"Hay que escribir libros como
quien compone música".
Novalis
quien compone música".
Novalis
"Escribir es defender la soledad en la que vivo".
María Zambrano
"La vida es una novela sin escribir".
Anónimo
"Escribir es la manera más profunda de leer la vida".
Francisco Umbral
Por qué debería escribir
en los márgenes de los libros
Nos obliga a leer despacio y disfrutamos más con ello. Además, comprendemos mejor el texto e incluso a nosotros mismos
Algunos consideran que cuando se hacen con un nuevo libro es posible convertirlo en una parte de su ser, que con esta relación lector-libro se crece en lo intelectual y en lo personal si uno aprende a soltarse y se anima a reflexionar de forma analítica y emocional. Como parte de este proceso puede estar el tomar notas dentro del propio libro: pensamientos y reflexiones que nos hagan ahondar en la introspección que nos genera esta actividad. Todo vale, con tal de llegar a una lectura consciente con la que profundizar en el mensaje del autor.
Cada día leemos decenas de textos que no nos aportan nada más allá de la mera información. Cada vez son más cortos, como reflejo de una atención focalizada en la inmediatez y condicionada por lo visual. Norbet Küpfer, Catedrático de Tipografía en la Escuela Superior de Düsseldorf y asesor de varios periódicos en su país, realizó una investigación sobre los movimientos oculares durante la lectura ratificando esa vieja regla del periodismo “por la que la importancia de un trabajo va disminuyendo a medida que se avanza hacia el final”. Este hecho se traduce en el abandono habitual en cualquier momento de la lectura, actualmente más condicionada por las imágenes que por el propio contenido.
"La lectura analítica no es sino aquella a la que accedemos dispuestos a dejarnos encandilar, y a tomarnos muy en serio lo que leemos". José Bernardo Benito, doctor en Periodismo
Escribir en los libros es una forma de obligarnos a leerlos despacio. “Es la contrapartida al gigantesco ruido, a la distracción global del mundo en el que vivimos”, explica José Bernardo Benito, Doctor en Periodismo y Profesor de Redacción de Textos en la Facultad de Comunicación CU Villanueva. Ya sean poesías, novelas o libros divulgativos, puede merecer la pena rendirse al ejemplar que tengamos en nuestras manos, y dejarse llevar. “La relación con el libro es una relación de amor”, explica este profesor. “Es una relación especial, distinta a otras. Cuando lees un libro, entras a formar parte del universo de otro. Puede incluso transformarte, cambiarte para siempre, enfadarte, deprimirte, y hasta provocar suicidios… “. La propia literatura está repleta de ejemplos. El Quijote enloqueció leyendo libros de caballerías, Roxana le dijo a Cyrano de Bergerac que “sólo por leer sus cartas le habría amado”. En el fondo, y siguiendo con la analogía del enamoramiento, “la lectura analítica no es sino aquella a la que accedemos dispuestos a dejarnos encandilar, y a tomarnos muy en serio lo que leemos”, añade el experto. “Es como tener una conversación con alguien que te importa: supone leer todo el texto despacio, y querer entrar en lo que te está contando”.
Sin embargo, uno no ha de andar enamoriscándose de cualquiera, tampoco del primer texto que caiga en sus manos. Mortimer J. Adler fue un famoso filósofo americano, que alcanzó su máxima popularidad con la publicación en 1940 de su obra y gran éxito editorial Cómo escribir un libro. En ella se analizan los pasos necesarios para leer un libro de verdad. El best seller identifica hasta cuatro tipo de niveles de lectura, que crecen en dificultad:
Un primer grado elemental que nos lleva a responder a la pregunta: ¿Qué dice el libro? Y si merece una lectura detallada.
Un segundo grado inspeccional por el que aprendemos qué tipo de libro es y de qué trata en realidad, decidiendo si nos interesa en su estructura y en su concepto.
Un modo analítico en el que nos cuestionamos el significado del libro y surgen nuevos interrogantes: ¿Es verdad lo que leo? ¿Qué repercusiones puede tener?
Un último grado sintópico en el que somos capaces de compararlo con otros libros, conciliando o encontrando diferencias entre autores, y definiendo nuevos temas y material de reflexión.
