¿CUÁL ES LA IGLESIA
VERDADERA?
UNA RESPUESTA DESDE LA BIBLIA,
LA HISTORIA Y LA RAZÓN
PREFACIO
¿Cuál es la Iglesia verdadera?: he ahí la cuestión con la que cerramos la trilogía apologética Dios-Cristo-Iglesia. En el primer libro, ¿Dios existe?, se probó filosóficamente el teísmo por medio de las cinco vías tomistas, a la vez que se refutaron múltiples objeciones ateas. De este modo, quedó establecido que existe un Ser Subsistente con los atributos de simplicidad, perfección, omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia, bondad, inmutabilidad, eternidad, infinitud, unicidad, trascendencia, inmanencia, personalidad y espiritualidad. Sin embargo, queda abierta la pregunta acerca de si este Dios se ha revelado y si es que lo ha hecho a través de alguna religión. Ello fue abordado en el libro ¿Cuál es la religión verdadera?. Por medio de cuatro vías se probó racionalmente que el Cristianismo es la religión verdadera, a la vez que se examinó críticamente a las principales religiones no cristianas (Judaísmo, Islam, Hinduismo y Budismo). De este modo, quedó establecido que Dios se ha encarnado en la persona de Jesucristo. Pero, si el Cristianismo es la religión verdadera, ello todavía nos deja con un problema: ¿cuál de entre todas las denominaciones cristianas constituye el verdadero y pleno Cristianismo?.
La pregunta precedente puede también formularse del modo siguiente: ¿cuál fue la Iglesia fundada por el Dios encarnado, Jesucristo? Tal vez alguno pensará que se estará injustificadamente presuponiendo que Jesús fundó una Iglesia. Pero no. Ya en el libro anterior, ¿Cuál es la religión verdadera?, al desarrollar la primera vía para la veracidad del Cristianismo, se probó la fiabilidad histórica del Nuevo Testamento. Estamos, por tanto, racionalmente legitimados en afirmar que es verdaderamente histórico que de la boca de Dios encarnado salieron las siguientes palabras: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mateo 16: 18). Entonces, de entre todas las autodenominadas iglesias cristianas, fundó Jesús una, algunas, todas o ninguna? La respuesta no puede ser "nmguna" porque ya vimos que Jesús dijo "edificaré mi Iglesia" y, como Dios perfecto e infalible, no puede mentir ni errar. Además, esa Iglesia que fundó ha de estar entre las que tenemos actualmente disponibles porque en el mismo pasaje inmediatamente añadió Jesús: "Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mateo 16:18).
De otro lado, la repuesta no puede ser que fundó todas o algunas porque las diversas denominaciones cristianas se diferencian no meramente por asuntos accidentales de ubicación geográfica o detalles meramente administrativos sino por asuntos esenciales de doctrina. En consecuencia, afirmar que la Iglesia de Jesucristo es más de una implicaría decir que esta incluye doctrinas contrarias entre sí como, por un lado, afirmar "el cuerpo de Jesús está realmente en la Eucaristía" y, por otro, "la Eucaristía es solo un símbolo", o "la salvación no se puede perder" y "la salvación sí se puede perder", o "la Biblia tiene 73 libros" y "la Biblia tiene 66 libros", etc. Esto convertiría a la Iglesia de Cristo en una suerte de "Iglesia de Schrõdinger": está en el error y la verdad a la vez. Pero esto no puede ser. Jesucristo dijo "Yo soy la verdad" (Juan 14:6) y la Iglesia de Cristo es llamada "columna y fundamento de la verdad" (1 Timoteo 3:15).
El principio de no contradicción no deja lugar a engaño: si las diversas denominaciones cristianas son la Iglesia verdadera, la cual sería una suerte de combinación invisible de toda esa miríada de "diversidad" incluyendo múltiples contradicciones y errores. Pero la verdad es que tal esquema no serviría en nada para ser "columna y fundamento de la verdad", que es lo que la Biblia establece para la Iglesia (cfr. 1 Timoteo 3:15). La idea de que "todas las iglesias son verdaderas" puede parecer bienintencionada pero no debemos olvidar que el infierno está lleno de buenas intenciones. Por tanto, aunque duela (la verdad duele) dejémonos de preámbulos y digámoslo claro: Cristo fundó una sola Iglesia.
Por supuesto, esto no gusta a los que tienen la mentalidad "Cristo sí, Iglesia no" y quieren convertir al Cristianismo en una suerte de "religión del amor" en la que no importa lo que creas siempre y cuando hayas aceptado a Cristo como tu "Salvador personal". Pero tal enfoque individualista y relativista no es lo que enseña la Biblia. En ninguna parte de la Biblia dice "Salvador personal", sino que se nos dice que "Cristo amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella" (Efesios 5:25). Además, que a uno no le importe la claridad en la verdad doctrinal sino meramente "salvarse" es un enfoque en que Cristo, que es la verdad misma (cfr. Juan 14:6), termina siendo instrumentalizado meramente para que uno se salve. El fin es la salvación y Cristo (y la verdad) ideviene mero en medio! Pero no, Cristo, Verdad Suprema con todo lo que ha enseñado y confiado a su Iglesia, es el fin: "Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin" (Apocalipsis 1:8). Y es que Dios quiere no meramente "que todos los hombres se salven" sino también que "vengan al conocimiento de la verdad" (1 Timoteo 2:4).
Así pues, se ha establecido que "la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la Iglesia" (Efesios 3:10). ¿Pero cuál Iglesia? Ya dejémonos de rodeos: la Iglesia Católica. "i¿Cómo es posible que digas que la Iglesia Católica es la verdadera Iglesia si esta adora imágenes, da culto a María como una diosa, iguala al Papa a Dios diciendo que es infalible, postula la salvación por obras, ha matado a millones de personas a lo largo de la historia, ha frenado el avance científico, ha apoyado al régimen nazi y no ayuda a los pobres pese a tener inconmensurables riquezas?!" exclamará muy indignado alguno. Pero si así lo hiciere, estará demostrando que habla desde la ignorancia pues, como pasaremos a demostrar documentadamente en la presente obra, ninguna de esas cosas las enseña ni ha hecho la Iglesia Católica. Sucede que hay mucha gente bienintencionada que odia a la Iglesia Católica porque, con base en distorsiones o mentiras, se les ha enseñado a odiarla o simplemente asumen el prejuicio anticatólico que es prácticamente omnipresente en nuestra sociedad actual. Pero cuando uno deja de lado sus prejuicios e investiga de verdad se da rápidamente cuenta de que no está justificada la magnitud de odio que existe contra la Iglesia Católica.
