerzo, el mérito y la capacidad individual para prosperar en la vida por medio del comercio, la provisión de bienes y servicios, la propiedad, el dinero, la empresa o
la investigación, el desarrollo y la innovación que son las instituciones básicas de una
sociedad abierta.
En Venezuela nunca surgió una oposición importante que defendiese esas instituciones
desde el libertarismo, es decir, desde la defensa de los derechos y libertades
individuales y el gobierno limitado. En cambio, sí triunfaron las propuestas de los
perversos que ofrecieron los mitos del líder más fuerte y del Estado total. La población
más incauta apoyó erróneamente a un líder ególatra y mesiánico, que cae del
cielo como un falso mesías y que pretende solucionar los problemas imponiendo un
gigantesco aparato burocrático administrativo que debe proveer el maná público.
En último término, se trata del secuestro de la democracia por oligarquías extractivas que depredan los recursos del país mediante la maximización del estatismo para la imposición
de un Estado totalitario y la prohibición de las instituciones responsables del
crecimiento y la libertad en una sociedad civilizada.
En las revoluciones, el Estado benefactor termina transformándose en un Estado Leviatán que devora los derechos civiles para imponer una ideología colectivista y que, sin
duda, como es el caso del comunismo, impone un Estado totalitario que conduce hacia
la imposibilidad de cálculo económico que explicó Ludwig von Mises en 1920 y que,
empíricamente, quedó constatada con la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de
1989 y el derrumbamiento de los regímenes comunistas de la URSS y de Europa del Este.
En este libro, el lector encontrará ensayos en defensa de las democracias liberales y
en contra de la tiranía comunista desde la defensa de los derechos individuales de los
ciudadanos y un gobierno limitado que son las esencias del libertarismo, es decir, de la
tradición de libertad que defiende la acción humana en el mercado frente a la coacción
del orden político.
Al contrario que en Europa, el término liberal se emplea en América para referirse a las
posiciones de izquierdas, socialistas o socialdemócratas. Por dicho motivo, yendo más
allá de la propaganda que elaboran y propagan los revolucionarios, entendemos que
el término más correcto para referirse políticamente a las personas que defienden los
derechos y libertades individuales por medio de una democracia liberal es libertario o,
en idioma inglés, "libertarian".
Se podría hablar también del término liberalismo clásico para poder diferenciar claramente
cuáles son las ideas y el marco institucional definido por los escolásticos españoles
como Francisco de Vitoria, Domingo de Soto o Juan de Mariana y, también, por los filósofos
morales John Locke, David Hume o Adam Smith.
Lo cierto es que el término liberal tiene acepciones completamente opuestas en
Europa y en América. En este libro, preferimos hablar de la tradición liberal o, aún
mejor, de la tradición de libertad que defiende la democracia liberal heredera del legado
de la Grecia clásica (Aristóteles), del derecho romano, de la patrística cristiana (San
Agustín, San Benito, San Isidoro de Sevilla), la primera escolástica (Pedro Lombardo,
San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino), la Escuela española de los siglos XVI
y XVII (Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Luis Suárez, Juan de Mariana…), los filó-
sofos morales (John Locke) y los padres fundadores de los Estados Unidos de América
(John Adams, Thomas Jefferson, James Madison…).
Ahora mismo, cuando se observa la feroz cara del comunismo, es cuando hay que insistir
con mayor vehemencia en luchar por los derechos y libertades individuales y por la
implementación de una verdadera democracia liberal con elecciones libres e independientes,
separación de poderes, independencia judicial, garantías jurídicas, etc.
No deja de sorprender el elocuente silencio de los partidos políticos de izquierdas de
Europa ante la situación de descenso a los infiernos de la dictadura en Venezuela.
De hecho, todavía estamos esperando que condenen tajantemente la represión de los
derechos civiles y la imposición de una dictadura comunista en Venezuela los líderes de
la nueva izquierda como, entre otros: Jeremy Corbyn y Chris Willianson (Partido Laborista),
Pablo Iglesias, Irene Montero, Iñigo Errejón, Pablo Echenique y Juan Carlos Monedero
(Podemos), Jean-Luc-Mélenchon y Alexis Corbières (Francia Insumisa), Beppe Grillo,
Gianroberto Casaleggio y Luigi Di Maggio (Movimiento Cinco Estrellas).
Ese silencio de los partidos de izquierdas ante las dictaduras comunistas (Cuba, Venezuela,
Corea del Norte…), esa falta de integridad moral para denunciar los atropellos
a los derechos humanos, son síntomas que explican cuáles son los ideales utópicos que
pretenden imponer sobre la población.
Es evidente que algunos revolucionarios han llegado al poder por medio de los golpes
de Estado, la propaganda marxista, la agitación social y el control violento de las instituciones.
Pero, sin excepción, el comunismo fracasa estrepitosamente a la hora de generar
riqueza, porque destruye las propiedades privadas, las empresas y los incentivos
al comercio y, por ello, distribuye solamente la pobreza, el hambre y la miseria entre
la población.