En los últimos puntos entraríamos en ese proceso del garabateo de los libros con las anotaciones, algo de lo que el académico José Bernardo Benito es muy partidario: “La lectura analítica exige señalar lo importante de un texto: subrayarlo y anotarlo es de lo más natural”. En el trabajo con alumnos les ayuda a analizar textos, “siempre con la perspectiva de que se enamoren de ellos. Un comentario de texto nunca debería ser, aunque de hecho lo es a menudo, un cementeriode texto". Volvemos, pues, al asunto motivacional de la lectura, tan fundamental para comprender al autor como para descubrir cosas sobre uno mismo. “Cuando repaso con mis alumnos las anotaciones que ellos mismos realizan, descubrimos que en ellas se reflejan su propia personalidad y pensamiento, y quedan fascinados con el ejercicio”. Lo de si usar lápiz o bolígrafo es una cuestión muy personal, ya que cada cual tiene su método. “Es muy útil, por ejemplo, señalar al final del libro los números de las páginas donde hemos encontrado o subrayado algo interesante”.
"Cuando repaso con mis alumnos las anotaciones que ellos mismos realizan, descubrimos que en ellas se reflejan su propia personalidad y pensamiento".
José Bernardo Benito
¿Qué puede significar desde el punto grafológico el andar ensuciando y marcando libros? Escribir o no escribir, ¿dice algo de nosotros? Según explica Claudia Roxana Díaz Vittar, Perito Calígrafo Judicial y de Grafopsicología, es difícil determinar un significado grafopsicológico solo por el hecho de que una persona escriba en los libros. Desde esta disciplina estudian la caligráfica más en su conjunto, “aunque podría interpretarse que si alguien está tomando apuntes en un folio y luego comienza a escribir en los márgenes, podría ser una persona tendente a ahorrar o que mira por la economía”. Para analizar la psicología del individuo o evaluar algún desorden través de su escritura, “habría que profundizar y analizar también las zonas en las que escribe”.
Escribir como terapia
La escritura sirve para mucho más que para comunicar. Con ella es posible curar una depresión e incluso conseguir cambios en la personalidad, en combinación con alguna terapia psicológica. “En la depresión el tratamiento es de entre 6 y 18 meses, y los cambios son notorios a partir del quinto mes”, explica Díaz Vittar.
La técnica, conocida como grafoterapia, pasa por una modificación escritural: “Primero se trabaja sobre papel cuadriculado y luego se pasa al de pauta. En el caso del depresivo la dirección de las líneas suelen ser descendentes, y por ello intentaremos que escriban de forma ascendente hasta lograr el objetivo; en caso de tener signos gráficos de agresividad (angulosidades), le haremos dibujar guirnaldas, por ejemplo”.
La investigación científica sobre los beneficios de la escritura terapéutica es sorprendentemente amplia. Los estudios han demostrado que escribir sobre uno mismo y las experiencias personales puede mejorar los trastornos del estado de ánimo, ayuda a reducir los síntomas en los pacientes con cáncer, mejorar la salud de una persona después de un ataque al corazón, reducir las visitas al médico e incluso mejorar la memoria.
Los investigadores están estudiando si el poder de escribir y luego volver a reescribir la historia personal puede conducir a cambios en el comportamiento y mejorar la felicidad.
El concepto se basa en la idea de que todos tenemos una narrativa personal que da forma a nuestra visión del mundo y de nosotros mismos. Pero a veces nuestra voz interior no está del todo en lo cierto. Algunos investigadores han demostrado que escribiendo y editando nuestras propias historias, podemos cambiar la percepción que tenemos de nosotros mismos y determinar los obstáculos que se interponen en el camino del bienestar.
Puede sonar a autoayuda barata, pero la investigación sugiere que los efectos son reales.
En uno de los primeros estudios sobre escritura terapéutica que se llevaron a cabo, los expertos escogieron 40 estudiantes de primer año de la Universidad de Duke que estaban teniendo problemas en el ámbito académico. No solo estaban preocupados por sus notas, si no que también por si eran intelectualmente iguales a otros universitarios.