Como decía aquel gran varón de Dios, Fulton Sheen: "No existen ni cien personas (.. .) que odian a la Iglesia Católica. Pero hay millones de personas que odian a lo que ellos erróneamente creen que es la Iglesia Católica". Dado esto, el objeto del presente libro es mostrar la veracidad del Catolicismo. Esto implica vencer un gran obstáculo psicológico presente en la mente de muchos: el prejuicio ABC, Anything But Catholic ("Cualquier cosa, menos católico"). En efecto, hay varios que, entrando en dudas sobre la denominación en la que se encuentran, están dispuestos a hacerse reformados, bautistas, pentecostales e incluso ortodoxos, pero de ningun modo católicos. De este modo, varios protestantes que comienzan a tener serias dudas sobre el protestantismo evalúan la posibilidad de hacerse ortodoxos no tanto porque encuentren algo distintivo a favor lo que es la Iglesia Ortodoxa oriental, sino en gran parte porque esta no es la Iglesia Católica. O sea, en el fondo la fuerza seductora que tiene la Iglesia Ortodoxa para protestantes que evalúan dejar el protestantismo no viene de lo que esta es, sino de lo que esta no es (y, por cierto, si algún protestante cree que logrará salir de la pesadilla de la falta de unidad haciéndose ortodoxo, hay que decir que se llevará una gran decepción pues los ortodoxos, no teniendo una instancia central visible y vinculante como el Papa, están altamente divididos). Elegir algo en función de lo que no es constituye un estándar problemático y muestra que en el fondo lo que domina sus mentes es todavía el prejuicio anticatólico. Por eso pido al lector librarse de pre-juicios, es decir, juicios previos, y examinar de forma razonable y abierta la argumentación aquí presentada a favor del Catolicismo.
Hay que evitar la ceguera selectiva. Se ha dado el caso de musulmanes que han dicho sobre mi trabajo "Dante Urbina es muy bueno argumentando filosóficamente la existencia de Dios, pero es un desastre para argumentar a favor del Cristianismo". De hecho, el Sr. Nureddin Cueva, Presidente de la Asociación Islámica de Sufismo en el Perú con quien sostuve el debate "Cristianismo vs. Islam: ¿Cuál es la religión verdadera?" en 2014, previamente me escribió felicitándome por mi sólida argumentación defendiendo la existencia de Dios en el debate que tuve en 2013 contra Luis Arbaiza, representante de la Asociación Peruana de Ateos, para luego decirme que no se explicaba cómo alguien tan racional como yo podía creer algo tan irracional como el Cristianismo. Por supuesto, el lector cristiano podría pensar: "Bah, este musulmán está dejándose llevar por sus prejuicios, la argumentación de Dante es sólida y racional tanto para el teísmo como para el Cristianismo".
Pero lo curioso es que varios cristianos no católicos que podrían decir algo como lo anterior pueden al mismo tiempo decir sobre este libro: "Dante es sumamente riguroso y racional en defender el teísmo y el Cristianismo en general, pero pierde todo ello cuando se trata del Catolicismo". Es como si, conforme a la mentalidad de estos críticos, fuese un "genio" argumentando a favor del teísmo y el Cristianismo, pero de repente me vuelvo un tonto cuando se trata de argumentar a favor del Catolicismo. Sin embargo, ¿no se podría estar cayendo en el mismo sesgo que el musulmán al decir ello? ¿Es razonable pensar que mis libros ¿Dios existe? y ¿Cuál es la religión verdadera? estén muy bien argumentados -como, de hecho, han reconocido explícitamente varios cristianos no católicos- pero que ¿Cuál es la Iglesia verdadera? sea un desastre argumentativo? No pido al lector que esté automáticamente de acuerdo conmigo, pero sí que le dé a su mente (y corazón) la oportunidad de examinar la posibilidad de que el Catolicismo sea verdad.
En cuanto a su estructura, el libro está dividido en tres partes. La primera corresponde a los fundamentos para el análisis del Catolicismo y está compuesta por dos capítulos. En el primero se da un marco general sobre las diversas denominaciones cristianas y en el segundo se refutan varias de las principales "leyendas negras" contra el Catolicismo, a fin de "despejar el terreno" para que el lector pueda estar más abierto a analizar la cuestión propiamente doctrinal. Así, se tratan temas como la Inquisición, el supuesto oscurantismo medieval, el caso Galileo, la relación con el nazismo, las riquezas de la Iglesia, etc.
La segunda parte, compuesta de tres capítulos, es el "corazón" del libro y corresponde a las tres vías para demostrar la veracidad del Catolicismo: el argumento de la unidad, el argumento de la continuidad histórica y el argumento del canon del Nuevo Testamento.
La tercera parte, de cinco capítulos, corresponde a la discusión de cuestiones doctrinales sobre el Catolicismo abarca cuestiones como la Trinidad, los libros deuterocanónicos, la salvación, las imágenes, la intercesión de los santos, el día del culto, el bautismo de niños, la presencia real en la Eucaristía y los dogmas marianos (maternidad divina, virginidad perpetua, inmaculada concepción y asunción a los Cielos). Puede decirse que, de modo acumulativo, el conjunto de capítulos no solo prueba la veracidad del Catolicismo, sino que también refuta alternativas como la Iglesia ortodoxa, el protestantismo o sectas como Testigos de Jehová, mormones y adventistas. Así pues, el presente libro busca constituir un sólido caso para el Catolicismo. Con base en el mismo una persona bien informada puede tomar una decisión a favor del Catolicismo. Por supuesto, esto no significa que el presente libro pretende cubrir exhaustivamente todas y cada una de las objeciones contra el Catolicismo, ni tampoco todos los temas posibles. Pretender ello sería irrazonable. De hecho, de cada tema fácilmente podría hacerse un libro entero. Sin embargo, mi tiempo no es infinito y tampoco se requiere infinitas páginas, smo que las presentes son suficientes para que toda persona razonable pueda tomar una decisión razonablemente bien fundamentada a favor del Catolicismo.
Te invito, pues, a este viaje intelectual en que, por medio de la Biblia, la historia y la razón, examinaremos la posibilidad de que la Iglesia más odiada de todas sea la Iglesia de Jesucristo: la Iglesia Católica.
Dante A. Urbina
a favor del catolicismo romano:
Econtrando un Camino Perdido a Casa
Prefacio
ESCRIBÍ EL SIGUIENTE ensayo a principios de 2006, cuando aún era miembro del Sínodo de la Iglesia Luterana en Missouri. En la Vigilia de Pentecostés de 2007 d. C. (25 de mayo), fui recibido formalmente en la comunidad de la Iglesia Católica Romana en la parroquia de San Luis Rey de Francia en Austin, Texas.
El ensayo comenzó como una serie de notas privadas escritas como un ejercicio puramente intelectual: un intento de exorcizar mis dudas sobre el luteranismo poniéndolas por escrito y exponiéndolas a la crítica (tanto por mi parte como por la de otros). Al final resultó que, cuanto más escribía, más razones encontraba para cambiar mi perspectiva.
Tenga en cuenta que no soy un teólogo profesional y no reclamo ninguna autoridad especial para mis conclusiones. Se agradecen los comentarios, pero ruego a mis lectores que lean primero el libro de John Henry Newman, "An Essay the Development of Doctrine (Un ensayo sobre el desarrollo de la doctrina)" (1845). El libro de Newman es una lectura de referencia esencial para mis notas, porque proporciona la refutación decisiva al argumento de que la supremacía del Papa y otras doctrinas contemporáneas, distintivamente católicas romanas, constituyen "innovaciones" objetables.
Newman sostiene convincentemente que el reconocimiento del desarrollo genuino de la doctrina cristiana es ineludible, como debe reconocer cualquiera que conozca la historia de las doctrinas de la Trinidad y las dos naturalezas de Cristo.
Una cosa más sobre mis notas: fueron escritas pensando en una persona (yo) como audiencia. Al escribirlos no pensé en ser diplomático o irónico. Mi único punto era intentar para determinar cuál de las dos tradiciones era más probable que fuera la expresión más completa del evangelio. Son deliberadamente unilaterales: hay mucho que podría haber dicho sobre las virtudes de la tradición luterana y la necesidad de reformar la Iglesia del siglo XVI que no se incluye aquí.