Históricamente, se ha demostrado la imposibilidad de cálculo económico en el comunismo,
pero, sin embargo, con nuevos discursos y nuevas estrategias, los líderes totalitarios
consiguen engañar nuevamente a la población de algunos países. Al expropiar las posesiones, al impedir los negocios, al imponerse la ideología comunista en un país,
paulatinamente, las personas dejan de poder disfrutar de la multitud de bienes y servicios
que solamente puede proveerse por medio de un mercado abierto y libre. En las
democracias secuestradas por revolucionarios y, por tanto, en las dictaduras, solamente
los dirigentes disfrutan de los bienes y servicios, que niegan al resto de la población
del país.
Por ello, se explica la estrecha conexión que existe entre las cátedras de ciencias políticas
de algunas universidades de Europa y América, donde sobreviven profesores y estudiantes
marxistas al calor del presupuesto público, el asesoramiento a los movimientos
revolucionarios de izquierdas en América y la financiación internacional en la formación
y la promoción de los nuevos partidos de izquierdas, tal y como señalan las noticias y
las facturas publicadas por muchos medios de comunicación.
También se explica los diez pasos realizados por el presidente Nicolás Maduro para
imponer una dictadura comunista en Venezuela, cómo se desencadenan los procesos
de involución institucional provocados por las ideologías colectivistas (comunismo, fascismo,
nacionalsocialismo, separatismo…) y, del modo más didáctico posible, cómo se
puede realizar la transición hacia una verdadera democracia liberal en Venezuela.
En definitiva, los ensayos que se publican en este libro señalan como requisito imprescindible
de una sociedad abierta la necesidad de recuperar en la psicología de la
mayoría de la población y, especialmente, entre los dirigentes políticos el respeto por
las instituciones morales como, entre otras, los derechos y libertades de los ciudadanos,
las familias, las propiedades privadas, el libre comercio, la responsabilidad, el
esfuerzo, el mérito y la capacidad personales, las empresas, el dinero de calidad, los
préstamos o la banca y, también, el respeto por las instituciones políticas democráticas
como las elecciones libres, la separación de poderes y la independencia judicial
y, obviamente, el respeto por las instituciones jurídicas como la Constitución de una
democracia liberal.
Abogamos por la importancia de dotar un marco institucional que respete los derechos
individuales y la libertad en cada país por medio de un gobierno limitado frente a la
pobreza, el hambre y la miseria de las dictaduras comunistas.
Esperamos que la lectura sea amena a pesar de tratar asuntos serios que afectan a la
vida, la propiedad y la libertad de millones de personas en Venezuela y, también, a
los millones de personas que malviven en las grandes cárceles en que se transforman los
países bajo las oligarquías extractivas de una revolución comunista como ocurre,
por ejemplo, en Corea del Norte, Cuba y Venezuela.
Creemos que nuestros ensayos explican bien la renuncia moral y el error intelectual
que suponen las ideologías colectivistas y, especialmente, las dictaduras comunistas,
dado que atesoran el más sangriento historial de pobreza, hambre, miseria, cárceles y
asesinatos de la historia de la humanidad.
Nuestro objetivo quedará colmado, si logramos que el libro contribuya a que se movilicen
las personas de bien en Venezuela, pero también, los Gobiernos de las democracias
liberales de Europa y América para defender con vehemencia y entusiasmo la recuperación
de la democracia y los derechos civiles y la libertad en el país caribeño, evitando
así la involución hacia la tiranía comunista.
Finalmente, las personas que compren y difundan el presente libro, quedan invitadas
a suscribir y promover el Manifiesto en defensa de la democracia liberal que hemos
incluido los autores como un grito final en favor de la libertad.
¡Ojalá sea posible revertir el descenso a los infiernos del comunismo!
¡Ojalá se instaure una verdadera democracia liberal en Venezuela!
Ángel Fernández Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales
Índice:
Preámbulo
A Nuestro ideario: Progreso de la humanidad en un mundo libre
B Nuestro desafío: Nuevas amenazas a la libertad
C Nuestra respuesta: Igualdad de oportunidades y progreso para todos
En 1947, un grupo de liberales de todos los países del mundo publicó el Manifiesto de Oxford, la primera declaración de principios liberales de ámbito internacional. Sus autores lo hicieron en respuesta a los horrores de la Segunda Guerra Mundial, que causó una destrucción física sin precedentes, millones de muertes y la horrenda deshumanización que, en particular, acarreó el Holocausto. Tras la victoria sobre el nazismo y el fascismo, y ante el autoritarismo comunista, los liberales estaban decididos a reafirmar los valores y derechos humanos, con lo que el Manifiesto de Oxford iba a convertirse en precedente de otro documento monumental, la Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada por las Naciones Unidas en diciembre de 1948.
