Convivir con la mediocridad
Como diría el clásico: ¿Qué es la sociedad? Es un montón de cosas conformadas por un conjunto de individuos de diferente clase, condición y pensamiento. A partir de ahí, vemos que nuestra sociedad se encuentra en un periodo de transición, incertidumbre y transformación.
Un nuevo tiempo donde la mediocridad se ha instalado en muchos de los lugares y ambientes posibles (social, económico, empresarial). Ésta se muestra, en la vida ordinaria, en la actitud de cualquier individuo con comportamientos de inacción, conformidad y aceptación resignada ante lo que le rodea, independientemente de su contexto y circunstancias óptimas de idoneidad.
Estos comportamientos asociados a una falta de aptitud en la realización de cualquier actividad o función son el caldo de cultivo apropiado para que aparezca el germen, núcleo y origen de la mediocridad. Pero, ¿nos afecta la mediocridad en cualquier ámbito de la vida ordinaria? ¿Se puede convivir con ella? ¿Qué connotaciones negativas tiene?
El papel del líder mediocre, responsable o mandatario aparece con unos rasgos definidos y con unas connotaciones determinadas. Un ser insustancial, inconsistente, sin interés ni importancia y con falta de voluntad firme en la forma de llevar a la práctica cualquier tarea. Una persona sin criterio ni finalidad en sus actuaciones y opiniones donde su inseguridad no permite coherencia entre sus comportamientos e ideas.
La mediocridad siempre va vestida de gris, como la indiferencia de la gente anodina y corriente, rodeada de subordinación, sin brillantez ni acierto en sus decisiones y procederes.
La obligación de convivir con la mediocridad conlleva relacionarse con la simpleza usual, carente de una peculiaridad especial que pueda destacar en ninguna parcela u ocupación.
La persona anodina es conformista y resignada ante cualquier circunstancia. Una actitud inmovilista ante la rutina y sin valor para cambiar lo que no le satisface por su incapacidad propia.
Se trata de un ser sin metas ni perspectivas de futuro ni juicio personal, el cual tiene una visión estática y errática ante la forma de entender el entorno y las eventualidades que se le presentan.
Los ambientes mediocres están ocupados por individuos débiles, insignificantes, que no admiten iniciativas, críticas o sugerencias. Son líderes, responsables o administradores comunes, medianos en recursos y grises con aportaciones triviales en el desarrollo de sus obligaciones.
Unos dirigentes que mantienen una similitud o continuidad, pero que no cambian en sus planteamientos y opiniones por sus limitaciones de suficiencias.
A día de hoy, convivir con la mediocridad es alejarnos de la creatividad, la inventiva, la imaginación y el dinamismo. Es un paso atrás, un estancamiento hacia la renovación e influencia en la mejora personal.
Las ideas, sensaciones, conocimientos y reflexiones están reñidas con la mediocridad, la agudeza, el ingenio y la chispa que nos diferencia, haciéndonos distintos y únicos.
Cohabitar en ambientes mediocres genera incapacidad en torno a las personas que los rodean. Los limitan para avanzar y progresar tanto a nivel personal o profesional en su enriquecimiento individual, formando personas con poco valor, estimación propia y criterio. Desaprovechando las capacidades personales de quienes se encuentran a su alrededor, con sus méritos, intereses y atractivos de iniciativa, aportación de utilidad, beneficio e interés de provecho.
Convivir con la mediocridad es desterrar el talento personal, las habilidades, competencias y los rendimientos en cualquier entorno habitual (laboral, personal, político).
Es un freno de medianía y vulgaridad patente. Un síntoma de debilidad, insignificancia e ineptitud. Una forma de ignorancia manifiesta, torpeza e inutilidad que acarrea la incompetencia.
Sabiendo que ésta nos distancia y aleja de lo interesante y lo inteligente, tengamos la habilidad y amplitud de miras para combatirla.
Luchemos en nuestras parcelas de actuación contra la vulgaridad, la medianía y la simpleza. Utilicemos la imaginación como mejor fuente de cambio.
Aprovechemos la excelencia como grandeza de mejora y la brillantez del saber hacer para extrañar la mediocridad.
Que la aptitud y la experiencia sean un excelente baluarte de freno ante la nimiedad y la torpeza.
Podemos convivir con la mediocridad, pero no seamos participes para perdurarla en el tiempo, sino al contrario; utilicemos todos los resortes de que dispongamos para desactivarla y erradicarla.Ya que el mejor antídoto contra ella es el talento, aprovechémoslo para potenciarlo como revulsivo de rechazo y cambio.
"La Estupidez es una enfermedad extraordinaria:
No es el enfermo el que sufre por ella,
sino los demás".
Voltaire
José Ingenieros
Cada cierto tiempo el equilibrio social se rompe a favor de la mediocridad.
El ambiente se torna refractario a todo afán de perfección, los ideales se debilitan y la dignidad se ausenta; los hombres acomodaticios tienen su primavera florida.
Los gobernantes no crean ese estado de cosas; lo representan.
El mediocre ignora el justo medio, nunca hace un juicio sobre si, desconoce la autocritica, esta condenado a permanecer en su módico refugio.
El mediocre rechaza el dialogo, no se atreve a confrontar, con el que piensa distinto. Es fundamentalmente inseguro y busca excusas que siempre se apoyan en la descalificación del otro. Carece de coraje para expresar o debatir públicamente sus ideas, propósitos y proyectos Se comunica mediante el monologo y el aplauso.
Esta actitud lo encierra en la convicción de que él posee la verdad, la luz, y su adversario el error, la oscuridad.
Los que piensan y actúan así integran una comunidad enferma y mas grave aun, la dirigen, o pretenden hacerlo.
El mediocre no logra liberarse de sus resentimientos, viejísimo problema que siempre desnaturaliza a la Justicia.
No soporta las formas, las confunde con formalidades, por lo cual desconoce la cortesía, que es una forma de respeto por los demás.
Se siente libre de culpa y serena su conciencia si disposiciones legales lo liberan de las sanciones por las faltas que cometió.
La impunidad lo tranquiliza. Siempre hay mediocres son perennes. Lo que varía es su prestigio y su influencia.
Cuando se reemplaza lo cualitativo por lo conveniente, el rebelde es igual al lacayo, porque los valores se acomodan a las circunstancias.
Hay mas presencias personales que proyectos. La declinación de la "educación" y su confusión con "enseñanza" permiten una sociedad sin ideales y sin cultura, lo que facilita la existencia de políticos ignorantes y rapaces.
El Silencio Culpable (2ª Edición)
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