martes, 31 de diciembre de 2013

LA TRAICIÓN DE LOS INTELECTUALES (LOS HABLAPAJA)


"El campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante y el que comprendiendo no actúa tendrá un lugar en la antología del llanto pero no en la historia viva de su tierra".

"El pueblo aprendió que estaba solo... El pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza".

"De los políticos sólo podíamos esperar el engaño, la única revolución definitiva es la que hace el pueblo y dirigen los trabajadores".

Rodolfo Walsh



"LA HIPOCRESÍA SE INSTALÓ 
ENTRE NOSOTROS, 
Y YA FORMA PARTE 
DE NUESTRA IDIOTEZCRASIA".

M. Enrique Duirán Ramírez


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Los HABLAPAJA son los que piensan 

como cubanos castristas 
y viven como gringos progres ricachones. 
¡Cuantos hay, estamos rodeados...!

Dan conferencias cobrando miles de $, son famosos dando entrevistas muy bien remuneradas, viviendo en mansiones y promocionando el comunismo para los otros...




LA TRAICIÓN DE LOS INTELECTUALES 

 La inteligencia NO DEBERÍA estar subordinada a los sentimientos POR ENCIMA DE LA RAZÓN.

"El intelectual debería de ser -según Benda- el defensor de lo eterno, de las verdades universales". 

En 1927, Julien Benda -filósofo y escritor francés de origen judío- publicó su libro más conocido- "La trahison des clercs" (La traición de los intelectuales)-, que se inserta de lleno en el núcleo duro de su pensamiento. Este, nítidamente racionalista, afirma que el hecho de que la realidad sea siempre dinámica no quiere decir que también tengan que ser dinámicos los conceptos mediante los cuales esta realidad es aprehendida. La movilidad de la realidad no es la de los conceptos. Estos, pues, deben ser defendidos, sin relativizaciones de oportunidad. En este núcleo se encuentra la tesis de "La traición de los intelectuales", que ya anticipó en una entrevista concedida en 1925 a las Nouvelles Littéraries, en el que denunciaba la apuesta generalizada por todo lo que es "puramente temporal", con "desprecio de todo valor propiamente ideal y desinteresado". "Los hombres - decía Benda - ya no tienen más que dos religiones: para unos, la nación, para otros, la clase. Dos formas, aunque pretendan lo contrario, de lo más puramente temporales. Los hombres que tenían como función predicar el amor a un ideal, el supratemporal (los hombres de letras, los filósofos, digámoslo con una sola palabra, los intelectuales, los homo academicus), no sólo no lo han hecho, sino que han trabajado para fortalecer estas religiones de lo terrenal: Barrès, Bourget, Nietzsche, Marx, Péguy, Sorel, D'Annunzio, todos los moralistas influyentes de este último medio siglo, han sido secos profesores de realismo [...]. Esto es lo que yo llamo la traición de los intelectuales". 

La traición de los intelectuales no es, pues, para Benda, comprometerse con una determinada opción política -alaba a Zola en el caso Dreyfus -, sino que radica en subordinar la inteligencia a unas posturas que vienen dadas por el sentimiento, infringiendo así su obligación principal: defender siempre los derechos de la razón frente a los asaltos de los que es objeto, desde finales del siglo XIX, en nombre de la familia, la raza, la patria y la clase. El intelectual debería ser -según Benda- el defensor de lo eterno, de las verdades universales, sin fijarse como objetivo inmediato un resultado práctico, pero -añade- se observa una tendencia general de los intelectuales contemporáneos a perder de vista los valores desinteresados y abrazar las disputas contingentes. "Nuestro siglo -decía refiriéndose al siglo XX- habrá sido propiamente el siglo de la organización intelectual de los odios políticos". Los odios aludidos por Benda son las pasiones de raza (el antisemitismo, la xenofobia y el nacionalismo judío), las pasiones de clase (el radicalismo burgués y el marxismo), y las pasiones nacionales (el nacionalismo y el militarismo). En conclusión, Benda denunció como traidores -según Michel Winnock- a los escritores que adoptaron el culto de lo particular abandonando lo universal, siguiendo en esto el pensamiento romántico alemán del siglo XIX y con abdicación de la razón frente a la embestida del sentimiento. Se ha destacado que la obra de Benda fue doblemente profética. Por un lado, denunció la inteligencia que daba justificaciones eruditas y literarias para el desencadenamiento de las pasiones particulares, y, por otro, anunciaba aquello en lo que se convertirían las sociedades que anulasen todo poder espiritual independiente: en regímenes totalitarios. 

En 1955, Raymond Aron publicó "L'opium des intellectuels" (El opio de los intelectuales), libro que los críticos relacionaron con la obra de Benda . Un libro en el que trata de "bajar la poesía de la ideología al nivel de la prosa de la realidad". Es una crítica del fanatismo , de cualquier fanatismo . Porque -dice Aron - " no se deja de amar a Dios para que se renuncie a convertir a los paganos y a los judíos por las armas, y para que no se repita que fuera de la Iglesia no hay salvación". Por lo tanto, tampoco "se dejará de aspirar a una sociedad menos injusta y a un destino común menos cruel por negarse a transfigurar una clase, una técnica de acción o un sistema ideológico". El tema es, por tanto, el desorden moral e intelectual que provoca adherirse a ciertas ideologías. ¿Por qué -se pregunta Aron- hay intelectuales que son "implacables con los defectos de la democracia pero están dispuestos a tolerar los peores crímenes siempre que sean cometidos en nombre de la doctrina correcta? "El título del libro de Aron es una inversión de la frase de Marx de que la religión es "el opio de los pueblos". En realidad, el marxismo nunca ha sido el narcótico del pueblo (¿?). Ha sido el opio de los intelectuales. 

La crítica de la época de la aparición del libro de Aron mostró una división social en bloques. La izquierda -con Maurice Duverger al frente- descalificó a Aron sin miramientos, y le acusó de querer justificar su falta de compromiso, la derecha encomio su crítica de los "mandarines "ensoberbecidos, y el centro aceptó, con matizaciones y reservas, su crítica del dogmatismo de los intelectuales progresistas. Hoy , más de medio siglo después, tanto "El Opio", como "La traición" de los intelectuales siguen estando vigentes por lo que tienen de denuncia de lo que constituye la perversión máxima de la actividad intelectual: defender un dogma -sea el que sea - sin contrastarlo a la luz de la razón, para ponerlo al servicio de un proyecto de dominación disimulado bajo la más variada gama de apelaciones sentimentales. Se dice que Diógenes paseaba por Atenas con una lámpara, a la luz del día, buscando un hombre y no lo encontraba. Tal vez lo tendría aún más difícil hoy, para encontrar un intelectual que preserve su independencia al servicio de las cuatro ideas básicas que definen nuestra civilización. 


VER+: 
Se puede ser intelectual sin ser inteligente



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