En el mundo libre, esos principios liberales allanaron a muchos pueblos el camino a la paz, el Estado de derecho, la prosperidad y los derechos humanos en los decenios siguientes. Se definieron y ampliaron los derechos individuales; se garantizó cada vez más la libertad personal mediante la administración equitativa e independiente de la ley y la justicia; hubo más libertad de culto y de conciencia; la libertad de expresión y la libertad de prensa recibieron protección; las personas disfrutaron del derecho a asociarse o no, según su libre elección; aumentaron las oportunidades de recibir una educación plena y variada, según la capacidad personal e independientemente del origen familiar o los medios económicos, lo que incrementó considerablemente la posibilidad de que muchas personas pudieran escoger libremente su oficio o profesión; el aumento de la prosperidad redundó en más oportunidades para ejercer el derecho a la propiedad privada y el derecho a emprender empresas particulares; los consumidores dispusieron de más libertad de elección y hubo más oportunidades de aprovechar los dividendos aportados por la productividad de la tierra y la laboriosidad humana; hubo más seguridad ante el riesgo de enfermedad, desempleo, discapacidad y vejez, y aumentó la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. El éxito de estos principios no sólo benefició a la población de los países libres, sino que también contribuyó a derrotar a las dictaduras comunistas y a superar la división de Europa, así como a vencer a numerosos regímenes autoritarios y populistas en América Latina, Asia y África.
En los 70 años transcurridos desde la publicación del Manifiesto de Oxford, la Internacional Liberal ha ratificado estos principios en siete declaraciones, manifiestos y llamamientos. Estos documentos componen un importante corpus de pensamiento liberal, en el que todavía hallamos inspiración y fortaleza.
Hoy, unidos en la familia de la Internacional Liberal, los liberales, suscribimos plenamente los principios que figuran en el Manifiesto de Oxford y en los documentos posteriores, pero al hacerlo reconocemos también que el liberalismo es objeto de nuevos ataques, en su condición de filosofía de validez universal, tanto en términos teóricos como en la práctica política. Esos ataques proceden de quienes desde la izquierda otorgan al Estado la prioridad absoluta y también de los conservadores y nacionalistas de la derecha, así como de los populistas de ambos extremos del espectro político, que aspiran a crear un Estado autocrático claramente ‘iliberal’, que aplicaría sus postulados. Además de quienes desean aprovecharse del sistema para crear sociedades iliberales, hay otros elementos violentos, anarquistas y extremistas islámicos, que no pretenden apoderarse del sistema, sino arrasarlo mediante revoluciones radicales y destructivas. Estos ataques contra el liberalismo y la paz y la estabilidad del mundo se llevan a cabo no sólo con métodos tradicionales, sino también por conducto de los nuevos instrumentos del ciberespacio. Vivimos en una era muy peligrosa y ningún rincón del mundo se encuentra a salvo de estas amenazas.
No obstante, surgen también nuevas oportunidades. El mundo ha presenciado la llegada de una revolución tecnológica y de un aumento considerable de las posibilidades de comerciar, viajar y comunicarse en todo el planeta. Este hecho ha generado amplísimas oportunidades para toda la humanidad, ha sacado de la pobreza a millones de personas y ha contribuido a que muchos países hayan logrado liberarse de dirigentes autoritarios.
Aunque reconocemos que estas oportunidades traen consigo nuevos problemas –entre otros, el cambio climático, la migración masiva y las preocupaciones acerca del grado de desigualdad del ingreso y la riqueza- los liberales aprovechamos todas las oportunidades y aceptamos todos los desafíos. En épocas de estabilidad, el liberalismo puede evolucionar y crecer de manera gradual, mientras que en tiempos de inestabilidad existe la oportunidad de lograr avances radicales en nuestro ideario. Nuestra tarea consiste en demostrar que el liberalismo es capaz de aportar las mejores y más novedosas ideas y medidas políticas para abordar esos desafíos y aprovechar al máximo las nuevas oportunidades, sin abandonar nuestros valores y creencias. Combatiremos al ‘iliberalismo’ y nos esforzaremos por difundir más ampliamente los valores liberales, en el espíritu de universalismo de nuestra doctrina. Este es el momento de reflexionar, renovar y reivindicar nuestras aspiraciones y de abordar las amenazas actuales a la libertad con respuestas liberales. Eso es precisamente lo que hacemos con este Manifiesto Liberal 2017.
Por consiguiente, ahora nosotros, liberales del mundo, reunidos en el Congreso de la Internacional Liberal, este veinte de mayo de 2017 en Andorra, aprobamos el siguiente Manifiesto:
Nuestro ideario: Progreso de la humanidad en un mundo libre
La libertad de cada ser humano constituye un principio esencial para lograr el progreso humano y alcanzar un mundo mejor. En su condición de movimiento de ámbito mundial, el liberalismo cree firmemente en que la razón humana es la base del progreso hacia ese mundo mejor. El liberalismo está comprometido con el derecho inalienable de todas las personas a una vida en la que cada cual pueda decidir cómo desea vivir.
Cada uno de nosotros es diferente y el liberalismo acoge y cultiva esta diversidad propia de los miembros de la familia humana. Consideramos que las personas son agentes de su autogobierno, autores independientes de sus propias vidas. La sociedad es la esfera en la que esos autores se reúnen, intercambian ideas y opiniones, aprenden unos de otros y llegan a entenderse, pese a todas las diferencias de intereses. La sociedad es el ámbito en el que las personas se desarrollan, primero con sus padres y tutores, luego en el grupo familiar que cada cual constituye y, posteriormente, en círculos comunitarios cada vez más amplios. Nuestra propia personalidad se forja en las relaciones sociales. Un conjunto amplio de derechos, libertades y responsabilidades propicia el pluralismo de ideas, creencias y de entornos de procedencia que alimentan la riqueza de la diferencia, sin distinción de género, raza, edad, orientación sexual, credo religioso, discapacidad o cualquier otra condición personal o social. Una sociedad liberal no se basa únicamente en los derechos humanos, sino también en las relaciones humanas.
