Sir John Moore, el amigo inglés
La figura del general británico Sir John Moore ha dejado una huella muy especial en la historia de la ciudad de La Coruña.
Moore, al mando de un gran ejército inglés, luchó contra los franceses en Elviña, una de las batallas más importantes libradas durante la Guerra de la Independencia española.
Durante los primeros años del siglo XIX , La Coruña fue la primera ciudad gallega que decidió alzarse en armas contra el dominio del Imperio Napoleónico. Será en 1808 cuando ingentes tropas de soldados británicos llegan al noroeste de España dispuestos a impedir que el dominio del imperio vecino avance por la Península.
Mientras en el puerto de La Coruña desembarcan 16.000 soldados y 2.000 caballos al mando del general Sir David Baird, el general Sir Jhon Moore hacía lo mismo en Lisboa formando así el gran ejército que se había de enfrentar a los galos. Moore se situó en Salamanca, bajo aviso de la llegada de un potentísimo ejército francés al mando de los mariscales Soult y Ney. Desde allí, sus tropas se extendieron por Zamora, Valladolid y León , teniendo que replegarse a Astorga ante la potencia de la infantería francesa. El mismo Napoleón dio órdenes tajantes al mariscal Soult de perseguir, sin tregua ni descanso, a los ingleses. De este modo, las unidades británicas fueron acosadas y perseguidas por los galos hasta llegar a La Coruña, objetivo de ambos ejércitos.
En la mañana del 16 de enero de 1809 los dos ejércitos beligerantes se situaron uno frente a otro, los galos en Peñasquedo y los británicos en las alturas cercanas al río Mero: era la batalla de Elviña. El encarnizamiento llegó a tan altas cotas que, primero Baird y después el propio Moore, que presenciaban y dirigían a sus tropas, sufrieron heridas de tal gravedad que tuvieron que ser evacuados del escenario de combate y muerte. A lo largo de esta famosa y cruenta batalla se registraron un gran número de bajas entre ambos contendientes.
John Moore, herido por una bala de cañón, fue trasladado a la casa del comerciante Genaro Fontenla, en medio del Cantón Grande, donde murió, desangrado, aquella misma tarde, tras haber dado una serie de instrucciones sobre el embarque de lo que quedaba de su ejército.
El grueso de las fuerzas británicas llegó a La Coruña e inició, rápidamente, su reembarque, pues ya habían llegado todos los transportes ingleses al puerto herculino. Tan solo quedaron pequeñas unidades en Elviña, encargadas de retrasar, en lo posible, el inevitable avance galo sobre La Coruña.
Se puede decir que en esta batalla no hubo ni vencedores ni vencidos porque ambos frentes consiguieron sus objetivos. Los ingleses lograron reembarcar sus tropas en La Coruña, mientras que los franceses expulsaron a los británicos y tomaron la ciudad para sus dominios.
EN EL ENTIERRO DE SIR JOHN MOORE
Ni un redoble se oyó, ni un solo compás fúnebre: subimos su cadáver a la escarpa con prisa y ni un soldado hizo la salva de ordenanza sobre el enterramiento que ofrecimos al héroe. De noche y a escondidas le dimos sepultura removiendo la tierra con nuestras bayonetas. La turbia luz de un rayo de luna se esforzaba y daba la linterna su lumbre mortecina. No le contuvo el pecho ningún torpe ataúd ni en sábana o mortaja llegamos a ceñirlo. Yacía como es propio que repose un soldado: envuelto en su capote militar solamente. Pocas y breves fueron allí nuestras plegarias. Ni una sola palabra de pésame dijimos. Pero su muerto rostro miramos con fijeza pensando amargamente en el incierto día. Pensando -al excavarle un estrecho camastro y al mullirle una almohada con nadie compartida—que sobre su cabeza hollarían extraños y enemigos, en tanto que el mar nos distanciaba. Vanamente hablarían de un alma,ya ausentada, acusándolo encima de sus restos ya fríos. Pero no ha de importarle mientras pueda seguir su descanso en la tumba que le excavó un brítano. Llevábamos mediada la penosa tarea cuando sonó la hora de nuestra retirada.iba la artillería de largo alcance oyéndose en el fuego que, terco, hacía el enemigo. Despacio y con tristeza lo bajamos allí, recién vuelto, sangrante, del campo de su fama. Ni una línea grabamos, ni una piedra erigimos. Nos marchamos dejándolo a solas con su gloria.