He decidido no agregar ni revisar mis comentarios ahora que me he unido a la Iglesia de Roma. He dejado el ensayo tal como lo escribí yo antes, luterano. Hay una laguna en mi argumento a favor del episcopado histórico que, si lo escribiera ahora, intentaría llenar. Mi argumento adopta esencialmente la siguiente forma:
(1) Dios quiere que la Iglesia sea (visiblemente) una.
(2) Quien quiere el fin, quiere algún medio eficaz.
(3) El único medio eficaz para la unidad visible de la Iglesia es el episcopado histórico.
Por tanto, Dios quiere el episcopado histórico.
Hay una lógica obvia en este tipo de argumento cuando se aplica a la voluntad de Dios: un Dios omnipotente puede utilizar cualquier medio, o ningún medio, para lograr sus fines. Deben modificarse los puntos 2) y 3):
(2') Si Dios quiere un fin para X, debe querer algún medio eficaz que sea apropiado a la naturaleza de X.
(3') El único medio eficaz para la unidad visible de la Iglesia que se adapta a la naturaleza humana es la episopacía histórica.
La razón de (3') radica en el hecho de que los seres humanos son esencialmente animales sociales o "políticos", como argumentó Aristóteles. Dios podría haber preservado la unidad visible de la Iglesia guiando sobrenaturalmente a cada cristiano individual hacia los estándares teológicos correctos, pero tal intervención sobrenatural al nivel del miembro individual destruiría el carácter social de la Iglesia. Resultan profundamente antitéticos a la naturaleza humana. Como tantas veces nos enseñó Santo Tomás, la gracia perfecciona y no aniquila la naturaleza (gratia naturam, non tollit sed perfecit).
Introducción
SIEMPRE HE PENSADO QUE la doctrina de la justificación es la raíz de la controversia Luterana/Católica. Si la Iglesia Romana se ha equivocado en este punto, hasta el punto de condenar la verdadera comprensión de la base de nuestra justicia ante Dios, entonces la Reforma estaba plenamente justificada. Por el contrario, si Roma no se ha equivocado, si su posición puede ser interpretada caritativamente como una exposición fiel del evangelio y sus condenaciones (al Trento) como el rechazo de errores genuinos, entonces la Reforma, que destruyó la unidad visible de la Iglesia y rompió antiguos lazos de hermandad, no podía justificarse. Todas las demás cuestiones son secundarias: sola scriptura, el papel del papado, el purgatorio, la veneración e invocación de los santos, etc.
Este replanteamiento de la cuestión de la justificación ha sido un proceso largo, que comenzó hace casi treinta años, cuando yo era estudiante de pregrado. Esta reflexión se intensificó en los últimos años con la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación, emitida por teólogos luteranos y católicos romanos en 1999, en la que se argumentó que las dos Iglesias están de acuerdo en los puntos esenciales de esta doctrina. En mi opinión, la Declaración Conjunta fue defectuosa, ya que se basó en equívocos y eufemismos en lugar de claridad, pero ayudó a resaltar el hecho de que la diferencia en este tema es mucho más sutil de lo que generalmente habían reconocido los luteranos.
Solía tener confianza en que las enseñanzas de Pablo en Romanos, Gálatas y Efesios dejaban bastante claro que la posición romana sobre la justificación era fundamentalmente errónea.
Sin embargo, existen serias dudas al respecto, basadas en parte en una investigación reciente sobre los escritos de Pablo1 y en parte en una mejor comprensión de exactamente lo que enseña la Iglesia Romana. Además, he llegado a la conclusión de que la posición luterana sobre la justificación es inestable e incorpora todas las autocontradicciones fatales.
Los católicos romanos generalmente están ahora de acuerdo en que la Reforma era muy necesaria: que había errores y abusos graves en la Iglesia que necesitaban ser corregidos, y que las verdades básicas del evangelio habían sido oscurecidas y necesitaban ser reafirmadas. Luego se produjo cierta corrección excesiva, a medida que las exigencias políticas endurecieron la oposición entre los dos. Además, la Iglesia Católica Romana corrigió algunos de los errores y abusos más graves en el Concilio de Trento, y ha hecho grandes progresos en los últimos años para restaurar la claridad y la proporción en su enseñanza de las doctrinas de la gracia y la justificación.
Una de las preguntas más fundamentales es ésta: ¿deben interpretarse las enseñanzas de la Iglesia Católica Romana de manera caritativa o no caritativa? Esta no es simplemente una pregunta retórica. Hay motivos serios para someter las enseñanzas de cualquier Iglesia a una interpretación lo menos caritativa posible. Es responsabilidad de la Iglesia proclamar el evangelio con claridad inequívoca. Si las enseñanzas de una Iglesia pueden interpretarse razonablemente de una manera que las ponga en conflicto con el evangelio, entonces eso es una falta grave.
El argumento más sólido a favor de la Reforma se puede presentar en este sentido: que la Iglesia Romana en la época de Lutero no logró mantener un sentido apropiado de proporción (entre, digamos, el infierno y el purgatorio, o las partes temporales y eternas) y no logró Expresar claramente la conexión íntima entre la justicia de Cristo y nuestra justificación. En particular, la enseñanza de la Iglesia en ese momento, e incluso en el Concilio de Trento, podría entenderse como implicando que todo lo que Cristo realizó por nosotros fue proporcionarnos las herramientas. (ayudas y bendiciones espirituales) que necesitaríamos obtener para nosotros mismos un estado autónomo de justicia inherente que pudiera, por sí solo y aparte de cualquier relación con Cristo y su justicia, ganarnos el favor y la aceptación de Dios. Además, era fácil confundir nuestro "merecimiento" de la gracia de Dios con el hecho de ganarnos la aceptación de Dios, poniendo a Dios mismo bajo la obligación de recompensarnos. Finalmente, un énfasis excesivo en la satisfacción, las penas temporales y el purgatorio tendió a oscurecer las buenas nuevas de la victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte, el infierno y la ira de Dios.
Sin embargo, en la medida en que la justificación para la separación y la protesta se haga de acuerdo con estas líneas, los luteranos deben estar dispuestos con cada nueva generación a reconsiderar las razones para continuar la separación a la luz de la situación actual. Estado de la proclamación del evangelio por la Iglesia Católica Romana. Además, debemos tener en cuenta que el teólogo católico romano tiene a su disposición todos los datos infalibles de las Escrituras que están a disposición del teólogo luterano. La teología romana añade a estos datos los pronunciamientos infalibles de los papas y de los concilios, pero no los resta. Esto significa que el católico romano debe interpretar las Escrituras a la luz de las enseñanzas de la Iglesia y la enseñanza de la Iglesia a la luz de las Escrituras. Por ejemplo, la enseñanza de Trento.
¡Que la Misa es un sacrificio! debe interpretarse a la luz de la enseñanza de la Epístola a los Hebreos de que Cristo se ofreció a sí mismo una vez y por completo! en la cruz, lo que lleva a la idea de que Trento debe estar hablando de la "presentación" sacramental de ese único sacrificio (como explica el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica). De manera similar, la enseñanza del Concilio sobre la justificación a través de la justicia inherente debe interpretarse a la luz de las Escrituras, verdad de que nuestra posición correcta ante Dios depende de nuestra súplica a Cristo, el justo.
