miércoles, 6 de marzo de 2013

SIMÓN DE JUAN, ¿ME AMAS MÁS QUE TU PERSONA?



Jn 21,
14. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
15. Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.»
16. Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.»
17. Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.
18. «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.»
19. Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme.»
20. Pedro se vuelve y ve siguiéndoles detrás, al discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»


Simón de Juan, ¿me amas más que el poder,
que el hacer carrera, que tu comodidad, que tu egoismo?



 
 
El estar unido a Jesús no es sólo un sentimiento ni, menos aún, un documento. Estar unidos a Jesús es una actitud de vida y una actividad: ponerse a caminar tras sus huellas dispuestos a recorrer su mismo camino para, de una u otra manera, terminar en su misma meta. Es adoptar como única norma de vida el amor a la humanidad y, de manera especial, a los pobres y oprimidos, a los pequeños, a los débiles, a los que no tienen, no saben, no pueden..., dispuestos a dar la vida para que tengan lo que necesitan para ser personas, sepan que son hijos de un Padre que los quiere y puedan salir juntos de la miseria, la humillación y la ignorancia.

Comprometidos en esa misión, se logra, además, otro fru­to: el amor que crece dentro de quien lo practica hasta el punto de llegar a darse, como se dio Jesús, como alimento para la vida del mundo. Y la renovada entrega de Jesús fun­diéndose con la entrega de los suyos (esa entrega está simbo­lizada en los pescados que Jesús ofrece y en los que los discí­pulos aportan y que todos comparten) se hace eucaristía, acción de gracias al Padre, por haber hecho posible que los hombres empiecen a vivir como hermanos.

Y eso es lo que pide Jesús a Pedro: que dé el fruto que corresponde a quien es partícipe de la misión de Jesús; que se olvide de sus delirios de grandeza, que no se mantenga encadenado a las tradiciones, que deje ya, de una vez por todas, sus manías de líder y que ponga toda su pasión en la realización de la tarea que se le encomienda: «Apacienta mis corderos... Pastorea mis ovejas... Apacienta mis ovejas», esto es, que, como Jesús, el modelo de pastor, se juegue y esté dispuesto a perder la vida para la felicidad de los hombres, sus hermanos.


Pastorear significa dar la vida por las ovejas, como hace el pastor modelo; esta es la disposición propia de todo discí­pulo
 
La experiencia de Pedro es la experiencia de un amor renovado. Pero al mismo tiempo, la experiencia que Pedro tiene de Cristo resucitado, es un amor que no se puede quedar encerrado, es un amor que se hace misión. Es un amor que renueva la misión de apóstoles que nos ha sido dada; es un amor que, en nuestro caso, renueva el vínculo con la misión evangelizadora de la Iglesia, renueva el compromiso cristiano a que fuimos llamados al ser bautizados. No es un amor que se queda en un cofre guardado, es un amor que se invierte, es un amor que se reditúa, es un amor que se expande. Y este amor es un amor que no teme; no teme a la cruz que significa la misma misión, porque va acompañado de Cristo que me dice: “Sígueme”.




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