Cuando los franceses tomaron la ciudad, construyeron una tumba por orden de su rival Mariscal Soult, y éste fue derrotado en la campaña de Portugal por Wellington.
Trad. de María Victoria Atencia
EN EL ENTIERRO DE SIR JOHN MOORE
Ni un redoble se oyó, ni un solo compás fúnebre:
subimos su cadáver a la escarpa con prisa
y ni un soldado hizo la salva de ordenanza
sobre el enterramiento que ofrecimos al héroe.
De noche y a escondidas le dimos sepultura
removiendo la tierra con nuestras bayonetas.
La turbía luz de un rayo de luna se esforzaba
y daba la linterna su lumbre mortecina.
No le contuvo el pecho ningún torpe ataúd
ni en sábana o mortaja llegamos a ceñirlo.
Yacía como es propio que repose un soldado:
envuelto en su capote militar solarnente.
Pocas y breves fueron allí nuestras plegarias.
Ni una sola palabra de pésame dijimos.
Pero su muerto rostro miramos con fijeza
pensando amargamente en el incierto día.
Pensando -al excavarle un estrecho camastro
y al mullirle una almohada con nadie compartida—
que sobre su cabeza hollarían extraños
y enemigos, en tanto que el mar nos distanciaba.
Vanamente hablarían de un alma,ya ausentada,
acusándolo encima de sus restos ya fríos.
Pero no ha de importarle mientras pueda seguir
su descanso en la tumba que le excavó un brítano.
Llevábamos mediada la penosa tarea
cuando sonó la hora de nuestra retirada.
iba la artillería de largo alcance oyéndose
en el fuego que, terco, hacía el enemigo.
Despacio y con tristeza lo bajamos allí,
recién vuelto, sangrante, del campo de su fama.
Ni una línea grabamos, ni una piedra erigimos.
Nos marchamos dejándolo a solas con su gloria.
Trad. de María Victoria Atencia
THE BURIAL OF SIR JOHN MOORE
AT CORUNNA
AT CORUNNA
Not a drum was heard, not a funeral note,
As his corse to the rampart we hurríed;
Not a soldier discharged his farewell shot
O’er the grave where our hero we buried.
We buried him darkly at dead of night,
The sods with our bayonets turning;
By the struggh’ng moonbeam’s misty light,
And the lantern dimly burning.
No useless coffin enclosed his breast,
Not in sheet nor in shroud we wound him,
But he lay like a warrior taking his rest
With his martial cloak around him.
Few and short were the prayers we said,
And we spoke not a word of sorrow;
But we steadfastly gazed on the face that was dead,
And we bitterly thought of the morrow.
We thought as we hollowed his narrow bed,
And smoothed down his lonely pillow,
That the foe and the stranger would tread o’er his head,
And we far away on the billowl
Lightly they’ll talk of the spirit that’s gone
And o’er his cold ashes úpbraid him,»
But little he’ll reck, if they let him sleep on
In the grave where a Briton has laid him.
But half of our heavy task done
When the clock struck the hour for retiring;
And we heard the distant and random gun
That the foe was sullenly firing.
Slowly and sadly we laid him down,
From the field of his fame fresh and gory;
We carved not a line, and we raised not a stone—
But we left him alone with his glory_
Charles Wolfe
EPITAFIO
Aquí yace John Moore,
muerto de noche y frío y fiebre y plomo,
o sólo de una oscura tristeza anticipada.
El puño de su sable ulceró su agonía
—no quiso desceñirse —
y su sangre cayó entorpeciendo el suelo,
para cubrir su herida excavaron
un surco del tamaño de un hombre,
aproximadamente,
y a la tierra lo echaron, como el que dice, a tientas.
Sus soldados huyeron sobre un mar de delfines
y sólo entonces por la razón de su muerte.
Descansa en paz, oh Moore.
Que, por decir tu nombre,
brille como una lámpara mi voz ante tus ojos.
María Victoria Atencia
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