El poder y el delirio
Enrique Krauze
¿Quién es Hugo Chávez: un combativo y avanzado líder político, artífice del «socialismo del siglo XXI», o un estereotipado aprendiz de dictador, populista y palabrero?
¿Qué es Venezuela: el laboratorio de la primera revolución del nuevo milenio o una nación que marcha, no sin resistencias civiles, hacia un duradero régimen autoritario?
Para responder estas preguntas, y desmontar el mito más reciente de la izquierda latinoamericana, Enrique Krauze nos entrega su libro más insólito y rotundo. Insólito porque, además de la veta ensayística ya reconocida en su autor, esta obra contiene varios registros: crónica periodística, entrevista, coloquio, reflexión histórica, retrato biográfico, análisis político. Rotundo porque es doble su naturaleza: brinda una visión amplia de la historia de Venezuela, al tiempo que participa decisivamente en el debate político actual, siempre en contra del despotismo y a favor de las bondades de la democracia. No es exagerado afirmar que la lectura de este libro es una tarea impostergable para cualquier latinoamericano. Ya se sabe: en Venezuela se está jugando, ahora mismo, el destino de todo el subcontinente.
El populismo ha sido un mal endémico de América Latina. El líder populista arenga al pueblo contra el “no pueblo”, anuncia el amanecer de la historia, promete el cielo en la tierra. Cuando llega al poder, micrófono en mano decreta la verdad oficial, desquicia la economía, azuza el odio de clases, mantiene a las masas en continua movilización, desdeña los parlamentos, manipula las elecciones, acota las libertades. Su método es tan antiguo como los demagogos griegos: “Ahora quienes dirigen al pueblo son los que saben hablar… las revoluciones en las democracias... son causadas sobre todo por la intemperancia de los demagogos”. El ciclo se cerraba cuando las élites se unían para remover al demagogo, reprimir la voluntad popular e instaurar la tiranía (Aristóteles, Política V). En América Latina, los demagogos llegan al poder, usurpan (desvirtúan, manipulan, compran) la voluntad popular e instauran la tiranía.
Esto es lo que ha pasado en Venezuela, cuyo Gobierno populista inspiró (y en algún caso financió) a dirigentes de Podemos. Se diría que la tragedia de ese país (que ocurre ante nuestros ojos) bastaría para disuadir a cualquier votante sensato de importar el modelo, pero la sensatez no es una virtud que se reparta democráticamente. Por eso, la cuestión que ha desvelado a los demócratas de este lado del Atlántico se ha vuelto pertinente para España: ¿por qué nuestra América ha sido tan proclive al populismo?
Parecería impensable que, en un vuelco paradójico de la historia, España opte ahora por un modelo arcaico que en Iberoamérica está por caducar. Es mucho
lo que la Transición logró: democracia, Estado de derecho
En los albores del siglo XXI resuenan voces liberales opuestas al mesianismo político
En el siglo XX, inspirado en el fascismo italiano y su control mediático de las masas, el caudillismo patriarcal se volvió populismo. Getulio Vargas en Brasil, Perón en Argentina, algunos presidentes del PRI en México se ajustan a esta definición. El caso de Hugo Chávez (y sus satélites) puede entenderse mejor con la clave de Morse: un líder carismático jura redimir al pueblo, gana las elecciones, se apropia del aparato corporativo, burocrático, productivo (y represivo) del Estado, cancela la división de poderes, ahoga las libertades e irremisiblemente instaura una dictadura.
Algunos países iberoamericanos lograron construir una tercera legitimidad, la de un régimen respetuoso de la división de poderes, las leyes y las libertades individuales: Uruguay, Chile, Costa Rica, en menor medida Colombia y Argentina (hasta 1931). Al mismo tiempo, varias figuras políticas e intelectuales del XIX buscaron cimentar un orden democrático: Sarmiento en Argentina, Andrés Bello y Balmaceda en Chile, la generación liberal de la Reforma en México. A lo largo del siglo XX, nunca faltaron pensadores y políticos que intentaron consolidar la democracia aun en los países más caudillistas o dictatoriales (el ejemplo más ilustre fue el venezolano Rómulo Betancourt). Y en los albores del siglo XXI siguen resonando voces liberales opuestas al mesianismo político y al estatismo (Mario Vargas Llosa en primer lugar).
Esta tendencia democrática (liberal o socialdemócrata) está ganando la batalla en Iberoamérica. El populismo persiste sólo por la fuerza, no por la convicción. La región avanza en la dirección moderna, la misma que aprendió hace casi cuarenta años gracias a la ejemplar Transición española. Parecería impensable que, en un vuelco paradójico de la historia, España opte ahora por un modelo arcaico que en estas tierras está por caducar. A pesar de los muchos errores y desmesuras, es mucho lo que España ha hecho bien: después de la Guerra Civil y la dictadura, y en un marco de reconciliación y tolerancia, conquistó la democracia, construyó un Estado de derecho, un régimen parlamentario, una admirable cultura cívica, una considerable modernidad económica, amplias libertades sociales e individuales. Y doblegó al terrorismo. Por todo ello, un gobierno populista en España sería más que un anacronismo arqueológico: sería un suicidio.