1. Wright, Paul; Zetterhoim, Aproximación a Pablo.
Nací en una comunidad creyente, una "madre iglesia" protestante (la Iglesia Reformada), que, aunque no tenía para mí la plenitud de la fe, tenía una piedad sólida y genuina. A mí me enseñaron lo que C.S. Lewis llama "Mero Cristianismo", esencialmente la Biblia. En mi Iglesia, la Iglesia Católica era vista con sumo recelo. En el mundo de los años cuarenta y cincuenta en el que crecí, la sospecha era mutua.Los calvinistas holandeses, como la mayoría de los protestantes, creían que el catolicismo no sólo era una herejía, sino también una especie de idolatría.
La primera idea religiosa personal que tuve fue una pregunta que le hice a mi padre: "¿Por qué nosotros los calvinistas tenemos toda la verdad y nadie más? Somos un cuarto de millón. ¿Cómo pudo Dios dejar al resto del mundo en el error? No hubo respuesta.
Un día fui a Nueva York con mis padres a visitar la catedral de San Patricio. Nunca había visto cosa semejante: Era como llegar al cielo. Pensé que era la pieza arquitectónica más hermosa que había visto en mi vida. Volteé con mi padre y le dije:
¿Esta es una iglesia católica?
Sí-, dijo.
¿Esa Iglesia está en el error, no es así? ¡Cómo puede el catolicismo hacer iglesias tan bonitas!
Mi padre no contestó. No tenía respuestas.
Más adelante escuché la música de Palestrina, música de ángeles. Me cuestioné: ¿Cómo la herejía católica puede producir esta música? Era un argumento que no encontraba respuesta. Más adelante tres amigos agnósticos dejaron de ser ateos –cada uno por cuenta propia- por la música de Bach, en concreto, por la Pasión del Señor según San Mateo. Este es un argumento que pesa. Uno de e Este es un argumento que pesa uno de ellos decía: Hay una música para Dios, ¡y qué música!, entonces hay Dios.
Después de ocho años de escuela primaria pública, mis padres me ofrecieron una opción entre dos escuelas secundarias: pública o cristiano (calvinistas); elegí esta última. La Iglesia, al igual que el comunismo, parecían una amenaza totalitaria oscura. Luego fui a Calvin College, la universidad reformada cristiana.
Ya en la universidad, rápidamente me enamoré de la Filosofía. La primera duda seria acerca de mis creencias anti-católicos vino por mi compañero de cuarto, que estaba en proceso de ser anglicano:
"¿Por qué los protestantes no le rezan a los santos? No hay nada malo en que me pidas que ore por ti. ¿Por qué no acudir a la intercesión de los que han muerto, si creemos que están vivos en el Cielo?" No pude dar ninguna respuesta, y eso me inquietó.
Desarrollé un gran amor por las cosas medievales: el canto gregoriano, la arquitectura gótica, la filosofía tomista, etc. Sentí cierta culpabilidad por ello. Un verano, en la playa de Ocean Grove, leí a San Juan de la Cruz. No entendí demasiado, pero supe, con innegable certeza, que aquí estaba la verdad tan masiva grande como una montaña. Sentí como si acabara de salir de una cueva en la que había vivido toda la vida, y descubrí un mundo insospechado de dimensiones increíbles. Por encima de todo, eran dimensiones de santidad, bondad, pureza de corazón.
He leído otros santos y místicos católicos, y descubrí esa misma realidad. Sentí que era la misma realidad que había aprendido a amar de mis padres y maestros, sólo que en una versión mucho más profundo. Luego, en una clase de Historia de la Iglesia, el profesor dijo: La pretensión fundamental es histórica: que Cristo fundó una Iglesia, la Católica, que tiene una continuidad histórica. Luego, el profesor explicó la creencia protestante. Dijo que los católicos acusan a los protestantes de volver sólo para Lutero y Calvino; pero esto no es cierto, volvemos a Cristo. Cristo nunca había tenido la intención de fundar una iglesia de estilo católico, sino una de estilo protestante, afirmó. Los protestantes se habían dedicado a purificar el cristianismo de las adiciones católicas. Los católicos, en cambio, creían que Cristo estableció la Iglesia Católica desde el principio.Me puse a investigar y descubrí en la Iglesia primitiva elementos católicos tales como la centralidad de la Eucaristía, la presencia real, oraciones a los santos, la devoción a María, la insistencia en la unidad visible, y la sucesión apostólica. Por otra parte, los Padres de la Iglesia estaban más cerca de la doctrina católica que de la protestante, especialmente San Agustín, mi favorito, y un héroe para la mayoría de los protestantes. Parecía obvio que si Agustín, Jerónimo, Ignacio de Antioquía, Justino, Clemente de Alejandría o Atanasio estuvieran vivos serían católicos… La cuestión de las raíces históricas de la Iglesia era crucial para mí
Lo que había encontrado en la Iglesia Católica, y en ninguna iglesia protestante, fue simplemente esto: el hecho histórico innegable y majestuoso. Era la misma barca en condiciones de navegar, era el arca de Noé. Era como descubrir una imagen exacta del arca, o incluso una verdadera reliquia de su madera, pero el arca misma sigue navegando indemne en los mares de la historia. Era como un cuento de hadas hecho realidad.El paralelo entre Cristo y la Iglesia, Encarnación e historia de la Iglesia, va aún más lejos. La pretensión de la Iglesia Católica de ser la única verdadera, la Iglesia que Cristo fundó, nos obliga a decir, ésta es la afirmación más arrogante imaginable, si no es cierta, o es verdad lo que ella afirma ser. Pero yo no podía despreciarla. La belleza y la santidad y la sabiduría de ella, como la de Cristo, me impidieron llamarla mentirosa, del mismo modo que me impidió llamar así a Cristo. Pero la simple lógica me ofreció entonces una opción: ésta debe ser la Iglesia de mi Señor.Había muchas hebras de la cuerda que me arrastraron a bordo del arca. El libro que más que cualquier otro me ayudó a decidir fue el de Ronald Knox, La creencia de los católicos. Él y Chesterton hablan con autoridad, y no como los escribas. Incluso C.S. Lewis, el favorito de los evangélicos protestantes, les "olía " a católico en su época.
Pensé: si el dogma católico contradice la Escritura, yo no lo podía creer. Exploré todos los casos de contradicción y descubrí que cada uno es un malentendido protestante. La Iglesia nunca enseñó la herejía ni en el Renacimiento.
El cristianismo fue predicado por la Iglesia antes de que se escribiera el Nuevo Testamento, esto es simplemente un hecho histórico. También es un hecho que los apóstoles escribieron el Nuevo Testamento y que la Iglesia los canonizó, decidió qué libros fueron divinamente inspirados. Yo sabía, desde la lógica y el sentido común, que una causa no puede ser inferior a su efecto. No se puede dar lo que no tienes. Si la Iglesia no tiene inspiración divina y ni infalibilidad entonces tampoco el Nuevo Testamento puede tener autoridad divina.
Una tarde me arrodillé en mi habitación y pedí a Dios decidiera por mí. Inesperadamente, me pareció que mis héroes Agustín, Tomás de Aquino y otros santos y sabios me llamaban desde el arca. "¡Ven a bordo! ¡Sube al Arca! Aquí está el Cuerpo de Cristo. Les dije que sí. Mi intelecto y los sentimientos habían sido conquistadas; la voluntad fue la última en rendirse.Pensé: Hay una cuestión fundamental por resolver: La justificación por la fe, el hueso central de la Reforma. La doctrina se enseña claramente en la Carta a los Romanos y a los Gálatas. He encontrado aquí otro malentendido. Leí en la Summa Teológica sobre la gracia, y en los decretos del Concilio de Trento. Me llené de alegría al ver que la Iglesia Católica coincidía con la Biblia también.
