viernes, 1 de julio de 2016

DECÁLOGO DE CÓMO RECONOCER AL PROGRE: UNA HIPOCRESÍA RAMPANTE Y CÍNICA

Una hipocresía rampante

Uno de los rasgos más intolerables de nuestra época es la hipocresía rampante, que ya no es aquella hipocresía antañona que exigía dotes de simulación, sino más bien cinismo para adaptarse al medio. Pues si en otra época la hipocresía era el homenaje que el vicio le rendía a la virtud, en nuestra época la hipocresía se ha convertido en falsa virtud institucionalizada para que el vicio pueda seguir campando por doquier. Así hasta que la hipocresía ha llegado a ser auspiciada y promovida desde las instancias de control social, a las que no importa tanto la adhesión verdadera a los principios que postulan como un simulacro de adhesión que permita el mantenimiento de la farsa (que es la que, a fin de cuentas, garantiza la supremacía del Dinero).

Esta nueva forma de hipocresía social se ha convertido en una suerte de clima de época, en el que los hombres de nuestra generación se desenvuelven como peces en el agua. Y adquiere ribetes francamente repugnantes cuando expresa su anuencia a los paradigmas culturales vigentes, contribuyendo a un tiempo a su hegemonía y a su vaciamiento de sentido. Así ocurre, por ejemplo, con el paradigma cultural (tal vez el más hegemónico y vacuo entre todos) del ecologismo, que como todos los 'ismos' o subproductos ideológicos modernos, constituye un sucedáneo religioso farisaico. Y que, como ocurre siempre con tales subproductos ideológicos, nos permite defender hipócritamente causas abstractas y a la vez descuidar las causas concretas. Como le ocurría a aquel filántropo de Dostoievski, que cuanto más amaba a la Humanidad en general más aversión sentía hacia el prójimo, la hipocresía ecologista nos permite estar preocupadísimos por las emisiones de gases con efecto invernadero o por la matanza de focas en el Polo Norte, a la vez que mantenemos formas de vida que son una constante agresión a los equilibrios naturales; e incluso podemos presumir de 'ciudadanos modélicos' que separan sus residuos según lo exigen las ordenanzas, sin preguntarnos siquiera por qué producimos tantos residuos. Pues, si nos hiciéramos esta pregunta, el andamiaje de nuestra hipocresía se derrumbaría al instante. 

Basta contemplar la cámara frigorífica de un supermercado para descubrir cientos de envases de poliespán retractilado que contienen todo tipo de alimentos, desde piezas de fruta hasta filetes. Cargamos estos envases en nuestra cesta de la compra tan campantes, sin preguntarnos por qué unas manzanas, o una pechuga de pollo, tienen que llegar envasadas a nuestras manos; incluso es posible que tratemos de tranquilizar nuestra conciencia convenciéndonos que debe exigirlo algún reglamento u ordenanza sanitaria(nada gusta tanto a nuestra hipocresía como someternos a todas las ordenanzas habidas y por haber). Pero la razón inmediata es bien distinta: vendiendo las manzanas o los filetes de pechuga en un envase de poliespán retractilado, el supermercado se ahorra a un dependiente que nos pese las manzanas o nos filetee la pechuga; y también consigue que adquiramos una cantidad superior a la que verdaderamente necesitamos, obligándonos a un consumo excesivo que evitaríamos si pudiéramos comprar los alimentos a granel. Por supuesto, si los comprásemos a granel potenciaríamos una economía de cercanías, que es la única auténticamente ecológica; adquiriendo alimentos envasados, por el contrario, fomentamos una economía de lejanías, con transportes contaminantes, intermediarios superfluos y la ruina para los agricultores y ganaderos de nuestra comarca. No hace falta añadir que los envases que envuelven superfluamente esos productos acaban en vertederos (a veces en los parajes más remotos del atlas, a veces en mitad del océano) de los que nada sabemos; y así -ojos que no ven, corazón que no siente- podemos mantener viva nuestra hipocresía ecologista.