Nos hemos propuesto proteger las constituciones liberales que funcionan al amparo del Estado de derecho y fomentan la igualdad de oportunidades para todos. Ninguna sociedad puede ser libre si carece de libertad de expresión, reunión y asociación. Queremos instituciones que sean democráticas, rindan cuentas y tengan capacidad de actuación, y que proporcionen iguales derechos y libertades para todos. En esas condiciones, la creatividad personal puede florecer e impulsar el progreso humano hacia una sociedad mundial pacífica, próspera y abierta. En términos económicos, sociales y medioambientales, esta sociedad mundial debe ser sostenible, tanto en el presente como a largo plazo. Esta sostenibilidad exige la gestión integrada y sostenible de los recursos naturales y los ecosistemas.
Nuestro desafío: Nuevas amenazas a la libertad
Hasta el inicio del siglo XXI, presenciamos la génesis de una era liberal. Desde entonces, el creciente consenso liberal vigente en el mundo ha sido objeto de ataques procedentes de diversos horizontes. Una ola de autoritarismo, populismo y fundamentalismo amenaza con socavar y deshacer los logros alcanzados por nuestro ideario. Estas tendencias antiliberales se nutren a menudo de la sospecha de que el aumento de la desigualdad de poder y riqueza impide que el contrato social liberal proporcione oportunidades equitativas a los más desfavorecidos. También se ponen en tela de juicio la capacidad y eficacia de las instituciones del mundo liberal para afrontar los desafíos del cambio climático, el crecimiento demográfico del planeta y el aumento de las migraciones. Muchas personas se sienten amenazadas por la creciente heterogeneidad que se observa en numerosas sociedades y responden exagerando el apego a lo que consideran la esencia de su identidad y azuzando la desconfianza y la hostilidad hacia quienes consideran diferentes. Al mismo tiempo, mucha gente considera que el liberalismo es sólo una excusa de Occidente para ejercer el egoísmo económico y la falta de responsabilidad. Estas tendencias constituyen un problema para el liberalismo, ya que fomentan la creación de normas e instituciones antiliberales, amenazan con dividir al mundo en facciones beligerantes y frenan el progreso de la humanidad.
Nuestra respuesta: Igualdad de oportunidades y progreso para todos
La mejor respuesta que el liberalismo puede ofrecer a estos desafíos consiste en promover la igualdad de oportunidades para todos, fortalecer las instituciones liberales y el Estado de derecho en el mundo entero, fomentar la educación en general y en particular la formación cívica, la atención sanitaria, el comercio libre y justo y las oportunidades sostenibles para cada ser humano, así como cultivar la responsabilidad y la rendición de cuentas en todos los países. Los liberales creemos en el progreso humano basado en nuevos conocimientos, adquiridos y aplicados a escala local mediante la deliberación, la colaboración y el aprendizaje, en los ámbitos de la democracia, la educación y la investigación, la economía de mercado y la sociedad civil.
La fortaleza del liberalismo ha radicado siempre en su innata flexibilidad para adaptarse a los cambios de contexto y poder así enfrentarse a los nuevos problemas, a medida que estos han ido surgiendo. El liberalismo aprovecha el ingenio y la creatividad humana, en lugar de aferrarse a la sabiduría tradicional recibida del pasado. Con este ánimo, los principales desafíos que los liberales afrontamos consisten en lograr que el progreso humano sea lo más dinámico posible, velar por que llegue a ser más equitativo, abarcador e integrador para todos, ayudar a que las personas acepten la complejidad de mundo contemporáneo y se fortalezcan con la constatación de que sus identidades son complejas y polifacéticas, y lograr que el progreso de la familia humana sea sostenible, de manera que tanto las generaciones actuales como las futuras puedan aprovechar plenamente sus beneficios.
Los liberales reconocemos que los derechos humanos son individuales, no colectivos. Habida cuenta de la diversidad natural de aspiraciones, caracteres y talentos de los seres humanos, así como de sus convicciones y creencias religiosas, la búsqueda de la felicidad ha sido y sigue siendo un empeño básicamente individual. Se trata de la libertad que uno puede ejercer para vivir la vida que considera valiosa, sin limitar la libertad de los demás. Eso no significa que el liberalismo se agote en el individualismo. La comunidad también es importante. El liberalismo atañe a la libertad –la libertad de la persona- pero es también cuestión de liberalidad, de generosidad de espíritu hacia el prójimo, no sólo para nuestros amigos y familiares más allegados, sino para toda la familia humana. Como liberales, adoptamos instituciones y medidas políticas que generan el máximo de oportunidades para todas las personas, tanto en el presente como en el futuro. Debemos superar las rígidas barreras sociales existentes en nuestras sociedades. Los gobiernos del mundo entero pueden y deben crear instituciones y aplicar políticas que sean más integradoras y han de esforzarse por dotar de autonomía a sus ciudadanos en un contexto de libertad.