La entrada a la puerta del cielo, de acuerdo con la Escritura, no son nuestras buenas obras sino nuestra fe, los méritos de Cristo. Más del 90 % de los estudiantes que he encuestados que han tenido 12 años de catequesis, incluso en las escuelas secundarias católicas, dicen que esperan ir al cielo porque han hecho obras buenas o han tenido sentimientos de compasión, y casi nunca mencionan a Jesús. Algunos profesores han robado a nuestros niños la "perla de gran precio"; su fe.
El catolicismo enseña que somos salvados por la fe -por la gracia, por Cristo- y por las obras. Y los protestantes enseñan que la fe verdadera produce necesariamente buenas obras. La cuestión fundamental de la Reforma es una discusión entre las raíces y las flores en la misma planta. Pero aunque Lutero no descuidó las buenas obras, las conecta a la fe por sólo un hilo delgado, poco fiable: la gratitud humana. En respuesta al gran don de Dios de la salvación, que aceptamos por fe, nosotros respondemos con gratitud; pero la gratitud es sólo un sentimiento vacilante. La conexión católica entre fe y obras es mucho más fuerte y más fiable. Lo encontré en Mero Cristianismo, de C.S. Lewis, la mejor introducción al cristianismo que he leído. Es nuestra realidad, la vida sobrenatural, la gracia santificante, la propia vida de Dios en el alma, que se recibe por la fe y entonces sí produce buenas obras .
Yo también estaba satisfecho con Lutero enseñando que la justificación era una ficción legal por parte de Dios, en lugar de un hecho real en nosotros; que Dios mira al cristiano en Cristo, y sólo ve la justicia de Cristo , y jurídicamente, imputa la justicia de Cristo a nosotros. Pensé que tenía que ser, como dice el catolicismo, que Cristo nos comunica la fe en el bautismo, y nos perdona realmente en el sacramento de la Confesión. A pesar de que mis dudas fueron resueltas y la elección se hizo en 1959, la incorporación llegó un año más tarde, en Yale. Mis padres estaban horrorizados, y sólo poco a poco llegaron a darse cuenta de que no había perdido la cabeza o el alma, que los católicos eran cristianos, no paganos. Fue difícil porque yo soy tímido, y no quería hacer daño a las personas que quiero. Dolió pero Dios cura maravillosamente las heridas.
He sido feliz como católico. ¡Claro! la luna de miel se desvaneció, pero el matrimonio se ha profundizado. Al igual que todos los conversos de los que he oído hablar, me subí a bordo, no por aquellos católicos que tratan de "vender" la iglesia ajustándose al espíritu de la época, sino por aquellos que alegremente siguieron ortodoxia de la fe en toda su plenitud. Soy feliz como un niño al seguir al vicario de Cristo en la tierra. Lo que él le encanta, a mí me encanta; donde él va, yo lo voy. Porque el Señor dijo a Pedro y al Papa, su predecesor: "Quien te escucha a ti, me escucha a mí".
Fue bueno subir al Arca. Encontré que mi principal tarea era construir puentes entre católicos y no católicos. He encontrado que las divisiones que existen entre católicos y protestantes son menores que las que existían hace cincuenta años. Hemos de enfrentar juntos una sociedad que se está volviendo anticristiana y que encara la cultura de la muerte.
Como no conocía a ningún católico, le pedí a la novia de un amigo, que era católica, que fuera mi madrina de Bautizo. Ese día hice mi Primera Comunión; no sucedió nada místico. Todo era silencio. Todo pensamiento cesó. Yo supe absolutamente que allí estaba Jesucristo, aunque no tuve ningún sentimiento especial. Y eso fue bueno pues aquí en Norteamérica idolatramos los sentimientos.
Un día fui a dar una conferencia a una universidad norteamericana y me comentaron:
– Aquí siempre hacemos una pregunta a todos los conferencistas. Si estuviera en su mano pedirle a Dios una sola gracia, un regalo que le va a conceder, ¿qué pediría?
Respondí:
– Es una pregunta muy profunda. Yo pediría que todos y cada uno de los seres humanos se enamorara de Jesucristo y estuvieran enamorados de Él hasta el último minuto de su vida.
Se rieron y le dijeron.
– No nos reímos de usted. Madre Teresa estuvo aquí la semana pasada y dio la misma respuesta.
Tres razones que daría para ser católicos: La Iglesia tiene la verdad, tiene el bien –vean la cantidad de santos que hay-, tiene la belleza: Lo más bello de la historia del mundo es Jesucristo.
«El hombre moderno necesita…
no una fe nueva, no una religión nueva,
no un código nuevo, sino:
un corazón nuevo, un alma nueva,
una generosidad nueva, un amor nuevo de la fe antigua».
Mons. Tihamér Tóth
VER+:
En las últimas semanas, el Papa Francisco ha repetido que los críticos con las novedades que está introduciendo en la Iglesia son víctimas de la “ideología”. En su opinión, esto se debe a que se niegan a encarnar la doctrina católica en las vicisitudes de la vida cotidiana de los bautizados y de sus contemporáneos.
En su controvertida conversación con los jesuitas portugueses al margen de la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa atacó el supuesto “indietrismo” (mirar para atrás) de la jerarquía y los laicos estadounidenses: “La visión de la doctrina de la Iglesia como monolítica es errónea”. Porque en “un clima de cerrazón. . . . se pierde la verdadera tradición y se acude a las ideologías en busca de un apoyo y sostén de cualquier tipo. En otras palabras, la ideología suplanta a la fe, la pertenencia a un sector de la Iglesia sustituye a la pertenencia a la Iglesia«. Y añadió: “Estos grupos estadounidenses de los que hablas, se van a aislar solos. Y en vez de vivir de doctrina, de la verdadera doctrina que siempre crece y da fruto, viven de ideologías. Entonces, cuando uno en la vida deja la doctrina para suplirla por una ideología, pierdes como en la guerra”[1].
Durante la conferencia de prensa en el vuelo de regreso de Mongolia el 4 de septiembre, el Papa Francisco volvió a esta dicotomía doctrina vs. ideología. Cuando se le pidió que respondiera a la irritación causada por sus elogios a los autócratas rusos Pedro el Grande y Catalina II, el Papa declaró:
Hay imperialismos que quieren imponer su ideología. Me detendré aquí: cuando la cultura se “destila” y se transforma en ideología, ése es el veneno. Se utiliza la cultura, pero destilada en ideología. Esto hay que distinguirlo: cuando se trata de la cultura de un pueblo y cuando se trata de las ideologías que surgen de algún filósofo, de algún político de ese pueblo.
Y esto lo digo para todos, también para la Iglesia: a veces se instalan ideologías dentro de la Iglesia, que separan a la Iglesia de la vida que surge de la raíz y va hacia arriba; separan a la Iglesia de la influencia del Espíritu Santo.
Una ideología es incapaz de encarnarse, es sólo una idea. Pero cuando la ideología toma fuerza y se convierte en política, suele convertirse en dictadura, se vuelve incapaz de dialogar, de avanzar con las culturas. Y los imperialismos hacen esto. El imperialismo siempre se consolida sobre la base de una ideología.