Dividieron a la muestra en dos grupos: uno de intervención y otro de control. Al primer grupo se le dijo que tener problemas en el primer año de universidad era común. Pero también, les mostraron vídeos de otros estudiantes que hablaban acerca de cómo sus calificaciones mejoraron a medida que se adaptaron a la universidad.
El objetivo era incitar a estos universitarios a escribir y editar sus propias narrativas acerca de su experiencia. En lugar de pensar que no estaban hechos para la universidad, se les animó a pensar que solo necesitaban más tiempo para adaptarse.
Los resultados de la intervención, publicados en The Journal of Personality and Social Psychology, fueron sorprendentes. Los estudiantes del grupo de intervención obtuvieron mejores calificaciones en una simple prueba. Sin embargo, los resultados a largo plazo fueron más impresionantes.
Los universitarios que habían sido incitados a cambiar sus historias personales mejoraron su promedio de calificaciones y eran menos propensos a abandonar la carrera en el año siguiente que los que no recibieron información. El 20% de los estudiantes del grupo de control abandonaron la universidad el año siguiente. Del grupo de intervención solo 1 estudiante (el 5%) abandonó.
En otro estudio, investigadores de Stanford se centraron en estudiantes afroamericanos que intentaban adaptarse a la universidad. A un grupo se le pidió que elaboraran un ensayo o video narrando su experiencia en la universidad para futuros estudiantes. La investigación llevada a cabo encontró que los que participaron obtuvieron mejores notas en los meses siguientes comparados con el grupo control.
Otro estudio del mismo tipo sugirió a parejas casadas escribir sobre un conflicto como si fueran observadores neutrales. De las 120 parejas estudiadas, las que exploraron sus problemas a través de la escritura expresiva mostraron una mayor mejoría en su felicidad conyugal que aquellos que no escribieron acerca de sus problemas.
“Estas intervenciones de escritura terapéutica pueden cambiar una forma de pensar autodestructiva, a una más optimista”, dijo Timothy D. Wilson, profesor de psicología de la Universidad de Virginia y autor principal del estudio de Duke.
El libro Redirect: Changing the Stories We Live By, escrito por el Dr. Wilson, nos muestra que aunque escribir no resuelve cualquier problema, si que te puede ayudar a afrontarlos. Escribir fuerza a las personas a reconstruir lo que les preocupa y encontrar nuevos significados a lo que han vivido.
“Cuando confrontas la realidad con lo que realmente te importa, se crea la mayor de las oportunidades para el cambio”. Dr. Groppel.
Muchos de los trabajos acerca de este tema han sido liderados por James Pennebaker, un profesor de psicología de la Universidad de Tejas. En uno de sus experimentos, pidió a los estudiantes que escribieran durante 15 minutos acerca de algún problema personal o un tema superficial. Los que escribieron acerca de su propia historia personal tuvieron menos enfermedades y visitaron menos veces su centro de salud.
En Conectando Neuronas escribimos un post acerca de cómo convertirte en el dueño de tus propias historias: “Escribe tu propia historia”
(Necesitamos) Escribir a mano
Con una silenciosa y peligrosa normalidad, hemos ido olvidando el valor de la escritura a mano, que conecta nuestra corporalidad con nuestra psique en un ejercicio que potencia las capacidades cognitivas. Cabe añadir que con la escritura a mano también nos jugamos la comprensión del mundo. En todas mis clases de enseñanza media y universitaria invito a mis estudiantes a que escriban a mano porque esta acción, en apariencia insignificante, congela nuestra hiperestimulada realidad y nos procura el tiempo preciso para poder entender cuanto nos rodea. La escritura nos permite recuperar nuestro tiempo.
El problema de los ritmos acelerados que hemos acogido es que hemos introducido esas prisas en todos nuestros procesos vitales: comemos rápido, leemos y escribimos rápido, paseamos rápidamente. Todo ha de estar sujeto a los estándares de la productividad, la rentabilidad, la utilidad y la eficacia. En parte, por eso se escribe menos a mano, porque es un proceso que requiere tiempo y esmero: la tecnología ha automatizado diversos procesos que hace unos años se llevaban a cabo en calma y que encerraban altas dosis de concentración, pero también de placer.