Habida cuenta de estos principios y de los desafíos actuales y futuros, los liberales recabamos la colaboración de cuantos deseen participar en nuestro esfuerzo orientado a:
Promover la igualdad de derechos para todos y defender los derechos humanos en el mundo entero
Todo miembro de nuestras sociedades puede ser autor de su propia vida y debe disfrutar de los mismos derechos humanos. Este es un valor fundamental de las democracias liberales, que defienden la libertad individual y el Estado de derecho, y se oponen a la discriminación. Los liberales apoyamos y promovemos estos derechos, tanto en nuestros países de origen como en los demás.
En tanto que liberales, luchamos por que a cada cual se le permita ser quien es, amar a quien quiera y vivir como prefiera, teniendo plenamente en cuenta que esas libertades han de defenderse mientras no infrinjan los derechos de los demás. Los liberales creemos profundamente en que los derechos de los miembros de grupos minoritarios de toda índole deben ocupar un lugar seguro y protegido en nuestra escala de valores y apoyamos en especial a quienes son vulnerables a la discriminación, ya sean miembros de minorías étnicas o grupos indígenas, personas con discapacidades visibles o invisibles, niños, ancianos y miembros del colectivo LGBT+ (lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, de género no binario e intersexuales, entre otros). Las personas que profesan una religión o cualquier otra fe o que son ateas deben recibir protección para practicar sus creencias, siempre y cuando éstas se ejerzan en el marco de las leyes vigentes y del derecho constitucional.
Aunque en el siglo XX se alcanzaron considerables cotas de progreso en lo tocante a los derechos de las mujeres, que representan más de la mitad de la población mundial, aún persisten desigualdades en esta esfera, en particular la distribución desigual de la propiedad y la representación política, así como el uso generalizado de la violencia contra la mujer y la negación de sus derechos sexuales y reproductivos. En algunos países estas desigualdades figuran incluso en las leyes, que niegan a las mujeres el derecho al voto, a la propiedad, a la educación y al ejercicio de la libertad personal. Por consiguiente, los liberales seguiremos luchando con denuedo por los derechos de la mujer.
Los Estados democráticos tienen el deber de velar por que todos puedan ejercer su libertad en condiciones seguras y que quienes violen los derechos humanos y restrinjan las libertades encuentren la oposición debida y reciban un tratamiento eficaz. Estas medidas exigen inversiones públicas adecuadas en materia de seguridad y vigilancia. Cuando un Estado viole esos derechos humanos, las democracias liberales deben estar dispuestas a acoger a los refugiados que huyan de esas violaciones, tal como quedó consagrado en la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados. Para nosotros, resulta evidente que la responsabilidad del asilo corresponde a la comunidad internacional en su conjunto. Al mismo tiempo, las sociedades liberales reconocen su responsabilidad en lo tocante a ayudar a definir y combatir las causas profundas de la emigración, ya sean las condiciones económicas, la situación política o los conflictos violentos.
Fortalecer las instituciones democráticas, el Estado de derecho y la sociedad civil
Sólo la democracia liberal puede garantizar la adecuada protección de las personas y de sus libertades, pero no debemos permitir que quienes se oponen a esas mismas libertades puedan hacer un uso abusivo de ellas. Con democracias sólidas, capaces de defenderse a sí mismas, protegeremos activamente nuestros valores liberales y nuestras instituciones democráticas contra quienes quieren socavarlas y destruirlas. Como forma de gobierno, la democracia permite que los ciudadanos exijan responsabilidades a quienes ejercen el poder. A su vez, la rendición de cuentas es esencial para lograr mejores gobiernos, al igual que la transparencia y la descentralización suficiente de la toma de decisiones, que garantizan la participación más directa y el control del gobierno por parte de los ciudadanos. Muchos pueblos del mundo padecen de la grave y nefasta incompetencia profesional de quienes ejercen labores de gobierno y esta mala calidad de la gobernanza suele estar vinculada a la corrupción, que es uno de los elementos más destructivos de la vida comunitaria. Es preciso que en todas las esferas del gobierno, desde la local hasta la internacional, redoblemos los esfuerzos con el fin de combatir la corrupción, el fraude y los delitos de las organizaciones criminales, y que mejoremos la calidad de la gobernanza en general, mediante la aplicación de nuestros principios liberales de rendición de cuentas, transparencia, separación de poderes, descentralización de la toma de decisiones y respeto por el Estado de derecho y el dinamismo de la sociedad civil.
Las personas libres constituyen la base de toda democracia liberal y un diálogo franco entre los ciudadanos, en el que se atiendan y sopesen todos los argumentos, permite alcanzar soluciones mejores y más duraderas para todos. En una sociedad civil libre y dinámica, la gente puede asociarse en diversos foros e intercambiar ideas, procurar intereses y actividades comunes, formular opiniones, coincidir o discrepar acerca de valores, asuntos espirituales y políticos, con independencia del Estado y el mercado. Toda sociedad abierta y liberal debe rechazar los esfuerzos gubernamentales encaminados a usarla para sus propios fines o a suprimir a grupos legítimos de esa sociedad que no sean de su agrado. En vez de eso, los gobiernos deberían alentar un diálogo dinámico entre los agentes de la sociedad civil y las autoridades pertinentes, con el fin de ampliar la capacidad de integración de la sociedad. Las religiones y otras creencias tienen su lugar natural en la sociedad civil, pero los liberales preconizamos la separación entre los cultos organizados y el Estado, a fin de evitar la centralización del poder y preservar la diversidad de nuestras comunidades.
