"Pueden amar los pobres, los locos y hasta los falsos,
pero no los hombres ocupados".
Donne, John
Todos estamos encadenados sutilmente
bajo la argolla de un reloj
“Creo que vivir deprisa no es vivir, es sobrevivir".
Nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo, pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida.”
“Hoy todo el mundo sufre la ENFERMEDAD DEL TIEMPO: la creencia obsesiva de que el tiempo se aleja y debes pedalear cada vez más rápido”
“La velocidad es una manera de no enfrentarse a lo que le pasa a tu cuerpo y a tu mente, de evitar las preguntas importantes… Viajamos constantemente por el carril rápido, cargados de emociones, de adrenalina, de estímulos, y eso hace que no tengamos nunca el tiempo y la tranquilidad que necesitamos para reflexionar y preguntarnos qué es lo realmente importante.”
“La lentitud nos permite ser más creativos en el trabajo, tener más salud y poder conectarnos con el placer y los otros” “A menudo, TRABAJAR MENOS significa trabajar mejor. Pero más allá del gran debate sobre la productividad se encuentra la pregunta probablemente más importante de todas:
¿PARA QUÉ ES LA VIDA?
“Hay que plantearse muy seriamente A QUÉ DEDICAMOS NUESTRO TIEMPO. Nadie en su lecho de muerte piensa:
“Ojalá que hubiera pasado más tiempo en la oficina o viendo la tele”, y, sin embargo, son las cosas que más tiempo consumen en la vida de la gente.”
Nos prometieron que la tecnología trabajaría por nosotros y que seríamos más felices, pero hay estadísticas que demuestran que trabajamos 200 horas más al año que en 1970 y la insatisfacción vital y la velocidad definen nuestro tiempo. Carl Honore, el guru anti-prisa y autor del éxito mundial “Elogio de la lentitud” de RBA, nos ofrece en su libro y en esta entrevista una excelente radiografía de los males de nuestra sociedad y el remedio para sanarla: la FILOSOFÍA SLOW, simplemente reducir la marcha y buscar el tiempo justo para cada cosa.
“Lo que denuncio no es la rapidez en si misma, sino que vivimos siempre en el carril rápido y hemos creado una cultura de la prisa donde buscamos hacer cada vez más cosas con cada vez menos tiempo, que hemos generado una especie de DICTADURA SOCIAL que no deja espacio para la pausa, para el silencio, para todas esas cosas que parecen poco productivas. Un mundo tan impaciente y tan frenético que hasta la lentitud la queremos en el acto.”
“La velocidad en si misma no es mala. Lo que es terrible es poner la velocidad, la prisa en un pedestal…Al principio era sólo el terreno laboral pero ahora ha contaminado todas las esferas de nuestras vidas, como si fuera un virus: nuestra forma de comer, de educar a los hijos, las relaciones, el sexo… hasta aceleramos el ocio. Vivimos en una sociedad en que nos enorgullecemos de llenar nuestras agendas hasta límites explosivos”
“Lo que denuncio no es la rapidez en si misma, sino que vivimos siempre en el carril rápido y hemos creado una cultura de la prisa donde buscamos hacer cada vez más cosas con cada vez menos tiempo, que hemos generado una especie de DICTADURA SOCIAL que no deja espacio para la pausa, para el silencio, para todas esas cosas que parecen poco productivas. Un mundo tan impaciente y tan frenético que hasta la lentitud la queremos en el acto.”“La velocidad en si misma no es mala. Lo que es terrible es poner la velocidad, la prisa en un pedestal…Al principio era sólo el terreno laboral pero ahora ha contaminado todas las esferas de nuestras vidas, como si fuera un virus: nuestra forma de comer, de educar a los hijos, las relaciones, el sexo… hasta aceleramos el ocio. Vivimos en una sociedad en que nos enorgullecemos de llenar nuestras agendas hasta límites explosivos”
La velocidad inunda nuestra vida. Coches rápidos, imágenes aceleradas y plazos apremiantes que lo único que hacen es impedirnos posar la mirada sobre lo aparentemente sencillo y concedernos la oportunidad de analizarlo con un mínimo detenimiento. La visión fugaz de un paisaje impide sentirlo y vivirlo. Cada época tiene su orden y su ley y cada época tiene sus transgresores, sus rebeldes. Alvin Straight abandona el código de la velocidad y, avanzando a contracorriente, se rebela contra esa visión del mundo que parece estar basada en correr hacia adelante sin pararse a pensar. Alvin Straight prefiere tomarse su tiempo, no porque no tenga prisa sino porque no tiene ese tipo de prisa que parece dictada por la tecla de avance rápido de un mando a distancia vital. David Lynch ha hecho lo mismo durante toda su carrera: marcarse un paso, no más lento ni más rápido que el que dictaba el cine de su tiempo, simplemente diferente. Alvin Straight y David Lynch tienen una medida distinta de las cosas y, afortunadamente, la comparten con nosotros.
Una historia verdadera (The Straight Story-David Lynch 1999)
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Un personaje tan desgarbado, ausente de lo inmediato y hasta temerario, recuerda mucho a los personajes de las películas que hablan del final del Western. Cuando vemos al viejo Alvin avanzar por la larga y esteparia carretera con su cortacésped, es inevitable rememorar a los desaliñados y resentidos perdedores que nos dibuja, por ejemplo, Sam Peckinpah en alguna de sus películas. Por lo demás, resulta difícil abstraerse de los numerosos guiños de esta película al cine clásico del Oeste, como si David Lynch estuviera haciendo un homenaje a este género (se declara admirador de todo el cine clásico). Entre otros detalles: la acción transcurre por los alrededores del mítico río Misisipi, tan presente en las películas de vaqueros.
Un detalle no menor es que el protagonista de esta película es un viejo conocido por las numerosísimas películas de vaqueros en las que participó, incluso por alguna de ellas fue nominado al Oscar. Muchas de sus heridas interiores se las produjo lo que tuvo que ver, siendo muy joven, en la II Guerra Mundial, a pesar de ello dispone y maneja un rifle. No se desprende en ningún momento de los tejanos ni del sombrero característico, que le sirve para taparse la cara las muchas noches que duerme al raso, junto a una hoguera, renunciando a hacerlo bajo techo. Cuando su viejo cortacésped deja de funcionar, en el jardín de casa le dispara y la máquina se envuelve en llamas (el fuego tan presente en su filmografía). ¿En cuántas películas hemos visto al forajido o al amable vaquero rematar al caballo con su revolver cuando el animal caía malherido?
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Juan Carlos (Yanka)