Además, la inmediatez y la búsqueda de continuos incentivos ha mermado nuestra paciencia cognitiva, lo queremos todo aquí y ahora, se tolera difícilmente la demora en la gratificación. Con ello, nuestra vida se ha empobrecido. No consiste en execrar la tecnología, sino en impedir que el instrumento nos instrumentalice. En un escenario de urgencias y apremio, la escritura a mano nos engrana con nosotros mismos, con nuestras propias preocupaciones y con el mundo circundante. Hay algo que también debería preocuparnos, el llamado analfabetismo funcional: nos estamos arriesgando a que las nuevas generaciones sepan escribir, leer y pensar pero que no quieran escribir, leer ni pensar porque se les da todo hecho.
Por si fuera poco, nos hemos acostumbrado a estar enfermizamente ocupados. En este panorama de prisas y estrés, escribir a mano se ha convertido en un acto de sana rebelión y lúcida disidencia, en una reivindicación de nuestra libertad y en un reclamo de nuestro espacio de independencia. La escritura pausada, así como cualquier actividad que detenga nuestros ritmos vertiginosos, se trueca en una salutífera y necesaria revolución para reconquistar nuestra atención, mercantilizada como un producto más con el que las empresas mercadean con descaro.
Agarrar un bolígrafo y sentir que somos nosotros quienes escribimos, que ejercemos fuerza contra el papel… nos hace dueños conscientes de nuestro cuerpo. La escritura a mano nos une al mundo, nos hace partícipes de él a través de objetos que podemos manipular, con los que nos manchamos o nos podemos equivocar. Con un teclado todo se puede borrar sin dejar rastro del error, sin máculas y, en definitiva, sin huella humana. Como recuerda Aristóteles, somos animales de hábitos: lo prioritario es configurar costumbres sanas que nos ayuden a encontrarnos mejor física y anímicamente y a desarrollarnos emocional y cognitivamente. Hoy, gran parte de los adolescentes y muchos adultos manifiestan estrés y nerviosismo si no permanecen cerca de su móvil o constantemente conectados, pero lo que no cuestionamos son los hábitos. Pasamos horas colgados de estos dispositivos y sufrimos una auténtica adicción que no ponemos en duda, la damos por sentada gozosamente mientras encadenamos con ello nuestro ánimo y nuestra inteligencia.
Se trata de una adicción normativizada, lo que la hace aún más amenazante. Para contrarrestar este imperio de las pantallas, hay que plantear acciones que nos seduzcan. Una de ellas puede ser la escritura a mano, que nos ayuda a conocernos, a tomar conciencia de la realidad. Puedes escribir un diario para reflexionar sobre pensamientos y emociones; escribir cartas a amigos y familiares, reales o ficticias; escribir un cuento o un poema; escribir una lista de tareas para organizar tus responsabilidades y planificar tu jornada; puedes transcribir tu libro favorito o elaborar un cuaderno de citas.
El ser humano es un ser esencialmente narrativo. Su identidad se forja a través de los relatos que se cuenta sobre sí mismo a los demás y a su yo, en una red historiográfica que confecciona a partir de sus recuerdos, del siempre evanescente presente y de las expectativas que guarda respecto al futuro. El ser humano es un ser que se escribe o, en terminología del filósofo Jean-Luc Nancy, que se ex-cribe, que se da a la existencia mediante la acción y el uso responsable de la palabra. Al escribir reconquistamos, con ello, nuestra libertad.
VER:
Un estudio demuestra que expresar por escrito los sentimientos acelera el proceso de cicatrización
Consejos para la escritura terapéutica
El profesor James W. Pennebaker, de la Universidad de Texas, ha investigado durante dos décadas cómo la escritura expresiva puede ayudar a curar heridas emocionales. Estos son sus consejos:
- Buscar un momento y lugar en el que no vaya a ser molestado ni interrumpido.
- Escribir de forma continua durante al menos 20 minutos. No se preocupe por la ortografía o la gramática, no importa. Recuerde que lo que escriba es solo para usted.
- Escribir sobre algo muy personal e importante. Este es el momento para ello. No se quede en la superficie, sea sincero.
- Trate solo de acontecimientos o eventos que realmente pueda afrontar ahora.
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Gracias amig@ de la palabra amiga.
"Nos co-municanos, luego, co-existimos".
Juan Carlos (Yanka)