Defender la libertad de información, expresión y prensa, así como el derecho a la intimidad
La libertad de expresión es fundamental para la democracia liberal. Nosotros somos partidarios del acceso irrestricto de todos los ciudadanos a la información y de la libre circulación de ésta, así como de la libertad de expresión, sin trabas del Estado y protegida por un marco jurídico que fomente la libertad. Ante el aumento exponencial de la capacidad de recoger y almacenar información, gracias a las nuevas tecnologías, estamos resueltos a velar por la creación y adopción de un marco jurídico que garantice la integridad de los datos personales, la intimidad en Internet y la protección frente a la vigilancia, así como el derecho a resarcimiento cuando los ciudadanos sufran violaciones de su intimidad o sean víctimas de la desinformación selectiva, cualquiera que sea el medio de comunicación. Con miras a proporcionar a los medios y al público en general la capacidad de controlar a las autoridades gubernamentales, es esencial garantizar el acceso a la información relativa a los asuntos públicos y las instituciones democráticas en todas las esferas. Los liberales creemos que esas prerrogativas y salvaguardas individuales son pilares fundamentales de toda sociedad libre, edificada sobre las libertades de opinión y reunión.
Fomentar, ampliar y promover la educación
La prestación de servicios educativos de gran calidad, que no dependan de la extracción social o la situación económica del alumno, es la mejor garantía de la igualdad de oportunidades. La educación es un factor esencial del progreso humano y es fundamental para aportar respuestas a los problemas mundiales. Uno de los objetivos principales del liberalismo es trabajar en pro de la igualdad de acceso al sistema educativo y la adquisición de competencias y capacidad de pensamiento crítico desde la primera infancia y a lo largo de la vida, lo que permite que las personas vivan con dignidad y en situación de prosperidad. Los ciudadanos deben disponer de autonomía y ser capaces de convivir respetuosamente con sus congéneres y esto exige una educación que promueva la tolerancia, los derechos humanos y el respeto de las diversas opiniones.
El acceso equitativo a la enseñanza también es necesario para que los niños, adolescentes, adultos y ancianos puedan sacar el máximo partido a sus capacidades, independientemente de su origen familiar. El propósito consiste en lograr el mayor grado posible de autonomía, integración y competencia, para hacer frente a los retos de la digitalización, la mundialización y los avances tecnológicos, así como para establecer relaciones personales y sociales. Estos fines sólo pueden alcanzarse si los más desfavorecidos -tanto desde el punto de vista económico como el social- reciben apoyo adicional, a fin de que puedan participar activamente en la sociedad y contribuir plenamente a las comunidades en las que viven.
Las libertades individuales y la diversidad de nuestras comunidades requieren una educación que sea también libre y diversa. Los liberales siempre luchamos para promover la libertad en la educación, con miras a aumentar la autonomía de las personas al garantizar su capacidad de escoger la mejor enseñanza posible para ellos y para sus hijos. Queremos que cada persona, a lo largo de la vida, tenga acceso a una buena educación, cualesquiera sean su raza, nacionalidad, género, edad, orientación sexual, creencias religiosas, discapacidad u otra condición personal o social.
Mejorar el acceso de enfermos y discapacitados a los servicios de salud
A pesar de los considerables adelantos logrados en cuanto a la esperanza de vida y los indicadores de salud, en muchas regiones del mundo la gente sigue padeciendo de desnutrición y carece de acceso a la atención médica y sanitaria. Este es un azote que debemos combatir por motivos humanitarios y, habida cuenta de que la buena salud es un requisito indispensable para alcanzar una educación mejor en cualquier edad, su ausencia constituye un obstáculo importante al desarrollo económico. El mundo se enfrenta también al incremento de los casos de enfermedades mentales, lo que perjudica tanto al individuo como a su familia. Como tantas otras dolencias físicas y discapacidades, la enfermedad mental tiene repercusiones considerables en términos de costos médicos y pérdida de capacidad laboral.
Todos los gobiernos nacionales y la comunidad internacional en su conjunto deberían convertir en aspiración esencial y objetivo primordial la tarea de mejorar los niveles de salud y el acceso a la atención sanitaria para todos. Las nuevas tecnologías aplicadas al cuidado de la salud (‘E-health’) y la telemedicina son herramientas importantes para lograrlo. Pero en estos tiempos de rápidas transformaciones tecnológicas, no debemos olvidar que numerosas personas todavía carecen de acceso al agua potable y los saneamientos. Estos elementos son prioridades de primer orden que deberían estar al alcance de todos, y no sólo el acceso, la protección y el uso de los recursos naturales y ecosistemas debería ser sostenible ahora y con miras al futuro, sino que la destrucción deliberada de recursos perpetrada como un acto de terrorismo o en el contexto de una guerra debería considerarse un crimen de lesa humanidad.