Claro que mucho menos ecológicas aún que los envases de poliespán son las botellas de plástico de agua mineral, que la hipocresía colectiva ha convertido en el símbolo por excelencia de un estilo de vida saludable. Y es que el anhelo de una 'vida saludable' puede también ser la máscara del consumismo más desatado: mientras la población mundial se ha duplicado en los últimos cincuenta años, el consumo de agua embotellada (¡como el de tantas otras cosas!) se ha tricentuplicado, provocando al año casi dos mil millones de toneladas de residuos de plástico. Pero la hipocresía ecologista afirmará que la superpoblación amenaza la continuidad de nuestro planeta; y lo hará durante la celebración de su próximo congreso mundial, en el que -¡faltaría más!- se consumirán miles de botellas de saludable agua mineral.




Hoy día a un progre se le puede reconocer fácilmente. Un progre tiene una especie de campo magnético de impunidad que hace que todo cuanto puedas rebatirle y decirle te rebote convirtiéndote en un facha automáticamente porque él y solo él tiene la razón, además de saber y entender de todo dejándote siempre por tonto.

Ley número uno del progre: el progre siempre y en todo momento está en posesión de la verdad absoluta. Si no opinas como él eres: o un facha, o un tonto, o estás manipulado por la derecha mediática. Por supuesto ya puedes ser de izquierdas o el más comunista que si no opinas como él no eres de los suyos lo cual automáticamente incluso siendo de izquierdas te convierte en un facha, ultraderechista, franquista, nazi, un muñeco del capitalismo yanqui, un hijo de puta, un cerdo capitalista, etc….

Pero el progre, que odia profundamente el capitalismo sin embargo ama el dinero. El progre no perdona un céntimo aunque el de enfrente no tenga donde caerse muerto, pero sin embargo lo niega todo y presume de solidaridad porque un día donó 10 euros para un terremoto que hubo en Sudamérica (realmente mandó un sms solidario). Si se te ocurre echarle en cara esto que digo te llamará…..ya sabéis la retahíla de insultos, no la voy a repetir. Algún progre como Víctor Manuel lo reconocen. Soy comunista, no gilipollas, dijo. Amigo, una cosa es predicar y otra es dar trigo.

El progre bajo esa fachada democrática, tolerante, realmente esconde unas ideas totalitarias que se resumen en una idea básica: nosotros y sólo nosotros tenemos legitimidad para gobernar y el resto son usurpadores del poder antidemocrático. Ante esto hay una pregunta clara que se hacen entre ellos a la hora de dejar a alguien entrar en la secta progre: ¿estos son de los nuestros o no son de los nuestros? Además todo cuanto hagan para mantenerse en el poder está bien hecho con tal de que no llegue la derecha fascista. Si hay que matar se mata, si hay que perseguir se persigue, si hay que expropiar es por el bien del pueblo. Todo vale y el fin justifica los medios. Si lo hace la derecha es la explotación, el abuso, el fascismo. Decía otro tonto a las tres, el director de cine Fernando León Aranoa (y Fernando Trueba), otro progreta de hoy, que todas las dictaduras son de derechas. No merece la pena ni añadir una coma más.

Y la verdad, visto lo visto, es que a veces a uno le dan ganas de hacerse progre. No sé, tienen una especie de no sé qué, como un halo de bondad celestial e impunidad terrenal que da verdadera envidia malsana. Y si no me creen, les invito a leer lo que significa ser progre y luego díganme si no les entran ganas de progretizarse:
1. El progre siempre está en posesión de la verdad absoluta. Si no piensas como él, no eres de los suyos. Y eso significa que eres un reaccionario, un facha, un ultraderechista, un fascista, un esbirro del imperialismo yanqui, un tonto de los cojones, un hijo de puta, un asesino y un cerdo capitalista, aunque no llegues ni a mediados de mes. Ya lo anunció Borges: "Hay comunistas que sostienen que ser anticomunista es ser fascista. Esto es tan incomprensible como decir que no ser católico es ser mormón."

