La Revelación Escritural
a la luz de los Salmos
C. H. Spurgeon
Eliseo Vila Presidente de la Editorial CLIE
La Biblia es la mejor intérprete de sí misma.
"El Libro de los Salmos es un jardín en el que no tan sólo abundan todas las demás plantas de revelación que hay en los demás libros de la Escritura, sino que además, los Salmos añaden a cada una de ellas su toque propio y particular". Atanasio de Alejandría
Entre los numerosos proyectos de literatura cristiana que el fundador de CLIE, Samuel Vila mi padre, se había fijado a lo largo de su vida, su favorito era una versión española de la opus magna de su admirado maestro Charles Haddon Spurgeon, a la que el insigne predicador había dedicado veinte años de trabajo: The Treasury of David. Publicado originalmente en veinte tomos, uno cada año entre 1865 y 1885, este comentario a los salmos ha sido, hasta el día de hoy, valorado y apreciado como el trabajo uno de los mejores comentarios que se han escrito en lengua inglesa sobre el salterio hebreo. Pues el justamente llamado «príncipe de los predicadores», lejos de limitarse a sus propias exposiciones, recopiló para cada salmo las exégesis, pensamientos y comentarios de pensadores cristianos de todos los tiempos, mayormente de escritores puritanos, pero sin olvidar a los reformadores, a los Padres de la Iglesia, ni a sus propios contemporáneos hasta finales del siglo XIX.
Por desgracia, la época turbulenta que a mi padre le tocó vivir en España, la Guerra Civil y posterior etapa de intolerancia religiosa, limitaron sus posibilidades de completar en vida este proyecto gigantesco. Tuvo que contentarse con una edición abreviada, un breve resumen de algunas de las exposiciones de cada salmo, que publicadas en dos tomos, fueron muy bien recibidas y apreciadas en el mundo de habla hispana. Pero, a decir verdad, escasamente llegaban a ser una muestra de lo que es El Tesoro de David en su versión original. Cuando el Señor lo llamó a su presencia en 1992, y me correspondió recoger de su mano el testigo para seguir avanzando con la antorcha de la editorial CLIE, me prometí a mí mismo dedicar parte de mi tiempo a lograr que este sueño suyo se hiciera realidad y que los pueblos hispanos tuvieran un día libre acceso, no sólo a unas pocas, sino a todas las galerías que albergan este inmenso tesoro.
Que pudieran abrir todos y cada uno de los cofres, extasiarse con la calidad y finura de su oro, y adornarse con sus incomparables e inagotables joyas. Pero las tensiones inevitables del día a día, propias de la dirección ejecutiva de una editorial, sumadas a mis constantes viajes para participar en seminarios y conferencias, acaparaban la totalidad de mi tiempo; y el proyecto se iba posponiendo, año tras año. Hasta que el Señor me mostró con claridad, por circunstancias de la vida, que había llegado la hora de sentarme quietamente junto a aguas de reposo y dedicar el tiempo y las fuerzas que me restan a otra clase de labor. Y tomé la decisión de centrar por entero mis esfuerzos en completar la traducción al español del texto íntegro de El Tesoro de David en un lenguaje que, sin restar un ápice de su belleza literaria, lo hiciera asequible a las formas de comunicación de nuestra sociedad actual. Y añadiendo, en notas al pie, notas exegéticas, otros comentarios importantes sobre los Salmos, principalmente de los Padres de la Iglesia, información sobre los autores citados, y todas las aclaraciones y explicaciones precisas para hacer su lectura más fácil y comprensible. Puedo decir que medida que avanzaba en el trabajo, me iba sintiendo cada vez más deslumbrado y extasiado por la magnitud de las riquezas espirituales acumuladas en esta obra singular. Cada pepita de oro que arrancaba de su veta, cada gema que sacaba de su arquilla, me aportaban tanto bien espiritual y me infundían tanto aliento y consuelo a nivel personal, que en más de una ocasión me vi obligado a interrumpir el trabajo para secarme las lágrimas y dar gracias a Dios por el Tesoro de su Palabra. Pero esta misma emoción hacía que me sintiera embargado por un sentimiento de frustración cada vez más profundo. El trabajo era inmenso y agotador. Me daba cuenta de que completar la totalidad de los ciento cincuenta salmos me tomaría varios años. Y me dolía que algo que a mí me había hecho tanto bien, tardara tanto tiempo en llegar a los demás. Como le sucedía a Pablo, mi espíritu se enardecía dentro de mí, pensando que pasarían años antes de completar la totalidad de la obra y poder hacerla asequible. Por otra parte, la extensión la de misma haría imposible publicarla en un solo volumen, como hubiera sido mi deseo para hacerla más accesible. Tendrían que ser tres tomos, y de gran tamaño.
Finalmente, junto con el equipo de CLIE, encontramos una apropiada solución: «Hagamos una selección de los salmos clave, los más conocidos, leídos y utilizados en la predicación, y saquemos con ellos a la luz lo antes posible el primer tomo, a la espera de completar lo restante del salterio en un segundo y tercer tomo. De esta manera los pastores podrán disponer de la parte esencial sin tener que esperar a completar la totalidad de la obra». El presente primer volúmen de El Tesoro de David es la materialización Ad majorem Dei gloriam, de esta excelente idea.
La labor exhaustiva llevada a cabo por Spurgeon en esta obra ciertamente es monumental. La esposa del insigne predicador afirmó hablando sobre El Tesoro de David que si Spurgeon «no hubiese escrito ninguna otra obra, ésta sería su memorial literario permanente». Su vida ya habría valido la pena. Mi padre inició la insigne labor de traducirlo al español, y aunque debido a las dificultades propias de su época y a su intensa actividad pastoral y misionera no alcanzó a culminar su propósito, su vida también valió la pena. Si yo logro a completar su traducción y ampliación haciendo que El Tesoro de David sea asequible en versión íntegra en el mundo hispano, también la mía habrá valido la pena. Será mi mejor aportación y mayor legado a la literatura cristiana.
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