Asegurar la sostenibilidad del crecimiento económico mundial
El crecimiento económico mundial sólo resulta beneficioso para todos en la medida en que es sostenible e integrador a largo plazo y eleva los niveles de vida de todos los ciudadanos del mundo. El crecimiento no debe lograrse a expensas de las generaciones futuras ni beneficiar únicamente a algunas personas en determinadas partes del mundo, en detrimento de otras.
Los liberales creemos que el crecimiento y el progreso económicos deben ser sostenibles en términos medioambientales, económicos y sociales. Esos tres atributos esenciales determinan la calidad del crecimiento. El progreso económico no debe basarse en el deterioro del medio ambiente ni a escala local ni mundial, como tampoco en el endeudamiento excesivo y el despilfarro, ni en el monopolio de la riqueza por parte de las élites, la evasión fiscal o la dominación de un grupo sobre otro.
El cambio climático es la mayor amenaza medioambiental que afronta la humanidad. Sus consecuencias ponen en peligro la libertad y la prosperidad de muchas generaciones venideras. Por consiguiente, los liberales creemos que la riqueza ha de crearse respetando los límites de un planeta de recursos finitos y aplicando el principio de precaución. Es esencial evitar un daño ecológico irreparable y un cambio climático desastroso como consecuencia del efecto invernadero de las emisiones de gas, para lograr un progreso económico sostenible. Este objetivo exige un marco normativo internacional adecuado que permita la protección y el uso responsable de los bienes comunes de la humanidad. Debemos reconocer que esta tarea presenta a la vez grandes oportunidades y costos significativos, que resultan mucho más difíciles de afrontar para los países pobres que para los ricos. Lo que significa que, tanto por motivos económicos como morales, los países pobres necesitan el apoyo de la comunidad internacional para adaptarse a modalidades de desarrollo más sostenibles.
Asimismo, los liberales apoyamos la creación de marcos normativos que fomenten la responsabilidad fiscal, de modo que los gobiernos no tengan que apoyarse en las generaciones futuras para sufragar el costo del crecimiento de hoy y no puedan deteriorar la democracia mediante un exceso de gasto público basado en el endeudamiento. Los liberales apoyamos los marcos jurídicos locales, nacionales, regionales e internacionales que eviten la explotación de unos individuos y grupos por otros y prevengan el surgimiento de monopolios, tanto en el Estado como en el sector privado.
Promover el adelanto tecnológico y combatir los abusos
El crecimiento exponencial del conocimiento humano es la clave de la prosperidad mundial y el desarrollo sostenible. Los liberales creemos en el ilimitado potencial creativo del ser humano. Los gobiernos deben abonar el terreno para esta creatividad mediante la oferta de buenas escuelas, el apoyo a la investigación que se desarrolla en las universidades sin trabas burocráticas y la garantía de oportunidades empresariales, para convertir los inventos en innovaciones que amplíen el ámbito de los conocimientos humanos y generen mercados para nuevos productos y servicios. El cambio estructural que produce la innovación ha de recibir apoyo y ser gestionado por todos los sectores de la sociedad, a fin de reducir las desigualdades y crear nuevas oportunidades, y esto significa educación para todas las edades y todas las fases de la vida.
La rápida sucesión de descubrimientos científicos, la digitalización, la biotecnología y la inteligencia artificial crearán enormes oportunidades y nuevos desafíos para la humanidad. Estos adelantos tecnológicos no deberían emplearse jamás con fines bélicos o armamentísticos. Sus objetivos primordiales deberían ser la consecución de la seguridad alimentaria y el desarrollo y la difusión de las libertades. Los gobiernos, las instituciones internacionales y la sociedad civil deberían definir nítidamente los abusos y prevenirlos mediante una supervisión diáfana – que no estorbe indebidamente la investigación y los hallazgos científicos- y el desarrollo individual.
Apoyar el comercio y la inversión
Como muestra la historia, la circulación de bienes, servicios, capitales y personas a través de las fronteras nacionales contribuye en gran medida a la difusión de la prosperidad. Con un número cada vez mayor de países integrados en la economía mundializada, el comercio libre y justo, así como las inversiones transnacionales, constituyen instrumentos primordiales para mitigar la pobreza y promover la paz. Pero, con el resurgimiento de las posturas proteccionistas en diversos Estados y regiones, algunos países se ven excluidos de los beneficios que puede aportar la liberalización de la economía mundial. Por consiguiente, es menester que los liberales defendamos el mantenimiento y la ampliación de un régimen de comercio mundial sólido y eficaz, que garantice reglas equitativas para todos los países. En el pasado, los acuerdos de libre comercio bilaterales o multilaterales de carácter limitado han sido instrumentos eficaces para promover la integración comercial regional y las iniciativas conjuntas en materia de inversiones. Esos acuerdos deberían fomentarse, siempre que respeten las normas de la Organización Mundial del Comercio y se mantengan abiertos a nuevos miembros.