Hay que distinguir también en la Iglesia entre doctrina e ideología: la verdadera doctrina nunca es ideológica, nunca; está enraizada en el santo pueblo fiel de Dios; en cambio la ideología está desvinculada de la realidad, desvinculada del pueblo [2].
Preguntado más tarde sobre cómo evitar la polarización en el próximo Sínodo, el Papa Francisco respondió: “En el Sínodo no hay lugar para la ideología, es otra dinámica. El Sínodo es diálogo, entre los bautizados, entre los miembros de la Iglesia, sobre la vida de la Iglesia, sobre el diálogo con el mundo, sobre los problemas que afectan hoy a la humanidad”.
Un periodista de Vida Nueva se refirió entonces al prólogo de El proceso sinodal: Una caja de Pandora (del que soy coautor), en el que el cardenal Raymond Burke advertía de que del Sínodo surgirían calamidades. El periodista español preguntó qué pensaba el Papa de esta postura y si podría influir en la asamblea de Roma. Tras eludir primero la pregunta para contar la historia de algunas monjas carmelitas que temían el Sínodo, el Papa la abordó de forma genérica: “Si vas a la raíz de estas ideas, encontrarás ideologías. Siempre, cuando en la Iglesia se quiere atacar el camino de la comunión, lo que atacan siempre es una ideología. Y acusan a la Iglesia de esto o de aquello, pero nunca la acusan de lo que es verdad: que es pecadora. Nunca dicen: “Es pecadora”. Defienden una “doctrina”, entre comillas, que es una doctrina como el agua destilada, no sabe a nada, y no es la verdadera doctrina católica, que está en el Credo”[3].
Lo que parece desprenderse de este lenguaje profuso y confuso es que la verdadera cultura y la verdadera Fe (en otras palabras, la verdadera doctrina) son una emanación del alma del pueblo (y, en el caso de las doctrinas religiosas, del sensus fidei de los fieles). Además, la cultura y la Fe verdaderas siguen siendo válidas mientras estén encarnadas en el alma de un pueblo. Por lo tanto, la cultura y la doctrina se distorsionan cuando se desconectan de la vida de las personas mediante la destilación intelectual. Ese refinamiento las convierte en el bagaje espiritual de una minoría que vive enclaustrada en torres de marfil y trata de imponer sus asépticas y rígidas convicciones al pueblo de forma imperialista. Sus postulados están desconectados de la vida real de los fieles.
¿Qué pensar de esta forma de entender el origen y el desarrollo de la cultura y la fe?
En primer lugar, que ha sido el eje filosófico-teológico de todo el pontificado del Papa Francisco.
En segundo lugar, que encaja con sus creencias sociopolíticas, muy influidas por los tintes populistas de la llamada «Teología del Pueblo».
En tercer lugar, que fue condenada expresamente por el Papa San Pío X en su encíclica antimodernista Pascendi Dominici gregis.
En cuarto lugar, que es erróneo promover una supuesta evolución de la doctrina y la moral católicas basada en una versión truncada del Commonitorium de San Vicente de Lerín.
Me extenderé en cada uno de estos puntos.
1) El antiintelectualismo del Papa Francisco deriva de una visión inmanentista y teilhardiana del universo y de la historia, que atribuye los impulsos de nuevas dinámicas en la acción humana a una acción que se considera divina. En su primera entrevista con La Civiltà Cattolica, reproducida posteriormente por revistas jesuitas de todo el mundo, el Papa Francisco explicó al padre Antonio Spadaro: “Nuestra fe no es una fe de laboratorio, sino una fe-camino, una fe histórica. Dios se reveló como historia, no como un compendio de verdades abstractas”. Subrayó además:
“Dios se manifiesta en una revelación histórica, en el tiempo. (...) Dios se manifiesta en el tiempo, en los procesos en curso. Esto nos hace preferir las acciones que generan dinámicas nuevas.[4]
Debido a esta visión, el Papa señaló en Amoris laetitia la necesidad de “prestar atención a la realidad concreta, porque «las exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia»” [5]. ¿Cómo? A través de las “tensiones bipolares propias de toda realidad social”, como explica en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, porque “las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida”, y “el autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite” [6].
Partiendo de estas premisas inmanentistas y hegelianas, se puede entender por qué el Papa Francisco escribió en Evangelii gaudium que uno de los cuatro principios que guían su actuación es que “la realidad es superior a la idea” [7]. Este postulado puede tener una interpretación tomista de la definición tradicional de verdad: «adaequatio intellectus ad rem» [conformidad del pensamiento con la cosa pensada]. Esto significa que la comprensión adecuada y las elaboraciones conceptuales deben basarse en la realidad y estar a su servicio. Sin embargo, el postulado asume una connotación diferente en el contexto sociológico-pastoral en el que lo inserta el Papa Francisco. Como explicó el padre Giovanni Scalese en 2016, “más bien significa que debemos aceptar la realidad tal como es, sin pretender cambiarla sobre la base de principios absolutos, por ejemplo, los principios morales que son tan solo ‘ideas’ abstractas, que la mayor parte de las veces corren el riesgo de ser transformadas en ideología”. “Ese postulado”, señaló el padre Scalese, “está en la base de las continuas polémicas de Francisco contra la doctrina” [8].
Y continuó: “En el actuar humano, es inevitable dejarse guiar por algunos principios, que son abstractos por su naturaleza. De nada sirve, por lo tanto, polemizar sobre el carácter abstracto de la ‘doctrina’, oponiéndole una ‘realidad’a la cual la gente debería simplemente adecuarse. Si la realidad no fuera iluminada, guiada, ordenada por algunos principios, corre el riesgo de desintegrarse en el caos”[9].
Sin embargo, como explica el profesor Giovanni Turco, para el Papa Francisco la verdad es relativa en el sentido pleno de la palabra, no en el tomista, “como una relación vital y pragmática que deriva de una situación. Así entendida, la verdad no tiene contenido propio, no puede ser ‘absoluta’, es decir, ‘siempre válida’, sino que, por eso mismo, ¡deja de ser verdad (y pasa a ser mera opinión)!” [10].
Pero, ¿qué es una ideología, sino un conjunto de meras opiniones? Así, la condena del Papa Francisco a las ideologías se vuelve como un boomerang contra él mismo debido a su comprensión relativista de una “verdad” situada.
2) En el escenario sociopolítico latinoamericano, esta cosmovisión inmanentista y su correspondiente visión relativista de la verdad se funden en la Teología del Pueblo, que no se basa en verdades provenientes de la Revelación sino en los valores concretos e históricos de los pueblos. En una entrevista con el sociólogo francés Dominique Wolton, el Papa Francisco explicó esta interacción:
“En los años 1980 existía una tendencia al análisis marxista de la realidad, pero después fue rebautizada como la ‘teología del pueblo’. No me gusta mucho el nombre, pero es así que la conocí. Ir con el pueblo de Dios y hacer la teología de la cultura.
Existe un pensador que usted debería leer: Rodolfo Kusch, un alemán que vivía en el nordeste de la Argentina, muy buen filósofo y antropólogo. Él me hizo comprender una cosa: que la palabra ‘pueblo’ no es una palabra lógica. Es una palabra mítica. No se puede hablar de pueblo lógicamente, porque sería hacer únicamente una descripción. Para comprender a un pueblo, es necesario comprender cuales son los valores de ese pueblo, es necesario entrar en el espíritu, en el corazón, en el trabajo, en la historia y en el mito de su tradición. Ese punto está verdaderamente en la base de la teología llamada del ‘pueblo’. Es decir, ir junto con el pueblo, ver como se expresa” [11].