Enrique Krauze es escritor y director
de la revista Letras Libres.
1. El populista exalta al líder carismático.
2. El populista no solo usa y abusa de la palabra; se apodera de ella.
3. El populista fabrica la verdad.
4. El populista usa de modo discrecional los fondos públicos.
5. El populista reparte directamente la riqueza.
6. El populista alimenta el odio de clases.
7. El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales.
8. El populismo recurre sistemáticamente al "enemigo exterior".
9. El populismo desprecia las instituciones.
10. El populismo domestica y destruye la democracia liberal. Y fomenta la antipolítica y la desesperanza.
SUGERENCIAS PARA UN BUEN GOBIERNO
“Ultimas noticias del
Nuevo Idiota Iberoamericano”
“Basta de realidades, queremos promesas”
Nuevo Idiota Iberoamericano”
“Basta de realidades, queremos promesas”
Fue escrito por el colombiano Plinio Apuleyo Mendoza, el cubano Carlos Alberto Montaner y el peruano Álvaro Vargas Llosa, es la tercera entrega que hacen estos autores donde analizan a la sociedad y la política en Latinoamérica, pero incluyen esta vez a España.
La editorial Planeta presenta el libro de la siguiente manera “Tres escritores de renombre presentan una nueva visión de la realidad política y social de buena parte de América Latina y España. Hace ya casi 20 años, Mendoza, Montaner y Vargas Llosa emprendieron con éxito la aventura de pintar a manera de ensayo a México, Venezuela, Cuba, Colombia, Argentina y otros países de la región. Ahora, estos tres autores pintan como sobre un lienzo los evidentes cambios ocurridos en esta parte del mundo, e incluyen a España, que afronta una profunda transformación”.
Para aquellos que no lo saben, la famosa Editorial se refiere al libro titulado “El manual del perfecto idiota Latinoamericano” que fue escrito hace ya 18 años por los mismos autores, quienes también escribieron “El regreso del Idiota” en el 2007.
Plinio Apuleyo Mendoza escribió recientemente un artículo titulado “Un retrato del continente” donde se refiere al mismo y por ser uno de los autores del libro transcribimos algunos de sus párrafos.
El escritor colombiano empieza así: “Trabajando a seis manos, Carlos Alberto Montaner, Álvaro Vargas Llosa y yo llegamos finalmente a trazar un completo panorama de nuestro continente. Me refiero al libro de reciente aparición que se conoce como el Nuevo idiota”.
Luego continúa “En sus páginas se registran dos realidades continentales. Predominan, de un lado, los países con gobiernos democráticos de centroizquierda o centroderecha que avanzan por la vía del desarrollo gracias a una real economía de mercado y al provecho obtenido de la globalización. De otro lado aparecen aquellas naciones que han optado por un populismo asistencial, con rasgos ideológicos heredados de Marx y de Fidel Castro y bautizado pretenciosamente como Socialismo del Siglo XXI”.
Nos explica el por qué parte de este título así “Al personaje que se mueve detrás de esta última corriente lo hemos llamado, con perdón suyo, el idiota. Y es que no es para menos. Lo define una vulgata ideológica inamovible según la cual la pobreza corre por cuenta del imperialismo norteamericano y de las oligarquías locales cuyos privilegios sólo pueden ser eliminados mediante expropiaciones y el monopolio del Estado en todas las áreas de la producción. Estos iluminados idiotas han llegado al poder en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua e incluso en Argentina, gracias a la dinastía Kirchner”.
Nos recuerda también algo que recientemente el escritor Uruguayo confesó “Todos ellos tomaron como sagrada Biblia el libro de Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina. ¡Qué error! El propio Galeano, hoy con 73 años, acaba de confesar que cuando escribió este libro era muy joven y no sabía nada de economía”.
Y termina así “Luces y sombras aparecen, pues, en este panorama de América Latina. Pero todo indica que el porvenir está en el modelo de desarrollo que les apuesta a la economía de mercado, a la educación, a una limpia democracia y no a los sueños y desvaríos de los nuevos idiotas”
Joseph Heath y Andrew Potter:
el negocio de la contracultura
El mayor problema que denuncian Joseph Heath y Andrew Potter de la mayoría de rebeldes del mundo. Que la mayoría son rebeldes por impostura o estética. Y, por tanto, sus rebeldías no sólo tienen un efecto muy superficial en la sociedad a fin de que cambie de una manera reseñable, sino que la mayoría de esas rebeldías acaban convirtiéndose en modas inanes. Y en un negocio tan execrable como el que se trataba de poner en evidencia.