2. El progre odia el capitalismo, pero ama el dinero. Persigue la guita hasta la extenuación y se niega a reconocerlo también hasta la extenuación. Y si se lo haces notar te llamará cerdo capitalista, facha, etcétera hasta la extenuación. Lo reconoció el mismísimo Víctor Manuel: "Yo soy comunista, no gilipollas".

3. El progre padece una afección psicológica bipolar relativista-absolutista: por un lado el relativismo moral, intelectual y ético y por otro el absolutismo político. En cristiano: sólo ellos tienen derecho a gobernar y todo vale para perpetuarse en el poder.

4. La culpa siempre es del otro. Entendiendo por el otro a burgueses, católicos, yanquis, periodistas no adscritos, empresarios, judíos, oposición… Da igual que lleven 10 años gobernando o 100 asesinando, un progre nunca puede ser culpable de nada malo.

5. Atracción total por el totalitarismo. De izquierdas, claro. O islamista. O sea, las dictaduras socialistas y las teocracias fundamentalistas. En definitiva, cualquier sistema de gobierno que destruya la sociedad occidental… en la que ellos viven. Y muy bien, por cierto.

6. El progre lo politiza todo. Todo. Una ideologización permanente y generalizada que contagia todo lo que toca: el deporte, el cine, la ciencia, la cultura, la información, el ocio, la moda, la solidaridad, la tecnología, las creencias, la justicia, las costumbres, la educación, la biología, la naturaleza, la comida, el tabaco. Es su arma favorita para llevar cada aspecto de nuestras vidas a su terreno y apropiarse de la razón absoluta a base de demagogia a discreción. Y funciona.

7. El progre es paternalista por naturaleza. O sea, le mueve un crónico complejo de superioridad que le empuja a dirigir las vidas de los demás en todos los ámbitos: sexo, educación, familia, solidaridad, alimentación, conducción, hábitos, cultura, cine, idioma, aficiones… Se cree con derecho a decidir qué es lo mejor para nosotros. Y, lo peor, se cree que nos hace un favor.

8. El progre está tan megaconcienciado con los males que aquejan a la sociedad y al planeta que si no te megaconciencias a su nivel, eres culpable de esos males y de muchos más. Aunque tú, en la práctica, hagas lo que ellos sólo hacen de boquilla. Es decir, tú eres malo hagas lo que hagas y ellos son buenos aunque no muevan un dedo.

9. "Haz lo que yo digo, no lo que yo hago". Es el principal síntoma del mal genético que padecen casi la totalidad de los progres, sin posibilidad aparente de cura: la Hipogresía. Una afección endémica que crece en progresión aritmética, geométrica y astronómica; cuanto más progre, más hipogresía emana.

10. El progre es ecologista, pacifista, feminista, jovenalista, aliancista, antiglobalista, protercermundista, gaylista y todo lo que haya en la lista. Es paritario, solidario, dialogante, demócrata de toda la vida, cultísimo, moderno y tiene un gusto impecable. Lucha por la paz universal, la fraternidad planetaria y el mejoramiento social de los humildes. Es alegre y simpático, carismático y romántico. En una palabra, es guai. O eso dice, claro.

Conclusión: 
Estos 10 puntos se pueden resumir en dos. Punto uno: el progre siempre tiene razón. Punto dos: en caso de que no la tenga, se aplicará el punto uno.

Y es que todo (repito, todo) vale en nombre de la Progresía, santa palabra. Aunque el progreso vaya hacia atrás. Si el progre mata, roba, destruye, miente, insulta, manipula, corrompe, prohíbe o castiga es siempre por una buena causa: la suya. Pues eso, bienaventurados los progres porque todo les será perdonado.



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