La resistencia al proteccionismo económico sigue siendo un compromiso fundamental de los liberales, porque tenemos la obligación de velar por que el mayor número posible de personas se beneficie de la liberalización de la economía mundial. A largo plazo, es la única manera de mantener una sociedad liberal y abierta. Aunque reconocemos que el sistema de libre mercado no garantiza por sí solo una distribución justa de la riqueza, seguiremos luchando por facilitar el acceso equitativo a los mercados, la propiedad, el capital, la infraestructura, la salud y la educación. Si se fomenta la igualdad de oportunidades para todos, las personas gozarán de mayor autonomía, tanto para contribuir al crecimiento mundial como para beneficiarse de él, se reducirán las desigualdades sociales y los mercados funcionarán para todos.
Respaldar la migración ordenada
Las sociedades liberales están abiertas a la migración. La capacidad de desplazarse dentro del país y en el ámbito internacional aumenta la libertad y las posibilidades de las personas en la consecución de su felicidad. La migración humana es un fenómeno natural y, como demuestra la historia, es beneficiosa y constituye un factor de enriquecimiento cultural para los países receptores. Los inmigrantes pueden contribuir a paliar la escasez de mano de obra y a incrementar la cultura y la diversidad en la sociedad de acogida pero, por supuesto, su éxodo también puede empobrecer a las comunidades que abandonan.
Puesto que, probablemente, la migración masiva causada por factores económicos, sociales, políticos o medioambientales aumentará en el futuro, es preciso entender y gestionar mejor esos movimientos de población. Los liberales aceptamos la idea de que, en determinados casos, puede ser necesario limitar el volumen y el ritmo de los movimientos demográficos, en función del tamaño y la capacidad de acogida del país receptor. Asimismo será necesario adecuar los marcos jurídicos y las estructuras de apoyo con el fin de garantizar la correcta integración de migrantes y refugiados, de manera que puedan desarrollar al máximo su potencial y contribuir a enriquecer las sociedades de acogida.
Fortalecer la paz y la cooperación internacional
Las sociedades mundializadas de hoy están interconectadas, interrelacionadas e integradas mediante la cooperación tecnológica, social y económica. No obstante, vuelven a surgir antiguos conflictos motivados por territorios, recursos, formas de gobierno, grupos étnicos, denominaciones religiosas e ideologías. Los liberales creemos que el mantenimiento o el desarrollo de relaciones pacíficas y respetuosas entre las comunidades, en lugar del uso ilícito y agresivo de la fuerza, sigue siendo la base de todo método civilizado de resolución de conflictos. Las relaciones entre los países deben ceñirse al derecho, tal como éste se ha plasmado en los convenios y tratados internacionales. Es preciso fortalecer las instituciones, los tribunales y los mecanismos de arbitraje internacionales y como, además de la diplomacia, puede ser necesario el uso de la fuerza física para mantener la autoridad y las decisiones de esas instituciones internacionales, es esencial que todas las partes acaten los dictámenes y las decisiones y se adhieran a la fuerza de la ley, y no a la ley del más fuerte.
Los liberales aspiramos a vivir en un mundo de paz. Hace setenta años, nos congregamos después de dos terribles conflictos mundiales, con el fin de forjar un internacionalismo liberal democrático, mediante la colaboración política en el marco de la Internacional Liberal, así como a través de la creación de estructuras de cooperación internacional, tales como las Naciones Unidas, las instituciones de Bretton Woods, los dispositivos de derecho internacional orientados por la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Unión Europea y, en decenios posteriores, mediante estructuras de cooperación regional en Asia, África y América. Por la misma razón aspiramos a actuar de catalizadores del desarme internacional y de pioneros en la reducción de armamento a escala mundial. Sabemos que los procesos de paz y el desarrollo comunitario deben abarcar a todos los grupos sociales.
Tenemos la firme convicción de que no hay otra vía para alcanzar la paz mundial, porque cuando los pueblos creen que los están humillando o que los tratan de manera injusta, o cuando su identidad individual o colectiva se encuentra gravemente amenazada, tienden a recurrir a la violencia. Y cuando los pueblos están bajo la amenaza del genocidio, o cuando una tiranía ha suprimido de manera permanente los derechos humanos básicos de la población sobre la que impera, las democracias liberales tienen el deber de invocar la doctrina de la “obligación de proteger”, tal como la refrendaron los Estados Miembros de las Naciones Unidas en 2005.
Mediante este nuevo Manifiesto, los liberales ratificamos los principios del Manifiesto de Oxford de 1947 y los actualizamos para adaptarlos a la época en que vivimos, al reiterar lo que, en nuestra condición de liberales, creemos y con lo cual estamos comprometidos, a fin de lograr un mundo mejor, más libre y más próspero, un hogar generoso y sostenible para la familia humana.
Gánate tu cédula, venezolano
¿HACIA DÓNDE VA VENEZUELA O CUBAZUELA?
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Gracias a ello, nos enriquecemos desde la pluralidad y desde la diversidad de puntos de vista dentro del respeto a la libre y peculiar forma de expresión.
La Comunicación más alta posee la gracia de despertar en otro lo que es y contribuir a que se reconozca.
Gracias amig@ de la palabra amiga.
"Nos co-municanos, luego, co-existimos".
Juan Carlos (Yanka)