El segundo problema que se radiografía en Rebelarse vende es que gran parte de los rebeldes del mundo, además de no intentar cambiar las cosas mediante los cauces políticos adecuados, no ofrecen alternativas serias y bien construidas. La mayoría ofrecen la rebeldía por la rebeldía.
Como Tyler Durden en El club de la lucha o el protagonista de American Beauty, deciden destruirlo todo, ir contra todo y adoptar un comportamiento personal e intransferible por el simple deseo de salir del pozo. Pero su ideología no tiene encaje en la realidad: ¿qué pasaría si todos obráramos así? Una vez anarquizado todo, ¿cómo conviviríamos?
La mayoría de ideologías de este tipo se sustentan en ideas pueriles y que, tanto la historia como incluso la ciencia del comportamiento, han demostrado que son impracticables. ¿Aún cree alguien que una comuna hippie puede organizarse mediante amor libre cuando los genes tienen otras ideas muy distintas sobre cómo debemos comportarnos para sobrevivir?
Finalmente, Heath y Potter distinguen a dos personajes que la gente suele confundir: sus actos se parecen, lo que subyace a ellos dista mucho de parecerse. El primero sería el que disiente de una normal social y se niega a aceptarla públicamente, acarreando las consecuencias de su negativa a fin de remover las conciencias del pueblo.
El segundo tipo sencillamente no acata determinadas normas por su bien propio, y lo hace hurtadillas, para que nadie lo pille.
El primer tipo es un rebelde con causa: fuma en un lugar público, por ejemplo, y paga la sanción correspondiente, incluso permite que llegue la policía, para que su acto tenga trascendencia social y sirva para cambiar lo establecido.
El segundo tipo sólo es sólo un aprovechado o un listillo. Y además un idiota: si todos actuáramos como él, la convivencia sería imposible: él pueda actuar así porque los demás se lo permitimos.
Mención especial al capítulo dedicado a reflexionar si es mejor que los adolescentes lleven uniforme para acudir al instituto. Yo siempre había creído que llevar uniforme era un símbolo de represión. Tras la lectura de este capítulo he tenido que considerar seriamente la idea que llevar uniforme es lo que realmente nos libera de las cadenas de la represión genética, biológica y social. Por muy carca que suene admitirlo.
Y al menos tiene mucho más sentido que llevar una camiseta con la efigie del Che, que mola cantiduvi pero que sólo sirve para hacernos creer que estamos haciendo otra maldita cosa que seguir a las masas más gregarias.
El movimiento contracultural ha padecido, desde el primer momento, una ansiedad crónica. La doble idea de que la política se basa en la cultura y la injusticia social en la represión conformista implica que cualquier acto que viole las normas sociales convencionales se considera radical desde el punto de vista político. Obviamente, esta idea resulta tremendamente atractiva. Al fin y al cabo, la organización política tradicional es complicada y tediosa.
En una democracia, la política involucra necesariamente a enormes cantidades de personas. Esto genera mucho trabajo rutinario: cerrar sobres, escribir cartas, hacer llamadas, etcétera. Montar agrupaciones tan gigantescas también conlleva una sucesión interminable de debates y acuerdos. La política cultural, en cambio, es mucho más entretenida. Hacer teatro alternativo, tocar en un grupo de música, crear arte vanguardista, tomar drogas y llevar una alocada vida sexual es sin duda más ameno que la organización sindical a la hora de pasar un buen fin de semana. Pero los rebeldes contraculturales se convencieron a sí mismos de que todas estas actividades tan entretenidas eran mucho más subversivas que la política de izquierdas tradicional, porque atacaban el foco de la opresión y la injusticia a un nivel “más profundo”. Por supuesto, esta convicción es puramente teórica. Y como está claro quiénes son los que se benefician de ella, cualquiera que tenga una mentalidad mínimamente crítica sospechará de ella.
VER+:
Esa palabra no existe oficialmente en el idioma español. En un sentido menos estricto hace alusión a la tendencia a planificar planes y resultados a corto plaza, generalmente se refiere a cortoplacismo en el ámbito empresarial, sin embargo también lo podrías extender a un uso personal. El proyectar a corto plazo redunda en una menor incertidumbre en cuanto a aquello que se ponga en juego y a los logros que se puedan obtener, sin embargo puede ser "pan para hoy y hambre para mañana" no apostar a largo plazo dificulta la aplicación de políticas integrales (en un empresa aquellas que abarcan todas sus áreas y sectores) y puede conllevar a la inestabilidad del sistema. Cada vez se acorta más los plazos hasta llegar a la improvisación...
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