Comentando este pasaje, el vaticanista Sandro Magister reveló que “Kusch se inspiró en la filosofía de Heidegger para distinguir entre ‘ser’y ‘estar’, calificando con la primera categoría la visión racionalista y dominadora del hombre occidental y, con la segunda, la visión de los pueblos indígenas latinoamericanos en paz con la naturaleza que los rodea y animados justamente por un ‘mito’” [12].
3) El problema más grave de los recientes comentarios del Papa Francisco sobre doctrina e ideología es que parecen muy similares a la visión modernista de la naturaleza evolutiva de los dogmas, basada en la falsa creencia en la evolución de la conciencia humana.
Como es bien sabido, con algunas diferencias de matiz, los modernistas comparten la convicción de que la Iglesia, su doctrina y su culto son fruto de la conciencia humana. Identifican la Revelación con una experiencia religiosa llamada “inmanencia vital”, y proponen una “religión del corazón” basada en verdades que corresponden a las nuevas condiciones de vida. Así, para los modernistas, la Iglesia y la doctrina deben adaptarse a las necesidades de cada época porque la vida, incluida la vida cristiana, es un esfuerzo continuo de adaptación a las nuevas condiciones. Desde su punto de vista, la fe no es “el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado”[13] ya que esto sería una expresión de frío intelectualismo. En cambio, la fe sería un sentido interior, originado en una necesidad de lo divino latente en el subconsciente humano sin previa conciencia del intelecto. Además, la Revelación ya no sería la comunicación por parte de Dios a una criatura racional de algunas verdades sobre Sí mismo y las leyes eternas de Su voluntad, a través de medios que están más allá del curso ordinario de la naturaleza, verdades por cierto que nos son transmitidas por la Sagrada Escritura y la Tradición, porque todo esto sería una forma de Intelectualismo.
Para los modernistas, la Revelación es una manifestación directa de Dios al alma a través de su sentido religioso. Los dogmas se convierten en meras fórmulas que proporcionan al creyente un medio de explicarse la fe. Como las condiciones de vida y la conciencia cambian, estas fórmulas, sujetas a las vicisitudes de la existencia de las personas, son susceptibles de cambiar también.
En su encíclica Pascendi Dominici gregis, el Papa San Pío X denuncia el pensamiento modernista según el cual “las fórmulas religiosas, para que sean verdaderamente religiosas, y no meras especulaciones del entendimiento, han de ser vitales y han de vivir la vida misma del sentimiento religioso”[14]. Así, para los modernistas, es necesario que el creyente ha de precaverse ante todo “de adherirse más de lo conveniente a la fórmula, en cuanto fórmula, usando de ella únicamente para unirse a la verdad absoluta, que la fórmula descubre y encubre juntamente, empeñándose luego en expresarlas, pero sin conseguirlo jamás” [15].
La consecuencia de lo anterior es que, para los modernistas, la Iglesia “encuentra la exigencia de su evolución en que tiene necesidad de adaptarse a las circunstancias históricas y a las formas públicamente ya existentes del régimen civil” [16]. Esta evolución avanza a través del conflicto y el compromiso entre dos fuerzas:
La fuerza conservadora reside vigorosa en la Iglesia y se contiene en la tradición. Represéntala la autoridad religiosa, y eso tanto por derecho, pues es propio de la autoridad defender la tradición, como de hecho, puesto que, al hallarse fuera de las contingencias de la vida, pocos o ningún estímulo siente que la induzcan al progreso. Al contrario, en las conciencias de los individuos se oculta y se agita una fuerza que impulsa al progreso, que responde a interiores necesidades y que se oculta y se agita sobre todo en las conciencias de los particulares, especialmente de aquellos que están, como dicen, en contacto más particular e íntimo con la vida. Observad aquí, venerables hermanos, cómo yergue su cabeza aquella doctrina tan perniciosa que furtivamente introduce en la Iglesia a los laicos como elementos de progreso [17].
Desde el punto de vista modernista, si la Iglesia se negara a seguir esta evolución de la vida y de la conciencia humana, seguiría siendo una estructura rígida, que predicaría una “ideología” anticuada y tan insípida como el agua destilada. Previendo esta acusación, San Pío X denunció en su encíclica los peligros de las teorías antiintelectualistas del modernismo:
Suprimid el entendimiento, y el hombre se irá tras los sentidos exteriores con inclinación mayor aún que la que ya le arrastra. Un nuevo absurdo: pues todas las fantasías acerca del sentimiento religioso no destruirán el sentido común; y este sentido común nos enseña que cualquier perturbación o conmoción del ánimo no sólo no nos sirve de ayuda para investigar la verdad, sino más bien de obstáculo. Hablamos de la verdad en sí; esa otra verdad subjetiva, fruto del sentimiento interno y de la acción, si es útil para formar juegos de palabras, de nada sirve al hombre, al cual interesa principalmente saber si fuera de él hay o no un Dios en cuyas manos debe un día caer [18]
4) En la mencionada conversación con los jesuitas portugueses, el Papa Francisco opinó que la actitud “reaccionaria” de la Iglesia estadounidense se basa en el atraso. Al explicar su desaprobación, el Papa Francisco afirmó
es necesario comprender que existe una justa evolución en la comprensión de las cuestiones de fe y de moral, siempre que se sigan los tres criterios que ya indicaba Vicente de Lerins en el siglo V: que la doctrina evolucione ut annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate. En otras palabras, la doctrina también progresa, se consolida con el tiempo, se expande y se hace más firme, pero siempre progresando. El cambio se desarrolla desde la raíz hacia arriba, creciendo con estos tres criterios. (…)
Siempre en ese camino, que va desde la raíz con esa savia que va subiendo, y por eso el cambio es necesario.
Vicente de Lerins establece la comparación entre el desarrollo biológico humano y la transmisión de una época a otra del depositum fidei, que crece y se consolida con el paso del tiempo. En este caso, nuestra comprensión de la persona humana cambia con el tiempo y nuestra conciencia también se profundiza. Las demás ciencias y su evolución también ayudan a la Iglesia en este crecimiento de la comprensión. La visión de la doctrina de la Iglesia como monolítica es errónea[19].
Estos pasajes merecen tres observaciones.
En primer lugar, hay que señalar cómo el Papa Francisco establece, de manera modernista, el crecimiento de la conciencia humana, ayudado por la ciencia, como la motivación de base para el progreso de la doctrina.
En segundo lugar, cuando afirma que tal crecimiento fluye desde las raíces hacia arriba, el Papa Francisco no se refiere a las enseñanzas de Nuestro Señor y de los Apóstoles, sino más bien a la “influencia del Espíritu Santo” en el “santo pueblo fiel de Dios” mencionada durante su conferencia de prensa en el avión de regreso de Mongolia.
En tercer lugar, el Papa Francisco trunca a sabiendas el Commonitorium de San Vicente de Lerins, como demostró exhaustivamente Mons. Thomas G. Guarino:
Existe un crecimiento orgánico y arquitectónico a lo largo del tiempo, tanto en los seres humanos como en la doctrina cristiana. Pero este progreso, argumenta Vicente, debe ser de un cierto tipo y forma, protegiendo siempre los hitos doctrinales anteriores de la fe cristiana. Un cambio no puede crear un significado diferente. Más bien, las formulaciones posteriores deben ser “el mismo dogma, el mismo significado y el mismo pensamiento” que las anteriores. (…)
Si tuviera que aconsejar al Papa, le animaría a tener en cuenta todo el Commonitorium de San Vicente, no sólo la selección que cita repetidamente.
Nótese que San Vicente nunca habla positivamente de las reversiones. Una inversión, para Vicente, no es un avance en la comprensión de la verdad por parte de la Iglesia; no es un ejemplo de una enseñanza “dilatada por el tiempo”. Al contrario, los retrocesos son el sello distintivo de los herejes.(…)
Invitaría también al Papa Francisco a invocar los saludables parapetos que Vicente erige en aras de garantizar un desarrollo adecuado. Mientras que el Papa Francisco se queda con la frase de Vicente dilatetur tempore (“dilatado por el tiempo”), el leriniano utiliza también la sugerente frase res amplificetur in se (“la cosa crece en sí misma”). El leriniano sostiene que hay dos tipos de cambio: Un cambio legítimo, un profectus, es un avance-crecimiento homogéneo en el tiempo –como un niño que se convierte en adulto. Un cambio impropio es una deformación perniciosa, llamada permutatio. Se trata de un cambio en la esencia misma de alguien o de algo, como que un rosal se convierta en meras espinas y cardos. (…)
Otra barrera es la afirmación vicenciana de que el crecimiento y el cambio deben ser in eodem sensu eademque sententia, es decir, según el mismo significado y el mismo pensamiento. Para el monje de Lérins, cualquier crecimiento o desarrollo en el tiempo debe preservar el significado sustantivo de las enseñanzas anteriores. Por ejemplo, la Iglesia puede ciertamente crecer en su comprensión de la humanidad y la divinidad de Jesucristo, pero nunca puede retroceder en la definición de Nicea. El idem sensus o “mismo significado” debe mantenerse siempre en cualquier desarrollo futuro. El Papa Francisco rara vez, o nunca, cita esta importante frase vicenciana, pero cualquier incitación al cambio debe demostrar que no es simplemente una alteración, o incluso una revocación de la enseñanza anterior, sino de hecho in eodem sensu con lo que la precedió.
También aconsejaría al Papa que evitara citar a San Vicente para apoyar inversiones, como con su enseñanza de que la pena de muerte es “per se contraria al Evangelio”. La comprensión orgánica y lineal del desarrollo de Vicente no incluye revocaciones de posiciones anteriores.[20]
A pesar de ello, el cambio que el Papa Francisco introdujo en el Catecismo de la Iglesia Católica respecto a la pena capital fue precisamente el ejemplo que dio en su charla a los jesuitas portugueses para refrendar su afirmación de que “la visión de la doctrina de la Iglesia como monolítica es errónea”. En Lisboa, fue más lejos que en declaraciones anteriores, al afirmar que “la pena de muerte es pecado, no se puede practicar, y antes no era así”[21].
* * *
Para desmontar la falsa alternativa presentada por el papa Francisco, a saber, la de tener que elegir entre una doctrina y una moral evolutivas o una ideología rígida, ayuda recordar la diferencia abismal entre la praxis pastoral tradicional de la Iglesia y la nueva del papa argentino. Como explica Guido Vignelli, en su sentido tradicional,
la teología pastoral es una ciencia práctica que estudia cómo ajustar la vida humana a las exigencias de la Verdad revelada mediante el cumplimiento de sus principios dogmáticos, morales y litúrgicos. No se ocupa de la meta, sino sólo del modo de alcanzarla, anunciando y transmitiendo eficazmente el Evangelio a la humanidad de un modo adecuado a las condiciones de tiempo y lugar.
La praxis pastoral, por tanto, depende del dogma, la moral y la liturgia; (…) no puede cambiar los dogmas, la ley y el culto. (…) La nueva praxis pastoral se entiende no como el arte de convertir a los hombres a Dios (…) sino como una pedagogía del diálogo y del encuentro entre iguales entre la Iglesia y la humanidad en su situación histórica y social concreta. (…)
Al final de este proceso, se produce una inversión: En lugar de adaptar la vida a la verdad, la verdad se adapta a la vida y, por tanto, la estrategia pastoral ya no es un camino sino una meta, no es un medio sino un fin. (…)
Al asumir que la vida tiene prioridad sobre la verdad, el camino sobre la meta y los medios sobre el fin, la teología moderna acaba consagrando la primacía de la praxis pastoral sobre la doctrina. (…)
El comportamiento se convierte en el criterio absoluto y la ley suprema no sólo de la vida, sino también de la doctrina y la enseñanza de la Iglesia, sustituyendo su función magisterial por la pastoral.
Al final del proceso, “la ortopraxís es la única ortodoxia”, como denunció en su día un futuro papa (Joseph Cardinal Ratzinger con Vittorio Messori, Informe sobre la fe, B.A.C, 1985) [22].
Fundado como está en una teología pastoral innovadora y errónea, el ataque del Papa Francisco a los católicos estadounidenses por su fidelidad a la comprensión tradicional de la Fe y del ministerio pastoral fue totalmente inmerecido.
Además, los fundamentos filosóficos y teológicos de esta errónea acusación revelan una comprensión inmanentista, relativista y populista de la cultura y la Fe, afín a la de la “Teología del Pueblo”, junto con una visión modernista del desarrollo evolutivo de los dogmas y la moral condenada hace tiempo en Pascendi Dominici gregis.
José Antonio Ureta
* José Antonio Ureta es coautor de El proceso sinodal: Una caja de Pandora: 100 Preguntas y Respuestas. En 2018, fue autor de El cambio de paradigma del Papa Francisco: ¿Continuidad o ruptura en la misión de la Iglesia? Una evaluación de los primeros cinco años de su pontificado.
NOTAS:
[3] «El Papa Francisco advierte». Lo que efectivamente dijo el Papa Francisco, como puede verse en el vídeo, aparece entre corchetes. Vatican News lo tradujo como «(se compone de) pecadores», al tiempo que mencionaba que «se trata de una traducción provisional».
[5] Papa Francisco, Exhortación apostólica Amoris laetitia, no. 31.
[6] Papa Francisco, exhortación apostólica Evangelii gaudium, núms. 221, 228 y 239.
[7] Papa Francisco, Evangelii gaudium, nn. 231, 233.
[9] Scalese, «I postulati», nº 8.
[10] Giovanni Turco, «[Da leggere] alcune linee guida per la lettura filosfica del pontificato di Bergoglio», Radio Spada, 25 de junio de 2017
[11] Papa Francisco y Dominique Wolton, Un futuro de fe: El camino del cambio en la política y la sociedad, trans. Shaun Whiteside, e-book ed. (Nueva York: St. Martin’s Press, 2018), 26-27.
[13] Catecismo de la Iglesia Católica, nº 150.
[15] San Pío X, Pascendi, n° 18.
[16] San Pío X, nº 25.
[17] San Pío X, nº 26.
[18] San Pío X, no. 39.
[19] Spadaro, «Las aguas».
[20] Thomas G. Guarino, «El Papa Francisco y San Vicente de Lérins», First Things, 16 de agosto de 2022
[21] Spadaro, “Acá hay una buena movida de agua”. El ultimo párrafo fue omitido en la transcripción al catellano.
[22] Guido Vignelli, Una revolución pastoral: Seis palabras talismán en el debate eclesial sobre la familia p. 19-22.
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